La miseria ama la compañía

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.

Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".

Condición: Enfermedad.

Advertencia del capítulo: Contiene lemon.


Capítulo V

La humedad se anida

1.

Eren Jaeger estaba dormido cuando Levi se despertó.

Después del «quédate», él había movido el sillón —un pesado mueble de resortes, forrado con cuero viejo— para acercarlo a la cama, de modo que sus cuerpos se rozaron toda la noche. Levi podía sentir su respiración acompasada contra el brazo en el que descansaba su cabeza. Su pelo largo era seda pura sobre su frente y sus ojos cerrados.

Levi recordaba su mirada esmeralda, su boca pequeña y sus clavículas delineadas. Y, sin embargo, sentía que lo estaba conociendo de otra manera, más allá de sus ojos. Eren olía a hierba fresca, a los campos abiertos de Shiganshina, a libertad. Tenía un andar lento, pero seguro. Y acompañaba sus palabras moviendo las manos. Y cuando reía lo hacía de una forma suave, como si no fuera merecedor de algo tan ínfimo.

«Todos tenemos nuestra propia miseria —pensó. Si la ceguera le recordaba al pasado, al armario y a la muerte de su madre, ¿cómo Eren no iba a cargar con todos los muertos que había enterrado?—. Y la miseria ama la compañía.»

Levi se puso de pie, caminó hasta el baño y se lavó los dientes. Bebió agua directamente del grifo. El líquido bajando por su garganta terminó de despertarlo. Vació la vejiga en la letrina, sintiendo un gran alivio, y se volteó para lavarse las manos.

Cuando tomó la toalla para secarse, lo escuchó deslizándose a sus espaldas.

—Pareces un maldito fantasma.

—No me despertaste —contestó con voz adormilada—. Iré a buscar el desayuno, ¿quieres que…? —preguntó; Levi sabía a lo que se refería.

—Me da igual —se limitó a decir. «Cuando estabas vulnerable y solo, le pediste que se quedara —le recordó una voz maliciosa en su conciencia—. No puedes echarlo como si nada pasara»—. Podemos desayunar luego de que me bañe.

Eren dio un paso hacia el frente.

—Pero aquí sólo hay un grifo y un cubo de agua.

—Se llama ducha militar, mocoso. Y sirve para optimizar el gasto de agua y de tiempo —informó Levi. Erwin se lo había enseñado en la tercera expedición fuera de las murallas porque sabía que a Levi le pesaba más la suciedad que el tiempo—. Además, el doctor Carsten me dijo que no debía mojar las vendas.

—Es como si fueras un gato —bromeó. Levi sonrió a medias—. En mi habitación hay una bañera. Podrías sumergirte en el agua caliente hasta que se enfríe… Y yo podría lavarte el pelo sin que las vendas se mojaran.

Cualquier persona que lo escuchara, diría: «qué muchacho más atento», pero Levi sabía la intención de sus palabras. Eren quería seducirlo —le había recordado el beso pasado, guardaba la mínima distancia y había dormido a su lado— y estaba agotando el último recurso para conseguirlo.

Cuando le había dicho: «soy el único de esta fortaleza que conoce tus manías con la limpieza», no estaba mintiendo. Levi no soportaba las superficies empolvadas, las habitaciones cerradas —por eso mantenía la ventana abierta para que el aire circulara— y la suciedad corporal, por lo que un baño de agua caliente era una tentación a la que no podía resistirse.

—Todo lo que haces para verme desnudo, mocoso.

Aceptó su propuesta.

Vistiendo nada más que unos pantalones gastados que le iban grandes, se dirigió a la habitación de Eren, con éste casi pegado a su espalda.

No era la primera vez que entraba allí, pero lo sentía distinto, como si estuviera a punto de cruzar una línea sin retorno.

Eren lo sujetó de la mano y lo llevó hasta el cuarto de baño —que estaba anexado al dormitorio, al igual que el suyo—, lo llevó hasta una silla y le indicó que se sentara. Levi así lo hizo. El chico abrió el grifo de agua caliente para que la bañera se llenara. Pronto el vapor lo envolvió y dejó un beso húmedo sobre su piel. Respiró profundamente, una y otra vez, hasta que sus pulmones sudaron con él.

Cuando Eren cerró el grifo, Levi se puso de pie. Pensó que se marcharía para que pudiera desnudarse, pero el muchacho permaneció allí, tan cerca que podía escuchar las vaharadas que emanaban de su boca.

—Hay que quitarte las vendas del cuerpo —dijo Eren. Sus costillas estaban casi sanas, pero el doctor Carsten no se las había retirado, y las vendas de la mano eran inútiles porque no harían que le creciera la falange faltante—. Estira los brazos —pidió.

Levi los extendió, entregándole el control sobre su cuerpo. Eren tuvo la paciencia de quitarle las vendas una por una, cuidando de no causarle daño alguno. Cuando dejó su pecho al descubierto, sintió que volvió a respirar. Sus músculos se distendieron.

Las manos de Eren viajaron desde el hueco de sus costillas hasta el borde de su pantalón; los dedos de Levi se cerraron como un puño de hierro. El tiempo se detuvo en esa lucha titánica de voluntades.

—Eren —susurró Levi. Su voz en lugar de sonar convencida, sonó ahogada.

—Sólo te ayudo a quitarte el pantalón.

Levi deshizo el agarre y le permitió seguir con su cometido. Contuvo la respiración cuando los dedos largos tiraron del algodón y él se arrodilló a desnudarlo por completo. Mientras que la tela se deslizaba por sus piernas, la nariz de Eren acompañó el trayecto inspirando el aroma que su piel despedía. Se demoró en la cara interna de sus muslos; Levi enrojeció violentamente.

¿Eren tendría los ojos posados en él? ¿Le gustaría lo que estaba viendo o habría resultado una decepción?

Levi se cubrió la entrepierna con cierto pudor.

—Toca el agua y dime si la temperatura es adecuada.

El capitán sumergió los dedos en la bañera; después asintió. Se sentó en la tina con la espalda pegada al mármol y dejó que el agua caliente inundara cada poro de su piel.

«Qué sensación tan relajante», pensó.

Eren le alcanzó una pastilla de jabón para que lavara.

Levi la pasó por todo su cuerpo. Comenzó por los brazos, siguió por el abdomen y terminó en las piernas. Se frotó los dedos y las plantas de los pies hasta que le dolieron. Su nariz se llenó del intenso aroma del jabón; algunas burbujas explotaron a su alrededor.

—No te quedes en silencio, mocoso —reprendió—. ¿Qué estás mirando?

—Tienes muchas cicatrices —contestó Eren—. En la espalda, en los brazos, en las piernas.

—Los titanes tienen un único punto débil mientras que los humanos somos vulnerables por completo.

En los muslos tenía la eterna marca del equipo de maniobras mientras que su espalda era un verdadero mapa de cicatrices. Todas estaban conectadas a una historia y a una pérdida: Isabel, Farlan, Petra y Erwin. Tembló al saber que él estaba estudiando cada uno de sus pedazos rotos.

Eren Jaeger tenía la capacidad de borrar cualquier rastro de daño, pero Levi era humano y mortal. Y a veces las pesadillas le pesaban más que las cicatrices.

—Echa la cabeza hacia atrás para que pueda lavarte.

—Te gusta dar órdenes, ¿eh mocoso? —Hizo lo que le había indicado. Apoyó la cabeza en el borde de la bañera—. No mojes las vendas.

—No lo haré.

«Seguro rodó los ojos», apostó.

Eren llenó un recipiente con agua y dejó que ésta cayera sobre su pelo. Frotó los mechones entre sus manos y aplicó una sustancia aromática. El olor herbal se mezcló con el vapor que los envolvía como un sudario. Los dedos del muchacho se movieron detrás de sus orejas —haciéndole cosquillas, por su nuca rapada y por sus omóplatos.

Las manos de Eren sobre su piel era una sensación novedosa que se estaba volviendo tan correcta.

Él le masajeó los hombros y la espalda, deshaciendo todos los nudos contraídos desde la explosión. Su cuerpo laxo respondió gratamente a las caricias.

Antes que pudiera darse cuenta, tenía la mano en su entrepierna. Su primer impulso fue apretarla para darle el alivio que tanto necesitaba; el segundo le recordó que Eren estaba allí. ¿Qué diría si lo veía masturbándose de forma tan impúdica? ¿Lo llamaría pervertido o reemplazaría sus dedos por los suyos?

No iba a averiguarlo.

—¿Me pasas la toalla? —pidió. Tenía las manos arrugadas como pasas y una erección pulsante. Eren no respondió ni se movió—. Eren, ¿sigues ahí? —Su respiración de pronto era cercana, la sentía sobre sus labios. «¿Qué está haciendo?» se preguntó. «¿Por qué no hace nada?»—. ¿Vas a besarme?

Eren se humedeció los labios.

—¿Quieres que lo haga?

—La primera vez que lo hiciste, no me pediste permiso —le recordó el capitán—. Sólo lo hiciste.

—Y luego me golpeaste por ello, a pesar de que lo habías disfrutado. —Levi no podía negarlo. Mientras sus labios se habían unido en un beso mariposa, casi infantil, sus manos viajaron hasta su espalda, recorriendo tanta piel como le fue posible—. Ya no tengo quince años, Levi. No voy a conformarme con un beso. Y, a juzgar por esta reacción, tú también quieres más que eso.

Eren introdujo su mano en el agua y lo tocó entre los muslos. Levi jadeó por lo bajo, casi con vergüenza, pero se dejó hacer. Separó las piernas tanto como la bañera se lo permitió. Pensó que enrollaría sus dedos en la base, que los deslizaría hasta la punta con tortuosa lentitud, pero Eren solamente lo rozó. Como aquella vez que lo había besado. Un simple roce para desatar un caos de deseo y pasión en su interior.

—¿Vamos a la cama? —propuso.

Sin pensarlo dos veces, Levi se puso de pie, con nada más que una toalla cubriendo su excitación, y lo siguió.


2.

Lo recibió con un beso que le quitó la respiración.

En el pasado habían quedado los labios tiernos e infantiles y las mejillas arreboladas; ahora su boca era madura y firme. Y no tenía vergüenza alguna en profundizar el contacto. Su lengua, húmeda e impúdica, se serpenteó entre sus labios y buscó la suya. Levi tuvo que sujetarse a sus antebrazos para no caer hacia atrás, y gimió cuando Eren le chupó el labio inferior y tiró de él.

«Esto se siente tan bien —pensó, dejando que las sensaciones lo embargaran pro completo. La boca de Eren era jugosa, fresca, joven y prometedora—. Mierda. Podría correrme sólo con este beso.» Pero se contuvo para no hacerlo.

Eren se bebió el reguero de gotas de su pecho y mordió su pezón derecho. Levi tembló cuando los dientes perlados se cerraron sobre él y lo succionaron hasta que quedó recto y más sensible de lo habitual. Ondas de placer fueron enviadas desde esa zona hacia el resto de su cuerpo.

Las manos del muchacho arrancaron la toalla que estaba firmemente anudada en su cintura; la tela quedó abandonada en el suelo, rozando sus pies desnudos. Eren se dejó caer de rodillas y se relamió los delgados labios.

De sólo saber que lo tenía así: arrodillado a escasos centímetros de su miembro, dispuesto a darle placer con la boca, hacía que las piernas le flagearan. Presentía que lo estaba observando, que estaba grabándose a fuego la imagen de su cuerpo desnudo.

Se tomó su tiempo para empezar; la ansiedad creció en Levi, quien, cansado de su comportamiento tan pasivo, impulsó sus caderas hacia adelante. Los labios de Eren recibieron de forma gustosa su miembro. La boca sedosa lo engulló hasta la base y los dedos tamborilearon sobre sus muslos lampiños.

Levi enrolló sus dedos índice y anular en su pelo, acompañando la cadencia de la succión. Él no se alejó sino que le gustó su gesto y le inspiró para devorarlo con más ansia.

—Si tan sólo pudiera verte… —pensó en voz alta.

Eren dirigió su mano al punto exacto donde se unían. Levi sintió los gruesos hilos de saliva y los sonidos húmedos que producía el contacto; Eren, por su parte, le clavó los dedos largos en las nalgas para atraerlo más hacia sí.

—¿Te gusta? —dijo cuando se separó para respirar—. ¿Cuánto te gusta, Levi? Dímelo. —Levi trazó un círculo invisible con su cadera como respuesta. Eren volvió a insistir—: No seguiré hasta que lo admites. Dime que te gusta que esté así… que quieres correrte en mi boca.

«Podría hacerlo», pensó. La posibilidad lo tentaba tanto. Llenarlo con su esencia y gemir su nombre al mismo tiempo. Pero, de hacerlo, jamás se lo perdonaría. Siendo su primera vez, no quería reducirlo a un momento fugaz de placer.

Antes, sus encuentros sexuales eran apresurados, fruto de la cuenta regresiva y la clandestinidad. Su amante lo satisfacía en todos los sentidos, pero Levi sentía que el disfrute lento era una deuda pendiente. Con Eren tenía aquella posibilidad de descubrirlo y descubrirse a sí mismo en sus manos.

—Vamos a la cama —dijo Levi. No iba a decirlo, pero se estaba cansando de estar en esa posición. Su pierna no se acostumbraba del todo a la nueva movilidad—. Es mi turno de complacerte.

—No tenemos que hacerlo si te duele —contestó Eren.

«¿Habrá notado mi incomodidad?»

—Créeme, mocoso, me dolerá más si lo dejamos aquí. —Toda la sangre de su cuerpo estaba concentrada en el sur. Su miembro mojado y reluciente de saliva, ya se había aclimatado a Eren y sus labios, a Eren y su lengua—. Guíame…

Él lo llevó hasta la cama —mucho más suave y cómoda que la suya— y lo tumbó con cuidado. Sus bocas se encontraron una vez más en un beso candente. Levi deslizó los dedos por su cuello, se peleó con los botones de la camisa que aún vestía y dejó su abdomen al descubierto. Se recreó en la línea de vello que nacía en el ombligo y moría dentro de los pantalones.

Lo desnudó torpemente. Estaba entre nervioso y excitado; sin embargo, Eren respetó sus tiempos y no dijo nada al respecto. Cuando toda su piel estuvo a su merced, Levi descubrió que el deseo era mutuo: su entrepierna, erguida y orgullosa, palpitaba con fervor. ¿Cómo sería tenerlo en la boca? ¿Sería capaz de brindarle el mismo placer que él le había otorgado?

—Levi —susurró ahogado contra su oído. Su lengua traviesa contorneó el lóbulo—, dame tus dedos.

Eren se llevó dos a la boca y los succionó con ahínco, cubriéndolos de saliva, y luego los guío hasta su interior, murmurando incoherencias como: «sí, tócame así» y «no pares».

Levi tenía poca —casi nula— experiencia preparando a otro para su llegada, por lo que siguió sus instintos, tocándolo suavemente al principio; con más frenesí cuando los gemidos de Eren se hicieron más intensos. Añadió un tercer dedo a los dos primeros y sintió el anillo de músculos expandiéndose a su alrededor.

—Te necesito —apremió Eren—. ¿Estás de acuerdo?

—¡Sí, maldición! —gritó Levi.

Eren, apoyando una pierna a cada lado de su cuerpo —de modo que el peso no recayera sobre él—, descendió lentamente sobre su miembro, estableciendo los límites de su resistencia. Inspiró profundamente mientras se adecuaba a la intromisión.

Comenzó a moverse lentamente, de abajo hacia arriba. Guio sus manos hacia sus caderas mientras se balaceaba con más confianza sobre su miembro. Levi le clavó las uñas, queriendo marcar la tersa piel que se ondulaba bajo su tacto, y deseó con todas sus fuerzas poder verlo.

El sudor se le acumuló en la yugular y descendió por su vientre cóncavo. Sus manos viajaron hasta la erección de Eren y la estimularon. Lo tocaron en toda su extensión, disfrutando de esa libertad que le otorgaba.

Levi quiso besarlo, beberse a sorbos su placer, pero fue incapaz de interrumpir el vaivén de sus caderas que ya tenía un ritmo establecido. Sintió un escalofrío lamiéndole la espalda y supo que estaba a punto de acabar. Y que Eren también estaba por hacerlo. Los músculos se contrajeron a su alrededor y gritó impúdico su nombre.

A ninguno le importó que pudieran descubrirlos, sólo la humedad que anidaba entre sus cuerpos.

Las oleadas de éxtasis le recorrieron de pies a cabeza. Eren no se apartó. Se quedó anclado sobre su cuerpo hasta que las vibraciones dejaron de replicarse. En otro momento de su vida, Levi se hubiera asqueado y lo hubiera apartado de un manotazo; ahora, quería que se quedara allí para siempre y que el tiempo no los estuviera esperando al otro lado de la puerta.

Eren cayó rendido a su lado.

—Estuviste fantástico. —Podría haber dicho «estuvo fantástico» o «qué bien me muevo», pero insistía en darle crédito—. ¿Te duele algo? ¿Te apreté mucho?

Levi pensó en un sinfín de bromas para hacerle.

—Estoy bien, mocoso. Me rompí los huesos en una explosión, no en un polvo.

Terminaron nuevamente en el baño, besándose como dos adolescentes apasionados, y compartiendo la bañera. El cuerpo menudo de Levi se acomodó con facilidad a sus brazos largos y fuertes. Eren le acarició el pelo, la frente, la barbilla con dedos más suaves que las promesas.

—¿Ya habías hecho esto antes? —preguntó Levi.

—¿No debería ser yo quien haga esa pregunta? —cuestionó Eren—. Sé que no soy el primero en tu cama o en tu corazón. Pero no importa, ¿sabes? No quiero reemplazar su recuerdo. Y tampoco quiero que hablemos de exclusividad. Sin ataduras.

Sus palabras no buen efecto en Levi, quien se escapó de sus brazos y se preparó para levantarse.

—Tampoco pensaba jurarte amor, mocoso creído.

La mano de Eren lo detuvo.

—No dije eso. ¿Quién querría andar con un viejo quejoso como tú? —Levi sonrió y le hundió la cabeza en el agua. Cuando se liberó, él añadió—: Me basta con que seamos tú y yo, aquí y ahora.

A Levi también le bastaba eso.

Ya tendrían tiempo de preocuparse por el futuro.


3.

Estaban compartiendo la cama cuando llegó el llamado a la guerra.

Levi Ackerman se sentía extasiado; su cuerpo era una amalgama de deseo, aire contenido y piel caliente. Eren se encontraba con la boca entre sus piernas, recorriéndolo con la lengua y los dientes, llevándolo al difuso límite entre el placer y el dolor. Él quería tenerlo a horcadas sobre su regazo, murmurando cosas sin sentido, con sus nalgas tersas rozado su pubis salpicado de vello suave al tacto, pero el muchacho deseaba probarlo en su máximo esplendor y Levi carecía de la fuerza necesaria para negárselo.

En aquella apasionada semana que habían compartido desde su primer encuentro —donde Eren apenas salía de la habitación para buscar comida y ropa limpia—, había descubierto que el mocoso era un ser muy persuasivo. Siempre encontraba una forma de obtener un «si» de su parte. Y también era demandante. Le gustaba dar y recibir placer a partir iguales, y Levi estaba fascinado con su cuerpo tan flexible y receptivo con sus atenciones.

Lo único que seguía lamentando era no poder verlo: encontrarse con sus ojos esmeraldas, ver sus propios dedos circundándole las caderas y deleitarse con su virilidad ardiente y sonrosada. Por eso se limitaba a evocar su recuerdo y transformarlo en el presente. Claro que no tenía punto de comparación, pero era lo que tenía a su alcance. Al menos de momento.

Faltaban pocos días para que el doctor Carsten le retirara las vendas de los ojos y entonces sabría la verdad: si no había perdido su visión o tendría que pensar en otro objetivo para su vida.

Su mente abandonó las divagaciones cuando su cuerpo, vil y traicionero, explotó de placer con un gemido entrecortado.

«Mierda», pensó.

Le hubiera gustado prolongar más el momento, pero Eren y su boca húmeda lo volvían una ardua tarea. Cuando estaba con él se sentía renovado, joven y libre, abrazaba esa parte de sí que el miedo y las pesadillas habían sepultado.

—Iré a lavarme los dientes —dijo Eren.

Se puso de pie, caminó hasta el baño y regresó a los pocos minutos con la boca oliendo a menta. Levi se acomodó a la izquierda para hacerle lugar en la cama y subió la manta hasta su cintura para ocultar su desnudez. Buscó la calidez que desprendía la piel de Eren, pero lo notó esquivo cuando le mordió el cuello.

¿En qué momento se había disipado el ambiente cargado de lujuria y complicidad corporal?

—¿En qué estás pensando? —interrogó Levi—. Cuando te quedas mucho rato en silencio es porque estás maquinando algo. —Ésa era la desventaja de conocerlo tanto: sabía interpretar sus pausas y sus silencios.

—Estaba pensando en nosotros.

—Creí que no querías hablar de exclusividad y ataduras —recordó Levi.

—Una de las primeras veces que hablamos, me dijiste que la culpa era la única razón por la cual quería ayudarte. Y, si bien no era así, me hace pensar en que quizás esto es fruto de la dependencia que has establecido conmigo.

—No seas imbécil, mocoso. Yo no dependo de ti, ni de nadie —aseguró, pero no estaba convencido del todo. Si sus ojos no volvían a la normalidad, su vida nunca sería la misma—. Pero si tanto te preocupa que sea verdadero, me largo antes de seguir perdiendo el tiempo en una farsa.

Levi hizo el amague de marcharse —esperando que él lo detuviera—, pero Eren se lo impidió. Su mano era fuego puro sobre su brazo; una corriente fría le recorrió la espalda.

—No es lo que quise decir…

—Entonces, ¿por qué mierda me estás diciendo esto? —inquirió Levi. ¿Quería hacerlo sentir mal? ¿Quería que se cuestionara todas las noches que habían compartido?—. Sé más claro.

Eren retuvo el aire dentro de sus pulmones y lo exhaló en forma de temor.

—Me da miedo que, cuando te quieren las vendas y vuelvas a ser el Capitán Levi Ackerman, ya no tengas un lugar para mí.

«Es joven e inseguro —pensó Levi. Su tono de voz no denotaba enojo o tristeza, solamente sinceridad—. Yo también fui así. —¿Cuántas veces había agobiado a Erwin con sus pensamientos más oscuros?—. No nos hemos acercado en las mejores circunstancias, pero eso no significa que sea mentira.»

Su mano presionó el hueco entre su cuello y su hombro, y lo atrajo hacia su cuerpo. Sus labios se encontraron en la oscuridad de sus ojos y se devoraron mutuamente. Los dedos de Eren viajaron hasta su nuca y profundizaron el contacto; Levi, por su parte, se bebió su aliento mentolado.

—Esto es lo suficientemente real para mí —susurró contra su boca—. Pero si quieres esperar…

Eren se quedó con la respuesta atragantada, pues alguien golpeó la puerta con brusquedad. El muchacho se separó y se apresuró a vestirse. No había terminado de colocarse los pantalones cuando volvieron a insistir.

—¡Un momento! —gritó; luego abrió la puerta—. ¿Qué sucede?

—¡Traigo noticias de la guerra! —exclamó el mensajero—. La Comandante Hange se prepara para enfrentarse al ejército marleyano. ¡Se ordena su inmediata presencia en las afueras de la muralla María!

Levi Ackerman sabía que aquel momento llegaría, que la guerra extendería sus brazos y los alcanzaría con sus afiladas uñas, pero no esperaba que fuera tan pronto. Justo cuando se sentía menos hundido en su miseria, llegaba el recordatorio de que su calma era prestada.

Se mordió el interior de la mejilla con tanta fuerza que se sacó sangre.

—¿Cuándo debo partir?

—Una escolta lo aguarda en el patio. —Eso significaba un «de inmediato».

Eren asintió.

Levi se quedó en la cama, sin saber qué hacer. No era bueno con las despedidas porque siempre implicaban una pérdida: su madre, Isabel, Farlan, Kenny y Erwin, nombres y rostros que latían en su memoria. Y no quería que Eren se uniera a la colección.

—Levi… —su susurro es ahogado, parecido a una súplica.

—No digas nada —pidió. Se llevó la manta hasta el pecho como si así pudiera protegerse de los malees del mundo—. Lo prefiero así.

—Sería egoísta de mi parte pedir que me esperes para quitarte las vendas, ¿verdad?

—Lo sería.

«He esperado todo un mes para saber si volveré a ver, cuestionándome el sentido de mi vida, y tú me pides que aguarde por ti cuando no tienes ningún derecho a exigirlo.»

Y, sin embargo, esperaría por él.