La miseria ama la compañía
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Condición: Enfermedad.
Epílogo
Hasta ver el atardecer
Diez años después del retumbar, Levi Ackerman se encontraba sentado en una mecedora con un niño dormido sobre sus rodillas.
Era una tarde cálida de otoño, a pesar del viento que agitaba las ramas de los árboles y arremolinaba las hojas en la entrada de la casa. Algunas tapizaban el suelo, pero ninguno se molestó en quitarlas, a pesar de que Edel había abandonado la costumbre de jugar con ellas.
«¿En qué momento creció tan rápido? —se preguntó Levi, invadido por una súbita nostalgia. Dentro de muy poco tiempo, el niño también dejaría de necesitar sus brazos para conciliar el sueño—. Parece que fue ayer que escuché su llanto por primera vez.»
Su respiración acompasada e imperturbable era el bálsamo que necesitaba para su frágil existencia. Saber que el niño podía dormir tranquilo, sin preocuparse por monstruos creados al otro lado del mar o por una guerra que no le pertenecía, lo confortaba aún más.
El mundo estaba en paz desde que el poder de los titanes había desaparecido.
El precio que tuvieron que pagar para salvaguardar el futuro fue muy alto: mujeres, niños y ancianos habían perecido bajo las pisadas de los titanes colosales. Se estimaba que el ochenta porciento de la población mundial había sido arrasada en la masacre.
Las naciones habían tenido que levantarse desde las cenizas, exceptuando por Paradis, cuyas murallas vivientes habían causado tal destrucción. Algunos países querían borrar a la isla de la faz de la tierra, pero no tenían ejércitos ni titanes para conseguirlo, por lo que los demás países optaron por dejarlos en paz.
Y así permanecían desde entonces.
Ellos vivían en una modesta casa en lo que otrora era conocido como el territorio de la muralla María. Agna lo había convencido para migrar allí. «Quiero campos abiertos, conocer los ríos y escuchar el canto de las aves.» Y Levi estuvo de acuerdo. En Sina aún quedaba un resentimiento político por no haber destruido a Marley por completo —como si el retumbar no hubiera causado tanto daño a nivel mundial— y, si bien la policía militar sofocaba cualquier movimiento radical, los jaegueristas no eran de fiar.
Edel no necesitaba conocer los rencores pasados. Él era una niño feliz, lleno de vitalidad, y así debía continuar. Agna decía que algún día tendrían que decirle la verdad, pero Levi abogaba por su ignorancia. Deseaba proteger su inocencia —como le hubiera gustado que hicieran en su infancia—, ya tendría tiempo para el resto.
Le pareció que se había quedado dormido cuando escuchó su voz.
—Nunca te quitaste las vendas.
—Me pediste que te esperara —recordó. Sus palabras lo acompañaban desde que despertaba hasta que se dormía, con un abrigo pegado a su piel. Por más que el tiempo pasara, su recuerdo seguía vivo—. Pero nunca regresaste.
Él se arrodilló junto a la mecedora y le tocó la mejilla.
—Quería hacerlo. De verdad que quería... Pero morir era la única forma de acabar con los titanes para siempre, para que Paradis pudiera estar en paz —aseguró. Durante varios años, Levi Ackerman había cuestionado su decisión para activar el retumbar, pero sus propias palabras lo contradijeron. En el mundo no había buenas o malas decisiones, sólo decisiones—. ¿Este niño es tuyo?
Levi le acarició los mechones que le caían sobre la frente.
—Edel no es mi hijo, pero es como si lo fuera —confesó—. Agna estaba embarazada cuando su esposo fue aniquilado en Marley y la noticia de su muerte fue lo que precipitó el parto. Agna cuidó de mí después de que te marchaste. Apenas podía caminar por su estado de gravidez, pero Zackly no confiaba ni en su propia sombra después del arresto de los jaegueristas, por lo que no le permitió abandonar el cuartel.
—Me alegra que rehicieras tu vida.
—Ella y yo no... Agna es una buena compañera. Sin ella y sin Edel... —La voz se le quebró—. Siempre pienso en esa habitación donde nuestra felicidad fue efímera y me preguntó: ¿por qué duró tan poco? Nos merecíamos más...
Sus frentes se unieron.
—Pienso lo mismo. —Se quedó un minuto en silencio—. Puedes venir conmigo ahora, pero eso implicaría dejarlos atrás para siempre.
Se sintió tentado a tomar la mano que le ofrecía. Después de tanto esperarlo, por fin estarían juntos.
Levi miró al niño que dormía plácidamente contra su pecho. También pensó en Agna, cuyo rostro no conocía, pero su compañía lo había mantenido con vida.
Mientras los titanes colosales arrasaban con las ciudades a su paso y el mundo entero contenía el aliento, Agna llevaba el confinamiento mejor que nadie. No podía dormir por las noches —el bebé lloraba, esperando a un padre que jamás conocería, y también cargaba con su propio dolor— y, sin embargo, encontraba la forma de distraerse y de confortarlo, contándole anécdotas de su pasado y cómo se había enamorado de su esposo fallecido. Juntos, crearon otro universo, donde sólo importaba el niño que mamaba de su pecho y sus propias vidas. Y, cuando la guerra terminó y la paz se firmó entre los sobrevivientes, trasladaron ese universo a los campos en flor del territorio María.
Edel lo llamaba «papá», pero algún día sabría que su verdadero padre había dado la vida por salvar su patria y para que él tuviera un futuro sin monstruos y sin murallas.
—No puedo dejarlos solos. Agna y Edel todavía me necesitan.
—Lo entiendo —respondió Eren. Su mano fría acunó su rostro y le entregó un beso cálido—. Ellos te tendrán toda una vida mientras tú serás mío por toda la eternidad. —Las lágrimas murieron en sus mejillas—. Es hora de que despiertes y te quites esas vendas. Hay un hermoso atardecer.
Cuando recobró la conciencia, Agna lloraba desconsoladamente sobre su pecho y el niño no estaba en sus piernas.
«¿Edel? ¿Dónde está Edel?» fue lo primero que pensó.
—¿Por qué estás llorando?
—¡Pensé que te habíamos perdido! —balbuceó entre lágrimas. Levi no comprendía su dolor—. Edel se despertó y empezó a señalarte, y cuando me acerqué a ti... —sollozó—. ¡Tu corazón se detuvo por unos minutos!
—Entonces fue real... —pensó en voz alta—. Todo fue real.
—¿Qué fue real, querido? —preguntó Agna—. No comprendo.
Levi no le contestó.
La envolvió con sus brazos para trasmitirle su tranquilidad; Edel se unió al abrazo de forma inmediata. Los tres corazones latieron al mismo tiempo, más vivos que nunca.
Las palabras de Eren Jaeger retumbaron en su mente. Los dedos se aferraron al nudo que ataba las vendas y lo deshicieron. Sintió que éstas resbalaban por su rostro y caían en su regazo. Su ojo derecho estaba ciego por completo, pues la cicatriz le atravesaba desde la frente hasta la mejilla; su ojo izquierdo absorbió la luz y los colores del mundo.
El rosa y púrpura del crepúsculo sangraba sobre las colinas y las copas de los árboles. Las aves cantaban en sus nidos y echaban a volar en distintas direcciones. El viento era suave y le traía las hojas de otoño: marrones, anaranjadas y rojas.
Eren tenía razón.
Aquel era un hermoso atardecer.
