¡Hola, chicos! Como siempre, aclaro que los personajes de CCS no me pertenecen, pero todo lo que verán en esta historia surgió de mi completa imaginación.
Todos los derechos reservados. ©
Queda terminantemente prohibida la copia parcial o total, así como el uso de escenas o la trama sin mi consentimiento.
Bueno a comenzar :D
La dama de medianoche
Capítulo 6
El tiempo pareció ralentizarse mientras la miel y la almendra se batían en ese interesante duelo que aceleró mis latidos; y ante la tensión que se respiraba entre ambos, inconscientemente mis manos se retorcieron un poco, siendo la única señal de ansiedad que me permití mostrar.
―¡Es un placer tenerlo por aquí, lord Wemberly! ―El saludo enérgico de Tomoyo, nos despertó a ambos del extraño trance y entonces el joven desvió su mirada hacia ella.
―El placer es todo mío, milady ―correspondió, inclinando su cabeza hacia ella.
Su voz era justo como la recordaba: vibrante, elegante, profunda y cadenciosa.
―Lamentablemente, los asuntos que está atendiendo el marqués con su abogado y su administrador lo han retrasado. Si gusta esperarlo, es bienvenido a tomar el té con nosotras ―dijo Tomoyo, señalando la mesa con un ademán.
―Si no interrumpo la amena charla que sostiene con su visita, me gustaría aceptar su proposición.
―¡Para nada! Será todo un honor contar con su compañía.
Ambos se giraron hacia mí y entonces mi amiga hizo los honores de presentarnos como lo dictaba la costumbre. Sin embargo, las voces me parecieron ecos lejanos ante el poder de esos orbes que me invitaron a hundirme en ellos de nuevo, captando la curiosidad que danzaba en las profundidades y que los hacía lucir alegres y traviesos, aun cuando mostraba un semblante mesurado al tener sus labios relajados y sus cejas pobladas ligeramente fruncidas.
―…del señor Fujitaka Kinomoto, un respetable miembro de nuestra sociedad. ―Al escuchar mi apellido, incliné mi cabeza por mero instinto―: Querida, él es Shaoran Li, conde de Wemberly. Un buen amigo de mi esposo.
«Shaoran Li», repetí en mi cabeza, como si buscara interiorizarlo y darle el nombre real al joven misterioso de mis recuerdos.
Él inclinó su cabeza y al enderezarse de nuevo, curvó sus labios hacia arriba.
―Un placer saber su nombre al fin, señorita Kinomoto.
Inexplicablemente, con esa mera frase, mis mejillas se calentaron. ¿Qué infiernos era eso? ¡No me reconocía a mí misma!
―¡Oh! ¿Ustedes se conocen?
Su risa masculina y suave llenó el espacio.
―Podríamos decir que tuvimos un encuentro interesante y por desgracia no pude saber su nombre.
Ese comentario me sacó de mi letargo y encendió mis ganas de desafiarlo.
―En realidad, usted comenzó a hablar conmigo sin presentarse y después se fue dejando un nombre falso, lo cual fue muy descortés.
―Apodo, en realidad. Pero si mi pequeña broma le resultó molesta, me alegra tener la oportunidad de disculparme y resarcir mi error. ―El destello en sus ojos que compaginaba con la bribona sonrisa en sus labios, me dijo que en realidad era todo lo contrario.
―Oh, vaya… Sakura no me había comentado nada.
―Porque no había nada importante que comentar en realidad ―dije, restando importancia con la mano.
Fruncí mi ceño, porque en vez de molestarle, su sonrisa se ladeó y comprendí el porqué de su alias: era un fanfarrón como el dios del caos.
―De acuerdo… ¿les parece si tomamos asiento? ―preguntó Tomoyo ante la tensión.
Ambos asentimos y como todo caballero, el joven esperó a que nosotras volviéramos a nuestros lugares para él ubicarse en el suyo, justo a mi derecha. Y mientras mi amiga organizaba todo con la sirvienta que había traído un nuevo servicio de té, me di mi tiempo de estudiarlo con disimulo. Su postura era derecha y distinguida, como la de todo noble, sin embargo, lograba proyectar un aura serena y hasta simpática, gracias ese gesto taimado que parecía imperecedero. A eso, le añadía el toque despreocupado y fresco que le daba su cabello ondulado al caer graciosamente por su frente.
La criada me obligó a apartar un segundo la mirada, al tomar la bandeja donde habían estado las galletas y suplantarla por otra. Sin embargo, como si se tratara de un imán, me vi tentada a posar mis ojos en él y no me pasó desapercibido que los suyos estaban sobre las golosinas que tenían el color verdoso de la menta; su ceño se frunció con obvia aversión.
―¿Cómo le gusta el té, lord Wemberly? ―preguntó Tomoyo.
―Dos terrones de azúcar y un poco de leche, por favor.
En ese momento mi amiga me dedicó una mirada larga y después una sonrisa descarada. Oh, cielos… esa mujer ya estaba imaginando la boda por un estúpido té.
―¿Le han hecho alguna maldad las galletas, milord? ―pregunté para desviar la atención de Tomoyo―. Noté la hostilidad con la cual las miraba.
―Pidiendo perdón de antemano, debo decir que la combinación de la menta y el chocolate no me es particularmente agradable.
―A nosotras tampoco nos gusta ―intervino Tomoyo, extendiéndole la taza.
―Entonces me siento libre de decir que son una aberración ―mencionó, haciendo una mueca y tuve que ocultar mi sonrisa detrás de la taza. Al parecer, el presumido tenía opiniones similares a nosotras.
―La cocinera insiste en prepararlas, aun cuando no las pido.
―Eso se debe a que son las favoritas del marqués y la señora Konoe lo consciente mucho.
Nuestras miradas se posaron en él de inmediato.
―Yo… pensaba que le gustaban las galletas de miel y avena.
―¿Estamos hablando de Eriol Hiragizawa, verdad? ―preguntó, alzando una ceja, y Tomoyo le dio un gesto afirmativo―. En los dieciséis años que llevo conociéndolo, jamás le he visto comer una galleta de miel y avena, las encuentra insípidas.
―¿Está seguro?
―Bastante. ―Hizo una mueca y prosiguió―: Que la verdad sea dicha, señoras, la mezcla de la menta y el chocolate es un tema vetado en nuestras conversaciones porque jamás nos ponemos de acuerdo.
Mis cejas se arquearon por completo al mirar a Tomoyo y su expresión no era muy diferente de la mía, y no era para menos porque el mismísimo marqués le había dicho a ella que las galletas de miel y avena eran sus favoritas, una tarde que mi querida amiga se las había ofrecido como merienda; me lo había contado en una de sus primeras cartas. ¿Podría haberle mentido? Porque con tantos años de amistad, no creía que fuera una confusión por parte de lord Wemberly. ¿Y por qué motivo lo habría hecho el marqués? Tras pensarlo un poco, llegué a una conclusión y no pude reprimir la sonrisa: él las comía para no hacerle un desaire a ella. ¡Lo hacía para agradarle a Tomoyo! Miré las galletas verdosas y por primera vez no sentí repulsión, ¡esa mezcla de mal por fin había servido para algo!
¡Ah! Si hubiéramos estado solas hasta hubiera dado saltitos de alegría y por el sonrojo que adornaba las mejillas de mi amiga, ella había llegado a la misma conclusión. Definitivamente, mi visión del marqués había comenzado a cambiar y me caía un poquito mejor.
―Ahm… I-imagino que habrá venido a discutir con mi esposo sobre el adelanto de la temporada parlamentaria ―intervino ella, tratando de recuperarse de su visible azoramiento.
―Es uno de los tantos temas a discutir.
―¿Es cierto que el rey está buscando la aprobación para la construcción de una nueva ala del palacio? ―no pude evitar intervenir. Lo había escuchado de lord Winslow antes de… de toda la situación que nos involucraba y no había tenido oportunidad de saber más.
Tras dar un sorbo a su té, él se limitó a dar su respuesta con un ligero asentimiento. Y como usualmente pasaba, luché con todas mis fuerzas para no decir algo inapropiado que pudiera meterme en problemas, mas no pude refrenar las palabras que salieron de mi boca cual siseo de serpiente:
―Pues si su majestad quiere gastar el dinero que al parecer le sobra, podría hacerlo en obras que sean de mayor utilidad para el pueblo de Aurennor.
Lord Wemberly alzó una ceja y me observó con fijeza, haciéndome creer por un momento que me reprendería o diría algo en mi contra; en vez de eso, curvó la comisura derecha de su boca.
―Bueno, al llevar a cabo este proyecto se generarán suficientes fuentes de empleo que les brindará alimento y bienestar al pueblo. ―Al ver que fruncía mi ceño, levanto su mano con tranquilidad y añadió―: Desde luego, no es mi opinión. Es la justificación de la propuesta.
―Entonces se deberían evaluar todas las alternativas en cuanto a prioridades ―acoté y le brindé mi propia justificación.
La guerra con Aegon el temerario había terminado cinco años atrás con la victoria de Aurennor, y si bien los aristócratas y los burgueses no nos habíamos visto afectados en gran medida, solo bastaba con pasear un poco por la parte pobre de la ciudad para ver los vestigios que aún quedaban de esa oscura época. La miseria, las enfermedades y la muerte habían dejado muchos huérfanos, y los orfelinatos no se daban a bastos. Lo que se reunía en los eventos de caridad no era suficiente para restaurar las viejas estructuras o ampliarlas, y ni hablar de las escuelas y los hospitales públicos: se estaban cayendo a pedazos. Y se debía acotar que esa era la situación en la capital; seguramente en el interior era peor.
Y nuestro rey quería ampliar el palacio… ¡Como si fuera necesario!
Después de pronunciar mi última palabra, mi primera reacción ante el incómodo silencio formado fue desviar la mirada para no encontrarme con el desagrado en la mirada del conde y el terror en el rostro de Tomoyo. Sin embargo… el espíritu de combate me envalentonó y cuadré mis hombros para afrontar la mirada cobriza porque, si bien me había dejado llevar un poco, no me arrepentía de ninguna palabra dicha. Era una situación totalmente injusta y estaba en todo mi derecho de expresar mi descontento.
―Bueno… Sakura es un poco… Es decir… ―El conde levantó su mano para interrumpir el intento de Tomoyo de "salvarme".
―No debe tratar de justificarla porque en realidad no es necesario ―dijo para mi sorpresa, con un rostro completamente serio. Inescrutable. Tragué grueso al ver su intención de continuar―: Hay una frase que me gusta mucho y se podría aplicar a este caso en particular: "La mejor manera de someter a los ignorantes, es fingir la normalidad".
―¿Ha leído a Kishaba? ―susurré el apellido de tan magistral filósofo, a lo que él sonrió.
―Me pareció una ávida lectora, ―Sus labios se estiraron hacia la derecha―, pero me complace comprobar que no solo lee novelas de romance.
Lo observé con fijeza, tratando de detectar algún atisbo de burla en su voz o en esos orbes que me escudriñaban con particular interés, y lo que descubrí fue que habían cambiado de color, volviéndose más claros al tomar las tonalidades del ocaso. Tuve que admitir que ese bribón tenía ojos muy lindos.
―Lamento interrumpir, marquesa. ―La voz del mayordomo me despertó y violentamente dirigí la mirada a las galletas. Incluso me obligué a tomar una y masticarla.
«Ya basta, Sakura. ¡Tú no eres así!».
―Oh, cielos ―el susurro de Tomoyo reclamó mi atención y en ese instante la vi levantarse―. Tengo que excusarme un momento, ha pasado algo en la cocina que debo supervisar.
Casi me atraganto al escucharla.
―Ahm… Tomoyo… No creo que a lord Wemberly le parezca apropiado…
―La doncella de la señorita Kinomoto está presente, así que por mi parte no hay problema ―mencionó él con una tranquilidad impresionante, mirando a Chiharu que se sonrojó en el acto. Bueno, por lo menos yo no era la única sensible a sus ojos―. Vaya tranquila, lady Reever, estoy seguro que encontraremos un tema agradable con el cual entretenernos mientras usted regresa.
―Vuelvo en un par de minutos ―canturreó ella y sin darme tiempo de replicar, Tomoyo siguió al mayordomo que lucía un poco confundido.
Entonces lo entendí. ¡La estrangularía! ¡Juraba que lo haría por dejarnos solos con toda intención!
Lo miré de reojo, el conde parecía estar muy tranquilo, contrario a mí que odiaba los mutismos, porque me sentía forzada a decir algo para romperlo. Lo peor era que no se me ocurría nada, ¡estaba en blanco! Así que solo atiné a hacer lo que podía: tomar la taza ya vacía del caballero y volver a llenarla, agregando en ella sus dos terrones de azúcar y leche.
―Se lo agradezco.
―No hay de qué.
Lord Wemberly removió con calma la ya tibia infusión y le dio un sorbo, entonces esbozó una diminuta sonrisa satisfecha, demasiado perfecta, demasiado encantadora… y atrayente, porque parecía guardar mil y un secretos. Entonces mi boca exteriorizó mis pensamientos sin pasar por el filtro de la razón:
―Es un seductor.
Bajé la mirada, azorada, al verlo toser y observarme con claro asombro en su rostro.
―¿Disculpe?
―Oh, dios… y-yo no quise… lo siento mucho.
―Yo creo que lo dijo con toda intención ―musitó, limpiando su boca con una servilleta.
―N-no quise decir que es usted un calavera, s-sino ese tipo de hombre que disfruta de tener la atención femenina. Ya sabe, s-su postura proyecta seguridad en sí mismo, su actitud es magnética y por su puesto… es apuesto ―señalé, siendo presa de los nervios.
Con lentitud dejó la taza encima de la mesa para observarme directamente, y contrario a lo que esperaba, no había molestia en su expresión sino más bien… diversión.
―Lamentablemente, el físico viene de la herencia familiar y la seguridad de la crianza propia de un noble.
Asentí y debí mantener mi boca cerrada, mas no pude resistir la tentación de realizar una última pregunta:
―¿Y la actitud?
Pareció pensarlo un poco y después sonrió.
―La simpatía me pertenece y estoy orgulloso de ella ―me guiñó un ojo, haciendo surgir un sonrojo―. Pero si en verdad quiere saber si soy tan seductor como cree, puede preguntar a las matronas de la sociedad. Ellas parecen conocer nuestras vidas mejor que nosotros mismos, ¿no lo cree?
Ladeé mi cabeza y le di un punto silencioso en ese aspecto. Volví a estirar la mano para tomar una galleta y me la llevé a la boca. En eso, volví a escuchar su voz:
―Y ya que usted ha hecho un comentario que podría considerarse indiscreto, ¿puedo hacer yo lo mismo?
―Ya me disculpé por ello y usted, como todo un caballero, lo dejará pasar ―expresé con mi mejor sonrisa encantadora.
Él se quedó mirándome, como si estuviera estudiándome y me vi forzada a mantener mis mejillas alzadas todo ese tiempo, hasta que me liberó al desviar su atención de nuevo a las galletas. Suspiré y cuando estaba por cantar victoria, volví a escuchar su voz sugerente:
―Bueno, en vista de que no conseguiré mi respuesta… asumiré entonces que ya terminó de leer el Librillo del Mal.
Casi me atraganté y comencé a toser, lo cual provocó su risa. Y no se trataba de una forzada y educada, típica de los nobles, no; era alegre, ligera, tenía matices agradables que la hacían sonar tierna y muy contagiosa. Así que tuve que reprimir el impulso de unirme a ella porque, en teoría, se estaba riendo de mí.
―Tomaré su reacción como un "sí"―retomó con voz risueña.
―P-pues si lo he leído, ¿algún problema?
―Todo lo contrario, así podremos retomar nuestra conversación y debatir sobre el giro que le dio Suzuki a "Llamas en el paraíso".
Tras la mención de la historia, los recuerdos de la Sociedad volvieron a mí y pude vislumbrar en mis memorias a la mujer que había ido vestida de rojo, poseedora de una sonrisa enigmática: la responsable de tan emocionante novela. ¡Una mujer como yo! El orgullo emergió a mis labios y me olvidé de toda sensación de incomodidad y rivalidad.
―Fue inesperado y necesario para darle el toque emocionante que necesitaba la historia para augurar el clímax.
―Podríamos decir que el cuerno de la batalla ha sido tocado entonces ―añadió y bebió un sorbo de su té.
―Aunque siendo sinceros… hubiera sido más interesante revivir a Hakel.
Su risa se hizo presente otra vez y me dedicó su mirada destellante de picardía.
―Sí, hubiera sido interesante, pero sabemos que el Hacedor de Sueños es especialista en el romance épico, así que la resurrección de Hakel no es posible.
―Tiene razón… Una lástima en verdad porque hubiera agregado tensión a la relación de Arkadiel y Hana.
―Le gusta que el mundo arda, por lo que veo ―dijo, mirándome de reojo.
―Un poquito de fuego no hace daño.
―En eso, señorita, le doy toda la razón. ―No supe si fue por la entonación, su mirada, su sonrisa ladeada… o quizás fue todo el conjunto lo que me hizo sonrojar―. ¿Puedo asumir entonces que, si usted lee Pasiones Líricas, la marquesa también lo hace?
Tuve que controlarme muy bien para no denotar la sorpresa provocada por su pregunta, y solo después de estirar mi mano para coger una galleta, di mi respuesta en voz clara y mesurada:
―El hecho de que seamos amigas, no significa que tengamos gustos idénticos. ―Le di un mordisco a la galleta, y viendo que él seguía en silencio, continué―: Podría ponerlo de ejemplo a usted y al marqués, no porque él tenga predilección por la menta con chocolate, a usted le gusta. Así que sería un error de mi parte asumir que lee el librillo solo porque usted lo hace.
―Oh, desde luego que lo lee. ―Mi cara sorprendida se giró por completo hacia él, encontrándome con su sonrisa taimada.
―¿Lord Reever lee el Librillo del Mal?
El arco se extendió mucho más.
―Lo hace, pero ¿quién se atrevería a cuestionarlo con esa expresión tan intimidante?
Buen punto, porque yo definitivamente no me atrevería.
―Sé que es un hombre muy educado y culto, Tomoyo me lo ha dicho, aunque no lo tenía por lector de romance.
―Posiblemente, a ningún hombre. ―Hice una mueca y cabeceé ligeramente, porque aun cuando sabía que había hombres que leían Pasiones Líricas, no eran la mayoría―. No nos vemos identificados con la mayoría de los protagonistas masculinos y los romances extremadamente dulces pueden empalagarnos, pero en mi caso, y me atrevo a hablar por el marqués también, nos gusta vernos inmersos en ambientes fantásticos, en las batallas, y disfrutamos de las pruebas a las que someten a los personajes que los hace crecer y evolucionar. Y desde luego, ver como una relación surge poco a poco, es encantador.
―Vaya… entonces le va el género bélico.
―Soy de gustos variados, como usted, aunque admitiré que me van las novelas épicas, llenas de misterio y un toque de suspenso.
―Por lo menos no dijo "terror" ―musité.
Su risa efervescente se hizo escuchar.
―Veo que es un común denominador que las damas le huyan al género de terror.
―Oh, no se deje engañar ―dije, cogiendo otra galleta―. Hay mujeres que afirman tenerle animadversión a los libros de miedo para parecer delicadas, cuando en verdad les fascina.
Eso lo había dicho pensando en una mujer en particular, Naoko Yanagizawa. Era una gran amiga y la quería mucho, sin embargo, era el tipo de mujer que no dudaba en usar sus grandes habilidades actorales para salirse con la suya, así había pescado a su marido.
―Dios nos libre entonces de sus tácticas diabólicas ―rio.
―No me dirá que ustedes se presentan ante nosotras como realmente son ―le cuestioné, alzando una ceja.
―Golpe bajo, pero valido ―me señaló con la galleta, sonriendo, y después la mordió.
Solté un suspiro, en realidad no podía reprocharse tal actitud a ninguno, porque aun cuando los hombres gozaban de mayor libertad, a todos nos entrenaban desde la infancia con un único propósito: darle honor a la familia al obtener un matrimonio conveniente. Las amistades desaparecían, la vergüenza se dejaba de lado, y si se debía pisotear a alguien, se hacía; todo para lograr obtener a los diamantes de la temporada.
Ridículo, triste… y real. El mercado matrimonial era en extremo competitivo… y yo estaba por unirme de nuevo a él. Me recorrió un escalofrío.
―Su mente ha viajado lejos ―escuché su voz ondear y enseguida parpadeé para enfocarme.
Aclaré mi garganta.
―Volviendo al tema… ―Tomé la tetera y me serví más té―. Entonces a usted le entretiene el contexto de las historias del librillo, no el romance.
―Dije que me resultaba encantador y sí lo disfruto ―enfatizó―. Puedo perderme en las páginas del Hacedor de Sueños como lo haría con el Amo de los Suspiros también.
―¿Lee a Yoshida? ―pregunté casi en un susurro, sintiendo que mi corazón aleteaba.
―¿Por qué no lo haría? ―se encogió de hombros―. Su prosa es preciosa y detallada.
―Es un romance dulce y usted dijo…
―Dije que un romance dulce podría llegar a empalagar, pero el caso del Amo de los Suspiros es diferente. No solo se trata del cuidado con el que entreteje la trama, de las batallas, o sus descripciones precisas; sus romances son tangibles, entrañables… y evocan memorias. Eso se debe a que "él"… ―hizo énfasis en esa palabra y ladeó la cabeza, como haciendo querer ver que en realidad podía ser una "ella"―, tiene una habilidad para transmitir emociones que no tiene cualquier escritor. Es único y es muy bueno, por eso tiene mi respeto y lo leo.
Tuve que bajar la mirada a mi regazo para que el conde no viera en mis ojos la emoción que sentía desbordarse de mi corazón. Sabía que muchos admiraban mi trabajo y una prueba de ello había sido mi pase a la Sociedad de la Fruta Prohibida, pero que un hombre… un hombre como Shaoran Li que parecía ser tan versado, opinara tan bien de mi trabajo, me llenaba de un extraño jubilo que… el no sonreír resultó imposible.
Era orgullo, sí, mucho orgullo. Y eso me impulsaba a querer ir más allá y crecer como escritora.
―Tiene razón ―dije al fin y sujeté mi taza para ocultar mis labios sonrientes.
―Sabe… ―atrajo mi atención. Al posar su taza sobre la mesa, me miró―. Es refrescante encontrarse con personas que realmente interpretan la lectura y se sumergen en ella… Espero no me esté engañando con una de esas artimañas femeninas que me comentó porque eso destrozaría mi corazón.
No me resistí. La risa surgió por sí sola y no se trataba de una risa modulada como las que debíamos proferir las damas, era una risa con todas sus letras que me sacó lágrimas y, por extraño que pareciera, le brindó calidez a mi corazón que él se hubiera unido a mí, porque eran pocas las personas con las cuales se podía ser sincero y reír de tal manera sin tener miedo de ser estigmatizado.
Magnifico.
―Las risas sinceras y melodiosas como la suya deberían escucharse más a menudo, ¿no le parece, señorita Kinomoto?
―La suya también lo es, por si no lo ha notado.
―Vaya, soy un seductor de risa agradable, ¿puedo tomarlo como un cumplido?
―Oh, lo es, lo es ―logré decir, mientras me secaba una lágrima―. Y con respecto a su comentario, sería muy osado de mi parte intentar engañarlo siendo usted un hombre que lee tanto.
―Lo que le dije aquel día es cierto: leer brinda libertad y nos permite desconectarnos de esta realidad tan mezquina ―suspiró―. En los libros, los personajes son libres de hacer lo que quieren y de amar a quien ellos quieren, algo que en definitiva pasa muy poco en la vida.
―Eso es muy muy cierto ―dije, sintiendo como mi interior se agitaba―. Las reglas, las obligaciones y el decoro nos atan. ¿Cómo es posible que esperen que podamos escoger a nuestra futura pareja con conversaciones frívolas y dirigidas? Y ni siquiera se puede bailar con gusto porque: un solo baile se considera apropiado, dos es casi un compromiso, y un tercero ¡un escándalo! ―Negué con la cabeza―. Sujetarle la mano a una dama por más de veinte segundos se considera indecoroso…
―Y ni hablemos de lo que puede causar un beso a la reputación de una mujer.
Mi primera reacción fue el sonrojo, pero al mirarlo, noté que sus labios estaban estirados y satisfechos, como si en verdad estuviera entretenido con la conversación.
―L-le doy totalmente la razón ―sonreí.
―Pero afortunadamente, señorita Kinomoto, ―Se inclinó hacia adelante un poco y fijó sus ojos cálidos en los míos―, nosotros pertenecemos a la facción que han roto con esas cadenas, ¿no es así?
Esa simple frase me recordó todo lo que había empezado a vivir, así que no podía estar más de acuerdo.
Varios pasos se escucharon a lo lejos rompiendo ese encanto, el conde volvió a su posición original y yo traté de disipar el calor de mis mejillas. Algunos segundos después una sonriente Tomoyo volvió a aparecer… y no venía sola. A su lado caminaba un hombre alto de cabello oscuro, hombros anchos… y una mirada azulada tan gélida como el mismísimo hielo. Dios… mis hombros se encogieron porque era Eriol Hiragizawa en persona.
―¡Eriol! ―El conde se levantó y yo le imité.
―Lo siento, Shaoran ―expresó el marqués, en un tono de voz grave y reposado… sin alterar la expresión pétrea de su rostro. Extendió su mano y ambos se saludaron―. Mi reunión previa se extendió más de lo estimado.
―Tranquilo, me entretuve conversando con tu encantadora esposa y su buena amiga.
En ese momento, ambos hombres me observaron y sentí mis mejillas arder.
―Es bueno verla, señorita Kinomoto.
―L-lo mismo digo… su señoría… Espero no le moleste que haya… venido.
―Es la mejor amiga de mi esposa, así que siempre será bienvenida. ―Aun cuando había dicho tan amables palabras, su semblante no cambió ni un poquito.
Tragué grueso y agradecí como debía. Por un momento vi el debate cruzar por esas piscinas de invierno, como si estuviera esforzándose en continuar con la conversación, pero al final asintió con ligereza y, para mi fortuna y alivio, devolvió la atención hacia su amigo.
―¿Fuiste a visitar a tu hermana?
―Te mandó saludos y una reprimenda por no ir a visitarla en su claustro; sus palabras, no mías ―se rio.
Ante ese trato tan personal, pensé que en verdad parecían muy buenos amigos, de esos que compartían anécdotas, carcajadas y secretos… Entonces sí cabía la posibilidad de que lord Reever leyera Pasiones Líricas. ¡Oh, cielo santo! Moría por estar a solas con Tomoyo y decírselo, así que agradecí cuando lord Reever señaló hacia la puerta:
―Vamos a mi despacho, el tiempo es valioso.
―Por supuesto. ―El joven se despidió de Tomoyo y después se giró hacia mí; en ese momento las comisuras de sus labios se estiraron hacia arriba y no pude evitar hacer lo mismo―. Espero verla otro día.
―Será un placer, su señoría.
Contra todo pronóstico, tomó mi mano y dejó un beso en los nudillos cubiertos, provocando una descarga que me recorrió el brazo de ida y vuelta varias veces, mientras él me mantuvo prisionera entre sus dedos… y en sus ojos. Y solo cuando me liberó, dejando el frío en su lugar, descubrí su intención al escuchar sus palabras:
―Veintiún segundos. ―Un guiñó disimulado y siguió los pasos de su amigo hacia afuera del salón.
―¡¿Qué fue eso?!
No respondí a la pregunta de Tomoyo, porque solo podía pensar en que Shaoran Li era en verdad… un bribón seductor que me caía mucho mejor. Y como si quisiera demostrar que mis pensamientos eran ciertos, lo escuché a lo lejos:
―¿En serio, Reever? ¿Galletas de miel y avena?
La risa se me escapó nuevamente porque muy en el fondo me había esperado una travesura así de parte de lord Wemberly.
―Oh, cielos. No sé si sentir pena por Eriol ―dijo Tomoyo.
―Yo lo haría porque es obvio que se lo sacará en cara cada vez que lo vea.
―¿Tú crees… de verdad crees que Eriol haya… fingido que le gustan las galletas de miel y avena por mí? ―preguntó, jugando tiernamente con sus dedos.
Esbozando una sonrisa, la tomé de las manos y enseguida ella me miró con sus enormes ojos azules y esperanzados.
―Estoy completamente segura. ―En ese momento sonrió con un adorable sonrojo en sus mejillas―. Así como lo estoy de que me dejaste sola con lord Wemberly con toda intensión.
―Y por lo que vi funcionó a la perfección, así que no te quejes. ―Mostró su sonrisa traviesa y movió sus cejas―. Es un hombre encantador, Sakura. ¡Y le gusta viajar! Regresó a Aurennor hace tres meses de un largo viaje por Alhid, ¡imagina todas las aventuras que tiene para contar! Dicen que es un reino lleno de leyendas, magia y secretos, ¿no?
―Ay, Tomoyo… ―negué con la cabeza.
―¡Y es viudo! ―anunció, sorprendiéndome.
―¿Viudo? ―Ella asintió―. Pero… se ve muy joven.
―Lo es… tiene treinta y un años ―suspiró―. Su esposa falleció de una grave enfermedad de los pulmones dos años después de casarse, según sé.
―¿La habrá… amado?
―No sabría decirte… Eso fue hace como dos o tres años, no estoy segura.
Sentí mi corazón comprimido porque aun si no llegó a sentir un profundo amor por ella, una perdida siempre provocaba dolor… y soledad.
―Bueno, bueno, al menos dime que disfrutaste de su compañía.
―Ahm… yo…
―Atrévase a decir que no ―me retó mi doncella, cruzada de brazos, y obviamente no pude refutarla―. Y es obvio que él también la disfrutó mucho porque no dejó de sonreír y le tomó la mano por más de veinte segundos, ¡los conté!
―E-eso no quiere decir nada.
―Oh, claro que sí ―dijo Tomoyo, aplaudiendo―. Debo hablar con lady Rosmond por si las dudas, pero estoy más que segura que en su lista resalta el nombre de Shaoran Li. También tendré que hablar con Eriol y sonsacarle a qué eventos irá el conde. ¡Ah, qué emoción!
Que dios me asistiera… ¿en qué me había metido? Y todo por un estúpido té… y una conversación encantadora.
Y aquí tienen el sexto capítulo de este viaje :D Quiero agradecerles un montón por sumarse a él y mostrarme su compañía a través de sus comentarios :)
¿Qué tal este segundo encuentro? Fue una deliciosa conversación entre galletas y té que, si se dieron cuenta, estuvo rodeada de coquetería, aun cuando en un principio parecían querer lanzarse dardos xD Y pudimos descubrir varias cosas de este encantador conde que supo meterse en el bolsillo a nuestra Ama de los Suspiros. Además, le dio a entender que no le parece mal que el Amo pueda ser una Ama y eso provocó en ella felicidad y orgullo.
También vimos que tiene una cuñada para nosotras… digo… tiene una hermana y ¡es viudo! Datos muy importantes que anotar y que nuestra querida lady Suspiros debe tener en cuenta ;) más cuando su amiga querida la empuja a los brazos del conde. ¡Que viva la marquesa!
Mi agradecimiento especial a mis lectores cero WonderGrinch y lord Pepsipez por su valiosa revisión y comentarios.
Y in más nada que decir, quiero darles las gracias por acompañarme a través de sus opiniones, las cuales siempre espero con mucha ilusión y me animan a seguir creando para ustedes :D
¿Qué nuevos eventos le esperan a nuestra Ama de los Suspiros? Tendremos que seguir leyendo ;)
Un beso enorme,
CherryLeeUp
