¡Hola, chicos! Como siempre, aclaro que los personajes de CCS no me pertenecen, pero todo lo que verán en esta historia surgió de mi completa imaginación.
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Bueno a comenzar :D
La dama de medianoche
Capítulo 7
Shaoran Li
Desde el alféizar de la ventana de mi despacho podía ver claramente como el sol comenzaba a descender, brindándole un tenue rubor a las nubes. Desvié la mirada hacia mi escritorio; una pila de documentos que debía firmar estaba en una esquina, una lámpara en el lado contrario, y en el centro una carpeta de cuero negro que había dejado allí apenas regresé a casa. En ella estaba resguardado mi último trabajo, y si bien no era el mejor hasta la fecha, me sentía satisfecho conmigo mismo porque después de tanto tiempo sin hacerlo, las ideas habían llegado sin problemas. Solo había bastado con humedecer la pluma en la tinta para que las letras fluyeran al papel sin lucha y sin tanto cuestionamiento.
Una sensación magnífica en verdad… y la había extrañado.
Cerré mis ojos, ¿cuánto había pasado desde un momento parecido?, ¿cuánto tiempo sin experimentar tal dicha por estar rebozado de ideas? ¿Cuánto? Ah… ya lo recordaba: una tarde de otoño. Las hojas amarillentas y melancólicas habían danzado en el aire aquel día… y sentado en ese mismo alféizar había dejado que toda mi ira, dolor y añoranza se convirtieran en palabras desgarradoras, tanto que las páginas fueron consumidas por el fuego después de haberlas leído.
Liberador, en verdad liberador, porque a medida que se habían ido formando las cenizas, pude volver a respirar tras seis meses de llorarla, extrañarla, y de evadirme con ayuda del alcohol.
Y viendo esa misma chimenea había tomado una decisión trascendental: el redescubrimiento para poder seguir viviendo conmigo mismo.
Abrí los párpados y volví al presente, enfocando de nuevo mi atención en la carpeta negra. No sabía qué había marcado el cambio, pero me sentía como si al fin hubiera podido mojar mis labios con agua después de meses de sequía, y ansiaba encontrar esa fuente divina para beber de ella hasta sentirme saciado.
Dos golpes en la puerta me distrajeron y en ese momento vi que mi fiel mayordomo y protector iba entrando con su peculiar sonrisa tranquila.
―Su señoría, el marqués de Reever y el señor Yamasaki han llegado.
―Hazlos pasar, Wei ―respondí, levantándome.
―¿Debería traer algún refrigerio?
―Conociendo a Takeshi, que sea prácticamente una cena ―me reí―. Tiene un estómago sin fondo y lo sabes.
―Y por eso me preparé con antelación, señor ―mencionó, haciendo una inclinación de cabeza.
Después de eso, abrió la puerta del despacho de nuevo y se hizo a un lado para dejar pasar a los únicos a quienes yo llamaba amigos. Como siempre, Eriol no tenía ningún tipo de expresión en su rostro, haciéndolo lucir amenazador e impasible; nada más alejado de la realidad, por supuesto. Mientras que Takeshi, a pesar de necesitar un bastón para ayudarlo con su marcada cojera hacia la derecha, producto de una caída de caballo, tenía estiradas las comisuras de su boca hacia arriba en una sonrisa casi perpetua que hacía entrecerrar sus ojos, y apenas se podía evidenciar el café de sus irises.
―¡Alioth, jodido demonio! ¡Te extrañamos estos días en el club! ―saludó alegre, usando el apodo particular que me habían dado en el colegio.
―Si hubiera ido al club, no tendrías nada para leer hoy, Asgot ―enfaticé el suyo, dándole la mano―. Y somos dioses, no demonios.
―Algunas dicen lo contrario. ―Takeshi movió sus cejas, haciéndome reír―. Pero bueno, te perdonamos por faltar a nuestro ritual. Estoy deseoso de revisar lo que tienes para mí ―dijo, frotándose las manos.
―Me imagino ―me reí y desvié la mirada a Eriol―. ¿Qué tal las cosas, Azruel?
―¿No les parece que esto es de niños?
Un "no" burlón salió de nosotros, haciéndolo resoplar. Caminé hacia el escritorio y tomé la carpeta.
―Ten, Takeshi, destrózalo con gusto.
―¡Sí, señor! ―Dejó su bastón a un lado para tronarse los dedos, y después se colocó sus lentes―. Me aislaré por un rato, señores, ustedes son libres de hablar de lo que quieran.
Negué con mi cabeza al verlo sentarse con un poco de dificultad en uno de los muebles, extendiendo su pierna lastimada al frente; cuando Takeshi estaba en su rol de editor, era el único momento en el que se le podía ver con un semblante templado y lleno de concentración. El mundo podría estarse cayendo a pedazos a su alrededor y él no se daría cuenta. No escuchaba y no veía nada que no fueran las letras que formaban el manuscrito a revisar. Y lo entendía, claro que lo entendía porque a mí me pasaba lo mismo al escribir.
―¿Gustas de un trago? Wei debe estar por traer algo para comer ―dije, volviendo la mirada a Eriol.
―Querrás decir: traerle algo de comer a él ―señaló a nuestro callado amigo, mientras se sentaba en uno de los sillones que tenía frente a mi escritorio.
―Podríamos pescar algo ―me reí, caminando hacia la licorera.
―Lo dudo, gruñe más que un perro cuando se trata de comida.
Mientras llenaba los dos vasos de cristal con el radiante líquido ambarino, lo inspeccioné de soslayo. Eriol era del tipo de persona que solía ocultarse tras una pared impenetrable y solo pocos, contados con una mano, habían logrado conocerlo a profundidad; y en nuestro caso, pues… se podría decir que ese nexo se había formado a los quince años gracias a los puños, un poco de sangre, un ojo morado y un labio partido. Estúpido, quizás, pero era un lazo que había perdurado en el tiempo y gracias a eso podía ver perfectamente a través de esa rigidez y temple que parecían tan arraigados en él por su crianza peculiar.
Regresé sobre mis pasos y le tendí la bebida en el momento que Wei entraba con una bandeja cargada de aperitivos. Mi anciano mayordomo no se molestó en ubicarla en alguna mesita donde todos pudiéramos picar; la dejó justo frente al editor que no dudó en acercarla más a él para atacar a gusto, y se volvió a sumergir en lo suyo.
―Te lo dije.
―Si metemos la mano en la bandeja, nos morderá ―me reí y Eriol cabeceó, dándome la razón.
Cuando Wei volvió a salir en perfecto silencio, me permití saborear el primer trago antes de abordar temas serios, porque sabía que parte de esa conversación me agriaría el estómago.
―¿Pudiste hablar con tu agente? ―pregunté sin rodeos.
Eriol asintió.
―No le hablé de nuestras sospechas porque no quise condicionarlo… Después de todo, nos basamos en el resentimiento que el duque te profesa para desconfiar de él.
―Uno que es mutuo y, de hecho, juró vengarse de mí en público, por si no lo recuerdas. ―Mi amigo frunció el ceño y asintió―. Si tu agente es tan bueno como me dijiste, no tardará en incluirlo en su lista de sospechosos.
―Para ser víctima de hostigamiento, no te veo muy preocupado ―acotó, alzando su oscura ceja.
Suspiré… esas mismas palabras me las había dicho cuando le confié mis conjeturas de que alguien me estaba siguiendo. No sabía desde cuándo, pues había comenzado a sospechar dos semanas atrás, y era… agotador el tener que estar alerta en todo momento cuando salía de casa; motivo que me llevó a pedir consejo.
La primera pregunta de Eriol había sido si desconfiaba de alguien, y aunque ningún nombre salió de mi boca, ambos pensamos en la misma persona: Hirokazu Sanada, el duque de Chadwick, uno de los hombres que se creyó dueño de mi vida en el pasado.
―¿Te dio alguna sugerencia? ―pregunté, retomando.
Eriol movió su vaso en forma circular y me miró.
―Que sigas fingiendo que no sabes nada al respecto; él se sumará a la persecución porque es la única manera de dar con las lombrices, y una vez que las tengamos…
―Daremos con el verdadero interesado en joderme la existencia ―completé por él―. Muy listo tu agente… Entonces no me queda más que ponerme en sus manos y esperemos que nos lleve a la verdad ―dije y ofrecí mi vaso al frente en un brindis, agradeciéndole con ello su valiosa ayuda que me permitiría deshacerme de ese viejo senil, porque estaba casi seguro de que era él quién me tenía bajo vigilancia.
Fruncí el ceño al recordar que la temporada estaba por iniciar y de solo pensar en encontrármelo, se me quitaban las pocas ganas que tenía de asistir a algún enveto social que demandara mi presencia.
Sacudí la cabeza y decidí enfocarme en el otro tema que tenía que discutir con Eriol, uno más agradable porque no había nada mejor que apoyar a un amigo.
―Por cierto, ¿seguiste mi consejo? ―Su respuesta fue un bufido y desvió su mirada azulada―. Tomaré eso como un no.
―No es tan sencillo.
―El que diga que el matrimonio es sencillo, está mintiendo con descaro. ―Me apoyé en el escritorio y lo señalé con la mano que sostenía el vaso―. Aunque tiene su lado divertido y debo admitir que lo de las galletas te sumó puntos.
―¿Dejarás eso de lado alguna vez? ―siseó.
―Cuando surja otra cosa por la cual burlarme, por supuesto ―respondí con una sonrisa socarrona.
Eriol se dejó caer en el respaldar de la silla en actitud molesta, tratando de ocultar su contrariedad tras un ceño fruncido, pero su careta no duró mucho tiempo.
―Sabes muy bien por qué me casé.
―Como todo noble. ―Di un trago―. Eso no quiere decir que no puedas darte una oportunidad con ella.
Permaneció callado por un momento y después negó con la cabeza.
―Somos completamente diferentes ―musitó, cambiando su postura al apoyar los codos en sus rodillas―. Parece ser una mujer apacible y muy dulce, por eso siento que espera todas esas sensiblerías que no van conmigo.
―Pues, para no gustarte las sensiblerías, lo hiciste bien con las galletas.
―¿Puedes olvidarte de las malditas galletas? ―ladró con su mirada relampagueante―. Solo fue por amabilidad… Bastante tiene con acostumbrarse a mí y mi carácter.
―Tarea muy difícil. ―Alcé mis manos al escucharlo gruñir.
Eran pocas las veces en las que Eriol se permitía expresar más allá de lo que mostraba su máscara de hielo; momentos como ese donde su confusión y frustración hacían mella en él, haciéndolo sentir vulnerable y no como el gran marqués de Reever que él hacía ver a los demás: un hombre implacable, impenetrable e imperturbable; una fachada necesaria cuando se era tan poderoso.
―Bien, dices que son diferentes, pero en realidad eso no es malo ―continué―. Míranos a nosotros: a ti hay que sacarte las palabras a los golpes, mientras que Takeshi no para de parlotear a menos que tenga un manuscrito en sus manos. ―Cabeceé en su dirección; el desgraciado solo se movía para coger otro bocadillo.
―Y tú eres un cabrón entrometido.
―Y yo soy un buen amigo que interviene cuando debe, querrás decir ―corregí―. El punto es, amigo mío, que somos completamente diferentes y nos llevamos bastante bien.
―No es lo mismo.
―Claro que lo es. ―Posé mi mano libre en su hombro y le sonreí―. Nos dimos la oportunidad de conocernos, date esa oportunidad con tu mujer también. Obsérvala y haz el esfuerzo de conversar con ella. Y cuando digo conversar no se trata de dejarla hablar y hablar como seguramente has estado haciendo. ―Su resoplido me dio la razón―. Descubre qué puntos tienen en común o en cuales se complementan, te garantizo que eso abrirá el camino que tú mismo te cerraste hace tanto tiempo.
Arrugó el entrecejo porque entendió perfectamente lo que quise decir. Eriol había pasado por una decepción bastante desagradable años atrás, y había decidido cerrarse mucho más para no salir lastimado otra vez, volviéndose incluso indiferente con la vida. Pero ¿valía la pena? Desde luego que no y él lo sabía, Takeshi y yo se lo habíamos dicho hasta el hartazgo. Sin embargo, las costumbres autodestructivas siempre eran difíciles de dejar, y bien que lo sabía yo. Así que, para terminar de sembrar la idea en su cabeza, añadí:
―Ya no se trata solo de ti, amigo mío, se trata de ustedes dos. Así de simple.
―Shaoran, mi meta era una sola: cumplir con mi deber de engendrar un heredero… Lo demás que ella hiciera no debería ser de mi incumbencia, siempre y cuando sea recatada…
―Pero le estás tomando cariño ―completé y bebí un trago.
Su respuesta fue un largo y pesado suspiro que me sonó a victoria.
―Hace surgir en mí un sentimiento de protección que tenía tiempo sin experimentar ―gruñó como si estuviera molesto consigo mismo.
―¿Te parece que eso es algo malo?
Eriol negó con su cabeza con lentitud y entre cruzó sus dedos en el cristal del vaso.
―Solo es difícil de aceptar ―resopló―. Me he vuelto más detallista en cuanto a ella y sus necesidades… Por eso noté que está agotada y preocupada por la mascarada.
―¿Le preguntaste algo al respecto?
Negó con su cabeza y me observó con fijeza, parecía cansado, aunque más calmado que en un principio.
―Le dije que confiaba plenamente en ella y que pasara lo que pasara, esa noche yo estaría de pie a su lado, como su esposo.
Me reí y palmeé su espalda con ánimo.
―¡Eso en definitiva te habrá sumado varios puntos más!
―El asunto es... ―Aclaró su garganta mientras arreglaba el cuello de su levita―… que quiero compensarla por su esfuerzo y dedicación.
―¿Alguna idea en mente?
Afirmó con la cabeza.
―Sé que le gusta la música y, casualmente, dejó caer sobre la mesa que Thornton está en la ciudad.
―¿Casualmente? ―canturreé en una sonrisa ladina.
―Casual y con demasiado ánimo, me temo ―correspondió el gesto.
Me reí y él se unió como pocas veces lo hacía.
―Lo vi en la Sociedad hace tres días y al parecer dará un concierto en dos meses. Función única como siempre.
―¿Crees que…? ―Desvió la mirada y se dio toques en la sien, algo que solo hacía cuando estaba indeciso. Y aun sabiendo lo que quería pedirme, no quise presionarlo. Solo esperé a que diera el paso hacia su liberación y felicidad al lado de su bella esposa, porque si de algo estaba seguro, era que esa chica le haría mucho bien. Tomando aire, lo dejó ir―: ¿Crees que puedas conseguir entradas para nosotros? Sería más sencillo a través de ti que mover otras influencias.
Sonreí, satisfecho, y asentí.
―Dalo por hecho.
―Y si puedes, incluye una para la señorita Kinomoto, estoy seguro de que a Tomoyo le complacerá que su amiga esté allí.
El recuerdo de la peculiar dama se coló en mi cabeza. No era para nada lo que se esperaba de una señorita en edad casadera; era educada, sí, pero tenía sagacidad, humor, ingenio y sabía cómo llevar una conversación interesante y mantenerla, o por lo menos eso era lo que había podido ver en las dos ocasiones que nos habíamos encontrado. Eso me agradaba, porque no era común conseguirme con personas con las cuales pudiera debatir libremente, más si se trataba de una mujer, porque eran pocas las veces en las que las damas se salían de lo establecido como correcto.
Y en físico, pues… era muy bonita. Primero estaba el color de su cabello que no era rubio; aunque tampoco podría calificarse como castaño sino más bien como un dulce miel. Sus facciones eran delicadas y algunas pecas coronaban esa respingada nariz, que se arrugaba cuando hacía su particular mohín. Era menuda y delicada, sin embargo, estaba llena en las zonas adecuadas por lo que había podido ver gracias al escote de su vestido. Y sus ojos… había una inocencia en esos irises verdosos que permitía ver a través de ella, pero también había algo oculto que incitaba a ser descubierto, y a mí en definitiva me gustaban los enigmas.
¿Tendría que ver con los libros que ella leía? Después de todo, había dejado en claro que seguía el trabajo de Murakami. Sonreí y removí el vaso aun cuando ya no había licor en él, mientras me preguntaba: ¿Hasta dónde habría llegado con sus lecturas escandalosas?
―Conseguiré una para ella también ―acepté y de inmediato pensé que debía conseguir una para mí, porque sería muy divertido hacerla salir de su zona cómoda y ver hasta dónde podía llegar. Especialmente porque las presentaciones de Thornton eran… interesantemente indecorosas, en cuanto a las dramatizaciones que acompañaban a sus piezas musicales. Algo que me guardé para mí―. Te avisaré cuando las tenga.
―Gracias.
―No hay de qué, una esposa feliz garantiza un lecho feliz.
―No discutiré mi vida privada contigo ―resopló.
―Oh, deberías. ―Me acomodé en mi silla y pasé las manos por detrás de la cabeza―. Quizás podría darte unos consejillos, después de todo, tu bella mujer lee mis historias.
―¡¿Tomoyo lee Pasiones Líricas?! ¿Te lo dijo? ―preguntó más con curiosidad que con indignación.
―En realidad, me lo dijo nuestra curiosa y estimada señorita Kinomoto ―sonreí y no estaba mintiendo.
Si bien ella no me lo había afirmado, era muy bueno leyendo a las personas y el lenguaje corporal de la chica de lindos ojos verdes, lo había gritado a los cuatro vientos.
―No puedo creerlo…
―Pues créelo.
―Siendo así, podrías prestarle una de tus frases para que la seduzca y así se acabarán todos sus problemas ―intervino Takeshi de repente―. De hecho, recomendaría algunas de las que están aquí, su señoría, porque son realmente buenas.
―En dado caso de recitarle algo del Librillo del Mal a mi mujer, preferiría mil veces escoger una cita de Yoshida que de Murakami ―puntualizó Eriol, alzando la comisura izquierda de su boca y yo le respondí de igual manera.
―Eres un bastardo traidor.
Él se encogió de hombros y fue hacia la licorera para servirse otro trago, momento en el que me permití visualizar en mi mente a la pequeña dama que se ocultaba tras el seudónimo, vestida de azul medianoche.
Una mujer. Eso lo había sospechado desde que había comenzado a leer sus escritos; demasiado delicados, coloridos, armoniosos e impregnados de sentimientos abrazadores, capaces de hacer suyo cualquier corazón. Una habilidad maravillosa y envidiable sin duda, que solo podía pertenecer a una dama apasionada, aunque no me había esperado que fuera una tan joven y entusiasta.
―Cada vez me dejas más impresionado ―dijo Takeshi, sacándome de mis recuerdos. Dejó la carpeta encima del escritorio y sonrió―. Has mejorado mucho desde aquellos escritos que te descubrimos en la universidad. Te has vuelto más detallista y tu prosa es elegante, sofisticada, poética, y lo mejor es que sigues evolucionando. Estoy orgulloso.
―¿Pero? ―Él alzó una ceja y yo me limité a sonreír―. Siempre existe un "pero" detrás de tus adulaciones.
―Me conoces bien.
―Demasiados años siendo mi editor.
―En realidad no tienes demasiadas correcciones, es más una cuestión de estilo y eso te lo estoy diciendo desde que regresaste de Alhid ―suspiró―. Shaoran, estás dejando que un tinte melancólico se apodere de tus letras.
―¿Has recibido alguna queja? ―pregunté, arqueando una ceja.
―Ninguna… En realidad, es algo que solo un ojo entrenado como el mío podría detectar, o quizás alguien que se dedique a estudiar tu obra ―dijo en tono sardónico―. El asunto es que está allí y que va en crecimiento.
―Bueno… Un poco de melancolía no hace mal.
Takeshi desvió la vista, gruñendo, y una exhalación pesada vino desde la licorera, donde Eriol nos daba la espalda. Después de eso ninguna palabra fue dicha, dejando que el silencio nos absorbiera ante su reticencia de mencionar algo que, prácticamente, era un tabú entre nosotros desde que ellos mismos me habían rescatado de ahogarme en alcohol en ese mismo despacho: mi viudez. Una sonrisa pequeña, pero significativa, apareció ante tal manifestación de lealtad y amistad; sin embargo, ya no era necesario.
No, ya no lo era porque había comprendido muchas cosas durante esos dos años que estuve de viaje por el reino de Alhid… Una promesa, una decisión y una vida. Mi vida, y eso debía hacérselos saber.
―No se debe a Natsumi ―expresé con tranquilidad, algo que llenó sus caras de sorpresa e incredulidad―. ¿Me sirves un trago, Azruel? La conversación lo amerita.
Eriol parpadeó un poco antes de asentir, sin quejarse de su apodo como normalmente lo haría. Se giró de nuevo a la licorera y en vez de hacer lo que le había pedido, trajo consigo la botella y la dejó en el centro del escritorio, junto a tres vasos cristalinos que él mismo sirvió en estricto silencio.
―Entonces… ―Takeshi dejó su frase en el aire y dio un largo trago como si se estuviera dando fuerza para hablar, pero nada más salió de su boca.
Al final fue Eriol quien realizó la pregunta:
―¿Has logrado superarlo?
―Podríamos decir que he llegado a una especie de comunión conmigo mismo y con los recuerdos ―respondí, moviendo el vaso entre mis manos.
―Cada escritor deja en sus escritos parte de su alma y la tuya, amigo, tiene una tristeza que aprieta el corazón… ―mencionó Takeshi y dio otro trago a su bebida antes de decir―: Si no es por Natsumi, ¿entonces a qué se debe?
Lo que él decía era verdad, un escritor dejaba parte de sí mismo en cada letra escrita, cada frase y hasta en las pausas que brindaban ritmo y matices a los párrafos, y lo mejor de todo, porque no lo veía como algo malo, era que se hacía de forma inconsciente. No se podía evitar, no se podía controlar, porque todo lo que plasmaba un escritor en un papel venía directo del corazón. Así que sí, mis escritos habían tomado un aire melancólico y añorante, pero no se debía a la pérdida de mi esposa… ya no.
―Es la soledad ―musité y di un buen trago.
―¿Soledad? ―cuestionó Takeshi, alzando su ceja y yo asentí soltando un suspiro.
―Cuando estuve en Alhid, comprendí que estaba haciendo todo mal… ¿Por qué vetarla de mis labios? ¿Por qué privarme de los recuerdos cuando me hacen sonreír? ¿Por qué condenar al olvido a una persona tan maravillosa como lo fue ella? ―Negué con mi cabeza y sonreí, sintiendo como mi corazón se llenaba de una calidez muy agradable, esa que me acompañaba cada vez que la remembraba―. No, Natsumi no se lo merece… Y así como ustedes mismos me dijeron incontables veces, entendí que recordarla, seguir viviendo y ser feliz es la mejor forma de honrarla. Fue como redescubrirme a mí mismo y por eso volví, dispuesto a cumplir las promesas que le hice, pero… ―Un suspiro pesado abandonó mis labios.
―¿Pero? ―preguntó Eriol.
―Al regresar a casa empecé a notar cosas que antes no como: el tamaño de la mansión, de la cama, de la mesa ridículamente larga… y el silencio. ―Hice una mueca de desagrado con los labios―. Tuve que alquilar un pequeño departamento en el centro para poder escribir, porque es tan abrumador que ofusca.
―No nos habías dicho eso… ―dijo Takeshi.
―No lo consideré necesario porque es cuestión de acostumbrarse, supongo. Solo ha pasado poco más de tres meses desde que volví ―me encogí de hombros―. ¿Quién sabe? Quizás llegue un momento en el que me fastidiará el sonido de la ciudad y buscaré de nuevo el silencio para escribir ―me reí y después alcé el vaso en dirección a Takeshi―. He allí el motivo, señores, mi nueva amante, mi musa, es la soledad.
Luego de eso, el mutismo regresó al salón, aunque era más llevadero o por lo menos así lo sentía. Ya no había motivos para ella fuera un tabú; Natsumi había sido una mujer maravillosa y mi deber como su esposo era inmortalizarla como debía ser, pero sin dejar de vivir. Eso ya se lo había dicho a mi madre y a mi hermana, y me animé a decírselo también a Eriol y Takeshi. Acabaría la historia del Librillo del Mal en honor a ella, y también buscaría reinventarme, porque había hecho una promesa y debía cumplirla.
―Pues… no nos queda más que decir que felicidades. ―Eriol asintió a las palabras de Takeshi―. Estamos contentos por ti.
―No se pondrán sentimentales ahora, ¿verdad? ―me burlé.
―Tendrás que esforzarte más si me quieres ver llorar ―dijo el editor y luego se frotó las manos―. ¿Y qué piensas hacer para reinventarte? ¿Un nuevo libro, tal vez?
―Es posible…Tengo varias ideas sueltas, pero debo sentarme a estructurarlas y ver si son suficientes para un libro o una nueva trama para Pasiones Líricas.
―Sea lo que sea lo estoy esperando ―palmeó la superficie del escritorio―. Pero trata de desterrar esa melancolía de este nuevo proyecto. Tu estilo es reconocible, Shaoran. Haces surgir pasiones y le permites al lector desligarse de las hipocresías de la sociedad. Esa es la misión que tienes con las personas que siguen tu trabajo, recuérdalo.
―Siendo así, no podré iniciar en un futuro próximo, porque te reitero que mi nueva mejor amiga es la soledad ―resoplé.
―¿Y por qué no mejor te buscas una nueva esposa? ―La pregunta de Eriol nos dejó en total mudez y no pude evitar mirarlo como si le hubiera nacido otra cabeza… y quizás una cola.
―¿Estás hablando en serio? ―logré decir un minuto después. Él asintió con seguridad―. ¿Acaso ahora tomas el té con mi madre, Azruel?
Eriol resopló y sirvió un poco más de licor en su vaso, entonces fijó su mirada profunda en mí.
―Lo has dicho: la mejor forma de honrar a Natsumi es viviendo. Entonces vive, crece desde lo que aprendiste con ella y fórjate un futuro estable.
―Lo estoy haciendo.
―Solo ―acotó, frunciendo ligeramente su ceño―. Quieres avanzar con tu propio pie, quieres reinventarte como escritor y eso está muy bien, pero ¿no sería más sencillo para ti si tuvieras una nueva inspiración? ¿Un nuevo y cálido motivo por el cual escribir que duerma en tu lecho? Además, ―Una sonrisa diminuta y pendenciera apareció en su boca―, tú mismo lo dijiste: el matrimonio no es tan malo y tiene excelentes beneficios a la hora de desfogarse.
Esa vez quien bufó fui yo porque odiaba que usaran mis palabras en mi contra, pero… maldita sea, sí que sonaba lógico.
―Bien, aquí va el tullido ―dijo Takeshi, dejando el bastón sobre el escritorio―. Saben que soy un soltero empedernido y lo seré hasta mi muerte, sin embargo, comparto la opinión de Eriol. Si te sientes solo, haz algo para remediarlo. No tienes que anunciar en el diario que estás buscando una esposa, solo sal y diviértete.
―Como si no lo hiciera ―resoplé.
―La Sociedad no cuenta, imbécil. ―Me señaló con su dedo como una reprimenda―. Vuelve a las fiestas, conoce personas nuevas y no te niegues si surge algo. Es lo que ella hubiera querido.
Natsumi había gozado de un corazón grande y una generosidad infinita, así que no dudaba de eso. Ella siempre había querido mi felicidad, incluso en su lecho de muerte… El problema era yo, porque aun cuando estaba consciente de que tenía un deber que cumplir, como todo noble, no me sentía preparado del todo porque no sabía si podría volver a sentir algo igual por otra mujer. Una conexión, un respeto, una pasión, una admiración y un cariño genuinos que muchos no tenían la dicha de conocer.
―Lo pensaré ―fue lo único que me animé a decirles y eso los dejó satisfechos y en cierto modo esperanzados, porque como el mismo Takeshi dijo, no había sido un "no".
Tiempo y una botella entera después, observé partir su carruaje de mis dominios, aunque Eriol se esmeró en dejar unas cuantas advertencias sobre mis perseguidores; sin embargo, lo que se quedó en mi cabeza como palabras susurrantes, incluso durante la solitaria cena, fue su consejo sobre una nueva esposa. Y quizás buscando una guía, una señal de lo que debía hacer, mis pies tomaron un rumbo claro.
Los sirvientes solían iluminar los pasillos que comúnmente se usaban, por lo que tuve que coger una lámpara de aceite para ir al lugar que quería.
A medida que avanzaba por el gran corredor, podía ver en las paredes los retratos de todos aquellos que habían llevado sobre sus hombros la responsabilidad de portar los títulos de condes de Wemberly, hombres y mujeres que no sonreían, pero que proyectaban un aura regia y digna, incluso… mi madre y el anterior conde, un hombre de expresión rígida al que pocas veces llamé "padre" porque no lo mereció.
No queriendo gastar ni un segundo más en él, pasé a la única pintura que era totalmente diferente.
Alcé un poco la lámpara y me encontré a mí mismo en el óleo… con ella a mi lado. Tan sonriente y tan vivaz con su cabello negro suelto, justo como vivía en mis memorias. Dolía, sí, todavía seguía doliendo, aunque de una forma distinta porque ya no sentía la misma opresión en el pecho que me quitaba el aliento y me obligaba a sollozar.
Ahora me apetecía hablar de lo que habíamos vivido y de lo afortunado que fui a su lado, de nuestras aventuras, de nuestras experiencias y de lo que Natsumi me había enseñado, porque todo eso, aun cuando ella ya no estaba, aun si volvía a casarme, todo eso se quedaría conmigo.
Por siempre.
Le sonreí y toqué la pintura, había sido terriblemente dichoso porque a pesar de que nuestro matrimonio se había dado por una jugarreta sucia del anterior conde y del duque de Chadwick, ambos habíamos decidido hacerlo funcionar, ser felices juntos y avanzar de la mano. Mi esposa, mi amante, mi cómplice, eso había sido para mí y por eso siempre tendría un lugar especial en mi corazón, uno que le pertenecería solamente a ella. Sin embargo… eso no quería decir que no pudiera albergar a otra persona.
Aunque no tentaría la suerte.
Sí, tenía un deber que cumplir, con la nobleza y conmigo mismo por la promesa que le había hecho a ella, pero era algo que debía meditar con calma. Se trataba de mi vida, mi felicidad, y esa vez no dejaría que escogieran por mí.
―Creo que ellos tienen razón… ―musité―. Es hora de buscar una nueva fuente de inspiración… ¿No lo crees, querida? ―le dije a su sonrisa serena y cálida―. Y un poco de ayuda no me caería mal, porque ansío encontrar una persona que me impulse a seguir escribiendo las prosas más vehementes. Tengo una reputación que mantener, ya lo sabes ―me reí―. Que Dios me ampare, estoy por meterme en la boca del lobo, pero no por eso deja de ser interesante y emocionante.
―Señoría. ―Me giré hacia el eco de la voz de Wei, quien estaba al final del pasillo―. Si saldrá esta noche, debe prepararse ya. Sabe que teñir su cabello lleva su tiempo.
Y también lo requería el quitar esa mezcolanza cuando regresaba y que me dejaba oliendo como un maldito rosal por tres días, quise agregar… No obstante, mantener al buen escritor separado del conde era casi una obligación.
Miré de nuevo el retrato y sintiendo como la seguridad se apoderaba de mí, asentí. El tema de mi nueva condesa lo llevaría con calma, así el asunto pendiente que tenía con Chadwick, pero el reinventarme como escritor y crear algo nuevo… ¡mis manos ardían por ello! Y el mejor lugar para conseguir asesoría y saber de las nuevas tendencias, en definitiva, era la Sociedad de la Fruta Prohibida.
―Vamos, Wei. Será una noche interesante y Murakami debe salir a la luz… o más bien, a la noche.
Además, me había esforzado para atraer a la Ama de los Suspiros a mis redes, y ya que lo había logrado, no podía dejarla esperando, ¿verdad?
Y aquí tienen el séptimo capítulo de esta nueva historia :D Y quiero agradecerles un montón por acompañarme a través de sus maravillosos comentarios que siempre leo y me animan a seguir escribiendo :)
¡Oh, vaya! ¡Tenemos confirmación! El erudito y el conde son la misma persona, bah, ya lo sabíamos xD Pero que él nos narrara este capítulo nos permitió conocerlo un poco más, aunque deja varias dudas :O ¿Quién será este duque que parece estar siguiéndolo? ¿Cómo murió su esposa? :( La cual vemos que sí amó mucho, al punto de hacerla su musa.
También vimos que tanto la Ama de los Suspiros como Sakura llamaron su atención… ¿Será que se darán cuenta pronto de que se han estado viendo dentro y fuera de la Sociedad? ¡¿Y cómo es eso que él atrajo a la Ama de los Suspiros a sus redes?! Pues tendremos que seguir leyendo ;)
Mi agradecimiento especial a mis lectores cero WonderGrinch y lord Pepsipez por su valiosa revisión y comentarios.
Millones de gracias por apoyarme y estar presentes a través de sus opiniones, las cuales siempre espero con mucha ilusión ;)
¡Vámonos a la Sociedad de nuevo! ¿Qué tipo de encuentro veremos en esta ocasión? Tendremos que seguir leyendo ;)
Un beso enorme,
CherryLeeUp
