¡Hola, chicos! Como siempre, aclaro que los personajes de CCS no me pertenecen, pero todo lo que verán en esta historia surgió de mi completa imaginación.
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Queda terminantemente prohibida la copia parcial o total, así como el uso de escenas o la trama sin mi consentimiento.
Bueno a comenzar :D
La dama de medianoche
Capítulo 10
«Puedo hacerlo, ¡sí puedo hacerlo!».
Eso era lo que me había estado repitiendo los últimos treinta minutos, mientras observaba desde el otro lado de la calle como entraban y salían las personas de aquella librería. No obstante, mis pies se negaban a moverse.
Con manos temblorosas, abrí mi pequeño bolso y saqué un papel que tenía cinco nombres anotados en una letra pulcra, clara y ligeramente inclinada hacia la derecha. La sonrisa nació al recordar el momento tan único e intenso, que había pasado en compañía de Murakami en aquella terraza. A pesar de no estar en obligación de compartir conmigo parte de su saber y su guía, lo había hecho con tal amabilidad y desinterés que había creado en mí la necesidad de retribuirle con mi mayor esfuerzo.
Y por eso estaba allí.
Volví a guardar la lista que él había escrito para mí y observé de nuevo la librería; en esos últimos tres días había estado averiguando con ayuda de mis doncellas ―especialmente de Chiharu que conocía a tantas personas―, sobre los lugares donde podía adquirir los libros de esos autores de romance erótico. Y después de tanto revisar había marcado esa tienda como mi lugar de "asalto".
―Infiernos ―musité y mordí mi labio.
Había planeado todo con especial cuidado: el momento exacto para escapar de casa sin ser vista, el disfraz, mi actuación y lo que debía decirle al vendedor al momento de pagar, rogando al cielo que no me reconocieran con la redecilla negra que cubría parte de mi rostro. Todo para nada.
Miré hacia abajo y gruñí al observar la falda sencilla de color azul y la camisa blanca que había pedido prestada a Rika para no atraer la atención…
―A este paso terminaré asaltando también el guardarropa de mi padre o el de Naoki ―me reprendí en un suspiro.
Si bien la solución sencilla a mis problemas hubiera sido enviar a alguna de ellas, no quise involucrarlas más allá de las averiguaciones que habían hecho para mí, porque esa misión representaba parte de mi crecimiento como escritora y también… también estaban mis críticas a las personas que se escondían para leer el Librillo del Mal.
Estaba obligada a hacerlo, tan simple como eso, pero… era tan difícil. Y no se debía a lo que podrían pensar los demás de mí, eso me tenía sin cuidado… sino más bien por papá. A pesar de ser considerado un hombre de mente abierta, no estaba segura de qué haría si le llegaban comentarios sobre su hija leyendo de erotismo. Cerré mis ojos y traté de visualizar esa escena: si él me enfrentaba, no tendría forma de justificarme sin decirle sobre mi pasión por la escritura y… No, simplemente no soportaría enfrentar una mirada despectiva y reprobatoria de su parte, eso me rompería el corazón.
No quería ser juzgada por él o que rompiera mis ilusiones y me obligara a abandonar mi sueño. ¡Incluso podría adelantar mi matrimonio con el marqués! Mi cuerpo tembló y me tuve que abrazar a mí misma; tenía miedo… mucho, pero no quería dejarme vencer. No sin haberlo intentado al menos.
―¿Podría explicarme por qué lleva más de quince minutos allí parada, con expresión de condenado ante la guillotina? ―La voz masculina y risueña me hizo dar un brinco.
Con el pulso acelerado, miré hacia la derecha y me encontré con la sonrisa ladeada e infantil de Shaoran Li, que hacía destellar sus ojos bribones. Mis mejillas se sonrojaron ante la descarga de emociones que recorrió mi cuerpo, en especial por el recuerdo de la escena que había descrito en aquel balcón… imaginándolo a él. Sacudí la cabeza para despejar tales pensamientos impropios y aclaré mi garganta:
―¿L-lord Wemberly, qué hace por aquí?
―¿Le han mencionado que no es educado responder una pregunta con otra? ―cuestionó, sin borrar su sonrisa.
―Es posible que faltara a esa clase ―refunfuñé, cruzándome de brazos―, así como usted faltó a la que decía que no puede aparecerse de la nada ante una dama.
―Punto y partido para usted, señorita Kinomoto ―inclinó levemente su cabeza, al tiempo que se despojaba de su sombrero de copa, revelando ese cabello chocolate que bajo el sol mostraba tonalidades rojizas―. Entonces… ¿responderá a mi pregunta?
―No es nada en realidad, solo estoy esperando a alguien. ―Al verlo cruzarse de brazos y arquear su ceja, supe que no me había creído ni un poquito―. Imagino que usted debe estar muy atareado hoy, ¿no es así? Un hombre de su posición siempre tiene cosas que hacer.
El conde ladeó su cabeza hacia la derecha y poco a poco fue dibujándose en sus labios esa sonrisa sesgada, que parecía ocultar un chiste secreto que todos querríamos saber.
―En honor a la verdad le diré que sí, pero estoy seguro que esto será mucho más entretenido que la reunión con mi administrador.
―Pero… ¡es su obligación!
―Su preocupación me conmueve, señorita Kinomoto. ―Se rio con ligereza―. Para su tranquilidad le diré que mi cita es dentro de dos horas, así que…
―Increíble… ―musité, negando con la cabeza.
―Bien, si la señorita no me quiere decir, puedo intentar adivinar, ¿no lo cree?
―Usted puede preguntar, pero yo decido si quiero responder.
―Sé cómo obtener mis respuestas, señorita, no se preocupe.
Se llevó los dedos al mentón y frunció ligeramente el ceño mientras me escrutaba de arriba abajo. Mi cuerpo se llenó de pequeños espasmos, casi imperceptibles, pero allí estaban, y eran provocados por esos ojos cálidos de verano que me recorrían como si estuvieran acariciándome. Eso hizo que el calor volviera a mis mejillas y desvié la mirada.
―A juzgar por su actitud previa y su constante vigilancia a la librería, imagino que desea comprar un libro ―musitó, llamando mi atención―. Y debe ser uno de dudosa reputación como para haber robado la ropa de alguna de sus doncellas para adquirirlo.
Di un respingo y mi rostro ardió mucho más al verme descubierta, entonces él apretó sus labios para no carcajearse allí mismo.
―¿E-en serio… he atinado?
―¡Es grosero que se burle de una dama! ―lo regañé, tratando de parecer lo más digna posible.
―Oh, yo jamás me burlaría de una dama, me río con ella que es diferente ―dijo y me guiñó un ojo―. Vamos, allí la tiene. Déjela ser libre.
Él comenzó a reír de tal forma que no pude seguir aparentando estar molesta; me uní a tan extraordinario sonido, atrayendo la atención de aquellos que paseaban a nuestro alrededor. Era maravilloso lo que hacía una risa, su admirable poder, y más cuando se compartía. Me sentía tan ligera, tan contenta… que por esos breves segundos me olvidé de todos mis problemas y de mis preocupaciones, siendo suplantados por esa misma sensación de familiaridad, complicidad y alegría que había sentido aquel día en casa de Tomoyo.
Nada más importaba, solo el rato ameno que estábamos compartiendo.
―Bien… lo admito, es ridículo hasta para mí ―dije, secando una pequeña lágrima―. ¿Cómo me reconoció?
―Su cabello.
―¿Eh? ―pregunté, e inconscientemente me llevé la mano a uno de los mechones que caían por los laterales de mi rostro.
―Es una tonalidad poco común.
―Yo diría lo contrario… es bastante común y un poco insulso ―musité.
―¿Llamaría insulsa a la miel? ―preguntó con una sonrisa cariñosa que me hizo sentir tímida―. Es un color precioso, incluso parece un pecado cubrirlo con eso ―señaló la papalina.
―Yo… eh… gracias ―le sonreí con sinceridad porque eran pocas las veces que recibía halagos por mi cabello.
El conde aclaró su garganta y asintió.
―Retomando: la vi y no pude evitar acercarme para ver si estaba bien.
―Aunque no lo hizo como debía ―le remarqué en tono juguetón.
Él se encogió de hombros.
―Preferí estudiar un poco antes de actuar.
―Bueno… si usted logró reconocerme, esto no habría engañado al vendedor ―suspiré, señalando la redecilla del tocado.
―No, para nada ―rio con mesura, mas no lo acompañé esa vez.
Volví a suspirar y miré de nuevo la librería.
Si me iba sin los libros tendría que resignarme porque no podría hacerlo después, no cuando me había costado tanto salir en plena luz del día sin ser notada. Farfullé una retahíla de improperios que harían sentir orgulloso a cualquier marinero; tanto que había alardeado con mis doncellas, sobre lo sencillo que sería entrar en esa estúpida tienda y allí estaba, inmóvil, y casi dando vuelta atrás.
―Si son libros tan terribles, ¿por qué no le pide el favor a alguno de sus sirvientes? ―preguntó de repente lord Wemberly, sacándome de mis pensamientos.
Mordí mis labios y desvié la mirada, porque no quería ver en esos irises que tanto me agradaban la decepción. Le había dicho tantas cosas sobre la libertad de leer y el poder del conocimiento, criticado a las personas frente a él y… Para que negarlo, sentía vergüenza de mí misma.
―Señorita Kinomoto ―musitó atrayendo mi atención. Su sonrisa se había desvanecido y en su lugar había un semblante indulgente que no me gustó―. Si bien dijimos que pertenecemos al grupo divertido y libre de la sociedad, eso no quiere decir que no tengamos nuestros límites. Quizás, este es el suyo y eso no es malo.
―No es eso… ―susurré.
―¿Entonces?
Bajé la mirada y observé como mis dedos se retorcían y jugueteaban con los cordeles de mi pequeño bolso, ¿cómo hacerle entender lo que temía sin sonar hipócrita? Y cómo si hubiera entendido mi agonía sin escuchar palabra alguna, sus dedos enguantados se posaron en mi mentón con la suavidad de un pétalo y me instaron a elevar la mirada, encontrándome con una pequeña sonrisa gentil y su solícita mirada estival.
―Tranquila, puede decirme.
―Es que… No crea que le dije mentiras el día que nos conocimos, por favor ―susurré apenas.
―No lo he puesto en duda en ningún momento ―dijo, negando con su cabeza.
―El asunto es… No me importa lo que piensen de mí, pero mi padre… ―Tragué grueso y cerré mis ojos, sintiendo como sus dedos abandonaban mi mentón.
―¿Qué ocurre con su padre?
―Bueno… hemos tenido una situación tensa estos días y… apenas lo hemos arreglado ―le conté, sin entrar en detalles porque no era pertinente―. No me gustaría que él se volviera a molestar conmigo por la clase de libros que quiero leer. Y estoy segura que el comentario le llegará, porque si usted me ha reconocido lo hará cualquiera de ellos ―cabeceé al frente, hacia las personas que entraban y salían del establecimiento.
―Las personas no desestiman cualquier oportunidad para cotillear y destruir reputaciones ―comprendió él, cruzándose de brazos, y yo asentí.
El conde giró su cabeza hacia la librería y observó con expresión serena, momento en el que me permití admirar con cierta libertad su perfil. Su mentón era fuerte, sus cejas pobladas y masculinas, y tenía unos labios que no eran ni muy finos ni muy gruesos… y extrañamente me transmitían cierta sensación de familiaridad. Como si no fuera la primera vez que los detallaba, ¿lo habría hecho de forma inconsciente en la mansión de los Hiragizawa? No era algo descabellado dado el grado de… atracción que sentía hacia él.
Porque si bien era inocente para algunas cosas, no era tonta.
No sabía la naturaleza de la afinidad que sentía, pero me transmitía comodidad y eso ya era decir mucho, en comparación con otros caballeros.
―Dígame el nombre de los libros. ―Se volvió a mí de repente, haciéndome desviar la vista con rapidez para que no notara mi inspección previa―. Yo los compraré por usted.
―Le agradezco mucho, milord, pero es algo que me gustaría hacer por mi cuenta.
Al verlo de reojo, me encontré con su semblante pensativo
―¿De qué género son?
Con las mejillas ardiendo, miré de un lado a otro antes de susurrarle mi respuesta:
―Romance… erótico.
Su sonrisa ladeada no se hizo esperar, haciéndome sonrojar mucho más.
―Murakami se sentirá traicionado ―rio con ligereza.
«Pues fue él quien me envió a comprarlos», pensé con ironía, haciendo una mueca.
―Entonces déjeme crear una distracción para usted.
―¿Eh?
―Entraremos juntos y yo atraeré la atención del vendedor y las personas que estén adentro; así usted podrá ir a la parte trasera de la tienda y coger los libros sin que nadie la vea entrar allí ―explicó y me guiñó un ojo―. Está oculta tras una cortina de terciopelo azul.
―¿Ha comprado usted esa clase de libros? ―mi pregunta sonó más a una afirmación.
―Para ser un buen critico en la lectura, se tiene que leer mucho, ¿no lo cree, mi querida señorita Kinomoto?
Cabeceé mi respuesta, experimentando una calidez agradable en mi pecho ante el adjetivo posesivo. Tonto, aunque logró sacarme una sonrisa.
―Finja buscar entre los libros y cuando vea la oportunidad, vaya hacia la cortina, ¿está bien?
Asentí de nuevo y así, crucé la calle siguiendo las largas zancadas del hombre que había prometido cubrirme para lograr mi cometido. En mi estómago se formó ese conocido vacío producto de la emoción, ¡era como si estuviéramos en una clase de misión secreta!
Estaba tan sumida en mis emociones que casi me di de bruces con su espalda ancha cuando se detuvo de golpe, justo antes de ingresar al establecimiento.
―¿Sucede algo? ―pregunté casi en un susurro.
Pensé que no me había escuchado, pues parecía estar observando al otro lado de la calle con cierta… aprensión. No sabría explicarlo con exactitud; era extraño verlo con los labios apretados al ser un hombre tan risueño. Estuve a punto de realizarle de nuevo la pregunta, cuando su perfil volvió a mí.
―Disculpe, no es nada ―mencionó y continuó su camino, dejando sembradas las dudas en mi cabeza.
Lord Wemberly abrió la puerta para mí como lo haría cualquier caballero y me dejó ingresar primero. Las miradas de todos los presentes cayeron en mí, pero casi de inmediato se desviaron hacia el noble que estaba a mi espalda, cuando lanzó un animado saludo al dependiente.
―¡Lord Wemberly, que agradable visita!
―Siempre es un placer recorrer su librería, señor Hideki. ―El conde me adelantó como si no me conociera y todos siguieron sus pasos fuertes.
Era el momento.
Con calma, me desplacé hacia la derecha, escuchando la voz fuerte y vibrante de su señoría, que conversaba animadamente con aquellos que se habían acercado a él. Al parecer, no era la única que se dejaba seducir por su atrayente, ligera y agradable personalidad.
Sacudí la cabeza y me enfoqué en lo mío. Había algunas personas que parecían estar revisando los textos y decidí hacer lo mismo para no atraer su atención. Fingí interés en los títulos reflejados en los lomos, acariciándolos con los dedos, y de esa forma fui perdiéndome entre las estanterías, hasta que al fin divisé las cortinas azules que el conde me había mencionado, justo al final del pasillo de libros.
Miré de un lado a otro y sonreí al notar que no había nadie por allí; no perdí tiempo. Crucé ese umbral prohibido para las señoritas como yo, sintiendo como mi sangre se calentaba y recorría más rápido mis venas: el extasío ante la aventura, sin lugar a dudas.
Debía decir que me había esperado un lugar oscuro y un poco tétrico por los temas indebidos que esos libros trataban; y en su lugar encontré una estancia elegante e iluminada. En el centro había un espacio octagonal de madera pulida donde estaba ubicada una mesa con sus respectivas sillas, dos muebles de cuero oscuro, y el espacio estaba custodiado por dos escaleras de pocos peldaños, que llevaban hacia el nivel de estanterías marrones donde reposaban los libros.
Me levanté la falda un poco para no tropezar y subí por la izquierda, constatando lo que ya sabía: eran demasiados. Suspiré y me apoyé en la barandilla; no sabía si habría algún sistema de organización, me imaginaba que sí, y esperaba que fuera por orden alfabético con respecto a los nombres de los autores y no por género literario, porque si era el segundo… pasaría unas buenas horas allí y no creía que lord Wemberly pudiera distraerlos tanto tiempo.
Me sacudí las manos y tras asentir, decidida, comencé con mi búsqueda. Ya estaba allí y no podía echarme atrás.
Empecé por la primera estantería de la derecha. Revisé tomo tras tomo con especial cuidado, tratando de relacionar los títulos con alguna temática, pero era demasiado complicado. Algunos sonaban como obras de terror, como lo era una que se titulaba "Los cuervos del abismo sangriento", y otras parecían más bien novelas de suspenso. Alcé la mirada y por primera vez en mi vida me sentí atrapada y mareada entre tantos textos… ¿Dónde? ¿Dónde podían estar?
―No te rindas. No puedes rendirte justo ahora ―musité y pasé a la siguiente estantería; la frustración llegó cuando hallé más de lo mismo.
Las temáticas de los libros no parecían tener conexión y tampoco había un orden alfabético de los autores; lancé un gruñido y zapateé con fuerza tratando de drenar mi molestia, ¡¿cómo infiernos se ubicaba el vendedor allí?! ¿Acaso se sabía todos los libros de memoria?
De un momento a otro, percibí que la cortina azul se movía, haciendo que mi corazón diera un salto. Con rapidez me agaché y gateé hasta ubicarme entre dos estanterías. Tapé mi boca con ambas manos y cerré los ojos, como si de esa manera pudiera hacerme invisible. Agudicé mis oídos y presté atención a los pasos que resonaban sobre el piso de madera… quien quiera que fuera, estaba subiendo la escalera. Me encogí más en mí misma cuando sentí las pisadas mucho más cerca, y prácticamente dejé de respirar cuando lo percibí casi en frente.
―¿Todo bien allí abajo? ―Al escuchar el susurro en voz suave, abrí mis ojos, encontrándome con una mano enguantada en negro, extendida hacia mí.
Y aun cuando sabía a quién pertenecía, seguí el camino desde sus dedos, pasando por su antebrazo cubierto por las mangas de la chaqueta azulada, su hombro que parecía ser fuerte, el pañuelo y la corbata que cubrían su cuello. Entonces… allí estaban. Sus ojos que se habían dulcificado y me sonreían; por tonto que pareciera, lo hacían. Y en una reacción totalmente involuntaria, tendí mi mano hacia él y la tomé, sintiendo el ligero tirón que ejerció para ayudar a levantarme.
―¿Los encontró?
―Estos sustos no son buenos para mi corazón… ―musité, negando con la cabeza, y enseguida escuché su risa ligera.
―Lo siento mucho. ―Al posar mis ojos en él, noté la sonrisa ladeada que jugueteaba en su boca: no lo sentía en lo más mínimo―. Le dije al señor Hideki que buscaría algunos libros aquí para así poder ayudarle.
―No he encontrado nada… Ni siquiera entiendo cómo están ordenados.
―Lo imaginé. ―Cabeceó a la derecha―. Sígame, los libros de romance erótico están por aquí.
―Se nota que es cliente habitual ―refunfuñé, siguiéndole los pasos.
―Es la librería más surtida de Zándar y se puede encontrar de todo ―se encogió de brazos―. Dígame los nombres de los autores y los buscaré por usted.
Según lo que había averiguado gracias a mis doncellas, Akihito Hoshino y Koji Miura eran grandes escritores del género erótico, y guardaban mucha semejanza con Murakami en cuanto a estilo; por eso los había escogido. Así que, sintiendo mis mejillas arder porque en verdad no era sencillo hablar de tales cosas con un caballero, musité los nombres de los autores.
Lord Wemberly giró su cabeza en mi dirección, mostrándome sus ojos completamente abiertos; tragué grueso… ¿acaso eran tan… explícitos como para que una dama los leyera?
―¿Puedo saber, con exactitud, quién le recomendó tales escritores? ―preguntó con un tono de voz suspicaz.
―Yo… bueno… lo hizo una amiga mía ―murmuré la primera excusa que se me ocurrió―. Es fanática de esas historias y me dijo que, si me gustaba Yufeng Murakami, me gustarían ellos también.
―¿Y cuál es el nombre de esta amiga suya? ―cuestionó, alzando su ceja, aunque no había sonrisa en sus labios. Su semblante había adquirido un aire severo y receloso que provocó tal sequedad en mi garganta, que apenas podía pasar saliva a través de ella.
¿Qué clase de libro me había recomendado Murakami, por todos los cielos?
Y ante su intensa e indagadora mirada, escupí el primer nombre que se me cruzó por la cabeza:
―La señora Yanagisawa… Q-quizás no la conoce, pero…
―¿Se refiere a la esposa de Ryo Yanagisawa? ¿El dueño de la fábrica de calzados?
«¡Condenación, sí la conoce!», pensé con terror.
―¡Por favor no le diga nada a su esposo! ¡No quiero meterla en problemas! ―Mordí mi labio inferior, pidiendo perdón a Naoko por meterla en tal embrollo―. Ella solo consideró que… bueno… que podría gustarme ese tipo de lectura porque sigo a Murakami. Pero si son tan obscenos como para provocar esa reacción en usted, mejor nos vamos y…
―No he dicho que sean obscenos ―me interrumpió, negando con la cabeza.
―Pero…
―Me disculpo si le hice creer eso, señorita Kinomoto. Simplemente no me esperaba que fueran precisamente esos autores.
―¿Tienen algo de malo?
Él frunció su ceño, apenas un ligero arco, y fijó de nuevo sus ojos inquisidores en los míos como si quisiera ver a través de mí o como si ansiara decir algo… o quizás preguntar… Al final volvió a negar.
―Su amiga tiene razón. ―Me dio la espalda para pasar sus dedos por las repisas―. El estilo de Miura es similar al de Murakami, aunque le advierto que Hoshino es un poco más explícito con las palabras. Quizás la haga sentirse incómoda. ―Asentí, a pesar de que él no pudiera verme―. Estos son los más recientes, le irán bien.
Recibí ambos libros y acaricié las letras de la primera portada que rezaban: "El néctar de tu piel" y sonreí; después de todo, lo había logrado. Había alcanzado mi meta por mí misma y no podía sentirme más orgullosa.
―¿Buscará otro libro?
Negué en respuesta.
―Estos son más que suficientes de momento.
―¿Quiere convertirse en una crítica literaria del género? ―Alcé la vista y me encontré con su sonrisa ladeada; su jovialidad había regresado por lo visto y eso me hizo sentir más cómoda.
―Puede estar tranquilo, milord, no le quitaré el título.
―Déjeme salir primero y le haré señas para que salga usted también.
Asentí y seguí sus pasos hacia la cortina; su cuerpo desapareció un momento para luego aparecer únicamente su mano enguantada de negro. Sonreí y no dudé ni un segundo en tomarla; había cumplido mi meta, todo gracias a él. Lord Wemberly no me había juzgado ni condenado, y mucho menos se había burlado de mí. Ttodo lo contrario, me había comprendido y ofrecido su invaluable ayuda sin pedir nada a cambio.
No lo conocía realmente, pero con lo poco que había visto podía decir que era un hombre excepcional, con valores y opiniones que era capaz de defender y sabía escuchar.
Ahora no solo me atraía, me agradaba… mucho… y eso no era bueno. Nada bueno.
La mano que sostenía la mía se soltó, haciéndome despertar de mi ensoñación y me sentí por un momento desprotegida. Lo vi girarse para tomar un libro al azar, el cual sacudió en el aire.
―Debo tener mi propia coartada.
Entorné mis ojos y sonreí con burla al leer el título.
―¿Le gusta la botánica?
―No… pero quizás me empiece a gustar ahora ―se encogió de hombros y pasó algunas páginas―. Interesante… son leyendas de flores.
―¿En serio?
Él asintió y me mostró la primera página donde se podía ver el repertorio y, en efecto, se trataba de fábulas y leyendas de distintas flores.
―¿Lo comprará?
―¿Por qué no? En verdad me resulta interesante ―dijo, repasando la lista con su dedo índice―. Las leyendas tienen cierto poder que atrapa y ya le había dicho que me gusta leer de todo.
―Me sé algunas ―murmuré―. La de la flor estrella es muy bonita.
―Esa la conozco y, por lo que veo, está aquí. Mire. ―Señaló en el índice y después pasó un par de páginas―. Sí, creo que me lo llevaré… quizás me ayude con algunas cosas ―musitó un poco pensativo.
―Podría prestármelo después que lo termine. ―Sus ojos abandonaron el libro para observarme, haciendo que ese escalofrío tan extraño y conocido a la vez me recorriera. Desvié lo míos a la derecha―. Solo si usted quiere… desde luego.
El delicado tacto de sus dedos volvió a mi mentón y me hizo girar la cabeza hacia él, provocando que nuestras miradas volvieran a unirse. Por un momento no dijo palabra alguna y yo tampoco me atreví a romper el silencio, porque en realidad era uno muy cómodo y… me gustaba verme reflejada en unos ojos tan bonitos.
―Muy bien ―murmuró, bajando su mano―. Pero sepa que pediré algo a cambio.
―¿Q-qué cosa?
Lord Wemberly ladeó su cabeza hacia la derecha, como si estuviera pensándolo un poco, y después sonrió.
―Una crítica detallada de esos libros ―señaló los textos que tenía abrazados contra mi pecho.
―¿Qué?
―Usted me dijo que le gustaba hacer críticas literarias.
Fruncí mi ceño.
―¿Se lo dije?
Él se cruzó de brazos y se limitó a sonreír.
―¿Para cuándo quiere las críticas? ―pregunté, aceptando el desafío.
―Tómese su tiempo y luego me cuenta qué le parecieron, sobre todo el capítulo ocho de Sabor a pasión.
―¿Tiene algo de especial?
Sus labios se estiraron mucho más, dándole un toque malicioso que me hizo temblar.
―No tiene ni idea.
Tragué grueso, pero como había pasado tantas veces, afirmé con mi cabeza atendiendo al reto reflejados en sus orbes que se habían tornado casi dorados y febriles. Abracé los libros que ardían contra mi pecho… ¿en qué infiernos me estaba metiendo?
Y aquí tienen el décimo capítulo de esta aventura, que nos ha mostrado un encuentro interesante :O ¿Se dieron cuenta? Porque a pesar de parecer tranquilo, no solo hubo cierto coqueteo entre ellos, también se deja información valiosa :O
Creo que se nos viene un momento interesante, especialmente porque les quiero adelantar que… ¡empieza la temporada social! Así que veremos a Sakura desplegando sus habilidades sociales en el próximo capítulo ;D ¿Logrará pescar un marido en las grandes fiestas sociales? Las cosas están avanzando hacia lo inevitable, sin embargo, lo hace de una manera que va sacando a la luz ciertas cosas que no solo envuelven a la Ama de los Suspiros, sino que también cubren a nuestro erudito. Tendremos que seguir leyendo para saber cómo terminará desenredándose todo esto… o enredándose mucho más.
Mi agradecimiento especial a mis lectores cero lady Isabella y lord Pepsipez por su valiosa revisión y comentarios.
Y de nuevo, millones de gracias por apoyarme y estar presentes a través de sus opiniones, las cuales siempre espero con mucha ilusión ;)
¿Qué creen que pasará ahora? ¿Se verán en las fiestas sociales? ¿Qué cosas vieron en este capítulo que son tan importantes?
Un beso enorme,
CherryLeeUp
