¡Hola, chicos! Como siempre, aclaro que los personajes de CCS no me pertenecen, pero todo lo que verán en esta historia surgió de mi completa imaginación.
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Queda terminantemente prohibida la copia parcial o total, así como el uso de escenas o la trama sin mi consentimiento.
Bueno a comenzar :D
La dama de medianoche
Capítulo 12
Shaoran Li
Iluso.
Esa era la palabra que me repetía una y otra vez en la cabeza porque, en verdad, lo era. Había creído que el llegar descaradamente tarde y mi estatus de viudo me permitirían pasar desapercibido, pero tanto tiempo alejado de los salones de baile y las fiestas, me habían hecho olvidar cuán tenaces podían ser las madres casamenteras en su acecho.
Llevaba quince minutos —los había contado en mi mente— de pie en el mismo sitio, escuchándolas hablar y exaltar las virtudes de sus hijas, mientras yo escudaba mi incomodidad tras una sonrisa de cortesía, como me lo exigía mi sentido de la caballerosidad. Maldita sea, si no tuviera un motivo de peso, me hubiera excusado y dado media vuelta diez minutos atrás.
Y ese mantra que me repetía una y otra vez para resistir era un nombre: Sakura Kinomoto.
Había estado pensando, analizando y comparando los tres últimos días: voces, complexiones, la tonalidad miel de su cabello, coincidencias en temas de conversación. Incluso había llegado a fantasear con despojar a lady Suspiros de su antifaz, revelando el sonrojado e inocente rostro de la señorita Kinomoto. Y había sido sorprendente el descubrir que le quedaba bien a la afamada y dulce escritora.
Demasiado.
Yo no era creyente de las coincidencias, por el contrario, era un gran defensor del concepto de la causalidad: nada ocurría de forma aislada en la vida porque todo tenía un motivo de ser. Eso precisamente fue lo que me condujo a buscar una confirmación en esa velada, siguiendo el impulso que me había llenado de tanta vitalidad, que no me detuve ni un segundo a pensar en mi pertinaz acosador ―que todavía no se había dejado ver y me tenía de mal humor―, en el riesgo de encontrarme al desagradable duque de Chadwick… o la contrariedad de atraer la atención después de tanto tiempo fuera.
Una pesadilla…
—El próximo viernes será la fiesta de jardín de los Alvey, ¿sabía usted? —preguntó lady Hardel, clavando su azulada y audaz mirada en mí.
—Creo haber oído hablar de ello —respondí para no confirmar si asistiría o no a la velada.
A pesar de ser solo un conde, técnicamente, era más rico que varios duques, incluidos los Alvey, gracias a grandes y acertadas inversiones que había realizado en compañías de distinta naturaleza. Así que era estúpido negar que tendría una invitación cuando contaba con el favor público de ellos.
Era un escritor de corazón, no obstante, tenía compromisos que cumplir y un condado que me había costado regresar a su apogeo, después de la irresponsabilidad del anterior conde.
Contuve mis ganas de gruñir; pensar en él azuzaba mi mal humor.
—Entonces, esperamos verlo allí, ¿cierto, querida? —continuó y miró en dirección a su hija, una joven rubia de ojos tan azules como los de su madre.
—Por supuesto, será un placer gozar de su compañía, su señoría —respondió ella, haciendo uso de la famosa técnica de batir pestañas.
—Mi Akiho es muy buena tocando el piano y tiene una voz de ángel. Estoy segura que participará esa noche.
—Y me imagino que dejará a muchos sin aliento —tuve que expresar.
La respuesta de la señorita fue ese tipo de gesto ensayado que buscaba despertar el interés de un hombre, pero en mi caso provocó lo opuesto. Y no era culpa de la dama, jamás podría atribuirle algo que le atañía directamente a la sociedad en la cual vivíamos.
Suspiré y desvié la mirada hacia el espacio destinado para bailar. Un torbellino de matices, causado por los etéreos y coloridos vestidos de las damas, que seguían los prestos movimientos y giros con sus acompañantes. Las pinceladas de colores y la bella melodía que los hacía danzar con sincronía casi perfecta, era arte, en verdad lo era y provocaba unirse a él.
—¿Desea usted bailar, su señoría? —Bajé mi cabeza y me encontré con los ojos ilusionados de la joven—. Como está mirando hacia la pista de baile…
Condenación, en mi afán de desligarme de la conversación me había saboteado yo mismo. La educación me exigía responder con una invitación, pero yo no había ido a ese lugar para bailar, sino para confirmar mis sospechas sobre Sakura Kinomoto.
Un nuevo bateo de pestañas y varias miradas curiosas y expectantes… No tenía otra opción.
Alcé mi mano con lentitud y mi boca se abrió para decir el acostumbrado: "¿Me concede el próximo baile?". En ese momento un empujón me desestabilizó, y pronto me encontré rodeando el cuerpo menudo de una mujer, evitando así que cayera al suelo. Mi sorpresa fue grande al toparme con… jade y miel.
Era ella, la dama que había querido encontrar desde un principio… aunque no parecía para nada asombrada por mi presencia. Y me lo confirmó al guiñarme un ojo con disimulo, antes de dibujar un semblante dolorido.
¿Qué diantres…?
—¡Señorita, cuánto lo siento! —exclamó un hombre a nuestra derecha. Tenía las mejillas regordetas y rojas, posiblemente por el exceso de vino.
Volviendo mi atención a la joven, le ayudé a enderezarse y ella emitió un pequeño quejido.
—¿Está usted bien? —le pregunté, sintiéndome más curioso que preocupado.
—Creo… creo que me he lastimado el tobillo —musitó, y si no la hubiera visto guiñarme un ojo, en verdad le hubiera creído.
Una pequeña actriz allí, ¿eh?
—Lo siento mucho. No la vi… ni siquiera sentí cuando la empujé —dijo el caballero en tono de confusión—. Permítame…
—Yo la ayudaré, no se preocupe —anuncié, entrando en el papel que al parecer me correspondía—. La llevaré hacia una silla y buscaré después a su acompañante, ¿le parece bien a la dama? —Viéndola asentir, me giré hacia las mujeres con quienes había estado conversando—. Si me disculpan, señoras.
Ofrecí mi brazo sin esperar respuestas, y la pequeña diablilla se apoyó en mí para iniciar la marcha, fingiendo una pequeña cojera en su pierna derecha.
Por un momento ninguna palabra fue dicha, y a pesar de no ser un silencio incómodo, no pude resistirme más:
—Me advirtió de los trucos femeninos, mas no me dijo que usted los utilizaba.
Su risa delicada burbujeó y entonces me miró con el rabillo del ojo.
―Solo cuando la situación se torna peligrosa. Aunque puedo regresarlo allí si quiere.
―Mi sentido del deber no me permite abandonarla.
―Por supuesto ―se burló. Después echó una mirada sobre su hombro con disimulo y volvió a mí para decir―: Lamento informarle que todavía nos están viendo, así que volverán al ataque apenas me deje en la silla.
―Afortunadamente, mi sentido del deber también me exige quedarme sentado a su lado lo que resta de la velada.
Esa vez, su risa se hizo presente en todo su esplendor. No era escandalosa ni mucho menos chillona, todo lo contrario, estaba llena de tonos suaves y cálidos como parecía ser su personalidad, y quizás por eso me parecía tan encantadora y contagiosa.
―Para mañana todos sabrán que asistió a la velada de los Berkel, y lo lanzarán al mercado matrimonial como uno de los mejores partidos ―mencionó con gracia―. ¡Hasta podría salir en el Rumores del Viento como Lord W!
Exhalé el aire en un suspiro ante la mención del bendito pasquín de chismes. Era un incordio y estaba seguro que "Lady Ventisca" no desperdiciaría tal primicia.
―Es difícil que las personas entiendan que solo busco divertirme un poco. ―Me giré hacia ella y sonreí―. Así que espero contar con su ayuda para sortear a las madres cuando sea necesario.
En su rostro se dibujó esa clase de expresión que decía más que mil palabras, mostrando un poco de desconcierto, mezclado con la imperiosa necesidad de preguntar algo y su lucha por no hacerlo. Al final pareció ganar la prudencia y se limitó a afirmar con su cabeza con un movimiento apenas perceptible.
Extraño, y lo fue más el cambio de su estado de ánimo que pasó de resplandeciente y hasta juguetón, a uno más bien cauto. Detuve mi lento andar y me giré un poco hacia ella porque sentía que, en alguna forma, eso se debía a algo que yo había dicho o hecho.
Cuando alzó su mirada interrogante, le obsequie una sonrisa llena de sinceridad.
―Debo disculparme. Me jacto de decir que soy un caballero y no le he agradecido apropiadamente por rescatarme.
―¡Oh! No lo hice con esa intención…
―Aun así, gracias. ―Le di un ligero apretón a la pequeña y delicada mano que descansaba en mi brazo, y aun cuando nos rodeaba el resplandor dorado de las incontables velas de las lámparas, pude apreciar el casto rubor de sus mejillas.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había provocado el arrebol inocente en la piel de una mujer? El recuerdo de Claire apareció con la respuesta: demasiado tiempo, y casi había olvidado lo bien que se sentía ser el causante de tal reacción.
Sonreí y decidí ser un poco más osado, por el simple hecho de que podía serlo:
―Creo que estoy en deuda. ¿Algo que desee la dama como recompensa por su acción heroica?
Y allí, para mi sorpresa y deleite, apareció una pequeña pero significativa sonrisa traviesa.
―Me gustan los poemas. ―Su mirada de laguna adquirió el mismo tinte juguetón―. No me molestaría si me compone uno.
Eso despertó un recuerdo, aunque en una situación contraria. Fingí inocencia y lancé mi anzuelo:
―No soy bueno con la poesía, me temo, pero veré qué se me ocurre para saldar mi deuda.
―Entonces, cuando lo sepa, hágamelo saber ―dijo y amplió su sonrisa.
―Desde luego.
No hubo reacción de parte de ella y yo decidí no presionar más, porque aun cuando ansiaba confirmar su identidad, no podía ponerme en evidencia. O, por lo menos, no antes de lograr mi propio objetivo y averiguar también por qué necesitaba acercarse tanto a mi alterego.
Y por cómo iban las cosas, no faltaba mucho para lograrlo.
Pronto llegamos a las sillas que solían disponer para las chaperonas y me sorprendió ver cuál dama respondió con clara preocupación reflejada en su rostro níveo.
―¡Oh, niña mía! ¿Qué ocurrió? ―preguntó, mientras yo ayudaba a sentar a la joven.
―No se preocupe, su gracia, fue sólo una pequeña torcedura. Por fortuna, lord Wemberly estaba cerca y se ofreció a acompañarme.
Los ojos de Yuuko Reed, de un cobrizo profundo, me inspeccionaron con especial interés, y yo sabía perfectamente por qué. Aun cuando la duquesa era muy conocida por su particular forma de ser y sus ácidas opiniones, era una de las pocas a quien mi madre podía llamar amiga, y estaba seguro que me despedazarían vivo al día siguiente, disfrutando de un tranquilo y exquisito té.
Y como si quisiera darme la razón, lady Rosmond ladeó su boca.
―No sabía que te nos unirías esta temporada, querido. Ieran no me comentó nada ayer que estuve visitando a la pequeña Fanren.
Hice una mueca irónica apenas perceptible, porque mi hermana menor no tenía nada de pequeña esos días, teniendo siete meses de embarazo.
―No tenía pensado hacerlo, su gracia, pero estaba tan aburrido en casa que me vi tentado a salir de mi cueva.
―Entiendo. ―La sonrisa que mostró comunicó mucho más e involucraba a mi madre. Dichosamente, bajó la mirada hacia la señorita Kinomoto, liberándome de su poderoso escrutinio―. Es una lástima que esto haya pasado; lord Melford se acercó hace poco para solicitar permiso para un vals.
Alcé una ceja, sorprendido, porque no me esperaba que la duquesa fuera la patrocinadora de la joven. La observé con disimulo; si bien sabía que debía estar todavía en edad casadera ―probablemente en su última temporada―, no estaba al tanto de que estuviera interesada en el matrimonio.
Aunque, para ser sinceros, tampoco era de mi incumbencia.
―Se veía realmente interesado ―suspiró lady Rosmond.
Los labios de la señorita Kinomoto se curvearon apenas, aunque el gesto no llegó a sus ojos.
―Ya habrá otras oportunidades, apenas va iniciando la temporada.
―Tienes razón ―concedió la duquesa―. ¿Deseas irte, querida?
La joven sacudió su cabeza en una respuesta negativa.
―No quisiera perderme el evento principal y no debe faltar mucho.
Un suspiro fuerte y lleno de pesar abandonó los labios rojos de lady Rosmond.
―Teniendo el pie así, será complicado acercarnos al invernadero.
Me reí para mis adentros. En definitiva, las mujeres sabían qué hacer y decir siempre para manipularnos a su antojo, y lo peor era que, a veces, ni cuenta nos dábamos de ello o, como era mi caso, lo hacíamos con todo placer.
―Garantizaré que la señorita Kinomoto llegue de forma segura al invernadero.
―¿Está seguro? ―preguntó la joven con preocupación―. En verdad, no tiene que hacerlo.
Ella y yo sabíamos que no era necesario, pero estando a su lado podría seguir observándola para buscar la confirmación que quería, y también se lo debía. Así que me senté a su lado y le sonreí.
―Será todo un honor para mí quedarme con usted.
Su boca dibujó una tímida sonrisa y allí, en sus tersas mejillas, se formó de nuevo ese vivo y cálido color rosado.
―Siendo así, entonces no habrá problema alguno ―anunció lady Rosmond con especial contento, y luego tomó asiento para sumergirse de nuevo en la plática con las demás chaperonas.
El mutismo volvió a hacerse presente entre nosotros y eso me permitió estudiarla. La diminuta sonrisa estaba aún posada en sus labios mientras que su mirada se mantenía fija en la pista de baile, siguiendo los fluidos pasos con un deje de añoranza que me hizo sentir culpable.
―En verdad lamento haberla involucrado en esto ―tuve que susurrar para que solo ella pudiera oírme.
―¿Eh?
―Puedo ver que desea bailar y por mi causa debe permanecer aquí.
Sus irises que eran de un vibrante verde, centellearon y entonces apareció su sonrisa menguada.
―No negaré que me gusta bailar, pero en realidad me ha salvado de tener que hacerlo con lord Melford.
Parpadeé confundido y la pregunta salió por sí sola:
―¿No desea bailar con él? ―Ella sonrió ante la obviedad―. Es que tenía entendido que el conde es calificado como uno de los mejores partidos de esta temporada ―aclaré, aunque no sabía bajo qué criterios lady Ventisca establecía tal orden.
El aire salió entrecortado de sus labios.
―A lord Melford solo le importa cómo luzco a su lado y no lo que digo o puedo aportar a la conversación.
―Puede que haya quedado prendado de su belleza. ―En ese momento volvió a hacerse presente el arrebol en su piel y no pude evitar agregar―: Sí, le estoy haciendo un cumplido bien merecido.
―Yo… g-gracias ―susurró sin verme, acomodando nerviosa un mechón de cabello detrás de su oreja. Un gesto adorable sin lugar a dudas.
―A veces los hombres simplemente quedamos... ―Hice un ademán con la mano, buscando la palabra correcta―. Hechizados.
―¿Hechizados?
Me reí y asentí.
―Es como si el cerebro dejara de funcionar ante la mujer que es depositaria de nuestra devoción.
―Bueno… es un dato interesante a tomar en cuenta. Pero en el caso de lord Melford no es así.
―Entonces…
―A él no le interesa lo que tengo para opinar o decir ―me interrumpió―, solo le importa lo bonita y elegante que puedo verme a su lado y eso, milord, no es lo que yo estoy buscando en un marido ―dijo con evidente orgullo y sin ningún arrepentimiento.
Y siendo un asunto que no era de mi competencia, debí guardar silencio. Sin embargo, lo que ella mencionaba era tan curioso y atrayente que simplemente tuve que continuar:
―¿Puedo saber qué es lo que busca una señorita como usted en un marido? ―Sus ojos me dedicaron una mirada entre dudosa y nerviosa, así que añadí―: Soy un hombre gobernado por la curiosidad, ya debería saberlo. Así que me gustaría escucharla.
La señorita Kinomoto lo pensó por un par de segundos más, antes de hacer una mueca de resignación.
―Solo ansío un compañero que aprecie a la mujer que soy en mi interior. La belleza externa es relativa y merma con el pasar de los años, pero el verdadero ser… El verdadero ser, lord Wemberly, permanece por siempre. Y no me gustaría vivir con una persona que no me valora por lo que soy. Eso sería un infierno.
Debí saber que respondería algo parecido porque eso calzaba a la perfección con lo que me había mostrado de su personalidad… y con lo que lady Suspiros escribía en su novela.
―Imagino que no me dirá lo que oculta en su interior ―dije y curvé mis labios hacia la derecha, gesto que ella copió.
―Si se lo digo ya no habría enigma.
―Y los enigmas son fascinantes, ¿no es así?
―Lo son ―aceptó ella.
―¿Sabe? Usted me recuerda a la dama de medianoche.
―¿La flor? ―Asentí ante su mirada confundida―. Creo que no ha visto a lady Mai.
―Me refiero a su forma de ser ―aclaré, cruzándome de brazos―. Calza con la leyenda de la misteriosa dama. ―La pregunta se reflejó en su rostro, así que, encogiéndome de hombros, respondí―: El libro que compré aquel día es muy interesante.
―¿En serio lo está leyendo? ―indagó en tono incrédulo.
Eso me hizo sonreír.
―¿No lo está haciendo usted? ―Sus mejillas ardientes fueron la respuesta y no me molesté en detener mi risa―. Su expresión me ha dado la respuesta. ¿Por cuál empezó?
―Yo… Bueno… E-empecé por Sabor a Pasión ―susurró tan bajo que apenas pude oírla.
―No se resistió ―tuve que decirlo.
―Fue su culpa.
―Jamás la forzaría a hacer algo que usted no desee.
―No, claro que no… Solo me tentó como lo haría el mismísimo Alioth y terminé cediendo ―masculló, mas logré escucharla.
Así que, para hacérselo saber, respondí en una sonrisa:
―Pues este dios del caos desea su reseña, en especial del capítulo ocho. Recuérdelo.
Un chillido abandonó sus labios, haciéndome reír.
―¡Qué risueños están por aquí! ―exclamó una voz femenina que reconocí al instante.
Me levanté y presenté mis respetos ante la esposa de Eriol que venía acercándose del brazo de mi amigo.
―Lady Reever, siempre es un placer verla.
―Lo mismo digo, lord Wemberly. En verdad, me alegra mucho que haya podido venir.
Incliné mi cabeza en aceptación y después me giré hacia Eriol que me observaba con una ceja alzada.
―Reever.
―Dijiste que no vendrías.
Mi boca mostró una sonrisa altanera y me encogí de hombros; Eriol siempre tan directo.
―El aburrimiento no es buen compañero.
―Por supuesto… ―dijo con una sonrisa diminuta, casi inexistente, pero allí estaba y gritaba: "No te he creído nada".
Desde luego, le mostré un gesto parecido que transmitía un mensaje contundente: "No es tu maldito problema".
En ese momento se escuchó el sonido del cristal siendo golpeado y al seguir todas las miradas, divisé a lo lejos a los duques de Berkel, con su preciosa hija a un lado. Allí comprendí lo que había querido decir la señorita Kinomoto con su comentario, ya que la joven estaba vestida de blanco y en su cabello moraban flores del mismo color.
―Estimados y distinguidos invitados ―inició lord Berkel―. Es un honor y un placer para nosotros anunciar el gran evento que le otorgó un nombre y un propósito a nuestra velada anual: el florecimiento de la dama de medianoche. ―Los aplausos llenaron su pausa y al alzar sus manos, el silencio regresó―. Por favor, acompáñennos a nuestro invernadero.
Las personas empezaron a avanzar y yo no perdí tiempo al tender mi mano enguantada hacia mi acompañante por esa noche.
―Ha llegado la hora.
Ella asintió, sonriente, y tomó mi mano para impulsarse hacia arriba, fingiendo una ligera dificultad.
―¡¿Sakura, qué te ocurrió?! ―preguntó lady Reever con angustia.
―Una pequeña torcedura; ya hemos verificado que no es nada de qué preocuparnos ―mentí por ella, ganándome un gesto de agradecimiento de su parte.
No muy convencida, la esposa de Eriol asintió.
―¿Estás segura que puedes andar?
―Lord Wemberly se ha ofrecido a escoltarme ―respondió y al ofrecer mi brazo, lo tomó sin dudarlo.
―Lo hemos discutido previamente y yo estuve de acuerdo ―intervino de repente lady Rosmond―. Por eso usted, lord Reever, tendrá que escoltarme a mí. ―Dio una mirada hacia nosotros y sonrió de lado―, manteniendo una distancia segura y prudente, por supuesto.
Eso era de esperarse, así que me limité a aceptar con una inclinación de mi cabeza.
Eriol acodó ambos brazos sin remedio y de esa forma nos unimos al río de personas que ingresaban en la enorme estructura de cristal, que perfectamente podía albergarnos a todos. En el interior el aire era cálido y un dulce, intenso y particular aroma se escurrió entre nosotros con rapidez, haciendo suya nuestra atención al percibirlo en la nariz, en nuestra boca, y despertando la necesidad de ubicar su procedencia con los sentidos restantes.
No importaba hacia donde se mirase, había flores de todos tipos y colores. Un pequeño paraíso en el medio de la ciudad que evocaba el lejano campo, dominado casi en su mayoría por arbustos que parecían desprolijos. Los adornos que los hacia especiales, eran delicados capullos colgantes que parecían estarse abriendo. Un suspiro atrajo mi atención y contemplé el embelesamiento en el rostro de mi acompañante.
―¿Desea acercarse?
Sin mirarme, ella asintió.
Divisé un pequeño espacio libre a la derecha. Sin dudarlo la conduje hasta allí, y gracias a que mis sentidos estaban más alerta esos días por la situación que estaba viviendo, sentí la vigilante y aguda mirada de lady Rosmond en mi nuca.
La joven extendió su mano y le dio un toque ligero a los pétalos que se asomaban, entonces sonrió y yo lo hice con ella.
―Este jardín florece de esta manera una vez al año, como resultado de un gran esfuerzo y dedicación que compartimos gustosos con ustedes anualmente ―se alzó la voz de la duquesa de Berkel―. Y como agradecimiento por su preciosa compañía, queremos recompensarlos este año con un pequeño concurso: una trivia ―anunció, haciendo que las personas comenzaran a emocionarse.
―Espero sea algo realmente difícil de responder ―dijo la señorita Kinomoto con bastante ánimo.
―¿Le gustan las trivias?
―Los desafíos en general, milord ―respondió ella con esa sonrisa llena de sagacidad.
―Interesante respuesta ―musité porque la palabra desafío podía abarcar demasiadas cosas, algunas desagradables y otras… muy placenteras. Bien que lo sabía yo.
―Habrá un premio, desde luego ―inició de nuevo lady Berkel y sonrió a su audiencia―. Será el inicio de su propio jardín de ensueño: germinados de nuestra preciada dama, que serán plantados por nuestros expertos jardineros donde el ganador así lo disponga. Y desde luego, también contaran con la asesoría adecuada en cuanto a su cuidado.
La dama de medianoche, según había leído, era una flor exótica muy difícil de cultivar, por eso el invernadero de los Berkel era tan famoso y envidiado: sin lugar a dudas, era un excelente premio.
―Y aquí va la pregunta.
La dama se hizo a un lado y lord Berkel aclaró su garganta:
―Muchos creen que el nombre de la flor se debe a su particular florecimiento y belleza, pero la verdad es que deriva de una antigua leyenda: ¿alguno de los presentes la conoce?
Mis labios se estiraron ante la satisfacción que me recorrió, porque esa era precisamente la historia que había leído antes de tomar la decisión de asistir a la velada. Había buscado algo que me mantuviera distraído de tantas ideas, topándome con un amor de leyenda que había vencido a la muerte misma y que era capaz de sacar suspiros a cualquiera, yo incluido.
―Usted se sabe la leyenda ―aseveró de repente en un susurro la señorita Kinomoto.
―Es posible. ―Torcí mi sonrisa a un lado.
―La conoce porque dijo que yo me parecía a la dama.
―¿Eso dije?
Ella asintió con lentitud y me enfrentó con una mueca traviesa en sus labios, como si estuviera reteniendo la risa.
―¿Me dirá por qué?
Me encogí de hombros y volví la mirada al frente.
―Tendrá que esperar a que alguien levante su mano para saber el motivo.
Las personas parecían estar debatiendo entre ellos, buscando en sus recuerdos si habían escuchado alguna vez la historia de la dama de medianoche, aunque, por las diferentes expresiones, parecía que el premio se quedaría sin dueño.
―¡Oh, tenemos una valiente! ―anunció de repente lady Berkel y enseguida todos siguieron su mirada… ¿hacia nosotros?
Con lentitud, ladeé mi cabeza hacia la derecha y me encontré con esos ojos llenos de juguetona traición mientras ella mantenía su mano alzada.
―Lo siento, su gracia, desconozco la respuesta ―mencionó en voz alta, sin borrar su gesto "impío"―. Pero el conde de Wemberly sí la sabe, me lo acaba de decir.
Y con esa corta y simple frase, las miradas fueron mías.
―¿Lord Wemberly?
―Es usted malévola, mi estimada señorita ―musité.
―Solo cuando es necesario ―respondió, encogiéndose de hombros―. Y sepa que jamás me quedo con una duda.
Yo era un hombre que odiaba llamar la atención, lo había dicho incontables veces y por lo general me molestaba verme inmiscuido en ese tipo de cosas, pero ante ese ingenio descarado y sugestivo, no podía sino felicitarla.
―Mujer astuta, será mi ruina ―susurré, haciendo que ella riera con disimulo. Di un paso al frente y entonces alcé mi voz―: No se conocen los orígenes de la historia, su gracia, tampoco su veracidad, pero toda leyenda tiene su aura de misterio, ¿no es así?
―En efecto ―aceptó ella.
De esa forma, inicié con el relato de una bella dama de nombre desconocido, hija de un poderoso rey; admirada y deseada por su exquisita belleza.
―Joyas, oro y castillos le fueron prometidos por tan nobles pretendientes, pero nuestra dama anhelaba algo diferente. Mucho más significativo ―narré y entonces me atreví a mirar a Sakura Kinomoto con disimulo, hallando la expectación en su rostro―. No deseaba ser apreciada por su belleza, no; lo que ella quería era ser amada y aceptada por lo que en su corazón albergaba y lo que su mente resguardaba.
Su boca de corazón se abrió en un perfecto óvalo, demostrando con ello que había captado la similitud.
Esbocé una pequeña sonrisa y continué con mi relato, buscando enamorar a los oyentes con mis palabras, sin dejar que mi yo escritor se delatara. Así llegué al momento en el que la heroína de la leyenda conocía a un gallardo soldado que le brindaba protección como lo había ordenado su rey. Según la historia, el muchacho no tardó en descubrir el tesoro que se escondía debajo de las joyas y los vestidos de fina seda: se enamoró perdidamente de la mujer, y la mujer se enamoró del hombre, viviendo así una intensa historia de amor.
―Fue así hasta que el padre, furioso, los encontró en un beso de pasión. ―Un jadeo general se oyó―. El rey encarceló al joven escolta en la más sucia y profunda prisión, mas eso no detuvo a la dama. ―Hice una pequeña pausa y estudié a la audiencia que me rodeaba; incluso Eriol y las señoras que lo acompañaban parecían absortos―. La joven logró descubrir el paradero de su amor y todas las noches lo visitaba con devoción, ganándose el nombre de "Dama de Medianoche", porque a esa hora aparecía, etérea, en aquel lugar deprimente y desolador.
―Que no les pase nada, que no les pase nada ―escuché el ruego de una mujer.
―El rey pronto la descubrió y al soldado hizo desaparecer para siempre ―relaté y los sollozos dieron inicio―. Nuestra heroína sufrió y lloró su pérdida… Lloró por un año entero hasta que en el aniversario de la muerte de su amado… decidió unirse a él en la eternidad.
Otro jadeo general.
Después de eso, narré la historia del arrepentimiento y dolor del padre, que ordenó erigir una tumba digna para su hija y el soldado. Entonces, a los meses unos extraños brotes surgieron de la tierra y el rey pidió que los dejaran crecer en memoria de su niña. Me acerqué al arbusto cercano a nosotros y noté que, a pesar de que el capullo todavía no se había abierto en su totalidad, ya se asomaba la preciosa dama de blanco.
―Al año siguiente, justo en el aniversario de la muerte de su hija, el rey visitó su tumba y se sorprendió al ver muchos sirvientes reunidos a su alrededor, contemplando embelesados el sepulcro arropado por unas preciosas flores blancas. ―Deposité mi mirada por un breve instante en la dama de medianoche de carne y hueso, notando las lágrimas retenidas que hacían fulgurar su mirada―. Las flores se habían abierto justo a medianoche según los sirvientes, y poco después comenzaron a morir. Así, por haber nacido en ese lugar sagrado y amado, el rey nombró a la aromática y bella flor como se le había conocido a su hija cuando peleaba por su amor: Dama de Medianoche, y de esa forma su amor trascendería en el tiempo y la preciosa historia de su princesa, jamás sería olvidada.
Por un momento, solo se escucharon los suspiros llorosos de algunos; luego los aplausos lo reemplazaron, iniciados por la joven a mi lado. La miré de soslayo y me maravillé con la sincera sonrisa de admiración que me obsequiaba. Brillante, única, pura, como la flor.
―¡Fue magnífico, lord Wemberly! ―exclamó lady Berkel―. ¡Se ha ganado usted nuestro premio con todas las de la ley!
―Le agradezco, su gracia. ―Ladeé mi cuerpo e incliné mi cabeza.
―Espero se ponga en contacto con nosotros pronto para acordar la entrega. ―Asentí a su pedido y en ese instante se escuchó la primera campanada que anunciaba la medianoche―. ¡Ha llegado el momento, señores! ¡Disfruten del espectáculo!
Las personas comenzaron a dispersarse para contemplar a las protagonistas de esa noche que ya mostraban sus pétalos de blanco puro, como si fueran estrellas terrenales.
―Es increíble ―musitó la señorita Kinomoto y volvió a extender su mano para acariciar el casto pétalo.
―¿Se refiere a mi respuesta a su desafío o a la flor?
Su risa cantarina se hizo presente y me dedicó una chispeante mirada.
―A la flor… pero debo admitir que me dejó sin palabras.
―Era la idea. ―Me incliné hasta quedar a su misma altura―. ¿Logró comprender por qué la comparé con la flor?
Ella asintió, curvando sus labios hacia arriba.
―Es una historia preciosa, aunque muy triste… Espero lograr un final mejor para mí.
Volví la mirada a la flor que ya se mostraba en toda su magnificencia: tersos pétalos que habían revelado en su centro un tesoro dorado, que solo podía ser visto y disfrutado en un momento tan especial y lleno de dicha, veneración y amor. Era una dama sin lugar a dudas que revelaba sus misterios y su intimidad ante aquel devoto que estaba dispuesto a cuidar y disfrutar de su belleza interior.
Me giré de nuevo hacia la señorita Kinomoto y sonreí, convencido de que ella era la encarnación de tan hermosa leyenda, por todo lo que había logrado a tan corta edad y por sí sola.
Porque mientras más hablábamos, más me aseguraba que ella era la afamada y querida Ama de los Suspiros.
―Estoy seguro que el camino que usted se labrará será magnífico y lleno de victorias ―no pude evitar decir.
Su rostro se tiñó de carmín y desvió la mirada.
―¿Cómo puede estar tan seguro?
―Ya se lo dije: usted es una dama de medianoche, una flor que simboliza la devoción, la perseverancia y la audacia. Así es usted.
―¿Audaz? ―preguntó, confundida―. No soy audaz…
Me atreví a inclinarme de nuevo y dije lo siguiente mirándola directamente a los ojos, en un tono bajo, casi provocador:
―Ese arbusto, en su sencillez, es capaz de dejar sin aliento a quien lo contempla cuando florece. Y estoy seguro que usted, Sakura Kinomoto, hará lo mismo llegado el momento maravilloso en el que se abra y se muestre al mundo como la mujer que realmente es.
Al enderezarme, mantuve mi mirada en sus irises. Resplandecían con una chispa incendiaria, fascinante y maravillosa, producto de emociones que, por su expresión de extasío y desconcierto, le habían sido desconocidas hasta ese instante. Y aunque estuviera mal decirlo, aunque fuera incorrecto e impropio, me sentía orgulloso de haberle causado tal descubrimiento.
Yufeng Murakami lo había logrado con sus letras, pero era yo, Shaoran Li, quien ahora lo había cumplido con cada palabra dedicada a ella.
La inocente necesidad de conocer a la persona que creaba tan dulces romances, me había llevado a crear un plan para atraerla a mí, para así descubrir su fuente de inspiración y beber de ella también, porque era lo que necesitaba para lograr mi reinvención.
Aprender del Amo de los Suspiros su dulzura, eso era lo que había querido en un principio; pero en su lugar, me estaba sumergiendo cada vez más en un juego lleno de peligros, donde cualquier paso en falso podría arrastrarnos a los dos al desastre. Pero como yo mismo le había dicho aquella noche en la Sociedad: era en extremo competitivo y adoraba los retos.
Y ese que estaba experimentando, se dibujaba ante mí como el más grande y tentador de los desafíos. La pregunta era: ¿estaba dispuesto a lanzarme a él? Tendí mi mano hacia la dama de medianoche encarnada y, como si fuera presa de un hechizo, ella no dudó ni un segundo en tomarla, haciendo que mi corazón diera un vuelco y que me recorriera una corriente de deseo; dos sensaciones que tenía tiempo sin experimentar enlazadas.
Entonces la respuesta surgió y fue un tentador y vibrante "sí" que me llenó de vida y emoción.
Además, debía buscar la manera de cobrar mi baile.
Y aquí tienen el capítulo doce de esta aventura y, como les había dicho, es uno de mis favoritos porque sale a relucir el motivo del título.
Para Shaoran, esta dama que ha logrado tanto, siendo tan joven, es una mujer perseverante, devota a sus ideales y audaz. Algo que ella misma no ha visto todavía, pero con cada aventura que pasa se va dando cuenta :)
Como dato curioso, la flor Dama de Medianoche es real, así como la leyenda. Solo la adorné para darle más encanto, pero existe y cuando la leí me dije que tenía que usarla de alguna manera xD
Ahora, volviendo a la historia, vimos que lo que lo llevó a la fiesta fue la necesidad de confirmar sus sospechas de que Sakura y la Ama son la misma persona. Y por supuesto, el coqueteo entre los dos no podía faltar, llegando a tal punto que nuestro conde ha decidido tomar el reto de seguir adelante, porque, desde luego, tiene que cobrar un baile xD
¿A dónde nos llevará esta decisión? Pues tendremos que seguir leyendo para descubrirlo, pero las cosas comienzan a calentarse por aquí xD
Mi agradecimiento especial a mis lectores cero lady Isabella y lord Pepsipez por su valiosa revisión y comentarios.
Y de nuevo, millones de gracias por apoyarme y estar presentes a través de sus opiniones, las cuales siempre espero con mucha ilusión ;)
También quiero dedicar este capítulo a una lectora especial que siempre está pendiente de mis locuras y me hace ver cuando las relee. ¡Feliz cumpleaños, Sammy! Un poquito tarde, pero te dije que te daría un regalito y espero que lo hayas disfrutado ;)
Un beso enorme,
CherryLeeUp
