¡Hola, chicos! Como siempre, aclaro que los personajes de CCS no me pertenecen, pero todo lo que verán en esta historia surgió de mi completa imaginación.

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Queda terminantemente prohibida la copia parcial o total, así como el uso de escenas o la trama sin mi consentimiento.

Nota IMPORTANTE al final.

Bueno a comenzar :D

La dama de medianoche

Capítulo 14

La luna reinaba ya entre las nubes, brindando su luz de plata a las calles de Zándar. Desde mi ventana podía ver los carruajes llevando a los nobles y altos burgueses a las distintas fiestas; destino que era completamente diferente al mío.

―El carmín le luce y resalta el tono de su cabello ―expresó Chiharu.

Caminé hacia el espejo y di una que otra vuelta para verme, sonriéndome y reafirmando mi deseo de divertirme esa noche; era lo menos que merecía después de haber resuelto el asunto de mi hermano el día anterior. Esa noche no habría baile para mí porque asistiría a la Sociedad de la Fruta Prohibida y disfrutaría de ese ambiente cálido e intelectual que tanto extrañaba.

―¿Usará la máscara roja o la negra? ―preguntó mi doncella, mostrándome ambas.

La primera era de un tono muy similar a mi vestido. De las puntas caían finos lazos del mismo color y perlas blancas la decoraban, dándole un toque delicado a la pieza. Por su lado, los bordes de la negra estaban delimitados por fino encaje, y dos rosas blancas adornaban los laterales que resaltarían sobre mi cabello miel. Mi mano mostró mi elección, haciendo sonreír a mi doncella.

―La negra será.

―Lamento haber tardado, señorita Sakura ―Rika llamó nuestra atención al entrar―. Kazuya apareció antes de tiempo.

―¿Sucedió algo?

Para mi asombro, ella extendió un sobre rojo hacia mí, muy similar al primero que había recibido por parte de la Sociedad.

―Dijo que es importante porque se lo dio el mismo chico que trajo su invitación al grupo que ya sabemos.

Rasgué el lacre y al sacar la pequeña misiva, identifiqué al sorpresivo remitente con tan solo leer la primera frase escrita en su elegante letra ladeada hacia la derecha:

"Mi estimada lady Suspiros:

Tal vez deba considerar no venir esta noche a la Sociedad, si era lo que tenía en mente, porque puede encontrar cosas que ojos tan inocentes como los suyos no deben ver. O por lo menos no de momento.

Suyo, Yufeng Murakami".

―¿Es algo malo? ―preguntó Chiharu en tono fisgón.

Ignorándola, me senté en la cama y releí la misiva varias veces. No entendía el motivo por el cual Murakami me habría enviado tal advertencia, a menos que se tratara de sacrificio de vírgenes o rituales paganos. Negué con la cabeza y me reí con disimulo; a veces mi imaginación volaba demasiado alto.

¿Debía o no hacerle caso? Porque si realmente hubiera querido convencerme de no asistir, hubiera descrito con claridad lo que "mis inocentes ojos" no debían ver… y no escribirlo de manera que invitaba a buscar respuestas.

Resoplé, ¿acaso no le había demostrado ya al hombre que mi grado de curiosidad superaba los límites normales? ¡Ese era el motivo por el cual leía sus historias!

―¿Señorita? ―indagó Rika con preocupación.

―No es nada ―dictaminé al fin y me levanté, tomando una decisión―. Dile a Kazuya que nos espere en la avenida, iremos en cuanto termine de vestirme.

Rika asintió y salió de mi habitación para cumplir mi orden.

―¿Está segura de que todo está bien? ―preguntó Chiharu, pasando la capa negra sobre mis hombros.

Tomé la máscara de igual color y cubrí yo misma mi rostro, dando la bienvenida a la Ama de los Suspiros con una sonrisa ladeada.

―Todo está perfecto.

No perdía nada con ir a la Sociedad y ver por mí misma si lo que Murakami clasificaba como impuro, lo era en verdad. Y en caso de ser cierto, lo único que debía hacer era dar media vuelta y regresar a casa. Desde luego, todo eso cuidando de no encontrarme con él, porque si se había tomado la molestia de averiguar una manera de contactarme, no le caería en gracia verme.

Media hora después, Rika y yo abordamos un carruaje negro de alquiler en compañía de su hermano. La ansiedad gobernó mis sentidos casi todo el trayecto, haciéndome cuestionar mi decisión; sin embargo, al divisar en la noche la mansión señorial que brindaba abrigo a los miembros de la Sociedad de la Fruta Prohibida, toda señal de incertidumbre desapareció.

Si bien no podía saber si lo que decía el escritor era cierto con tan solo dos visitas a ese lugar, me había sentido tan aceptada, familiar y cómoda entre sus paredes, que parecía como si hubiera pertenecido a ese maravilloso grupo toda mi vida. Mi corazón aleteaba por volver allí y departir con tan extraordinarias personas; independientemente de la advertencia que guardaba en mi pequeño bolso.

Cuando el coche se detuvo, Kazuya abrió la puerta y descendió para ayudarnos a bajar.

―Hablaré con el lacayo que cuida la entrada principal. Dependiendo de su respuesta sabré si podemos quedarnos o no ―me sinceré con mis acompañantes.

―¿Tiene que ver con la carta que le llevé? ―preguntó el hermano de Rika, frunciendo su ceño de la misma forma que lo hacía ella.

―Seguramente no es nada ―le resté importancia con la mano―. Esperen a que yo entre para ir a la salita de espera.

Ante la sonrisa tranquila en mis labios, los hermanos terminaron aceptando mi disposición, aunque no muy convencidos.

Tras una caricia en la mejilla de Rika, inicié mi camino ascendente por la escalinata, con la mirada fija en aquel vigía que podría aclarar un poco el panorama que se estaba llevando a cabo en el interior de la mansión.

Los latidos fueron aumentando su velocidad hasta que estuve frente al joven enmascarado, pero antes de pronunciar pregunta alguna, me acarició el sonido de una voz áspera y masculina que yo conocía:

―Siempre es un placer verla, mi querida lady Suspiros. ―Al girar mi cuerpo en su dirección, me encontré su figura resguardada por las sombras, apoyada en la pared.

―L-lord Murakami, no esperaba encontrarlo… justo aquí ―finalicé en un susurro apenas audible.

El hombre vestido de negro se enderezó en toda su altura y dio varios pasos al frente, revelando su cabello medianoche y su rostro cubierto con su acostumbrada máscara fuliginosa.

―Algo me decía que ignoraría usted mi consejo ―fue su explicación, y en vez de decirlo en tono severo como lo había esperado, Murakami parecía entretenido con la situación.

―Bueno… usted no fue muy explícito en cuanto al motivo.

Se encogió de hombros en actitud tranquila.

―Estaba seguro que sabría leer entre líneas y también… ―Allí apareció una pequeña sonrisa de complicidad―, debo mantener mi personaje, ¿no lo cree?

―Claro, el misterio ―le correspondí―. Siendo honesta, no encontré un motivo real para faltar esta noche. Después de todo, no creo que estén haciendo un ritual religioso o algo por el estilo.

Su risa masculina nació en su pecho y provocó en mí una sensación de familiaridad, como si la hubiera escuchado antes, aunque no del mismo modo. Extraño, demasiado extraño.

―Y sabiendo eso, aun vino aquí.

―¿Me está hablando en serio?

―Pues… ―Me ofreció su brazo y apareció en sus labios ese tipo de gesto ladeado que intimidaba y emocionaba a la vez―, tendrá que averiguarlo.

Mi piel se erizó ante la electricidad que se apoderó del aire. Y como si fuera él un dios de la noche dispuesto a enseñarme los caminos llenos de pecado, me dejé seducir: enlacé mi brazo al suyo, sintiéndome eufórica y llena de energía ante lo desconocido.

Así iniciamos la marcha al interior de la mansión. No presté atención a nada a mi alrededor porque su presencia me absorbía de tal forma, que solo estaba atenta al sonido de sus pasos que yo buscaba emular, al tenue aroma a rosas que emanaba de él, o a su perfil enmascarado que observaba de cuando en cuando.

Era como si mis sentidos le pertenecieran por completo.

―No crea que es algo indecente lo que está ocurriendo en el gran salón ―dijo de repente, sacándome de mi estado obnubilado―. Es solo arte, aunque no todos lo juzgan adecuadamente.

―Podría darme una pista y así sabremos si su advertencia tenía sentido.

―Creí haberle llamado… sugerencia.

Él se detuvo y me observó, permitiendo que en su boca danzara esa sonrisa traviesa que era imposible no copiar, especialmente al comprender el verdadero trasfondo de su misiva: todo había sido una prueba. No sabía de qué clase, pero al parecer había aprobado al ignorarlo y en mi estómago ya ponía percibirse el hormigueo delicioso de satisfacción.

―Sí, creo recordar haber leído un "tal vez debe" en su nota ―expresé en tono divertido.

―Jamás me atrevería a imponerle nada, milady. Es por eso que merece saber lo que nos espera detrás de esas puertas ―señaló sin perder ese filtro grave que ocultaba su verdadera voz―. ¿Ha ido usted a la galería nacional? ―Asentí con lentitud―. ¿Y ha visitado el corredor donde se exhiben las pinturas de artistas como el gran Huang Yi?

Enseguida mis mejillas ardieron porque sabía muy bien a cuáles se refería. Eran cuadros que expresaban distintas escenas, siendo el tema central en todos ellos… los desnudos. No había visto uno en persona porque generalmente asistía con mi madre, y ella moriría antes de dejarme pasar por ese pasillo en particular, pero los había apreciado en algunos libros de mi abuela y en otros que Touya había comprado para Nao.

Obviamente, en secreto.

―Aun con su antifaz, puedo ver que sabe de lo que le hablo ―pronunció en tono casi meritorio.

―M-mi abuela era pintora y mi hermano menor también lo es.

La sonrisa ladeada se marcó todavía más, porque era evidente que el motivo tenía que ver más con mi curiosidad.

―Siendo así, entiende que se necesita de modelos reales para crear tales obras. ―Ante su pequeña pausa, asentí con lentitud―. Pues eso es lo que encontrará esta noche en el gran salón, mi estimada lady Suspiros. ―Inclinó su cuerpo hacia adelante, hasta dejar su cabeza casi a mi altura, fijando sus ojos en los míos; tragué grueso―. Lo que sus inocentes ojos no deben ver, todavía, es el cuerpo desnudo de un hombre.

La forma en la que pronunció las últimas palabras, fue en un tono tan bajo que apenas llegó a los oídos como una suave caricia. Un ligero ronroneo que dejó al descubierto por un par de segundos su verdadera voz, dejándome casi sin aliento porque enseguida evoqué la imagen de un hombre en particular.

¿Acaso… era posible? Mi estómago dio un vuelco porque, haciendo memoria, no era la primera vez que pasaba. Mi cuerpo reaccionaba a su cercanía, a su voz aun enmascarada… y cuando escarbaba hondo en su mirada café, encontraba la misma sensación ardiente que los orbes estivales de Shaoran Li me provocaban. Ligeros y deliciosos espasmos que me recorrían cuando él me miraba, cuando me obsequiaba ese mismo arco juguetón y peligroso, y cuando me arropaba con la sombra proyectada por su enorme cuerpo.

¿Estaba perdiendo la razón? ¿Sería acaso una sugestión por no poder tener al conde a mi lado? ¿O sería… verdad?

Sacudí la cabeza y me dije que estaba siendo irracional. Había sido un susurro apenas audible que podría confundirse con cualquier voz; no podía basar una suposición en algo como eso.

Debía ser sugestión; el anhelo haciéndose presente.

―¿Lady Suspiros? ―preguntó, recuperando la aspereza de su voz―. ¿Está segura de querer continuar? Está temblando.

El pequeño apretón de su mano en la mía, me hizo recuperar un poco la compostura y esbocé esa sonrisa ensayada que solía usar para ocultar mis emociones.

―Yo… ―Aclaré mi garganta al sentir mi voz temblorosa―. Es verdad que me resulta un poco intimidante, pero me gustaría probar por mí misma.

―Si se siente incómoda no dude en decirme y yo mismo la escoltaré de vuelta, ¿le parece bien?

Asentí con un poco más de seguridad y él retomó la marcha. Solo en ese instante me permití observar su perfil, tratando de despojarlo de esa máscara oscura. ¿Podría estar oculto tras ella, el rostro del caballero que me seguía hasta en los sueños y alimentaba mis momentos de inspiración?

Y quizás fuera por la pequeña esperanza que inconscientemente albergaba, que pude imaginarlo. Pude visualizar el rostro del conde y entonces sonreí ante tan preciosa fantasía.

Pronto nos internamos en el salón, siendo recibidos por un silencio casi absoluto que gobernaba el espacio iluminado por el brillo de los candelabros dorados. Y aun cuando no se respiraba el mismo ambiente animado de las veces anteriores, podía sentir en mi pecho esa chispa generada por la emoción; ya que, sin importar hacia donde mirase, las personas parecían estar venerando lo que fuera que estaba desarrollándose en el centro del salón.

Era un culto al arte, tal cual lo había descrito Murakami.

―¿Quiere acercarse? ―preguntó de repente en un susurro apenas audible.

Debido a la distancia y a las personas, no podía ver nada aun si me alzaba de puntillas. Resoplé.

―Usted me advirtió que "hay cosas que mis ojos inocentes no deben ver", y todavía siguen en su estado de castidad.

Él cabeceó hacia el frente con una sonrisa tentadora.

―Venga conmigo.

Sin dudarlo, me dejé guiar por él entre los demás miembros de la Sociedad y pronto llegamos a un punto donde pude distinguir... piel. El grupo de pintores estaba sentado en semicírculo, plasmando en sus lienzos los cuerpos de un hombre pelirrojo y una mujer de largos cabellos negros que estaban de pie, en una posición casi abrazada; y solo llevaban una única pieza: antifaces tan rojos como la sangre.

Mis ojos iniciaron el recorrido de la enorme figura masculina, partiendo desde sus pies descalzos y detallando sus piernas torneadas, musculosas y colocadas en una posición que, para mi fortuna o desgracia, ocultaba de mi vista curiosa aquello que solo había podido imaginar al leer. Porque incluso en el arte buscaban omitir pintar o esculpir el símbolo de la hombría.

Luego detallé que su abdomen parecía estar rígido por la postura inclinada levemente hacia su compañera, y tracé una línea desde sus hombros anchos, pasando por sus brazos fornidos, hasta llegar a sus manos fijadas con fuerza en el cuerpo de la mujer: la derecha en su cintura y la izquierda… en la curvatura de su espalda baja.

Entonces me enfoqué en ella: curvilínea como yo, aunque un poco más alta. Por su espalda caía la poderosa cascada negra, que parecía tan suave como la más fina seda. Sus senos no eran tan voluptuosos como los míos, pero se erguían orgullosos hacia los pectorales de su compañero, y en sus labios se mostraba una sonrisa confidente que él imitaba, mientras parecía susurrar cosas para ella. Secretos que formaban parte de la experiencia que ambos estaban compartiendo y que ninguno de nosotros sabríamos nunca.

¿Quiénes serían? ¿Modelos pagados? No, la mujer proyectaba un aire elegante y realmente parecían conocerse. Entonces… ¿serían miembros de la Sociedad?

―¿Cuál es su grado de incomodidad? ―preguntó de repente Murakami, sacándome de mis pensamientos.

Sonrojada, giré mi cabeza y me encontré a pocos centímetros del rostro de Murakami, eso hizo que una sensación extraña me rodeara el cuerpo y experimenté también un pudor que traté de hacer a un lado.

―¿Cómo sabe que estoy incómoda?

―Porque no está debatiendo.

Tuve que darle la razón y decidí volver la mirada al frente con la mente un poco más despejada.

―Seré sincera. En una escala del uno al diez, un dos y medio. Quizás un tres.

―Eso es normal, es su primera vez ―susurró y dio un suave jalón hacia la derecha―. Le ayudaré a ser más objetiva. Venga conmigo.

Nuevamente, me dejé guiar por él hasta llegar a uno de los caballetes donde estaba apoyado un lienzo; el pintor frente a él movía con maestría y precisión sus pinceles.

―Acérquese y cuando regrese a mí, dígame lo que observó.

Con curiosidad desbordante, solté su brazo protector y avancé hacia el artista que parecía estar sumergido en su trabajo. Di una ojeada sobre su hombro y me encontré con la misma escena: un hombre y una mujer, piel contra piel; sin embargo, había algo en ellos que hizo comprimir mi corazón.

A pesar de no estar finalizado, en el rostro masculino había una seriedad casi cortante mientras que en el de ella… había miedo y desazón. También estaban las posiciones de sus cuerpos; levanté la mirada hacia los modelos y comparé con los del lienzo: eran las mismas, pero el pintor había logrado proyectar en su obra tal tensión, que hacía parecer que la doncella quería salir huyendo de la habitación.

Entonces la figura de ella desapareció en mi mente y me dibujé yo en su lugar… en unos meses más si las cosas no salían como esperaba. Estaría atrapada en esa pintura toda mi vida. El desespero que me abordó fue tal que me sentí sofocada y retrocedí sobre mis pasos casi a la carrera, encontrándome con la pequeña sonrisa indulgente de Murakami.

―No parece muy contenta.

―Bueno, es… difícil de explicar.

Ladeó su cabeza hacia la derecha y se llevó el pulgar hacia su mentón, como si estuviera pensando.

―Si tuviera que darle un nombre al cuadro, ¿cuál sería? ―preguntó, al cabo de unos segundos.

Darle un nombre a un arte siempre era complicado, aunque habiendo experimentado tales emociones al ver esa pintura… la respuesta simplemente brotó desde lo más profundo de mi alma:

―El sacrificio de una doncella.

La sonrisa de Murakami desapareció en el acto sin dejar rastro alguno. Desvié la mirada para no tener que responder a la pregunta tácita en sus ojos; porque no había forma en que pudiera desahogarme sin revelarle mi verdadera identidad.

Varios segundos de silencio transcurrieron, o minutos, no estaba segura, hasta que, de repente y para mi sorpresa, una mano enguantada se deslizó por mi brazo, haciendo que mi piel se erizara ante la gentil caricia que finalizó con nuestros dedos entrelazados.

―Ven conmigo.

No sabía si había sido intencional o un mero desliz, pero el simple hecho de haber sido tuteada en ese bajo ronroneo sin filtro alguno, funcionó como un bálsamo que apaciguó mis temores, y avivó la llama de la esperanza. Ya no importaba si era o no Shaoran Li, porque por esa noche… decidí dejarme llevar por la fantasía que mi mente había decidido crear.

Así, mostrándole una sonrisa que en realidad no expresaba ni la mitad de mi sentir, me dejé guiar una vez más entre las personas que estaban en aquel salón, y que en ese instante carecían de importancia para mí.

―Esta vez yo estaré a tu lado ―susurró, dando una mirada rápida sobre su hombro. Y allí en sus labios estaba su gesto travieso.

Me sentí plena al notar de nuevo su tuteo, esa vez completamente intencional.

Nos detuvimos frente a uno de los caballetes y, sin soltar mi mano, Murakami cabeceó hacia el lienzo.

Y como había hecho con el anterior, fijé mis ojos primero en la escena general presentada: a pesar de ser la misma, a diferencia del otro cuadro, el hombre estaba a medio vestir y ella parecía… no sabía cómo explicarlo. En su rostro delicado no había atisbo alguno de desagrado; era como sí… como si lo hubiera estado esperando así: desnuda, seductora, dispuesta; y el caballero se mostraba maravillado ante la actitud de su amante.

―Es increíble, ¿verdad? ―musitó cerca de mi oído―. Toda la historia que esconde un simple cuadro.

―Siempre he dicho que todo artista tiene el poder de crear cosas que avivan las pasiones, y conmueven el alma de sus espectadores.

Me dedicó una mirada calurosa que hizo estremecer cada centímetro de mi piel.

―De hecho, así es. No importa si son pinturas, esculturas, música o letras, todo nos hace… vibrar, sentir e imaginar qué hay detrás de lo que el artista nos muestra. Ese, mi querida lady Suspiros, es el verdadero poder del arte, y por eso es que hacemos lo que hacemos.

Ante tales palabras, percibí en mi corazón una tibieza desconocida que ansiaba expandirse y tomar control de mí, porque jamás me había sentido tan… comprendida y respetada como escritora. Justo él, la persona a quien más admiraba, me estaba poniendo a su nivel; sus ojos de fuego irradiaban confianza en mí, en mi talento… y eso no tenía precio.

―¿Qué historia crees que hay detrás? ―probé tutearlo y eso pareció encantarle, porque su sonrisa se amplió mucho más.

Devolvió la mirada al frente y pareció examinar con especial cuidado el trabajo del pintor.

―Un matrimonio feliz.

―¿En serio?

―Algunos podrían decir que son amantes, sería lo normal debido a la cantidad de matrimonios "convenientes" en nuestra sociedad, pero… ―Me miró y sonrió―, ¿no sería mejor tener a los amantes en casa y que se pertenecieran solamente el uno al otro?

―Es una idea bastante romántica.

―Solo obsérvala ―dijo y le obedecí―. Ella sonríe, lo seduce con su mirada. Está segura de sí misma, cómoda en su piel y se siente poderosa sabiendo lo que ocasiona en él. Y debo decir, con total sinceridad, que no hay nada más arrebatador para un hombre que eso.

―¿No buscarías la sumisión de tu esposa?

Él rio con ligereza y se inclinó hacia mí.

―No hay nada mejor para la vida marital que la participación mutua.

―Entonces… debes estar casado para saber de estas cosas.

Sonrió de lado como si me hubiera pillado en plena travesura, porque ambos sabíamos que tras esa frase estaba un mal intento de saber más de su vida fuera de la Sociedad. Prohibido, pero había sido demasiado difícil no hacerlo.

―Responderé con la verdad, solo por esta vez para no crear malos entendidos: no estoy casado.

Asentí y la llama de la esperanza en mi pecho creció un poquito más, porque aun cuando no dijo "soy viudo", sabía demasiado de la vida conyugal para no haber estado casado nunca.

―¿Qué historia le darías tú a nuestra protagonista? ―preguntó de repente.

―Bueno… ―Volví la mirada al frente―. Es una mujer segura de sí misma como dijiste, así que, sin importar su entorno social, sería influyente. De ese tipo de personas que buscan hacer un bien a donde quiera que van.

―¿Podrían ser simples mercaderes entonces?

Lo pensé un poco y de repente apareció una imagen en mi cabeza.

―¡Una enfermera! ―exclamé y después me disculpé por haber alzado la voz―. Ella podría ser una enfermera y ayudar a su marido que es un médico de pueblo.

―Un dúo perfecto, sin lugar a dudas ―aceptó él.

―Trabajarían arduamente en su comunidad y serían muy queridos.

Murakami se llevó el pulgar a su mentón y consideró sus ideas; luego dijo con gesto ladeado:

―Es un trabajo muy noble que incluso toma horas nocturnas, porque en las noches tendrían que revisar y organizar los expedientes de sus pacientes…

―Oh, pero el esposo, sabiendo que ella está agotada, la enviaría a descansar con una sonrisa…

―Ella le daría un beso en la mejilla para darle las buenas noches y subiría con una idea rondando en su mente... algo para ayudar a su cansado esposo y a ella misma a relajarse.

Asentí con emoción y simulé ver la hora en un reloj de bolsillo.

―Poco después él notaría que es demasiado tarde y entonces subiría agotado a su habitación, encontrando…

―El más perfecto regalo y no dudaría en tomarlo para ser inmensamente feliz.

Ambos observamos al mismo tiempo la pintura y algo pasó. En verdad podía ver allí a mi joven enfermera cautivando a su marido con ese erotismo que solo una esposa como ella podía proyectar. Y casi de inmediato un deseo poseyó mi alma: «quiero ser como ella». No me sentí avergonzada y tampoco renegué de ello, lo acepté y, aun teniendo todo en contra, me obligué a pensar en que todo era posible. Empezando por… Alcé la mirada hacia el hombre que me acompañaba y casi como si me hubiera sentido, se giró hacia mí y apretó la mano que aún se mantenía entrelazada con la mía. Sí, todo era posible.

Después de esa, nos movimos a otra pintura y así fuimos creando juntos más y más historias: algunas románticas, otras llenas de gracia y las demás no tanto. Y cuando llegó la hora de partir, me dije que había sido una experiencia tan preciosa que la guardaría siempre en mi corazón, pasara lo que pasara.

―No tenías que acompañarme.

―Es para mí un placer ―mencionó Murakami cuando llegamos al borde de la escalera frontal de la mansión―. Espero que te hayas divertido esta noche.

―Algo que no hubiera disfrutado si hubiera hecho caso a tu "sugerencia" ―me reí.

―Fue bueno entonces tentar a tu curiosidad para que me ignoraras.

―¿Lo admites?

―No diré nada que pueda usar en mi contra después, milady. ―Besó mis nudillos justo cuando el carruaje se detuvo frente a la escalinata. A los pocos segundos vi aparecer a Rika y a Kazuya.

―Debo irme ya.

―Así es.

―Y necesito mi mano de vuelta ―acoté, mirando traviesa hacia el punto que nos mantenía unidos.

―Por supuesto, pero antes de dejarte marchar quería preguntarte algo.

―Claro…

―¿Lograste conseguir los libros que te recomendé?

Por un momento mi corazón dejó de latir, porque si él fuera el conde, sabría perfectamente que los había adquirido; sin embargo, por lo que ambos me habían mostrado, no me dejaría fácil la tarea de descubrirlo.

Acepté el reto.

―Lo hice.

―¿Y por cuál comenzaste?

En esa ocasión no me dio vergüenza admitir que había iniciado justo por "Sabor a Pasión", porque me dediqué a estudiar lo poco que me dejaba ver su máscara. Lamentablemente, solo pude vislumbrar su sonrisa satisfecha.

―Buena elección.

―Siendo sincera, no me atrapó el inicio porque sentí que era demasiado predecible, pero anoche llegué al capítulo tres.

―Oh, la llegada de nuestro protagonista.

Asentí, sonriendo, porque jamás me esperé que el hombre que despertaría el deseo en Aiko, fuera precisamente el hermano menor de su difunto esposo: el nuevo y esquivo marqués. Y había sido un primer encuentro soberbio. No había habido palabras, pues el hombre parecía ser de esos que expresaba solo lo necesario ―como el esposo de Tomoyo―, pero esa mujer había ardido en llamas ante el recorrido visual casi descarado por su cuerpo.

―El autor hace uso de recursos interesantes para fomentar el ambiente cargado y erótico. Palabras justas y descripciones…

―¿Explícitas? ―se rio.

―Sí… ―sonreí y bajé la mirada―. Expresó con sagacidad las sensaciones que experimenta la mujer ante la excitación.

―Sería interesante saber su opinión de los capítulos que siguen. Académicamente, por supuesto.

―Bueno… me han dicho que el capítulo ocho es interesante ―lancé como carnada.

―Lo es. Aunque si tuviera que escoger uno, sería el trece.

Ambos sonreímos; definitivamente no me la dejaría tan fácil si en verdad era Shaoran Li. Volvió a llevarse mi mano a los labios y tras dejar un beso un poco más largo de lo permitido, se enderezó.

―Espero verte pronto, mi querida lady Suspiros.

Con las mejillas sonrojadas, musité un "sí" apenas perceptible e inicié el descenso hasta llegar a la base de la escalinata. Sin embargo, antes de abordar el carruaje di una última ojeada hacia arriba y allí estaba él todavía, envolviéndome con su mirada y provocando un tornado de emociones en mi interior que hacían emerger suspiros que me permití liberar una vez dentro del coche.

―¿Todo bien, señorita? ―preguntó Rika, cuando tomó su lugar.

Me vi tentada a decir que no, que nada estaba bien porque en teoría había decidido alejarme del conde para no sufrir una decepción, y porque debía enfocarme en mi tarea de encontrar un marido adecuado. No obstante, había avivado tanto la esperanza esa noche que… no podía hacerlo. En mí ardía una necesidad apremiante que iba más allá de comprobar si él y Murakami eran la misma persona; yo… lo quería para mí. Quería que lord Wemberly dejara de ser un noble y que pasara a ser mi compañero de aventuras, mi cómplice, Shaoran solamente. Que escribiéramos juntos historias y en las noches me arropara con el fervor que sus ojos me prometían.

Sabía que era arriesgado y lo más probable era que saliera herida, pero recordando el primer cuadro, ese que me había mostrado la sombra de un futuro desolado, me dije que debía intentarlo. Debía vivir y escribir mi propia historia con cada decisión; así, cuando fuera una anciana, miraría hacia atrás y me sentiría feliz por todas las experiencias que había tenido, fueran o no satisfactorias.

Además, bien decían que era preferible vivir un segundo de amor, que una eternidad sin él; y yo, pasara lo que pasara… quería conocerlo al menos una vez.

―Rika, ¿hay alguna manera en la que una persona pueda alterar temporalmente el color de su cabello?

―¿Eh?

―¿Pasar del chocolate… a un negro noche?

Ella pareció considerarlo un momento y después asintió.

―Las hay. No estoy segura de cómo hacen esos tintes, pero sé que suelen ser mezclas con aceites esenciales…

―Como el de rosas.

―¿Está bien, señorita?

Sonriendo, asentí.

―Más que perfecta.

Llena de dicha y expectación por lo que estaba por ocurrir, miré la mansión que ya se perdía en la oscuridad. Mi historia… estaba apenas iniciando.

Y aquí tienen el capítulo catorce de esta aventura, uno de mis favoritos porque refleja seducción y decisión.

Todo inicia con una nota que parece advertencia, sin embargo, nuestra Ama de los Suspiros logró ver a través de las letras el desafío que nuestro Erudito le colocó para convocarla a disfrutar de una experiencia diferente. Aunque déjenme decirles que cuando ese hombre dijo: "Lo que sus inocentes ojos no deben ver, todavía, es el cuerpo desnudo de un hombre", hasta yo me sonrojé xD

¿Quiénes creen ustedes que fueron los modelos? :O Y lo que vino después fue una compenetración tal que los llevó a tutearse (insertamos gritos aquí), pero no solo eso. Las sospechas de Sakura han cobrado tanta vida que ha tomado la decisión no solo de descubrir si Shaoran y Murakami son la misma persona… ¡nuestra ama irá por su conde! ¿Qué hará para lograr atraerlo y descubrir la verdad? Tendremos que seguir leyendo.

La cosa se pone interesante :D

Ahora, debo decirles algo por lo cual dije que esta nota era importante. Ustedes saben que siempre trato de ser fiel a ustedes y mantener mi frecuencia de publicación semanal, sin embargo, noviembre es un mes muy festejado en mi casa. Aun con pandemia, pues tratamos de mantener la alegría y las tradiciones en familia, es por eso que no podré publicar el 07/11 y tampoco el 28/11 porque no tendré tiempo de corregir y adaptar. Eso nos deja dos publicaciones para este mes, espero sepan comprender :)

Mi agradecimiento especial a mis lectores cero lady Isabella y lord Pepsipez por su valiosa revisión y comentarios.

Cabe acotar que Fanficion me la jugó feo esta semana y no me llegó ninguna notificación -_- pero ya estoy respondiendo desde la app, agradeciendo a todos aquellos que se animaron a dejarme sus comentarios, los cuales siempre espero con mucha ilusión :) ¡Un beso a PaoPao! Espero que estés leyendo este capítulo con tu precioso bebé en brazos y les mando millones de bendiciones :D

¿Me siguen acompañando en esta aventura literaria? Espero que sí :D

Un beso enorme,

CherryLeeUp