Difícil es no caer
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Shingeki no kyojin es propiedad de Hajime Isayama.
Esta historia participa en "Casa de Blanco y Negro 2.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Condición: Caer en la tentación.
5
Hurtar
Se presentó de improvisto en la casa de Reiner Braun cuando el sol se ponía en el horizonte.
Porco le había dicho que saldría —sin atreverse a especificar un lugar por miedo a quedar en evidencia, como aquella vez que dijo que iría a ver a Annie y ella llegó poco después a la casa— y que volvería antes del atardecer. Le estaba mintiendo, lo llevaba en su rostro y en sus labios.
Un cigarrillo por cada mentira, por cada traición. Fumaba antes y después de sus misteriosas desapariciones. Y ella sabía que era la forma de apagar la voz que gritaba «culpable» en su interior.
Pero, ¿con quién la engañaba? Debía ser alguien del pasado, pues Porco era una persona cerrada y poco dada a entablar nuevas amistades, y una persona que causara tan conflicto y vergüenza en él que por eso lo mantuviera en absoluto secreto.
Y la única persona que se le ocurrió fue Reiner Braun.
La rivalidad de Porco y él había comenzado en la carrera por el Titán Acorazado. Cuando eran niños, Porco estaba seguro que lo obtendría, pero su sorpresa fue descomunal al escuchar otro nombre. Pieck recordaba hasta ese día la pelea antes del desfile de los guerreros: los dedos de Porco quedaron marcados en la nariz de Reiner y la sangre que manaba de sus fosas nasales fue la prueba de cuán enojado y colerizado estaba. Y la muerte de Marcel fue la gota que derramó el vaso. Porco decía que era su culpa; Reiner no sabía darle una explicación. Y así iban y venían, como las olas que rompían contra los acantilados.
Por eso se presentó en la casa de Reiner. Tenía la esperanza de encontrarlos en pleno acto.
Sin embargo, la vivienda estaba vacía; y la puerta sin seguro. Pieck Finger entró sin pedir permiso y observó la estancia. Un sillón, una mesa y una pila de libros empolvados. Nada fuera de lo habitual. Avanzó, buscando alguna pista que confirmara sus sospechas.
Lo único que encontró fue un reloj de plata con dos letras grabadas en la superficie. «Esto era de Bertolt —pensó. Tenía la vaga noción de haberlo visto alguna vez con el objeto—. Él era el compañero de Reiner.» Para nadie era un secreto que ellos dos se seguían a sol y a sombra, y que su muerte había devastado por completo a Reiner. Aquel reloj debía ser lo último que conservaba de su antiguo amor.
Sintió la tentación de guardarlo en su bolsillo —como hacía cuando era pequeña y luego su padre le obligaba a devolver los objetos hurtados—, pero no lo hizo. No podía volver a tomar lo que no le pertenecía.
—¿Pieck? —preguntó una voz a sus espaldas—. ¿Qué haces aquí?
Reiner Braun lucía una chaqueta que le iba pequeña. Una chaqueta que pudo reconocer con facilidad, pues Porco la llevaba cuando dijo que saldría.
—Dile a Porco que estoy aquí.
Mientras que el nerviosismo se apoderaba de su rostro, Pieck se guardó el reloj en los pliegues de la falda. Reiner le había quitado a Porco; ella le robaría el recuerdo de Bertolt Hoover.
