Capítulo 18
Cambio.
De alguna forma mi cuerpo sabía que algo ocurriría esa noche. Una sensación que brotaba desde el suelo bajo mis pies, y recorría cada fibra de mi ser, aun cuando no sabía si sería bueno o no para mí. Pero de lo único que tenía certeza, era que mi vida daría un giro completo y abrumador. Un cambio de escena que se había estado gestando poco a poco, minuto a minuto, con cada una de mis elecciones y que me habían llevado a aquel salón.
A la hora de dejar las máscaras a un lado como Shaoran había dicho.
La calma y el disfrute habían permanecido conmigo durante los bailes y conversaciones, o eso había intentado y cuando sentía que la ansiedad crecía, admiraba las preciosas decoraciones que Tomoyo había utilizado, para convertir su hogar en un auténtico palacio invernal. Preciosas arañas que regalaban su luz dorada y que hacían centellear los cristales que colgaban de los techos altos y abovedados; o la manera en la que ella había logrado combinar su color favorito con el azul, el plateado y el turquesa, tanto en los arreglos florales como en los ornamentos y telares que vestían de gala el amplio espacio de paredes blancas. Un trabajo exquisito, digno de una marquesa, que había dejado sin voz a más de uno; pero sin importar el esfuerzo mi atención siempre volvía a la entrada.
Ya fuera desde un lado de la pista de baile o dentro de ella como en ese instante, solo esperaba verlo llegar. Porque aun portando máscaras y disfraces que envolvían a los invitados en la mística libertad del anonimato, estaba segura de que yo lo reconocería.
―¿Espera a alguien, señorita? ―me preguntó en un cruce mi compañero de baile, un joven de simpático carácter y cabellos rojos―. No ha dejado de mirar hacia la entrada.
―No, no. Lo que pasa es que… ―Tuve que cortar mi respuesta al tener que retroceder, para cruzar por detrás de la mujer a mi lado.
―¿Decía? ―preguntó cuándo volvimos a juntar nuestras manos.
―Oh… bueno. Lo que pasa es que me sorprende la cantidad de personas que han venido y que... siguen llegando ―me justifiqué con lo primero que se me ocurrió, y traté de concentrarme en mis pequeños brincos y deslizamientos. Sin embargo, pude notar que la suspicacia se apoderó por un momento de su mirada azul.
Poco después, la vigorosa música fue bajando en intensidad hasta convertirse en un suave murmullo de acordes, que fue ocultado por los aplausos que dimos después de ejecutar los pasos finales de la cuadrilla.
Como todo un caballero, me escoltó hasta donde mi madre esperaba, tan hermosa como solo ella podía verse, vistiendo de un vivo turquesa que hacía resplandecer sus ojos, aun estando detrás de una máscara dorada.
―Gracias por haberme concedido el baile, fue todo un placer.
―Lo mismo digo, señor...
―Matsuda ―completó en una amable sonrisa―. Souta Matsuda para servirla siempre.
―Lo siento mucho, es que yo…
Me interrumpió al negar con su cabeza, sin borrar su gesto afable.
―No se disculpe, ya le he dicho que soy nuevo en la ciudad y es normal que pase desapercibido. Más bien, conté con mucha suerte de hacerme con una invitación para esta noche.
―Bueno, espero que se divierta mucho.
―Usted también, señorita Kinomoto, y… ―Se inclinó un poco y mostró una sonrisa diminuta y traviesa al susurrar lo siguiente―: rogaré para que esa persona que tanto espera llegue al fin.
Mis mejillas respondieron a su comentario, revelando la verdad. El joven pelirrojo sonrió de nuevo y, haciendo una inclinación de cabeza, se despidió de nosotras, dejándonos rodeadas de la algarabía propia de la fiesta.
―¿Te estás divirtiendo, querida?
Despejé mis calores al escuchar la pregunta de mi madre.
―Mucho. Usted sabe que me encanta bailar.
Ella asintió y recorrió el espacio de baile con mirada brillante.
―En la apertura deslumbraste de tal forma que los caballeros corrieron a pedirte un baile. Estoy tan orgullosa.
Levanté mi mano derecha donde colgaba el carné de baile y revisé cada uno de los nombres que estaban anotados en él; no estaba segura de cómo había ocurrido, pero era como si todos supieran quien estaba detrás del antifaz negro y estuvieran pendientes de lo que pasaría a continuación conmigo. Especialmente después de haberle concedido mi primer baile a lord Winslow y prometido un segundo para después.
Sabía muy bien cómo lo interpretarían los demás: una señal clara y pública del interés del marqués en hacerme la corte; pero estando aclarada la situación entre los dos, que era lo importante, no me pareció inapropiada la idea ya que siempre había considerado absurda esa connotación por un simple baile.
Además, tampoco me había podido negar a su sincero y entusiasta intento de hacer de casamentero. Su idea, desde luego, era incrementar el interés de los caballeros en mí, como también había predicho Tomoyo que sucedería con los rumores. Porque no había nada que provocara más a un hombre que la posibilidad de ser superado por otro.
"Somos competitivos por naturaleza", se justificó cuando expresé claramente que me parecía denigrante ser reducida a un simple premio, pero esbozando su particular sonrisa pragmática, me dijo algo en lo que había tenido que darle la razón: "Y allí está el punto, mi querida Sakura. Usted no es un premio del cual jactarse, sino un regalo que se debe apreciar y cuidar. El hombre que comprenda esta diferencia y se lo demuestre, será el indicado. Y si está en mis manos ayudarla a encontrarlo, lo haré con todo placer".
Era un pensamiento precioso sin lugar a dudas; sin embargo, el alcance de mi relación con Shaoran iba más allá de eso porque él ya había demostrado estar interesado en mi bienestar y respetaba mi talento. No, lo que pasaría entre nosotros dependería de cuán dispuesto estaba él a dejar atrás a su difunta esposa para darme cabida a mí en su vida. Algo que no había tenido la oportunidad de conversar con él o, más bien, que había evitado por cobardía.
Pero debía hacerlo si quería avanzar.
Ese tendría que ser el siguiente paso, aunque primero lo primero: debíamos obtener las respuestas ansiadas por el otro, y para ello me había asegurado de dejar libres los valses planificados para esa noche. Porque estaba segura, como que la luna resplandecía en el manto de la noche, que él llegaría.
―¡Oh! ¡Tomoyo nos está saludando!
Al seguir su mirada y su gesto de saludo, divisé a Tomoyo agitando su mano desde la privilegiada posición de anfitriona. Se veía preciosa con su vestido celeste que parecía brillar de acuerdo a la incidencia de la luz, y en su espalda llevaba delicadas alas traslúcidas. Un hada invernal, fue lo que pensé cuando la vi la primera vez, y a su lado estaba su orgulloso esposo, siendo su contraparte al estar vestido de un azul profundo, casi negro.
Era un cuadro casi perfecto, siendo ellos los monarcas del reino de hielo que Tomoyo se había esmerado en crear… roto únicamente por la tercera figura de cabellos negros que llevaba un vestido lila de semiluto. Hice una mueca, esa no debía ser otra más que la madre de lord Reever.
―Nuestra querida marquesa ha hecho un trabajo estupendo ―dijo mi madre con alegría.
―Sí, así es ―acepté y moví mi mano también, haciendo que las comisuras de su boca se curvaran hacia arriba―. Tomoyo se esforzó mucho y estoy segura de que está muy satisfecha con lo que ha logrado.
―Una prueba superada con excelencia, sin lugar a dudas.
Asentí, observando a mi amiga desenvolverse entre los invitados que se acercaban a saludarla. Sus movimientos eran suaves y armoniosos, mientras que en su bello rostro la gentileza estaba presente a través de sus sonrisas que siempre eran capaces de abrirle cualquier puerta. Era su noche, su momento de presentarse ante los nobles como la nueva y deslumbrante marquesa de Reever, y lo estaba haciendo muy bien.
Me sentía tan feliz por ella que sentí mis ojos humedecidos por el orgullo de tener una amiga como Tomoyo Hiragizawa.
―Ojalá tu padre estuviera aquí… ―musitó mi madre de repente y cuando giré mi cabeza, me encontré con un semblante lleno de tristeza que trató de componer al añadir―: Sabes que le tiene un inmenso cariño a Tomoyo, es como una hija, y estoy segura que se sentiría feliz de verla así.
Mis padres sabían que, en ese punto de la temporada, era importante que uno de los dos se mostrara en público para darme su apoyo. Debido a ello, mamá no se había negado cuando él le solicitó que me acompañara a la mascarada. Y conociéndola como lo hacía, estaba segura de que su corazón debía estar comprimido por haberlo abandonado para "salir a divertirse"; a pesar de estar preguntándose en todo momento si él se habría tomado sus medicinas o si estaba cumpliendo con su descanso.
Por eso, no pude hacer más que tomar su mano y darle un ligero apretón.
―Si quiere podemos irnos temprano ―le sonreí―. Le diremos a papá que nadie me invitó a bailar y estábamos aburridas en un rincón.
Mi madre enserió su expresión.
―Este es tu momento de brillo, Sakura. ―Alzó mi mano y señaló el carné de baile―. Entre ellos puede estar tu futuro marido y debemos aprovechar si quieres que todo funcione.
Haciendo una mueca, no me quedó más que asentir, aun cuando el hombre que quería que fuera mi marido, no se había anotado allí.
Aún.
―¡Oh, por fin las encuentro! ―Al escuchar la refinada voz de lady Rosmond, ambas nos giramos en su dirección.
La aristocrática dama avanzaba hacia nosotras, envuelta en seda fina y encaje rojo, mientras que una máscara purpura con plumajes ocultaba su rostro.
―Lady Rosmond, que placer verla esta noche ―saludó mi madre, haciendo una reverencia.
―Lo mismo digo, querida. Lo mismo digo ―aceptó la duquesa y después recorrió mi figura con la mirada, finalizando en un asentimiento de aprobación―. Divino disfraz, digno de nuestro precioso diamante.
Miré hacia mi atuendo, compuesto por un vestido que dejaba al descubierto mis hombros y que mostraba un perfecto degradado, desde el más vivaz cobrizo en el corpiño hacia el purpura en mis caderas que se extendía hacia la vaporosa falda.
La señorita Akisuki había prometido convertirme en una diosa y había cumplido, porque esa noche era Emyra, la deidad que gobernaba en las noches según la mitología Cohrya.
―Se lo agradezco mucho, su excelencia ―le sonreí e incliné mi cabeza.
―Imagino que nuestro querido Erick prefirió quedarse en casa con su esposa.
―Así es. Usted sabe que los primeros meses son los más complicados ―lo justificó mi madre.
―Oh, sí. Los peores ―concordó la duquesa―. Espero que mejore pronto para conocerla al fin.
―Será todo un honor para nosotros ―respondió y era cierto, porque cuando Abby estuviera lista y contara con la aprobación de una mujer como lady Rosmond, tendría el respaldo suficiente para ser aceptada como todos esperábamos.
De repente, los ojos cobrizos de la duquesa se fijaron en mí y sus labios rojos se estiraron en un arco intrigante.
―Quiero presentarles a alguien muy especial.
La mujer que se había mantenido a su espalda en todo ese tiempo dio un paso adelante, revelando el vestido azul que resaltaba su piel de alabastro y su cabello que era de un negro medianoche. Llevaba un recogido elegante que dejaba libres las delicadas ondas en los costados de su rostro, que estaba cubierto con un antifaz plateado. Y a través del brillante adorno, se podían distinguir unos ojos tan profundos como el mar.
―Ella es una gran amiga mía, nos conocemos prácticamente de toda la vida ―retomó la duquesa―. Su nombre es Ieran Li, condesa viuda de Wemberly.
Mis ojos se abrieron ante la sorpresa de tener frente a mí… nada más y nada menos que a la madre de Shaoran. Y casi me sentí estúpida porque… se parecían. A pesar de no tener el mismo color, sus ojos transmitían lo mismo y tenían esa forma de sonreír, un poquito ladeada hacia la derecha, que les daba un toque de misterio, como si ambos supieran un secreto que todos moríamos por descubrir.
―Amiga mía, ellas son Nadeshiko y Sakura Kinomoto. ―Ambas hicimos una reverencia ante la mención de lady Rosmond, aunque por mi parte fue bastante torpe por los nervios.
―Es un placer conocerlas.
―El honor es nuestro, su señoría ―habló mi madre por ambas.
Lady Wemberly dirigió sus ojos amables a mí y amplió su sonrisa.
―Yuuko me ha hablado tanto de usted que le pedí presentarnos. Y qué mejor momento que esta noche, ¿no lo cree?
Su boca rosada estaba impregnada de la amabilidad propia de una cándida mujer y en sus ojos podía distinguir su sincera intención de conocerme; aunque sabía muy bien que el motivo de su acercamiento tenía que ver con la confirmación de los rumores que nos rondaban a su hijo y a mí.
A pesar de ello, me esforcé en parecer tranquila ante su presencia.
―No sé qué le habrá dicho lady Rosmond…
―Solo puedo hablar maravillas de mi precioso diamante ―dijo con cariño la duquesa.
―Aunque hizo especial hincapié en su pasión por los libros ―acotó la condesa viuda en una risa, y después me miró―. Me dijo que es difícil sacarla de una biblioteca una vez instalada.
Sintiéndome un poco más en confianza, asentí y le sonreí.
―Podría decirse que son mi alimento. Después de todo, los libros son considerados las semillas del conocimiento.
―Y es impresionante lo que se puede lograr con lo poco que sabemos.
―Ha leído a Fukushi ―dije, encantada.
La condesa viuda afirmó, alegre, y se enderezó.
―Tengo un hijo que no suelta los libros desde que aprendió a leer a los cinco años. Estoy segura que me entiende. ―Miró a mi madre.
―Por supuesto, Sakura es igual.
Ambas rieron en complicidad maternal.
―El asunto es… ―retomó, abriendo su abanico dorado para refrescarse―, que me tocó estudiar y leer con él para poder seguirle el hilo cuando me hablaba de sus escritores favoritos. Y debo aclarar que eran libros extremadamente gruesos.
Suspiré, conmovida, al imaginarme a un pequeño Shaoran de mirada dulce y brillante, devorando libros más grandes que él.
Inclinando su cuerpo un poco hacia adelante, la dama torció su boca a la derecha de la misma forma que lo haría su hijo.
―Tengo entendido que usted lo conoce.
Era inútil negarlo. Asentí, sintiendo como mis mejillas adquirían poco a poco el rubor.
―Nos hemos vuelto amigos… ―respondí―. Sabe mucho de literatura y siempre hablamos de los libros que nos gustan.
―Eso es tan "Shaoran" ―se rio y después me dedicó una mirada pícara―. ¿Le gustaría saber algunas anécdotas interesantes? En el estricto rigor de la confidencialidad, por supuesto.
―¿Está segura?
Sacudió su mano en el aire.
―No hay nada que nos guste más a las madres que hablar de nuestros hijos, ¿no lo creen?
La duquesa y mi madre asintieron.
―Entonces… le prometo que de mi boca no saldrá palabra alguna ―le dije, llena de emoción ante la idea de saber mucho más del hombre que me gustaba.
De esa forma, lady Wemberly me confirmó cosas que él ya me había dicho: como la unión que tenía con su hermana menor, que era un hijo excepcional y la amistad especial que sostenía con el marqués de Reever y el señor Barlow. Pero en voz colmada de orgullo, la dama también me permitió conocer varios aspectos de la vida de Shaoran que desconocía.
No se esmeraba en destacar sus aptitudes como conde, sino al hombre que se ocultaba detrás de las sonrisas ladinas y su coqueta forma de ser. Ese que le fascinaba acurrucarse frente al agradable fuego del hogar para leer, que adoraba cabalgar en el campo por horas, sintiendo el sol en su rostro, que resolvía operaciones matemáticas complejas en su mente, y, aun cuando era todo un hombre, solía regañarlo por traer siempre sus manos manchadas de tinta a la mesa para cenar. Eso ultimo inexplicable para ella, pero no para mí.
Mis labios expresaron el júbilo de mi corazón, provocado por la imagen de Shaoran escribiendo en las tardes, posiblemente cercano a alguna ventana que le permitiera visualizar cuando el atardecer llegara. De esa forma, sus ojos brillarían frente a esas últimas luces, siguiendo lo que su mano derecha plasmaba en la hoja de papel.
Miré a la dama que seguía en su nube de recuerdos; no sabía el trasfondo de tan precioso regalo, aunque no me quejaría y presté atención a cada detalle, guardándolos en mi corazón.
―Oh, cielos. Creo que me he excedido y seguramente las he aburrido.
Reflejando en mi rostro el encanto que sus recuerdos habían provocado, negué con la cabeza.
―En realidad, ha sido enriquecedor y maravilloso.
―Y usted misma lo dijo: una madre siempre disfruta hablando de sus hijos. ―Mamá me miró de soslayo y sonrió―. Aunque podríamos equilibrar la balanza en una próxima ocasión al hablar de las travesuras de Sakura que son muchas.
―Eso sería maravilloso ―aplaudió la condesa―. ¿La semana que viene, tal vez?
―Estaríamos encantadas, su señoría ―aceptó por las dos.
―¡Perfecto! Entonces les enviaré una invitación.
En ese instante, el sonido de instrumentos siendo afinados se sobrepuso a las voces de los invitados a la mascarada. Giré mi cabeza y a lo lejos divisé que los músicos ya habían tomado su posición, eso significaba que su descanso había terminado.
―Imagino que algún caballero vendrá a reclamar un baile contigo, querida ―dijo lady Rosmond―. Tu éxito esta noche es indiscutible.
―Ciertamente ―concordó la condesa, haciéndome sonrojar.
―¿Con quién te toca bailar, hija?
Revisé los nombres escritos en el cartoncillo hasta alcanzar el de Yukito Tsukishiro, escrito en una caligrafía alta y prolija: lord Winslow. Sin levantar la cabeza todavía, le di una mirada a la condesa a través de mis pestañas: ¿qué pensaría ella de mi segundo baile con él? Porque era casi un hecho que debía estar enterada del inesperado triángulo de la temporada, formado por Shaoran, el marqués y yo.
Suspiré, esperaba que ella no fuera del tipo de persona que se dejaba llevar por palabras insidiosas, porque en verdad me simpatizaba.
Así qué, obligándome a pensar en positivo, oculté mis inseguridades tras una máscara afable y elevé el mentón, dispuesta a revelar el nombre de mi próximo compañero de baile. Entonces la voz de barítono del marqués llegó desde mi espalda, haciendo que mi estómago se contrajera:
―Veo que se ha formado un grupo encantador por aquí.
Su rostro apareció a mi lado, oculto tras una máscara casi completa de azul cobalto, que le daba mayor intensidad a sus ojos que parecían más claros que el café. Y cuando ellos buscaron los míos, esbozó una sonrisa diminuta pero significativa, ya que con ese gesto buscaba transmitirme una quietud bien recibida.
―Oh, lord Winslow, que bueno tenerlo de vuelta ―dijo mi madre.
―Que me hayan extrañado me hace sentir honrado, señora Kinomoto ―se rio y después dirigió su atención hacia las mujeres que nos acompañaban, haciendo una inclinación de cabeza.
Ambas contestaron con un ligero asentimiento cortés, aunque la duquesa no esperó para darme una mirada preocupada a través de su máscara. Moví con disimulo mi cabeza en un asentimiento y después le sonreí, intentando decirle con ello que todo estaba bien de mi parte y para demostrarlo, continué yo la plática:
―¿Qué tal ha ido su noche, marqués?
―Lamentablemente, no tan divertida como hubiera esperado, señorita Kinomoto ―expresó en un suspiro―. Verá, esta mascarada ha reunido a muchos de mis socios y han aprovechado para retenerme y discutir algunas acciones.
―Es algo muy común pero de muy mal gusto ―reprochó la duquesa―. Los bailes son para divertirse, no para negociar.
Lord Winslow inclinó su cabeza ante ella en reconocimiento de su identidad y estatus.
―En efecto, su gracia, pero afortunadamente logré deshacerme de ellos cuando noté que los músicos ya estaban tomando posición… ―Su cuerpo se ladeó y me ofreció su mano―. Desde luego, no podía dejar pasar la oportunidad de volver a bailar con usted.
La prueba de fuego había llegado y, siendo sincera, no quise ver el resultado.
Le expresé mi cortesía al marqués al curvar mis labios y acepté su gentil invitación. Mi mano fue refugiada en su brazo de inmediato, iniciando de esa manera el camino hacia la pista de baile, sin atreverme a mirar atrás ni una vez. No había motivo para que la madre de Shaoran pensara con reproche de mí, y si lo hacía no era algo que debería importarme. Sin embargo, tristemente lo hacía porque siendo una de las mujeres más importantes para él, su respeto y aceptación eran invaluables… y me dolería llegar a causar algún tipo de discordia en una familia que parecía tan unida.
«Por supuesto, todo esto si logro llegar a su corazón». Sacudí la cabeza; no había peor enemigo que la propia mente.
―Parece compungida ―habló el marqués de repente, borrando el nocivo cuadro de mi cabeza.
―No me preste atención… Solo estoy un poco abrumada por la noche.
―Todo está saliendo como lo esperábamos: ha brillado como la más radiante estrella, incluso más que una debutante ―dijo, mirándome con cariño.
―Bueno… le confesaré que nunca había bailado tanto en mi vida.
―Y la noche no ha terminado, querida. Le aseguro que se pondrá mucho mejor.
―Está muy confiado, milord.
―Es la ventaja de los años, las experiencias vividas y mi habilidad de leer a las personas. ―Me guiñó un ojo―. Confíe en mí, Sakura. Esto es lo que me ha permitido ser tan exitoso en los negocios… ―Hizo una mueca graciosa, como si estuviera fingiendo desagrado―. Aunque últimamente estoy siendo superado por lord Wemberly.
―¿Su instinto de competición se está haciendo presente, lord Winslow? ―me burlé.
―Se lo dije, es estúpido pero natural.
Entre risas cómplices, nos unimos a la fila de damas y caballeros que aguardaban el comienzo de la danza.
El silencio reinó en la sala y después fue suplantado por los primeros acordes del grácil minueto. En total sincronía, todos realizamos una reverencia para iniciar la elegante coreografía que, a pesar de parecer sencilla, estaba llena de patrones complejos en diagonal que nos hacía cruzarnos unos con otros entre las dos filas, y giros que debían ser ejecutados pulcramente para no chocar.
Pese a ello, era una danza preciosa que permitía a los bailarines entrar en una especie de persecución divertida y hasta sugerente para algunos, como era el caso de aquellos que aprovechaban para dejar caricias secretas cuando llegaba el momento de que las manos se encontraran en el centro.
¿Cómo no sonreír y disfrutar ante tal demostración de afecto? Era imposible. Y contagiada de esa misma emocionalidad, daba mis pasos saltarines con entusiasmo, me encontraba con lord Winslow para girar al compás de la tonada tomados de la mano, y después regresaba a mi puesto para volver a iniciar.
Música y danza; arte para el regocijo, pero opacado por las miradas indiscretas de aquellos que estaban en los límites de la pista, buscando algo de lo cual hablar después.
Sacudí mi cabeza y me concentré en seguir disfrutando, hasta que llegó el momento en el que los músicos ralentizaron el ritmo, marcando el inaplazable final del minueto. Volvimos a formarnos entre ágiles pasos y realizamos la reverencia concluyente.
Todos nos giramos hacia el grupo de músicos a aplaudirles por tan extraordinaria interpretación, y después de ello lord Winslow volvió a ofrecerme su brazo para escoltarme hacia mi madre. Sin embargo, no habíamos terminado de salir de la pista cuando percibí su ligera inclinación hacia mí.
―Hora de recoger sus frutos, querida ―susurró y al elevar la mirada hacia él, hallé en su boca esa sagaz curvatura.
El tiempo que había parecido inclemente en su avance, pareció disminuir su paso solo para torturarme, porque al seguir la mirada del marqués, divisé a lo lejos al dueño de mis pensamientos, en compañía de mi madre y la condesa viuda de Wemberly. Estaba vestido de imperturbable negro, y protegía su rostro con la distintiva máscara que usaba cuando se presentaba ante mí como Yufeng Murakami, aunque esa vez su cabello seguía manteniendo el color natural del chocolate.
Dios bendito, él había llegado… estaba allí y, cómo había pasado aquél día en el hogar de su prima, sus ojos estaban puestos en mí. Encendiendo y erizando mi piel, provocando esa sacudida tan conocida que aflojaba mis piernas; sin embargo, algo la hacía diferente a su vez. Era más aguda y penetrante; tentándome a sumergirme en una vorágine desconocida pero ansiada.
Y ese deseo se debía a que todo había cambiado con su revelación.
Caminando hacia él, manteniendo mis ojos en los suyos, esa impresión de metamorfosis volvió a hacerse presente con mucha más fuerza, más avasallante y no dejando lugar para dudas.
Después de esa noche, nada sería igual entre nosotros. Y estando a escasos pasos de él, sus ojos de colores cálidos y terrosos que siempre me evocaban el estío, me dijeron que él también lo sabía. De alguna manera, Shaoran percibía esa aura de cambio que nos envolvía y seducía.
―¿Se divirtieron? ―La voz de mi madre quebró el hechizo que parecía habernos afectado solo a nosotros.
―Por supuesto, la señorita Kinomoto es una bailarina sobresaliente y siempre será un deleite danzar con ella ―respondió el marqués por ambos. Luego su cuerpo se ladeó y me sorprendió al dirigirse hacia Shaoran―: Me alegra ver que se nos ha unido esta noche, lord Wemberly.
La respuesta de él fue una reverencia educada en señal de reconocimiento al estatus del marqués, pero luego destinó su atención a mí, haciendo que mi estómago revoloteara.
―No podría faltar por nada del mundo. ―Quizás su rostro no denotó mucho, pero los matices de su voz me transmitieron el mismo mensaje que sus ojos, haciendo que el aliento me abandonara en un diminuto suspiro―. Encontrarla siempre es un placer, señorita Kinomoto.
―Yo… lo mismo digo, milord.
Después de eso, ambos enfrentaron sus miradas y permanecimos allí, inmóviles y en silencio. Mis ojos vagaron de un caballero a otro: el marqués mantenía la sonrisa sencilla que tanto lo caracterizaba, mientras que Shaoran parecía estudiarlo con cierta cautela, irguiéndose cuan alto era. Y si bien no había hostilidad entre ellos, podía sentir en mi piel un aire enrarecido que emanaba de los dos.
«¿Podría ser… el masculino instinto competitivo haciéndose presente?». Era intenso… y si yo podía verlo, siendo una despistada consumada, sería algo evidente para todo aquel que nos estuviera observando. Porque seguramente lo estaban haciendo y no sabía qué decir para que salieran de esa extraña atmosfera que parecía estar arropándonos solo a nosotros tres.
Por fortuna, el marqués fue quién decidió romper el contacto y se giró hacia mí para tomar mi mano y dejar en mis nudillos cubiertos un beso.
―Fue un inmenso placer haber bailado con usted, Sakura. ―Las esquinas de su boca se extendieron y después se enderezó hacia los demás―. Damas… lord Wemberly.
Tras esa despedida, lord Winslow dio vuelta sobre sus talones para retirarse, manteniendo ese porte aristocrático y poderoso de un marqués. Sin embargo, no se alejó sin antes dejar un último mensaje para mí en un susurro:
―La noche es suya, haga que valga la pena.
Mi cabeza se giró con asombro, pero él no se volvió ni una vez, perdiéndose entre las personas que charlaban alegres en la mascarada. Había llegado a pensar que él debía sospechar de mis sentimientos por Shaoran, pero ante sus acciones y palabras no había dudas al respecto. Él lo sabía y había decidido hacer su parte para ayudarme como había prometido.
Y era hora de que yo hiciera la mía.
―Señorita Kinomoto. ―Di un respingo y giré de nuevo hacia el pequeño grupo, notando que las miradas eran mías, principalmente la de Shaoran que parecía demasiado reservado para ser él―. Sabe, estuvimos conversando con mi hijo sobre la invitación que les he hecho y ¿qué cree? ―preguntó la condesa en una sonrisa―. Nos dijo que estaría encantado de participar, ¿no es cierto, Shaoran?
Como por arte de magia, el aura tensa pareció evaporarse de él cuando se vio obligado a mirar a su madre.
―Por supuesto. Además… ―Cuando sus ojos volvieron a mí, habían adquirido un tinte de algo que no supe identificar, pero era tan intenso que aceleró mi corazón―, podré aprovechar el momento para mostrarle a la señorita Kinomoto lo que los jardineros de los Berkel están haciendo en nuestro invernadero.
―¿Podría ser… la dama de medianoche? ―pregunté con emoción retenida, a lo que él asintió.
―Han iniciado la adecuación de un espacio apto para los brotes de la flor. Y me comentaron que el año que viene podremos disfrutar de nuestro propio evento de medianoche si seguimos sus indicaciones. ―La comisura derecha de su boca se elevó con su distintiva picardía―. Me gustaría que viera lo que me ayudó a ganar.
―Pero… yo no hice nada…
―Se equivoca ―me contradijo, provocando más aleteos en mi estómago―. Me empujó a participar y sin eso nada de esto estaría ocurriendo. Así que la dama de medianoche nos pertenece a usted y a mí.
Ante su enfática intención de darme crédito, era imposible no sonreír.
―¿Tienes más bailes prometidos, querida? ―preguntó mi madre de repente y la vi cabecear con disimulo hacia Shaoran.
Oculté mi risilla al bajar la mirada al carné, dándome cuenta de que solo dos bailes nos separaban del próximo vals… y sin poder evitarlo, mis ojos fueron a Shaoran que parecía esperar mi respuesta.
―Solo dos. Los demás están libres.
―Debo decir que eso me hace sentir afortunado.
―¿Por qué lo dice, milord? ―pregunté, provocándole al batir mis pestañas. Eso le sacó una sonrisa encantadora.
―Porque podré tener la oportunidad de solicitarle un baile, señorita.
Se inclinó con galantería y yo extendí con lentitud mi mano, sintiendo mi rostro entero caliente, aunque sin dejar de sonreír. Shaoran la tomó con la delicadeza propia de un caballero y mientras anotaba su nombre en el carné de baile, me sorprendió al presionar su pulgar en mi muñeca, trazando una caricia lenta, intencionada y secreta que despertó la piel bajo la negra tela satinada.
―Esperaré con ansias a que llegue el momento del vals.
―Yo igual ―susurré, sintiendo como el calor se concentraba en mis mejillas y en otras partes del cuerpo.
Y aun sin soltar mi mano, él sonrió y yo le contesté, repitiéndome las palabras que el marqués me había regalado: la noche era mía y haría que valiera la pena.
Era hora de caminar al cambio de escena por voluntad propia.
Capítulo dieciocho y trajo de todo un poco. Belleza, baile y ¡la suegra!
Ieran hizo acto de aparición con toda intención de pescar a la chica para su hijo, ¿creen que haya pensado mal de Sakura por bailar dos veces con lord Winslow? Porque yo la vi más como: ¡mijo, avíspese que nos la quitan!
Y vaya que se avispó el muchacho porque, aun cuando los celos saltaron a la vista, no hay nada más seductor que aquello que se oculta a la mirada de los demás. Esa caricia y esa mirada que promete muchas cosas.
Ambos quieren caminar hacia ese cambio y todos juntos decimos: ¡Dos!
Muchas gracias a todos por su apoyo y por acompañarme a través de sus mensajes, son los mejores y es lo que me anima a seguir escribiendo para ustedes, tener esa oportunidad de llegar más allá de la pantalla.
Mi agradecimiento como siempre a mis preciosos lectores cero Pepsipez y WonderGrinch por acompañarme en esta aventura desde su concepción :)
¿Qué les puedo adelantar del siguiente capítulo? Pues que llega lo que todas han estado pidiendo, ¡narrará nuestro conde!
Estén pendientes del próximo adelanto :D
Un enorme beso para todos,
CherryLeeUp.
