¡Hola, chicos! Como siempre, aclaro que los personajes de CCS no me pertenecen, pero todo lo que verán en esta historia surgió de mi completa imaginación.
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Bueno a comenzar :D
La dama de medianoche
Capítulo 19
Shaoran Li
A lo largo de mi vida había escuchado muchos relatos sobre los celos, algunos más viscerales que otros, y todos parecían derivar de un único origen: la inseguridad. Era por ello que muchos calificaban la emoción como algo malo y censurable que no se debía sentir, pero ¿no éramos los seres humanos inseguros por naturaleza? Y no se trataba de dudar de uno mismo o de nuestras capacidades, sino de estar alertas y conscientes de los peligros que nos amenazaban para responder a ellos con diligencia y presteza.
Así que no, los celos no eran buenos ni malos, eran una simple emoción que, como la alegría o la tristeza, era experimentada y no se podía controlar su aparición. No obstante, si se podía escoger qué hacer con ella. Algunos se dejaban dominar por la frenética ira procedente de la desconfianza, otros la volvían una obsesión; yo, por mi parte, los aceptaba y los utilizaba para conocerme a mí mismo, y también como inspiración para mi escritura, porque no había nada más enriquecedor para un escritor que las propias experiencias.
Y si bien admitía que había actuado como un chiquillo estúpido las veces que había presenciado las atenciones del marqués de Winslow con Sakura ―sépase perseguirla y mantenerla en mi rango de visión todo el tiempo, rallando en el maldito acoso para mayor humillación―, me había servido para comprender varias cosas al preguntarme: ¿de qué? y ¿por qué?
Ambas respuestas me llevaron a una conclusión: ella me importaba, demasiado, y no quería que ni el marqués ni ningún otro hombre tuviera el privilegio de quedarse con el tesoro que yo había descubierto primero. ¿Estaba siendo absurdo? Sí. ¿Posesivo? Absolutamente. ¿Energúmeno? Era probable, pero ninguno de esos mequetrefes se la merecía. La habían estado ignorando por años, no queriendo ver a la mujer astuta e inteligente que guardaba en su pecho un corazón tan dulce y noble, que la hacía crear las historias de romance más impactantes y bellas del momento.
Era una escritora del alma, pero también era una mujer que anhelaba ser amada, y si bien le había dicho a mi madre que yo no estaba enamorado de Sakura, eso no significaba que no pudiera estarlo en un futuro muy, muy cercano. ¿Cómo no llegar a amarla, cuando tenía un sentido del humor tan similar al mío y era capaz de reír sin miramientos? Ella era la Ama de los Suspiros, una mujer tenaz, autentica y sincera que se hacía querer con facilidad. Por eso estaba seguro que podría llegar a adorarla como ella se merecía si la oportunidad se daba; particularmente porque ya tenía la mitad del recorrido hecho, cuando todo mi cuerpo reaccionaba al suyo.
La cercanía era una tortura, su voz una cadenciosa canción de seducción, sus ojos de alegre verde que me fascinaban… Suspiré y la observé, dando animadas vueltas por el salón de baile, en compañía de un sujeto enmascarado… la deseaba. La deseaba tanto que a veces dolía como el infierno y la había llegado a imaginar desnuda y gloriosa en mi cama más veces de las que me gustaría admitir… o en el escritorio de mi despacho… o en cualquiera de los malditos sillones de la casa Wemberly, profiriendo los más dulces e indecentes gemidos de placer provocado al hundirme en su cálido interior.
Un suspiro nuevo se hizo presente y me repetí la decisión que había tomado, después de haberlo estado considerando por casi dos semanas: si quería hacer realidad todas las cosas que había imaginado, y tener a mi lado una compañera sin igual que animaría mis días y que excitaría mi creatividad, debía… No, yo deseaba convertirla en mi esposa, porque sentía que ella era la mujer que había estado esperando para volver a iniciar y amar.
Si bien Natsumi estaría en mis memorias por siempre y la recordaría con el amor y el respeto que se merecía, después de haberlo analizado tanto, me sentía preparado para dar ese paso, más cuando Sakura parecía disfrutar de mis atenciones y del tiempo que pasábamos juntos.
Todavía tenía mucho por descubrir de ella, en especial sobre su interés en mí como escritor, pero ya habría tiempo para ello. Toda una vida si las cosas salían bien, así que la prisa se había vuelto innecesaria.
Solo debía pensar muy bien la forma en la cual una mujer como ella debía ser cortejada porque, a pesar de ser un escritor de romance, lo mío se basaba en la seducción, la tentación y el erotismo. Ella era una romántica y merecía un cortejo dulce y emocional, algo que en definitiva yo no dominaba.
Ese era el principal problema que no me dejaba avanzar en mi nuevo proyecto y esperaba resolverlo por mi bien como escritor… y como futuro esposo de Sakura Kinomoto, próxima condesa de Wemberly.
Cuando ella regresó con nosotros al cesar la música, su compañero de baile prácticamente huyó cuando me vio cruzarme de brazos y enderezar mi postura. En eso también servían los celos, provocaban marcar terreno y los petimetres como ese, huían.
―¿Qué tal el baile? ―preguntó la señora Kinomoto en mirada resplandeciente.
―Bueno… me pisó dos veces. Se disculpó enseguida, por supuesto, y afortunadamente sus botas no tenían mucho tacón ―respondió ella y sonrió para posar su mirada en mí―. ¿Sucede algo, lord Wemberly?
―No es nada, señorita Kinomoto.
Odiaba la maldita formalidad que nos veíamos forzados a utilizar en público y que no podía romper, porque esa confianza sería aprovechada para manchar su reputación. Absurdo pero real, y podía ver en sus ojos y en la manera en la que se mordía sus labios, que ella estaba tan desesperada como yo de pronunciar el nombre del otro.
Para nuestra suerte, la tortura no se extendió mucho más al escucharse el llamado para el próximo baile, uno que nos hizo sonreír a ambos en confabulación, porque sabíamos que ese momento nos daría cierta privacidad que sería muy bien recibida.
―¡Oh! Creo que sigue el vals ―dijo mi madre y mostró la complacencia en su rostro―. Vayan, vayan. No hay que perder el tiempo.
Negué con mi cabeza; si bien era un hombre de treinta y un años, capaz e independiente, jamás se dejaba de ser un hijo para una madre, sobre todo cuando ella había tenido que presenciar la profunda melancolía que solo la muerte de un ser amado podía provocar. Y cómo solía hacer cuando era un adolescente, le guiñé un ojo que la hizo sonreír.
Mi madre me había acompañado cuando había estado a punto de hundirme en la miseria, y era hora que atestiguara mi resurgimiento.
Ofrecí mi brazo a Sakura y ella no dudó en aceptarlo.
―Le prometo no pisarla.
―Eso espero porque sus botas se ven más pesadas que las del vizconde Utagawa ―respondió con su ágil humor.
Giré mi cabeza hacia la señora Kinomoto que asintió complacida, dando su permiso para el vals, y así guie a mi querida lady Suspiros hacia la pista de baile para que saldara su deuda conmigo. No teníamos prisa, no había desesperación; solo éramos nosotros, Shaoran y Sakura, siendo envueltos por ese cómodo, cálido y emocionante ambiente provocado por la complicidad.
―¿Te disfrazaste de ti mismo, Murakami? ―su voz cantarina y risueña, me llegó―. Lo siento, tenía que decirlo.
―Lamentablemente, no tengo tanta imaginación para los disfraces. A diferencia de ti… ―Hice una pausa para fingir darle una inspección de soslayo, sin dejar de caminar. Después mostré mi gesto ladeado―. Una bella representación de la diosa Emyra, sin lugar a dudas.
Sakura extendió sus labios con orgullo al ver que había captado el significado de su disfraz.
―Una casualidad irónica, ¿no lo crees? ―preguntó ella, sin desvanecer su sonrisa―. Según la mitología Cohrya, Emyra y Alioth son enemigos mortales.
Me reí con ligereza, me había servido la oportunidad de una pequeña travesura y no la desperdiciaría.
―Algunos historiadores difieren de ello por unos escritos que se han encontrado recientemente.
―¿Y qué es lo que dicen? ―preguntó con ingenuo y sincero interés.
Incliné mi cuerpo un poco, solo lo suficiente para que escuchara mi susurro:
―Que eran amantes en secreto.
Cuando me enderecé, el deleite me invadió al presenciar la belleza de los colores de su rostro y el perfecto óvalo de su boca.
―Yo… yo… No lo… ¿Es en serio?
―No ―expresé con fresco descaro y me reí ante sus labios fruncidos.
―¡Shaoran con eso no se juega! ―me reprendió en voz baja―. Disfrutas de tomarme el pelo.
―No negaré lo innegable. ―Me detuve y me coloqué delante de ella, observando que tenía apretados los labios―. Vamos, déjala ser libre. Allí está y quiere salir.
El teatro de enfado le duró tan solo un par de segundos más. Se llevó la mano a la boca para acallar la risa y lamenté estar en ese salón, por muy hermoso que la esposa de Eriol lo hubiera decorado.
Aun reteniendo las risas, tomamos nuestra posición en la pista de baile cuando las parejas comenzaron a hacerlo: mi derecha se posó sobre su omoplato, mientras que mi izquierda se enlazó a su mano con sutileza, ansiando en mi interior que el contacto no estuviera limitado por las telas, como había ocurrido en la sala de música de Xumei.
Ante el recuerdo de sus lágrimas, me pregunté si habría logrado solventar el problema que la aquejaba aquel día, algo muy probable porque Sakura no parecía ser el tipo de mujer que se quedaba parada observando. Iba a la acción con una sonrisa de aplomo plasmada en la boca y esa era una de las cosas que me gustaban de ella.
Por un instante, el silencio reinó en el salón; pronto los violines iniciaron el lento y repetitivo compás de "un, dos, tres", al cual se fueron uniendo los demás instrumentos. Nuestros cuerpos despertaron y comenzaron a moverse en un elegante vaivén que nos invitaba a girar.
La música se metió por debajo de la piel y fluyó por las venas, haciendo que todo dejara de importar a nuestro alrededor. Las personas desaparecieron y el tiempo ya no existía más; solo éramos dos almas que estaban felices de estar una junto a la otra, bailando, sintiendo y vibrando en una sincronía etérea.
Era apasionante, casi hipnótico, y no podía hacer más que mirar a los ojos de Sakura que estaban radiantes y maravillarme con sus labios extendidos en una alegría contagiosa y conmovedora.
De esa forma, sin dar un paso en falso y sin romper la conexión entre nuestras miradas, alcé mi mano izquierda sobre mi cabeza, formando un arco que ella continúo al enlazar sus dedos con los míos. Un toque apenas perceptible pero significativo que nos acercaba y tentaba. Así, seguimos meciéndonos en esa lenta, íntima y sublime danza, que sometió mi mente e hizo que mis sentidos estuvieran centrados únicamente en la mujer frente a mí.
Por ello, al regresar a nuestra posición original, pude vislumbrar en la profundidad de sus ojos el rio de preguntas que pasaban por su cabeza y sus ganas de realizarlas. La esquina derecha de mi boca subió, porque sabía que no tardaría en soltarlas.
―Yo… ―Desvió la mirada por un segundo, aun así, sus pasos seguían siendo perfectos―. ¿Puedo hacerte una pregunta?
―¿Solo una? Eso me hace sentir simplón.
―En realidad son muchas… demasiadas.
―Siendo así, el tiempo que nos queda de baile no será suficiente ―contesté e hice una mueca al mirar a nuestro alrededor por primera vez: muchos nos observaban―. Tampoco creo que sea el lugar más adecuado para tratar temas tan importantes.
―¿A qué te refieres?
―No tenemos la… privacidad necesaria.
―Pues te informo que esa privacidad no la tendremos nunca ―acotó, frunciendo los labios.
―Creo que ahora soy yo quien pregunta: ¿a qué te refieres?
―No importa donde estemos, Shaoran, siempre habrá personas mirando ―dijo con frustración―. No importa si es durante un paseo, en tu hogar o en el mío; nunca estaremos realmente solos como para hablar de "eso" con libertad ―señaló con su boca hacia mi máscara y tuve que darle la razón.
Siempre tendríamos un chaperón siguiendo nuestros pasos o personas zumbando a nuestro alrededor, pendientes de lo que estuviéramos conversando. Incluso dentro de la Sociedad de la Fruta Prohibida sería así, porque era parte de la naturaleza humana el ser curioso y atraería la atención que la Ama de los Suspiros y el Erudito de las Sábanas estuvieran pasando demasiado tiempo juntos.
Allí estaban de nuevo las ataduras de la sociedad que no nos permitía ser libres de tener una simple charla privada que, en verdad, nos merecíamos. Y pensando en ello se me cruzó por la cabeza una idea completamente inadecuada, aunque… si lo consideraba a profundidad, no lo era del todo porque de igual forma yo quería casarme con ella.
Así que no le veía ningún problema a buscar privacidad para conocer un poco más de mi futura esposa.
―Hay una solución ―retomé.
―¿Cuál? ―demandó saber con cierto escepticismo.
Ejercí presión en su espalda para acercarla un poco más de lo adecuado, viendo que nuestro baile estaba por llegar al final, y solté mi propuesta:
―Escaparnos de este salón.
Sus ojos se ampliaron en su totalidad ante la sorpresa, pero después adquirieron un atractivo brillo de aventura que compartieron sus labios. Oh, eso era un majestuoso "sí" que provocó en mí la necesidad de estrecharla un poco más. Lamentablemente, perdí mi oportunidad cuando la orquesta selló el vals.
Como todos los caballeros, le mostré la cortesía pertinente a mi compañera y me di el placer de hacer mía su mirada. Si bien fueron apenas un par de segundos, me invadió la satisfacción al ver aparecer ese precioso carmín en su piel.
Encantadora.
Le ofrecí mi brazo e iniciamos la marcha lenta hacia donde debían estar nuestras madres, aprovechando el tiempo para explicarle mi idea y a pesar de que el lugar en mente había sido el jardín, Sakura demostró su vivacidad al sugerir otro sitio que sería mucho más privado. Uno donde los ecos de la fiesta no llegarían, permitiéndonos conversar con tranquilidad: el despacho de Eriol que ambos conocíamos.
Las señoras nos recibieron con sonrisas expectantes. No se atrevieron a preguntar o comentar más allá de trivialidades del tipo: "se veían muy cómodos bailando juntos", lo cual no me resultó extraño porque conocía demasiado bien a mi madre y sus estratagemas: como el asistir a la mascarada, olvidando deliberadamente avisarme que lo haría. Eso con el único objetivo de conocer en persona a la dama que había acaparado mi atención, sin que yo estuviera presente, desde luego.
Me reí para mis adentros al pensar en el plan que debía haber urdido ya, que seguro involucraba una charla larga y tendida sobre las aptitudes y cualidades de Sakura, todas ellas obtenidas de la señora Kinomoto con mucho placer.
Y del día siguiente no pasaba.
Cuando se cumplieron los diez minutos, como lo habíamos planeado, me excusé con las damas para buscar a un conocido mío, dejándoles la promesa de que volvería en un rato. Así, después de darle una rápida mirada a Sakura que correspondió con un asentimiento y una pequeña sonrisa emocionada, me perdí entre las personas. Saludé a algunos pares, conversé un poco con Takeshi que parecía más interesado en conseguir diversión para esa noche y preferí entonces acercarme a Eriol y a Tomoyo, que se veían demasiado tensos para ser los anfitriones de una fiesta exitosa.
No traté de indagar porque sentía que, si lo hacía, solo empeoraría las cosas, así que me limité a felicitar de nuevo a Tomoyo por su triunfo de esa noche y le di una mirada a Eriol que él supo interpretar, al realizar un rígido asentimiento: «Hablaremos de esto, mañana. Sin excusas».
Así, volví a mezclarme con las personas y veinte minutos después de haber dejado a Sakura logré salir del salón y llegar hasta el despacho de mi amigo, sin ser visto. Me tomé la libertad de servirme un trago de la licorera que estaba en una esquina y me senté en uno de los muebles, a esperar que mi deseada lady Suspiros llegara, pero a medida que el tictac marcaba el avance de los segundos, las dudas comenzaron a surgir.
Sacudí la cabeza y me obligué a pensar en que todo estaría bien. Las máscaras jugaban a nuestro favor y había visto a varios hombres que vestían similar a mí, así que no sería sencillo que se percataran de nuestra ausencia. Miré el reloj que estaba colocado sobre la cálida y chispeante chimenea: casi las once de la noche. Suspiré, lo mejor sería fijar un límite de tiempo para no tentar a la suerte.
Máximo treinta minutos después de que ella llegara.
Así, las manecillas siguieron su parsimonioso camino. Mi bebida se acabó, cambié de posición varias veces y pensé… pensé en lo mucho que quería saber de ella, porque si bien había dicho que ya habría tiempo de preguntar y descubrir, esa noche podría obtener respuesta a la duda más grande que tenía.
La puerta se abrió de repente y mi cuerpo reaccionó por instinto al levantarse y cuadrarse en el porte correcto de todo caballero. Entonces, Sakura ingresó en la estancia y cerró la puerta tras ella, esbozando una pequeña sonrisa de disculpa y despejando con su voz el silencio que había sido mi compañero:
―Siento la demora. ―Avanzó por la habitación fingiendo tranquilidad, pero sus dedos se entrelazaban una y otra vez, revelando su verdadero estado.
―¿Sucedió algo?
―Tomoyo se acercó y me entretuvo un poco. Claro, logré zafarme y hasta me sirvió el estar un poco distraída, porque alguien tropezó conmigo y derramó su bebida en mí ―señaló algún lugar de su falda en medio de su graciosa cháchara nerviosa―. Aunque no se ve, insistí en limpiarme y casi dejé de respirar cuando Tomoyo trató de acompañarme, pero al parecer el cielo está de mi parte porque llegó lord Reever buscándola… aunque tenía una cara de pocos amigos ―terminó musitando.
Suspiré, el asunto de Eriol era preocupante y al parecer tenía que ver con su esposa; sin embargo, el tiempo que Sakura y yo teníamos era finito: era mi deber aprovecharlo al máximo. Así que me forcé a concentrarme en ella; ya podría ayudar a Azruel al día siguiente… porque estaba seguro que tendría el negro humor del dios de la muerte.
―Creo que deberíamos iniciar por lo primero, ¿no crees? ―punteé la máscara con el índice.
Ella estiró sus labios y asintió con decisión.
El aire se electrificó cuando ambos llevamos las manos atrás de nuestras cabezas; volviéndose tan denso que causaba descargas en la piel. Era el significado del momento, el dejar atrás las máscaras y comparecer ante el otro: ser vulnerable al escrutinio.
Un acto de confianza sin lugar a dudas… justo como desnudarse la primera vez ante un amante.
Y cuando los antifaces por fin bajaron y su dulce rostro quedó libre, los latidos de mi corazón se volvieron fuertes y vertiginosos. Porque a pesar de saber que era ella y de haber imaginado el momento una y otra vez, hasta llegar a idealizarlo, la realidad lo superaba con creces. Lady Suspiros, Sakura Kinomoto… diferentes entre sí, pero eran parte de una maravillosa mujer que deseaba llamar mía dentro de poco.
―Es un placer conocerla al fin, milady. ―Le ofrecí mi sonrisa ladeada y ella la copió al estirar su mano al frente.
―Lo mismo digo, milord.
Me incliné y dejé un beso en sus nudillos, para luego invitarla a sentarse en el mueble frente a mí. Y estando allí, su cabello miel adoptó el color de las tantas velas que iluminaban la estancia, dándole un aire jovial y exquisito. Allí sentí la puntada de deseo ascendiendo por mi cuerpo y extendiéndose hacia mis manos que anhelaban tocarlo.
―Siendo sincera, no sé por dónde comenzar ―musitó y pasó un mechón que se le había escapado detrás de su oreja.
Tragué grueso y me vi obligado a aclarar mi garganta, antes de hablar:
―Por el principio sería bueno.
Asintió y posó su mirada en las máscaras que habían sido dejadas sobre la pequeña mesa que nos separaba.
―¿Por qué aceptaste? Me refiero a aquel día. Pudiste haber ignorado mi anzuelo y continuar envuelto en el misterio.
―Eso, encanto, hubiera sido un insulto a tu inteligencia. ―Sus mejillas se tornaron rosadas ante el pequeño apelativo cariñoso, lo cual me hizo sentir satisfecho―. Además, quería cobrar nuestra pequeña apuesta.
―Entonces… tú sabías quién era yo. ―Asentí―. ¿Desde cuándo?
―¿Sospechas? Desde tu segunda visita a la Sociedad. ¿Seguridad? ―sonreí casi con malicia―. Después de ayudarte a comprar los libros que yo mismo te recomendé.
―Ay, Dios… ―musitó y se ocultó detrás de sus manos―. Eso fue vergonzoso.
―Encantador, querrás decir.
―Es que… todavía no creo que esto esté pasando. ―Se arrimó hacia el borde del mueble y se inclinó hacia delante―. Estuve pensando en este momento toda la semana, incluso ensayé muchas de mis palabras y hasta hice una lista de preguntas, ¡pero las he olvidado casi todas! Es que… ¡Eres Yufeng Murakami!
Su parloteo emocionado continuó y yo me vi obligado a sonreír, porque toda esa emoción se debía al hecho de haber descubierto la identidad de su escritor favorito. ¿Se habría sentido igual de entusiasmada si fuera alguien más? Maldita sea, aceptaba mis celos de buen agrado, pero estarlo de mí mismo ya era caer muy bajo.
―Yo… ―Tomó un poco de aire para aquietarse y después me observó con seriedad―. ¿Puedo preguntar lo que sea?
―Lo que la dama desee ―le sonreí.
―Bien, bien… Creo que me gustaría saber: ¿qué te llevó a crear a Murakami?
Esa era sencilla.
―El mismo motivo que te llevó a ti a crear a Yoshida.
Sakura resopló.
―Eres un hombre, Shaoran. Puedes hacer lo que quieras con total libertad.
―Cierto, pero no debes olvidar que también soy un noble y tengo responsabilidades que me atan y me limitan ―expresé con total tranquilidad.
―No tanto como a una mujer.
La miré con cuidado, analizando y tratando de leer la expresión de su rostro ovalado que gritaba indignación y molestia. Suspiré y entonces me incliné para coger su antifaz.
―Las máscaras nos dieron la oportunidad de cumplir un sueño que, si bien es maravilloso, no muchos comprenderían. ―Pasé mis dedos por las piedrecillas y ante su silencio, continué―: No nos importa lo que ellos digan, pero su señalamiento socavaría el buen nombre, la dignidad y la respetabilidad de los nuestros, llegando a afectar incluso a aquellos que dependen y son protegidos por nuestro apellido.
Al volver a mirarla, esbocé una pequeña sonrisa al ver que su expresión se había suavizado.
―Entonces… por eso te ocultas.
La mueca incómoda volvió a aparecer en mi boca porque a pesar de ser ese el motivo principal, había todo un trasfondo lleno de agobio, desazón y ansiedad, relacionados con lo que había tenido que vivir al heredar un título lleno de deudas, problemas y preocupaciones. Desde luego, no todo había sido malo porque en toda esa oscuridad había descubierto mi fuerza interior y también había tenido la escritura de mi lado; la cual había usado como tabla de salvación para mantener la cordura.
Era una historia larga y los escasos minutos que teníamos no serían suficientes para abordarla. Suspiré; cuando el tiempo no fuera un impedimento para estar juntos, se lo contaría.
―¿Qué más deseas saber?
Sus mejillas se colorearon y eso me indicó que entraríamos en la parte divertida.
―¿Por qué erotismo?
―Creo que mi respuesta no te dejará satisfecha ―me reí.
―Me dijiste que podía preguntar lo que quisiera ―refunfuñó y se cruzó de brazos.
Me acomodé en el mueble, cruzando mi pierna derecha sobre mi rodilla.
―La sociedad siempre ha calificado al sexo como una obligación marital para la procreación, todo lo que suceda fuera de ese contexto es mal visto y tildado de inmoral, hasta llegar a convertirlo en un tema tabú.
―Especialmente para la mujer ―acotó ella y esa vez le di la razón con un asentimiento.
La simple mención era prohibida, como si fuera a profanar los sagrados pensamientos de una señorita cuando, según mi opinión personal, era peor que llegara al lecho marital con el único consejo de: "relájate y deja que tu marido haga el resto". Era mezquino y provocaba mayor terror y ansiedad en la pobre muchacha, creyendo que lo que se encontraría sería incluso grotesco.
Bueno… desgraciadamente existían ocasiones en que sí lo era. En ese instante, recordé lo que me había dicho Sakura sobre aquella pintura en la noche de lienzos en la Sociedad de la Fruta Prohibida; mis labios se contrajeron en respuesta en una mueca desagradable al relacionar sus palabras con Winslow.
No lo creía posible porque ella no se había visto contrariada en su presencia; sin embargo, era algo que debía averiguar.
―¿Shaoran?
Aclaré mi garganta y me forcé a despejar los pensamientos negativos que me abordaron. Lo que Winslow hiciera o dejara de hacer no era mi problema, siempre y cuando mantuviera sus manos lejos de Sakura.
―Al principio inicié mi escritura como críticas, porque me parecía hipócrita que las personas condenaran algo que en realidad disfrutaban ―retomé―. Sin embargo, a medida que fui escribiendo y aprendiendo, me di cuenta que el sexo es mucho más que placer. ―Bajé mi pierna y me incliné hacia adelante, ante sus ojos atentos y sedientos de saber―. Es un momento en el que nos presentamos ante el otro en nuestra forma más vulnerable y eso permite la creación de un nexo único, maravilloso e indeleble. Es un acto de confianza y cariño que se comparte con alguien querido; por eso merece ser retratado y mostrado. Así, transformé mis críticas en algo más productivo y busqué reivindicar al sexo al darle una visión artística y más accesible para las personas. O es lo que he intentado todo este tiempo.
Ella se mostró todavía más interesada y a esa pregunta se le unieron unas cuantas más sobre técnica y escritura, las cuales respondí con total honestidad y fluidez. Sin embargo, tuve que ser un poco esquivo cuando su curiosidad tocó las aguas de la experiencia y la inspiración, porque no era del todo cómodo conversar sobre amantes con la dama que pensaba cortejar.
Así que terminé resumiendo todo en un: "Las experiencias abundaron antes de casarme y después lo apliqué a mi vida marital"; y apenas salieron las palabras de mi boca, me di cuenta de que yo no había hablado con ella de Natsumi, ni una sola vez.
No podía calificarlo como una equivocación, porque no era un tema que tocaba con cualquier persona, a menos que saliera a colación. Por supuesto, ella no era cualquier persona, pero no había tomado la decisión de casarme con ella hasta hacía unos días atrás. Así que debía solventar ese asunto cuanto antes, aunque por su lenguaje corporal, con la mirada baja y removiéndose incómoda en su asiento, ella ya lo sabía.
Miré hacia el reloj de la pared… ya pasaba de la medianoche y el tiempo de la revelación de rostros en el salón debía estar cerca. Podríamos quedarnos unos cinco minutos a lo mucho lo cual no sería suficiente para abordar un tema tan importante. No obstante, podría ser tratado durante nuestro próximo encuentro porque mi viudez era de dominio público.
―¿Puedo hacer yo una pregunta antes de irnos? ―Pareció decepcionada, aunque después de enderezarse y alisar los pliegues de su falda oscura, asintió―. ¿Qué es lo que deseas de mí?
―¿Eh? ―Sus mejillas se tornaron rojas.
―En la noche de dinámicas me pediste consejo, pero me dio la impresión de que buscabas algo más y me gustaría saber qué es.
Mordió su labio inferior y sus dedos volvieron a retomar el jugueteo nervioso que no duró mucho tiempo. La vi dar una larga inspiración y después de eso, sus ojos que habían adquirido el resplandor dorado del fuego que nos acompañaba, se fijaron en los míos, decisivos y dispuestos a revelar lo que tanto quería saber.
―Yo... adoro mi estilo de escritura, es algo que he desarrollado a lo largo de los años y me hace sentir libre.
―¿Pero?
Sakura dio un largo suspiro.
―Los personajes hablan a sus creadores ―musitó―. Imagino que te ha pasado, que tus personajes te piden lo que ellos desean hacer. ―Me miró por un momento y yo asentí―. En mi caso, los míos me han estado pidiendo una fusión más allá de los sentimientos. Incluso los lectores lo han captado y es maravilloso porque me hace ver cuán vivos están… pero no logro plantearlo y eso me hace sentir estancada. Por eso yo… ―Su mirada se tornó dubitativa y vi que sus puños se cerraban en su regazo, posiblemente para no reanudar el jugueteo―, cuando recibí la invitación a la Sociedad de la Fruta Prohibida, lo vi como una oportunidad para acercarme al escritor que podría guiarme en el camino ―sonrió; no para mí, sino para sus recuerdos―. Me sentí extasiada y colmada de energía: ¡conocería a Yufeng Murakami! ―Su risa se convirtió en un bufido―. Lo malo fue que, estando en presencia de mi escritor favorito, no pude pedirle lo que quería… me sentí cohibida y al final terminé pidiéndole solo tres consejos. ―Esa vez, ella sí me sonrió y me obligué a contestarle, porque estaba fastidiándome enormemente que hablara de Murakami como si fuera alguien ajeno a mí―. Ingenuamente, creí que sería suficiente y me ayudaría a por lo menos iniciar, pero no fue… tan sencillo.
―Es solo cuestión de práctica. Estoy seguro que lo lograrás.
―¿Crees que no lo he intentado lo suficiente? ―espetó con el ceño fruncido―. Mi armario está lleno de bolitas de papel que podrían comprobar cuantas veces he escrito la misma escena.
―Sakura, no es algo que se logra de la noche a la mañana.
―No seas condescendiente conmigo ―me reprochó inmediatamente.
―No lo estoy siendo, solo puntualizo un hecho ―suspiré y traté de mantener mi tono en control. Eso pareció enojarla mucho más porque sus labios se apretaron―. Tú misma lo dijiste, tu estilo no lo creaste de la noche a la mañana. Fueron días, meses y años de dedicación.
―Tiempo es lo que no tengo ―dijo, expresando su angustia al levantarse de golpe―. Dejé un abrebocas que se afianzará en el siguiente capítulo; los lectores ya sabrán lo que viene. Así que tengo solo mes y medio a lo mucho para lograr escribir esa escena y para ello…
Su pecho subía y bajaba con rapidez y sus ojos se movían a cualquier punto que no fuera yo. Eso no me gustaba nada, porque significaba que lo que fuera a pedirme no sería de mi agrado y… Maldita sea, una idea se me atravesó por la mente y enseguida me levanté.
Porque si era lo que creía, no saldría vivo de esa.
Capítulo diecinueve y acompáñenme a gritar ¡UNO!
No solo vimos un baile encantador entre nuestros queridos protagonistas, también conocimos lo que muchas habían querido saber: lo que nuestro conde había estado pensando todo ese tiempo y vemos que la Ama de los Suspiros vive en su mente en todo momento.
Y el iluso piensa que todavía no está enamorado, me burlo de él xD Pero al menos está claro en lo que quiere y en lo que pasará: que no falta nada para caer a los pies de lady Suspiros :D
Amigos, en el siguiente capítulo gritaremos un ¡Feliz año! Perdón… un ¡Cero! ¿Qué es lo mejor de todo? Que seguirá narrando nuestro conde ;) ¿Qué creen que pasará? Les recuerdo que ese será el último capítulo de este año y regresamos el 09/01.
Muchas gracias a todos por su apoyo y por acompañarme a través de sus mensajes, los amodoro y no saben cuanto me animan con cada mensajito. Gracias por darme la oportunidad de llegar más allá de la pantalla.
Mi agradecimiento como siempre a mis preciosos lectores cero Pepsipez y WonderGrinch por acompañarme en esta aventura desde su concepción :)
Recuerden, en el próximo capítulo gritaremos un ¡cero!
Estén pendientes del próximo adelanto muahahaha
Un enorme beso para todos,
CherryLeeUp.
