Seis.

[Agosto, 2000]

Cae en cuclillas sobre la tierra húmeda y el olor a hierba le impregna la nariz. Se levanta de un salto mientras sacude su túnica para liberarse del polvo inexistente.

—¿Estás bien? —pregunta Ron mientras coloca una mano en su hombro.

—Parece que nunca voy a acostumbrarme a esa sensación —responde Hermione con voz calmada. Sabe que él no está hablando de la desaparición, pero prefiere evitar el tema real por el momento. No es momento para mostrar miedo ni debilidad.

Bradley, el auror que está a cargo de esa requisa, camina hasta la inmensa verja y se aclara la garganta. Hermione traga saliva inconscientemente cuando ve que un rostro horrendo aparece en el hierro y habla con una voz tan aterradora que le pone los pelos de punta.

—¿Qué quieren?

—Somos aurores del Ministerio de Magia Y estamos aquí para la inspección de la que la familia Malfoy ya fue notificada con anterioridad —responde Bradley—. Tenemos una autorización firmada por ministro, Kingsley y el jefe de la oficina de aurores, aunque esperamos que las molestias no sean necesarias.

La verja se abre con un chirrido y Bradley les hace una seña.

Hermione camina tras de él dando pasos firmes; Harry, Ron y otros dos aurores la siguen. Nota, por el rabillo del ojo, las miradas preocupadas de sus dos amigos, pero prefiere fingir que no las nota.

Cruzan por la acera y los enormes setos sin pronunciar palabra, aunque Bradley silba muy bajo mientras agita la varita entre sus manos. Se ve tranquilo y despreocupado, pero Hermione sabe que está alerta, preparado para defenderse si fuera necesario. Aunque, si todo sale como está planeado —como fue pactado hace muchos años—, no habrá necesidad de que ninguno levante sus varitas con intención ofensiva.

Suben por los grandes escalones de piedra que los conducen dentro de la imponente mansión. Hermione recuerda —no puede evitarlo— y su cuerpo se estremece de pies a cabeza, pero lo oculta y sigue. Adelante, siempre hacia adelante.

Entran al vestíbulo que les es aterradoramente familiar, levanta la vista y sus ojos recorren los retratos que cuelgan en las paredes. Respira hondo y aparta la vista para seguir a Bradley hacia el fondo, donde la espera la ornamentada chimenea de mármol que tanto se repite en sus pesadillas. Es enorme, tal como la recuerda, y la araña de luces —la misma que Dobby tumbó en su huida, hace más de dos años— ha sido repuesta en su lugar y vuelve a llenar con su luz la amplía sala. Narcissa y Lucius Malfoy se encuentran sentados en dos butacas y Hermione siente como si el tiempo no hubiera pasado.

Mete, sin pensar, la mano en la túnica y agarra la varita de Bellatrix.

—Señor Malfoy, señora Mal…

—Ahórrese las presentaciones. —Lucius interrumpe a Bradley mientras se levanta de su asiento. Su esposa no demora en imitar su actuar y ambos se dirigen hacia el auror—. ¿Por qué nos visita tan… inesperadamente?

Bradley sonríe ampliamente y junta las manos, no se muestra ni un poco ofendido.

—Me temo que no es tan inesperada, señor Malfoy —responde con calma—. Nos consta que fue notificado de nuestra visita con anterioridad. De todas formas, no tiene nada de qué preocuparse, solo es una requisa rutinaria. Imagino que usted estará enterado de los recientes aciertos de nuestra oficina, así que comprenderá nuestra razón para estar aquí.

Lucius presiona los labios y sus ojos centellean de rabia, pero su voz, grave y profunda, no denota emoción alguna.

—No, definitivamente no. No comprendo sus razones, esta casa ha sido examinada minuciosamente por los aurores antes y no encontraron nada. Creo, sinceramente, que esto no es más que una pérdida de tiempo.

—Es probable —concede Bradley mientras extrae un rollo de pergamino, de aspecto oficial, de la túnica y se lo ofrece a Lucius—. Pero la ley así lo exige. Solo sigo órdenes, señor Malfoy, así que si fuera tan amable…

Lucius no toma el pergamino, pero si lo hace su esposa con expresión indescifrable. Sin embargo, no lo lee y tampoco hace ningún comentario al respecto. Sus ojos están clavados en algún lugar detrás de Hermione, haciéndola sentir minúscula e invisible, como si no valiera la pena. Tiembla de rabia y, al instante, una mano aprieta su hombro de manera afectuosa. Es Harry.

—Si quieres irte…

—Estoy bien —dice Hermione. Está segura de que él piensa que tiembla por el miedo, por el peso de los recuerdos, pero está equivocado. Completamente equivocado.

—¿Qué buscan aquí? —Lucius se ve impaciente.

—A la mortífaga Bellatrix Lestrange —contesta Bradley con rapidez. Hermione contiene la respiración y mira fijamente a Lucius, esperando ver indecisión, culpa o incomodidad en su rostro, cualquier gesto que deje entrever que está en un aprieto, pero nada de eso sucede: su rostro se mantiene impasible—. Tenemos razones para creer que se está ocultando aquí, señor Malfoy. Así que (tal vez) sea oportuno que le recuerde el trato que hizo con el Ministerio y el señor Harry Potter, aquí presente; su ayuda por…

—Bellatrix Lestrange no se esconde aquí —interviene Narcissa.

Bradley hace una pequeña reverencia en dirección a la mujer, sin perder la sonrisa. Narcissa no se inmuta por la burla.

—Eso lo comprobaremos, señora Malfoy —dice Bradley con falsa cortesía—. Ahora, ¿nos haría el favor de dejarnos hacer nuestro trabajo? Terminaremos muy pronto si nos da la oportunidad, no tenemos la intención de molestarla más tiempo.

—Pierden su tiempo. Bellatrix Lestrange no se esconde aquí, ni ningún otro fugitivo.

El auror la ignora y se da la vuelta, una rápida mirada es suficiente para que comprendan que es el momento de actuar.

—Registren la mansión en grupos de dos —ordena—, si encuentran alguna pista o tienen la fortuna de encontrarse con Lestrange, comuníquenlo de inmediato, ¿entendido? Weasley, vienes conmigo.

Hermione se gira para ver a Harry y él asiente como única respuesta. Traga saliva y se adelanta con su amigo siguiéndola muy de cerca. Sus pasos resuenan en toda la sala y, finalmente, Narcissa la mira.

Sus ojos, azules y fríos como dos trozos de hielo, la traspasan y la dejan sin respiración. El intercambio dura apenas unos segundos, pero Hermione lo siente como toda una oscura y tenebrosa eternidad. Hace el amago de sacar su varita, pero, cuando ve aparecer una sonrisa maligna en los labios de Narcissa, la razón la golpea. Narcissa quiere aterrorizarla, provocarla, enloquecerla. Narcissa quiere que pierda el control y haga un espectáculo que —sabe— podrá usar a su favor.

Por segunda vez en el día, la mano de Harry se envuelve en su brazo.

—¿Te encuentras bien?

Narcissa ya no la mira, ella, junto a su marido, se han alejado del pequeño grupo para hablar en voz baja.

—Lo estoy —responde Hermione, sacando la varita de su túnica—. Vamos.

Harry asiente y la conduce hacia la gigantesca escalera de mármol y la trepan con lentitud. Hermione cree que se ha librado de las preguntas, pero pronto se da cuenta que Harry solo esperaba alejarse del resto para continuar.

—¿D verdad te sientes bien? Si quisieras retirarte ahora, nadie te lo reprocharía, Hermione. Sé… sé que este lugar te trae malos recuerdos, no debiste venir. —Su voz se escucha profundamente preocupada.

—Me asignaron al equipo.

—Le pediste a Bradley que lo hiciera —tercia Harry, no sin razón. Hermione no responde.

Llegan al piso de arriba y ante ellos se abre una sala enorme, un largo pasillo rodeado de muchas puertas de madera. Las paredes son oscuras y están llenas de pinturas, retratos y candelabros de aspecto costoso, como todo lo que está en la Mansión.

—Hermione…

—Estoy bien —lo interrumpe Hermione con firmeza. Harry tuerce la boca, disgustado, pero no insiste—. Vamos.

Tal como esperaba, la inspección en la Mansión Malfoy les toma varios minutos. La Mansión es gigantesca y tiene cientos y cientos de habitaciones de todo tipo, una biblioteca inmensa, cuartos de baño y habitaciones vacías de aspecto lúgubre.

Hermione cierra la puerta de un tirón y se da la vuelta. No hay ni rastro de Bellatrix Lestrange por ninguna parte, lo que la frustra en exceso. Empieza a pensar que solo está perdiendo el tiempo allí, pero no se puede culpar por la desesperación que le oprime el pecho y le enerva la sangre. Necesita a Bellatrix, aunque las razones se hacen más confusas con cada día que pasa.

De pronto, ve el atisbo de una cabellera oscura doblando por el pasillo y pierde la razón. Levanta la varita y escucha una explosión; una figura rubia sale de la nada y la ataca, pero Harry grita y el hechizo protector crea una barrera frente a ella. Sin embargo, la rodea y sale corriendo.

Ha visto a alguien que le es demasiado familiar.

—¿Qué diablos te pasa?

Draco hace el amago de detenerla, pero duda en el último instante y ella toma ventaja de su debilidad. Dobla por la esquina, con la varita firmemente levantada, y descubre a una minúscula figura apiñada en la pared. Ella tiembla y solloza y su miedo se siente tan…

—¡Ella no es…! ¡Ella no es…! ¡ES UNA NIÑA, HERMIONE!

Los gritos de Astoria la toman por sorpresa. No sabe de dónde ha salido, pero está allí, parada en medio del pasillo, apuntándola con la varita con expresión indignada.

—¿Qué…?

Harry la alcanza de inmediato y mira hacia el frente. Su desconcierto es instantáneo cuando ve a la niña apiñada en el fondo.

Media docena de pasos resuenan en el pasillo y, en cuestión de segundos, los aurores los flanquean haciendo miles de preguntas a la vez. Los Malfoy caminan hacia el frente y Draco, en un susurro, le pide a Astoria que baje la varita. Ella lo hace, pero no deja de mirarla en ningún momento. Hermione todavía apunta hacia el frente con la varita de Bellatrix.

—¿Qué ha pasado? —Bradley se adelanta y los mira con dureza, exigiendo respuestas, pero Harry se limita a señalar al frente con un gesto de la cabeza. Los ojos de Bradley se abren de sorpresa y luego se gira para enfrentar a los Malfoy—. ¿Quién es la niña?

La pregunta no es necesaria, Hermione sabe que todos están pensando lo mismo que ella. Los cuchicheos empiezan y Harry envuelve su muñeca con una mano, pero Hermione se resiste a bajar el brazo.

Es Narcissa quien confirma lo que ya todos saben.

—Su hija.

—Su hija —repite Bradley con suavidad mientras examina a la aterrorizada niña con cuidado. Es pequeña y menuda, su cabello es rizado, oscuro y le cubre gran parte del rostro. Es idéntica a ella en todos los sentidos, sin embargo, sus ojos…

Narcissa le hace una seña a la niña y ella corre a protegerse tras sus faldas. La varita de Bellatrix la persigue por todo el trayecto y Narcissa le lanza una mirada furibunda, pero no dice nada.

—Guarde eso, señorita Granger —ordena Bradley. Hermione lo hace a regañadientes, pero no aparta los ojos de la niña—. El Ministerio no estaba al tanto…

—Y debe entender nuestras razones para ocultarlo, ¿no es así? —Narcissa la apunta con un dedo acusador, la furia se desborda en su voz—. ¡Ella ha levantado la varita contra una niña indefensa, contra una niña inocente! ¿Qué más podríamos esperar del resto de ustedes? ¿Qué nos garantiza la seguridad de Delphini?

Se abalanza hacia adelante sin pensar, quiere destruir, golpear, quiere causar todo el daño posible… pero un brazo se envuelve en su cintura y otro en cuello, paralizándola en su lugar. Una mano le arrebata la varita de las manos.

Todas las miradas están puestas en ella, miradas de sorpresa, rabia y vileza, pero no le importa. Lo único que quiere es destrozar el rostro de Narcissa Malfoy.

—Está loca, es una completa desquiciada —añade la mujer rubia con gravedad. La niña solloza en sus faldas y ella le acaricia el cabello con ternura.

Bradley mira de reojo a Harry y Ron, ellos asienten de inmediato y la obligan a darse la vuelta. Hermione no quiere, pero ellos son más fuertes y consiguen sacarla a empujones del pasillo. La voz de Narcissa resuena en las paredes —y en su cabeza— mientras bajan por la escalera de mármol.

La sueltan cuando llegan al vestíbulo y los tres caminan, en completo silencio, por la acera, en dirección a la verja de entrada. Sus amigos no le hablan y tampoco le devuelven la varita, sin embargo, no le quitan la mirada de encima en ningún instante.

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La noticia de su suspensión no la toma por sorpresa; así que, cuando Bradley se acerca a su oficina para decirle que ha sido removida por el momento del trabajo, apenas se enfada mientras recoge su capa y abandona la oficina. Las miradas y los cuchicheos la persiguen mientras camina hacia la salida del Ministerio de Magia. Hermione no entiende porqué tanta gente sabe lo que pasó la tarde anterior en la Mansión Malfoy, pero no duda que la familia Malfoy tiene todo que ver. Es algún tipo de venganza retorcida, piensa mientras se mete en el fuego verde de las chimeneas.

En cuestión de segundos, está de vuelta en su apartamento. Su apartamento destrozado por un repentino ataque de furia que tuvo la tarde anterior. Patea una silla rota para hacerse espacio y empieza a dar pasos largos y firmes en dirección a su habitación. Crookshanks está apiñado en la pared y sus pequeños ojos amarillos, cargados de miedo, la persiguen mientras maúlla en voz baja, pero ella lo ignora.