Siete.

[Setiembre, 2000]

El hombre se estrella contra la pared mohosa y Hermione salta sobre él, sin darle la oportunidad de reaccionar. Presiona la varita de Bellatrix contra su cuello expuesto y él grita de dolor, pidiendo auxilio, pero nadie acude en su ayuda. El bar se sume en un silencio sepulcral mientras los comensales la miran, aunque, de vez en cuando, escucha a la puerta abrirse y pasos apresurados perdiéndose en la calle.

—¿Dónde está?

Él hombre balbucea al tiempo que agita la cabeza hacia los lados. Está aterrado, su cuerpo tiembla del miedo y la desesperación. Se sabe perdido.

—¿Dónde está? —repite Hermione, elevando la voz—. ¡Seré yo quién te mate si no me lo dices en este instante, adefesio! ¿DÓNDE ESTÁ?

Solloza y suplica, agarrándole la túnica con las manos, pidiendo un poco de clemencia. Pero Hermione no va a parar, no va a detenerse, no cuando siente que está casi respirando en la nuca de Bellatrix Lestrange. Un haz de luz sale de su varita y el hombre suelta un chillido mientras sus ojos se abren de par en par.

Hermione lo empuja con tanta fuerza que las telarañas se desprenden del techo y caen sobre su túnica, pero ella no les presta atención. Su mirada esta fija en el hombre menudo que llora y se estremece, completamente desesperado.

—Bien —susurra Hermione—. Bien. Entonces, todo…

—Por favor… por favor… —suplica el hombre con los ojos anegados en lágrimas—. Me matará… por favor…

Una carcajada cruel escapa de sus labios y retumba en todo el silencioso bar. La situación no tiene nada de graciosa, ella está tan frenética como aquel hombre, pero ha descubierto que burlarse del sufrimiento ajeno conduce a la locura a los pobres infelices. Bellatrix, sin querer, se lo había enseñado.

—Te voy a dar una última oportunidad —pronuncia Hermione mientras baja la varita con lentitud, hasta que la punta presiona la túnica roída, justo el lugar donde el hombre tiene el corazón—. Ahora, escúchame con atención porque no tengo intención de repetirlo. Dime dónde está y voy a dejarte ir, sigue negándote y te mataré aquí y ahora. —Cuenta hasta cinco mientras observa como se contraen las toscas facciones de aquel hombre—. Bien, ¿dónde está?

Sabe que ha ganado en el momento en el que él suelta un grito ahogado.

Miradas feroces y otras tantas atemorizadas la persiguen mientras abandona ese local maloliente, gruñidos peligrosos y amenazas susurradas acompañan su camino hacia la salida, pero Hermione los ignora de buen grado y sale hacía el frío anochecer. Al fin, después de semanas y semanas de impetuosa y exhaustiva investigación, sabe dónde está escondida Bellatrix Lestrange.

Su corazón late enloquecido mientras gira en su lugar, haciéndose una con el viento y la oscuridad.

.

Aparece en uno de los extremos del bosque. Todo está oscuro y silencioso, sin rastros de presencia humana, y Hermione piensa que se ha llevado un fiasco por quinta vez en la noche. Sabe que Bellatrix está en ese bosque, pero no sabe donde se encuentra con exactitud y eso la irrita.

Camina con cuidado por entre los árboles, a oscuras, esperando encontrar a Bellatrix, aunque, en su interior, sabe que es en vano. Probablemente la bruja este custodiada por poderosos hechizos de ocultamiento —como los que la resguardaron a ella y sus amigos cuando buscaban horrocruxes—, lo que significa que no la encontrará a menos que ella así lo quiera. Masculla y sigue adelante, ¿cuáles son sus opciones? ¿Prenderle fuego al bosque con la esperanza de que Bellatrix salga de donde quiera que esté? Estaba considerando esa idea, sin embargo, tenía que recordarse, un incendio en el bosque llamaría demasiado la atención, lo que limitaría mucho sus planes. No podía vengarse de ella si había decenas de muggles —y magos— a su alrededor.

Suspira y continua, tiene que insistir. Ha llegado tan lejos, ha pasado —ha vivido— tanto y no puede darse por vencida cuando está —prácticamente— pisándole los talones.

Entonces, y por el rabillo del ojo, ve una figura plateada a unos metros y se gira con brusquedad, con la varita en alto. No demora en reconocer la figura como el fantasma de un hombre joven; no pierde el tiempo y va tras él, saltando entre las grandes raíces de los árboles. Había escuchado decir, de los muggles que viven en los alrededores, que el bosque está maldito, que se escuchan gritos y alaridos, y por eso nadie se atreve a entrar allí; Hermione, al principio, creyó que una manada de hombres-lobo se refugiaba allí, pero ahora sabe la verdad y está bastante impresionada.

—Oye, ¡oye! —susurra para llamar la atención del espectro. Hermione no quiere ponerse a gritar por temor a revelar su posición, pero la oportunidad es tan buena que no va a dejarla pasar—. Oye, oye.

Pero él no se detiene y continúa su camino, ajeno a sus desesperados llamados. Hermione lo piensa por unos segundos y va tras el fantasma. Sabe que el bosque no es su hogar, sabe que se dirige a alguna parte, a una residencia, y esa puede ser su oportunidad. La emoción renace en su interior, pero se esfuerza para mantenerla a raya y no dejar que la ciegue. No puede bajar la guardia y menos permitirse ser tomada por sorpresa. Ella no es la presa.

El bosque es oscuro y silencioso, los árboles son enormes y frondosos, hay movimiento de animales, pero son demasiado pequeños para ser identificados. ¿Son treinta? ¿Sesenta? ¿Dos horas? Hermione no sabe cuanto tiempo lleva caminando, pero tampoco le preocupa. Tiene la certeza de que, con cada paso que da, está más cerca de cumplir su meta.

Casi puede saborearla.

Los árboles se abren para revelar una antigua y vistosa mansión, cubierta de hierbas y moho. El fantasma cruza por la gastada verja y Hermione se agacha con lentitud en su lugar. Las estrellas del cielo proveen una suave luz que revela huellas frescas en la tierra, sabe lo que significa.

Se levanta mientras relame sus labios. Está cerca, está cerca. No es una suposición, ni una teoría, es un hecho.

Agita la varita y la verja se abre, haciendo un sonoro chirrido. Ya no le importa ser precavida ni cuidadosa, quiere que ella sepa que está allí, quiere que sepa que ha llegado a cobrar su venganza. Quiere jugar con ella.

En cuestión de minutos, está frente a la gastada e imponente puerta de madera. Quiere disfrutar eso, tomarse su tiempo, pero, a la vez, está desesperada por tenerla. No puede pensar con claridad, tiene la mente nublada por la emoción, así que decide dejarse guiar por sus instintos. Tira la puerta con tanta fuerza que esta se sale de sus goznes y aterriza en el suelo, levantando una gruesa capa de polvo y tierra.

Da un paso adelante, sosteniendo la varita de Bellatrix con firmeza, y entra a un vestíbulo que —en su momento— debió ser tan impresionante como el de la Mansión Malfoy. Todo está oscuro y apacible, y Hermione no puede evitar sentirse decepcionada, había esperado que un hechizo intentaría volarle la cabeza en el momento en el que pusiera un pie dentro, pero a cambio solo recibe tranquilidad y silencio. Tan impropio de Bellatrix.

Levanta la varita y su luz ilumina gran parte del vestíbulo, la busca por los alrededores, pero ella no está allí. Se siente repentinamente irritada y camina hasta las escaleras de piedra. No quiere jugar, pero quiere jugar. Esperar por tenerla la desespera, pero puede tolerarlo porque la recompensa será más que satisfactoria. Puede. No puede. Sí puede. No sabe lo que quiere con exactitud. Miente, sí lo sabe. Quiere a Bellatrix. Bellatrix. ¿Dónde está Bellatrix?

Trepa por los escalones y un vestíbulo más pequeño se abre ante sus ojos. Hay pasillos y puertas y no sabe por donde ir. Levanta su varita, hay una forma de averiguarlo, ¿pero eso no acabaría con la emoción de su juego? Respira, respira y toma el pasillo de la derecha. Tiene un presentimiento.

Puertas, paredes, cuadros… cubiertos de moho y una extraña sustancia verde de aspecto mortal. Ectoplasma. No se sorprende por ese hallazgo, ha visto el fantasma de otro hombre cruzar, pero él la ha ignorado y ha continuado con su camino. Está bien así.

Empuja dos gruesas puertas de madera y un salón enorme, repleto de estanterías, se abre ante ella. Los libros están cubiertos de polvo, mugre, telarañas y ectoplasma. Está en la gigantesca biblioteca de la mansión y, por un instante, su concentración flaquea y la tienta el deseo de ojear alguno de esos gastados ejemplares, pero se recuerda enseguida su razón de estar allí. Pretende dar media vuelta, salir y recorrer las habitaciones restantes, pero…

—Tienes algo que me pertenece.

Su cuerpo se estremece de pies a cabeza, su corazón se paraliza y una extraña alegría se anida en su pecho. Da la vuelta con lentitud, varita en ristre, y la luz pronto revela a una figura delgada, vestida de negro, apoyada perezosamente en una de las estanterías. Y, entonces, ve el rostro que tanto —desea— odia. Bellatrix sonríe mientras agita la varita de lado en lado, no hay preocupación ni angustia en su cara, da la impresión de que lo tuviera todo bajo control.

Y está muy equivocada.

—¿Esto? —pregunta Hermione, levantando la varita curva por encima de su cabeza y moviéndola como si se tratara de un trofeo. Hay diversión en su voz, lo que provoca que la expresión en el rostro de Bellatrix se contraiga—. Es mía, Bellatrix, tú la perdiste y yo me gané su lealtad. Ahora me obedece a mí.

Su reacción es inmediata. Bellatrix agita el brazo y Hermione se tira a un lado. La maldición impacta en una de las puertas y esta sale volando, haciéndose trizas contra la pared de piedra.

—Dejaste una niña en casa, Bellatrix —dice Hermione desde detrás de una de las estanterías. Su respiración está agitada por la emoción que se desborda por todo su cuerpo. Está ansiosa por lo que sucederá después, cuando venza—. ¡Una niña pequeña, Bellatrix! ¡Pero tienes suerte, en el Ministerio somos generosos: los prisioneros podrán recibir visitas…!

El estante se inclina bruscamente y los libros caen sobre su cabeza y cuerpo. Hermione se apresura hasta el otro extremo y Bellatrix aparece de la nada. El haz de luz roja roza su mejilla y hace un estruendo al impactar en la pared, pero, milagrosamente, Hermione no recibe más daño.

—¿No quieres hablar de los nuevos beneficios carcelarios? Bueno, no importa, de todas formas, no vas a necesitarlos. ¡Rictusempra!

No le sorprende que Bellatrix logre desviarlo con facilidad, sin embargo, encuentra una extraña satisfacción al ver su rostro contrariado.

—¿A qué estás jugando, estúpida?

—¿Jugar? ¿Crees que estamos jugando? —pregunta Hermione mientras camina por entre las páginas sueltas y los libros destrozados—. No estamos jugando, no en lo absoluto. Voy a acabar contigo.

Bellatrix encuentra su declaración divertida y se ríe a carcajadas, derramando brillantes lágrimas en el proceso. Hermione no se inmuta, sabe que está diciendo la verdad.

—¿Con hechizos de ese nivel? No me hagas reír. Voy a darte una lección, sangre sucia.

Hermione se relame los labios mientras hace una pequeña reverencia burlona.

—Estoy deseando ver la demostración, madame Lestrange —declara con fingida seriedad.

Chispas rojas salen de la varita que Bellatrix sostiene y su rostro se contrae por la irritación. Está comenzando a enfadarse, lo que la vuelve más peligrosa y volátil, pero eso es lo que Hermione busca. Quiere ver su rabia, quiere verla furiosa. De esa forma, su caída será más satisfactoria de ver.

El silencio se cierne sobre ellas mientras se miran sin parpadear. Hermione se mantiene a la expectativa, con la varita en ristre, lista para defenderse, pero sin atreverse a atacar. Sabe que está pecando de sabihonda al darle esa libertad a la bruja, sabe que el más pequeño error podría costarle la vida, pero no es la razón la que comanda sus movimientos y acciones; al contrario, son sus instintos las que la guían en ese complicado y salvaje escenario. Hermione los obedecerá hasta el final.

Los labios de Bellatrix se mueven y de la punta de su varita sale un rayo de luz morada. Hermione se tira al suelo y, desde allí, grita mientras apunta a las piernas de Bellatrix.

¡Tarantallegra!

El hechizo es fácilmente interceptado, tal como esperaba, pero le da tiempo para esquivar una nueva maldición —que se estrella en el lugar donde estuvo su cabeza y remece la mansión por completo— y ponerse de pie.

—¡Voy a enseñarte como jugar!

—¿En serio? —inquiere Hermione, sonriendo de forma burlona. Se está jugando la vida, pero no puede contener a su lengua—. Estoy ansiosa por verlo. Vamos, Bella, ven por mí.

El brazo de Bellatrix se mueve como si estuviera dando un azote y Hermione siente un dolor descomunal en el pecho que le corta la respiración por unos instantes, sin embargo, se las arregla para contraatacar.

¡Expelliarmus!

¡IMPEDIMENTA! —grita Bellatrix. Hermione se echa a un lado y se esconde tras uno de los estantes. La risa de Bellatrix no demora en resonar por toda la biblioteca—. ¿Eso es todo lo que tienes, sangre sucia? ¿Eso es todo de lo que eres capaz? ¿ESA ES LA INDIGNA MAGIA QUE HACES CON MI VARITA?

Escucha a sus pasos acercarse y se dirige hacia el otro extremo dando grandes zancadas, pero no es lo suficientemente rápida. La maldición golpea su espalda y la hace caer de rodillas en el suelo. Las fuertes pisadas de Bellatrix retumban en sus tímpanos adoloridos.

Sabe que morirá si deja que se acerque demasiado.

¡CARPE RETRACTUM! —Se gira bruscamente y apunta a la parte posterior del estante. Una soga de luz sale de la punta de su varita y Hermione tira con todas sus fuerzas. El estante cae hacia atrás y Bellatrix grita.

Hermione se arrastra fuera de allí y acaba sentada de bruces en el suelo mientras observa como la fila de estantes se derrumba como si se tratara de un juego de naipes. El polvo inunda la sala y crea una niebla que pone a su visión en aprietos. Busca a Bellatrix entre la niebla, pero no hay rastro de ella por ninguna parte. Sin embargo, Hermione no baja la guardia, sabe que ella no morirá con algo tan simple.

De repente, libros y trozos de madera vuelan por los aires y Bellatrix aparece. La expresión enloquecida de su rostro le pone los pelos de punta, pero, a la vez, produce una sensación gratificante que la recorre de pies a cabeza.

Se están acercando.

¡Avada…!

¡DEPULSO! —exclama Hermione y, milagrosamente, su hechizo da en el blanco.

Bellatrix es impulsada hacia atrás y Hermione salta sobre los estantes caídos, dispuesta a continuar con su ataque. Esa es su oportunidad y va a tomarla.

¡Crucio!

La maldición la golpea en el pecho, Hermione resbala y cae sobre las páginas sueltas y los lomos de cuero, donde se retuerce de dolor. Para su sorpresa, el efecto de la maldición dura poco y se levanta con lentitud.

El amanecer se vislumbra por detrás de las ventanas mohosas.

¡Crucio!

Pero Hermione esquiva la maldición y, con mucha habilidad, devuelve el ataque.

¡Petrificus Totalus!

Bellatrix conjura un encantamiento protector y el maleficio rebota en su dirección. Hermione lo desvía con un movimiento rápido y, otra vez, se están mirando fijamente mientras se apuntan con las varitas.

Bellatrix se ha quitado la capa, revelando sus brazos desnudos, cubiertos de sangre y magulladuras. Tiene, además, una herida en el pómulo que tiñe de rojo gran parte de su mejilla.

Cerca.

—Le hice una promesa a Rodolphus —pronuncia Hermione con calma, como si estuviera hablando con uno de sus amigos y no con la bruja más peligrosa de los últimos años—. Le prometí que les conseguiría una celda compartida en Azkaban. Grande, muy grande, ¡y con un cartel en la entrada que avise que allí vive el matrimonio Lestrange, juntos por el resto de la eternidad! ¡Te llevaré allí cuando acabe contigo!

—¿Acabar conmigo? —repite Bellatrix, divertida—. ¿Tú, asquerosa sangre sucia? ¿Tú, acabar conmigo? ¡Seré yo quien te rompa otra vez! ¿Lo escuchaste? ¡Crucio! —Hermione se tira hacia el frente sin pensar y cae encima de los libros. El polvo se cuela en su nariz y boca, asfixiándola lentamente—. ¡No podrás esquivarme por siempre, estúpida! ¡Crucio! ¡CRUCIO!

Por segunda vez, la maldición la golpea y su cuerpo se encoge por el dolor que está experimentando. Tiene que hacer uso de toda su concentración y fuerza de voluntad para no soltar la varita.

Termina y Hermione se encuentra hecha un ovillo en el suelo, con la frente cubierta de sudor. Su corazón late con tanta fuerza que le da la impresión de que se saldrá de su pecho en cualquier instante; es incapaz de pensar con claridad, su mente está nublada y adolorida, pero los pasos que resuenan por el piso la devuelven a la realidad.

Está en medio de un duelo y, si no se pone de pie en ese instante, echará a perder todo por lo que ha luchado en esos últimos años. Hermione no ha hecho esa búsqueda incansable para acabar siendo otra de las víctimas, no ha venido a ofrecerse en bandeja de plata. Ella no es la presa.

Desde su limitado punto de visión, distingue dos piernas acercándose hacia ella y, haciendo un esfuerzo descomunal, dirige su varita a ese punto.

¡Flipendo!

Su hechizo la toma por sorpresa, pero, contrario a lo que Hermione esperaba, no la derrumba en el suelo. Bellatrix trastabilla y Hermione se levanta.

¡Incárcero!

¡Protego! —dice Bellatrix. La maldición se estrella en una ventana y destroza el vidrio.

Hermione respira con dificultad y clava los ojos en la bruja, que la mira con la misma intensidad. Está agotada y siente a sus extremidades entumecidas, pero sus sentidos están más alertas que nunca, a la expectativa de un nuevo ataque del cual defenderse. Sabe que se encuentra en su límite y que tiene que terminar esa pelea cuanto antes si quiere salir de allí con vida.

Bellatrix no se encuentra en mejor estado, continúa sonriendo de forma burlona, pero su cuerpo da leves espasmos y su respiración es irregular. Se ve frágil, como si bastara con un simple hechizo para derribarla, pero Hermione sabe que no será tan fácil.

—Ríndete.

Bellatrix recibe la sugerencia como si se tratara del peor de los insultos. Hermione sonríe sin pensar, divertida por la expresión de su rostro.

—Devuélveme mi varita —espeta Bellatrix—. Devuélvemela y podría perdonarte la vida.

Es el turno de Hermione de reír a carcajadas.

—No tengo intención de convertirme en tu juguete personal, Bellatrix —replica—. Ríndete ahora y te tendré un poco de consideración.

—¿Tú? ¿A mí? —pregunta Bellatrix y Hermione asiente con vehemencia, reavivando la furia de la bruja—. ¡No me hagas reír, sangre sucia! ¡Solo eres una niña patética que necesita que le recuerden su lugar!

—No estoy bromeando, Bellatrix —responde Hermione con suma tranquilidad. Se acerca hacia la bruja con la varita en ristre, dando pasos cautelosos, y con una voz en su mente que le advierte, a los gritos, que se está dirigiendo a su muerte—. Ríndete y seré buena contigo, lo prometo —añade. Se encuentran a escasos metros de distancia, tan cerca que Hermione no puede evitar emocionarse.

La muñeca de Bellatrix se agita, pero Hermione es más rápida. Sin embargo, el hechizo pasa por debajo del brazo extendido de Bellatrix y estalla en la pared de piedra.

¡Bombarda! —exclama Bellatrix, apuntando en su dirección. Hermione se ve perdida, pero su cuerpo reacciona por si solo y agarra el mango de la varita con ambas manos. Sin saber cómo, se las arregla para desviar el hechizo de Bellatrix hacia el piso.

Y éste explota. Y el suelo de derrumba. Y Bellatrix grita. Y Hermione gira.

Sus rodillas chocan con el frío suelo de piedra y suelta un grito de dolor por el fuerte impacto. Su cuerpo no tarda en inclinarse hacia adelante y Hermione se retuerce en el suelo, soltando la varita para agarrar sus rodillas lastimadas. Se ha salvado por los pelos de una muerte segura, pero Bellatrix, probablemente, no debe haber corrido la misma suerte.

Probablemente.

Siente como si unas manos gigantescas la tomaran y la aplastaran, triturando lenta y tortuosamente cada uno de sus huesos. Su pecho se cierra y siente que la cabeza va a explotarle. Cuando la maldición termina, su cuerpo sigue dando leves sacudidas. Extiende una mano temblorosa y agarra la varita de Bellatrix, aferrándose a ella como si se tratara de su vida.

Duele, todo duele.

—Eso es solo el principio, sangre sucia. ¡No te desmayes ahora, apenas estamos empezando! Pronto desearás estar muerta, desearas que te mate, ¡ME LO PEDIRÁS DE RODILLAS! —declara Bellatrix, enardecida.

Hermione, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se levanta en su lugar y su mirada cae en la bruja enloquecida que blande la varita como si se tratara de una espada. Está a pocos metros de distancia y camina dando grandes zancadas, con los ojos brillando por el fuego de la furia. Hermione camina hacia atrás, intentando alejarse, pero pronto choca contra una pared helada y descubre que no tiene escapatoria.

Y Bellatrix sonríe, sabiéndose victoriosa.

Y Hermione lo cree por unos instantes.

¡CRUCIO!

¡EXPELLIARMUS!

La maldición roza su mejilla —la pared explota a su costado— y la varita de Bellatrix vuela por los aires. Hermione la ve en cámara lenta y, sin pensarlo, sin planearlo, actuando por puro instinto, se abalanza sobre Bellatrix, la toma por los hombros y las dos caen al suelo.

De inmediato, la mano de Hermione se cierra en el cuello de Bellatrix y presiona con fuerza mientras la apunta con la varita. Bellatrix forcejea, furiosa, intentando librarse. Sacude su cuerpo con violencia, pero la bruja no consigue más que un producir una agradable sensación entre las piernas abiertas de Hermione.

—Quieta —ordena Hermione, aunque, realmente, no quiere que detenga el movimiento de sus caderas—. Voy a matarte si no te detienes en este… instante. —Su amenaza vacila en el último momento, la está venciendo (la excitación) el deseo de cumplir su meta, por la que tanto ha arriesgado y perdido. Amigos, posición, cordura… ¿qué importa ahora? La tiene, al fin la tiene.

—No eres capaz —escupe Bellatrix—. No eres más que una niña cobarde, ¡cobarde! ¡Suéltame si sabes…!

Estrella su mano contra la mejilla de Bellatrix y la bofetada resuena por todo el vestíbulo. De pronto, ve como el brazo de Bellatrix se levanta con la intención de devolver el golpe y Hermione, con un rápido movimiento de la varita, lo pega en el suelo de piedra. Bellatrix gira la cabeza y la mira con odio, lo que despierta en Hermione sensaciones que no había experimentado antes. Ella tiene el control. Ella manda.

—Escúchame tú, Bellatrix —pronuncia Hermione con firmeza. Clava la punta de la varita en el cuello expuesto de la bruja y ella traga saliva con dificultad—. Si sabes lo que te conviene, vas a mantener esa boca cerrada. —Aunque, realmente, no le molesta la idea de escucharla gritar.

—¡Quítame las manos de encima, asquerosa sangre sucia! —Bellatrix se remueve, intentando quitársela de encima y Hermione se estremece de gozo. Arde. Está ardiendo.

Y Bellatrix la mira, horrorizada.

—¡QUÍTAME LAS MANOS DE EN…!

La segunda bofetada es acompañada por una sonora carcajada. Hermione tiene la mano manchada de sangre, pero no le importa. Su corazón está dando enormes saltos de alegría y júbilo. Ha ganado, ha ganado.

—¡Voy a devolverte el favor, Bellatrix! —dice mientras simula galopar sobre el vientre de la bruja. Está enloqueciendo, está enloqueciendo—. ¿Recuerdas lo que me hiciste? ¡Sí, claro que lo recuerdas! ¡Pues lo haré peor para ti, mil veces peor! ¡Cuando termine contigo, no quedará nada!

Se inclina hacia adelante, hundiendo el rostro el pálido cuello de Bellatrix. Recorre su piel con la lengua, provocando que el cuerpo de la bruja tiemble y se remueva, luchando por liberarse, pero Hermione la tiene tan firmemente sujeta que todos sus esfuerzos son en vano. Y Hermione ríe.

Si sus amigos la descubrieran en ese momento, no la reconocerían en lo absoluto. Aunque, piensa, cabe la posibilidad de que hace mucho dejaran de hacerlo. Da igual, no le importa.

—Tu varita me pertenece, Bellatrix. Es mía, yo me gané su lealtad. Ahora me obedece a mí —susurra Hermione contra su oído. Está cediendo, perdiendo el control, dejándose llevar y tampoco le importa. Nada le importa más que Bellatrix—. Y es momento de que tú hagas lo mismo.

Hunde los dientes —con todas sus fuerzas— en el palpitante cuello de Bellatrix y siente el sabor de la sangre en su boca.

Y Bellatrix grita tan fuerte que parece que va a desgarrarse la garganta, grita tan fuerte que Hermione siente que va a destrozarle los tímpanos, grita tan fuerte que las aves del bosque chillan como protesta, pero nadie acude en su ayuda.

Y está bien.