CAPITULO 3

Los días que siguieron a aquella primera conversación fueron de lo más normales. Casi parecía que la guerra nunca hubiera sucedido. Tissaia se levantaba, se bañaba, dejaba recogida su habitación y se dirigía hacia el invernadero para comenzar las primeras clases de la mañana. Triss, Sabrina y Yennefer la ayudaban, lo que suponía un descanso para ella mientras terminaba de recuperarse del todo.

Después de comer redactaba informes y cartas en su despacho, dedicando las últimas horas de la tarde al estudio de la magia negra. Intentaba encontrar la mejor manera de enseñárselo a las chicas sin que les ocasionara peligro alguno. Se conformaba con que recitaran de memoria los hechizos sin llegar a utilizarlos y les instruía en el correcto uso de los mismos. Actuando de esta manera, evitaría que muchas de ellas murieran antes de ascender.

Con Finrod no había vuelto a tener ningún tipo de conversación. A veces le había visto desde alguna de las aulas de la escuela mientras las chicas estaban inmersas en sus tareas. Le gustaba mirar la infinitud del mar, contemplar las olas que rompían en el acantilado negro de Aretuza. Y fue durante aquellos escasos momentos cuando sus ojos se encontraban, tímidamente al principio, vehementemente después.

Aquel día estaba en el patio central, acompañado de alumnos de Ban Ard, enseñándoles a ensillar correctamente a los caballos. Desde arriba, Tissaia observaba cómo aquellos chicos le miraban con devoción, le admiraban e intentaban absorber cada palabra que decía. En aquel instante, Finrod levantó la vista y la miró. Tissaia quiso apartar los ojos con rapidez, como las primeras veces que él la había sorprendido del mismo modo, o como aquella ocasión en la que el sorprendido fue él…sin embargo, algo se lo impedía, como el día anterior.

Fueron apenas unos segundos, pero cargados de intensidad. Cuando vio que aquella sonrisa burlona aparecía de nuevo en su rostro, se alejó bruscamente de la ventana y comenzó a pasear entre las alumnas que intentaban con poco éxito curvar el agua de la fuente del invernadero. Se sentía nerviosa, turbada, y esa sensación la desconcertaba. No le conocía, era su enemigo, su "carcelero", por llamarlo de alguna forma. ¿Por qué entonces aquella pérdida de control y de compostura?

Perdida en sus pensamientos no se percató del hombre que se encontraba apoyado en el quicio de la puerta y la observaba divertido.

- ¿Podemos hablar un momento, Rectora?

Asintiendo con la cabeza, aún sobrecogida por la sorpresa de su aparición, se dirigió a las chicas:

- Seguid intentando el encantamiento, vengo en un minuto.

Ambos salieron de la habitación. Tissaia no se había sentido tan avergonzada en toda su vida. No obstante, sabía perfectamente cómo no perder la compostura en momentos como aquel.

- Tenía pensado bajar al pueblo esta tarde, me preguntaba si le gustaría acompañarme. Quizá haya cosas que quiera comprar, o asuntos que quiera atender usted personalmente.

- …eh, me gustaría, sí – contestó ella en un susurro sin alcanzar a comprender del todo la propuesta.

- ¿Le viene bien que salgamos sobre las cuatro?

- Claro.

- Ensillaré dos caballos entonces.

- Bien.

- Bien.

Aunque la conversación había acabado, seguían mirándose con fijeza, sin que ninguno diera por finalizado el encuentro. Después de un breve tiempo, que a Tissaia le parecieron horas, él concluyó:

- Nos vemos en el patio, a las cuatro – y dicho esto, dio media vuelta y se marchó.

A las cuatro en punto ya estaban saliendo de Aretuza en dirección al pueblo. La media hora de camino la pasaron en completo silencio. Solo se escuchaba los cascos de los caballos contra el suelo, el rumor del viento y las voces de los labradores de las granjas vecinas.

Al llegar, una vez atados los caballos en la entrada del pueblo, fueron realizando las compras que cada uno necesitaba. La conversación entre ellos seguía siendo escasa: "Es por aquí", "Necesitaría entrar en este sitio", "Todavía no he terminado", "¿Podría cogerme esto un momento?"

- ¿Hay algo más que tenga que hacer? – le preguntó Finrod a la salida de una de las tiendas.

- Creo que no, ya lo tengo todo – contestó Tissaia echando un vistazo a los paquetes que llevaba y que apenas podía sostener.

- Déjeme que la ayude, no puede con todo.

- Estoy bien, de verdad.

- Déjeme… - Insistió Finrod mientras le cogía algunas bolsas.

- Gracias.

Y allí estaba de nuevo aquella mirada mantenida en medio del ajetreo, de la gente que les observaba curiosa y quizá asustada. Esta vez fue Tissaia quien dio media vuelta dirigiéndose al lugar donde habían dejado los caballos con la intención de volver a Aretuza cuanto antes. La confusión volvía a llenarla de ese extraño desasosiego que era incapaz de interpretar con claridad.

Si pensaba que nada podría ser aún más incómodo que lo que estaba viviendo, el caos dentro de ella empezó a crecer exponencialmente al comprobar que uno de los caballos no estaba. La cuerda había sido cortada…

- ¡No me lo puedo creer…! - comentó en un susurro lleno de desesperación.

- ¿Se han llevado un caballo? ¿En serio? – preguntó Finrod entre risas.

- ¿Solo tenemos un caballo y lo único que se le ocurre es reírse?

- No pasa nada…todavía nos queda uno, ¿no?

- Iré andando – sentenció Tissaia con brusquedad mientras soltaba los bultos en el suelo y comenzaba a caminar por el sendero hacia Aretuza.

- ¡Ey! ¡Ey! ¡Ey! – gritó Finrod agarrándola del brazo – Iremos los dos en el que nos queda. Es fuerte y joven, no habrá problema.

- Prefiero ir caminando – insistió Tissaia tratando de desasirse de su brazo.

- De eso nada, ¡vamos! – La sonrisa se le borró de la cara y Tissaia pensó que no estaba en condiciones de llevarle la contraria. Al fin y al cabo tenía que obedecerle en todo, aunque no estuviese de acuerdo con él, por el bien de las chicas, por el bien de Aretuza.

Sin estar muy convencida, subió al caballo sin protestar. Después de acomodar cada uno de los paquetes en las alforjas, Finrod subió también, detrás de Tissaia. Sus cuerpos, que habían permanecido siempre a distancia, estaban pegados ahora.

Podía sentir su respiración en la nuca y percibía por primera vez una mezcla de aroma a cuero y cardamomo. Sus manos, fuertes y grandes, llevaban las riendas y rodeaban las caderas de Tissaia. Con cada movimiento del caballo, su espalda y su pecho se rozaban, se complementaban…En aquel momento comprendió que estaba asustada. Aquella turbación del primer día, la confusión que había crecido en ella con cada encuentro, la intensidad de las miradas y la incapacidad por apartar los ojos de los suyos…todo apuntaba a algo que creía ya olvidado: Atracción. Finrod la atraía. Y ella se sentía atraída por él.

Sus angustiantes pensamientos se esfumaron cuando la voz de Finrod resonó cerca, muy cerca de su oído:

- ¿Lleva mucho tiempo siendo Rectora de Aretuza?

- Sí, demasiado.

- ¿Era lo que quería? Quiero decir, ¿alguna vez se planteó vivir permanentemente aquí o más bien fue algo impuesto?

En el Continente hay pocas cosas que las mujeres podamos elegir, ¿no le parece?

- Pero usted no es una mujer cualquiera.

¿Ah, no?

- No, al menos eso es lo que dicen.

El silencio se impuso. Tissaia no comprendía cual era el verdadero alcance de sus palabras. No sabía con exactitud qué cosas había oído sobre ella, cuáles serían ciertas y cuáles no.

- ¿Entonces? ¿Le gusta lo que hace? – preguntó Finrod cambiando el matiz de su pregunta.

- Sí.

- Eso es bueno.

De nuevo el silencio. El resto del trayecto permanecieron así, como abrumados por la cercanía que se había establecido entre ellos. Sin embargo, por más que lo intentaba, Tissaia no podía saber si él estaba tan turbado como ella.

Muy cerca de las puertas de Aretuza, él retomó la conversación:

- Dicen que es una de las hechiceras más poderosas del Continente, si no la más poderosa, por eso la mantienen con vida después de la rebelión. – después de una pequeña pausa, prosiguió – Y he de reconocer que esa afirmación me sorprende.

- ¿Porque me someto a las órdenes de Nilfgaard? – preguntó Tissaia con altivez.

- No…eso lo considero un acto de inteligencia. Me sorprende porque siempre he considerado el poder y la belleza cualidades antagónicas.

Tissaia empezó a notar un leve rubor subiendo hacia sus mejillas.

- Entonces conoce a pocas mujeres… - sentenció Tissaia con la mirada dirigida hacia el suelo con el fin de ocultar su excitación.

- No conozco a ninguna que sea tan poderosa y tan hermosa como usted.

Para suerte de Tissaia, que no sabía qué tenía que responder a aquello, se abrieron las puertas y varios muchachos se acercaron a saludar y a preguntar por el paradero del caballo robado. Entre risas, con un tono jovial y desenfadado, Finrod empezó a conversar con ellos hasta llegar a los establos, donde de un salto bajó del caballo y tendió los brazos hacia ella, como para ayudarla a descender.

- Puedo sola.

- Déjeme que la ayude.

Sonó más como una súplica que como una sugerencia. Tissaia colocó ambas piernas en el mismo lado de la montura y se apoyo en sus hombros. Él la agarró fuerte por la cintura y la atrajo hacia sí. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, tras una mirada fugaz, Tissaia se encaminó hacia el edificio.

- Haré que le lleven las cosas a su despacho – gritó Finrod.

- ¡Gracias! – contestó ella sin volverse.