Hola a todas, wow, ha sido delicioso leerlas, pues he aquí la entrega número dos, tarde... lo siento, pero aquí está, y el otro en proceso, espero que lo disfruten.
L ya C
Bendiciones.
Trilogía: Mi Destino es Amarte.
Libro 1: Promesas
Capítulo 2
Escutari, Istambul.
1855
¿Quieres explicarme esto?- El joven rubio de ojos azules irrumpió en la habitación dónde el capitán Cornwell daba instrucciones a un par de soldados rasos.
Teniente Brower, espere fuera unos momentos en lo que termino de dar instrucciones a mis hombres. - respondió con autoridad y sin inmutarse el capitán Cornwell.
Anthony conocía las jerarquías y reglas del ejército y dirigirse como él lo hacía a un superior frente a soldados rasos era una afrenta, pero en ese momento él no tenía frente a él al capitán Cornwell, sino a su primo, Allistear. Sin embargo, los años de entrenamiento le obligaron a refrenarse. Esperó impacientemente en el corredor y en cuanto los soldados se retiraron irrumpió en la habitación de nuevo.
¡No tienes ningún derecho a detener mi correo! ¡Ni a dar instrucciones de que mis cartas no me sean entregadas! -
Aconsejaría que bajaras tu tono de voz, sabes perfectamente que en este lugar eres mi subordinado. - respondió Allistear con tranquilidad.
Pues entonces salgamos a campo abierto donde seamos solamente dos hombres resolviendo una disputa como nos corresponde. - la bravuconería en el tono de voz no pasó desapercibida a Stear, pero conocía perfectamente a su primo y simplemente la pasó por alto.
Vamos hombre, no nos batiremos en duelo por esto, ¿acaso no tienes suficiente de dolor y muerte? -
No es honorable lo que has hecho.-
No, Anthony, no tienes ningún derecho a hablarme de honor...y respecto a tu primer reclamo, estás equivocado, como tu superior tengo derecho a leer, censurar y retener tu correo si considero que es lo que conviene a nuestros intereses, y te recuerdo que mi rango es superior al tuyo no solo en el ejército.
Mientras mi querido tío no tenga un heredero, soy el próximo duque, así que tú y los tuyos deberán responder a mí.-
Stear miró directamente en los ojos azul cielo cargados de ira, frustración y rencor.
No es su culpa, ¿sabes?
Puede que no lo sea, pero lo correcto hubiese sido hacerse a un lado.
Nunca es tan sencillo como parece. - musitó Stear ensimismado.
Lo dices por ella ¿no?
Lo digo porque es la realidad, no hay nada que hacer Anthony, absolutamente nada que hacer, y más te valdría olvidar lo que sea que crees recordar, y rehacer tu vida si es que salimos del infierno que es este lugar, con todo el dolor de mi corazón te lo digo, no creo que mi media hermana sea la mujer adecuada para tí.
¿Pero si lo es para mi tío?
No, en realidad tampoco lo es, pero yo no tuve nada que ver en esa decisión. -
Devuelve mis cartas.
Han sido destruidas, de caer en las manos equivocadas serían una amenaza certera para nuestras familias… olvídala Anthony, han pasado demasiados años ya.
Sé perfectamente cuánto tiempo ha pasado, y él no tenía ningún derecho a tomarla como esposa.
Sabes perfectamente cómo son las cosas en nuestras familias.
Es por eso que dudas cada vez que te ves con la pequeña enfermera rubia. - no era una pregunta, sino conocimiento de causa.
No puedo negar que cada día que pasa me siento más atraído por ella, es simplemente fascinante, culta, educada, preciosa…
Nada te detiene de hacerla tu mujer, después de todo ¿que señorita decente viene a los campos de muerte?
No te atrevas a insinuar nada, o a poner en entredicho su castidad.
Nadie te juzgará por tener compañía como corresponde a un hombre de tu rango, incluso si salimos de esta pesadilla, puedes llevarla a casa e instalarla en una casa de campo cercana… pero al igual que yo sabes, a la perfección que no puedes desposarla. Hemos sido malditos de la misma forma, mi querido primo, en nosotros no está el poder de elegir a quien amar. -
No discutiré esto contigo, vete, tenemos trabajo por hacer, este no es lugar para discutir tonterías como esta, no le escribas a Eliza, es un caso perdido… es la duquesa…
Es lady Andrew, sabes bien que no será la duquesa hasta que le de un heredero varón, y ten por seguro que eso no va a suceder. - le asegura con una sonrisa escalofriante mientras sale de mi oficina.
¿Qué has hecho?
Nada que William mismo no se haya buscado, ahora solo falta que el destino sea misericordioso, me permita sobrevivir y lo mande a él a la tumba tempranamente. Con permiso Capitán Cornwell. -
Allistear no insistió, sabía de sobra cómo funcionaba la retorcida mente de su media hermana, y una vez más lamentó en lo más profundo que su querido primo se hubiese embarcado en una aventura de lujuria, deseo y poder, contra William Albert Andrew, ya que era claro que jamás ganaría.
También relegó a las profundidades de su mente todo lo concerniente a la bella mujer de ojos verdes que sin saberlo amenazaba con hacerlo perder la razón. Era inútil reprocharse a sí mismo por permitir que la compañía de la joven se hubiese vuelto indispensable para él cada vez que ambos lograban robar algunos minutos de sus ocupaciones, lo cual no era sencillo a decir verdad, la situación del ejército era por decirlo suavemente complicada, su relación con sus inesperados aliados los franceses una verdadera pesadilla, y a pesar de los significativos cambios que el contingente de Ms. Nightingale había logrado en el hospital, la realidad era que aún morían más soldados por enfermedades que por heridas de guerra.
Allistear suspiró profundo y se concentró en sus deberes, debido a su juventud su rango era en realidad medio, pero como hijo mayor de una importante familia sabía bien que gozaba de privilegios otros no tenían, y eso era una fuente de constante reproche a sí mismo.
Allistear Cornwell era un hombre honorable, inteligente, con sentido común grandes sueños y deseos de cambiar el mundo, comprendía a la perfección la forma en la que este funcionaba, pero lejos de resignarse estaba determinado a hacer su parte por cambiarlo, en secreto apoyaba movimientos feministas y sufragistas, era un liberal consciente de las consecuencias que los cambios propuestos podrían traer a los de su clase, y un conservador dispuesto a usar su poco o mucho poder en favor de los menos favorecidos.
Todo lo anterior era la excusa perfecta para pasar tiempo con cierta enfermera encargada de escribir cartas y contactar a las familias de los más gravemente heridos, enfermos y fallecidos.
Después de una larga tarde de trabajo con sus superiores, Allistear se dirigió al hospital, era su rutina de cada tarde, ir en busca de ella a media tarde con la excusa de ayudarle a escribir las cartas de algunos de los soldados y hacerse cargo de que fueran enviadas a sus familias, no era un trabajo propio de su rango, pero eso era lo de menos, le daba oportunidad de pasar tiempo junto a la mujer más fascinante que había conocido en su vida.
Cada tarde llevaba algo extra para los enfermos y heridos más graves, así como algo para ella, esta vez había logrado hacerse de un pequeño costal de naranjas, que sabía bien ella repartiría entre los enfermos, pero como siempre había guardado un par para más tarde, junto con unas delicias turcas. Por supuesto todo lo había conseguido en el mercado negro, los precios eran exorbitantes, pero eso no era una preocupación para él, su familia era rica y poderosa, y el cómo hijo mayor tenía un estipendio prácticamente ilimitado.
Saludó a los guardias y a algunas de las enfermeras mayores que con un gesto amable le indicaron dónde encontrar a la rubia, no era ningún secreto que ella era la razón de su visita diaria.
Siguió su melodiosa voz que hablaba con suavidad a alguien, intentando calmarlo, en la voz de la rubia había algo de ansiedad y cuando Allistear llegó al lugar comprendió de pronto por qué.
Un muy joven soldado yacía en el lecho, era apenas un chiquillo que no debía pasar de los 16, pero que Allistear adivinó estaba más cerca de los 14, sus dos piernas habían desaparecido y Candy cambiaba el vendaje, el proceso era por supuesto doloroso, pero no había cloroformo para hacer la tarea más sencilla, ese se reservaba para casos más apremiantes, como cirugías, así que Candy intentaba tranquilizar con su suave voz al muchacho.
Ethan, te prometo que seré rápida. -
No Candy, prefiero morir a volver a pasar por ese dolor. - gimoteó el soldado. El corazón de Stear se llenó de compasión por el joven.
Morirás si el vendaje se infecta y será terriblemente doloroso, así que ahora sé un hombre y permíteme hacer mi trabajo.
¡No! - respondió el chico histérico cuando ella intentó hacer el cambio de vendaje. Y en su frenético manoteo tiró al suelo la bandeja de instrumentos que la rubia llevaba con ella.
Sin pensarlo, Stear decidió intervenir.
Soldado, esas no son formas de comportarse con una dama. - interpeló al joven con su mejor tono militar y gesto adusto. El rostro del enfermo palideció ante la presencia de un oficial, no era más que un pobre campesino que había sido enviado al frente con la promesa de recursos para su familia.
Señor… -
No diga nada soldado, haga honor a nuestro ejército y permita que la señorita cambie el vendaje.
No puedo evitarlo…- las lágrimas corrían por las mejillas del adolorido muchacho. Stear sin dudarlo se sentó a su lado y ayudó a Candy a inmovilizarlo para hacer su trabajo un poco más fácil, la tarea no fue sencilla, el dolor fue más de lo que el muchacho pudo soportar y terminó por desmayarse, Stear siguió las instrucciones de Candy y pronto terminaron con su tarea.
Gracias. - le dijo ella exhausta. Viéndolo a los ojos con una pequeña sonrisa.
Vamos, tomar aire no te hará mal.
Aún debo ver un par de pacientes más…
Bien, entonces vamos a verlos.
Stear la acompañó durante la siguiente media hora y después la convenció de salir a tomar un poco de aire fresco, Candy no pudo negarse, era parte de la rutina y reglas de Ms. Nightingale, de ser posible todas debían de disfrutar de un tiempo de ejercicio al aire libre para mantener la salud.
Caminaron por el jardín del hospital, habían repartido las naranjsa que Stear trajo, pero él produjo sus pequeños tesoros de uno de sus bolsillos y los compartió con ella.
No es necesario que traigas cosas cada vez que vienes.
Es una obligación moral hacerlo. - le respondió encogiéndose de hombros mientras le daba una de las naranjas ya pelada. El roce de la femenina mano con la suya le hizo sentir escalofríos.
¿Te sientes culpable?
Soy culpable, mi rango y posición social me dan privilegios que ese pequeño soldado jamás tendrá… ¿Cuántos años tiene?
Catorce… es un muchacho grande, y logró engañar a los reclutadores...quería ayudar a su familia…
Y ahora ni siquiera sabe si va a volver. Es imposible ignorar tanta injusticia.
La mayoría lo hace.- respondió la rubia quedamente.
Tu y yo sabemos que eso no lo hace correcto…- le dijo el guapo oficial viéndola directamente a los ojos y acariciando su rostro con un gesto suave. Sin querer los ojos de ella se anegaron las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Con suavidad Stear la atrajo a él en un suave abrazo. Candy sollozó en su pecho aspirando la reconfortante fragancia masculina, no se consideraba una mujer débil, pero estos meses había sido testigo de mucho más de lo que nunca había imaginado y tener a Stear a su lado era el rayo de consuelo y esperanza que nunca creyó necesitaría.
Ante la cercanía de ella Stear sintió crecer dentro de su pecho todo aquello que había intentado negar desde el día en que la conoció, su razón le recordaba que Candy aunque educada y proveniente de una familia acomodada no era precisamente el tipo de chica que su familia aprobaría, pero en ese momento, con el suave aroma de ella colándose en sus narices, Stear supo que le importaba muy poco lo que la familia tuviera que decir… Alzó el rostro de la rubia para verla a los ojos.
Todo va a estar bien, bonita.
No puedes decir eso, ambos sabemos que voluntariamente hemos venido al infierno y que salir de aquí no es precisamente sencillo.- replicó ella.
Estás cansada, pero tengo una idea que puede mejorar tu ánimo. ¿Has terminado tu turno?
Sí… pero…
Yo pediré permiso a Ms. Mai, tú ve y cámbiate, te veo en media hora.- le dijo él tomando su mano con suavidad y llevándola hasta sus labios. Un gesto galante que hizo que su piel se erizara. En contra de todo lo que ella sabía le convenía su corazón latió un poco más rápido bajo la mirada dulce del capitán Allistear Cornwell.
Media hora después Candy había alisado sus cabellos y mudado su uniforme de enfermera por uno de sus sencillos vestidos, no era nada glamoroso, pero estaba limpio y la tela era de buena calidad. Stear esperaba recargado en un pequeño carro tirado por un par de caballos.
Vamos, Ms. Mae ha dado su permiso y he prometido traerte de vuelta a las 9 de la noche así que tenemos algo de tiempo.- le dijo mientras la ayudaba a subir y acomodar su voluminosa falda con decoro.
Los caballos son hermosos. -
Provienen de mis establos. - admitió el joven ruborizándose un poco.
¿No es acaso lo común?
Sí… los oficiales solemos traer nuestros propios caballos entre otras cosas.- su voz sonaba un poco renuente y Candy intentó hacer algo por aligerar el ambiente.
¿Puedo saber a dónde planeas llevarme?
Es una pequeña sorpresa que creo que te gustará.-
¿Cómo convenciste a Ms. Mae?
Sabe que puede confiar en mí.
Jajajajaja, ¿porque eres el perfecto caballero inglés?
¿Estás en desacuerdo?
No. - le respondió ella con una sonrisa.
Candy observó a su alrededor, la ciudad fue desapareciendo hasta que solo quedó un camino boscoso, la tranquilidad del bosque los rodeó, Stear dejó los caballos y el carro escondidos en un angosto camino y descendió para ayudar a Candy.
¿Es seguro?
Estamos en el lado opuesto de los campos de batalla, es parte de nuestro territorio, así que sí es seguro. Vamos, quiero mostrarte un lugar.
Le dijo mientras la tomaba de la mano para guiarla, el camino era un poco escarpado, lo cual le daba la excusa perfecta para mantener el contacto, treparon una colina y cuando llegaron a lo alto Candy pudo divisar lo que había al otro lado, la vista era preciosa, un gran lago rodeado de pinos.
Pareciera que estamos en otro sitio.
Por eso me gusta venir aquí, creí que te gustaría, ¿quieres ir hasta el lago?
Sí. -
Descendieron dejando que la inclinación de la colina les concediera velocidad, el viento alborotaba sus cabellos, el aroma a pino se colaba en sus fosas nasales, los pájaros trinaban a su alrededor. Al llegar a la orilla del lago ella se descalzó y arremangó sus faldas.
Es como estar en casa. - le dijo ella con ensoñación.
Cuéntame cómo es tu hogar.
Es una villa en la campiña francesa, cerca de Marsella, es un lugar precioso, tranquilo… alguna vez creí que era demasiado tranquilo para mi gusto, pero ahora sospecho que jamás volveré a pensar así.
¿Quieres regresar?
No, una parte de mí no desea regresar, sé que no soportaría la misma vida, además...no es tan sencillo. - le respondió ella con una mirada cargada de tristeza.
Stear la observó, estaba seguro de que había algo detrás de su mirada ausente.
¿Quieres contarme?
No hay mucho que contar, regresar no es una opción, soy la viva imagen de mi madre, quien murió hace un par de años y la nueva esposa de mi padre no es precisamente afecta a ese parecido, por eso es que tengo libertad de hacer de mi vida lo que desee siempre y cuando no sea estar en casa. No te mentí cuando te dije que mi madre era feminista… es...ella lo era, solo omití mencionarte que ya no está en este mundo… espero puedas disculpar la omisión.- le dijo ella encogiéndose de hombros y limpiando un par de lágrimas que corrían por sus mejillas.
Stear la envolvió en un abrazo, deseando con lo más profundo de su ser poder proveer para ella el hogar que obviamente extrañaba, jamás se había sentido así, jamás había conocido a una mujer que lo hiciera desear con todas sus fuerzas desafiar cada una de las reglas establecidas con tal de verla sonreír y darle un hogar.
Lo siento mucho, bonita…no quise ponerte triste.
No, tú has hecho todo lo posible por mejorar mi día, este lugar es precioso, y en vez de disfrutarlo estoy aquí siendo una tonta, lo siento, Stear.
No tienes nada porque disculparte, vamos, exploremos un poco, estoy seguro de que te encantará.
Candy tomó la mano que Stear le ofrecía y caminaron juntos a la orilla del lago, olvidando y dejando a un lado la horrible realidad que vivían, creyendo que el mundo podía ser un lugar lleno de paz dónde soñar con un futuro era una posibilidad.
Después de caminar por un rato tomaron asiento en una roca y Stear sacó de sus bolsillos algunas golosinas para compartir con ella, la expresión de deleite cuando saboreó el exquisito sabor de la delicia turca fue suficiente agradecimiento para el joven capitán.
Es simplemente exquisito… pero debió costarte una fortuna…
Eso no importa...de algo debe servir el dinero. - le respondió encogiéndose de hombros y ofreciéndole un poco más.
¿Cuándo crees que todo esto terminará?
Es imposible saberlo aún, pero si quieres volver… a casa, o a Inglaterra, o a dónde sea, solo dímelo, y me haré cargo de que salgas de aquí. - le ofreció él seriamente.
No Stear, no es necesario cumpliré con lo que he prometido, además, que Ms. Nightingale me haya traído con ella es un gran honor, y no puedo pasarlo por alto, no quiero decepcionarla. - le respondió Candy con seriedad que hizo que el corazón de Stear se encogiera, era tan joven, inocente y pura. -
Candy… ¿aceptarías ser mi novia? - preguntó el joven capitán sorprendiéndose incluso a él mismo. La rubia se sonrojó y bajó la mirada, por supuesto que Allistear Cornwell no le era indiferente, era un apuesto hombre de 23 años, con modales impecables, corazón de oro, y aunque sospechaba que la familia de él no vería precisamente con ojos favorables su relación, aún tenía la edad para creer que el amor todo lo puede, sonrió y tímidamente, con la mirada cargada de ilusión volteó a verlo antes de responder modestamente sonrojada.
Sí. -
El corazón de Stear se aceleró, mandó al diablo todas las preguntas y raciocinios lógicos, no se preguntó a dónde podía llevar un noviazgo en esas circunstancias, ni lo inconveniente o complicado que podía ser, solo sabía que por ningún motivo quería dejar pasar la oportunidad de ser feliz, por una fracción de segundo las palabras de Anthony cruzaron por su mente, pero las desechó en automático, por supuesto que jamás la convertiría en su amante.
Tomó su mano y la llevó a sus labios, extendió su mano hasta su rostro y acarició con suavidad sus sonrojadas mejillas, por supuesto que moría por probar sus labios, pero sabía perfectamente que ella era una inocente y no quería hacer nada que la asustara, con ternura depositó un suave beso en sus mejillas, muy cerca de la comisura de sus labios, disfrutando de su aroma por un breve segundo.
Gracias bonita, es un honor que aceptes ser mi novia...debo escribir a tu padre, o a tu hermano mayor…
No, por favor no, sería abrir una caja de Pandora…
Al menos debo hablar con Ms. Mae…
Eso me parece más adecuado. -
Stear se inclinó para besarla en la mejilla nuevamente, pero justo en ese momento ella volteó a verlo, el beso destinado a su mejilla terminó en sus labios, Stear maldijo su torpeza, pero no pudo evitar probar con suavidad el dulce sabor de su boca. Candy se dejó llevar, era su primer beso, su primer contacto romántico con un hombre, por supuesto que se sonrojó y bajó la mirada cuando él se separó de ella.
Lo siento, bonita, no era mi intención, pero no pude resistirme… te juro que… -
Candy levantó la mirada y llevó su dedo a los labios de él.
No jures en vano. - le dijo con una tímida sonrisa, levantando su rostro a él.
Stear acarició su rostro una vez más y esta vez, la besó en los labios por un poco más de tiempo con toda intención.
Inveraray, Escocia.
Eliza caminó sigilosamente intentando que la madera bajo sus pies no crujiera, algo difícil, más no imposible, cerró la puerta tras de sí y sólo entonces permitió que un suspiro escapara de sus labios.
Eres bastante hábil. - la voz dentro de la habitación no solo la hizo sobresaltarse, sino que también casi provocó que el alma se le escapara del cuerpo.
Querida tía Elroy, ¿qué haces despierta tan temprano? - preguntó la joven con voz melosa.
No, mi querida Eliza, creo que la que hará las preguntas soy yo, ¿de dónde vienes a esta hora?
Fui a dar una caminata, pero aún es muy temprano y no quería despertar a nadie, por eso el sigilo con el que entré.
Sí seguro por eso escuché los cascos de caballos en la puerta de la cocina.
Yo no tengo nada que hacer en las cocinas… y no tienes ninguna prueba en mi contra, creo querida tía, que lo mejor sería que durmieras un poco, Meribeth se levanta demasiado temprano y esta casa simplemente no funciona sin ti.
¡Tú eres su madre, y la señora de esta casa! - le respondió la anciana con reproche.
Algo que tú y mi marido parecen olvidar constantemente, así que no veo porque te molestas.
Te lo advierto Eliza, más te vale que te comportes como se debe y le des a mi sobrino el heredero que tanto desea.
Sabes bien, querida tía, que después de Meribeth he quedado delicada de salud, un nuevo embarazo podría costarme la vida, y mi querido esposo no está dispuesto a arriesgarse a perderme. - respondió Eliza con un tono de inocencia forzada que le daba a Elroy la certeza de que mentía.
Eres una necia Eliza, y estoy cansada de ver cómo le haces la vida imposible a mi sobrino, no voy a permitirte que sigas destruyendo su felicidad y la de mi nieta.
No hay nada que puedas hacer, para cambiar el presente, tuviste la posibilidad de cambiar cosas antes, pero en vez de apoyarnos a mí y a Anthony estuviste de acuerdo en que fuese vendida al mejor postor, William, y eso es algo que jamás les perdonaré a ti o a mis padres, así que querida tía, deja de meterte donde no te llaman, y no olvides que la reputación de tu querida nieta está unida a la mía.
Mi sobrino no merece….
Claro, mi honorable esposo merece lo mejor, por eso es que yo soy su esposa...ahora si me disculpas, debo prepararme para el día, llevaré a Meribeth a su entrevista en el internado.
William fue claro y te dijo que no irá a un internado si no hasta que cumpla 10 años.
También es mi hija, y no puedo permitir que siga creciendo como la criatura salvaje y mimada que es ahora, pero como te dije tía, debo ir a mi habitación.
Elroy Andrew observó a la joven pelirroja subir las escaleras, el borde de su falda tenía salpicaduras de lodo y la capucha de su capa estaba húmeda, bien podría haber sólo salido a dar una caminata, pero a últimas fechas Elroy sospechaba que había algo turbio en el comportamiento de Eliza, aunque jamás se atrevería a expresarlo en voz alta.
William no estaba en casa, había tenido que ir a Londres por negocios, y no le haría ninguna gracia si a su regreso no encontraba a Meribeth en casa. Elroy se preguntó si Eliza sería capaz de dejar a la niña en el internado sin la autorización de William, pero no podía hacer nada más que enviar un telegrama, no quería ver a la pequeña sufrir, estaba de acuerdo con la necesidad de educar a la niña, pero no creía que un internado fuera el mejor curso de acción, sin embargo, decidió esperar a que William regresara, enviar un telegrama podría solo traer problemas, y no estaba segura de que Eliza se atrevería a desafiar los deseos de William.
Meribeth estaba emocionada y ansiosa a la vez, su madre le había prometido llevarla de paseo y la pequeña no cabía en sí de alegría, pero también se sentía ansiosa, su madre había hecho hincapié en que debía estar en su mejor comportamiento, y eso le preocupaba, siempre intentaba hacer lo mejor por agradar a su madre, pero pocas veces lo conseguía, y aunque la amaba con locura y su mirada infantil seguía a la elegante mujer con devoción, Meribeth no se sentía segura o cómoda a su lado.
Mientras una mucama arreglaba sus rizos la puerta se abrió y la preciosa silueta de la mujer que le había dado la vida se dibujó en la puerta, como siempre, parecía una princesa, impecablemente arreglada, con un vestido que parecía un sueño, y eso era precisamente lo que la pequeña siempre recordaba cuando trataba de conjurar la imagen de su madre en los meses de ausencia, sin embargo, nunca lograba encontrar recuerdos cálidos como los que tenía con su padre, en su infantil mente, mamá era una linda figura distante, mientras papá era el sol alrededor del cual giraba su vida.
¿Estás lista Meribeth? - la refinada voz sonaba impaciente.
Sí mami… madre. - la niña se corrigió a sí misma recordando las instrucciones recibidas.
Vamos, tú tío Neal espera por nosotras.
¿También vendrán tíos Archie y Stear?
No, ellos no vendrán, ahora, vamos, no es propio de una dama llegar tarde. -
La chiquilla bajó de su asiento y tomó en sus brazos a su cachorro, acostumbraba llevarlo con ella a todas partes.
El animal no puede venir. -
Pero papi me deja llevarlo conmigo siempre que paseamos en carruaje. -
Tu padre no está aquí, y no pienso llegar a nuestro destino cubierta de pelos, así que suelta de inmediato ese animal si no quieres que de instrucciones de que lo manden a los establos. - respondió Eliza con impaciencia que trajo lágrimas a los ojos de la pequeña.
No, papi me ha dicho que Hércules puede vivir dentro de la casa. - le respondió la chiquilla haciendo un esfuerzo por no llorar.
Pues entonces déjalo aquí, no puede venir con nosotras, vamos. - respondió la mujer mientras observaba con impaciencia como la mucama recibía de brazos de la niña el cachorro y le prometía que lo cuidaría en su ausencia. Observó con horror cuando Meribeth plantó un par de besos en el negro pelaje del animal confirmando que la decisión que había tomado era la correcta.
¿Puedo despedirme de tía Elroy?
Ya es demasiado tarde, y ella sabe que teníamos planeado salir hoy, vamos. -
Meribeth siguió a su madre cabizbaja, no le gustaba irse sin antes ver a su tía abuela, pero conocía lo suficiente a su madre como para saber que estaba a punto de perder los estribos.
Para su buena suerte, tía Elroy estaba en la entrada, se despidió de ella con propiedad, un beso en ambas mejillas, y una pequeña reverencia.
Sé prudente Meribeth, y obedece a tu madre. - le dijo la tía antes de observarla abordar el carruaje.
Elroy Andrew no hizo comentario alguno a Eliza, no le gustaba en lo más mínimo que llevara a Meribeth al internado y esperaba que no cometiera una locura, pero también era realista y sabía que nada podía hacer por detenerla si pretendía dejar a la pequeña en el internado.
En el carruaje Meribeth tomó el pequeño frasquito azul que su madre le ofreció y obedientemente tomó de él como se le indicó, al poco tiempo, la niña dormitaba ajena a su alrededor.
¿Crees que despertará cuando lleguemos al internado? - preguntó Neal un poco nervioso.
Sólo le he dado una pequeña dosis, mis nervios no soportarán su incesante parloteo, William la tiene terriblemente mimada y acostumbrada a hablar en todo momento, es algo que espero las madres del internado puedan corregir.
Te meterás en problemas con William.
Sabes qué es lo que menos me importa.
Deberías andarte con cuidado hermanita, tu esposo es un hombre poderoso.
Uno al que al parecer no le corre sangre por las venas, así que no dirá nada cuando nuestra amada hija comience su educación.
Eliza, estas jugando con fuego, Wiliam Andrew es un hombre de cuidado.
Daniel, no puedo pasar meses en Escocia siendo acosada por la mirada de todos porque no me derrito por la niña como ellos, ni permitir que Meribeth siga siendo una malcriada, los niños no son para verse u oírse.
No hay manera de hacerte entrar en razón, pero querida hermana, debo recordarte que hasta ahora William no ha insistido en el heredero, porque la niña es importante para él, pero esto es algo que no te va a perdonar con facilidad, y puede incluso pedirte el divorcio.
No lo hará, porque si lo hace las consecuencias serán para Meribeth. Además, nada le da más satisfacción que simplemente ignorarme.
Le dijo Eliza con un dejo de amargura, Neal sabía cuán inútil era discutir con ella, pero a él le convenía que su hermana no le diera un heredero a William, después de todo, cuando Anthony y Stear murieran en el frente, él terminaría por ser el siguiente heredero. Observó de reojo a su media hermana, una belleza al igual que la segunda esposa de su padre, había sido una suerte que el único fruto de ese segundo matrimonio fuese una hija, y una lo suficientemente hermosa como para que el patriarca del clan la aceptara como esposa.
Neal no insistió más en el tema y como siempre procedió a escuchar lo que sea que Eliza quisiera contarle, había accedido a acompañarla porque así convenía a sus intereses, y como siempre la irreflexiva forma de pensar de su querida hermana le divertía, era como él, sin conciencia o moral, puramente egoísta, sin ataduras o restricciones de honor.
Cuando llegaron al internado, la pequeña aún dormía, Neal la tomó en brazos, sabía que Eliza era capaz de dejarla ahí, aunque no despertara, y aunque sabía perfectamente que no era inteligente, la dejó actuar.
Los mozos bajaron el equipaje, las monjas le mostraron las instalaciones y la habitación, dónde Neal depositó a la pequeña Meribeth sobre la cama, por supuesto era una de las mejores suites, Eliza acarició el cabello rojo de la niña, en lo que parecía un gesto completamente maternal.
Puede esperar aquí hasta que la niña despierte, Lady Andrew, o podemos ir a mi oficina para finalizar los detalles, una de las hermanas se puede quedar. -
Vayamos a su oficina, madre superiora, me temo que Meribeth sufre en los paseos en carruaje, y por lo que siempre le ayudamos a dormir en el trayecto, no va a despertar pronto. -
Neal no pasó por alto la naturalidad con la que la mentira fue dicha, ni el gesto de cejas alzadas de la religiosa, pero siguió a ambas mujeres fuera de la habitación, cuarenta y cinco minutos después iban de vuelta a Inveraray en el carruaje. Neal no podía dejar de sudar frío tan solo de pensar en cuál sería la reacción de William cuando llegara a casa y no encontrara a su pequeña princesa, pero, se encogió de hombros, esa misma tarde partiría a Londres a pasar una temporada no planeaba quedarse cerca para ver a su cuñado estallar.
Cinco días después.
Eliza tomaba su almuerzo con tranquilidad, desde su regreso sin Meribeth, Elroy había intentado toda táctica posible para convencerla de traer a la niña de regreso, y al fin había terminado por retirarle el habla, ni siquiera compartía el mismo espacio con ella, estaba simplemente furiosa y no podía tolerar su presencia.
¿Ya hiciste el pedido de trajes para la nueva temporada? - le preguntó Anne con un poco de envidia en la voz. Su cuñada siempre tenía lo mejor de lo mejor.
Sí, Madame Angelique me mostró las telas antes que, a nadie, pude elegir y dejé la orden de trajes de invierno, para cuando regrese a Londres todo estará listo.
Es maravilloso que William te permita gastar todo lo que quieras. -
No le importa, nada le importa mientras cada uno juegue su papel.
Es más, de lo que yo puedo pedir… - respondió Anne con mirada soñadora.
Archibald es el tercer hijo de una familia poderosa, y su mensualidad es muy buena. - le dijo Eliza con una sonrisa.
Jamás será lo que William tiene a su disposición, fuiste afortunada. -
Eliza estaba a punto de responder cuando la puerta se abrió inesperadamente y el hombre del que hablaban apareció en el dintel.
Extremadamente afortunada de tener un esposo tan maravilloso como el honorable duque de Argyll.- respondió la pelirroja con voz melosa.
Milord, justamente hablábamos de usted. - saludó Anne.
Buenas tardes, Lady Cornwell. Lady Andrew. - dijo dirigiéndose al lado de su esposa para besar su mano tal cual correspondía.
Milord, ¿nos acompañas a comer? No te esperaba sino hasta dentro de otra semana más. -
Terminé mis negocios y decidí volver a casa, además estoy seguro de que los regalos que traje pondrán una sonrisa en el rostro de mi princesa. - respondió con ligereza.
Tienes un esposo completamente romántico, querida cuñada. -
Se refiere a Meribeth. - respondió Eliza bebiendo de su copa con indiferencia.
William no podía esperar para ir a ver a su pequeña, pero sabía que lo correcto era quedarse y terminar su comida con las damas.
¿Tía Elroy? -
Decidió quedarse en su habitación por el día de hoy. - mintió Eliza.
Extrañamente no temía a la reacción de William cuando se enterara de que Meribeth no estaba en casa. Eliza creía que su esposo estaba hecho de hielo, pocas veces lograba una reacción de él más allá de la más helada cortesía.
William fue galante con las damas, escuchó con atención a su esposa y le dedicó un par de cumplidos, cómo siempre, ante todos, formaban el matrimonio perfecto. Así debía ser, no importaba que su matrimonio hubiese sido pactado por sus padres y llevado a cabo por proxy cuando aún eran unos niños. El honor, y la reputación, lo eran todo en su mundo, y a ambos les convenía representar el papel correspondiente, de ello dependía su posición, negocios, privilegios y títulos, además del futuro de su hija.
Después del postre Annie se despidió. William respiró aliviado, por fin podía mandar a traer a su hija. Al pensar en ella una vez más se preguntó porque la chiquilla no había irrumpido en el comedor al menos para saludarlo, entre ellos no solía haber formalismos, y la pequeña estaba acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo, ¿sería que Eliza y tía Elroy estaban teniendo éxito en educarla un poco más convencionalmente?
Vayamos al salón, he traído golosinas para Meribeth, quizá podríamos pasar un tiempo juntos los tres. - dijo William mientras se ponía en pie y retiraba caballerosamente la silla de Eliza, era plenamente consciente de que en realidad no tenían mucho en común, pero creía que para su hija era bueno ver a sus padres juntos de vez en cuando.
William, Meribeth no está. - le dijo Eliza sin más.
¿Ha ido a visitar a alguno de sus amigos? -preguntó viéndola de reojo mientras caminaban hacia el salón.
No, como te comenté me preocupa su educación y decidí tomar cartas en el asunto. -
William sintió como si un balde de agua helada hubiese descendido sobre su cabeza, tomó a Eliza por el codo con firmeza y se dirigió con ella a su despacho, sabía que nadie los molestaría ahí, y aunque confiaba en la fidelidad de sus sirvientes no haría nada que manchara su imagen.
Entraron en la habitación, le indicó dónde sentarse y cerró la puerta tras de ellos.
¿Quieres aclararme lo que acabas de decir, mi querida Lady Andrew? - preguntó con ese tono impersonalmente frío que sacaba de quicio a Eliza, y que una y otra vez le hacía preguntarse cómo era que dos hombres podían parecerse tanto físicamente y ser tan diametralmente opuestos en su forma de ser.
Llevé a Meribeth al internado. - respondió con sencillez.
Has contravenido mis deseos. -
Lo sé, pero no se trata solo de lo que tu desees, sino de lo que es mejor para la niña, e ir por la vida pensando que puede hacer lo que quiera, ser sobre mimada, y obtener cada uno de sus deseos no es bueno para ella.-
Sólo lo dices porque estás celosa de que Meribeth pueda ser libre. -
Puedes pensar lo que quieras, William, pero es muy iluso de tu parte creer que una niña puede crecer así sin consecuencias. -
Es muy pequeña, no hago con ella nada diferente a lo que mis padres hicieron conmigo.-
Pero eres un hombre, tu mundo es completamente distinto. -
Quiero a mi hija de regreso en casa, Eliza, no es una pregunta o una petición, es una orden, jamás debiste llevarla al internado sin mi consentimiento, y ese internado no debería funcionar si aceptan a una niña sin el consentimiento del padre. -
Sabes perfectamente que en este mundo las cosas solo funcionan con el acompañamiento de un familiar varón, las madres comprendieron perfectamente que seas un hombre demasiado ocupado como para preocuparte por la educación de la niña, y que hayas delegado esa tarea a tu amada esposa.-
Neal te acompañó.-
A nadie más le importan mis deseos lo suficiente como para tomar la mitad de su día en acompañarnos a mí y a Meribeth. - le respondió ella con simpleza.
Eliza, siempre he permitido que hagas como mejor te parezca, te vas toda la temporada, gastas lo que deseas, aceptas invitaciones en nombre de ambos, organizas fiestas, y cumplo con mi deber como esposo al acompañarte y respaldarte en cada una de esas cosas, no puedes decir que no me importan tus deseos.
William, es muy sencillo decir que cumples con lo que te corresponde como esposo, cuando todo se alinea a tu conveniencia.
Sé perfectamente lo que nuestro matrimonio es, y no me hago ilusiones al respecto, sé que no soy el hombre que hubieses deseado, y respeto tus deseos acerca de nuestra intimidad, o más bien la falta de ella, no me importa que hayas decidido que no tendremos más hijos, y no tengo problemas con mi heredero sea mi sobrino, sin embargo, no voy a permitir que tu frustración y desdén actúen en contra de mi hija, entiendo la necesidad de una educación de acuerdo a nuestra sociedad, pero también he decidido que Meribeth tendrá todas las herramientas y dinero que necesite para decidir sobre su vida, no puede heredar el título, o las propiedades ligadas a este, pero me encargaré de que pueda ser independiente, así que deja de preocuparte porque sea convencional, y de que en un futuro pueda hacer un buen matrimonio, es la hija de un duque poderoso, que hará lo necesario por darle todas las ventajas posibles, e incluso más, no cometeré los errores de nuestros padres. No permitiré que viva el mismo infierno que nosotros.
Es muy fácil prometer cosas sobre el futuro… -
Eliza, escúchame bien, te juro por lo más sagrado que la vida de nuestra hija será diferente, ya he comenzado a trabajar en ello. Estoy cansado, me retiraré, mañana temprano salimos a buscarla, puedes decirles a las religiosas que la has extrañado demasiado y que yo he sido un esposo indulgente y te he llevado para traerla a casa, o puedes decirle que yo soy quien no desea que vaya al internado, lo que te parezca más conveniente, el hecho es que mañana mismo la traeremos a casa, puedes contratar tutores o una institutriz, si lo deseas, pero por ahora no irá a un internado. Además, viendo que para ti es poca cosa que yo permita que tú decidas nuestra vida social y que no ponga objeción a tus exorbitantes gastos, entonces es tiempo de enmendar mis errores, daré instrucciones a mis abogados para que tú acceso a mi dinero sea dentro de un presupuesto fijado por mí, y de ahora en adelante, no debes aceptar invitaciones en nombre de los dos si no quieres arriesgarte a tener que ir tú sola. Espero que la próxima ocasión pienses mejor antes de contravenir mis deseos, mi querida Lady Andrew.
William no esperó a que ella asintiera, como todo hombre, sabía perfectamente que no había nada que su esposa pudiera hacer para contravenir sus deseos, se puso en pie y se retiró.
Una vez más Eliza había tenido razón, nada de lo que ella hiciera podría generar en su marido reacción alguna, y en cierta manera eso era algo que envidiaba a Meribeth, esa chiquilla podía obtener toda la atención, amor y comprensión que ella jamás tendría.
