3. Un apretón de manos puede reducir el frío en el corazón.
—Quita esa cara. —reprochó Francis, acomodando su cama para dormir. —Estoy seguro de que te meterá un puñetazo si ve que le diriges esa mirada. No parece tener corazón.
—Pero… ¿no te sientes mal? —Antonio se sentó al ras de la cama, jugando con sus dedos. —Él debe sentirse demasiado dolido, pensar que dejó cartas para un par de huérfanos antes que a su amado nieto. ¿Por qué el abuelo haría algo así? Siempre que nos contaba de Lovino era para llenarlo de halagos. No creo que haya olvidado escribirle una carta.
—Bueno, le dejó la casa. Yo me sentiría conforme con eso.
— ¡Fran!
—No podemos hacer nada ahora, y no creo que sentirnos mal por él sea la solución. —respondió Francis encogiéndose de hombros. —Lo mejor que podemos hacer, Toño, es no inmiscuirnos demasiado en su vida, él resolverá sus emociones y si no lo hace, tampoco es nuestro problema.
—Estás siendo muy duro. —farfulló.
— ¿Y qué esperabas? —Francis se acostó en la cama, removiéndose hasta encontrar una posición cómoda. —El tipo nos trata como basura. Lo trataré como me trate.
—El abuelo…
Francis se dio media vuelta, dándole la espalda a Antonio. —Él ya no está.
Antonio detuvo sus palabras, dejando dormir a Francis, parecía tan frustrado cuando mencionaban al abuelo Máximo que lo mejor era dejarlo morir antes de que terminara peleándose con él. Incluso cuando ambos lloraron juntos el día que se enteraron de su muerte, Francis fue el que consiguió seguir adelante en el menor tiempo, dos días para ser exactos, lo cual Antonio no tomó demasiado bien. Es decir, comprendía que Francis no era el tipo de persona que se quedaría llorando en la cama por meses, tenía la habilidad de superar las cosas tristes rápido, sin embargo, Antonio pensó que por tratarse de la persona que los crío el dolor permanecería más tiempo, justo como el suyo.
Se levantó después de unos minutos, observando por la ventana notó que las luces de la cocina aún alumbraban una parte del jardín, así que con cuidado de no despertar a Francis (aunque él realmente no estaba dormido) bajó de nuevo. Ojalá fuera Feliciano, Francis y él aún no le preguntaban si podía llevarlos a la tumba del abuelo Máximo, así que era su oportunidad.
Antes de bajar por completo, notó que las luces se apagaban y que de la cocina venía saliendo Lovino. Por puro instinto se agachó, pegándose en la cabeza con el barandal de la escalera y dejando escapar un aullido de dolor.
— ¡Qué mierda! —Lovino quedó blanco del susto al notar un bulto retorciéndose en un ladito de la escalera. — ¡CHIGIIIII!
Había visto demasiadas películas de terror para saber que se trataba de un demonio.
— ¡Ehhhh! —Antonio agarrándose el rostro buscó levantarse, pero lo único que consiguió fue resbalarse por las escaleras al no ver nada en la oscuridad y rodar por cinco escalones hasta caer en la nada suave madera. Los pies de Lovino se dirigieron corriendo al enchufe de la sala, dispuesto a enfrentar al fantasma con su batido de plátano. Al ver a su nuevo inquilino retorcerse en el suelo debido al dolor sintió que las ganas de matar crecían dentro de él.
— ¡Tú maldito imbécil, gilipollas, come mierda! —espetó, furioso, caminando en su dirección con pasos que bien podían sonar como los de un troll hundiendo sus enormes pies en la madera sin pulir. Antonio se estaba incorporando poco a poco cuando un golpe en la cabeza lo hizo caer de nuevo al suelo debido a la poca presión que sus brazos estaban ejerciendo para levantarse. — ¡Me diste un puto susto de muerte! ¡Malnacido hijo de puta!
— ¿¡Cuantas groserías te sabes!? —rechistó Antonio, adolorido. — ¿¡Me vas a gritar todo tu diccionario!? ¿O me vas a ayudar a levantarme? —chilló.
—Ninguna. —se burló, poniéndole el termo en la cabeza, Antonio le hizo un mohín que Lovino encontró adorable, aunque su rostro no lo demostró. Ese chico sí que tenía buena cara. —Lo que más quisiera ahora es reventarte los…
— ¡Ah, ya entendí! —bramó Antonio, levantándose, quitando de su cabeza lo antes puesto. Lovino se incorporó con él, notando que tenía una pequeña herida en la frente que le comenzaba a escurrir de sangre. — ¡Me voy a dormir!
Antonio se detuvo un segundo, parecía que él quería decirle algo, sin embargo, Lovino lo pasó de largo, subiendo primero por las escaleras. Él lo siguió con mala cara, su silueta era bastante delgada, parecía frágil, como si fuera a romperse en cualquier momento; aunque encontró encantador como su rulo revoloteaba de arriba a abajo cada que subía un nuevo escalón.
Cuando llegaron al pasillo de arriba, Antonio dudó un poco antes de despedirse. —Buenas noches, descansa. —murmuró con voz baja, no sabiendo que tan bienvenida era su voz en ese momento. Lovino se detuvo, a punto de abrir su picaporte, emitió un quejido que asustó a Antonio, al parecer no era nada bienvenido. —Lo sie-
—Entra. —y se giró a él, con expresión molesta. Antonio lo observó sin comprender. —No lo repetiré.
—D-De acuerdo. —titubeó contrariado. ¿Debería ir a despertar a Francis? Él solía salvarlo de situaciones como esas, sin embargo, Lovino no parecía tener la fuerza de poder hacerle nada.
Le llegó un suave aroma a café combinado con naranja, un olor que encontró exquisito. La ventana de Lovino pegaba al jardín trasero, dejando ver el invernadero que Antonio imaginó que tendrían, era pequeño, pero se notaba muy bien cuidado todo lo contrario a esa habitación. No entendía como podía oler tan bien. Había ropa regada por todos lados, calzoncillos incluidos, además de una enorme cantidad de libros regados por todos lados y notas. ¿Estaría yendo a la universidad? ¿Por eso le costaría tanto tenerlos a su lado? Debió imaginarlo, él parecía bastante joven como para cuidar a unos niños.
—Lo siento. —dijo Antonio, después de que Lovino le ofreciera una silla dejando toda la ropa que estaba encima de ella en el suelo. Él que parecía estar buscando algo, se giró, confundido. —Bueno… —pensó en decirle lo de su abuelo, luego razonó las palabras de Francis y mejor desistió. —no debió ser fácil enterarte que tendrías a dos completos extraños en tu casa de un día para otro.
Lovino suspiró bajito, volviendo a concentrarse en su búsqueda entre tantas cosas, ¿por qué carajos nadie ordenaba? Agh, pondría a Feliciano a limpiar toda la casa.
—No me enteré de un día para otro. —dijo de pronto, atrayendo la atención de Antonio. Lovino se dio una media sonrisa al encontrar lo que tanto estaba buscando, una pequeña cajita de primeros auxilios. —El notario nos dijo después del entierro del viejo.
Antonio lo contempló estupefacto, entonces, ¿por qué habían tomado tanto tiempo en decírselos?
—Y-Ya veo.
Lovino debió escuchar el tono intranquilo en su voz porque rodó los ojos. —Y no son extraños. —murmuró entre dientes, aún así por la tranquilidad de la casa Antonio alcanzó a escucharlo. El italiano se inclinó un poco, dejando a Antonio frente a sus ojos, su verde parecía combinarse de una bonita forma con un color miel que los hacía relucir mucho más a la tenue luz de la lámpara que alumbraba desde el escritorio. Se sonrojó, así que tuvo que agachar la cabeza para que su rostro no lo delatara. —No te muevas, voy a curarte.
— ¿A curarme? —extrañado, parpadeó, regresando por un momento la mirada a Lovino.
—Tienes una herida en la cabeza, está sangrándote.
— ¿Eh? —Antonio se llevó una mano a la cara, palpando la sangre, no era mucha, solo una hebrita que recorría su frente. —E-Esto no es nada.
—Ya sé, imbécil. —Lovino pareció perder toda la amabilidad y paciencia cuando pronunció esas palabras, aun así, aplicó alcohol en la herida. —Te debería dejar desangrar por haberme dado este puto susto de muerte.
—Lo siento, pensé que era Feli. —admitió, haciendo otro mohín.
— ¿Para qué quieres al pendejo de Feliciano? ¿Le quieres joder el culo o algo?
Antonio puso los ojos en blanco, de verdad que el abuelo no se equivocaba cuando dijo que Lovino tenía un vocabulario muy amplio.
—No…—aunque si Lovino le preguntaba eso a Francis tal vez él no respondiera lo mismo. Lovino alzó una ceja, esperando que continuara mientras él terminaba de colocar un curita en su frente, el cual por cierto apretó con saña causando un quejido en Antonio. — ¡Auch!
—Entonces, ¿para qué quieres al idiota de mi hermano?
—Es que no hemos ido a visitar la tumba del abuelo. —a cada palabra que Antonio daba su voz disminuía. Lovino frunció la boca. —Quería saber si él podía llevarnos.
—Agh, justo en mi día más atareado. —bufó, aventando el botiquín a un lado. Antonio se estremeció al escuchar el ruido sordo. —Algunos tenemos responsabilidades, ese notario imbécil.
—C-Con solo darnos la dirección estamos bien. —dijo Antonio, firme. De verdad tenía muchas ganas de ir a verlo. —Y bueno… un mapa donde nos digan donde lo enterraron.
— ¿Quieres que te dibuje un puto mapa a las doce de la noche?
Antonio pensó que Lovino era exagerado, apenas eran las once.
—Olvídalo, ve a dormir, Feliciano y yo tenemos que hacer muchas cosas mañana, nuestros exámenes de la universidad ya comenzaron. —remilgó Lovino. —Cuando se cumpla un nuevo mes los llevaremos.
Eso era demasiado injusto.
—No tiene ni cinco días que pasó eso. —susurró Antonio, dolido. — ¿De verdad no pueden darnos un mapa o algo? ¡Tenemos…!
—Dije que no. —Lovino ya estaba en la puerta de su habitación, incitándolo a marcharse. —Ve a dormir.
Antonio apretó los dientes, ni siquiera había sentido la herida en su cabeza, pero esta en su corazón dolía como si le hubiesen clavado un cuchillo afilado especialmente para él. ¿Por qué tenía que ser tan cruel? Antonio exhaló cuando la puerta detrás de él se cerró y escuchó una maldición cuando Lovino al parecer se tropezó con algo.
—Qué bueno, por imbécil. —refunfuñó, sacándole la lengua a la puerta.
—.—.—.—.—
Estaba nevando cuando despertó muerto de frío. Francis ya se encontraba a su lado, con todas sus mantas, envuelto tal cual oruga. Al menos agradeció tener su calor humano cerca, porque de otra forma se veía congelado y siendo descongelado en primavera o con una secadora de Francis. Con cuidado de no despertarlo se levantó, yendo rápidamente por una de sus chamarras que tuvo el tino de empacar, eran tres solamente, esperaba que con eso tuviera para todo el invierno. Miró por la ventana, era una suave nevada, ni siquiera acababa de cubrir la mitad del jardín. Antonio parpadeó al ver una figura en su jardín, estaba con un paraguas, haciéndole algo a las amapolas. De inmediato bajó a reclamar, ¿se las estaría robando? ¡No podía!
— ¡Oye, eso no te pertenece! —gritó abriendo de un portazo la puerta. La figura se giró de inmediato, asustado. Antonio entonces pudo enfocarse en él, incluso con la bufanda cubriendo la mitad de su rostro pudo reconocerlo como su vecino remilgón. —Ah, eres tú.
—Tsk. —él se levantó, sacudiendo con un suave movimiento la nieve acumulada en su paraguas. —Si yo no hacía nada las flores se morirían.
—Bueno, no puedes esperar que vivan por siempre, sobre todo en este clima. —contestó él, saliendo con pantuflas. Arthur soltó un bufido de burla cuando notó sus calcetas gruesas de ositos. — ¿Qué les estabas poniendo?
—Solo estaba cuidando las raíces. —dijo Arthur, mostrando la bolsa negra que llevaba, Antonio se asomó, estaba llena de ramitas, hojas, pétalos secos y acículas. —El abuelo me enseñó a hacerlo con mis plantas, así que como sus dos nietos son unos imbéciles, yo cuidaré de las suyas.
—Sí, bueno, no puedo decir lo contrario. —murmuró Antonio, recordando su plática anterior con Lovino. —Déjame ayudarte, son muchas plantas. El abuelo Máximo también me enseñó como cuidarlas e incluso a plantar tomates.
— ¿Aún no visitas el invernadero? Ahí hay un montón. —confesó Arthur. Al ver la cara emocionada de Antonio supo que tenía a otro loco de los tomates parado delante de él. —Terminemos aquí y vayamos, servirá que tengo a alguien que me ayude a cuidarlos.
Antonio parpadeó un par de veces, ¿no se estaba tomando muchas confianzas en una casa que no le pertenecía? Decidió restarle importancia, concentrándose en las amapolas que estaban siendo sobrecargadas con la nieve. Los guantes probablemente estaban en el invernadero, lo mejor sería ir por ellos.
— ¿A dónde vas?
—Iré por unos guantes.
—Ten. —ofreció Arthur, retirándose uno de ellos. Le estaba tendiendo el derecho. Antonio no se dio cuenta, pero sus mejillas tras esa bufanda se colorearon de un suave rosa. — ¡Cómo soy zurdo este no me sirve de mucho! —mintió. — ¡Ni creas que lo estoy haciendo por ti! ¡Menos porque me preocupe por tus manos! ¡Está bien si no quieres utilizarlo, está sucio y…!
—Gracias. —contestó él, tomándolo entre sus manos. Arthur apartó la mirada, avergonzado, había descuidado su guardia.
Antonio se centró en las plantas, haciéndolo tal y como su abuelo le había enseñado, Arthur lo miró por un rato, asegurándose que estuviera haciéndolo de manera correcta, cuando vio que así era, comenzó a hacer su trabajo del otro lado. Ambos levantándose de vez en cuando para ir a donde la bolsa que poco a poco se iba vaciando. El rubio notó que la chamarra de Antonio comenzaba a mojarse debido a la nieve, aunque él no le prestaba demasiada importancia, concentrado en su trabajo.
Justo cuando iba a hablar, alguien lo cayó.
— ¿Por qué carajos dejas la puerta abierta? —preguntó Lovino, parado en el umbral con un portafolio colgando en su hombro y abrigado de forma casi perfecta. Antonio se giró a él, con algo de suciedad embarrada en la cara, producto de haberse tallado sin querer con el guante. —Estás todo mojado, gilipollas.
—Bueno, es que…
— ¿Y tú que demonios haces en mi jardín? —protestó Lovino, cerrando la puerta detrás de sí. Arthur frunció la boca, apartándole la mirada. — ¿No deberías de estar con el otro montón de idiotas con enormes cejas?
—Eso no te incumbe. —remilgó Arthur, volviendo a sus tareas. —Si ustedes imbéciles supieran cuidar las plantas yo no tendría que estar aquí.
—Bah.
— ¿Eh? ¿A dónde vas? —preguntó Antonio, sin notar las miradas asesinas que se mandaban Arthur y Lovino.
—A jugar con mi culo, tarado. —rechistó Lovino, con la nariz y frente fruncida. Cuando Antonio apartó la mirada de él, incómodo, supo que su sarcasmo no fue efectivo. — ¡Está claro que voy a la escuela!
— ¡Lovi, espérame no seas malo! —gritó desde adentro Feliciano. Lovino apretó los labios, escuchando a su hermano. Antonio volteó hacia atrás, notando que Feliciano estaba saliendo con pijama, cuadernos bajo el brazo y un termo transparente lleno de cereal con leche.
A Lovino se le incendiaron las mejillas al ver el desastre que era su hermano menor. Antonio en cambio encontró gracioso la diferencia entre los gemelos.
— ¡Cuidado, Feli, hay nieve en…!
El estruendo resonó con fuerza, Lovino rodó los ojos y se dio media vuelta, avanzando sin más. Arthur se burló en su cara llamándolo tonto y el único en irlo a socorrer fue Antonio.
— ¿Estás bien?
—Sí, ya estoy acostumbrado. —murmuró él, levantándose. Sus cuadernos terminaron regados por el suelo, al igual que ese espontáneo desayuno. —Lovi ya se marchó.
—A mí también me daría vergüenza ser tu hermano. —confesó Arthur, terminando con otra macetita. Feliciano dejó caer su cabeza al concreto al escuchar eso. —Y no solo eres su hermano, sino su gemelo. Ay…
—No estás ayudando, Arthur. —Antonio hizo una pausa y arrugó el entrecejo. —Feli, ¿debería despertarte por las mañanas? En el orfanato siempre era el primero en despertarme, así que tienes un buen reloj en mí.
— ¿De verdad? —su rostro se relajó quizás demasiado al escucharlo. — ¡Eso sería lo mejor! Siempre metía mis clases hasta la una de la tarde, pero este semestre el profesor con el que tanto quería estar solo da clases muy temprano por la mañana, es un fiasco.
—Solo dime los días que tengo que hacerlo. —sonrió, acariciando su cabeza. —Ahora ve a cambiarte, estás todo mojado.
—Tú también lo estás. —dijo al sentarse. Antonio miró su chamarra, con razón comenzaba a sentirse pesada. —La nieve no va a parar, será mejor que lleves una sombrilla cuando salgas.
—Está bien, solo estamos protegiendo las plantas. —sonrió él, ayudándolo a levantarse. —Yo limpiaré esto, Feli. Apresúrate o se te hará más tarde.
— ¡Gracias!
Al observarlo meterse de nuevo a la casa, Arthur habló. — ¿No crees que esto será contraproducente? Esos dos son unos parásitos que se pegan a ti y te chupan todo.
—No parece que tengas muchos amigos, Arthur. —se burló Antonio, llevándole la bolsa que había traído. Él lo observó molesto.
— ¡Tengo un montón!
—Ah, eso es bueno, parece que tenemos la misma edad, así que podríamos salir a divertirnos un buen rato. —sonrió, emocionándose. — ¡Le diré a Fran! ¿Podrás invitarlos?
—E-Es que están ocupados. —balbuceó él, apartándole la mirada. —Cosas de la escuela.
—¿No comienzan las vacaciones de invierno en una semana? —preguntó, aguantándose la risa por dentro. Arthur se puso todavía más nervioso.
¿Cómo le podía decir que de los cinco años que llevaba viviendo ahí solo tenía de amigos a sus hermanos y a un abuelo que ya estaba en el cielo? Era demasiado vergonzoso. Además, la culpa la tenía la gente, por no ver lo genial que era la magia o las fiestas de té. Infló las mejillas, escondiéndose dentro de su bufanda.
—No tengo. —murmuró.
— ¿Hmmm? —Antonio parecía divertido con eso, Arthur se enojó todavía más.
— ¡No tengo amigos, idiota! —gritó, abochornado. La nieve parecía evaporarse en un instante cuando caía sobre su rostro. — ¡¿Feliz?!
Antonio se acercó a él, cuando Arthur pensó que se burlaría al igual que todos los demás, él colocó una mano en su cabeza, dándole unas suaves palmaditas ya que no podía revolver su cabello por el gorro que estaba utilizando. Al verlo así tan de cerca, con esa enorme sonrisa en su rostro, le recordó tanto a la amabilidad de ese anciano cuando tomó por primera vez té con él.
—Entonces yo seré el primero. —aseguró Antonio.
Cuando él se dio la vuelta Arthur se escondió en su bufanda, su cara parecía un foquillo como los que tenía puestos en el árbol de navidad.
Francis suspiró, mirando por la ventana toda la escena con cierta gracia.
—Ahí está otra vez ese tonto, flechando corazones sin darse cuenta.
