La Esfera se encendió con la breve luminosidad que daba un aire de intimidad a la imagen de Hermione.
En la noche, ese brillo era caro a Snape pues le daba una impresión de cercanía con la castaña, como si se citaran, a solas, en un lugar secreto donde pudieran hablarse como en ningún otro lugar.
El brillo de la esfera cristalina, la imagen del Hermione, su voz, era como tomarla de las manos, como besarla.
En el trajín del día, donde él daba clase, iba de un punto a otro del castillo, Hermione era una presencia constante en su recuerdpo. Y en los instantes cuando no pensaba en ella, la Gryffindor estaba como un perfume alrededor de de él. No estaba, pero a la vez, se encontraba en todas partes.
Snape escuchaba la voz de Hermione al comunicarse, y le parecía exacta para las facciones de ella, para sus gestos.
¿Y si por azares del destino, no la viera más?, se preguntaba él. ¿Si por azares del destino, ella, yo, desapareciéramos? El recuerdo de la guerra, de las vicisitudes vividas, las pérdidas de tantas personas, le creaban la certeza subterránea, muda, que la vida no estaba comprada, y que así como otras personas desaparecieron muchas veces de improviso, lo que hoy vivía, este encuentro inesperado con Hermione Granger, podría correr esa suerte.
La sensación de posible pérdida nunca era decisiva, pues, aun con sus dificultades, la espera era un consuelo. El consuelo de que ella volvería.
Pero si un día el mensaje de él no tuviera respuesta; si él no respondiera más a un mensaje de ella, a sus preguntas, a su conversación... Las palabras dichas y lo vivido se esfumarían con el crepúsculo. Y con esa idea venía a él una congoja porque se decía que siendo así, cualquier momento casual de sus encuentros con Hermione podía ser él último, y él podría no saberlo sino hasta que hubiera pasado.
Snape contemplaba el retrato de Hermione congelado en los mensajes guardados por el ectoplasma hasta que lo echara a andar. Y si veía el mensaje, y ella no volvía aun desearlo regresar, entonces, ¿cuál sería ese instante último, cuál sería su valor?
Snape ¿se quedaría con lasonrisa de Hermione, que le dibujó un paréntesis en un lado de sus labios? ¿El último instante sería un admirar los rizos de sus cabellos una noche de junio? ¿El último revelaría ser un: Pensé en usted? ¿Serían los ecos de un Nos vemos a nuestra hora, lo último que se dirían? El último momento en que hubiera hablado con ella, ¿sería aquel cuando pensó, y no le dijo, que su voz tocaba su corazón?
¿Sería una risa de ella, que él amó una tarde lluviosa?
¿Sería un Ciao, dicho por ambos, pensando en escucharse al otro día?
¿La última vez que la escucharía sería en una frase donde ella asomó calidez en sus palabras?
Las estrellas se encendían para él cuando Hermione deslizaba sus tonos amables, dulces, suaves; esos ecos aterciopelados que dibujaban ecos en las profundidades del corazón de Snape. Envuelto en esos ecos, él aspiraba el aroma de la noche y ¿no brillarían al día siguiente? ¿Eso sería todo?
Ciertos matices en la voz de ella, al conversar, para Snape equivalían a que Hermione tomara su mano. ¿Podría sentir eso, y al otro día, perderla?
Los gestos de una mano de Hermione, una vez al despedirse, agitándola en corto al sonreírle... Snape lo tenía presente; fue luego que él le dijo que la recordaba cuando fue alumna.
Entonces Hermione se colocó lo más que pudo de cuerpo entero frente a su Esfera. Para Snape estaba aparentemente tan cercana como para tocarla, como para estar al lado de ella. Y Snape no olvidó ese gesto con el paso de los meses: la mano de Hermione saludándolo, su sonrisa, sus palabras, de certeza amable, casi de niña por su dulzura al sonreírle y decirle: «Y ésta, soy yo.»
Y quizá la pausa en la frase, la dulzura del silencio, era lo que venía a la mente de Snape una y otra vez.
No podía existir fragor de olas que pudieran borrar de Snape ese cuadro. ¿Y podía dejar de ser? ¿Una mirada, y después nada? Después el eco de la risa armoniosa de Hermione sonando en su mente, sin que ella estuviera ahí. Después, el rostro de Hermione, sonriéndole, desapareciendo en las ondas en el agua.
Snape tomaba la esfera apagada, la apretaba contra sí. Ojalá su magia pudiera fructificar en su corazón y cambiar toda la ausencia por un beso. Más todavía, ojalá con suerte la Esfera Vidente pudiera salir volando de sus manos y convertirse en la Luna, y con las facciones de Hermione en el cielo ella pudiera ver cómo cada paisaje de Snape, las horas y los vientos, estaban llenos de ella.
A las 4:00 am Snape encendió la esfera y habló para grabar un mensaje en el ectoplasma:
«No sé si usted lo recuerda, Hermione», susurró, yendo por un pasillo sin antorchas, pero Snape se guiaba en la oscuridad. «No está en las Memorias de Potter, que publicó hace meses. Pese a que usted le narró varios encuentros fortuitos conmigo, en el libro no se encuentra el que le diré. Mejor, porque así es solo mío.»
Snape le recordó una tarde en el Corredor Prohibido, cuando Hermione iba presurosa tras Harry y Ron. Ellos se adelantaron; Snape, que esa vez les cuidaba las espaldas, demoró a la castaña para que no le hablara cierto cuadro riesgoso que estaba más adelante, pero a punto de dormirse.
«¿Qué hace aquí perdiendo el tiempo donde no debe estar, Granger?», rumió él, para disimular y retrasarla unos segundos.
La castaña se sobresaltó, pero se detuvo y volteó hacia él, recomponiendo su ánimo.
«Intentando ayudar, profesor Snape», respondió sobreponiéndose a la inquietud que él le causaba.
Él sabía que yendo por donde iba, solo lograría que Hermione desconfiara más de él, pero así eran las cosas.
«Demasiadas niñerías, ¿no cree? Sueños de Gryffindor que se sienten el ombligo del mundo.»
Y esperando ver el gesto de desagrado de ella y su alejarse, aunque para Snape era algo bueno, pues el cuadro se había dormido, iba a dejarla con otra frase desagradable, pero no pudo pues la castaña dio un paso hacia él y le respondió con dignidad:
«Yo creo, profesor Snape, tengo convicciones. Aunque los demás no entiendan o se burlen, para mí es importante y me define. Deseo en verdad que usted también tenga convicciones que valgan un esfuerzo.»
Convicciones, se repitió Snape. Granger las defendía así como él y él, así como ella, defendía lo que consideraba justo. El efecto de ese diálogo, en vez de demorarla para que no corriera un riesgo innecesario, en cambio mostró que eran de lo más afines. Frente a sus ojos, son verlo.
Snape lamentó que cada palabra dicha por él abriera abismos. Sólo que esta vez no tuvo deseos de hacerlos más profundos.
Snape dejó ver mirarla, para admirarla. Se repitió qué sentía por ella, por qué lo sentía y cómo lo sentía. Aquella chica estaba clavada en su corazón sin necesidad de justificar nada. Más allá de las preguntas en círculo y las horas interminables de desear saber, estaba Hermione Granger, sus facciones, y esa era toda la definitiva respuesta a cada interrogante de él.
Al observar a Hermione sin interés en fingir, por un instante los ojos de Snape revelaron para ella una verdad que la consternó, sentires en los ojos de Snape volando sobre el anhelo, el dolor, el deseo y los secretos. El día que no te vea nada tendrá sentido, le dijo Snape, sin hablar. Eres magia para mí y no lo sabes.
Hermione lo vislumbró, pero no pudo o no quiso creerlo. O no alcanzó a creer que emociones que revoloteaban dentro de ella encontraran un espejo. Estaba la guerra y ahora mismo la urgía lo que buscaba en ese pasillo y sus dos compañeros que preguntaban ya por ella.
«Siga su camino, Insufrible», cortó Snape y se alejó en sentido contrario.
Frente a la Esfera, Snape añadió sin haber contado sus sentires de esa tarde:
-Oí su carrera al volver con los de su Casa y hasta ahora no le he dicho... Que sus palabras firmes me dijeron lo valiosa que es usted.
Hermione lo vio desde la Esfera como sopesando decirle algo a su vez, de ese día en el corredor del primer piso.
«Lo recuerdo», le comentó, con leve sonrisa «pero no lo conté a Harry, porque es un recuerdo solo mío.»
-¿Es así? –soltó Snape, asombrado sinceramente.
A Hermione pareció divertirle la sorpresa de Snape.
«Sí, profesor», sonrió. «Ahora parece un poco ingenuo, pero me agrada ese rasgo de usted... Aquella ocasión me detuvo por alguna razón que no me dijo. Después lo sospeché.»
-Nada en verdad –afirmó él.
«Ya veo», asintió ella, sonriendo.
En sus conversaciones de meses, Hermione dejaba ir sus pensamientos como al alzar su Esfera para que captara el paisaje tras la ventana, a donde ella volteó.
«Quisiera dejar todo atrás, incluso a mí.»
-Entiendo su sentir -afirmó Snape.
«Y no puedo, y me dirán que mi vida como es hoy, es algo que no puedo dejar y los compromisos me siguen. Lero yo... se me ata a lo que hago, a decisiones, pero... quiero vivir, ser libre de situaciones y buscar una plenitud. Un lugar.»
nape tomaba la esfera apagada en una mano, apoyándose una mejilla en el puño de la otra mano.
Hermione. Él. Cokeworth.
Y él no lograba explicarle que la amaba.
Y cuando llegó el invierno, a mediados de mes Snape salió muy temprano al Callejón. Sí... en esa acera tranquila, solitaria, estaba Hermione. Como estaba siempre, en la presencia de sus pensamientos y sus sentimientos y su estar anclada en el interior de Snape. No verte, se dijo. No saber de ti.
Pero estás en mi corazón aunque no estés.
Y Snape quedó pensando, buscando el eco de la risa de Hermione en el gélido viento de final de año, en su alma el eco de cada una de sus palabras de Hermione, aqui, en todas partes y en ninguna, en los amaneceres y en ningún ocaso, sus palabras, sus ojos, que describían sus horizontes interiores, sus anhelos, las ideas que solo le contaba a él y cada uno de sus sueños.
Y el silencio cabalgando en el viento, como las olas del ancho, ancho mar.
