En una banca de piedra esa mañana, al escuchar por el hueco de una escalera el bullicio en el piso de abajo, Snape recordó que se organizaba el segundo aniversario de la Batalla de Hogwarts, mientras estudiaba un mapa de la Escocia Mágica.
Newquay, la ciudad donde se encontraba Hermione, era muggle pero tenía un suburbio mágico. Por lo que Hermione le había contado sobre sus paseos donde admiraba el horizonte, leía o escribía, eran varias millas de cabañas, acantilados y mar para brujas y magos.
Snape buscaba en el mapa una estación de Flu que lo pudiera conducir a la localidad o un barco que lo llevara por las más de ochocientas millas que lo separaban de Hermione, lo cual significaría un viaje de 15 horas, aproximadamente.
Revisaba el mapa una y otra vez como si no lo conociera por haberlo estudiado decenas de veces antes de esta mañana. Su actitud era en parte nerviosismo ante la inédita situación de hacer un viaje para ver a Hermione Granger.
No había nerviosismo, sino deseo, sentimiento, en su intención de encontrarse con ella. Verla de frente. A los ojos. Escucharla, mirando sus expresiones directamente. Tocarla. Decirle.
El mapa tenía sombreada la parte muggle de Escocia y del Reino Unido, mostrándolas como zonas vedadas. En cambio, puntos azules de diferentes tamaños indicaban las demarcaciones mágicas, como islotes esparcidos por tierra y líneas en las costas. Escasas, en comparación con el mundo muggle. Entre el castillo y Newquay, por mar se extendía una larga línea intermitente que Snape seguía con la mirada una y otra vez.
Snape tenía el mapa en una mano y la Esfera en la otra, pasándole los dedos, cavilando.
Necesitaba ir a Newquay y ver a Hermione.
Necesitaba decirle.
Necesitaba decirle lo que pasaba con él, aunque las palabras se le atropellaran, se le agolparan en la garganta y al final no lograra expresar nada con claridad.
Puntuando sus pensamientos, por el umbral de la escalera en descenso le llegaban en eco las preguntas que se hacían los alumnos en otros recodos del castillo. Algo sobre adornos y alimentos del festejo nocturno.
Para Snape aquello era poco relacionado con él. La celebración de la victoria en la batalla final interesaba más a los que no estuvieron tan presencialmente involucrados. Se llenaba de todos los nuevos, de autoridades, de la Ministra y de gente del Profeta. En contraste, no acudían los principales héroes del alumnado y tampoco la mitad de los profesores, así como los condecorados. Snape no se sentía parte del grupo de héroes, la idea le era extraña, sopesando la idea de no asistir tampoco en esta ocasión, oyendo el rumor de un primer ensayo del coro.
Lo que más le inquietaba era que no había dicho a Hermione su deseo de visitarla.
Pasaba la bola de cristal por sus dedos pensando en anunciar a Hermione su propósito. Para comunicarse, las esferas de cristal eran buen recurso aunque como medio de visiones a Snape no le parecían tan buenas. Trelawney no veía nada en las esferas, pensaba el profesor, sino que Sybilla proyectaba en ellas sus visiones. La esfera concretaba su don de vidente.
Esta Esfera, la que tenía Snape, parecía llena de agua, pero se trataba de ectoplasma a baja temperatura, aunque elevadísima de abrirse el cristal, pues al contacto con el aire semejaría lava. No era como las de Trelawney pues Hermione debió encontrar estas esferas en alguna de sus travesías. El cristal de la que él tenía en la mano era pesado, grueso, de caer accidentalmente no se rompería, además de dar sensación de frío. La conexión mental con el poseedor de la otra bola de cristal abría la comunicación. Y al ser ectoplasma, más que ser transmitida la imagen del interlocutor era una suerte de visión mediúmnica dentro de la Esfera, pero perfectamente lograda.
Oprimió la Esfera para comunicarse con Hermione. Le diría claramente su deseo de visitarla, aunque la razón la revelaría al verla. Esperaba que ella aceptara.
No obstante, no la encontró, pero no quiso dejarle un mensaje dentro de la Esfera. Pensó que se sentiría intranquilo, como si hablara solo, o tal vez hablaría sin mucho tacto empujado por el nerviosismo. Era mejor en persona.
Esperando a otra oportunidad más tarde, se dio a la tarea de saber cómo llegar a Newquay y bajó por la escalera.
Pasando entre alumnos entregados a levantar templetes y colocar adornos; otros ensayando sus discursos y unos más llevando registros de quiénes llegarían en el transcurso del día y de los que regresarían en el Expreso al terminar la celebración, Snape se percató que el ajetreo se debía a que hoy era el aniversario de la batalla. Se tildó de torpe. Abriéndose paso entre ríos de alumnos se supo tan alejado de celebraciones y honores que había creído que faltaban días.
Aunque restaban horas, la importancia del aniversario era para Snape un asunto menor. A diferencia de Minerva para quien la ocasión era la oportunidad de rememorar a los caídos, Snape consideraba que lo importante había pasado al terminar la guerra y que esto era un mero compromiso social para el lucimiento de gente que incluso se había ocultado en sus casas... Molly Weasley, que efectuó la hazaña de acabar con Bellatrix, no había aceptado condecoraciones y por supuesto no hallaba nada qué celebrar en este día.
Mientras los patios se acondicionaban para las fiestas post-celebración, que durarían siete días, Snape se dedicó a indagar cómo llegar a Newquay. Pero sucede que hallar información en el Ministerio es como localizar una varita mágica en un pajar de unicornios. Trámites por atestadas oficinas del edificio ministerial encontraron a Snape al cabo de horas, casi en el mismo lugar del inicio, ya que los encargados de los despachos consultaban grandes volúmenes para hallar los mapas y ubicar exactamente la zona mágica de una localidad antigua, así como para reunir los requisitos de viaje.
Venía la tramitación de documentos y las citas para ponerse las vacunas contra mordidas de animales fantásticos y protecciones para maleficios hechos por fugitivos del derrotado Ryddle. Snape caminaba entre los adornos voladores que recordaban la Gran Fecha, él sumergido entre burócratas que no venían la hora de tomar como pretexto el aniversario de la batalla beber más que bastantes whiskeys de fuego.
Debí ser muggle, se decía Snape dubitativo. No sabría de magos barbones, ni de brujos desnarizados, ni de serpientes estúpidas que casi te arrancan la cabeza para hacerse las graciosas. Podría tomar una bicitecla o como se llamen sus escobas con ruedas y ver a la bella bruja castaña.
Snape cayó en cuenta que no había preguntado a Hermione si deseaba ser visitada, por lo que sacó su Esfera de un bolsillo interior.
Descubrió asombrado que tenía un mensaje guardado de Hermione que no escuchó por el barullo en el Ministerio, del que salió a la calle para escuchar, encontrando que caía la noche.
«Buenas tardes, profesor Severus», dijo Hermione en la Esfera, «espero no interrumpirlo.»
-Nunca me interrumpes –respondió él, aunque fue a un mensaje guardado.
«Me llamó», prosiguió ella, «pero no pude responder, tenía algunos compromisos, discúlpeme. A veces quisiera dejar todo atrás, sabe, hasta a mí. La situación es...»
El mensaje se interrumpió por una llamada.
Era de Hermione y Snape no supo si terminar de oír o responder, mas presionó el cristal para hablar con ella, todo atención.
«Profesor Severus», lo saludó Hermione. «Si está ocupado no deseo quitarle tiempo...»
Snape negó, intentando hacerle comprender de nuevo que él estaba atento a las llamadas de ella.
«Usted es muy considerada, pero no debe pensar...», empezó, pero la castaña lo interrumpió.
«¿Le gustaría que habláramos?», aventuro Hermione, «en persona, quiero decir.»
Snape sintió que hallaba lo que tanto buscaba y se apresuró a decir:
«Por supuesto déjeme decirle que quisiera pedirle...»
«Podemos hacerlo ahora», zanjó Hermione.
Snape no daba crédito.
«¿Ahora, pero hay una estación de Flu? Llevo...»
«Si me hace favor de venir a Hogwarts...»
El profesor casi quedó boquiabierto:
«¿Venir a...? ¿Es decir que está en...?»
«Estoy en el primer piso», le sonrió Hermione.
Snape no se había trasladado tan rápido en su vida.
Apareció en el primer piso, hablando con Hermione con la Esfera para localizarla, oyendo el inicio de la celebración en el colegio, afuera.
«Mira frente a usted», le pidió ella.
Y ambos apagaron las esferas.
Hermione estaba al extremo del corredor, sin vitrales, pero con ventanas abiertas en arcos pequeños a la noche, desde donde llegaba el rumor de los congregados en otra parte del castillo.
-Hermione... -dijo Snape- No puedo creerlo...
La castaña vestía estilo muggle, propio de la época del año, con un discreto collar.
Snape la encontró más guapa que nunca.
Y ella... era ella, en vivo, de carne y hueso, no tras una superficie de cristal, brilloso.
-¿No lo cree? –le sonrió ella- ¿Por qué no?
-Por que lo imaginé muchas veces –pero antes que ella pudiera reaccionar, él preguntó- ¿Esta vez aceptó la invitación de la Ministra Marchbanks?
Hermione repentinamente se cubrió el rostro con el fondo musical en el Gran Salón, denegando con la cabeza:
-No vine al aniversario de la batalla, no... Todavía no puedo encarar el pasado...
Adusto, Snape asintió. En sus ojos brilló la comprensión, el interés en Hermione.
-Es... -ella buscó las palabras- ¡El castillo tiene para mí demasiados recuerdos tristes, momentos de dolor, de duda, las incertidumbres que pasamos, que no logro borrar...! –se apretó un poco los cabellos- Estando yo aquí, murió Cedric, Dumbledore, Tonks, Lupin...
-La entiendo –asintió Snape. A él mismo le parecía que podían aparecer los fantasmas incluso de los odiados. Hermione, aun cubriéndose la cara como para intentar silenciar el festejo de los flautines, siguió:
-Todavía me parece escuchar el fragor, los gritos, las maldiciones... Cuando estuve segura que Harry moriría... Cuando supe que Minerva lo encontró a usted, casi... La balanza pesa, no sé hacia qué lado... Aunque hayamos vencido algo de ello no me es suficiente para sentirme compensada. Fue un precio demasiado alto. Y sé que de haber perdido, el precio habría sido inconmensurable, pero aun así... Aun así somos pequeños ante la magnitud de lo que estaba en juego. Era el destino del mundo y a salvarlo me aboqué. Pero primero me duelen las personas.
-La entiendo.
Hermione dejó escapar un sollozo, que arrancó un eco del pasillo:
-¿Me entiende en verdad?
-Créeme... que sí –Snape por primera vez en mucho tiempo sintió el sabor de lágrimas en su garganta- Créeme que sí, Hermione.
Ella se descubrió la cara y ambos se miraron a los ojos. Desde sus pérdidas. Desde sus vacíos. Desde todo lo que se había ido para nunca volver. Desde sus tardes sin respuesta.
-He venido a algo importante –ella se limpió los ojos y negó con la cabeza, sacudiendo en breve sus rizos-. No vine a la celebración de nuestro triunfo, profesor Snape.
-¿Entonces?
Ella miró en torno, alzando los brazos para abarcar lo que veía.
-Usted me recuerda entre estos muros –dijo saber ella-. Y yo recuerdo cada momento de que usted me ha hablado en estos meses. Lo que no recuerdo, es porque usted nos protegía, invisible. Y no desecho nada de lo que me ha confiado de esos días con respecto a mí, de cómo me veía, lo que pensaba en realidad sobre mí. Y cuando me lo recuerda creo descubrir un tono en sus palabras. Pero, ¿puedo hacerle una pregunta?
-Dígame –pidió él; no tenía nada qué ocultar.
Hermione le pareció ingenua, ingenua de que no conociera la respuesta, y por ello quiso abrazarla.
-¿Sigo teniendo esa importancia para usted? –preguntó la castaña.
Snape iba a responder pero ella lo interrumpió:
-¡Hoy, lo que soy hoy! No la que fui o la que pude ser. No la alumna que creció entre estos muros. Me refiero a como soy hoy, ahora, la que ve. Aun con la marca de lo que sucedió, aun cuando no sé qué haré con ello, aunque no pueda afirmar lo que ocurrirá mañana.
Como era un poco impaciente, se adelantó:
-No, ¿verdad? –lo lamentó- No es la de hoy a quien usted... Perdóneme por haber preguntad...
-Siempre, Hermione –atajó Snape
-¿Cómo? –se intrigó ella.
-Siempre –afirmó Snape- Usted siempre ha tenido importancia para mí. Usted ha cobrado en mi vida una importancia capital. Por usted he deseado que los sueños se hagan realidad. Y la que es hoy me interesa, más que nunca. Me interesa más que ayer cuando me preocupaba su seguridad ¿No se ha dado cuenta?
Hermione se apartó un mechón de la frente, interrogándolo con la mirada. Snape añadió:
-No importa qué fue usted o qué pudo ser. Tampoco importa para mí lo que fui o quise o pude. Los sueños, los delirios de poder del pasado se han ido. Me importa usted, lo que es hoy.
Ella lo analizaba, como si él respondiera a preguntas que ella se había formulado:
-Para mí usted es lo más importante de este mundo –afirmó Snape-, ayer como la muchacha que perseguía un sueño de justicia, hoy como quien se busca a sí misma. Usted es el ser más valioso para mí. Nadie, ninguna otra persona en el mundo se le iguala.
Él señaló el área con un dedo, ante la expresión de Hermione al oírlo, como si fuera la primera vez:
-En este corredor –comentó Snape- usted me desafió, de pie ante mi cuestionamiento: Usted, adusta, prístina, de alma pura, de corazón valeroso. Encantadora. Su voz al verme a los ojos. Sus ojos limpios me atraparon. Su voz creó ecos en mi alma que no se apagaron. Y después nos separamos ese día y yo la conservé en mi alma y usted se fue corriendo y al final de esa carrera, ha vuelto a salir a esta galería.
Era cierto, ella miró alrededor identificando el sitio. Era el Corredor del Primer Piso. Donde le respondió aquella vez cuando le habló de las convicciones.
-¿Me pregunta si me importa la que es hoy? –añadió él- Es que nunca ha dejado de importarme. Si no lo digo, si lo callo, es porque debo. No porque no pueda. No porque no quiera.
Y ahora se miraron desde su deseo de encontrarse, porque ella asintió y aclaró.
-En estos meses hemos hablado de lo que somos –dijo ella- En estos meses hemos hablado de nosotros.
Ella le sonrió:
-Saliendo a este mismo corredor, al finalizar las carreras, las tragedias, los triunfos, el olvido, al salir de nuevo -sí, ya veo que es el mismo sitio, usted estaba cerca de esa ventana-, al salir de nuevo, esta noche al cabo de las vicisitudes, nos reencontramos y ¡hemos hablado de amor! ¿Se da cuenta?
Snape asintió:
-Me doy cuenta. Yo he intentado decirle, temiendo no poder hacerlo.
Las estrellas titularon por las ventanas, en la noche fresca y los sonidos del festejo.
-Y a eso he venido, Severus –susurró Hermione-. He venido a decirte que te amo.
Snape lo supo. No que se enterara de sus propios sentimientos. Vio que no era solo él. Era Hermione. Hallar esas esferas y pensar en él para hablar desde su soledad, para conocerlo mejor, presintiendo sus semejanzas interiores, había sido un primer impulso, pero después siguieron haciéndolo, y...
... después se habían dicho todo: lo que eran, lo que fueron, lo que deseaban ser, lo que pensaban, lo que sentían, lo que temían y lo que les daba felicidad. Hablaron de lo mayor y de lo más ínfimo. Y no eran solamente las palabras, sino la persona: su voz, sus detalles, sus gestos, los elementos que conformaban su vida.
Snape se había enamorado del ser de Hermione, tiempo atrás. Pero cuando la había conocido a mayor profundidad aquel sentimiento creció y lo había hecho soñar, desear, se había acrecentado y echado raíces, tanto como para que Snape pensara en ir por ella, hacérselo saber y proponerle.
Y no obstante eso, Hermione también lo sentía. No por nada había escuchado los mensajes locos de Snape a deshoras, entendido su forma de hablar, recordándolo después de la experiencia en el colegio. Mantuvo el contacto sobre todo cuando pudo conocerlo bien, cuando las máscaras se retiraron. Ella había confiado en él para contarle sus situaciones más importantes, las menores como sus caminatas en la playa azul de Newquay, los paisajes, las horas dramáticas como su alejarse de todo para reencontrarse. Contarle dónde estaba, los horizontes que miraba, cómo la hacían sentir. La confianza de, al estar con él, poder ser ella misma. De decirle que para otros ella era rara y encontrar que para Snape ella era tan natural. De encontrar natural aquello por lo que otros no entendían a Snape. De entender lo que dijera y como lo dijera.
Al hablar el uno al otro, al escucharse mutuamente, habían terminado de encontrarse.
La silueta oscura de Snape le dijo:
-Yo te amo... Desde siempre. Te amo hoy. Te amaré mañana. Te amaré a pesar de lo que sea. Aunque me hayas olvidado.
Hermione le sonrió, con un aire de dolor o de dicha.
-No voy a olvidarte, ¿Cómo podría? Y cuando no te oigo, extraño tu voz.
Snape alzó las manos.
-Y cuando yo no te oigo, nada vale nada, ¿sabes? El perfume de mi vida se va. Puedo resignarme, puedo tratar de olvidar, pero eso no es vivir: Todo se hace triste, más al paso de las horas. Entonces me fijo en el brillo de la Esfera en la oscuridad de la noche, en el secreto donde eres mía. Donde la vida es como debería o podría ser. Y cuando no estás, el alma de las cosas a mi alrededor, calla. Vuelves y entonces no pregunto nada. No necesito preguntar. ¿Qué debería preguntar si estás de vuelta?
Ella suspiró de pesar:
-Te extraño y mucho.
-¿Vienes de lejos a decírmelo? –preguntó él, invadido de delicadeza hacia ella- ¿Vienes de algún sitio lejano, donde me has recordado pese a todo? Sabe que yo también te extraño. Sabe que te extraño como quien extraña las auroras. Sabe que mi silencio no soy yo. Sabe que nadie puede imaginar cuánto me dueles.
-Yo más a ti –le sonrió ella, con lágrimas en los ojos.
-Eso... es imposible. Y nadie va a echarte de menos más que yo.
Snape caminó hacia ella, en tanto afuera la música de la orquesta del colegio sonaba.
Él no pudo más, porque estaba en el origen de su sentir por Hermione.
La abrazó, transmitiendo cada uno de los momentos en que habló con ella, lo que pensó entre cada encuentro, lo nacido de sus conversaciones.
Snape la abrazó, y la besó en la boca.
Hermione le respondió, y Snape sintió la maravilla de abrazar y besar a la chica de sus sueños, , tener su calidez, la resistencia de su cuerpo firme, sus labios húmedos abiertos y apretados contra los suyos. Sus ojos cerrados, de largas pestañas, al besarlo.
-¡Te amo...! –se dijeron al mismo tiempo.
Se oyó el inicio de los discursos conmemorativos. Ella se recargó en el tórax de Snape.
-Todavía... no puedo quedarme... Es... Lo que sucedió es demasiado para mí... Aun no puedo poner pie en el colegio... Tengo boleto para el Expresso, ahora...
Snape hizo un pase y aparecieron en la estación de Hogsmeade, donde el Expreso echaba vapor frente a pasajeros que caminaban en el claroscuro de la noche y de las oficinas de la estación.
Hermione le dio un beso largo, y sonriéndole, subió las escalinatas del Expreso, que arrojaba luz cálida por sus ventanas.
-Me hablaste de lo que no sabías decirme. ¿Qué era?
Y entonces Snape encontró eso que no sabía decir, porque el amor no son solamente palabras, sino el significado de las palabras en la vida del que ama:
-El aroma de los naranjos, bajo la luz al cruzar los vitrales del séptimo piso, antes del mediodía: eso eres tú, Hermione.
«En sus complicados cristales de colores y sus luces taciturnas, apareces, aspiro tu perfume, escucho el eco de tus pasos, porque caminas y corres en mi corazón.
«Eso por lo que mi ser se pregunta, eres tú; eso que sueño en ensueños locos, eres tú; ese poema que no he escrito, eres tú; eres lo que aun teniéndolo todo, me hace falta; eres la respuesta de las preguntas que me haré.
«Eres las ventanas de luz ámbar en las casas de Mould-on-the-Wall. Eres las canciones con las que me acuerdo de ti.
«Eres mis preguntas. ¿Visito tus silencios? ¿Asalto tu olvido? ¿Invado algún sueño tuyo?
«Eres mi recuerdo, aunque no me recuerdes. Eres el corazón que te imagina. Eres el dibujo intrincado de los ramas de los árboles, en sus sombras sobre la hierba, en un día claro. Eres las nubes sobre mí, cuando te hablo. Eres el viento que corre a mi alrededor, cuando te escucho. Eres cada imagen atesorada por mi corazón en paisajes que no conoces.
«Eres el sonido de tu risa, de tus matices de seda en tu voz, eres la luz del acento en tus palabras en mis calles oscuras. Eres mi pensarte y besarte cuando no piensas en mí.
«Te amo, Hermione, y decir te amo, es el inicio del amor.»
Hermione le sonrió, tendiéndole una mano desde las escaleras.
-¿Te lo he expresado? –se preocupó Snape- ¿Te he hecho saber lo que eres para mí?
-Sí, Severus -asintió ella, con ojos brillosos, pero sonriente-. Me lo has dicho, me lo haces saber.
Snape experimentó alivio. Añadió:
-Y también iba a decirte que quiero verte, en tu ciudad a la orilla del mar.
-Lo imaginé –ella asintió de nuevo, agitando sus rizos-. Mira, mi amor.
Le entregó un pergamino con el mapa de la Newquay mágica, con la ruta y la dirección donde ella estaba.
-¿Un día? –le preguntó ella.
-Un día –asintió él.
-Cuando los astros se alineen –dijo ella-, cuando nos favorezcan.
Snape la abrazó en las escalinatas, y a la luz del umbral se besaron en la boca, lenta, apasionadamente... La chimenea del Expreso soltó vapor, silbando, y a lo lejos, sobre Hogwarts, los fuegos pirotécnicos estallaron, arrojando luces de colores también sobre la estación.
Snape, envuelto en el beso sonriente de Hermione, fascinado, envuelto en el toque de sus labios y su envolvente bálsamo, sintió a la noche encenderse en millones de estrellas sonoras...
El vapor del Expreso, llevado por alguna magia secreta, se transfiguró en fuentes de nubes claras, con ecos de cascada, que revelaron a su través etéreo, una arquitectura de palacios; el silbato del Expreso se transformó en gaitas festivas; y tal vez ocurrió o nació en el beso apasionado que Hermione y Snape se daban, pero tras sus ojos cerrados percibieron que los controladores de la estación lanzaban sus pizarras al aire, desechando los horarios; se quitaron las gorras y en el aire aparecieron violines para interpretar un vals; besándose apasionadamente, se diría que los pasajeros de Hogsmeade soltaban sus maletas, abrazándose, jóvenes y ancianos, dándose el tiempo que creían no tener; diciéndose lo que dejaban para después; lo que dejaban de decirse por creer que era sabido por el otro, que era innecesario repetirlo porque una vez antes lo dijeron.
El amor es eso que se ha de decir a pesar de la rutina: «Te amo», «si deseas conseguirlo, te apoyaré», «creo que puedes», «aunque tenga prisa, te llamaré», «voy a saludarte con un beso cuando llegue a casa», «te pondré más atención, discúlpame», «no te cambiaría por nadie».
Y cuando Snape susurró a Hermione: «Te amo, te amo», y ella le respondió: «Yo también te amo», los alumnos de Hogwarts que cuidaban los traslados de los invitados a la celebración de la batalla, admiraron los fuegos artificiales sobre Hogwarts, y llevando diademas de flores, y canastas, repartieron palabras afectuosas y caramelos de leche y miel, regalando puñados a los heridos en la guerra, que fueron bellos y sin fardos; el viento trajo, en su soplo frío, el susurro de una sílfide de alas transparentes venida de confines lejanos, de blancos castillos de mármol en alturas misteriosas, que voló, delicada, por la estación de Hogsmeade.
Porque el amor es eso que no se sabe decir. Es eso que llena el alma y que se expresa en aproximaciones a través de las cosas donde está el ser amado. El amor proyecta al ser amado en la vida, porque se vuelve la propia vida.
El amor es poner el alma en las palabras, diciéndolas en su momento, así sea el más extraño para el mundo. Porque el amor es lo que se dice desde el corazón, sin callarlo, sin guardarse nada. Sabiendo que es el alma lo que se entrega, sabiendo que el segundo presente no regresa y que nada debe perderse. Sabiendo que el ser amado debe conocer cada sueño y realidad que nos inspira.
Se abrazaron, y Hermione asintió mientras Snape le hablaba al oído y le acariciaba el cabello.
Ella entró al Expresso, como los otros pasajeros.
Cuando el vehículo arrancó, la castaña posó los labios en la ventana de su compartimento, enviándole un beso. Pensando ambos en Newquay.
«Te extraño», le dijo Snape, moviendo los labios.
«Yo te extraño más», le respondió Hermione, en voz baja.
End.
