Pensamientos agresivos

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.

Esta historia participa en el Reto #55: "No hay dos sin tres" del foro "Hogwarts a través de los años".


II

La cómplice

No fue hasta sus dieciséis años que aprendió a redireccionar sus pensamientos agresivos.

Se encontraba en la parte más tranquila de Hackney, donde se alzaba la imponente mansión de la familia Black-Rosier, celebrando el aniversario de casados de los patriarcas.

Narcissa la había invitado a lo que, según ella, sería una pequeña reunión. Cuando Alecto llegó a la casa, descubrió que había, por lo menos, cincuenta comensales. No le gustaban las multitudes; tampoco las falsas cortesías.

Mientras que su amiga se había criado entre vestidos y buenos modales, su padre jamás había brindado una fiesta para las otras familias puras del mundo mágico. Menos aún después de que su madre murió.

Por mucho tiempo, Alecto pensó que él la casaría con el primer chico que pidiera su mano, sólo para sacarla del camino y no tener que hacerse responsable; sin embargo, su padre le dijo que era dueña de su vida. Aunque, en realidad, era una vaga excusa para no involucrarse en sus decisiones. Ares, por ejemplo, estaba coqueteando con una mestiza y él no hacía nada al respecto.

—¿Por qué Amycus no vino? —preguntó Narcissa—. La invitación también era para él.

—Ya sabes cómo es —se limitó a decir.

Su hermano hablaba poco y nada. Se había vuelto amigo de Narcissa casi por inercia, como ellos siempre iban juntos por el mundo.

Los invitados tomaron lugar en la mesa, colocaron la servilleta sobre sus regazos y empuñaron los cubiertos mientras los platillos aparecían frente a ellos gracias a la magia de los elfos. Sirvieron carne asada, setas y verduras rellenas.

Cuando cortaba la carne, el cuchillo resbaló y le abrió el dedo. La sangre manchó su piel y el plato. Alecto Carrow se puso de pie y se dirigió al baño, con el cuchillo oculto en la manga de su vestido.

El dolor provocado por la herida, había encendido algo en su interior. Quería cortarse más profundo, ver más allá de su piel. ¿Encontraría músculo, hueso o los gusanos que no la dejaban dormir por la noche?

Tan inmersa estaba en su propósito que no se dio cuenta que alguien estaba a sus espaldas.

—¿Qué estás haciendo, Carrow? —Era Bellatrix, la hermana mayor de Narcissa.

—No te importa —contestó. No se molestó en esconder el cuchillo, pues ella ya la había visto—. Déjame pasar.

—¿Qué sentiste al hacerlo? —interrogó—. ¿Dolor o éxtasis? ¿Angustia o liberación? Los cuchillos cortan, pero no hay nada como una daga o un puñal. Si lo que quieres es ver sangre, yo puedo ayudarte.

—No necesito tu ayuda, Bellatrix —«Ni la de nadie», agregó en su mente—. Es mi problema.

Ella chasqueó la lengua.

—Los problemas pueden ser compartidos —insistió— y ese dolor puede ser redireccionado. ¿Por qué hacerte daño cuando puedes hacérselo a los demás?

Luego, le habló de los mortífagos y sus métodos para purgar la sociedad mágica de la escoria que la contaminaba, y la invitó a verlo con sus propios ojos esa noche.

Alecto Carrow la siguió sin mirar atrás.