Pensamientos agresivos

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.

Esta historia participa en el Reto #55: "No hay dos sin tres" del foro "Hogwarts a través de los años".


III

El testigo

Su hermano Amycus era su otra mitad, juntos habían llegado al mundo y juntos partirían, pero a él no le gustaba Bellatrix Black y su forma de exteriorizar los pensamientos agresivos.

—Te descubrirán, Alecto —le dijo—. Los aurores no son imbéciles, terminarán encontrando algo que los lleve a ti.

Amycus hablaba poco —no tenía ningún problema en las cuerdas vocales, era más bien mental—, pero cuando hablaba era un verdadero dolor de cabeza. No le gustaba que fuera la voz de su conciencia, quería que la apoyara como lo hacía Bellatrix.

Ella sí era una verdadera cómplice de su locura. Le había enseñado un mundo de posibilidades, donde el cuerpo, la sangre y la piel no tenían límites. ¿Qué era el umbral de dolor? Ella no lo sabía y sus víctimas tampoco.

—¿Y qué es lo peor que puede pasar? —inquirió—. ¿Qué vengan a casa y le digan: «señor Carrow, su hija ha hecho travesuras»? Le da igual lo que hagamos porque no le importamos. Pagará los galeones que le digan y asunto terminado.

El rostro de Amycus se crispó.

—¿Y si te mandan a Azkaban? Él no lo vale.

—Estás equivocado, Amycus. Nada de lo que hago es por él o por esta puta familia. Es por mí —respondió. No había enojo en su voz, sólo sinceridad—. Es para no destruirme a mí misma.

—Entonces, habla conmigo. Déjame ayudarte. Bellatrix no tiene que ser la respuesta a lo que sientes. —Alecto se quedó callada por unos minutos. No habían hablado durante años, ¿por qué iban a empezar a hacerlo ahora? Amycus jamás había compartido su dolor o sus pensamientos, ella no estaba obligada a hacerlo—. Ella te gusta, ¿no es así?

¿Bellatrix le gustaba? No lo sabía. Se sentía bien cuando estaba a su lado porque la entendía y no la juzgaba. Juntas pintaban un lienzo de caos y destrucción en una escala de rojos tan vivos que se le erizaba la piel de sólo recordarlo.

—Nunca he matado a nadie —confesó—. Todavía no he sido capaz de hacerlo. Yo los quiebro, Bellatrix da el golpe final. Así funciona. Y así purificamos la sociedad.

Se levantó la manga de la camisa y le enseñó la calavera con la serpiente que allí se encontraba. Tinta negra sobre su piel pálida y llena de antiguos cortes.

—Ya eres una de ellos —señaló lo evidente. Los ojos de Amycus recorrieron el tatuaje y las cicatrices. No hizo ninguna pregunta, una vez más su expresión lo decía todo—. Quiero unirme —aseguró con convicción.

—¿Por qué? No apruebas mis compañías, ni tampoco mis actividades.

—No quiero que termines en Azkaban, en una celda húmeda y fría, con los dementores como única compañía. No tenemos muchos recuerdos felices, ¿cómo sobrevivirías allí? —dijo Amycus—. No te volveré a dejar sola. Si ese es el camino que escogiste, yo voy contigo.

De esa forma, su hermano pasó de ser un testigo mudo de su dolor a ser la única persona que más lealtad y amor le demostró.