Capítulo 11
Aquella noche, tras la cena en el salón del castillo, Sakura y Tenten decidieron acercarse hasta lo que había sido su hogar. Al llegar a lo alto de la colina, sus miradas se fijaron en los restos calcinados de su cabaña. Con una calma extraña, ambas bajaron la colina pensando en la cantidad de veces que habían hecho aquel mismo camino, sabiendo que Mauled y el abuelo Ebizo saldrían a su encuentro y las saludarían con sonrisas.
—Qué tristeza, ¿verdad? —susurró Tenten mirando a su alrededor.
—Sí —asintió Sakura con un nudo en la garganta—. Daría mi vida por que el abuelo y Mauled estuvieran vivos.
—Habrían disfrutado mucho en nuestra boda. Además, conociendo al abuelo y a Mauled, creo que Neji y Sasuke les gustaban, ¿verdad?
Sakura miró a su hermana y asintió. Su abuelo y Mauled habrían estado encantados.
—Sí —respondió comenzando a reír—. Y creo que estarán disfrutando como locos al haber oído a Sasuke decir las palabras mágicas.
—Sakura —indicó Tenten intentando no reír—, amo a Neji y creo que él me ama a mí. Pero iré contigo vayas a donde vayas. ¿Has entendido?
Sakura la miró con cariño.
—Tenten, tu relación con Neji es muy buena; creo que no deberías hacerlo enfadar.
—¿Y tú? ¿Acaso crees que Sasuke no se enfadará contigo cuando sepa que le has desobedecido? —Soltando una carcajada prosiguió—: He visto tu cara cuando él ha pronunciado las palabras mágicas: «te ordeno». No intentes disimular. Sé que estás tramando algo, soy tu hermana y te conozco mejor que nadie en este mundo. Cuando subes la ceja y tuerces el cuello, es para echarse a temblar.
—Ufff... —rio ella mientras gesticulaba con las manos—. Te juro que, cuando le he oído, he pensado en el abuelo y Mauled. Esos dos viejos escoceses no les advirtieron sobre esas dichosas palabras.
—¡Pobres! —se lamentó Tenten llegando hasta los restos de la cabaña—. Y pobres de nosotras cuando vuelvan y vean que no estamos.
Desde las almenas, Óbito, con los ojos bien abiertos, vigilaba los movimientos de aquellas dos. En un principio, cuando las vio salir del castillo, pensó en impedirlo. Pero, al verlas bajar la colina, entendió adónde iban. Decidió darles un tiempo de intimidad. Si transcurrido ese tiempo no volvían a aparecer, iría a por ellas. Pero, tal y como pensó, en un rato las vio volver al castillo.
—Vaya, veo que te diviertes —dijo una voz que lo sobresaltó.
—No tanto como a mí me gustaría, pequeña gata —respondió al mirar y ver a Temari.
Ella sonrió al escuchar aquel apodo que desde pequeña siempre había utilizado para dirigirse a ella.
—¿Te ha molestado mucho no haber ido con ellos? —preguntó acercándose a él.
—No, aunque tampoco me habría importado acompañarlos —respondió tragando saliva al verla cada vez más cerca.
Delicadamente, ella se puso junto a él en la almena. Temari era la más baja de todas las mujeres. Apenas superaba el metro y medio de altura, y en compañía de Óbito se acentuaba más su problema de talla.
—Qué bajita soy, ¿verdad? —dijo mirándolo de frente.
—Sí, no eres muy alta —asintió Óbito notando cómo se le secaba la boca. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué le temblaban las rodillas?
—Fíjate —señaló Temari acercándose más—. Te llego por aquí —indicó con picardía levantando la mano y posándola sobre los hombros de él.
—Me parece bien.
Óbito no sabía qué decir al notarla tan cerca. Disimulando su desconcierto, comenzó a mirar al horizonte. Y estuvo a punto de saltar al sentir cómo ella posaba su delicada mano de seda sobre su cuerpo.
—Óbito. ¿Quieres hacer el favor de mirarme, por favor? —susurró hechizada por la altura del hombre y por su olor masculino.
—¿Qué quieres, gata? —murmuró él respirando con dificultad.
—Pedirte algo que siempre he deseado.
—Tú dirás —asintió temblando sin poder negarle nada a aquella encantadora mujer.
—Deseo un beso tuyo —osó decir casi atragantándose mientras notaba cómo toda ella temblaba de emoción, miedo y excitación.
—Temari —suspiró Óbito cerrando los ojos—, ¿por qué?
—Porque necesito saber qué se siente cuando se besa a la persona que más se desea en el mundo —respondió clavando los ojos en los de él—. Sé que tú y yo nunca podremos estar juntos. Y me imagino que Gaara encontrará algún día un marido para mí, al que tendré que besar. Pero tu beso será el beso que quiero recordar toda la vida.
Al escuchar aquello, Óbito perdió toda la voluntad que hasta el momento lo había mantenido alejado de la chica. Imaginarse a Temari casándose con otro le rompió el corazón, por lo que la tomó entre sus brazos y la besó, sorprendiéndose al notar el cosquilleo que sentía en su espalda cuando ella le echó sus manos de seda al cuello.
En un principio, era Temari quien lo acorralaba, pero pasados unos instantes fue Óbito quien la sujetó con pasión. Ella, en vez de asustarse, dejó escapar un gemido de placer que enloqueció aún más al muchacho. Perdiendo todo control de sí mismo, Óbito comenzó a tocarle la espalda y su redondo trasero mientras la apretaba con fuerza contra él.
Aquel beso duró más de lo que debía durar, y cuando terminó los dejó a ambos atontados y faltos de respiración. Óbito, al comprender lo que había pasado, maldijo en voz alta. Temari creyó que había hecho algo mal y, dándose la vuelta, se encaminó hacia la escalera, pero él la detuvo.
—¿Por qué te enfadas, gata?
—Lo siento, no quería hacerlo tan mal. —Y roja de vergüenza le gritó—: ¡No me vuelvas a llamar nunca más así!
Divertido por aquel arranque de furia que la hacía estar más bella, murmuró:
—¿Quién ha dicho que lo has hecho mal? —Sonrió al ver la pasión en sus ojos.
—Has dicho «maldito beso» —gritó encolerizada—. Lo siento si te he decepcionado.
—Gata, no me has decepcionado —murmuró al escucharla—. ¿Acaso no entiendes que llevo tiempo intentando evitar esto?
Al escuchar aquellas palabras Temari lo miró y sintió que las rodillas le temblaban aún más.
—¡¿Cómo?!
—Todavía no sabes lo que siento por ti —suspiró tomándola de la mano para atraerla hacia él.
—¿Te gusto?
—¡Me encantas! —respondió dejándola sin fuerzas—. Pero nuestra relación es algo imposible, ¿no lo ves?
¡La amaba! Él lo había dicho.
—No, no lo veo. Si sientes algo por mí, podemos hablar con Gaara y solucionar esto de una vez por todas. Soy una mujer, Óbito. Ya no soy una niña. He crecido, y Gaara tiene que entenderlo.
Deseoso de volver a besar aquellos labios, Óbito suspiró. Intentó dar un paso hacia atrás pero ella no le dejó.
—Temari. No creo que sea sólo cosa de Gaara, también es cosa mía.
—¿Cosa tuya?
—Sí, cosa mía —asintió sabiendo que lo que iba a decir no le iba a gustar—. No quiero comprometerme con nadie. Soy un guerrero que no quiere tener cargas; eso me impediría centrarme en mis propios asuntos. ¿No ves a Gaara, a Sasuke o a Neji desde que se han casado? Andan como locos de acá para allá intentando hacer bien su trabajo con Robert, mientras se esfuerzan en que sus mujeres estén bien. No quiero ese tipo de responsabilidad. Estar solo me da la libertad para vivir donde quiero, con quien quiero y como quiero.
—¡Entiendo! —siseó ella dándole un empujón para separarse de él—. Te refieres a que quieres seguir viviendo sin compromisos y sin ataduras, con una mujer distinta en tu lecho cada noche y sin preocuparte por nadie más. ¡Está bien, Óbito Uchiha! —gritó enfurecida—. No te preocupes. No seré yo la mujer que interfiera en tu maravillosa vida de guerrero. Gracias por tu beso. Sólo espero que la próxima vez que bese a alguien lo haga de tal manera que ese alguien sólo me quiera en su lecho a mí. Adiós.
Contrariada por lo ocurrido, Temari se dio la vuelta y se marchó. Amaba a Óbito, pero no pensaba arrastrarse de nuevo ante él para conseguir su amor. Aquel tosco highlander pagaría por sus palabras.
A Óbito no le gustó escuchar y ver la decepción en los ojos de Temari cuando se marchó, y una rabia contenida se apoderó de él al ver que ni él mismo se entendía. ¿Qué quería de la vida? Sabía que no tendría que haber vuelto al castillo pero, tras conocer el ataque, necesitó saber que su «gata» estaba bien. Temari lo atraía poderosamente, sus carnosos labios, su sonrisa de picaruela, su pequeño pero moldeado cuerpo, todo en ella era excitante. Pero estaba convencido de que aquello nunca podría ser. Había estado convencido durante mucho tiempo. Pero, ahora, tras haberla besado... ¿lo estaba?
Después de seis días solo con las mujeres y Magnus, Óbito fue consciente de que ninguna de las cuatro iba a ponérselo fácil, y Magnus siempre estaría de parte de ellas. Después de aquella noche, Temari no volvió a dirigirle la palabra, ni para bien, ni para mal. Simplemente lo ignoraba, algo que lo enfurecía. Pasaba junto a él y, fuera con quien fuese, la sonrisa en su boca parecía instalada para cualquiera excepto para él. Matsuri, quien se había percatado de todo, habló con Temari. Al sonsacarle lo ocurrido, la consoló como pudo. Pero, a partir de ese momento, la seriedad con que trató a Óbito dejó a éste confundido, sin saber si debía hablar con ella o no.
Una tarde, Sakura y Tenten se preocuparon porque llevaban tiempo sin ver a Mitsuki y se encaminaron hacia la aldea.
—¿Adónde vais? —preguntó Óbito, que junto con Sari y otros hombres volvían a construir una nueva herrería.
—Vamos a buscar a Mitsuki —respondió Sakura—. Se hace tarde.
—No tardéis —pidió Óbito al entender su preocupación.
Con tranquilidad Sakura y Tenten continuaron su camino hasta que, al llegar a un claro del bosque, vieron cómo un extraño le entregaba algo a Mitsuki, que en ese momento pataleaba. Horrorizadas por lo que veían, echaron a correr en su dirección. El hombre, al verlas, montó en su caballo y se marchó dejando al niño, que comenzó a correr hacia sus hermanas como un loco.
—¡Mitsuki! —gritó Sakura con el corazón en un puño—. ¿Quién era ese hombre?
El niño llegó hasta ellas con cara de susto.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó Tenten agachándose para abrazar a su hermano.
—No lo sé —sollozó angustiado—. Me ha dado esto y me ha dicho que os lo diera a vosotras.
Al oír aquello, Tenten y Sakura se miraron sabiendo de quién era aquella misiva. Sólo los ingleses tenían claro que ellas sabían leer.
—Escucha, Mitsuki —susurró Sakura agachándose, momento en que Sari apareció—. Deja de llorar y no le digas a nadie lo que ha pasado. ¿De acuerdo?
El niño, limpiándose las lágrimas, asintió y al llegar a la altura de Sari sonrió.
—Ya iba yo a buscaros. Al decirme Óbito que no encontrabais a este pequeño sinvergüenza, ya pensé en lo peor.
—Estaba jugando con los demás muchachos —sonrió Sakura empujando al niño para que caminara.
Sari, al verlos tan callados, los miró extrañado.
—¿Estáis bien, milady? —preguntó a Tenten, que parecía haber perdido el color de la cara, mientras Sakura guardaba algo en su cintura.
—Oh..., sí. —Se forzó a sonreír—. Este camino a veces me deja sin aire.
Cuando las chicas y Mitsuki entraron en el castillo, Sari volvió a unirse al resto de los hombres.
Aquella noche, sin apetito, las hermanas subieron a sus habitaciones, reuniéndose en la de Sakura.
—¿Estás preparada? —susurró Sakura mirando a su hermana mientras abría la misiva. Tente asintió y Sakura comenzó a leer:
Tenéis un día para entregarlos. Si no, envenenaremos el agua y comenzaremos a matar a todo aquel que caiga en nuestras manos. Firmado sir Izumo Kamizuki y sir Orochimaru Nomberg.
—¡Oh, Dios mío! —sollozó Tenten, a quien le corrían grandes lagrimones por la cara—. No podemos permitir que hagan algo así.
—Por supuesto que no —dijo Sakura limpiando las lágrimas de su hermana—, y por eso tenemos que hacer algo ¡ya!
En ese momento, se abrió la puerta. Eran Temari y Matsuri, que habían intuido durante la cena que algo ocurría.
—¿Qué es eso? —preguntó Temari al ver una nota en las manos de Sakura.
—¿Qué ocurre? —susurró Matsuri cerrando la arcada.
—Tenemos un gran problema —anunció Sakura leyendo de nuevo la nota.
—¡Malditos ingleses! —bufó Matsuri, arrancándosela a Sakura de las manos—. Advertiremos ahora mismo a todo el mundo para que nadie tome agua que no sea de la que tenemos en el castillo. Debemos informar a Óbito y a Magnus sobre esto.
Sakura y Tenten se miraron. No sabían mucho de guerra, pero sí sabían que aquello no era una solución.
—¡Dios santo! —susurró Temari—. Ésos son los dos prometidos que vuestros tíos os buscaron, ¿verdad?
Sumida en sus pensamientos, Sakura no contestó.
—Sí —asintió Tenten, pálida.
Conteniendo su malestar, Sakura acercó un caldero de cerámica lleno de agua al hogar.
—Matsuri —susurró Sakura—, no avisaremos a Óbito ni a nadie. La gente necesita el agua para vivir. ¿Qué haremos? ¿Dejar que los animales mueran? ¿Cuánto crees que podremos aguantar con la poca agua que tenemos en el castillo? Además, ¿quién te garantiza que no será envenenada también? ¿Has pensado en la gente que empezará a aparecer muerta? ¿Crees que Tenten y yo seremos capaces de seguir viviendo si esos desalmados matan a alguien por nuestra culpa?
—Tranquila, Sakura —susurró Temari mientras observaba cómo colocaba cuatro vasos encima de la mesita—. No permitiremos que esos ingleses os pongan la mano encima, ni a vosotras ni a nadie.
—Pero si informáramos a Magnus y a Óbito —volvió a insistir Matsuri—, ellos sabrían decirnos qué debemos hacer ante un caso así.
—Lo único que conseguirás con eso es que los maten —replicó Sakura echando con cuidado un poco de aquella agua caliente en cada vaso.
Tenten y Temari se miraron.
—No os moveréis de aquí —ordenó Matsuri con la boca seca—. Si os ocurriera algo, Gaara, Sasuke y Neji nunca me lo perdonarían.
—Y si le ocurriera a otra persona —añadió Sakura disimulando su cólera—, tampoco me lo perdonaría yo. Bebamos un poco de manzanilla —dijo animándolas a beber. Sin esperar, Matsuri fue la primera—. Esto nos calmará los nervios y nos hará pensar con claridad.
Matsuri, tras beber el agradable líquido que contenía el vaso, lo dejó encima de la mesa.
—Nos prometiste una vez que cuidarías a Mitsuki —recordó Tenten cogiendo uno de los vasos—. Matsuri, Mitsuki se quedará contigo.
—Pero ¿qué estáis diciendo? —susurró Matsuri comenzando a sentirse un poco mareada—. He dicho que de aquí no sale nad...
—Matsuri, perdóname —susurró Sakura.
Tras decir aquello, Matsuri cayó como una pluma hacia un lado.
—¡Por Dios, Sakura! —gritó Temari sin saber si reír o gritar—. ¿Qué has hecho?
—Ufff... Cómo pesa Matsuri —se quejó Tenten cogiéndola.
Temari, ayudando a trasladar a su cuñada, dijo al verlas sonreír:
—¡Mi hermano nos matará!
—Prefiero que me mate tu hermano —contestó Sakura dejando a Matsuri sobre la cama— a que maten a alguien por mí.
Ya no había marcha atrás. Tenían que actuar.
—Iré con vosotras —propuso Temari tapando a su cuñada con el cobertor—. Y no quiero escuchar un «no», o me pongo a gritar. Iré a cambiarme de ropa y a coger mi espada.
Sin darles tiempo a responder, salió al pasillo. Era tal la prisa que llevaba, que no se dio cuenta de que Óbito estaba de pie mirando por la ventana hasta que chocó de bruces con él.
—¿Adónde vas con tanta prisa, gata? —preguntó al verla.
—Bastante te importará a ti adónde voy yo —respondió intentando proseguir su camino, pero Óbito la agarró y no se lo permitió.
Clavando la mirada en ella, observó sus mejillas encendidas y preguntó:
—¿Por qué estás tan acalorada?
—Te dije que no volvieras a hablarme —respondió ella clavándole la mirada—. Voy a cambiarme de ropa. ¿Te importa?
—No..., no —respondió confundido.
—Entonces, ¡suéltame! —exclamó con furia.
Pero él no la soltó, y acercando el rostro al de ella murmuró:
—¿Sabes? A veces eres peor que una gata salvaje. —La besó y prosiguió—: No sé si me gustas más cuando eres suave o cuando sacas ese maldito genio tuyo.
—Óbito Uchiha —bufó Temari empujándolo con todas sus fuerzas—. ¡No soy tu gata, ni lo seré! Y no vuelvas a besarme o se lo diré a mi hermano. Además, no creo que a mi futuro marido le guste saber que alguien pueda pensar de mí si soy salvaje o suave. ¿Has entendido?
—¿Tu futuro marido? —preguntó él frunciendo el ceño.
Levantando el mentón, asintió e ideando una mentira dijo:
—Eso es algo que mañana solucionaré junto a mi abuelo y que, por supuesto, a ti no te incumbe.
Desconcertado por el comentario, la soltó y, sin despedirse de ella, comenzó a andar escaleras abajo. Temari tomó aire y, recomponiéndose por aquel extraño incidente, llegó hasta su cuarto, cogió unas calzas, unas botas, una capa de piel y su espada. Con cuidado, regresó a la habitación de Sakura.
—Como te ocurra algo, Gaara nos matará —se quejó Sakura al verla entrar.
—No me va a ocurrir nada —gruñó Temari quitándose como las otras dos el vestido para ponerse las calzas y las botas—. Además, tengo que aclararos que vuestros maridos también pueden matarme a mí.
Con gesto pícaro todas se miraron y sonrieron.
—Tenemos bastante tiempo antes de que Matsuri despierte y dé la alarma —indicó Sakura mirando a Matsuri, dormida encima de la cama—. Espero que me perdone.
—¡Nos perdone! —se incluyó Tenten.
—Nos perdonará —señaló Temari y mirándola dijo—: Creo que deberíamos llevarla a su cama. Eso despertaría menos sospechas.
Sakura asintió: su amiga tenía razón.
—¿Por dónde podríamos salir del castillo? —preguntó Tenten mientras se colgaba la espada en la cintura.
—En el cuarto de Gaara y Matsuri existe un pasadizo que lleva a las afueras del castillo. Papá me lo enseñó una vez cuando yo era pequeña. Durante todos estos años, lo he utilizado en varias ocasiones para escapar de castigos.
—Está bien —asintió Sakura guardándose su daga en la bota—. Yo iba a decir otra salida, pero la que tú comentas me parece mejor.
Dieron un beso a Mitsuki, que dormía como un lirón, y las tres muchachas se encaminaron hacia el cuarto de Matsuri con ella en brazos.
Al entrar, el fuego del hogar les dio la bienvenida. Era un cuarto rico en tapices y muy confortable. Con sumo cuidado, posaron a Matsuri en la cama y, sin quitarle la ropa, la taparon con una piel.
—Qué bonita habitación —susurró Tenten mirando a su alrededor.
—Es el cuarto del señor del castillo. ¿Qué esperabas? —rio Temari levantando un tapiz que obstruía una pequeña abertura en la pared.
Traspasaron la abertura, que las llevó a una empinada y mohosa escalera estrecha. Ataviadas con ropajes de hombre, atravesaron varios pasadizos oscuros, ayudadas por la luz de sus propias antorchas. Olores fuertes y pestilentes ocuparon sus fosas nasales en ciertos momentos, pero continuaron sin mirar atrás hasta llegar a una oculta rendija que daba acceso al exterior del castillo. Al salir, vieron a un guerrero apostado al lado derecho de la pared. Por suerte, estaba dormido como un tronco. Una a una fueron corriendo hasta el frondoso bosque, donde la arboleda y la oscuridad las mantuvieron ocultas.
Cuando apenas habían avanzado unos pasos, un ruido atrajo su atención y oyeron una voz.
—Os esperaba desde hace rato. ¡Vaya, sois tres y no dos!
Enseguida reconocieron aquella voz.
—Kimimaro, ¿qué haces tú aquí?
—Encontrar lo que he venido a buscar —respondió levantando una mano.
Varios hombres salieron de entre los árboles, las rodearon y las atraparon sin darles opción a defenderse. Aquellos hombres eran ingleses, como bien observaron en cuanto les oyeron hablar.
—¡Maldito bastardo! —gritó Temari—. Cuando mi hermano o mi abuelo se enteren... Te matarán.
—Dudo que se lo digas tú, «gata» —rio Kimimaro.
—¡No te consiento que me llames así! —bufó Temari antes de que le pusieran una mordaza en la boca.
—No estás haciendo lo acertado, ¡imbécil! —lo insultó Sakura mientras le ataban las manos—. Esos hombres te matarán a ti después de matarnos a nosotras.
Pero el muchacho la miró y sonrió con gesto de desagrado. Ella pagaría el daño que le había ocasionado casándose con el Halcón.
—Me la vas a pagar —gruñó Tenten antes de ser también amordazada.
—¡Lo dudo, zorritas! —se carcajeó Kimimaro montando a caballo y cogiendo la soga que sujetaba a las muchachas—. Ahora podré tirar de vosotras sin tener que escuchar vuestros lamentos. Procurad no tropezar. No pienso parar para que os levantéis.
Dio la orden a los hombres para que comenzaran a andar. Resultaba difícil seguir el camino sin tropezar. En una ocasión, Tenten perdió el equilibrio. Pero, gracias a la destreza de Sakura y a la rapidez de Temari, pudo continuar andando sin morder el suelo.
Temari miró hacia atrás. El castillo, aquella fortaleza que siempre la había mantenido a salvo, quedaba atrás sin que ninguna de ellas pudiera hacer nada por impedirlo. Cuando llegaron a un claro donde los esperaban otros hombres, las subieron a unos caballos y emprendieron el galope con ellas.
