Recuerda su muerte.
Recuerda el fuego negro que encerró su cuerpo y los gritos alrededor, un rostro pálido le observó cada segundo hasta terminar con su vida con una sonrisa e incluso recuerda algo luego. Hubo paz por un momento, pudo ver gente gritando con terror, corriendo para alejarse o entrando al ring para intervenir. Recuerda ver a la pequeña Anna llorando, siendo llevada lejos por la mujer que ofició el combate.
Todo eso vio y no sintió nada, solo había calor y luz, incluso al ver su propio cuerpo desarmado por las llamas negras no sintió ningún tipo de dolor.
Flotó por encima y, al cerrar los ojos…
Abre los ojos en el presente, donde su piel vuelve a sentir frio y su boca duele de tensar la mandíbula por tanto tiempo. El presente donde lo envuelve una oscuridad espesa, donde cierra los ojos esperando a que todo sea un sueño y que despierte en su cama con una ligera jaqueca. El suelo es áspero y marca los patrones irregulares en sus rodillas, Arlen intenta moverse pero sus manos están atadas por detrás con un hilo tan fino que parece y va a cortarle en pedacitos con el mas mínimo tirón.
Siente nauseas, la habitación da vueltas, un dolor que no existe recorre su cuerpo como si este intentara comprender que hace segundos se encontraba muriendo en llamas. Huele a carne quemada pero ya no lo está, sus ojos arden pero siguen en su lugar, su garganta está intacta pero siente que se ha desgarrado a gritos.
Murió, de eso no hay duda.
Sus ojos no se acostumbran a la oscuridad todavía pero ni eso necesita para verle. Arlen se encuentra arrodillado en medio de una gran habitación, un techo tan alto que ni el fin de este se ve, columnas gruesas y enormes esconden figuras encapuchadas con túnicas negras que observan desde lejos, no distingue a ninguno de ellos. En frente se alza un pequeño altar de solo cuatro escalones de piedra rojiza y, encima de ello, un trono del mimo frio material infernal.
La persona que lo mató se encuentra allí, sentado, su cuerpo ladeado hacia la derecha, apoyado sobre su propio codo. Saiki se sienta allí mirándole desde arriba con expresión aburrida, esperando que algo ocurra, como si observara una cucaracha que acaba de aplastar a ver cómo sigue su camino con sus patas quebradas.
- ¿Dónde está toda esa charla, gusano? – Finalmente habla, tono de completo asco en su voz – No hagas que me arrepienta –
- Es un sueño – Dice el pelirrojo mostrando sus dientes en una sonrisa forzada.
Arlen tiembla, Saiki alza una ceja.
- Es normal para alguien como tú pensar así, los poderes que yo poseo escapan de tu comprensión, pero te aseguro que todo esto es muy real. Moriste porque yo te maté y vives porque yo te concedo la vida una vez más, gusano –
- Mientes –
No hay manera de que eso pueda ser verdad, incluso si su cuerpo le dice a gritos que, efectivamente, murió de una manera dolorosa hace pocos minutos (Lo que según él son pocos minutos al menos). Niega con la cabeza y vuelve a reír, una risa que se tiñe con enojo porque simplemente el sueño parece demasiado real. El frio que siente sobre su camiseta hecha arapos es real así como el hilo atando sus manos comenzando a cortar sus muñecas cuando intenta moverse de un lado al otro. Murmulla sobre querer despertar en su apartamento de porquería mientras continúa negando, sin darse cuenta que Saiki hace un ademán con la mano y una segunda figura se le acerca levantando una masiva pierna en el aire.
Una patada en su mejilla derecha lo manda al suelo, los hilos de sus manos cortan la piel y le causan más dolor. Encuentra el suelo contra su otra mejilla muy poco ficticio, así como el dolor de su mandíbula probablemente fracturada.
No es un sueño.
Un hombre se alza sobre él, piel gris y cabello erizado blanco, músculos como para poder quebrarlo en dos como si fuera un mondadientes. Vuelve a patear, esta vez su brazo, duele menos.
No está soñando.
- Respeta a tu superior, asquerosa alimaña – Gruñe el enorme hombre gris.
- ¡Cuidado con las ataduras! – Se queja una voz femenina entre las sombras.
Todo es demasiado real.
Saiki levanta una mano y las risas lejanas se detienen de inmediato. Su figura delgada contrasta por completo con la del enorme hombre que acaba de patearle pero, aun así, parece que le da órdenes al resto de los encapuchados misteriosos. El único de blanco allí se sienta en su silla observando a todos, algunos de ellos comienzan a retirarse cansados de la demostración inútil sobre un humano, Arlen apenas distingue cinco figuras mirando todavía al momento que Saiki deja su trono.
- Te dije que me entretendrías, eso debes hacer si quieres conservar tu vida y no lo estás logrando – Una vez parado vuelve a sentarse aunque sobre uno de los brazos de su trono, jugando con su cabello justo como lo hacía durante su combate – ¿No estás agradecido de que te haya salvado la vida? –
- Tú me mataste –
Es difícil hablar con sangre acumulada en la boca, escupe al suelo pero, como era de esperarse, recibe una pisada en su pierna con tanta fuerza para poder quebrar el hueso en segundos.
Afortunadamente el hombre de piel gris se mantiene calmo al recibir una mirada de disgusto por parte de Saiki.
- Tu destino estaba sellado al momento de cruzarte en mi camino. No había nada que puedas hacer… pero yo decidí concederte una vida después de la muerte. Estás aquí ahora y me servirás directamente –
- Vete al… infierno –
- ¡Maldito…! – Esta vez sí va a quebrarle una pierna.
Saiki no lo detiene.
Lo pisa con intención, Arlen grita de dolor, ni siquiera voltea hacia donde le pisa pero siente como su pierna es estampada contra el suelo. Está en una pieza pero moverla le duele, una fractura sin duda. El grito ni inmuta a Saiki quien mira sus propias uñas girando su mano de un lado al otro, da un suspiro, sigue hablando como si nada pasara.
- Te dirigirás a mí como tu dios – Suena aburrido, sería mejor si Arlen no le hace enfadar pero simplemente no puede aceptarlo – Creo que es lo más apropiado ya que te he dado la vida -
- Un dios... ¿Le llamas a esto ser un dios? –
Una risa burlona forzada, Arlen vuelve a escupir sangre pero esta vez apunta en la dirección del autoproclamado ser divino. El silencio se apodera de la sala, incluso las antorchas que iluminan sobre las columnas parecen dejar de chispear tan pronto como él le escupe.
- Parece que todavía no lo entiendes, gusano –
Saiki hace un gesto con el mentón hacia el enorme hombre de gris y este se acerca peligrosamente rápido en dirección de Arlen. Recibe una patada en las costillas que lo da vuelta y, una vez mirando hacia arriba, le pisa el pecho. Sus manos atadas por detrás evitan cualquier tipo de resistencia, solo pasan unos pocos segundos hasta que finalmente la verdadera intención del castigo cruzar por la mente del torturado.
El acolito demoniaco pisa más y más fuerte sobre su pecho, los gruñidos de resistencia pronto son gritos desgarradores de dolor. El pelirrojo agita la cabeza de lado a lado mientras intenta apretar los dientes para no darles la satisfacción de escucharlo gritar, no funciona mucho, tan pronto como el sonido de huesos quebrándose se escucha él vuelve a chillar.
Tose sangre mientras le mira, Saiki cruza los brazos con una mirada cansada.
Arlen le mira con odio, es lo único que puede hacer.
El pie en su pecho presiona hasta que un sonido inhumano lo interrumpe y ya solo siente el suelo, el torso entero del muchacho colapsa en una horrible dispersión de sangre en medio de la gran habitación. Su corazón aplastado, mutilado por los pedazos de sus propios huesos.
Su mirada con odio se mantiene incluso cuando la vida en sus ojos se desvanece.
Cuando vuelve en si se encuentra en la misma habitación, allí se queda tumbado en el suelo durante unos diez minutos. Ya no hay hilos en sus manos ni hay nadie que lo golpee porque simplemente no es necesario. Arlen se mantiene tirado en posición fetal sin mirar a nada en particular salvo su propia mano, la abre y la cierra, la pellizca, se toca su propio pecho el cual se siente como si hubiese sido abierto de manera violenta.
El dolor, el frio del lugar, el sonido de las antorchas prendidas, el sabor a sangre, el áspero suelo de piedra… todo es real.
Siempre ha sabido que hay gente con poderes especiales, no es muy difícil de notar para alguien que ha visto cada torneo televisado de King of Fighters, incluso él tiene los suyos pero ¿Qué clase de monstruo posee la habilidad de dar vida? No quiere aceptarlo como un dios pero, si esa es su habilidad ¿Realmente puede negarle el derecho de llamarse así?
Escucha los pasos de Saiki, ahora ellos dos son los únicos presentes en el cuarto con el trono. Sus pantalones blancos inmaculados aparecen frente a Arlen, levanta la mirada para encontrar esos ojos celestes tan aterradores.
No hay nadie más en la habitación porque Arlen no se atrevería a intentar atacarle, no después de morir dos veces.
- Yo reino sobre el tiempo, puedo hacer contigo lo que quiera y volverte a tu estado natural – Saiki explica – No puedes ignorar lo que tu cuerpo te dice a gritos, experimentar tanto dolor en tan poco tiempo debe darte la fe que necesitas para creer en mi –
No teme hacerle todo el daño posible y no hay repercusiones para nadie excepto Arlen, eso es lo que dice. El muchacho se levanta en parte, sentado en el suelo sin poder juntar fuerza en sus piernas para continuar hasta encontrar al "dios" en su misma altura.
- ¿Qué quieres de mí? –
- Que pienses que hay algo que puedes darme es hilarante – Sonríe sádicamente el rubio – Ahora me perteneces –
- ¿Por qué? –
- Eso no te concierne ¿No crees? –
Su comentario se completa con una corta risa, Arlen aprieta los puños contra el suelo y está a punto de pararse, aunque tenga que luchar contra su propios músculos paralizados. Una sola mirada de Saiki por arriba es suficiente para disuadir la ira, al menos la intención en levantarse para atacarlo porque Arlen mantiene su mirada de ira apuntada hacia el falso dios.
- No eres un dios –
- No eres quien para decidir eso, gusano – No parece molestarle su reproche, aunque borra su sonrisa enseguida – Tu rebeldía es intrigante pero te advierto que no estoy siempre de tan buen humor –
- Solo eres un… -
Saiki se mueve bruscamente, Arlen se pone tenso hasta que lo ve descender, brazos sobre sus rodillas, se agacha justo frente a él mirándolo fijamente. Inspecciona las facciones del humano, su cabello rojo corto que llega hasta sus ojos, su piel pálida casi enfermiza, sus ojos grises tan comunes pero encendidos con rabia. Enfrasca perfectamente lo que ve en los humanos, un ser que incluso cuando es presentado con la verdad va a contradecirla en favor de lo que ha creído toda su vida.
El humano es rebelde.
No necesita quebrar a la humanidad con sus planes pero no pierde nada en intentarlo. Esboza una sonrisa, Arlen le mira de cerca, notando como sus rasgos son irrealmente finos de cerca, cuando se concentra solo en la cara puede ver a un ser andrógino más que un hombre o una mujer. De cerca Saiki no pertenece a la realidad, esa no es la cara que un humano podría tener…
Tal vez sea solo el miedo.
- Mi Lord –
Un hombre entra caminando en la habitación y pronto la sonrisa de Saiki se esconde, se para derecho aunque con una sola pierna sosteniendo todo su peso, actúa completamente desinteresado. Arlen observa al tipo, parece humano pero su cabello es blanco como la nieve y lleva un traje formal abierto en el pecho, su sonrisa definitivamente indica que pertenece al mismo culto que el resto.
- Necesitamos su presencia para… -
- El orbe, lo sé –
El hombre alto asiente – Por supuesto, mi lord –
Dejando salir un pequeño suspiro Saiki emprende su camino en dirección contraria al trono, la salida de la larga habitación de columnas. El hombre de traje formal mantiene su vista puesta en Arlen hasta que su líder camina junto a él, entonces murmura algo que frena a Saiki.
- Él sabe que no debe hacer nada hasta que venga, ya conoce las consecuencias si desobedece – Responde el que controla el tiempo en voz alta, un claro mensaje para que Arlen entienda su posición.
- Claro, disculpe mi intromisión –
Ambos se alejan hasta perderse en las tinieblas, dejando a Arlen completamente solo. Este se levanta y da un paso al frente antes de sentir que una de sus piernas le está pasando factura por ser quebrada falsamente hace unos pocos minutos. Camina rengo hacia atrás hasta dar su espalda con una columna y se desliza hasta el suelo.
El silencio comienza a volverle loco, entra en sus oídos y se retuerce como un gusano invisible hasta que siente que la habitación está latiendo con un constante zumbido inexistente. Arlen se mantiene sentado en su columna completamente inmóvil, se frota las manos mientras el dolor de sus ataduras antes de morir comienza a disiparse. No hay ninguna señal de que pronto van a volver por él y no tiene la fuerza de voluntad como para pararse. Cada tanto se da un pellizco en la muñeca para comprobar una vez más que no es un sueño, algo que ya ha aceptado completamente.
¿Debería llorar? ¿Gritar por ayuda? Nada de eso ayudaría realmente, cualquier cosa que haga y enoje a su "dueño" simplemente dificultará su estadía allí. No hay nadie que viene a rescatarle, todo el mundo debe pensar que murió en ese combate que pasó hace… ¿Días?
Se siente vacío, ni puede intentar razonar su situación, solo existe allí sentado esperando.
- Saiki –
Una voz femenina le llama la atención, Arlen no levanta la mirada, solo se alegra de escuchar la voz de alguien nuevo.
- Ese es el nombre de quien te trajo, nuestro señor Saiki – Insiste la voz, prestando mejor atención parece venir desde atrás de la columna en la que él se apoya.
- Eso ya lo sabía – Responde Arlen - ¿Dónde estamos? –
- Bajo tierra en nuestra guarida, escondidos del mundo humano, la única manera de salir es siendo uno de nosotros – La voz no parece estar burlándose de él pero suena a que la dueña sonríe mientras habla, probablemente encontrando graciosa su situación – Debes ser fuerte como para aparecerte por aquí, pero deberás ser listo para sobrevivir –
- ¿Quién eres? –
La voz lo ignora.
- El tipo grande que te atacó se llama Mukai, es callado y obedece a nuestro señor, no le faltes el respeto a tu dueño y no tendrás problemas con él –
Arlen guarda silencio, levanta la mirada y peina su cabello rojo hacia atrás para poder mirar bien a los lados, no encuentra nadie, la voz definitivamente habla desde atrás. Suena divertida, como un niño que se burla pero con un tono ligeramente tétrico.
Mukai, lo recuerda, es difícil no hacerlo.
- La mujer que tenía tus manos con hilos es Botan, no es sanguinaria pero no le gusta que la miren fijo los humanos –
Recuerda ver una mujer en el grupo, el brillo de los hilos que lo sostenían venia de ella. Es un poder aterrador, Arlen vuelve a frotar sus manos recordando el dolor.
- Quien vino a llevarse al señor es Magaki – Entonces la voz hace una pequeña pausa, pero continua con su tono usual – No le ofendas, odia a los humanos y no dudará en lastimarte si te sobrepasas con él –
- Suena a muchas reglas para ser un culto demoniaco subterráneo –
En afán de tranquilizarse deja salir un pequeño chascarrillo, la dueña de la voz reacciona con una risita cautivadora. Arlen siente la necesidad de verla, si está ayudándole entonces quiere conocer el rostro de su aliada. Se levanta tan rápido como puede y camina lentamente alrededor de la columna pero escucha pasos, la voz la rodea también asegurándose de quedar del otro lado para no ser vista.
- Demuestra que la humanidad sobrevive a la adversidad siempre, demuestra a tu dios que eres digno de vivir y no volverás a morir –
- No es mi dios – Arlen insiste, presionando su frente contra la columna.
- Lo es ahora –
Un paso, el pelirrojo le sigue y corre para rodear la estructura pero no encuentra nada, la dueña de la voz se desvanece como si nunca hubiese estado allí para empezar. Por su cabeza pasa la posibilidad de que haya sido una simple ilusión para poder mantenerse sano mentalmente después de morir… pero se escuchaba muy real para serlo.
Vuelve a deslizarse contra la superficie lisa y se sienta en el suelo.
Sus ojos grises vacíos observan el piso donde antes su sangre había sido derramada.
"No es un dios" Se repite a si mismo mientras recuerda su propia muerte. La primera lo hizo flotar y sentir a gusto, se sintió como llegar a su hogar luego de un largo e incómodo viaje.
La segunda vez no sintió eso, solo sintió el vacío.
Por un momento fue al cielo y, ahora, rodeado de altos pilares rojizos en completa oscuridad, siente que ha caído en el infierno.
"No es un dios"
"Es el demonio…"
