Saiki y su humano mascota atraviesan un espacio blanco infinito, el mismo autoproclamado dios lo hace aparecer con un simple movimiento de su mano y ambos se internan en él para caminar aparentemente sin rumbo. Arlen no puede ni comenzar a comprender lo que pasa, solo sabe que es otra prueba de que los poderes de su captor escapan de la comprensión humana. Atraviesan ese vacío caminando a paso lento pero seguro, llegan a un punto bastante arbitrario donde el humano no puede distinguir nada pero Saiki se frena y vuelve a mover su mano para abrir una puerta al mundo exterior.

Todo este proceso es tan rápido y surreal que, incluso cinco segundos fuera de allí, Arlen ya comienza a pensar que fe una simple ilusión suya.

Una ciudad brilla por la noche recibiéndoles, una que él no conoce y a la que fue traído prácticamente a ciegas. Ha perdido la cuenta de las horas desde su secuestro, podría tranquilamente haber pasado hace días, Arlen no duerme y no hay manera de saber cuánto tiempo pasa en ese infierno subterráneo. Ahora mismo es de noche donde sea que estén y llueve con fuerza, Arlen se pregunta si por eso Saiki ha traído esa larga túnica negra.

- Póntela – El dios deja caer una túnica igual a la que lo cubre, Arlen la levanta rápido aunque ya está bastante mojada por haber estado en el suelo.

- ¿Dónde estamos? – Saiki le mira intensamente, una mirada asesina que detiene su flujo sanguíneo - … mi… dios – Dice a regañadientes.

- Tomamos un paseo, mi pequeño gusano –

- ¿A dónde? –

- No hagas tantas preguntas – El rubio hace una mueca de disgusto, perdida entre las sombras que genera la capucha de su túnica.

- ¿Tienes miedo de que me resfríe? –

Otra pregunta dispara el humano, tentando al destino, esta no disgusta al dueño del mismo sino que le hace recuperar su tono más relajado. El tono burlón y rebelde todavía se filtra entre las paredes puestas por la propia sanidad mental de su juguete personal, hace que los silencios sean más apreciables.

- Eres parte de mi sequito ahora, tienes que vestir apropiadamente –

Sus túnicas se parecen aunque no son iguales, Saiki tiene una adornada, negra con bordes blancos en sus mangas y capucha, también lleva un ligero patrón de espinas plateado que es invisible en la oscuridad. Mientras tanto la que Arlen lleva es más similar a la de los otros miembros del culto.

Mukai, Magaki, Botan…

Recuerda los nombres de esa voz femenina misteriosa, es lo único que le mantiene con ganas de volver, averiguar quien fue que se preocupó por él y por qué razón lo hizo.

- Yo no… - Arlen insiste pero Saiki se le acerca.

Un dedo viaja directo a su pecho donde se hunde, no causa nada de dolor pero su cuerpo está a acostumbrado a que ese toque se mortal, su corazón duele de tan solo tenerlo cerca.

- Ya has entendido que no puedes escapar ¿No? –

Arlen no responde, solo aparta la mirada.

Así echan a andar por la calle desolada, bajo la lluvia ambas capuchas tiemblan con cada gota que las golpea y la luna tiñe de azul las calles que no llegan a recibir la luz de los postes.


Una plaza se abre frente a ellos dos, amplia y completamente vacía, la tormenta parece crecer conforme que dan cada paso en dirección a la gran estructura en el medio. Sin luces para alumbrarla se ve como un gigante oscuro inclinándose sobre sus visitantes, el cielo negro centella en celeste por un trueno y deja ver la silueta de una imponente catedral. Los pasos que chapotean en la lisa plaza abandonada desaparecen bajo el contaste ruido de las gotas sobre su ropa, Arlen mira hacia arriba mojando su barbilla, donde las enormes torres puntiagudas se alzan intentando abrir una brecha entre las nubes. Saiki se detiene, en frente y también observa arriba, luego se gira hacia su humano quien no le devuelve la mirada directamente.

La vista es confusa, la catedral envuelta en oscuridad contrasta con la cara pálida enmarcada con cabello rubio platinado de su captor, como un ángel visitando de incognito en un cuento de fantasía. No ha dicho mucho durante el viaje, solo simples indicaciones hacia donde van, la sonrisa que tiene en su rostro indica que no han venido al lugar por negocios, cual sea el negocio que alguien como él puede tener.

Se burla sin decir nada, Arlen se queda quieto aceptando su destino. No le gusta pero debe hacerlo, no quiere que haya más dolor. Saiki es un dios que no quiere hacer enojar, aunque le pese pensarlo de esa manera.

- Esta es la casa de tu dios ¿No? – Su voz susurrante e hipnótica se pierde bajo la furia de la tormenta. Es difícil, para Arlen, juzgar cuando debe responderle y cuando no, no es tan difícil meter la pata y ser castigado por ello.

- Nunca he sido muy creyente – Admite en voz alta, algo que le trajo problemas al crecer en un orfanato regentado por el clero – Pero si, esta es llamada la "Casa de dios" –

¿Cuánto sabe Saiki sobre un tema tan humano? ¿Sabe que hay muchos dioses y solo uno? Es posible que esa información no la conozca por el mero hecho de no tener interés ya que, para él, es el único que existe e importa. El antiguo sonríe otra vez.

- ¿Crees ahora? – Se da la vuelta, ahora solo una túnica negra dándole la espalda - ¿Pides que te salve de mí? –

Esa es una de las preguntas que no necesitan respuesta, simplemente no hay una que le satisfaga. Arlen mantiene la boca cerrada por el tiempo suficiente para que Saiki vuelve a moverse en dirección del alto portón de entrada, espera que haya olvidado su indiscreción al no decir nada. Frente a ellos pronto se alzan ambos portones de color verdoso apagado por la oscura noche. Ante el primer empujón Saiki encuentra que está cerrado pero esto no le detiene, da una fuerte patada que rompe la cerradura sin siquiera inmutarse o mirar si alguien les ve.

Arlen lo hace por él antes de seguirlo, no hay nadie afortunadamente.

El eco en el interior es impresionante, aunque solo menos que la vista. Los techos en forma de punta se extienden hasta lo más alto, la luz solo proviene del altar y algunas velas prendidas en ostentosos candelabros dorados e incluso así puede alcanzar a iluminar lo más alto. Los vitrales oscuros son ventanas negras a la nada que se iluminan momentáneamente demostrando su belleza ante el resplandeciente trueno. En medio de la catedral se alza un monumento importante encerrado por rejas, un gran ataúd de lo que parece ser mármol blanco, donde descansa la figura tallada de un rey y su reina mirando hacia arriba con sus armas en manos. Arlen no reconoce la catedral, no parece nada que haya visto en Inglaterra pero todavía es Europa, no sabe lo suficiente sobre las catedrales famosas para reconocerlas a simple vista.

Saiki avanza caminando, manos abiertas hacia ambos lados, con una acaricia los bancos de fina madera lustrada hasta llegar a la reja de la ostentosa tumba blanca. Observa hacia los lados, más allá de la tumba donde hay un altar preparado para que el sacerdote lo use a primera hora si es necesario.

- No me molestaría tener un santuario así. Admito que los humanos sirven para edificar enormes cosas mucho más duraderas que su efímera existencia, incluso si lo hacen por pura vanidad – Con su capucha baja y el cabello rubio suelto, el autoproclamado dios echa andar alrededor del mausoleo y encamina hacia el altar – ¿Qué crees, gusano? –

- No me gustan las catedrales –

Arlen responde de manera tajante, logra captar la atención de Saiki quien voltea para mirarlo.

- ¿Intimidado? –

Es algo aterrador que pueda leerle tan fácil, Arlen pone una mano sobre uno de los bancos y aparta la mirada con ligera molestia. Saiki insiste en completo silencio y se ve obligado a elaborar.

- Para eso fueron construidas ¿No? Para intimidar al hombre común y que crea que fueron construidas por voluntad divina. Eso es lo que creo… siempre me han intimidado un poco –

- El altar de un dios debe inspirar respeto y temor – Responde el líder con una repentina y aterradora seriedad – Incluso uno que es puro cuento –

No hay manera de refutarle nada, simplemente continua conversando como si su punto no fuera valido. Arlen se enoja, no debería ser mordaz pero aun así no puede evitarlo, incluso si no prefiere defender a la iglesia católica cualquier cosa es mejor que el supuesto dios que se para frente a él.

- Este dios es un dios de amor –

- Amor – Saiki suspira - ¿Acaso controla el amor que sienten los humanos? –

- No es sobre el control –

Finalmente el rubio arruga su nariz y frunce el ceño, un grito de enfado le sale, el primero que Arlen ha visto - ¡Los humanos deben ser controlados! –

Su cuerpo reacciona solo, recuerda todo el dolor que le ha hecho sentir pero logra controlarse, le devuelve una mirada igual de enfadada por debajo de la segura sombra de su capucha negra.

- No hablas como un dios sino como un dictador –

- Insistes en negar mi lugar como deidad cuando has sufrido y visto mi poder pero no la de un supuesto todopoderoso que ni has visto –

- Un dios que mata y se enoja es bastante humano –

Ya ni sabe que le discute, todo lo que dice bien podría aplicarse al dios cristiano pero Saiki no parece darse cuenta, lo que le importa es que Arlen sigue negándole. De un solo movimiento el rubio se pierde de vista, camina al altar rápidamente, sus pasos frustrados resuenan en todos lados de la catedral, parece que logra calmarse, Arlen toma ese único grito de enojo como una pequeña victoria.

Desde arriba lo observa detenidamente, Arlen camina hasta alcanzarlo aunque mantiene una distancia segura para esquivar cualquier ataque sorpresa. Las manos delgadas del falso dios recorren el fijo adobe blanco cubierto que forma el altar mayor, una caricia tétrica que lentamente calma su expresión y acrecentar la sensación de peligro en el joven pelirrojo.

- Adórame –

- Kh – Arlen se queja pero no en voz alta, hace un pésimo trabajo mostrando su asco.

- O sufrirás la muerte una y otra vez hasta que me aburra – Se inclina hacia adelante sobre la mesa solida – Y no me aburro fácil de eso –

- Mi… -

Saiki termina por dar un salto sobre el sagrario, sentándose en el borde contiguo como si de un trono se tratara. Tal vez no entiende que lo que hace está mal pero puede que no le importe si lo supiera. Sus ojos celestes brillan con anticipación, se relame los labios, siente el néctar de la victoria en una batalla muy injusta.

- De rodillas, como un buen creyente –

Se pasa de la raya, Arlen se lo deja saber con un silencio completo. El dios alza la barbilla y entrecierra sus ojos, las manos se aferran a la tela que cubre su nuevo trono con fuerza. Pasan segundos, los suficientes para completar un minuto de completo silencio exceptuando el ocasional trueno que reverbera en lo más alto de la catedral.

- De rodillas – Repite, pausando con cada silaba.

De nuevo no hay respuesta, solo músculos tensionados y mandíbulas apretadas, una puja por poder mientras se encuentran inmóviles.

- De rodillas, perro – Saiki alza una mano, tinta negra comienza a teñirla de manera amenazante.

Un grito les llama la atención, rompiendo la prolongada mirada. Arlen voltea para ver a un hombre de larga túnica con un saco puesto por arriba de manera desprolija. El hombre es anciano pero no lo suficiente como para caminar lento mientras les grita, obviamente enojado por el hecho de que se han colado en la catedral. Mientras más se acerca más es evidente que habla en un idioma desconocido para Arlen, lo hace rápido y a los gritos esperando que le entiendan, ni siquiera distingue la región de la que viene, lo único que sabe es que no se trata de francés sino de algo germánico por naturaleza.

Se acerca al pelirrojo y lo sacude por la túnica, se ve asustado y enojado a la vez. El muchacho irlandés retrocede un poco negando con la cabeza para dejarle saber que no le entiende pero no hay caso, el anciano está muy preocupado en echarlos de allí como para darse cuenta. Tira de la túnica hasta que Arlen pierde su capucha y un ruido metálico los separa detrás.

Al unísono los do humanos buscan el ruido, donde Saiki sostiene una cruz de oro que ha quebrado y el pedazo extra descansa en el suelo. El anciano entra en una furia olvidándose de su susto, corre hacia el sagrario y Saiki le mira por encima con completo asco mientras pule la cruz con su aliento.

Arlen se acerca, los dedos pálidos del sanguinario dios toman la cruz con fuerza, un trueno ilumina todo y se ve el destello de una peligrosa punta dorada donde la cruz se ha quebrado.

Va a matarlo.

Da otro paso, salta sobre el altar donde el sacerdote está a punto de tomar a Saiki por la ropa. Al momento que lo toque su paciencia se habrá terminado.

Va a clavarle esa cruz.

Los ojos celestes del malicioso rubio se entrecierran.

El sacerdote toma su ropa y lo trae más cerca.

El arma improvisada vuela por los aires.

Arlen lo toma por la muñeca a tiempo.

La intención asesina es suficiente para comunicarle al sacerdote, a través de la barrera del idioma, que Saiki no es alguien con el que hay que interactuar. Retrocede lentamente mientras su arrugada frente comienza a brillar más por el sudor, sus ojos viajan rápido entre la cara de su agresor y la afilada cruz dorada hasta que finalmente echa a correr.

Arlen consigue llamar la atención del dios puesto que este se queda quieto completamente. Es difícil juzgar su expresión, la cortina de pelo rubio le impide ver otra cosa que no sea la parte trasera de su cabeza. Deja ir su muñeca y tan pronto como lo hace escucha un leve suspiro, uno lleno de un odio venenoso que podría matarlo en un instante.

- Insolente sabandija – Dice en su voz engañosa y tranquila – ¿Te atreves a tocarme? -

Su cuerpo entero pide a gritos que corra, simple instinto animal que debe haber abrumado al sacerdote hace unos pocos segundos. El silencio se hace eterno, casi puede ver a Saiki temblar de rabia. Arlen sabe que no importa que tan lejos corra o que tan bien se esconda, no hay escapatoria del ser que lo apresa. Podría estirar sus manos y cazarlo del cuello, de apariencia tan humana y tan delicada, podría intentar matarlo primero.

No funcionaría.

Al final Saiki si es un dios aunque no quiera admitirlo, porque Arlen sabe que no puede dañarlo ni esconderle nada.

Omnipotente y omnisapiente.

Un movimiento rápido, un rayo blanco giratorio de punta blanca, termina en un dolor punzante que lo encoje por completo. Los dedos de sus pies se tensan y sus manos buscan el dolor hasta encontrar la zona húmeda, rojiza, manchando su harapienta ropa de esclavo. No necesita mirar hacia abajo, la sonrisa de Saiki es suficiente para enterarse que ha sido apuñalado de la misma manera que el sacerdote iba a serlo hace un minuto nada más.

El humano gime, gruñe y tose, el dios retuerce la cruz incrustada en sus órganos cavando un agujero más grande. Saiki amplía su sonrisa, recibe una mirada desafiante de dientes manchados y ojos secos, acompañada por el dulce sonido de la carne cediendo ante su profunda puñalada.

El humano no cae, el dios retira el arma de un tirón, otro gruñido agonizante pero se mantiene de pie.

- Y… y…yo… no… - Ni siquiera puede hablar, el temblor no deja que articule una sola palabra, toda su fuerza va a mantenerse de pie unos pocos segundos extra – te…. De-dd-dejaré… -

- Eres persistente pero eso es inútil… -

Una mano llega y Saiki muestra sorpresa, una mano ensangrentada que empuja su pecho e intenta tomarlo por el cuello, manchando su inmaculado traje blanco en el proceso. Su mejilla se mancha de sangre y eso es suficiente para que muestre sus colmillos, pupilas pequeñas como puntos celestes brillando con instinto asesino.

- ¡Muérete de una vez! –

El accesorio de oro esta vez termina en su cuello y la determinación en su cara desaparece, un soplido es suficiente para que caiga rendido hacia atrás haciendo gárgaras. Saiki se refriega la mejilla furiosamente mientras respira agitado.

- ¡Maldito! ¡Vas a sufrir, gusano! ¡Vas a sufrir! –

Arlen no responde.

Un trueno ilumina la oscura catedral y al dios enfadado en su interior.

No es la sangre que le molesta sino que se le oponga así, incluso al entender su situación intenta atacarle. ¿Por qué no lo acepta como un dios? ¿Acaso no teme a la eternidad de tortura que le espera?

¿Por qué no grita de dolor? ¿Por qué no… se deja controlar por alguien superior como él…?


La oración es el encuentro entre la sed de dios y la sed del hombre