- El castigo por tocar aun dios es la muerte, en tu caso… muchas de ellas –

Escucha esa voz cada tanto, el recuerdo de la misma es distante y confuso. Su vida se ha reducido a dos únicas cosas desde el incidente en la iglesia, violento dolor y agonizante silencio:

Abre los ojos, es arrastrado fuera de su celda y atado a un pilar de los muchos en la guarida oscura demoniaca, las cadenas marcan sus muñecas y tobillos, el frío suelo carcome su piel cuando es violentamente llevado de un lado al otro de los pelos. Una vez encadenado distingue una silueta muy conocida, Mukai, el hombre de piel pétrea comienza a administrar su castigo. Golpea su rostro hasta que sus ojos ya no pueden ver por la sangre pero no lo suficiente para quedar inconsciente, destroza su pecho, rompe sus costillas, apedrea sus manos, cada dedo, patea sus rodillas hasta doblarlas de manera inhumana, le estrangula hasta ahogarlo con su propia sangre y saliva, todo eso y mucho más. La tortura es infinita, al principio le miraba fijo y lo provocaba, preguntaba sobre él, sobre si es una máquina, le decía que podría vencerlo si le soltara, eventualmente Arlen dejó de hablar a falta de contestación alguna.

Una vez terminada la tortura vuelven a tirarlo al calabozo. Se acuesta allí incapaz de moverse, agonizando, ropa roída y ensangrentada que se pega a sus heridas, sudor que le hace tiritar, el ruido de sus propios dientes chocando le impide dormir. Pasa horas en silencio… días quizás, no sabe distinguir el tiempo ya, no hay tiempo allí, solo Saiki quien lo controla.

Nunca le reza a ningún dios para que lo salve.

Nunca pide perdón.

Solo sufre en silencio hasta que, eventualmente, lo arrastran fuera para comenzar toda otra vez. Mukai toma descansos de vez en cuando, se aleja y se sienta para meditar. Recibe órdenes de algún que otro demonio que ni mira en su dirección, no parece que coma ni que beba nada. A veces Arlen se pierde en la oscuridad, incapaz de distinguir entre la muerte y la inconsciencia, lo que sea que le pase es lo mismo pues le ahorra dolor.

Ha quedado a oscuras cinco veces, muerte o no, cuando lo hace vuelve en si curado en su gran mayoría, sin duda la magia de Saiki para prolongarle el dolor.

El infierno se repite, el frío y luego el calor de la golpiza.

El silencio que zumba en sus oídos hasta hacerle gritar y luego los puños que le dejan callado.

- El castigo por tocar a un dios –

Su voz.

Hace rato que no logra escucharla, es agresiva y tosca pero siente algo de anhelo por volver a oírlo. Ahora se siente más distante que nunca, no lo ha visto desde hace ya no sabe cuántos días. Sabe que si repetiría lo que pasó en la catedral todavía salvaría al anciano pero, tal vez, aceptar su muerte con honor hubiese sido una mejor opción. En uno de sus arrastres por el suelo cree ver algo blanco, Magaki resultó ser, aun así estiró su mano hacia él la cual fue pisada mientras el alto hombre pálido se reía.

No quiere pedir perdón, eso haría que Saiki se sienta como un dios.

Podría mentir, postrarse para evitar todo el infierno. Lo haría si pudiera.

Así lo encuentra el castigo una vez más, musitando un patético perdón mientras es encadenado una vez más. Mukai se ve molesto, no le gusta cuando sus prisioneros hablan pues dificultan que se concentre en silencio para ser preciso en sus ataques. Toma al humano de la boca y la tapa con su enorme mano gris, con la otra golpea su estómago, le hace escupir y ahogarse en su propia salvia, comienza a toser.

El humano se ha callado, retira su mano. No se ve desafiante, hace días que ya no habla pero el peso de sus palabras sigue allí. Escuchar la ira del Maestro mientras limpiaba la sangre de su ropa el provocó suficiente rabia para matar al humano varias veces apenas en los primeros dos días, sin querer claro, el Maestro tuvo que venir a revivirlo y a reprenderlo por salvaje.

Golpes y golpes.

Piedras que cortan y se deshacen contra él.

Sangre que se derrama, lagrimas invisibles en la eterna oscuridad del infierno.

Y finalmente, una voz, suave como la seda, interrumpe el eterno sonido de sus propios suspiros.

- Suficiente por ahora –

Mukai sigue con su mirada una silueta que pronto aparece frente al línea de visión de Arlen, aunque vea borroso de un solo ojo puesto el otro se encuentra cubierto de sangre, puede distinguir un color amarillo que sobresale entre tanto rojizo oscuro y anaranjado de las antorchas.

El gran hombre de piel gris frunce el ceño, frente a él camina un hombre de dudosa sonrisa, podría ser completamente silencioso pero hace énfasis en cada uno de sus pasos arrastrando un poco su calzado. Una lanza roja más alta que él es arrastrada, sus ojos pequeños le examinan milímetro a milímetro, la piedra del suelo se rasga con el arrastrar de su arma como el cascabel de una víbora a punto de saltar al ataque.

- Shion, este no es tu asunto –

- Lo es ahora – Se detiene, dando un golpecito al suelo con la larga vara roja, reclinándose sobre el arma con todo su peso – El Maestro me ha dado permiso de continuar por ti –

- Eso… no lo creo –

Incluso siendo mucho más grande no hay duda que aquel que impone miedo es el pequeño Shion. Su sonrisa se acrecienta de a poco, se relame los labios pensando en que una insubordinación seria la oportunidad perfecta para atacar y divertirse con el lacayo que duda de su autoridad.

- Pregúntale tú entonces, si es que consigues que te preste atención – Ya con una sólida defensa como esa el joven echa a andar hacia el frente, pasando junto a Mukai quien queda completamente inmóvil – Y si es que no se enoja por hacerle perder el tiempo en estupideces –

- Lo siento, Shion –

- Piérdete –

Mukai obedece, deja salir un pequeño bufido pero aun así desaparece en unos pocos segundos, dejando la habitación completamente sola. Arlen mira, tuerto, sigue el brillo de la punta en la lanza balanceándose de un lado al otro, su pecho ya comienza a doler pensando en cómo será una estocada con eso. La conversación que tuvieron fue difícil de seguir de lejos, además de que su dolor le impide concentrarse en primer lugar. Cierra y abre sus manos, no dice nada, espera el castigo sea peor o mejor.

La lanza se alza en el aire, el borrón amarillo la da una vuelta sobre sí mismo y luego da un golpe horizontal, Arlen cierra los ojos. Ruido de metal quebrándose, un peso tremendo le envía al suelo, el peso de su propio cuerpo recayendo sobre sus piernas.

Le es difícil levantarse, sus piernas son liberadas también con dos golpes que no puede ver. Se apoya sobre sus manos y rodillas, su cuerpo tiembla de dolor al hacer la mínima fuerza pero aun así logra estabilizarse y levantar la cabeza.

Quien lo ha liberado le mira con ojos entrecerrados, media sonrisa en la cara, agachada allí con ambas manos en sus rodillas para descansar su pálido rostro enmarcado en mechones marrones y azules. Se ve radiante bajo la tenue luz del infierno, no es un engañoso blanco demoniaco como el de Saiki o su mano derecha, quien se agacha frente a él es una mujer de aspecto completamente humano, cerca del suelo como él, mirándolo como una niña interesada en un animal que ni sabe caminar.

- No eres muy listo ¿Verdad? – Pregunta, la voz suave y sin un toque de maldad es música para los oídos de Arlen – El Maestro estaba furioso cuando te trajo en pedacitos –

- Gracias –

Su voz se siente rara, hace mucho que no habla, no sabe hace cuánto.

- Tienes modales al menos –

Con toda la fuerza que puede juntar se sienta sobre sus propias piernas, poniendo su cuerpo erguido, heridas en su pecho ardiendo al ser estiradas de esa manera. La mujer frente a él no parece estar muy preocupada en su bienestar físico, si ha llamado "Maestro" a Saiki entonces significa que es una de ellos y, por lo tanto, un humano como él es simplemente un animal perdido.

- Shion – Musita Arlen, una de las pocas palabras que pudo distinguir en su charla con Mukai – Ese es tu nombre ¿No? –

- Mi nombre dicho por un esclavo… suena extraño – Se levanta y comienza a caminar, ha descartado su lanza roja en algún lado, pronto desaparece de la vista de Arlen – De los modales a la insolencia –

Escucharlo desde atrás le recuerda su primer día en este lugar, donde una voz igual le habló desde la oscuridad y luego se desvaneció, una voz cálida de ayuda. Sus hombros se ponen tensos lo cual le causa dolor y, por lo tanto, un quejido que vuelve a encoger su figura casi hasta caer de cara al suelo.

- Tú… eres la que me habló cuando llegué –

- Soy quien te dijo que no hicieras algo así y henos aquí –

Su tono cambia a uno más descontento, las golpizas constantes han logrado que se arrepienta al menos un poco de lo que dice, Arlen aprieta sus dientes pero admite su error.

- Lo siento – Duda, llamarla del nombre nuevamente podría hacer que todo empeore - … Mi Señora –

Una sola carcajada escapa a Shion quien vuelve a aparecer por la izquierda.

- Botan te sacaría los ojos por compararnos de esa manera –

Botan es la única que ha sido referida como una mujer allí, lo cual significa que Shion es de hecho un hombre, si es que ellos se apegan a esa clasificación siquiera o simplemente está bromeando. Arlen cierra la boca inmediatamente, su respiración comienza a temblar más y más tan pronto como el frío de su cuerpo cubierto en sangre empieza a afectarle.

- Llámame Shion y ya, guárdate eso de "Mi Señor" para los otros – El muchacho de amarillo se sienta junto a él, piernas cruzadas mientras se toma las rodillas, curiosidad brilla en sus ojos mientras le observa más de cerca. Realmente parece un niño inspeccionando a su mascota – Y probablemente quieras dirigirte a nuestro Maestro como tal, "Maestro" –

- ¿Por qué me ayudas? – Lo interrumpe secamente, enseguida se corrige con algo de inseguridad en su voz – Shion… -

- ¿Por qué no? –

Es una repuesta que no esperaba, va a preguntar si bromea pero se lo piensa mejor puesto que no quiere hacer enfadar a ninguno de los demonios, no apenas unos minutos luego de ser soltado. Shion no parece ofendido en lo más mínimo, más ocupado en mirarlo, ojos pequeños y rojos que analizan cada herida, su pálida mano acomodando unos rebeldes mechones de su cabello parcialmente azul. Arlen comienza a sentirse algo incómodo, discretamente pone ambas manos sobre sus piernas para tapar su maltrecho pantalón en peligro de exponer su hombría.

- Eres uno de ellos ¿No? –

Hay algo definitivamente similar entre ellos, a pesar de que Shion no se ve como salido de otro mundo, aun así su figura delicada emana un aura terrorífica. Como un gato acostado frente a un humano, ojos puestos directos en el frente, una pequeña figura que no parece mucho pero con un solo movimiento incapaz de ser atajado podría sacarle los ojos a quien se atreva a mirarlo de cerca. Los labios de Shion se tuercen en una media sonría al escuchar que es uno de el "ellos" que Arlen ha construido.

- No todos queremos ver a los humanos sufrir. Algunos creemos que tienen mucho potencial, son divertidos de observar, sus reacciones son tan viscerales y… espontaneas, no se compara a ninguno de nosotros –

- ¿Es esa la razón porque estoy aquí? –

- El Maestro debe tener sus propias razones. Los humanos que pasan por aquí son esclavos y no duran más que lo que tarda Magaki en aburrirse de ellos, pero tú eres distinto –

Arlen deja salir una sola carcajada seca, temblando todavía en su sangriento frío.

- Soy especial, el elegido, ese tipo de mierda –

- No – Shion niega con la cabeza – Que estés aquí cuenta más sobre el Maestro que sobre ti, el hecho de que seas una persona sin ningún tipo de relevancia es precisamente por lo que es rara esta situación. Quiero saber lo que pasa… -

De manera automática Shion voltea, siente la aplastante presencia que hace peso en la habitación incluso a una distancia considerable. Dos figuras blancas, uno alto y, si bien pálido, parece de piel morena junto al fantasma andante que es Saiki, el maestro de los demonios.

Arlen alza la barbilla al verlo, su ojos se abren a mas no poder y su boca tiembla, ha pasado un tiempo desde que le vio en esa catedral. Piensa en correr en su dirección pero solo se ganará una paliza de cualquiera de los secuaces presentes, sin mencionar al propio Saiki que extenderá su condena. Incluso si tiene que fingirlo pedirá perdón. El alivio del dolor y el frío es preferible al golpe constante y la eterna reencarnación en la tortura.

Shion parece posicionarse deliberadamente para cubrirlo con su cuerpo, no se ve amenazado como Mukai está al cruzarse con esos dos.

- ¿Qué haces Shion? – Magaki escupe, ni le dirige la mirada al humano herido – Creí que Mukai era el encargado de esa cosa –

- Pedí permiso al maestro para estudiarlo ¿No es así? –

Saiki asiente. Es el único que nota la presencia de Arlen, su mirada gélida de ojos azules es imperceptible a tanta distancia pero aun así transmite frialdad.

- Estudiarlo hablándole – Agrega Magaki.

- He concluido que el humano merece una oportunidad de demostrar lo que sabe hacer – Shion le apunta con una mano, dando una pequeña reverencia a su dios en el proceso – Un entretenimiento digno y un castigo al mismo tiempo, comprobaremos si es tan bueno como los humano en ese torneo dijeron que es ¿No cree, maestro? –

- No creas que el prisionero te pertenece, eres solo un amante de la violencia, niño insolente – Magaki grita, su voz se corta enseguida al ver una mano de uñas pintadas alzarse al aire.

- Lo permitiré –

No hay cuestionamiento, Magaki retrocede asintiendo y Shion lo hace en el lugar. La palabra de Saiki es ley, viéndolo actuar así le da más sentido a su manera de comportarse como dios, todos lo tratan como tal. Arlen no puede pararse pero intenta, pone una rodilla en el suelo y va a hablar pero, otra vez, la figura de su interesado visitante le impide mirar a Saiki directo.

- Elegiré un oponente apropiado para él y trataré de recomponerlo antes del combate, solo será una hora –

- De acuerdo – Saiki termina el asunto, da media vuelta y sale de la habitación a paso seguro, seguido por su enorme sombra, Magaki.

Arlen no pudo decir nada, de nuevo está a merced de los deseos que sobrepasan su entendimiento humano. Al menos ahora tiene la oportunidad de combatir y, si Shion dice la verdad, no se lo pondrá tan difícil como para evitar que se redima. El muchacho de cabello largo le sonríe.

- Has derramado suficiente sangre tuya, es hora de que lo hagas con la de otros –


Otro cuarto oscuro a la luz de unas pocas velas danzando contra la pared, algo que parece ser común en la guarida donde está capturado. Arlen se sienta allí de piernas cruzadas, manos sobre sus rodillas mientras se inclina hacia adelante y da generosas aspiraciones por la nariz. Frente a su figura encogida en el suelo hay un cuenco de cerámica color oscuro, dentro de este un carbón caliente quemando incienso, despidiendo el humo blanco casi invisible sobre la cara del joven pelirrojo.

Shion aparece por la puerta, cargando unas pocas telas de color negro que tira al suelo. Se acerca al incienso, que preparó hace ya unos veinte minutos y toma a Arlen por los hombro para alejarlo ligeramente del humo directo. Él se deja mover con facilidad.

- Mukai será tu oponente – Comunica mirando de cerca el cuenco – Lo he elegido por ti –

- Ese tipo grande – Arlen reconoce - ¿Crees que pueda hacerlo? –

- Ha sido derrotado por humanos antes, todo descansa en tus habilidades –

Arlen inspecciona de cerca las telas en el suelo y distingue un pantalón junto a un calzado mínimo, similar al que Shion lleva puesto. El muchacho de cabello largo camina hasta sentarse junto a él, su rostro en dirección contraria al incienso, enfocado en la oscuridad de la salida. Hay un momento de silencio, algo que no se da muy a menudo con los seguidores de Saiki. Inspecciona al muchacho de amarillo, su complexión flaca y débil es impresionante para alguien que debe ser varias veces más fuerte que un humano promedio, pareciera que el simple hecho de levantar esa enorme lanza roja fuera suficiente para quebrar su delgado torso.

Debe ser un tema recurrente entre ellos, sea lo que sean, Saiki, Shion y la mujer llamada Botan comparten el ser atractivos, tal vez un mecanismo para atraer humanos y capturarlos como en las historias de espíritus malignos.

Sentado allí, con solo el crujir del fuego para acompañarlos, es la primera vez que Arlen se siente tranquilo y a salvo.

- Gracias por ser gentil conmigo –

El comentario no le hace gracia, Shion entrecierra los ojos sin girarse hacia él.

- No creas que esto es por tu seguridad. Quiero que pruebes que eres digno de mi atención, de otra forma te dejaré para que el Maestro siga torturándote por siempre – Esto último lo dice con una sonrisa macabra.

Escupe veneno con esas palabras, no suena a una mentira, sería demasiada suerte si alguien en ese infierno estuviera de lado de Arlen. Incluso si es así, si tiene que probarse a sí mismo para tener al menos a alguien que le evitará la tortura, no le parece una pésima idea. Podría preguntarle sobre ellos, sobre lo que hacen y por qué lo hacen, pero presiente que obtendría más respuestas vagas o, peor, que su aliado temporal lo abandone por querer saber cosas muy por encima de su posición.

Arlen decide seguir adelante con algo más trivial.

- ¿Acaso esto me va a curar? –

Eso llama la atención del chico quien se gira hacia Arlen. No hay respuesta inmediata, en vez de eso mueve su cuerpo más cerca, unos pocos milímetros que son suficientes para espantar al humano. Levanta una mano y en un rápido movimiento presiona su dedo pulgar en la barbilla de Arlen, con la fuerza suficiente para separar sus labios.

Espantado por lo repentino del toque, él retrocede, Shion retira su dedo mostrando su uña manchada con sangre fresca.

- No es para sanarte, te hará perder tu sentido del dolor –

Arlen toca su mentón, ahora tiene una pequeña herida la cual presiona con fuerza y, efectivamente, no siente nada.

- Ya… veo –

- Parecerá que estás igual pero te sentirás como nuevo. Es parte del engaño –

- ¿Por qué engaño? –

- Preséntate débil frente a tus enemigos para que te subestimen, es una simple lección – Shion esboza una sonrisa, lleva el pulgar a su boca y relame la sangre, contacto visual incómodamente directo durante todo el proceso de unos segundos – Será más impresionante si logras mantenerte vivo estando herido, que si peleas con tu fuerza completa y pierdes miserablemente –

- No crees que pueda ganar, entonces –

- Es una manera de asegurar tu supervivencia incluso si pierdes, siempre y cuando demuestres la destreza suficiente –

Recae el silencio una vez más, la habitación parece apagarse y el humo en la cara dificulta que Arlen vea con claridad. En los momentos de paz cuestiona su situación actual, lo piensa una y otra vez, cada vez que lo hace menos real suena, atrapado en una pesadilla post-mortem. Va a luchar por su vida, no tiene otra opción, no hay manera de que escape de allí si no se hace valer frente a los demonios que lo aprisionan.

Sus manos tiemblan de enojo, enojo por el simple hecho de no poder descansar en paz, enojo reemplazando a un llanto descontrolado que quiere salir. Shion lo observa, mentón tenso y ojos encendidos con furia, se sonríe una vez más.

La hermosura de lo salvaje.

La imperfección humana en todo su esplendor.

¿Es suficiente para impresionar a un dios?


Emprendo la regla de abstenerme de matar o hacer daño a otra vida.