Es la primera vez que Saiki se acerca a su celda, es extraño, aunque las paredes se vean igual parece fuera de lugar allí, lejos de los grandes cuartos mejor amueblados e iluminados. La razón de su visita no se hace esperar, apenas y solo se toma unos dos minutos para burlarse del pobre estado en el que se encuentra su pequeña morada. De reojo mira el libro de los Blanctorche, ni lo menciona pero claramente se fija en él antes de proseguir con su pedante discurso. Hay mucha fanfarria detrás que Arlen apenas escucha, más interesado en lo que sea que tiene en la mano, habla y habla mientras un brillo extrañamente limpio proviene de lo que tiene entre los dedos hasta que finalmente lo muestra.

Así es como Arlen termina por sentir ese ligero apriete en el cuello, era un collar, la mirada de satisfacción que Saiki le muestra al verle con eso puesto hace que quiera arrancárselo enseguida, pero sabe que eso sería mortal. Es un pequeño círculo de metal plateado, relieves de llamas sobre el mismo que culminan en una piedra color negro sin brillo alguno.

- Estamos conectados después de todo – Dice, parado en medio de su celda, iluminando el pequeño lugar de soledad con su luminosa presencia blanca inmaculada - Es lógico que uses algo que deje saber eso –

- No somos iguales – Aclara, pero el dios se ríe.

- Claro que no, tu eres parte de mí ahora. No mi igual –

Le muestra un espejo, Arlen puede ver su cara, no había pensado pero parece que ha sido meses desde que se vio por última vez. Realmente se ha deteriorado, a parte de su cuerpo ligeramente más flaco, sus ojos parecen cansados y el gris ha perdido su brillo, tiene manchas en la piel de un color más pálido al suyo comparable al de Shion. Su cabello rojo ha perdido el brillo pero ha ganado algo más, algunos mechones del lado izquierdo de su cara que han comenzado a decolorarse en un gris amarillento prácticamente tan plateado como su nuevo collar.

Ni lo cuestiona, solo se mira y mantiene el silencio, es posible que a Saiki no le importe. Podría ser el resultado de morir y regresar muchas veces, vivir en constante refugio del sol y el aire fresco mezclados con la mala nutrición y las golpizas.

No se ve humano, parece un muerto que camina, solo que ahora con una pieza de joyería, solo le falta una cadena para llevarlo por todos lados.

- ¿Por qué estoy aquí? –

Pregunta simplemente por preguntar, ya sabe que no hay respuesta pero aun así lo hace. Siente que preguntar es lo único que lo mantiene desafiante, evita que simplemente se agache y acepte lo que pase. Extraña todo lo que no tiene ahora, extraña ser miserable afuera, extraña su empleo mal pagado y sus amigos vagos.

- Estás aquí porque yo te lo permito –

Saiki se aleja del cuarto, abriendo la reja y dejándola así, abierta de par en par, un golpe más para su orgullo herido. Simplemente no creen que vaya a intentar escaparse de ninguna manera, no es plausible para alguien como él, un simple humano al borde del colapso.

- Sajia ha traído cosas del exterior, asegúrate de ayudarlo –

Le comanda mientras se aleja.

Ha comenzado a querer quedarse en su celda más tiempo…

Allí no pueden herirle, está a salvo, puede mantener las pocas fuerzas que le quedan.


Sajia es el encargado del almacén, aunque él no lo llama así. Un hombre rechoncho con bigote negro y cinturón extraño, aún más extraña es su forma de ser. Si bien le mira con asco cuando Arlen aparece arrastrando los pies dispuesto a ayudarle con la distribución de su recolecta, Sajia habla puras locuras y murmura todo el tiempo, está tan removido de la realidad que es distinto al resto del clan, incluso Magaki le cree un demente. Va a afuera y acarrea bienes para el clan que pueden ser cualquier cosa que los otros requieran, si bien nunca vienen a decirle nada, parece que Sajia es experto en adivinar los deseos de sus camaradas.

Trae velas, suministros para la cantidad imposible de antorchas que tienen ahí abajo, plantas, papel, tinta, entre otras cosas más específicas para distintos miembros. Botan, por ejemplo, la "bruja" como Sajia le llama, requiere parte de animales, cuernos, dientes, pezuñas, patas, huesos, ojos, lenguas, etcétera, cosa que él se encarga de conseguir y luego separa la carne y la prepara apenas para darle de comer al humano. Mencionó una vez que solían usar otros humanos pero estos probaron ser poco prácticos e hizo las entregas él mismo hasta que Arlen apareció.

Incluso si es loco Sajia no deja de ser un demonio del clan, si Arlen se equivoca en algo o rompe el mas mínimo objeto, no tarda en corregirlo con un par de nudillos de metal que lleva consigo en su cinturón. Es bueno en ello, jamás rompe huesos esenciales para el transporte de bienes, le pega lo suficientemente fuerte para dejarlo maltrecho sin embargo.

Arlen trabaja para él, mucho más impredecible que Saiki, a él si le tiene miedo. Saiki será un terrible dios pero no le mira con esos ojos inyectados de sangre, siempre pareciendo que está al borde de arrancar su cabeza de un mordisco.

Sajia es aterradoramente visceral, como un animal rabioso.

El humano camina por un pasillo llevando una caja, sobre esta caja puede ver varios de los mencionados objetos para Botan, pedazos de animales en bolsas o frascos que despiden un olor imposible de soportar. Arlen lo lleva sin embargo, con miedo a tirarlo y enfrentar a Sajia después, con todas las fuerzas que puede conseguir. Conoce el camino ya, el más directo a la habitación donde Botan hace sus experimentos, se toma su tiempo, da vueltas en donde no debería y va deliberadamente lento.

Espera que ella no esté, pero si está, acompañada por esa luz violeta y ese constante zumbido ominoso que viene de su altar extraño compuesto por plumas y ramas. Lo mira por encima de su hombro, arruga la nariz con asco, no por los animales sino por él.

Arlen deja la caja en el suelo y retrocede, gruñendo.

- Confío en que esté todo –

¿Por qué robaría esas porquerías? No puede preguntar eso, se lo guarda, no quiere conflicto. La mira con la expresión cansada de acarrear caja por lo que se sienten como horas, siempre atenta a sus muñecos y sus brebajes de aspecto acido, vestida de una manera extrañamente humana.

La odia.

Quiere clavar ese asta de venado directo en su espalda, dejarla paralizada con suerte. Quiere ver la sangre de su cuello pintando su piel perfecta hasta los pies. Quiere reírse de ella mientras chilla de dolor.

La odia.

Nada de eso es verdad, jamás haría algo así ni aunque tuviera la oportunidad, al menos eso se dice una vez se recupera de semejante pensamiento. Similar a cuando condenó a Mukai a ser castigado (A quien no ha visto desde entonces), le parece terrible pensar eso pero conforme pasa el tiempo este sentimiento de asco que tuvo entonces disminuye. Él sufre ¿Por qué no pueden otros sufrir también? Si él no es inocente entonces ellos tampoco, ellos menos.

La ha estado mirando un rato, dolor lo hace gritar de repente.

Una onda plateada que atraviesa el aire estirándose desde los dedos de la bruja, uno de sus terribles hilos, cortantes cuando quieren serlo. Arlen se arrodilla, mira su pie desnudo y ve la cortada profunda en su tendón, sangrando bastante para ser recién hecha.

- ¿Por qué me miras, pervertido animal? –

Para cuando termina de decirlo él ya ha apartado la cabeza, dientes apretados y nariz arrugada, conteniendo un grito de dolor aún más alto del que le arrancó de sorpresa. La escucha reír brevemente y luego pedirle que se retire, no hay que decirle, no si quiere mantenerse intacto hasta terminar con Sajia, lo que sea que le haga Botan sumado a lo que recibirá si se tarda mucho más no sería nada agradable.

Está por cruzar el umbral de la habitación cuando ella le llama.

- Bestia – Le dice – Quítate esa túnica –

- Eso… -

- ¿No es mi decisión? Lo es ahora que no está tu dueño – Le dice ya con algo de enojo en su voz – No quiero verte con algo parecido a lo que yo llevo, me da asco –

Arlen obedece, quitándose la túnica, quedándose en su simple pantalón de harapos. La mujer lo mira y presiona un dedo contra su labio, sonríe, disfruta ver cada una de esas marcas en la piel crecientemente más pálida del muchacho cautivo. No importa cuánto tiempo pase siempre hay nuevas, siempre hay razones por la que castigarlo, aunque estas sean solo aburrimiento a veces.

- Vete ahora, me das nauseas –


Para cuando los trabajos se acaban, el último que tiene que llevar a cabo es ir con Magaki. Arlen lleva sobre una bandeja un vaso de vidrio, una botella de vino y un jarrito con una flor, lo cual le parece lo más ridículo que ha llevado en todo su tiempo trabajando para el clan. Ninguno de ellos necesita comer o beber, ha dicho Shion, y pedir algo tan fino ser llevado de una manera específica le hace pensar que es solamente una treta para molestarle. Suficientemente difícil es moverse con su pie lastimado pero también tiene que balancear las cosas, de repente se siente como el mayordomo más miserable del mundo, la botella ni se ve tan cara lo cual refuerza la idea de que es todo mentira.

Se cruza por el pasillo con una figura pequeña que le observa fijamente, su larga túnica negra llegando casi hasta el suelo pero su rostro descubierto. De cara palida y ojos grandes, cabello negro recortado minuciosamente. La pequeña acompañante de Shroom, Rimelo, quien siempre le mira de lejos pero nunca se acerca mucho a su cárcel. Ahora mismo está parada frente a él y se cruza en el pasillo hasta hacerle detener para no chocarla.

Podría rodearla pero se acerca tan directamente que lo deja quieto, Shroom viene caminando detrás.

- Oye, no lo molestes, ya bastante problemas tiene – Dice en su usual voz aburrida – Estás sangrando –

- Ya lo noté – Responde Arlen, directo y seco.

Una mano de niña alcanza la bandeja, casi logra que tire todo al suelo antes de notar que quiere tomar algo, Arlen flexiona las rodillas ligeramente para dejarla. Rimelo tiene entre sus dos manos el jarro blanco con la flor roja y presiona su cara contra la misma, como si quisiera sentir la textura de los pétalos en vez del aroma.

Arlen no sabe mucho de ella, se ve como una niña pero bien podría tener diez veces su edad, aun así la imagen es adorable en parte. Realmente no es el único allí atrapado, a algunos no les importa pero puede que les afecte en parte a los miembros del clan más humanos, tal vez Rimelo simplemente quiere volver a sentir las flores y el pasto.

La niña levanta la mirada y lo encuentra, frente a frente. Espera unos segundos, espera que se arrepienta y se la quite, Arlen solo encoje los hombros.

- No notará la diferencia, seguro –

- Es una flor bonita – Finalmente habla, una voz difícil de oír, susurrante y falta de fuerza – Todas lo son –

- Puedes quedártela. No soy muy fan de las flores –

El propio Shroom parece sorprendido de que ella le hablara tan directamente, no se trata de un combate o una misión, le habla de manera tranquila. Rimelo pone la flor cerca de su pecho, un toque rojo que contrasta con su atuendo negro y piel blanca como papel, todavia mira al humano fijamente sin siquiera parpadear.

- ¿Extrañas también las flores? –

La pregunta le forma un nudo en la garganta ¿Es una pregunta inocente o acaso puede leer su expresión cansada? Antes de derrumbarse allí diciendo que si Arlen avanza rodeando a la niña, mantiene su rostro en alto y traga ese nudo hasta que desaparece. Por detrás Shroom le observa, suspira, él si se ha dado cuenta de que tiene los ojos llorosos.

Es por esas lágrimas que camina sin mirar, pensando en esa flor, pensando en Rimelo y su pregunta.

Es por eso que tropieza con alguien en el pasillo, podría haberse recuperado a tiempo pero un dolor punzante en su pie termina por ponerlo de rodillas. La bandeja se cae al suelo, el vaso y la botella van primero, rompiéndose en mil pedazos, causando una lluvia de vino tinto en todas direcciones.

- Vaya, me preguntaba por qué te tardabas, humano –

Sus lágrimas se secan de inmediato, su cuerpo entero tiembla al notar los pantalones blancos frente a él arruinados por una capa de líquido rojo oscuro. La voz es clara, si bien ríe, es porque ha encontrado la excusa perfecta para castigarle. Arlen se mantiene de rodillas, por encima Magaki le observa con ambas manos en sus bolsillos.

- Lo… lo siento… - Dice, genuinamente aterrado.

- Oh, no hay problema, pequeño perrito – Lo ve aparecer, inclinado sobre él para alcanzar la bandeja metálica en el suelo – No esperaba mucho de ti igualmente –

No puede discutir ni dar excusas, sabe exactamente que lo que sigue es justificado de acuerdo a las horribles leyes del lugar. Con la bandeja en mano Magaki le da un golpe del lado izquierdo de la cabeza, la fuerza suficiente para doblar el objeto y dejarlo inútil, lo descarta aventándolo en la distancia.

- ¡Te retrasas y luego esto…! ¡Realmente quieres que te lastime! –

Es otra golpiza más, sabe que debe tomarla cabizbajo pero el dolor de su pie es ya molesto y el abuso de Botan que puso esos pensamientos horribles en su cabeza lo obliga a reaccionar. Es un simple reflejo, cuando Magaki lo toma del cuello Arlen le empuja, inclina su cuerpo hacia adelante y lo golpea con su hombro para apartarlo.

El demonio retrocede, uno de sus ojos gigantes brillando de celeste con una malicia fuera de este mundo, sonrisa puntiaguda tan grande como le es posible.

- ¡Y ahora me atacas! ¡Insolente bestia asquerosa! –

No quiso hacerlo, eso intenta decir pero la velocidad del hombre de blanco es impresionante, en un solo paso se encuentra junto a él y le da un rodillazo al estómago. Puede verlo venir, podría haber hecho algo para evitarlo pero lo deja así, es mejor para él no resistirse ahora.

Puede verlo venir a pesar de que es Magaki.

¿Siempre pudo?

Luego del rodillazo comienza a golpearlo más, Arlen simplemente no se resiste, patadas, puñetazos, rasguños y codazos incluso cuando cae al suelo y presiona sus rodillas contra su pecho. Ha salido con moretones y magulladas solamente hasta que Magaki se molesta por lo débil que es, porque no puede mantenerse de pie, y lo toma por los hombros para sentarse sobre él. Procede a golpear su rostro, izquierda y derecha una y otra vez, Arlen pierde la capacidad de ver, solo puede escucharlo riendo mientras pasa todo.

Magaki alza una mano, esta se convierte en algo difícil de describir, de color rosado y celeste, piel brillante y largas garras que hunde entre las costillas del muchacho. Arlen vuelve a abrir los ojos, casi chocando su nariz con la del sanguinario demonio, este retuerce su mano, girándola hacia un lado y luego el otro, arrancándole gritos de dolor.

"Lo siento" repite una y otra vez, haciendo gárgaras con su sangre.

Pone una mano en el hombro de su atacante, manchándolo de sangre, esa mano termina siendo empalada en el suelo por sus garras, a través de su palma. Siente un dolor que ya no puede gritar, su voz comienza a desaparecer, solo mira con ojos entrecerrados a donde solía estar su mano y ahora es solo una mancha roja con dedos desperdigados en todas direcciones.

Ya no siente los golpes.

Cuando se detienen, no siente alivio, todo duele todavía, pero el peso de ese cuerpo sobre su estómago desaparece rápido. No sabe cómo, pero de pronto Magaki se encuentra lejos, con su atención en la segunda figura que se acerca por el pasillo.

- Suficiente, Magaki -

El color amarillo es como una luz esperanzadora, Shion mira directamente a Magaki, Arlen se mantiene en el suelo, muy adolorido como para reincorporarse. Tiene su lanza al hombro, roja y más larga que su cuerpo, la punta filosa y plateada mostrando su brillo amenazantemente.

- Eres una molestia – Responde el demonio, lamiendo su mano ensangrentada por el humano - ¿Qué te importa a ti lo que pase con él? –

- No es tu decisión como debe castigársele –

- ¿Ah no? – Con una mano en su bolsillo Magaki comienza a caminar, rodeando al humano poco a poco hasta que ya nada se interpone entre ellos – Es una sucia bestia torpe… pero no creo que sea eso lo que te moleste. ¿Acaso has estado fraternizando con él? –

- Silencio –

- Te he visto ir a su celda a escondidas –

- ¿Crees que este humano es la razón por la que quiero matarte? –

- No, eso no… - Magaki da otra lamida a su mano, luego busca un pañuelo en el bolsillo de su traje con la otra – Pero es una buena excusa ¿No? –

- Al menos en eso estamos de acuerdo –

La lanza es apuntada hacia el frente con intención asesina, del otro lado un pañuelo es desechado y ambas manos terminan en sus bolsillos, cuerpo inclinado hacia adelante con una mirada que indica sed de sangre. El chico de las trenzas no sonríe, no incluso antes de una batalla tan importante como esta, no incluso después de haber esperado este momento por tanto tiempo.

¿Por qué no sonríe? ¿Por qué no muestra esa determinación de siempre antes de matar? Sus ojos rojos viajan del enemigo a la derecha, al suelo donde descansa el humano en un charco de su propia sangre.

Magaki flexiona sus rodillas, va a encarar en línea recta.

Shion toma su lanza con fuerza.

Y una luz se cruza entre ambos. Una luz de forma humana que aterriza en el suelo al materializarse como el dios mismo, blanco y refulgente, mirada cansada que dirige a ambos pero a ninguno en específico al mismo tiempo.

- Maestro – Los dos dicen al unísono.

- Estando tan cerca de poder actuar y ustedes dos solo piensan en reducir nuestros números – Dice el dios, pies sobre la tierra y manos en sus bolsillos con una pose relajada, precisamente una pose extraña que espanta a ambos guerreros inmediatamente - ¿Acaso son idiotas? ¿Quieren que los mate a ambos? –

Arlen observa desde abajo, su respiración volviéndose lo único que puede oír, la sangre que ha perdido calienta su espalda al mojarlo poco a poco. Ve como Shion agacha la cabeza y Magaki explica, señalando sus pantalones y luego a él, ve como Saiki cambia entre mirar a ambos y luego al humano en el suelo. Habla con autoridad, su voz demandante es solo un murmullo para él sin embargo, entiende que los regaña pero claramente más a Shion quien no tarda mucho en retirarse con su arma al hombro.

Magaki se ríe, como siempre lo hace y también desaparece por el pasillo.

El dios se inclina sobre él, expresión seria mientras le observa detalladamente. Su cuerpo maltrecho apenas y puede reaccionar, levanta la única mano que le queda para intentar alcanzarlo, pedirle que le cure sus heridas pero este inclina la cabeza hacia atrás para evitar esos dedos manchados.

- Después de todo este tiempo creí que ya sabias sobre tu posición, parece que aun requieres castigo – Dice, convencido de que algo ha hecho a parte de tropezarse, no sabe que le ha dicho Magaki – Te quedarás ahí hasta desangrarte, y no vayas a otro lado, arruinarás el suelo con tu sangre –

- Por favor… al menos… -

- ¿Matarte? No, eso sería muy rápido – Saiki se levanta – Mantente allí hasta que vuelva –

La silueta blanca se aleja y se desvanece en un haz de luz repentino dejando al humano solo con sus propios respiros entrecortados y sus quejidos. El pasillo oscuro de pronto se torna frio, irreal, el dolor empieza a llegar de golpe arrancándole un grito de agonía.

Grita y grita, nadie viene a socorrerlo.

Grita por sus amigos, las madres que tuvo, por algún amor perdido, grita por ayuda de cualquiera.

Nadie viene.

Nadie sabe que está vivo, ni siquiera él mismo lo sabe por momentos.


La imagen del humano tirado en el suelo rodeado por su propia sangre es algo que Shion no puede quitarse de encima. No sabe por qué, ha visto incontables personas agonizando, en peor estado que él, gritando y suplicando por sus vidas pero nunca le afectaron. ¿Acaso es porque ha hablado con el humano unas cuantas veces? Eso no tendría sentido, porque incluso si muere entonces será revivido, el Maestro no tiene razones para no traerlo de vuelta ¿Entonces por qué le importa que sufra?

No sabe.

Camina por el mismo pasillo que antes, lleva su túnica puesta pero no la capucha, descuidado. Lo ve a lo lejos y apresura el paso, ligeramente, sigue allí y está boca abajo. No ha pasado mucho tiempo pero tampoco sabe darse cuenta, no mide el tiempo hace mucho, no mide cuanta sangre pueden derramar hace incluso más.

Antes tuvo una oportunidad, enfrentarse a Magaki y finalmente darle un final. Podría haber dejado de verlo por la guarida, actuando como si fuera el mejor de todos, incluso si el Maestro lo trajera de vuelta quedaría en constancia que fue vencido una vez por Shion. Tuvo la oportunidad de hacerlo pero no pudo, sintió la necesidad de hacerse a un lado, evitar al humano y, cuando estuvo preparado para el ataque, ni una sonrisa salió.

La batalla que ha esperado durante décadas, finalmente frente a él un oponente digno de su lanza y no consiguió sentirse bien.

Todo por un simple humano moribundo.

Lo voltea boca arriba usando su pie y ve que está vivo, algo capta su atención sin embargo, queda sin palabras. La cara del humano, hecha pedazos por los golpes de Magaki, cubierta de sangre, está adornada por dos pequeñas perlas que se asoman por sus ojos. Brillantes bajo la tenue luz del fuego en la guarida, casi imposibles de ver desde arriba pero, una vez arrodillado, tan notorias y brillantes como el collar que lleva.

Lagrimas.

Estaba llorando en silencio.

Sus ojos entreabiertos recuperan el brillo tan pronto como Shion le da la vuelta. Hace lo posible para darle una sonrisa pero apenas puede mover sus labios, la sangre es el único color en su rostro, el resto es una mezcla de palidez de su piel transformada y la muerte cercana que ya se nota.

- Volviste – Dice débilmente el humano.

- Arlen –

Ese es su nombre.

Mencionarlo lo toma por sorpresa, el muchacho de mechones plateados mueve sus ojos a un lado. Intenta mover sus brazos para apoyarse sobre sus codos y poder sentarse pero incluso eso es imposible ahora mismo.

- Suena tan raro… escuchar mi nombre –

- Estabas llorando –

- Si, supongo que si –

- ¿Por qué? –

Shion no lo entiende.

Nunca ha llorado en su larga vida, nunca ha sentido tristeza de hecho. Incluso al ver tanta muerte y destrucción, no siente tristeza. Ha sentido frustración, impotencia, enojo, pero cada vez que algo malo pasa él reacciona de esa manera y no con tristeza. Incluso ahora, viendo al humano y como sus lágrimas caen por su rostro, como presiona sus labios juntos para no dejar salir un llanto desconsolado, no siente tristeza.

Siente lastima.

¿Eso es un tipo de tristeza? No le causa llanto.

- Extraño ser yo mismo – El humano dice, entre suspiros quejumbrosos – Y sé que nunca volveré a serlo –

Incluso si lleva tanto tiempo alejado de los humanos, de su propia humanidad, verlo así de tan cerca le hace sentir otra vez. Alcanza con su mano la cabeza rojiza y la levanta ligeramente, lo ayuda a girarse y finalmente pone al humano, a Arlen, en su regazo. Su sangre mancha las calzas azules dándoles un color asqueroso, pero no le importa.

Dentro de su túnica alcanza un pequeño vial, no más líquido que dos dedos medidos. Lo destapa y lo pone junto a los labios de Arlen.

Este mira hacia arriba.

- Veneno – Shion dice simplemente – Entonces no sentirás nada hasta que Saiki vuelva a revivirte –

- ¿Y si se olvida? –

Es ilógico, incluso si se olvidara eventualmente lo revivirá. El humano finalmente logra sonreír, esa sonrisa altanera que muestra cuando discute con Shroom o logra atrapar a Shion en algún juego de palabras. Una sonrisa genuina, desafiante, una sonrisa humana.

- ¿Y si ya no volvemos a vernos? –

- No entiendo por qué importaría eso – Los mortales tienen una fijación con los supuestos bastante triste.

- Supongo que nunca tendría tanta suerte –

Su voz empieza a morir al final de esa frase, sus ojos pierden el brillo vivo que tenían hace unos segundos. Shion presiona su labio inferior y desliza el vial en su boca, vertiendo su poco contenido, el ángulo de su rostro perfecto para que solo se deslice y que lo trague por reflejo.

Arlen muere en silencio, pequeños espasmos que terminan enseguida y queda tieso.

Shion se mantiene allí arrodillado acariciando su cabeza mucho después de la muerte. Mirando sus ojos llorosos y su expresión repentinamente serena.

Un humano, poco más especial que cualquiera, forzado a que su nombre sea olvidado y que su existencia pase a ser un mero recuerdo. A diferencia de todos ellos, este humano encajaba en la sociedad y fue arrebatado con una sola muerte, emprendiendo una caída, ahora irreconocible a como era antes.

Un humano que disfrutaba su corta vida en la tierra, forzado a sufrir por siempre en ella.

- Eso si es triste – Musita Shion, no es escuchado, una expresión de enojo crece en su rostro.


El enojo de un guerrero.

La risa de un demonio.

La crueldad de Dios.