EPÍLOGO

Diez meses después, en Eilean Donan se celebraba el bautizo de Sarada, la preciosa hija de cabellos oscuros y ojos negros de Sasuke y Sakura Uchiha. La celebración reunió de nuevo a todos los familiares y amigos. Pletórico de alegría con su hija en brazos, Sasuke no podía apartar los ojos de su mujer, que en ese momento bailaba con Myles una danza escocesa.

—¡Déjame que la coja un rato! —le pidió Óbito al ver a su preciosa sobrina.

—Sarada —murmuró Sasuke tras darle un beso en la cabecita a su adormilada hija—, te va a coger el tío Óbito.

—¡Es tan preciosa como su madre! —exclamó Óbito al besar a la niña una vez que la tuvo en sus brazos. Aquella pequeña le producía una ternura inmensa, tanto o más que la propia madre—. Aunque espero que no tenga tanto genio, ni cometa tantas locuras.

—Yo espero que sí —se carcajeo Sasuke, que observaba a su mujer muerta de risa mientras danzaba junto a Temari, Matsuri y Tenten—. Espero que sea igual que su madre. Así me garantizo que sabrá defenderse sola de cualquier patán que intente acercarse a ella.

—En cierto modo tienes razón —asintió Óbito mirando en ese momento a Temari, que bailaba felizmente a los sones de las gaitas con Naruto y Marlob, mientras Neji y Suigetsu mecían a sus respectivos hijos y charlaban.

—Una cosa, Óbito —susurró Sasuke—. ¿Cuándo vas a ser lo suficientemente valiente para decirle a Temari que no puedes vivir sin ella?

—Oh, hermano —respondió con una cómplice sonrisa, justo en el momento en que Temari lo miraba retándolo con los ojos—. Como dijo una vez el padre Gowan, todo a su tiempo.

Fin.