El espacio blanco entre mundos. Arlen camina por él nuevamente, la segunda vez en toda su estadía con el Clan de demonios, esta vez se siente más mareado por ese extraño lugar. Hay un suelo fijo bajo sus pies pero no puede verlo, camina tranquilo intentando mantener su equilibrio, tiene la impresión de que podría caerse en el infinito si no tiene cuidado. No hay cielo ni muros ni horizonte, caminan por un tiempo determinado pero tampoco siente que haya pasado mucho.

La figura de Saiki se ve en su hábitat natural allí. Su usual silueta completamente blanca parece colorida junto al fondo del vacío. Su cabello se nota ligeramente más rubio y su piel con un poco de color, lleva puesta su túnica negra que al menos ayuda como descanso de tanto brillo. Detrás Arlen sigue, como lo hace siempre, sin preguntar, sin cuestionar, con su capa blanca y su camiseta negra debajo como un completo opuesto al dios en frente.

- ¿Sabes lo que me gusta de los humanos, mascota? –

Habla de la nada, Arlen tuerce la cabeza, su voz comandante retumba en el infinito espacio blanco.

- ¿Hm? –

- La música –

Eso lo deja quieto, Arlen queda sin saber qué hacer, incluso se detiene en seco. ¿Acaso lo dice en serio o es simplemente para molestarle? Ha visto a Saiki disfrutar libros humanos antes, no es tan descabellado pensar que disfruta también de la música. El dios se gira en su dirección al notar que no le sigue, lo mira de arriba abajo, luego esboza una sonrisa mientras enreda el cabello rubio en su dedo índice.

- Como con los libros, escuchando la música puedes notar la intención del autor. Sea triste o alegre, haya coros o no, sea una orquesta un simple hombre tocando un piano o violín, siempre hay algo constante – Dice, obviamente haciendo referencia a la música clásica, de la que Arlen apenas y conoce su existencia – Es un mensaje que intenta perdurar más allá de su creador, un pedazo de él que se vuelve inmortal con la esperanza de ser recordado en la eternidad –

- ¿Entonces te gusta la música o lo que representa? –

- Es una buena acompañante en algunos casos ¿No puede ser ambas? – Saiki parpadea, ojos pequeños y alargados directamente puestos en el humano, le ponen incomodo, le provocaban cólera pero ahora simplemente aparta su propia mirada, intentando evitar el castigo – Te traje para poder compartir un momento juntos –

- Maestro… no es necesario… -

- Lo es si yo decido que sea – La voz se irrita un poco, Arlen encoje los hombros un poco – Quiero que nuestro tiempo juntos valga la pena de ahora en adelante. Quiero verte… hm… no, no arruinaré la sorpresa –

Un mensaje cortó pero que predice algo terrible, aun así el humano continua siguiéndolo hasta que el universo blanco se cierra y da paso a un pasillo oscuro, difícil de acostumbrarse al cambio de colores. Sigue la figura blanca por un pasillo oscuro, hay escaleras en cierto punto, luego otro pasillo, portones sin puertas.

Simplemente lo sigue, porque esa es ahora su única labor.

Siempre lo seguirá.


Es difícil describir el lugar donde se encuentra, el mismo Arlen ha visto muchas cosas extrañas pero sigue sorprendido. Todavía es una cueva, o al menos un conjunto de pasillos y habitaciones bajo tierra igual que las que habitó todo el tiempo de su captura pero el ambiente es distinto. Se siente más frio, no hay corriente de viento y al suspirar todavía no puede ver su aliento, no es como si estuviera en una nevera pero aun así agradece tener su larga capa blanca. No hay luz directa, ni del sol ni de antorchas, velas o bujías, pero aun así el suelo y las paredes son irradiados con un leve tono azulado blanquecino como si la luna brillara en el interior, esto se vuelve más notorio mientras se acercan al "centro" del lugar.

Terminan en lo que el humano interpreta como una especie de balcón, una habitación al final del pasillo que es pequeña y una de sus paredes toma la forma de un barandal. Hacia abajo se ve el resto del complejo, y eso es lo difícil de describir.

Un lugar circular, el palco de donde observan está en el cuarto piso, hay muchos de estos alrededor como si se tratara de un teatro. La luz de luna brilla desde más arriba, desde una bola artificial color blanco. En el centro del lúgubre teatro descansa una segunda orbe, más pequeña, color rojo intenso, rodeada por una piscina iluminada por su extraña luz. Hay escaleras ostentosas que salen de ese lugar y se internan entre los palcos, hay columnas sosteniendo toda la estructura que son rodeadas por gruesos cilindros enredados que parecen ser cuerpos de serpiente.

Si antes pensaba que la guarida del Clan era el infierno, ahora lo ha reemplazado por este otro lugar, simplemente su aura emana maldad pura.

Tras observar la gran caída, Arlen se vuelve hacia el dios quien toma asiento en una silla, aparentemente preparada para él con anterioridad. Hay una mesa donde descansa una bandeja de frutas, dos copas doradas y una jarra que toma para servir en ambas copas un poco de vino.

- ¿Qué es este lugar? –

- Nuestro clan tiene muchas guaridas, es una de ellas –

- ¿Qué hacemos aquí? –

- ¿No te dije ya? Quería compartir algo contigo, pequeña mascota –

Le alcanza una de las copas, Arlen la toma sin pensarlo pero enseguida la mira, frunce el ceño ligeramente. Escucha al dios sacar una risa casi imperceptible mientras alza el dorado recipiente y se encoje de hombros.

- Oh, por favor ¿Crees que haría algo tan banal como usar veneno? –

Hay un silencio entre que ambos comparten un trago, por primera vez desde su llegada. Antes de ser capturado Arlen solía tomar alcohol en grandes cantidades, trayéndole problemas a la hora de mantener una rutina estable y un trabajo demandante. Con todo lo pasado entre los demonios olvidó lo mucho que disfrutaba el alcohol, ahora da un sorbo y el vino le parece asquerosamente amargo, contorsiona su cara de tal forma que Saiki vuelve a reír, esta vez mas notoriamente.

El dios se levanta brevemente y camina en dirección a una esquina del palco, hay un fonógrafo o tocadiscos, Arlen realmente no sabe la diferencia, solo conoce las palabras. Tiene una manija que Saiki ni toca, por lo que debió haberle dado poder de antemano, simplemente pone la aguja sobre el disco negro y este se pone a girar con el presionado de un botón.

¿Es eso por lo que le mencionó que le gusta la música?

- Has preguntado varias veces sobre la razón de tu captura – Menciona el de blanco, volviendo a su cómodo asiento - ¿Has pensado en una respuesta? –

El humano no responde la pregunta inmediatamente, solo mira a su copa, el reflejo de su superficie dorada perfecta, donde ve su propia piel pálida, ojos que no le pertenecen y cabello con apenas unas pocas manchas rojas restantes. Tal vez no ve todo eso pero recuerda a la última vez que se miró al espejo, recuerda cuando perdía el aliento por ello y ahora es simplemente una realidad.

Ni siquiera se parece a él mismo ahora.

- Me trajiste porque querías un humano para observar ¿No? – Responde seriamente, sin mirarlo siquiera – Porque necesitabas estudiar a alguien similar a aquellos que quieres destruir y… querías… saber exactamente como romper a los que te obligaron a retirarte hace tanto tiempo –

- Los Blanctorche – Completa el dios, escondiendo un repentino cambio en su tono a una versión amarga.

El piano resuena en la habitación abierta, un piano triste y melódico pero fino, ningún otro instrumento, simplemente un piano solitario que el dios acentúa con sus delgados dedos imitando al pianista, como si supiera la canción de memoria.

- ¿No tengo razón? Lo que quieras hacer es… para vengarte de ellos –

- Eso es lo que he dicho, si –

Se levanta nuevamente, con la mirada perdida y melancólica, Arlen ya conoce bien esa mirada. Cuando recuerda de su pasado reino sobre los humanos antiguos, cuando tiene en su memoria glorias de tiempos remotos, entonces es cuando esos ojos color cielo se alejan y se posan sobre otros tiempos, cuando Saiki se ve extrañamente humano, añorando otras épocas. Camina lentamente, paso a paso, Arlen no se aparta, deja que se acerque, no siente ninguna maldad viniendo del dios… o simplemente ya no sabe distinguir.

Saiki llega al balcón y mira hacia abajo, reflejada la luz roja en su mirada pálida, estira una mano hacia adelante y entre sus dedos ve brillar ese distante y cálido color.

- ¿No es ese el plan? ¿Volver a vengarse de los Blanctorche? –

- La gente cambia, la naturaleza cambia, los animales cambian… todo cambia con el tiempo – Cierra su mano de apariencia frágil, expresión fría en su rostro - ¿Por qué el que lo controla debería ser distinto? –

- ¿Qué quieres entonces? –

- No es sobre lo que quiero sino sobre lo que necesito – Saiki se gira hacia Arlen, regresa el brillo a sus ojos, la malicia que debería hacerlo retroceder pero él simplemente no lo hace – No necesito un esclavo, necesito un ángel –

Lo dice en broma, volviendo a su usual manera de burlarse de la religión y sus conceptos, compararse a sí mismo con el dios cristiano. Ya ha escuchado eso antes, cuando le invitó a sentarse junto a su trono como lo haría un ser divino cuidando de su creador. Arlen deja la copa sobre la superficie del frio parapeto de aspecto fino.

- ¿Por qué tenerme a mí a tu lado? Soy solo un humano –

- ¿Lo eres? ¿Te has mirado al espejo últimamente? –

Frente a frente, se nota el parecido aterrador, sus facciones iguales, su pelo similar y complexión parecida hasta en altura. Arlen frunce el ceño, no tiene nada que decir contra eso, ni él se siente humano ya, solo se aferra a la definición por simple costumbre.

- Aun así, confiar en mí… -

- En una tierra de demonios sedientos de sangre y gloria, confiar en el único que me teme y me ama por igual no me parece tan descabellado – El dios agrega – Eso te hace distinto a ellos, no un demonio sino un ángel, una copia de dios –

- Yo no… – Quiere decir que no lo ama para nada pero se detiene, si lo dijera no sabe qué tipo de castigo caería sobre él. Es el miedo que Saiki menciona lo que lo mantiene callado, y el amor lo que hace que lo mire con compasión cuando este recuerda el pasado.

Saiki nunca se equivoca.

- Si todos desaparecen, necesitaré a mi más fiel sirviente a mi lado –

- ¿Qué es lo que quieres hacer? – Pregunta otra vez, un escalofrío le recorre el cuerpo pensando en que podría ser peor que el exterminio de sus enemigos.

- Nos quedamos sin tiempo –

No es una metáfora o algo profundo, tan pronto como el dios dice eso y mira en dirección de la habitación debajo un conjunto de personas entran caminando. Todos llevan túnicas negras, difíciles de distinguir desde arriba el hecho de que son más ordinarias que las que llevan los miembros del clan. Arlen se aferra al borde inclinándose sobre el vacío, sabe incluso desde allí que esos no son demonios, escoltados por un hombre que no lleva la capucha y grita a todo pulmón en un idioma que no se entiende.

Son humanos, no sabe cómo los distingue pero puede sentirlo. Se gira hacia Saiki quien le da la espalda a la multitud, dando vueltas a su copa en mano.

- ¿Qué es esto? –

- Un sacrificio necesario para mis ambiciones –

Los humanos rodean la obre, sus capuchas impiden ver las caras, cuenta unos veinte formando un circulo desordenado, con el tipo que grita en medio alzando sus manos en el aire de manera ominosa. Arlen siente que su corazón se acelera pero él mismo no se mueve, completamente falto de emoción en su cara, sabe exactamente que no puede hacer nada por ellos. Saiki le demuestra, en silencio, que su influencia como dios todavía existe en el mundo moderno aunque sea solo en cultos pequeños como ese.

Un sacrificio, no esperaría menos.

Cada quien en ese grupo saca un cuchillo y lo toman con ambas manos. Hay figuras de muchos tamaños, edades distintas seguramente ¿De qué manera terminaron asociados con este dios del tiempo? ¿Están controlados por alguien o lo hacen queriendo?

El hombre de barba grita una vez más y los cuchillos bajan.

Todas las personas caen a destiempo, en segundos nadie se mueve, incluso el propio dueño de la sangrienta orquesta se corta su propio cuello. Los golpes de los cuerpos son lejanos pero aún se escuchan retumbar, Arlen no aparta la mirada. La sangre de los celtistas hace un charco grande en forma circular, este empieza a brillar igual que la esfera en el centro.

Una muerte horrible, los primeros humanos que ve en mucho tiempo y todos mueren. No puede hacer nada, no le molesta, es simplemente natural, no podría detenerlos e incluso si lo hiciera, jamás escaparía de Saiki. El hombre que algúna vez fue grita con fuerza, golpea el borde y salta al vacio para llorar a esas pobres almas, pero el hombre que ahora es se queda quieto aceptando el destino.

¿Siquiera es un hombre ahora o simplemente un ángel para ese dios sanguinario?

- Aún queda un poco para agregar al sacrificio –

Una mano en su espalda, fría e inhumana. Un brillo repentino y se encuentra en el centro de la habitación, abajo, la transportación de Saiki todavía le produce escalofríos. El piano que resonaba en su oreja pasa a ser un eco que llueve desde arriba, acompañado por la tenue luz de luna que ilumina ese suelo rojo.

La habitación pulsa con vida, las paredes, las grietas debajo, todo brilla con rojo y pierde su brillo solo para recuperarlo enseguida, similar al latido de un corazón humano. Arlen mira a su alrededor los cuerpos, dando su sangre para que esta brille con el resto, sus corazones han dejado de latir y ahora ayudan a la habitación misma a hacerlo.

Aparece un demonio, Eridu, acompañado por una cara que no había visto antes, llevando una especie de mascara para su boca color oscuro bajo su capucha, Arlen cambia su atención a quien es traído por Eridu y comandado por esta nueva figura. Un viejo encadenado de túnica blanca, aspecto lúgubre, siendo pateado para que camine más rápido.

- ¿Sientes el poder fluyendo? –

La habitación late, lo hace también su propio corazón, al mismo ritmo. Se siente conectado allí, el orbe se siente cálida, a gusto.

- Me has traído aquí para… ¿esto? –

- Para que finalmente sientas lo que es debido, ángel mío. Eres una parte de mí ahora ¿No? Es lógico que este poder sangriento se sienta adecuado para ti, un instinto quizás –

- Parte de… ti –

- ¿Acaso crees que tu apariencia es solo porque sí? Yo te di un regalo, hace rato ya – El dios habla de manera grandiosa, su voz resuena en todas las columnas que respiran con vida – Ahora eres la viva imagen de tu creador, más que humano, distinto a los otros del clan, eres un pedazo de mí que he compartido… eres bello, eres fuerte y, más que nada, ahora eres inmortal. Las ataduras del tiempo han sido cortadas para arrodillarte junto a mi trono por siempre. –

Un sueño pasa por su mente, un sueño en un fondo blanco, un beso de fuego que derrite sus entrañas, los susurros dulces del dios diciendo que merece "algo peor que la muerte". ¿Qué es peor que la muerte sino la vida eterna?

Arlen mantiene su vista fija en el anciano siendo pateado hasta que este llega frente a él. Su frente calva, las facciones de ese rostro asustado, las recuerda perfectamente. Un viaje a una catedral hace rato, lo que parece un año o más, donde este mismo sacerdote entró allí para gritarles y exigirles que se vayan en un idioma que el humano no pudo entender. Eridu lo patea una vez más hasta que cae de rodillas frente a los dos rubios.

- Incluso tu poder es el mío ahora –

Extiende su mano, ayudado por una de uñas negras que le sostiene, y de ella emana una llama. Mantiene el color blanco con destellos celestes que tuvo alguna vez su poder pero es un fuego ahora, un fuego espeso y ruidoso aunque lumínico, tinta blanca opuesta a la de color negro que Saiki usa.

El monje suda y comienza a hablar, suplicando en idioma desconocido.

- Hace mucho un humano le salvó y fue castigado por ello – Saiki susurra por detrás – ¿Es eso lo que quieres repetir ahora? Volver a tu posición inicial, revivir todo el sufrimiento –

- … -

- O acaso quieres tomar tu lugar como un pedazo de mí, abandonar al esclavo humano –

Entre sus dedos se desliza un cuchillo frio y plateado, él lo aprieta con fuerza, escucha a Saiki retroceder un paso. Podría voltear e intentar clavar el puñal directo en su cuello, no sabe si sería lo suficientemente rápido pero si ahora es más fuerte hay una oportunidad… pero si falla…

¿Cuánto puede soportar de dolor? No quiere volver a vivir todo una y otra vez, ahora sabiendo que vivirá para siempre en tormento sin importar cuanto tiempo pase. Es ese dolor que recuerda lo que lo mueve hacia adelante, con sus ojos celestes puestos en el sacerdote, sus facciones ancianas iluminándose repentinamente cuando la habitación vuelve a latir, cada vez más rápido.

Desearía dudar más, pelear contra la influencia del demonio, pero cuando piensa eso la hoja ya se entierra en el cuello del hombre.

Hace gárgaras, musita una palabra con su último aliento.

Cae al suelo y comienza a sangrar entre las grietas, intensificando el brillo.

Siente sus manos mas frías, su aliento algo distinto, una mano vuelve a posarse sobre la suya y aprieta la daga con fuerza. El rostro del dios aparece, sonriendo de manera maliciosa, acercándose al punto de casi poder tocar sus narices. Lo mira directamente y le dice palabras de elogio que Arlen ya no puede oír, está completamente ausente, con su rostro puesto fijamente en el anciano sangrando.

"Demon" dijo el anciano antes de morir, en un acento extraño pero que no necesita traducción alguna.

Acaba de apuñalar al humano y matarlo.

Tiene, ahora, un nuevo propósito, este empieza y termina con la voluntad de Saiki, el dios del tiempo y dueño de su alma.

El suelo rojo se ve bonito.

Es del color que su pelo solía tener…