CAPÍTULO IV

HORAS ANTES DEL ATAQUE A TROST

La mañana había transcurrido con bastante normalidad, y nostalgia. Varias semanas habían pasado desde la última vez que compartieron tiempo los cuatro juntos, y volverlo a experimentar traía consigo aquel sentimiento de añoranza por los años de paz y felicidad, previos a la caída de Shiganshina, donde veían a Ilva con mayor frecuencia.

Elia miró a su madre un poco preocupada, pero esos ojos idénticos a los suyos aconsejaron no mencionar una palabra sobre el Cuerpo si querían que la joven soldado se olvidara del estrés y frustración un rato al menos. Sin embargo, era difícil distraerla dado que el Comandante Erwin y compañía habían pasado hace tres horas por la avenida principal, cerca de su callejón y ella los había visto desde la ventana.

Los tres podían ver que la muchacha en principio intentaba actuar con normalidad para no preocuparlos, pero Elia la conocía bien; Ilva apenas había dormido durante la noche, pero al menos su llanto de rabia por las órdenes recibidas hace una semana, donde se le había dado de baja por esta misión, había cesado después de comenzar a charlar.

Una vez más, miró a su madre y discretamente le guiñó el ojo para tranquilizarla, y señalarle en dirección a su hermana menor, quien miraba la mesa con mayor alegría y semblante mucho más relajado. Incluso con un brillo entusiasta en su mirada al ver las exquisiteces que hornearon para ella. Porque aparte de su amor por su carrera militar, la comida había estado primero y llevaba amándola toda su vida.

- Esto está delicioso mamá – le dijo la muchacha con energía mientras engullía un abundante desayuno, y colocando el trozo de pastel casero justo detrás de unos bollos de canela que Elia le había preparado – ¡Y ni siquiera es mi cumpleaños! – exclamó sonriente.

- Está bien celebrar fechas especiales, pero también es sano darse un gusto de vez en cuando – le comentó su padre con tono alegre antes de llevarse un trozo de pastel a la boca, con su habitual taza de té verde enfrente, y tratando de dar un vistazo rápido al periódico. Estaba más que claro que Ilva había heredado el amor por la comida de él.

- Eso es cierto – comentó Elia, algo intranquila al ver aquella usual actitud infantil y despreocupada de su padre, quien además estaba subiendo de peso alarmantemente – pero usted ya no es joven para comer tanto, papá. Recuerde lo que le dijo el Dr. Jaegar la última vez.

- Si, hija, lo sé. Es sólo que me siento feliz de que estemos juntos – respondió jubiloso mientras daba un sorbo de su bebida con cuidado de no quemarse, lo cual no logró por la forma en que sacó a lengua e intentaba echarse aire con una mano.

- Ten cuidado, cariño – le regañó su esposa con afecto, y después le siguió la preocupación – Y ahora que lo mencionas, ¿alguno de ustedes ha sabido algo sobre él? – preguntó mirando a su marido y luego a sus hijas - El nombre de Carla sí figuraba en el listado de víctimas confirmadas, pero ni los niños ni él aparecían.

– Grisha era un excelente doctor, y mi amigo. Me apena mucho no haber sabido nunca más de él – respondió con desánimo y la mirada concentrada en el vapor de la tetera sobre la mesa – Pero temo lo peor, porque nadie del rubro nunca más supo de él.

- Desafortunadamente, hubo un alto porcentaje de civiles que desaparecieron sin dejar rastro, mamá – respondió Elia, sin necesidad de añadir más información. Ella y su padre habían presenciado las expresiones de terror, impacto y dolor de algunos a quienes conocieron en los refugios cuando había sido voluntarios.

- Si los chicos se salvaron, es probable que se hayan unido a la milicia – dijo Ilva, con expresión lúgubre. Ella sólo vio al hombre un par de veces, ya que usualmente se quedaba jugando afuera con sus hijos, que a veces que le acompañaban – Muchos huérfanos optaron por ese camino debido a que a la falta de opciones.

Para Ilva, pelear era una vocación. Y por la manera que fruncía un poco su boca, sabían que estaba en contra de cómo el Gobierno se había aprovechado de sus situaciones. Muchos de ellos terminarían siendo carne de cañón y sólo debido a que no tenían mucha elección; contar con tres comidas al día, techo y salud gratuita era un sueño para cualquier ciudadano fuera y debajo el muro Sina.

- La realidad es dura, hija mía – añadió su padre, tendiéndole la mano con una sonrisa triste en su rostro.

Su madre imitó la misma expresión, pero Elia podía ver que su hermana no se había percatado de que ambos se referían a lo que estaban conversando, y al mismo tiempo, a lo preocupados que estaban de su situación de salud. Se le hizo un nudo en el estómago, y al hacer contacto con su madre, supo que ella percibía su congoja.

- Por eso mismo, siempre debemos estar agradecidos de la vida que llevamos – Manifestó su madre, determinada a continuar con una mañana más alegre mientras se sacaba el delantal de cocina y colocaba pan recién horneado en la mesa para sentarse junto a ellos – Como este preciso momento lo demuestra, somos afortunados.

- Así es, querida – dijo su marido, sonriéndole en calma y luego mirando a su hija mayor, esperando tranquilizarla.

La verdad era que los tres estaban bastante preocupados por lo que le estaba pasando a Ilva. Por mucho que ambos fuesen doctos en las artes curativas, su madre como herbolaria y su padre como sanador, más ninguno tenía conocimiento de lo que podía estar afectando a la menor de sus hijas.

Elia, a sus veintiocho y quien había aprendido de ambos, tampoco tenía certeza; ni siquiera con sus habilidades y conocimientos más actualizados. Sólo quedaban ciertas sospechas, pero no había mucho que pudiesen hacer debido a que el problema radicaba en su cerebro. Ahora sólo podían esperar que, con reposo, medicinas y calma, el estado de la joven mejorara y los malestares desaparecieran.

Ilva decía sentirse bien, pero su hermana podía ver a través de sus intenciones por tratar de no alarmarlos, consciente de que no estaba mejorando. Si bien las molestias ahora no eran frecuentes como en un principio, de igual modo persistían; compartir un cuarto durante toda una vida le permitía observar lo que ellos no.

- De verdad mamá – comentó la soldado, con la boca llena de pan dulce, logrando cambiar un poco el curso de sus pensamientos – Si te llevara a ti como cocinera del regimiento, las cosas serían muy diferentes. Me atrevo a decir que hasta el mismísimo Capitán alabaría tus dotes culinarios, y eso que no le vemos comer muy seguido. Al igual que papá, bebe té hasta por los poros.

Los tres rieron ante el comentario de la chica, pero más que nada de verla un poco más animada.

- Bueno, al menos ya sabemos que aquí tenemos una gran variedad de té con la cual tentarlo, hija – aseguró su padre, sabedor de lo mucho que su pequeña admiraba a ese hombre que ellos apenas y habían visto a lo lejos. Sin duda un hombre intimidante, a pesar de lo bajito al lado de personas como Mike o el mismísimo Erwin Smith, pero si Ilva creía tanto en él, era por algo.

- ¡Ja! No sabría si reír o quedarme como estatua de verlo aquí – rio la chica con gesto pensativo – Pero quizá cuando logre entrar a su escuadrón, tal vez no sea tan descabellado. Puedo invitarlo, ¿verdad? – le preguntó a su madre, ilusionada ante la idea – Claro, si es que acepta – acotó como si hablase sólo consigo misma, sopesando algo que ellos no entendían.

- Si hay alguien capaz de persuadir a quien sea de algo, eres tú – señaló su progenitora, con cariño. Desde muy pequeña, Ilva había sido muy tenaz; la palabra incluso le quedaba corta.

- Eres de esas personas que logran convencer a punta de amenazas o cansancio – dijo Elia, riendo burlona, y recibiendo en respuesta una mueca que solo ella veía – En cambio a ti, es prácticamente imposible hacerte cambiar de opinión. Qué paradójico, ¿no crees? – comentó pensativa. Luego miró a la chica y le hizo un guiño rápido para regalarle la mitad de su pastel en son de paz.

- Así es, hermana – asintió esta, hablando con un trozo de comida en la boca y aceptando su regalo – Muy difícil.

Así transcurrió la mayor parte de la mañana, disfrutando del ambiente familiar que siempre extrañaban. La presencia de la menor siempre lograba avivar la energía de todos, dado que ella misma era como un torbellino, inquieta y algo rebelde, pero siempre contagiaba de alegría a todos con sus historias y locas ocurrencias.

- Volveremos en unas dos o tres horas – dijo su madre mirando al reloj que tenían colgado en la pared, sobre la vieja chimenea - Necesitamos hablar con el señor Park por la mercancía pendiente. Quizá tardemos dos o tres horas, cariño así que, por favor, te encargo desempacar las cajas que llegaron la tarde anterior - Elia sabía que en su petición iba incluido cuidar de Ilva así que asintió una sola vez para asegurarle que todo estaría bien.

- Si, y cuando vuelva espero oírlas un rato cantar – les dijo su padre, sonriendo esperanzado – ¡Sacaré mi guitarra para acompañarlas! – gritó entusiasmado, luego se puso repentinamente serio, rascando su barbilla pensativo – Querida, ¿Recuerdas dónde la guardé la última vez?

Ambas hermanas se miraron y rieron, sabedoras de lo que vendría, pero incapaces de negarle esa alegría.

- La dejaste en el baúl con las cosas de tu padre, cariño – respondió la mujer al momento que se calzaba su chaqueta. Volvió a mirar el reloj - Pero ya es hora de que salgamos o no lograremos hablar con él – objetó su esposa, apremiante, casi empujándole a la puerta.

- Buena suerte, mamá, papá – dijo Elia, volviendo a hacerle un gesto en secreto para asegurarle que estaría atenta.

– Cuídense ustedes dos, eh – les dijo la señora a sus hijas con seriedad en el momento que se colocaban sus sombreros y salían con prisa.


MINUTOS ANTES DEL ATAQUE

Luego de una hora, las chicas ya casi habían terminado de colocar todo en perfecto orden, tal como a sus ellos les gustaba.

- Odio tener que quedarme aquí sin poder hacer nada más que ayudar en la tienda – se quejó la menor mientras se sentaba sobre el mostrador, dejando que su hermana verificara su temperatura y estado antes de dejarle continuar con los quehaceres.

- Deberías agradecer que papá y mamá no están en casa y que estoy dejando que me ayudes – soltó Elia con las manos en la cintura, fingiendo estar ofendida mientras imitaba la mirada acusadora de su madre - O prefieres que te obligue a irte a la cama, como sé que haría ella, ¿mmm?

- No, gracias. Estoy muy bien – aseguró la menor mientras se bajaba del taburete cerca de la chimenea y comenzaba a trasladar la última caja cerca de su hermana. Cuando ya la dejó, se fue a sentar al lado del gran ventanal, donde podía observar al gentío deambulando de un lado a otro, comprando en tiendas aledañas, o puestos de comida – Pero el día está genial y quisiera al menos poder entrenar – comentó Ilva apoyándose sobre sus codos, melancólica.

Elia observó a su hermana por el rabillo del ojo. Tenía la mirada perdida en el exterior y era claro que su mente estaba en otra parte, seguramente se preguntaba hacia dónde la Legión había salido esa mañana, qué estarían haciendo los muchachos ahora que ella se había visto forzada a permanecer allí.

A Ilva toda esta situación le parecía aberrante y sin sentido, y no podía culparla; en veintiún años apenas y había tenido un par de resfríos menores. Elia calculó que habían transcurrido ya dos meses desde que los primeros síntomas se habían manifestado, y aunque con el reposo habían disminuido un poco, persistían esporádicamente; severos dolores de cabeza y desmayos inesperados.

De cierta forma, y a pesar de que la muchacha no estaba contenta al respecto, su hermana mayor agradecía que la hubiesen forzado a quedarse un tiempo para ver si con descanso y medicinas, todo volvía a la normalidad. Si tan sólo el doctor Jaegar no hubiese desaparecido después de la caída de Shiganshina, al menos contarían con su experiencia para indagar más en lo que sea que le sucedía a Ilva. Pero ahora, sólo quedaba confiar en el médico del Distrito de Trost, ya que era el único disponible. El tipo no era un charlatán, pero las diferencias eran considerables.

- Iré a comprar unas frutas – soltó repentinamente la chica – ¡ya vuelvo!

- No demores, que papá y mamá ya deben estar cerca y si te ven fuera de casa, la bronca me la llevo yo – advirtió Elia entretanto continuaba etiquetando y colocando mercancía nueva en las estanterías detrás del mesón principal de la botica, sin notar nada raro en la prisa que Ilva tenía – Lo digo en serio. Vuelve pronto – insistió con cariño y seriedad. La había dejado salir de su cama sólo porque sabía que estar quieta y encerrada la estresaba más.

- Ya voy, ya voy – Ilva le guiño un ojo, burlona, desapareció rápidamente.

Elia continuó sacando y catalogando frascos de aquella caja, contenta al menos de que su gran apetito seguía latente. Espero sea un buen signo, pensaba. En ese preciso instante se vio interrumpida por el sonido de lo que pareció ser una explosión a lo lejos, y casi inmediatamente después, la campanita que indicaba la llegada de un cliente tintineó, la distrajo, anunciando a un hombre de mediana edad, alto y que se veía muy nervioso.

- Señorita – saludó apresuradamente, sin sacarse su sombrero y le entregó una pequeña lista de las hierbas medicinales que buscaba - Por favor, dese prisa. Algo pasa allá afuera y la policía se está movilizando para evacuarnos. Varios nos dirigimos a las puertas de Muro Rose – dijo atropelladamente. Ahora que le veía más de cerca, notaba la urgencia en sus aterrados ojos - Usted también debería ir.

Elia presentía que algo andaba mal. Ilva dijo que regresaba de inmediato, pero ya habían pasado unos minutos y ahora sólo se escuchaba el murmullo de gente asustada corriendo en dirección a la entrada del Muro Rose.

- Acaban de avistar mucho humo y… - pero el hombre no alcanzó a terminar la frase cuando se oyó un estruendo ensordecedor, y un temblor les hizo tambalear.

Elia se afirmó del mesón que tenía en frente pero el hombre se había caído, así que se apresuró en ayudarle. Mientras lo hacía, su oído percibía el claro silbido de cosas pesadas volando por los aires, que por la ventana divisó, se trataba de varias rocas dirigiéndose a distintos lugares. El suelo volvió a remecerse y de un momento a otro, los gritos comenzaron a oírse por todas partes.

El comprador salió corriendo, sin recordar nada más que salir de allí a toda prisa, pero no sin antes llevarse la bolsa de papel en la que Elia había puesto sus pedidos. Con todo lo acaecido, ni siquiera pagó, pero era lo último que a ella podía importarle. Ilva había visto algo y por eso había salido así; no había otra explicación.

Elia logró reaccionar deprisa, cogió su bolsa de las compras y guardó un par de cosas de primera necesidad, entre las que estaban las medicinas de su hermana. Necesitaba salir de allí y encontrarla pronto.

Las campanadas de alerta resonaban por doquier y todos veían cómo tropas estacionarias volaban en dirección contraria a la que ellos corrían. Los siguió con la vista, dándose cuenta de que iban directo hacia una brecha que se estaba haciendo visible ahora que el polvo se disipaba; allí donde antes había estado la puerta que daba acceso hacia el Muro María, ahora sólo se vislumbraba un enorme agujero. Ya solo era cuestión de tiempo para que los titanes que invadieron el territorio comenzaran a ingresar y sintió pánico ante la idea de ver a su familia devorada por esas criaturas. Pero debía seguir, por lo que se sacudió la cabeza y, agarrando con fuerza su bolso, salió corriendo de la zona; hallar a Ilva era lo más importante antes de alejarse de allí, siendo los cuarteles su primera suposición.

No obstante, en su camino encontró a una mujer de mediana edad gritando por ayuda. Tenía la mano de un hombre firmemente agarrada y por más que tiraba de él, era claro que no se levantaría; su brazo era lo único que sobresalía de una roca que lo había aplastado. Elia se acercó e intentó hacerla entrar en razón, pero por más que le hablaba, la mujer chillaba y se negaba a dejarlo. Ella sabía que no podía perder más tiempo, pero sus principios como sanadora le impedía dejarle allí, así que la agarró por los brazos y la hizo voltear con más energía de la que pretendía; necesitaba hacerla entrar en razón, instarla a correr por su vida al menos, pero la mujer sólo se le quedó mirando, sin enfocar, mientras le hablaba fuerte pero no había reacción alguna.

No hasta que se escuchó una nueva oleada de gritos desesperados, aún más potentes y prolongados: era la clara señal de que los gigantes estaban entrando. Solo entonces la mujer reaccionó, mirándola aterrorizada y luego salió despedida, dejando a Elia allí completamente sola. Al menos salió corriendo, se dijo con sarcasmo. Fue entonces cuando percibió los gritos de una voz conocida, provenientes de más arriba.

- ¡Hermana, sal de aquí! – Ilva gritaba desde un tejado no muy lejos de ella – ¡Los titanes están entrando! ¡Debes irte ya! – para su horror, estaba totalmente equipada con el equipo de maniobras tridimensionales. Dos soldados se hallaban varios techos más adelante, dándole la espalda, pero claramente esperando por la muchacha.

- ¿Viste a papá y mamá? – le gritó la mayor, tratando de acercarse, temiendo lo que su hermana no decía - ¿Están a salvo?

Elia la miró suplicante. Además de lo que preguntaba, sabía lo que le pediría. Pero Ilva no lograba sacar de su boca las palabras que estaban atoradas en su garganta; ella lo había visto todo. En su prisa por llegar a las barracas a buscar su equipo de maniobras, se había encontrado a lo lejos con sus padres y espantosamente, fue testigo de cómo una de las tantas rocas que caían se llevó la vida de ambos. Ocurrió en un segundo y al mismo tiempo pareció verlo con una lentitud siniestra.

Tragó con cierta dificultad, resoluta a enfocarse en su misión; el horror y la pena eran sentimientos con los que no podía lidiar en ese ahora. Quedaba demasiado por hacer, y su cabeza ya le comenzaba a doler. Tenía la esperanza de que la Legión no estuviera demasiado lejos, ya que sólo habían pasado un par de horas desde que salieron, pero lo más probable es que apresuraran la marcha después de que los centinelas informaran lo que sucedía en el distrito Trost. Apretó los dientes con impotencia y desesperación, sabedora de que los mejores exterminadores estaban lejos y, para peor, tanto el estruendo como los gritos llamaron la atención de los titanes dispersos en el territorio de María, atraídos por carne fresca. Lo siento, hermana. Dijo mientras la miraba, quizá por última vez. Su deber era luchar, y Elia lo entendería.

- ¡Vete de aquí, Elia! – gritó y luego desvió la mirada con lágrimas de furia en los ojos. Fue entonces cuando Elia se detuvo de golpe y entendió lo que pasaba: su hermana no diría nada porque el dolor era demasiado fresco para ponerlo en palabras. La guerrera en ella no podía permitirse ese momento o se derrumbaría. Ella lucharía, lo haría al menos hasta que la Legión llegara.

- Ilva, por favor ven conmigo – rogó Elia, quien sin darse cuenta lloraba en silencio – Por favor. No estás bien aún, no puedes pelear así.

Elia sabía que le diría que no y, aun así, no podía dejar de intentarlo.

- Hermana, debo ayudar. Mis camaradas llegarán pronto y ya verás que lograremos hacerlos retroceder – Ilva estaba mintiendo. No había modo de sellar la brecha que ahora estaba en el muro. Trost estaba perdido – Cuando hayamos terminado, me reuniré contigo. Solo ten fe en nosotros.

Elia asintió, a pesar de saber el enorme riesgo que todo suponía. En ese instante, se escucharon varios estruendos y los gritos desesperados de las primeras víctimas que estaban siendo devoradas, haciéndolas reaccionar. Solo entonces se percató de que los oficiales que estaban esperando por Ilva eran Luther y William, que miraban a su hermana y a ella. Desconocía la causa del por qué estaba allí y no con el resto de la Legión, pero saberlo la tranquilizaba un poco; Ilva siempre hablaba del buen equipo que hacían juntos. Y Elia confiaba en ellos.

- ¡Corre! – gritó Ilva, ajustando sus cuchillas antes de lanzarse a la vanguardia con destreza y determinación.

- ¡Debes regresar, ¿me oyes?! – le ordenó con firmeza, avistando una pequeña sonrisa temeraria en el rostro de su hermana antes de verla desparecer por los aires - ¡Los tres deben hacerlo!

Elia se secó las lágrimas con la manga de su chaleco y echó a correr, a pesar de no sentir siquiera sus piernas hacerlo. Ya no se veía tanta gente a su alrededor, sino solo soldados volando de un lado a otro por los aires. Vio de cerca un grupo de ellos yendo en la misma dirección que Ilva, con el pavor destacando en sus rostros. Todos ellos morirán, pensó devastada al ver el emblema de las rosas en sus chaquetas. Solo ellos son capaces de mirar a la muerte y no dejarse intimidar, se dijo, pensando en las "Alas de Libertad" que su hermana lucía orgullosa.

Inconscientemente les siguió con la mirada y al girarse, pudo atisbar el horror que se avecinaba de la mano de varios titanes acercándose por distintos puntos. Sintió arcadas a causa del miedo, que no era por ella misma. Más no había nada que pudiese hacer, así que apretó sus puños y se obligó a seguir corriendo, intentando aislar el sonido de los gritos de quienes estaban siendo engullidos, junto con las exclamaciones de horror que sus camaradas emitían al presenciarlo.

Podía sentir el miedo atenazándola de solo imaginar que su hermana y los muchachos podían sufrir la misma suerte. ¡No!, se reprendió a sí misma. Si no bloqueaba esos pensamientos, no podría continuar. Para bien o para mal, era el rumbo que había escogido. Pese a las altas probabilidades de terminar así, era la realidad y aunque le doliese, no fue algo que le impusieran. Ese fue el camino que Ilva quiso seguir: la lucha por la libertad de la humanidad. Y ella respetaba su decisión.

Con la cabeza abombada de tantos estruendos y gritos, suprimió las náuseas y siguió en marcha. Corrió y corrió, sólo con la esperanza de que volvería a verla siquiera una vez más.


HORAS DESDE EL INICIO DEL ATAQUE

Cabalgando desde el sureste, finalmente habían dejado atrás una de las últimas zonas más urbanizadas y abandonadas dentro del muro de María. Se vieron obligados a desviarse de la ruta principal para evitar encontrarse con los titanes que iban en la misma dirección. Pero para su sorpresa, sólo unos cuantos habían intentado atacarlos, ya que el resto simplemente ignoró a las tropas; como si supieran que encontrarían mejores víctimas al norte. Aun así, los soldados trataron de eliminar a tantos como fuese posible pero desafortunadamente, fue de ese modo que Erd resultó herido.

El dispositivo operativo del hombre falló, impidiéndole enganchar las cuchillas correctamente y por ende, desenvainar correctamente. No obstante, reaccionó con prisa y cierta imprudencia al decidir tomar una de ellas con sus propias manos. Si bien logró cortar la base del cuello del titán, también terminó haciéndose un corte en el brazo izquierdo con la misma hoja en el proceso. Fue una fortuna que los tendones cerca de su codo no se viesen comprometidos, por lo que luego de cortar la circulación de la zona con un amarre para controlar el excesivo sangrado, Levi no tenía tiempo para escucharle discutir por qué debería dejarle regresar montando por su cuenta, así que noqueó al soldado con un golpe limpio y eficaz.

Por alguna razón aparte de ese puñetazo, la mano con la que había sostenido la del soldado moribundo horas antes todavía palpitaba con fuerza. ¿Fui de ayuda para la humanidad o moriré sin ser haberlo sido? Sus palabras resonaban en su mente mientras cabalgaba a toda velocidad hacia el caos desatado en Trost.

Cuando Erwin les comunicó lo sucedido, captó en sus ojos la preocupación sobre las repercusiones que este ataque podría traer sobre ellos. Sin importar cuán libre y vivo se sintiera por unos instantes fuera de los malditos muros, para ellos siempre estaba la creciente frustración después de comprobar los fútiles progresos que las expediciones estaban teniendo, sin olvidar el costo de vidas que continuaban sufriendo. O las cosas cambiaron pronto, o el gobierno se negaría a invertir en ellos de una vez por todas. ¡Oh, y qué ansiosos estaban por ello! Lo llevaban intentando desde la época en que él y sus amigos fueron capturados y condicionados a unirse a la Legión. Sin embargo, si lograban desmantelarla, ¿Qué sucedería el día de mañana?... ¿Existía un futuro para la humanidad sin la Legión de Reconocimiento? se preguntaba el Capitán, bastante desanimado. ¡Maldición! Grito por dentro, apretando los dientes. No lo sentía por él, sino por todas las vidas ya dadas por una causa que nadie, excepto sus camaradas en armas, parecía entender. Eso y lo devastador que era considerar que hubiesen sido por nada.

- Capitán Levi, la vanguardia indica que debemos girar al noreste - Gunther interrumpió sus pensamientos. El hombre apuntaba a la bengala verde del grupo a su derecha - ¿Disparo la confirmación del mensaje, señor? – preguntó dubitativo. Se veía algo sudoroso y Levi creía sospechar el por qué.

- Proceda, soldado – ordenó él – Y una vez que lleguemos allá, debes estar totalmente enfocado Gunther. No olvides que desde el desastre en Shiganshina se establecieron protocolos alrededor de las murallas y probablemente ya evacuaron a todos los civiles en el distrito – Levi podía ser duro, pero no era indiferente a ese sentimiento de intentar alcanzar un lugar para ayudar a las personas que le eran importantes. Lo recordaba bien desde su primera misión y su desenlace: él había llegado demasiado tarde – Mantén la calma. Y no despierten a Erd todavía. Nos llevará algunas horas más llegar hasta Trost así que es mejor que se mantenga quieto por ahora.

- Sí, señor - el hombre asintió con mayor seguridad y espoleó a su semental con energía renovada. Tenía claro que su jefe no era el hombre más comunicativo, pero sí que era perceptivo. En silencio le agradeció por recordarle todo eso. Él debía estar al tanto de que su hermana y la prometida de Erd vivían dentro del distrito afectado.

- Capitán, ¿Y si les atacamos entrando a través del mismo agujero, señor? - Preguntó Auruo - Sería más rápido llegar por allí, y así podríamos establecer un grupo para evitar que sigan entrando, ¿no cree?

- No es viable. No hay certeza de que el Titán Colosal no vuelva a aparecer y nos bloquee el paso o nos aplaste – expuso Levi, que ya había sopesado la idea, pero la descartó tan rápido como la pensó - Además, es inútil apostarnos allí por siempre e imposible mantener el lugar a salvo. Como lo veo, el distrito está perdido.

Auruo asintió, un tanto abatido y avergonzado por no tener en cuenta esos puntos antes de exponerle aquello a su líder. Una parte de él siempre andaba buscando impresionar al Capitán Levi. Y también a la pelirroja.

- Petra - Levi llamó, captando la atención de la mujer – Diríjase al Comandante y dígale que deberíamos dejar a todos los soldados gravemente heridos en Karanese – explicó él, y antes de que ella se retirara, añadió con seriedad - El hospital más cercano al distrito bajo ataque debe estar atestado y por lo mismo, no podemos arriesgarnos a dejar a los nuestros desatendidos – los ojos de Levi se desviaron por unos segundos a Erd, que iba tendido en el vagón más cercano. Y él ya podía imaginar a Erwin, ansioso por ver qué mierda estaba pasando, pero para Levi también era importante cuidar de los soldados más afectados.

- De inmediato, Capitán - asintió la pelirroja y se separó del grupo.

Alrededor de cincuenta minutos más tarde, su mente le decía que de seguro encontrarían toneladas de cadáveres y partes de ellos esparcidos por todo el lugar. La Legión todavía estaba lejos de alcanzar las puertas de Karanese y ya no había señales de algún titán cerca. Muy mala señal para la gente de las murallas. ¡Tch! Exclamó el hombre para sí mismo entretanto apretaba los dientes. Quienes estaban detrás de esto había esperado a que estuviesen lejos para lanzar un ataque, de eso estaba seguro. Y probablemente Erwin y Hange también.

- Petra a su derecha, Capitán – le informó Auruo, desde el mismo flanco mientras la observaba tomando su posición habitual a la izquierda, junto con Gunther.

- Señor, el Comandante aseguró que actuaría según lo sugerido - informó la pelirroja – También me pidió que le compartiera que el General Pixis es quien está a cargo de la situación y liderando todo. Él está apostado cerca de la entrada a Trost, sobre el muro Rose. Dijo que vamos a movilizarnos hacia allá con el EDM3* y dejaremos a los caballos dentro de Karanese, en caso de que este muro también se viese comprometido.

- Entendido – él asintió - Muy bien. Entonces, tan pronto como lleguemos, todos me acompañarán – dijo el Capitán - Cruzar el distrito a galope no tomará demasiado, por eso necesito que uno de ustedes ayude a Erd para llegar hasta Trost hasta que alguien le arregle el brazo. Sólo porque no es grave es que hago esto, para evitar que haga algo estúpido si se pone ansioso.

- Señor, ¿Qué hacemos si intenta pelear? - preguntó Auruo. Erd podía estar preocupado por sus seres queridos, pero también era innegablemente un soldado profesional y sabía bien que odiaría no hacer nada.

- Noquéelo de nuevo - dijo Levi con una voz casi inexpresiva – Si su equipo ya presentó fallas, nada garantiza que no vuelva a ocurrir y esta vez sean los arpones de agarre o los gatillos – el tono de su voz esta vez se tornó un poco amenazante - Es un riesgo que no tomaré. E incluso si cambia a uno nuevo, con un corte como ese y toda la sangre que ya perdió, no está en condiciones de nada. Tiene prohibido participar.

Los tres soldados asintieron en señal de obediencia. Todos ellos sabían que su Capitán, aunque estricto, exigente, a veces duro y mal hablado, siempre cuidaba de ellos. Sus métodos podían ser poco ortodoxos, pero nunca rastreros ni denigrantes.

Levi nunca les diría que consideraba a cada uno como parte importante de la especie de familia que formaban y en la que siempre podía confiar, pero ellos tenían claro que les mostraba su aprecio a través de su buen liderazgo, aquella singular y brutal honestidad, pero siempre con el innegable y continuo respeto por sus vidas. A lo que ellos retribuían con extrema lealtad y compromiso absoluto.

Lo que el escuadrón no sabía era que su Capitán tenía contemplado ampliar el grupo a ocho miembros en total. Por eso es por lo que iba a reclutar a esos tres soldados después de regresar de esta misión. Desafortunadamente, a quien él había seguido desde las sombras por su impecable carrera militar, había comenzado a presentar ciertos problemas de salud desde hace un tiempo. Y como Levi estaba al tanto de que no estaba del todo recuperada, se encargó de solicitar discretamente que la obligaran a quedarse. Todo para poder incorporarla oficialmente ahora, y junto a esos dos idiotas casi igual de bien calificados que siempre luchaban a su lado. Tan leales eran a la muchacha que ambos fueron suspendidos por insubordinación ante la idea de dejarla atrás.

Lo satírico y espantoso de todo esto era saber que eran exactamente el tipo de personas que, por su honor como guerreros y su implacable valentía, de seguro habían decidido ayudar a la Guarnición y en esos momentos debían estar lidiando con todo el caos. Tres soldados de la Legión de Reconocimiento entre un montón de fuerzas militares regulares... ¡Argh, mocosos problemáticos! ¡Será mejor que no se mueran! pensó, con cierto pesar y esperanzas casi nulas.


Honestamente, no soy muy fanática de relatar sucesos previos a lo ocurrido, pero era necesario para entender ciertas cosas futuras. Pero afortunadamente, ya en el próximo capítulo se retoma la historia desde donde había quedado.

Lamento la tardanza, pero espero poder actualizar pronto. Puede que tarde pero no abandonaré la historia ;)

¡Gracias por su interés!

Namárië