La historia no me pertenece, es una traducción al español de la historia Quietus escrita por Seraphina Scribes. Por favor, cualquier comentario debe estar en los reviews del escrito en inglés. La autora se está tomando un descanso, pero lo que la motiva a continuar son los comentarios. Si la historia les está gustando háganselo saber. Dejo link correspondiente.

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Capítulo V

En las profundidades sin sol,

Donde la esperanza desespera,

Y la calidez solloza,

Atrapada dentro de la neblina de la noche,

Ella huye a ciegas,

Desconociendo las cadenas

A las que está atada,

Su mortal alma.

El sol comenzaba a ocultarse. Las piernas de Ino dolían y sus pulmones ardían de correr tan lejos y tan rápido. Su garganta se sentía dolorida por tanto gritar y una sensación de mareo se había asentado en su estómago como un peso muerto, rehusándose a disminuir sin importar cuánto intentara asegurarse de que Sakura tenía que estar bien. Porque Sakura era una chica que necesitaba ser cuidada… y cuidar de ella era lo que Ino siempre había hecho mejor.

Pero esta vez no. Esta vez lo había arruinado, por completo.

Colocando su teléfono de nuevo en su oreja, pulsó frenéticamente la marcación rápida del número de Sakura por la enésima vez.

Por favor, pensó con desesperación. Por favor, responde. Por favor, por favor, por favor…

A su lado, Hinata se había detenido de pronto, dejando escapar un jadeo sorprendido. La mirada de Ino voló hacía ella con ansiedad, sus cejas juntas con aprehensión.

—¿Qué? —comenzó a decir. En respuesta, los ojos gris claro de Hinata encontraron los suyos. Le tomó a la agitada mente de Ino unos momentos para comprender el porqué su amiga se había detenido. Entonces, débilmente, lo escuchó… lejano y amortiguado, pero inequívoco.

El teléfono de Sakura.

En un parpadeo, las chicas se apresuraron. Buscaron desesperadamente entre los árboles, sus oídos esforzándose por localizar el lugar preciso de donde se escuchaba la melodía.

—¡Sakura! —Ino gritó—. Sakura, ¿me escuchas? ¡Sakura!

Hinata se estiró y rozó la muñeca de Ino con dedos temblorosos, cambiando abruptamente su dirección.

—¡Por aquí!

Buscaron entre la maleza. Ino colgó la llamada y volvió a marcar su número. Esta vez el sonido fue más fuerte. Los ojos de la rubia buscaban con ansiedad entre los árboles conforme la imagen de una Sakura inconsciente llegó tortuosamente a su cabeza. ¿Acaso su mejor amiga se había resbalado y caído?, ¿por eso no estaba respondiendo?

—¿Dónde está?, ¿dónde está? —Ino podía sentir la histeria creciendo dentro de ella una vez más. El sonido estaba cerca ahora, lo suficiente como para que ellas pudieran tener un vistazo de su cabello rosa coral. Buscaron en otra área entre los árboles y sus ojos cayeron al mismo tiempo sobre algo pequeño y plateado, tendido entre un montón de hojas, sin su dueña a la vista por ningún lado.

El teléfono de Sakura descansaba en el suelo, sonando alegremente.

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La apretó con fuerza contra él conforme sus caballos descendían a la oscura y familiar quietud de su reino. Su mano izquierda tomaba las riendas sin esfuerzo, pero su atención no estaba en la ruta delante, confiando en que los sementales guiarían la carroza de regreso al palacio. Su mirada estaba consumida por Sakura. Así de cerca, el brillo que emanaba de ella era casi una esencia tangible. Radiaba de ella como un resplandor jubiloso, una explosión de luz que mantenía las sombras a raya.

Al fin, los estruendosos golpes de los casquillos comenzaron a detenerse hasta ser un medio galope, para después reducirse hasta un trote tranquilo conforme los corceles se detenían en su lugar de descanso. En un rápido y fácil movimiento, tomó el cuerpo inconsciente de Sakura entre sus brazos y subió las escaleras. Las imponentes y elaboradamente grabadas puertas de entrada se abrieron de par en par a su voluntad, antes de cerrarse con un estruendoso golpe detrás de él. La mejilla izquierda de Sakura descansaba sobre la sólida pared de su pecho, la sedosa cabeza rozando su quijada. Él inhaló profundamente, percibiendo la esencia de fresas y algo más dulcemente femenino que era tan distintivo de ella. Apresuró sus pasos; quería examinarla más de cerca y en completa privacidad.

Pronto había atravesado el largo y opulentamente amueblado dormitorio que había instruido a sus sirvientes que prepararan. Ellos desviaron su mirada y se inclinaron respetuosamente conforme él se había aproximado a la habitación, abriendo las puertas incrustadas en oro para él. El tacón de sus botas resonaba fuerte contra el piso de mármol conforme pasaba, cerrando las puertas con su mente una vez dentro. Solo con Sakura en la cámara iluminada por velas, la llevó hacia la lujosa y espaciosa cama. Con más suavidad de la que pensó que sus destructivas manos podrían tener, la depositó con cuidado en las sábanas de seda y dio unos pasos atrás; sus ojos muy abiertos mientras se extasiaba con la visión de ella.

Largos y sedosos mechones rosas habían caído sobre su rostro; sus dedos picaron con la necesidad de remover los estorbosos mechones. Sintiéndose extrañamente dudoso de tocarla, estiró su mano con precaución, moviendo las hebras con suavidad usando su dedo índice, lo que le permitió observar sus facciones sin interferencia.

Despacio, exhaló. Era realmente hermosa. Brillaba aún más fuerte que las velas puestas en los candelabros de las paredes y la parpadeante chimenea. Parecía iluminar la débil luz en la habitación; algo tan adorable, frágil y extraño. Sus ojos permanecieron fijos en sus rosados y ligeramente separados labios, antes de recorrer su figura hacía la suave elevación de sus senos. Observó el cómo estos se elevaban y bajaban al ritmo de su profunda y fija respiración; sintiendo un deseo sin sentido correr por sus venas. Lo indignaba e inquietaba, él cómo podía sentir tan profunda atracción física por la chica humana tendida ante él. Era sofocante y abrumador. Jamás había ansiado tanto de la manera en que ansiaba a Sakura.

Sus ojos siguieron su camino hacía su estómago y plano abdomen, antes de detenerse de nuevo en la esbelta curva de sus caderas. Su falda estaba enredada en una esquina, revelando un poco de su cremoso muslo. Sin pensarlo, levantó su mano derecha y sus dedos rozaron la tela. Entonces les permitió resbalar debajo y tocar ligeramente hacía arriba. El calor palpitó dentro de él mientras acariciaba la suavidad de su piel como terciopelo, como seda líquida bajo su toque. Sus dedos se movieron aún más arriba, trazando la parte externa de su muslo.

Tan suave. Por un momento su mente divagó y se encontró a si mismo imaginando lo que se sentiría si sus manos recorrieran el resto de su cuerpo expuesto, y luego…

Apretando la mandíbula, peleó para suprimir su escalante deseo, retirando su mano velozmente, como si el contacto tibio de su piel lo hubiera quemado. Miró con desaprobación a sus engañosos dedos, y se preguntó la misma y enloquecedora pregunta, ¿qué tenía ella que comandaba su absoluta atención?

Sus ojos como el ónix se entrecerraron, volviéndose molestos.

Voy a descifrarte, juró en silencio a la figura inconsciente; sus ojos vagando hambrientos sobre su cuerpo una vez más. Él la haría pedazos; físicamente, mentalmente, emocionalmente, espiritualmente… hasta que descubriera todos y cada uno de sus secretos. Ella no podría esconderle nada. Sus defensas serían destruidas y todos sus misterios desenredados, hasta que él viera todo aquello que había que ver. Tal vez, si ella probaba ser lo suficientemente digna de su atención después de eso, él le permitiría el gran honor de permanecer en su reino. O tal vez se cansaría. Y el tormento caería sobre ella si eso pasaba.

Él se movió a sus tobillos, rozando sus dedos sobre el tobillo derecho, sanando la herida que se había hecho en su desesperado intento por escapar de la tierra colapsando bajo ella. Entonces sostuvo las palmas de sus manos sobre ambos tobillos, pronunciando un encantamiento en su mente. Cuando Sakura despertara, él sabía que intentaría escapar. Era imposible, por supuesto. Él jamás lo permitiría y aún si, debido a alguno de los torcidos juegos de las Moiras, lograba eludirlo y llegar al límite del inframundo, jamás le sería permitido pasar por ahí, estando viva. Su sabueso y guardia, Cerbero, la mataría antes de que ella pudiera gritar siquiera.

Tan sigilosa como la muerte, sin sonido que sea escuchado,

Este cuerpo mortal a mi voluntad sea vinculado.

Con la palabra final, una espesa energía púrpura se arremolinó alrededor de los tobillos de Sakura, ágilmente tomando la forma que él había comandado. La magia se dispersó para revelar dos sólidos grilletes de oro, asegurados firmemente alrededor de su piel… cadenas posesivas que albergaban dentro un antiguo y oscuro poder, la habilidad de localizar a su portador en cualquier lugar o tiempo. Y para él, la habilidad de detener cualquier movimiento con solo pensarlo. Los brazaletes terminarían por aplastar cualquier rastro de esperanza que Sakura pudiera albergar de regresar algún día a la superficie. Habría sólo una forma de eludirlo, y eso era algo que él personalmente se encargaría de que ella jamás descubriera.

Y cualquiera, mortal o inmortal, que se atreviera a querer entrar a las cavernas del inframundo para reclamarla, se encontraría siendo lanzado a las profundidades del tártaro, antes de siquiera haber logrado cruzar el primero de los cinco ríos.

Tomó los cordones tejidos en hilo dorado que mantenían aseguradas las cortinas carmín de los cuatro elegantes postes alrededor de la cama, y los soltó, permitiendo que las cortinas se interpusieran entre él y Sakura. Con una mirada final, se giró y salió en silencio del dormitorio.

—Atiéndanla —instruyó a las dos sirvientas que esperaban obedientemente en el pasillo.

Ellas hicieron una reverencia como respuesta a la orden y él se retiró, descendiendo las grandes y circundantes escaleras reales del palacio. Conforme entró en el salón de banquetes, percibió una presencia familiar y elevó su mirada para encontrar dos figuras con alas escabulléndose hacia él; con sus voluptuosas caderas contoneándose seductoramente con cada paso que daban. Así que habían regresado, lo que significaba que habían tenido éxito en despistar a las amigas de Sakura.

—Amo —la más alta de las arpías exclamó en un susurro. Sus extraños ojos violetas brillando con anticipación—. ¿Nuestras acciones lo complacieron?

—Sí, Amo, ¿lo complacimos? —la compañera, de cabello plateado, dijo imitando a la otra.

Lo rodearon, estirando sus garras con dedos y uñas largas, viajando por sus hombros y sus brazos. Él no mostró expresión alguna y se mantuvo indiferente mientras ellas continuaban adulándolo.

—Estamos muy complacidas de servirte, Amo —la arpía de cabello lavanda lo halagó.

—Sí, muy complacidas —la de cabello oscuro la imitó.

La arpía de cabello lavanda recorrió su pecho con su mano, empezando a moverse más abajo hacia su estómago. Con reflejos increíblemente rápidos, él la tomó por ambas muñecas, con sus dedos cerrándose con fuerza suficiente como para que la criatura alada jadeara con temor.

—Tócame otra vez y te cortaré los brazos —él la amenazó fríamente.

Ambas se encogieron ante el obvio y malicioso intento que vieron arder en sus ojos, y gimieron disculpándose. Él empujó rudamente sus manos de nuevo hacia ellas, despidiéndolas de su vista. Ellas hicieron una reverencia, angustiadas ante lo duro de su rechazo, antes de desaparecer en una nube de niebla. Una vez que estuvo solo, comenzó a moverse de un lado a otro por el salón.

La madre de Sakura, él sabía, no dejaría de buscar debajo de cada roca para encontrar a su hija. Sería cuestión de tiempo antes de que el Concejo lo llamará e interrogara sobre la desaparición de Sakura. Si elegía responder a ese llamado, se le presentaría la opción de mentir y negarlo, o ser honesto. Y si escogía no responder, los dioses mayores mantendrían sus sospechas y probablemente entrarían a buscar en su morada.

No lo asustaba que entraran en sus dominios. Él era el gobernante del inframundo, y quienquiera que habitara en el respondía a su voluntad. Pero no tenía justificante que le permitiera mantener a una Sakura viva como prisionera en la tierra de los muertos… no a menos que la vinculara a él, de alguna manera. Y si no lograba hacer eso antes de la inminente intrusión, sólo había una cosa que hacer para atarla eternamente a su reino.

Sus ojos, que sin pensarlo se habían detenido en la mesa llena de delicias culinarias, descansaron abruptamente sobre una delgada daga plateada.

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Ino sollozaba en el protector pecho de su padre, deseando poder esconderse del mundo. Inoichi Yamanaka colocó una mano en su hombro y le lanzó una mirada inescrutable al joven de pie frente a él. Después de localizar por fin el auto de su hija con el sistema de rastreo remoto de su propio vehículo, Inoichi se había encontrado con Naruto y Shikamaru a las afueras del bosque, quienes le habían informado que también estaban buscando a las chicas. Cuando eventualmente se encontraron con el auto dañado, Inoichi había descubierto a su única hija cubierta de lágrimas y a la hija mayor de Hiashi Hyuuga desesperadamente tratando de consolarla.

Ino había balbuceado algo acerca de ser responsable de la desaparición de Sakura, algo que él silenciosamente se rehusaba a aceptar. Sakura era ya una mujer joven, quien, de acuerdo con Hinata, había escogido aventurarse en el bosque. El cómo eso hacía a su hija responsable estaba más allá de su comprensión.

Shikamaru, quien había estado observando a Ino en silencio, finalmente desvió su mirada hacia su padre.

—Señor Yamanaka —suspiró con pesadez—. Por favor, lleve a Ino y Hinata a casa.

—¿Qué? —Ino sollozó y sus ojos se abrieron con asombro— ¡No!, ¡no me voy a ir hasta que encontremos a Sakura!

—Ino, ya llamé a la policía… —Shikamaru comenzó a explicar pacientemente.

—¡No! —Ino elevó la mirada hacia su padre, limpiándose con fuerza las lágrimas de las mejillas—. ¡No voy a ir a ningún lado, papá!

Pero la mirada en el rostro de su padre no era alentadora.

—El sol se ocultó ya. No hay nada más que podamos hacer aquí. La policía llegará en cualquier momento, ellos continuarán la búsqueda —dijo.

Ino lloró con más fuerza colocando su rostro entre sus manos cuando registró la realidad de sus palabras. Una agitada Hinata retorcía sus dedos constantemente.

—Estoy… estoy segura de que ellos encontrarán a Sakura —tartamudeó débilmente.

—No… no lo entiendes —Ino sollozó—. Le… le prometí a su madre… le prometí que la cuidaría y…

—Déjamelo a mí, Ino.

Ino dejó de respirar, sus manos bajaron mientras ella miraba a Naruto con incredulidad. Sus ojos azules, que habían estado mirando al suelo, ahora estaban fijos en ella. Vio que dentro de ellos había ira y determinación y… algo más que no pudo identificar.

—Te prometo —Naruto continuó con una voz endurecida que ella jamás le había escuchado—. No me iré de este bosque hasta que encuentre a Sakura-chan.

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Estaba flotando en una bruma gris, sintiéndose extrañamente a la deriva y ligera. No podía ver su cuerpo, lo que claro está, tenía sentido. Su carcaza física se había ido. Sólo quedaba su alma.

Así que así es la muerte. Había esperado la luz al final del túnel de la que todos hablan, o un campo con sonrientes y desconocidos ancestros llegando a ella para confortarla. ¿Era esa nada turbia rodeando su espíritu el resultado de alguna decisión divina que había sido puesta sobre ella?

Supongo que no llegué al cielo, Sakura pensó con tristeza. Pero tampoco parecía estar en el infierno. Se preguntó que había hecho tan mal en su corta vida que le mereciera a su alma ser enviada al limbo que flotaba entre el paraíso y los abismos de agonía. Siempre había tratado de ser buena y amable. Evidentemente, no había sido suficiente.

El gris comenzó a oscurecerse alrededor de ella. No lo había notado al inicio, pero pronto percibió que la niebla se disipaba desde las esquinas, siendo reemplazada por gruesas sombras negras. Conforme la oscuridad se acercaba y la envolvía, sintió una oleada de pánico. Podía sentir algo, algo latiendo dentro de ella en su ser no físico. Perturbaba la quietud y ella peleó contra ello, queriendo regresar al estado ligero en el que se había encontrado antes de que ese algo hubiera infringido su paz de manera tan desagradable. Pero, el latido estaba acompañado de otra sensación. Un incesante pitido sonando en sus oídos…

¿Mis oídos?

Los ojos de Sakura se abrieron y jadeó con amplitud buscando oxígeno. Le tomó a su visión unos momentos el poder ajustarse, y cuando lo hizo, estaba segura de que estaba perdida dentro de los fantasiosos rincones de su imaginación. Porque su mente no reconocía la imagen frente a ella.

Estaba mirando a un dosel, bordado con elaborados remolinos de hilo dorado. Sakura entonces se volvió consciente de estar tendida sobre algo frío y lujosamente suave. Apretó sus dedos (pues al parecer aún los poseía) y reconoció la sensación de la seda bajo su toque.

Parpadeando con rapidez, Sakura permaneció quieta en su lugar, esperando que la vista poco familiar se desvaneciera en cualquier momento. Cuando no fue así, fue consciente de un extraño y chispeante sonido emanando de algún lugar a su alrededor. Se levantó tan rápido que su cabeza le dio vueltas. Después de la ligera sensación de vértigo, se encontró a sí misma sentada sobre la cama más grande que había visto. Elegantes sábanas bronce y doradas estaban puestas sobre ella, y esponjosas almohadas de diferentes tamaños estaban dispersas contra la dorada base de la cabecera, tallada al estilo de arte romántico. Había cuatro postes de madera que se elevaban desde cada esquina, con semi transparentes cortinas corridas para rodearla como en una jaula traslúcida bordada con encaje carmín y dorado. Más allá del velo, los ojos de Sakura localizaron la fuente del sonido chispeante. Fuertes flamas rugían en una gran y ornamental chimenea. Toda la habitación estaba bañada en el tenue fulgor dorado del fuego y luz de velas.

Estoy soñando, Sakura pensó algo atontada, tratando de despertarse.

No, se corrigió. Había muerto. Pero si en realidad estaba muerta, ¿cómo era posible que tuviera un cuerpo otra vez?, ¿y por qué su corazón fantasmal latía con un ritmo tan agonizantemente lento? Bajó la vista para verse, encontrando que llevaba puesta la misma ropa. Su falda, sin embargo, estaba llena de manchas de césped y tierra; un duro y molesto recuerdo de lo último que pasó antes de que su mundo se hundiera en la oscuridad.

Había estado recogiendo flores en una hermosa pradera. Entonces la tierra había temblado de repente bajo sus pies, fracturándose y abriéndose. Había tratado de correr, de salvarse, y entonces… entonces…

Sakura respiró profundo, intentando olvidar ese recuerdo. No. No entraría en pánico. Necesitaba permanecer calmada, al menos hasta que averiguará que era lo que de verdad le había pasado.

Levantándose y estirándose para separar las cortinas, algo llamó su atención, causando que su mano se quedará detenida a mitad del movimiento. Alrededor de sus tobillos había dos gruesos brazaletes, engravados con ligeros diseños arremolinados. Contempló con asombro esos ornamentos dorados. ¿De dónde habían salido? Se inclinó, tratando de tomarlos. Estaban fríos, pero sin importar cuánto intentara girarlos o jalarlos, no se movían. Parecían estar fundidos a su piel. Frustrada, lo dejó así y empujó las cortinas a un lado, bajando de la enorme cama. Sintió como quedó boquiabierta cuando observó a su alrededor.

Estaba en una cámara grande y opulentamente amueblada, algo que hacía que la habitación al estilo francés de Ino luciera plana y mediocre en comparación. Vasijas de cristal con flores carmín estaban puestas por todo el lugar. El guardarropa más grande que ella había visto jamás recorría todo un lado del lugar, con una impresionante y elegante mesa de tocador llena de brillantes y exóticos artículos de baño y bonitos peines en la pared de al lado.

Elegante papel tapiz color bronce con patrones de filigranas doradas brillaba a la luz de las velas y una alfombra carmín tejida a las orillas con hilo dorado estaba puesta en el suelo junto a la gran chimenea. A un lado había una silla de apariencia antigua y frente a ella había un sofá reclinable. Un enorme espejo de cuerpo completo con forma ovalada, enmarcado por lo que parecían ser ángeles entristecidos, estaba puesto en la esquina izquierda de la habitación. Otro sofá pequeño descansaba cerca de la mesa exquisitamente engravada, sobre la que descansaba una variedad de artículos. Los ojos de Sakura se elevaron para encontrar un gran y hermoso candelabro colgando majestuosamente desde el alto techo, con sus velas sin encender. Dejó escapar un suspiro de incrédulidad. Ella jamás había visto una habitación tan elegante. Era encantadoramente hermosa, inspiradora… y por completo desconcertante.

Sakura entonces notó las puertas, una en la esquina más lejana del lado izquierdo de la habitación, y una doble en el medio de la pared a su derecha. Se dirigió por instinto hacía la puerta doble y dudó un momento frente a ella. ¿De verdad quería saber qué había del otro lado? Tal vez sería mejor permanecer dentro del dormitorio. Pero si hacia eso, jamás entendería que había pasado o porqué había despertado en un lugar extraño y desconocido.

Estirando su brazo con dedos temblorosos, Sakura tomó la perilla dorada a manera de anillo, y jaló hacía adentro. Con su corazón latiendo fuerte, salió, preparándose para lo peor… solo para quedarse sin respiración otra vez.

Estaba parada en un largo y vasto corredor. Los pisos estaban construidos con mármol negro, sobre el cual estaba tendida una larga tira de una carpeta de terciopelo azul oscuro. Las paredes de un gris plateado estaban cubiertas de tapices refinados que se elevaban hacía el arqueado techo, alineado con todavía más grandes candelabros de cristal. Sakura llegó hasta la intersección en la que el corredor se separaba en tres direcciones, sin saber si ir por el de la izquierda, derecha, o continuar de frente. Después de deliberarlo un poco, sus pies la llevaron a seguir de frente y caminó con una postura estresada, esperando que alguien (o peor, algo) saltara hacía ella en cualquier momento. Al continuar por el corredor encarpetado, Sakura observó sus alrededores expresando su asombro en silencio. Grandes y brillosas vasijas estaban empotradas sobre las oscuras columnas a intervalos regulares a ambos lados del corredor. Sus hechizantes colores cobalto y plata contrastaban con la oscuridad del suelo. Velas titilaban sobre sus candelabros en las paredes, cubriendo todo de una suave, pero fantasmal iluminación.

Al final, la pared a su derecha terminó dando lugar a un pasamanos de mármol negro. Sakura lo siguió para encontrarse en la cima de las escaleras más magnificentes que hubiera visto, de un gris rocoso, alineadas con delgados bordes dorados con un soporte de barandillas de hierro arremolinadas. Dos escaleras corrían desde el lugar donde ella estaba parada, uniéndose en el medio dando lugar a otra sección intermedia cubierta con tapetes azules, la cual continuaba como una sola gran escalera que daba hacía el vasto espacio debajo.

Sujetando el pasamanos con fuerza, Sakura tomó el camino de la derecha y comenzó a bajar poco a poco, boquiabierta debido a las grandes estatuas colocadas en columnas de diferentes alturas a lo largo del camino. Parecían ser de gloriosos ángeles alados, posicionados como imponentes centinelas de piedra. Tan solo había dado siete pasos cuando el sonido de voces resonando en el área de abajo hizo que su cuerpo se detuviera. Sin que tuviera sentido, ella se agachó con su interior paralizado.

—¿El ama sigue durmiendo? —La voz robusta de una mujer cuestionó.

—Sí, matrona. La vi hace apenas 15 minutos —respondió una voz más suave.

Sakura tuvo que estirarse para escucharla. Al contrario de la primera voz, ésta parecía pertenecer a una niña, sonando casi infantil. Siguió escuchando con su corazón latiendo a toda velocidad. ¿Estaban hablando de ella?

—Bueno, niña, haz algo útil. Acomoda estas sábanas.

—Sí, matrona —la voz suave respondió. Entonces, después de un momento de duda, añadió—. Es muy bonita.

—Sí lo es, niña. Jamás había visto a alguien con esos colores —dijo la voz mayor con un toque de admiración.

Los ojos de Sakura se abrieron más y apenas pudo respirar cuando la voz más suave habló de nuevo.

—¿Para qué cree usted que el amo la ha traído aquí?

—¡Silencio! —el tono de la mujer mayor se había tornado asustado y ansioso—. ¡Silencio, niña!, no debes jamás cuestionar las intenciones del amo. ¡No es nuestro lugar hacerlo!

—Lo… lo sé, perdón, solo que él… —fue interrumpida por el tronar de unos dedos.

—No escucharé más de eso. ¡Ven conmigo al cuarto de lavado de inmediato!

Asustada de que ambas subieran las escaleras y la encontraran, Sakura comenzó a retroceder, pero pronto se dio cuenta que los pasos estaban volviéndose difusos. El sonido de una puerta abriéndose y cerrándose hizo eco en el espacio y todo estuvo en silencio de nuevo. Contando tres minutos en su cabeza, Sakura exhaló y despacio volvió a ponerse de pie, mirando a través de los barandales. Las mujeres se habían ido y no parecía haber nadie más.

Habían estado hablando de ella, no había duda. ¿Quién más por ahí tendría su inusual color de cabello? La mente de Sakura se detuvo en el amo que mencionaron. ¿De quién estarían hablando? Sabiendo que sería inútil tratar de averiguar todo por sí misma, bajó lo que restaba de las escaleras, con sus músculos tensos, esperando que las mujeres regresaran en cualquier momento. Cuando llegó hasta abajo, se encontró a sí misma en lo que parecía ser un gran corredor de entrada, aun más grande que aquel que se encontró al salir del dormitorio. Enormes candelabros negros con gotas de cristal carmín adornaban el techo, enviando centelleantes reflejos de luz roja sobre el piso pulido. Aperturas en forma de arco se encontraban lejos en los lados izquierdo y derecho del lugar, guiando a caminos desconocidos. Y justo frente a la escalera, estaban dos de las más grandes e imponentes puertas dobles que había visto. Formaban un arco y parecían estar hechas de hierro sólido, engravado con elaborados diseños de filigranas. Sakura no creía tener la fuerza suficiente como para abrirlas, pero debía intentarlo al menos.

Mirando cuidadosamente a su alrededor, se aproximó a las puertas y sus ojos buscando las manijas. No había ninguna. Se estiró y empujo con todo lo que tenía. No se movieron. Sakura levantó la vista a las titánicas barreras con consternación. La sensación de desesperación con la que había despertado estaba volviéndose más fuerte. Al parecer estaba atrapada en un fantasmal y hermoso, además de extraño castillo que le recordaba a aquellos de los que leía en cuentos.

Sakura se giró para quedar frente a la escalera de nuevo, tratando de calmar sus nervios. Tan sólo tendría que encontrar otra manera de salir. Las voces de las mujeres, estaba segura, se habían dirigido a la derecha, lo que significaba que no debía ir en esa dirección si deseaba evitarlas. Yendo a su izquierda, pasó a través de una de las aperturas y se detuvo ante una puerta de un tamaño más normal. Respirando profundo, giró la perilla y abrió un poco para conocer que había dentro. La habitación estaba bien iluminada. Animada, ingresó cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro de alivio.

Había entrado a un vasto salón de banquetes cuyo piso era de piedra. Refinados tapices y pinturas adornaban las paredes y en el medio del lugar había una larga mesa. Estaba cubierta con una fina tela de color rojo con tejido dorado, y sobre ella había infinidad de deliciosos platillos culinarios, muchos de los cuales Sakura no reconocía. Platones cargados de apetitosos y exóticos alimentos llenaban la gran longitud de la mesa. Grandes cálices de color bronce y vasijas de cristal llenas de un tenue líquido rojo y un líquido dorado llenaban el espacio entre los platillos. Sakura sintió a su estómago gruñir en protesta ante el olor de algo delicioso llegando hasta su nariz. Se acercó a la mesa con curiosidad, notando que sólo se habían colocado dos sillas, una en cada extremo. Sus ojos se detuvieron en una de las frutas descansando en una lustrosa bandeja de plata. La piel roja había sido abierta, derramando gruesas y brillosas semillas rojas. Sakura jamás había visto una granada de ese tono tan intenso. Su boca se hizo agua. Lucía irresistiblemente jugosa y dulce.

Un repentino eco la hizo jadear de la sorpresa y giró, sus ojos buscando la fuente del sonido. Cuando no encontró nada y la puerta permaneció cerrada, dejando todo en silencio por otro minuto, Sakura giró de nuevo hacia la mesa… y lo que encontró de pie del otro lado la hizo dejar de respirar y que el corazón se le fuera a los pies.

Mirándola con intensos ojos color ónix, estaba el chico del carrusel.

Sakura estaba tan sorprendida de verlo ahí que lo primero que logró hacer fue quedar boquiabierta. Tenía que estar soñando, se dijo a sí misma. No había manera posible de que él estuviera, de verdad, al otro lado de la mesa… y aun así, cuando parpadeó, él seguía parado frente a ella.

Por Dios.

¿Acaso alguien estaba jugándole algún tipo de broma de mal gusto?, ¿por qué él estaría ahí si ella estaba muerta? Sakura pudo sentir a sus labios moverse, pero su lengua cobarde la había abandonado. No podía formar palabras. No podía hacer nada más que mirarlo, tal como lo había hecho en el carrusel. Bajo la luz dorada de los candelabros, él era aún más aterradoramente apuesto de lo que ella recordaba. Estaba vestido otra vez de negro, con una larga capa ajustada a la altura de sus hombros. El cuello de la prenda estaba delineado por plumas de cuervo. Lo hacía parecer mucho más sorprendente y majestuoso.

Cuando él comenzó a dar lentos y cuidadosos pasos hacía la mesa, el cuerpo de Sakura finalmente salió de su trance. Se tensó y retrocedió por instinto. En respuesta, el extraño tan solo colocó su mano derecha en la superficie de la mesa, recorriendo la longitud de la misma con su dedo índice, que portaba un anillo plateado, moviéndose poco a poco sin retirar la mirada de ella. Sakura no supo con exactitud qué fue lo que la hizo querer mantener la mesa como barrera entre ellos. Tal vez era la forma en la que sus ardientes ojos la miraban, por lo que con cada paso que el daba a su izquierda, ella se movía también. Tan solo se volvió consciente de lo fuerte que se estaba aferrando a la mesa cuando casi tropieza con un pliegue de la tela que llegaba al piso.

Di algo, se ordenó frenéticamente. Pero era difícil pensar, mucho menos hablar, cuando él la miraba así. Ni siquiera parecía estar parpadeando. Era perturbador e inquietante, y su corazón no podía dejar de latir con fuerza.

—Tú… —su voz, cuando por fin se dignó a regresar, era apenas más alta que un susurro—. Tú eres del Festival.

Él no respondió, continuado con su caminata por el perímetro de la mesa, haciendo que la incomodidad de Sakura se incrementara. Tragando con pesadez, ella continuó.

—¿Podrías… podrías decirme dónde estoy?

Tampoco respondió. Los ojos de ella observaron sin quererlo el dedo de él, trazando tranquilamente el borde de la mesa. Su corazón seguía palpitando rápido y ella desvió su mirada de nuevo a su rostro, mientras su aturdida mente trataba de encontrar el motivo por el que él estaba frente a ella. ¿Acaso el cielo se había apiadado de su alma debido a su muerte prematura y le envió un ángel que tomó la forma del chico al que ni siquiera había podido olvidar desde que lo vio? Pero eso era algo escandaloso y no tenía sentido. Además, con sus ojos oscuros y su apariencia tan pecaminosa, el extraño parecía más un demonio que un serafín.

—Estoy muerta —ella dijo en voz baja, intentando creer las palabras. Todo era una ilusión, de alguna forma. Él no estaba ahí en realidad—. Estoy muerta, o estoy soñando…

—No estás soñando ni estás muerta.

Seda líquida llegó a sus oídos y Sakura sintió otra onda de asombro. Su voz era tan firme y sensual, como fino terciopelo negro. Sintió como se congelaba cada hueso de su cuerpo.

—¿No… no lo estoy? —ella dijo tontamente, tratando de reconocer cómo alguien podía lucir y sonar como él. Casi deseó que no hubiera hablado. Porque ahora el sueño o muerte o el maldito estado en el que se encontraba había comenzado a sentirse alarmante y horriblemente real.

Pero eso no era posible.

El extraño, que había llegado ya a uno de los extremos de la mesa, se detuvo, observándola intensamente con sus ojos obsidiana.

—Vives —él afirmó.

Los labios de Sakura se abrieron, su respiración escapando en cortos y asustados suspiros. ¿Era éste el amo del que las mujeres habían hablado? Y, si lo era, ¿porqué lucía como el joven que ella había visto el día anterior? El chico del carrusel había sido tan solo un trabajador del Festival, ¿verdad? Su mente estaba al borde, rebosando de preguntas. Cuando él comenzó a avanzar de nuevo, Sakura sacudió su cabeza, sintiéndose mareada y sofocada conforme retrocedía para mantener la distancia entre ellos. No lo estaba imaginando. De verdad había despertado en un lugar desconocido.

—Yo… —ella se aferró a la mesa, con la fuerza suficiente como para que sus dedos se volvieran blancos—, no lo entiendo…

—Entonces te haré entenderlo —el extraño dijo, su voz envolviendo los sentidos de Sakura como una oscura caricia.

La abrasadora intensidad con que él la veía hizo que el corazón de Sakura golpeara tan fuerte y rápido que temía colapsar. Pero el solo pensar en desmayarse ahí, cuando estaba a solas con él, la asustaba más que nada. Había algo sin duda inquietante acerca del hombre joven de pie frente a ella. Él era, de alguna forma, demasiado real, siendo demasiado abrumador el verlo o escucharlo, él hacía que su mente se confundiera y ella jamás se había sentido tan perturbada o ansiosa en su vida. La piel de sus brazos se erizó, como respondiendo a la invisible y chispeante corriente que colgaba en el aire entre ellos. El extraño exudaba algo, una presencia que hacía que su estómago se sintiera con nudos en varias partes. Se dio cuenta de que no se sentía segura. Con esos ojos sobre ella, con la forma en que parecían consumirla, no se sentía segura en absoluto.

—¿Quién eres? —ella susurró.

El joven de negro se detuvo otra vez, su oscura mirada enterrándose en ella cuando respondió.

—Sasuke.

Ella lo miró con incredulidad. ¿Era todo lo que iba a decirle?, ¿ninguna otra explicación? Tan solo Sasuke.

Sasuke.

Vaya que ese no había sido uno de los nombres que ella había elegido para él, pensó de repente. Pero claro, él se llamaba así. No podía tener ningún otro nombre.

—¿Dónde estoy? —Sakura podía sentir su cuerpo temblar. Parte de ella, notó, no quería saber, temerosa de averiguarlo.

—En mi morada —él respondió, tan cortante como antes. Sus ojos se desviaron de ella por un momento, recorriendo los exóticos platillos entre ellos. Sakura descubrió que podía respirar mejor cuando él no la veía con esa intensidad, así que hizo otra pregunta.

—Pe… pero, ¿por qué? Por favor, mis amigos deben estar preocupados y… y mi madre…

Sus ojos se entrecerraron y levantó la vista rápidamente después de esa última palabra, mirándola otra vez. Haciendo su cabeza ligeramente hacía atrás, respondió con frialdad.

—Porque yo así lo quiero.

Los ojos de Sakura se agrandaron. Su boca se abrió en incredulidad. No sabía si había escuchado bien. Él no podía haber dicho… y aun así, sabía que sí lo había dicho.

¿Por qué él así lo había querido?, ¿ella estaba ahí por un capricho?

Está loco, ella pensó. Tenía que estar loco, y aún así, él estaba ahí luciendo tan casual e inalterado con la situación, como si actuar por un capricho fuera una excusa perfectamente aceptable. Lo que absoluta y completamente, no lo era.

Cuando ella habló, estaba asustada por lo bajo que sonaba su voz, aún a sus propios oídos. Apenas podía emitir las palabras, pero se forzó a sí misma a hacerlo. Era algo imposible, pero tenía que saberlo. Necesitaba saber cómo es que ella había despertado en su morada.

—¿Tú… tú me trajiste aquí...? —él siguió callado, con su rostro sin demostrar nada, sin confirmarlo ni negarlo. El corazón de Sakura galopó más fuerte y rápido que antes cuando susurró—. Esa flor… ¿tú…?

Ella vio algo pasar por sus ojos tan solo en una fracción de segundo, una confirmación silenciosa… y ella dejó de respirar. Él lo había hecho. Él había, de alguna forma, causado el temblor. No tenía sentido e iba contra todas las leyes de la naturaleza, pero era indiscutible. Tan sólo lo sabía, al verlo, que él había sido el responsable de lo que pasó en el prado. La realidad cayó sobre ella como un golpe físico, dejándola paralizada y horrorizada. La habían secuestrado, raptado. Todo porque el joven frente ella lo había querido así.

El mundo como lo conocía estaba desmoronándose y la histeria estaba surgiendo para ahogarla. Sasuke tomó otro paso alrededor de la mesa y el cuerpo de Sakura, llenó de desesperación por escapar de él y la vívida pesadilla en la que había despertado, actuó por instinto.

Ella dejó de verlo y corrió hacia la puerta.

Sus ojos la siguieron. Ella tenía miedo, lo que era de esperarse… pero sus acciones eran tontas e infructuosas. Sin sentido. No podía escapar de él, sin importar que tan lejos corriera. No había donde esconderse.

Peleó contra el impulso de usar los encantamientos anclados a sus tobillos y parar sus pasos. En lugar de eso, escogió no hacer nada, preguntándose en silencio que tan lejos creía que podría llegar antes de que sus emociones la abrumaran y colapsara.

Fue solo por curiosidad que Sasuke le permitió correr.

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—¡Sakura-chan!

La voz desesperada se escuchaba en el frío de la noche, reverberando claramente a través de los árboles.

—Más despacio.

Naruto apenas escuchó esa palabra. Su mirada permaneciendo fija en el camino frente a él, mientras volvió a llamarla.

—¡Sakura-chan!

—Naruto.

Como respuesta, Naruto aceleró. Su corazón martilleando en su cuerpo. Algo le había pasado a Sakura. Podía sentirlo. La pregunta era "¿qué?" Después de por fin persuadir a Ino de regresar a su casa con su padre y Hinata, Naruto no había esperado a la llegada de la policía tal como había prometido. Su llegada tan solo significaría desperdiciar tiempo invaluable. Harían demasiadas preguntas, y cuando finalmente se hiciera algo para buscar a Sakura, él sabía que era poco probable que encontraran algo. Si Sakura había dejado caer su teléfono, entonces alguien, o algo, había sido la causa. Y él no iría a ningún lado hasta que descubriera quién o qué era.

—¡Naruto! —un jalón inesperado en su chaqueta naranja lo hizo detenerse. Se giró para mirar a Shikamaru, quien estaba dirigiendo una linterna justo a su rostro—. Ya hemos cubierto la mayoría del bosque. Es desafortunado, pero tenemos que aceptar que Sakura… —dejó de hablar de pronto cuando Naruto se despegó bruscamente de su agarre y se giró completo para dirigirle una mirada furiosa.

—Algo le ha pasado a Sakura-chan, Shikamaru. ¿No entiendes lo que eso significa?

El rostro de Shikamaru se endureció.

—Sí —respondió —. Pero perder el enfoque no ayudará a nadie. Contrólate mejor. Pudo haber sido cualquier cosa. No podemos adelantar conclusiones.

Naruto sacudió su cabeza con frustración. No había sido un animal, de eso estaban seguros. Si Sakura se hubiera involucrado en algún tipo de lucha con un animal salvaje, habría algún vestigio de sangre, Shikamaru aclaró. Pero Hinata e Ino no habían encontrado nada que no fuera su teléfono. Lo que significaba que ella lo había dejado caer accidentalmente, o alguien se la había llevado.

Una horrible sensación se agitó en su estómago. El solo pensar que algo, lo que sea, le hubiera pasado a alguien tan pura e inocente como Sakura, lo llenaba de un abrumador e irracional miedo. Él jamás se lo dijo, claro está, lo mucho que se preocupaba por ella. Jamás tuvo la oportunidad. Y ahora era una posibilidad real el hecho de que jamás pudiera hacerlo.

La encontraré, se juró internamente. La encontraría y destrozaría a quien fuera que se le había llevado.

Sin otra palabra, se alejó de Shikamaru y continuó a lo largo del camino. Con facilidad, saltó y aterrizó en una cama de hojas aplastadas y arrugadas. Shikamaru se le unió unos segundos después y caminaron en silencio por un rato, las linternas apuntando en todas direcciones. De repente, Shikamaru se detuvo, y apuntó su linterna hacía la izquierda.

—Mira, Naruto — dijo en silencio.

La mirada de Naruto se movió hacía dónde él dijo. Frunciendo el ceño, dio unos pasos, pasando árboles bajos y prominente maleza. Cuando eventualmente logró salir del enredo de plantas, se encontró mirando a las afueras de una amplia pradera. Shikamaru se detuvo a su lado y por un minuto ambos se quedaron mirando el paisaje frente a ellos. Sus linternas bailaron sobre los jóvenes claveles que se mecían con el viento de la noche.

Era un campo. Lleno de flores. Una de las cosas que Sakura más adoraba en el mundo.

Naruto inhaló de pronto, cuando el recuerdo llegó a él sacudiéndolo como un rayo. Recordó un dibujo, el dibujo que alguien había estado contemplando días antes. Sai. Sai había estado mirando a una ilustración sobre un prado… un dibujo que Naruto había desechado como nada más que una de sus muchas creaciones sin sentido.

¿Acaso se había equivocado tanto?

Sin dudarlo, se adelantó y Shikamaru lo siguió. Avanzaron por el prado, moviendo erráticamente sus linternas a través del alto césped. El corazón de Naruto aceleró conforme sus ojos volaban de la izquierda a la derecha y al frente, una y otra vez. ¿Sakura habría llegado a esa pradera?, ¿éste era el lugar?

—¡Sakura! —el llamado de Shikamaru viajó a través de la planicie.

Sus pies los guiaron a través de pequeñas protuberancias en la tierra. Separándose, viajaron en direcciones opuestas para cubrir más terreno. ¿Dónde estaba?, ¿dónde estaba? Naruto estaba por enloquecer por la frustración, desesperación y el dolor, por la posibilidad de que jamás volviera a ver a Sakura poniéndole en blanco esos hermosos ojos cuando estaba molesta con él… y entonces la voz de Shikamaru se escuchó. Su tono, con una traza de poco característica ansiedad, hizo que la sangre y cuerpo de Naruto se congelaran. En un momento, se había reunido con su amigo para encontrarlo de pie con su linterna apuntando al suelo.

Shikamaru lo vio sobre el hombro y exhaló despacio. Con su corazón golpeando su pecho, Naruto dio unos pasos adelante, sus ojos dirigiéndose hacía el lugar en el césped iluminado por la linterna. Y sintió un vuelco desgarrarlo desde dentro, dejándolo devastado y sin poder respirar.

El bolso de Sakura estaba tendido en la tierra, enterrado debajo de varias flores que habían sido arrancadas, con sus pétalos esparcidos por el suelo.