¡Buenos días, tardes o noches!
¿Cómo están? ¡Espero que muy bien!, hoy les traigo un nuevo capítulo, lamento mucho la demora, pero era época de parciales y bueno… nadie se salva. Espero que lo disfruten.
Para los que conozcan la historia de Harry Potter, quiero decirles que no seré fiel a la original porque obviamente no estaré utilizando a todos los personajes de J.K. Rowling, sino que serán los personajes de Sailor Moon en su lugar, pero si parecerá que lo que estoy haciendo es un "copiar y pegar" pero eso es porque hay cosas de la historia original que tienen que pasar, más adelante me iré desviando de alguna forma u otra para que las acciones de los personajes se adapten a sus personalidades . Otra cosa, súper importante, nada de esto me pertenece, no soy dueña de nada, todo le pertenece a su correspondiente creador, ya sea Harry Potter a J.K. Rowling u Sailor Moon a Naoko Takeuchi; todo es con fines de diversión, no pienso apropiarme de nada.
Sin más los dejo hasta el próximo capítulo.
Pd: ¡las críticas positivas siempre son bienvenidas, acepto ideas e interpretaciones!
¡Saludos! ;)
Capítulo 3:
Las cartas de nadie.
El escape de la boa constrictora en el cumpleaños de Lady hizo que Rei recibiera el castigo más largo de su vida. Para cuando le dieron permiso para salir de su prisión/armario, ya habían comenzado las vacaciones de verano y Lady ya había roto su nueva cámara de video, chocado su avión a control remoto, perdido páginas de su manga nuevo y, en la primera salida con su bicicleta de carrera había atropellado a la anciana señora Figg cuando se encontraba cruzando la calle.
Rei se alegraba de que las clases hubieran terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Lady, que visitaba la casa cada día. Juno, Vesta, Palla y Ceres eran todas grandes y estúpidas, pero como Lady era la más grande y la más estúpida de todas, era la jefa. El resto de ellas se sentían muy felices de sumarse al deporte favorito de Lady: cazar a Rei.
Por eso es que Rei pasaba la mayor parte del tiempo posible fuera de la casa, dando vueltas por allí y pensando en el final de las vacaciones, donde podía encontrar un rayo de esperanza. Cuando llegara septiembre iría a la secundaria y, por primera vez en su vida, no iría con Lady. Lady tenía una vacante en el antiguo colegio de tía Koan, T·A Academia para mujeres. Juno Heras también iría allí. Rei, en cambio, iba a ir a la escuela pública de la zona; Juban. Lady pensaba que eso era muy divertido.
-En Juban le meten la cabeza en el inodoro a la gente en el primer día como ritual de inicio de clases –le dijo a Rei-. ¿Quieres ir a arriba y así practicamos?, no quiero que te sorprendan-. Dijo con ternura falsa.
-No, gracias. –Respondió Rei-. Los pobres inodoros no tienen por qué quedarse atascados con tu cabeza gorda, pobrecitos. –Y salió corriendo de ahí antes de que Lady pudiera razonar lo que le había dicho.
Un día del mes de a julio, tía Koan llevo a Lady a Londres para comprarle su uniforme de T.A Academia para mujeres, y dejo a Rei en la casa de la señora Figg. No fue tan horrible como de costumbre. Resulto que el causante de su fractura fue unos de sus gatos cuando se le cruzo en el medio y no pudo verlo, eso causo que no fuera ahora tan cariñosa con ellos. Dejo que Rei viera la televisión y le dio una porción de torta de chocolate, que por el sabor, debía de estar guardada desde hace muchos años.
Esa tarde, Lady desfilo como un pavo real por el living, ante la familia, con su uniforme nuevo. Las muchachas de T.A Academia para mujeres usaban un blazer gris cruzado con los bordes rojo oscuro y una pollera. En general era un uniforme bonito, el problema era quien lo usaba. Digamos que no le era muy favorecedor. También eran muy elitistas y eso les dejaba la opción de agregar un accesorio al uniforme, por supuesto, Lady eligió algo puntiagudo y largo, un paraguas, como todas las que iban a esa escuela, ya que si se peleaban, les servía para pegar de lejos. Eso se suponía que era un buen entrenamiento para la vida futura.
Mientras miraba a Lady con su nueva pollera, Tío Rubeus dijo que ése era el momento de mayor orgullo en su vida. Tía Koan estallo en lágrimas y dijo que no podía creer que ésa fuera su dulce pequeñita Lady, tan hermosa y crecida. Rei no se animaba a hablar. Creyó que se le iban a fracturar las costillas, por el esfuerzo para no reírse a carcajadas.
A la mañana siguiente, cuando Rei fue a ver si podía tomar el desayuno, un olor horrible inundaba la cocina. Parecía provenir de una gran tina de metal que estaba en la pileta de la cocina. Se acercó a mirar. La fuente estaba llena de lo que parecían trapos sucios flotando en agua azul.
-¿Qué es eso? –pregunto a tía Koan.
La mujer frunció los labios, con asco, como siempre hacia cuando Rei se atrevía a preguntar algo.
-Tu nuevo uniforme del colegio –respondió.
Rei volvió a mirar en el recipiente.
-Oh –comentó-, no sabía que tenía que estar mojado.
-No seas estúpida –dijo enojada tía Koan-. Estoy tiñendo de azul algunas cosas viejas de Lady. Cuando termine quedara igual que el de las demás.
Rei tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trato de no pensar sobre el aspecto que iba a tener en su primer día de clases en la escuela secundaria Juban; seguramente parecería que se está ahogando en un gran charco de tinta azul sucia.
Lady y tío Rubeus entraron, los dos frunciendo la nariz por el espantoso olor que desprendía el nuevo uniforme de Rei. Tío Rubeus abrió como siempre su periódico y Lady golpeo la mesa con su paraguas del colegio, que llevaba a todos lados.
Todos oyeron el ruido del buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.
-Trae la correspondencia, Lady –dijo tío Rubeus, detrás de si diario.
-Que valla Rei.
-Trae las cartas, Rei.
-Que lo haga Lady.
-Pégale con tu paraguas, Lady.
Rei evito el paraguas y fue a buscar la correspondencia. Había tres cartas en la alfombra: una postal de Esmeraude, la hermana de tío Rubeus, que estaba de vacaciones en la isla de Wight, un sobre color marrón, que parecía una factura, y… una carta para ella.
Rei la recogió y la miro fijamente, con el corazón vibrando como un tambor violentamente tocado. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a ella. ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes ni pertenecía a la biblioteca, así que nunca recibía notas que reclamaran la devolución de algún libro. Sin embargo, allí estaba, una carta con la dirección y su nombre, sin equivocación posible.
Señorita R. Hino
Armario debajo de la escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía estampilla.
Con las manos temblorosas, Rei dio vuelta el sobre y vio el sello de cera púrpura con un escudo de armas; un león, un águila, un tejón y una serpiente, rodeando una gran letra H.
-¡Apúrate, muchacha! –Grito tío Rubeus desde la cocina-. ¿Qué estás haciendo, controlando si hay cartas bombas? –Se rio de su propio chiste.
Rei volvió a la cocina, todavía contemplando su carta, entrego a tío Rubeus la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillento.
Tío Rubeus rompió el sobre de la factura, resoplo disgustado y echo una mirada a la postal.
-Esmeraude está enferma –informo a tía Koan-. Su piel sufrió una terrible reacción alérgica por algún producto nuevo que probo.
-¡Papá! –Dijo de repente Lady-. ¡Papá, Rei recibió algo!
Rei estaba por desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Rubeus se la arranco de la mano.
-¡Esta es mía! -dijo Rei, tratando de recuperarla.
-¿Quién va a escribirte a ti? –dijo con tono despectivo tío Rubeus, abriendo la carta con brusquedad y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo normal al verde con la misma velocidad que cambia de color un semáforo. Y no se detuvo allí. En segundos era de un blanco grisáceo digno de un viejo plato de avena rancia.
-¡Ko… Ko… Koan! –jadeo.
Lady trato de tomar la carta ella misma para leerla, pero tío Rubeus la mantenía bien alta, fuera de su alcance. Tía Koan la agarro con curiosidad y leyó la primera línea.
Por un momento, pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejo escapar un gemido.
-¡Rubeus! ¡Oh, Dios mío… Rubeus!
Se miraron entre sí, como si hubiesen olvidado que Rei y Lady todavía estaban ahí. Lady no estaba acostumbrada a que no le prestaran atención todo el tiempo. Golpeó a su padre con su bastón de la escuela.
-¡Quiero leer esa carta! ¡Ahora! –ordeno a los gritos.
-Quiero leerla –pidió Rei furiosa-, es mía, me la escribieron a mí.
-Fuera, las dos grazno tío Rubeus, metiendo la carta en el sobre.
Rei no se movió.
-¡QUIERO MI CARTA! –gritó.
-¡Déjame verla! –exigió Lady.
-¡FUERA! –Aulló tío Rubeus y tomando a Rei por los pelos y a Lady por el cogote, las arrojo al hall, y luego cerró la puerta de la cocina.
Rei y Lady iniciaron una lucha furiosa pero en silencio, para ver quien espiaba por el ojo de la cerradura. Gano Lady, así que Rei, con los anteojos colgando de una oreja, se tiró al piso para escuchar por la rendija entre la puerta y el suelo.
-Rubeus –decía tía Koan, con voz temblorosa-, mira el sobre, ¿Cómo es posible que sepan que duerme en un armario? ¿No estarán vigilando la casa, no?
-Vigilándonos, espiándonos, hasta pueden que nos estén siguiendo –murmuro tío Rubeus, agitado.
-¿Y qué haremos ahora Rubeus? ¿Les contestamos? ¿Les decimos que no queremos…?
-¿Les decimos que no… no queremos?
Rei pudo ver los impolutos zapatos negros de tío Rubeus yendo y viniendo de un lado a otro.
-No –dijo finalmente-. No, no vamos a responderles. Si no reciben una contestación… Sí, eso es lo mejor… No haremos nada…
-Pero…
-¡No voy a dejar que uno de ellos ponga un pie dentro de esta casa, Koan! ¿No juramos, cuando la recibimos, terminar con esa estupidez?
Esa noche, cuando regreso de trabajar, tío Rubeus hizo algo que nunca había hecho antes: visito a Rei en su armario.
-¿Dónde está mi carta? –Pregunto Rei, en el momento que tío Rubeus entraba con dificultad al armario debido a su altura-. ¿Quién me escribió?
-Nadie. Estaba dirigida a ti por error –contestó tío Rubeus en un tono cortante-. La queme.
-¡No era un error! –Grito Rei enojada-. ¡Figuraba mi armario en el sobre!
-¡SILENCIO! –AULLÓ TÍO Rubeus en la cara de Rei con toda su saliva volando por todo su rostro.
Respiro profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía que le causaba un increíble dolor físico. Rei mientras tanto se estaba limpiando bruscamente la cara con la manga de su camiseta.
-Ah, sí, Rei, con respecto a tu armario. Tu tía y yo estuvimos pensando… Realmente ya estás muy grande para esto… pensamos que sería bueno que te mudes al segundo dormitorio de Lady.
-¿Por qué? –pregunto Rei.
-¡No hagas preguntas! –exclamo enojado-. Lleva tus cosas arriba, ahora.
La casa de los Yuho tenía cuatro dormitorios: uno para tío Rubeus y tía Koan, otro para las visitas (habitación Esmeraude, la hermana de Rubeus), en otro dormía Lady y en el otro guardaba todos sus juguetes y las cosas que no cabían donde dormía. En un solo viaje, Rei mudo todo lo que le pertenecía desde el armario a su nueva habitación. Se sentó en la cama y miro alrededor. Casi todo lo que estaba allí estaba roto. La cámara de video estaba sobre un tanque que una vez Lady hizo pasar sobre el perro del vecino; en un rincón estaba el primer equipo de televisión de Lady, al que dio una gran patada cuando suspendieron su programa favorito; también había una gran jaula, que alguna vez tuvo dentro a un loro, al que Lady cambio en el colegio por un rifle de aire comprimido, que ahora se encontraba apoyado en un estante, con la punta torcida porque Lady se había sentado encima. Otros estantes estaban llenos de libros. Era lo único en esa habitación que parecía nuevo.
-No la quiero a ella allí… Necesito esa habitación… Haz que se vaya de vuelta a su armario…
Rei suspiro y se estiro en la cama. El día antes hubiera dado cualquier cosa por tener una habitación. Pero ahora, prefería volver a su armario con esa carta, en lugar de estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Lady parecía en estado de shock. Había gritado, golpeado a su padre con su paraguas de T.A, se había descompuesto a propósito, había pateado a su madre y arrojado la tortuga por el techo del invernadero y seguía sin conseguir que le devolvieran la habitación. Rei estaba pensando en el día anterior con amargura y en cuanto deseaba haber abierto su carta en el hall. Tía Koan y tío Rubeus se miraban entre ellos de forma misteriosa.
Cuando llego el correo, tío Rubeus, quien parecía querer intentar ser amable con Rei, hizo que Lady fuera a buscarlo. La oyeron golpear cosas con su paraguas en su camino hasta la puerta. Entonces grito:
-¡Hay otra más! Señorita R. Hino, el dormitorio más pequeño, Privet Drive número cuatro…
Con un grito ahogado, tío Rubeus se levantó de su asiento y corrió hacia el hall, con Rei siguiéndolo. Tío Rubeus tuvo que forcejear con Lady para quitarle la carta, lo que resultaba difícil porque Rei lo tironeaba del cuello. Después de un minuto de confusa lucha, tío Rubeus se enderezo, jadeando para recuperar la respiración, con la carta de Rei arrugada en la mano.
-Vete a tu armario, quiero decir a tu habitación –le dijo a Rei sin dejar de jadear-. Lady… vete… simplemente vete.
Rei camino en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había mudado de su armario y también parecía saber que no había recibido su primera carta. Y esta vez se aseguraría de que no fallaría, esa carta era de ella. Tenía un plan.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Rei lo apago rápidamente y se vistió en silencio. No debía despertar a los Yuho. Se deslizó por las escaleras sin prender la luz.
Iba a esperar al cartero en la esquina de Privet Drive y recoger primera las cartas para el número 4. El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el hall oscuro hacia la puerta con extraños escalofríos atormentándola.
-¡AAAUUU!
Rei salto en el aire… había tropezado con algo grande y fofo en la alfombra… ¡Algo vivo!
Las luces se encendieron y, con horror, Rei se dio cuenta que ese obstáculo gigante en el suelo era la cara de su tío. Tío Rubeus estaba acostado en la puerta, en una bolsa de dormir, sin duda para asegurarse de que Rei no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Le grito a Rei durante media hora y luego le dijo que fuera a preparar una taza de té. Rei se marchó arrastrando los pies y cuando regreso de la cocina, el correo había llegado, directamente a las manos de tío Rubeus. Rei pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.
-Quiero… -comenzó a decir, pero tío Rubeus estaba rompiendo con saña las cartas en pedacitos ante sus ojos.
Ese día, tío Rubeus no fue a trabajar. Se quedó a arreglar algunos asuntos con el buzón.
-¿Te das cuenta? –Explico a tía Koan, con la boca llena de clavos-. Si no pueden entregarlas, van a dejar de escribir.
-No estoy segura de que eso funcionara, Rubeus.
-Oh, la mente de esa gente trabaja de manera extraña Koan, ellos no son como tú y yo –dijo tío Rubeus, tratando de golpear un clavo con un pedazo de torta de fruta que tía Koan le acababa de traer.
El viernes, doce cartas llegaron para Rei. Como no podían pasarlas por el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por las rendijas y unas pocas por la ventanita del baño.
Tío Rubeus se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta trasera y la del frente, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba Tiptoe through the Tulips y se sobresaltaba con cualquier ruido.
El sábado las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Rei entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy confundido lechero entrego a tía Koan, a través de la ventana del living entraron volando. Mientras tío Rubeus le gritaba por teléfono enfurecido a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar al responsable de su histeria, tía Koan trituraba las cartas en la procesadora mientras tarareabas canciones infantiles.
-¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? –preguntaba Lady asombrada a Rei.
La mañana del domingo, tío Rubeus estaba sentado en la mesa durante el desayuno, con grandes ojeras en su cansada cara, pero con una feliz sonrisa.
-No hay correos los domingos –les recordó alegremente, mientras manchaba con mermelada el diario- hoy no llegan las malditas cartas…
Algo llego zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y lo golpeo en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Yuho se agacharon, pero Rei salto en el aire, tratando de atrapar una.
-¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Rubeus atrapo a Rei en pleno salto por la cintura y el la arrojo hacia el hall. Cuando tía Koan y Lady salieron corriendo, cubriéndose la cara con los brazos, tío Rubeus cerró la puerta con fuerza. Aun así, podían seguir oyendo el sonido de más cartas cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el piso.
-Ya está –dijo tío Rubeus, tratando de hablar con calma, pero arrancándose los pelos al mismo tiempo-. Quiero que estén aquí de vuelta en cinco minutos, listos para partir. Nos vamos, junten alguna ropa. ¡Sin discutir!
Lucia tan peligroso con su cabello parado y con algunos mechones faltantes que nadie se animó a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas trabadas y estaban en el auto, avanzando velozmente hacia la autopista. Lady lloriqueaba en el asiento trasero, su padre la había golpeado en la cabeza cuando la encontró tratando de guardar su televisor, videocasetera y computadora en un bolso.
Viajaron, viajaron y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Koan se atrevía a preguntarle a donde iban. Cada tanto, tío Rubeus daba una vuelta y por un rato conducía en sentido contrario.
-Sacárnoslos de encima… perderlos de vista… -murmuraba cada vez que hacia eso.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche, Lady aullaba. Nunca había tenido un día tan horrible en su corta vida. Tenía hambre, se había perdido cinco de sus programas de televisión que quería ver y nunca había estado tiempo sin jugar a reventar a las alienígenas en su juego de computadora.
Tío Rubeus se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Lady y Rei compartieron una habitación con camas gemelas y sabanas húmedas y gastadas. Lady roncaba, pero Rei permaneció despierta, sentada en el borde de la ventana, contemplando las luces de los autos que pasaban y deseando saber…
Al día siguiente, desayunaron cereales de trigo rancios Y tomates de lata fríos sobre tostadas. Estaban terminando, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
-Perdonen, ¿es alguna de ustedes la señorita R. Hino? Tengo como cien de estas en el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección escrita en tinta verde:
Señorita R. Hino
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Rei trato de tomar la carta, pero tío Rubeus le pego en la mano. La mujer los miro asombrada.
-Yo las recogeré –dijo tío Rubeus, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.
-¿No sería mejor volver a casa, querido? –sugirió tía Koan tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Rubeus no pareció oírla.
Que era lo que buscaba tío Rubeus nadie lo sabía. Los llevo al medio del bosque, salió, miro alrededor, sacudió la cabeza y regreso al auto y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, a mitad de camino de un puente colgante y en el último piso de un estacionamiento de autos.
-Papá enloqueció, ¿No? –pregunto Lady a tía Koan esa tarde. Tío Rubeus había estacionado en la costa, los había dejado encerrados y había desaparecido.
Comenzó a llover. Un fuerte chaparrón repiqueteó en el techo del auto. Lady gimoteaba.
-Es lunes –dijo a su madre-. El programa especial de Lirina es esta noche. Quiero ir a algún lugar con un televisor.
Lunes. Eso hizo que Rei se acordara de algo. Si era lunes –y habitualmente se podía confiar en que Lady supiera los días de la semana, por los programas de la televisión-, entonces, mañana, era el cumpleaños número once de Rei. Por supuesto, sus cumpleaños nunca fueran exactamente divertidos; el año anterior, los Yuho le regalaron una percha y un par de medias viejas de tía Koan. Sin embargo, no se cumplían once todos los días.
Tío Rubeus regresó y estaba sonriendo como un loco. También traía un paquete largo y delgado y no contesto a tía Koan cunado pregunto qué había comprado.
-¡Encontré el lugar perfecto! –dijo-. ¡Vamos! ¡Todos salgan del auto!
Hacía mucho frío cuando bajaron del auto. Tío Rubeus señaló lo que parecía una gran roca en el mar. Y encima de ella, se veía la más lúgubre y miserable cabaña que uno podía pensar. Una cosa era segura, Lady definitivamente se perdería su programa.
-¡Anuncian una horrible tormenta para esta noche! Comento encantado el tío Rubeus, aplaudiendo-. ¡Y este amable caballero acepto gentilmente alquilarnos su bote!
Un viejo maltrecho, desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua verde plomizo.
-Ya conseguí algo de comida para todos –dijo tío Rubeus-. ¡Así que todos a bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar helado los salpicaba y la lluvia se deslizaba por sus cuellos, mientras un viento helado les azotaba el rostro. Después de lo que parecieron años, llegaron al peñasco, donde tío Rubeus los conduzco hasta la casita maltratada.
El interior era espantoso; tenía un fuerte olor a algas; el viento se metía por las hendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba muerta, todo en ella estaba húmedo. Había sólo dos habitaciones.
La comida de tío Rubeus resulto ser cuatro bananas y un paquete de papas fritas para cada uno. Trato de prender el fuego con las bolsas vacías pero sólo salió humo.
-Ahora nos vendrían bien unas de esas cartas, ¿no? –dijo alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos ahí, con una tormenta a punto de empezar. Rei pensaba igual, aunque esa idea solo la deprimía.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas y fuertes olas chocaban con ira contra las paredes de la cabaña y el viento feroz se golpeaba las frágiles ventanas. Tía Koan encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Lady en el sillón. Ella y tío Rubeus se acostaron en la única cama en la casita, que consistía en un colchón lleno de bultos cerca de la puerta y Rei tuvo que contentarse con una parte del piso y se hizo un ovillo bajo la manta las delgada y andrajosa que no hacía nada para frenar al frío que se le calaba en los huesos.
La tormenta aumento su ferocidad durante la noche, Rei no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómoda, con el estómago rugiendo de hambre. Los fuertes ronquidos de Lady eran amortiguados por los truenos que estallaban cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Lady, colgando de su flácida muñeca, informaba a Rei que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostada a que llegara la hora de su cumpleaños, preguntándose si los Yuho lo recordarían y dónde estaría ahora el escritor delas cartas.
Cinco minutos. Rei oyó algo que crujía afuera. Espero que no fuera porque se estaba por caer el techo, aunque tal vez eso fuera lo mejor, puede que sea más cálido así. Cuatro minutos. Tal vez la casa en Privet Drive iba a estar tan llena de cartas para ella cuando regresara que podría robarse una.
Tres minutos ahora. ¿Por qué el mar estaba tan agresivo esta noche? ¿Por qué chocaba con tanta fuerza? Y (faltaban dos minutos) ¿Qué era ese ruido raro? ¿La roca estaba cayéndose de a poco en el mar?
Un minuto y tendría once años. Treinta segundos… veinte… nueve… tal vez despertaría a Lady, solo para molestarla, tres... dos… uno…
BUM.
Toda la cabaña se estremeció y Rei se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Había alguien afuera, golpeado para entrar.
