CAPÍTULO 2
—Soy quien investiga el caso de Fernando Julio Cabrera Pinto, alias Shura —agregó mostrando su siempre presente credencial; su mejor aliada en esos casos peliagudos.
—¿Cuál es su nombre?
—Shaka Singh. ¿El suyo?
—Saori Kido. Dígame, ¿en qué puedo ayudarlo? —repentinamente la mujer había cambiado de actitud y sus facciones endurecidas se relajaron.
—Bien, pensé que no iba a querer cooperar —se sinceró Shaka, una de sus cualidades era ser muy franco.
—Pensé que de nuevo venían por el caso de enriquecimiento ilícito. Es que me tienen hasta la coronilla con eso —confesó Saori con una sonrisa de alivio.
—Disculpe. Kido… —citó recordando— ¿tiene algo que ver con Seiya Kido?
—Ah... —espetó la mujer con tono de hartazgo—. Ni me mencione a mi primo. Trabaja con usted, ¿cierto?
—Pues sí —respondió el hindú asombrado por la reacción—. Es un buen chico, astuto aunque algo atolondrado.
—Todo un caso en la familia.
¿Para qué decirle a un desconocido que el tan mentado Seiya Kido había sido desheredado por completo a causa de sus inclinaciones homosexuales? Tampoco tenía sentido contarle a un perfecto desconocido que ella había sido casi como una prometida.
Había tenido que ir contra toda su familia para poder estar con Seiya, pero este no había tenido mejor idea que descubrir, en esos días fatídicos, sus verdaderas inclinaciones sexuales. No quería saber nada de Seiya, no quería ni oír mencionar su nombre.
—Bien, pero igual, no he venido a hablar de él.
—Shura… era un buen empleado —pronunció Saori con una tenue sonrisa.
—Sabe que lo asesinaron hace más de una semana.
—Sí, lo sé, por supuesto. —La muchacha quitó unos papeles de su escritorio.
—¿Cómo era su relación con los otros empleados?
—Buena, aunque Shura no era de hacer sociales. Se podría decir que era un empleado aplicado y respetuoso, de hecho, debido a su capacidad le propuse un ascenso a cambio de quedarse. En España iban a darle un puesto en una de las sucursales, pero yo le prometí mucho más.
—¿Y él se mostró interesado?
—Desde ya —respondió girando en la silla, se balanceaba nerviosa de derecha a izquierda con mucha sutileza—. Hasta llegó a confesarme que había hablado con su novia sobre la posibilidad de casarse y quedarse a vivir aquí, pero ella no estaba muy entusiasmada con la idea. Por lo que me dijo Shura, la muchacha era muy humilde y muy apegada a su familia y su tierra, y que por eso le sería algo difícil convencerla.
—Por lo que oigo tenía una amistad con el fallecido.
—No tanto como una amistad. Ha sido un empleado desde que mi abuelo lo contrató cuando yo era una adolescente y estaba aquí de cadete. Cuando mi abuelo falleció ocupé un cargo superior, recién este año estoy aquí. Pero lo conocía a Shura desde hacía más de unos seis años. No, más, él fue empleado de aquí por casi nueve años. —Se sorprendió al hacer cuentas—. Estuvo antes que yo.
—Es una jefa joven.
—Tengo veintitrés años, pero también la capacidad —dijo Saori autosuficiente elevando la barbilla.
—No lo dudo. —Vaya que no, aparentemente los Kido sí que tenían capacidad en lo que se desempeñaban—. Supongo que conocía muy bien a Shura. ¿Podría decirme si en el último tiempo lo vio extraño, nervioso o asustado?
—Nervios desde ya, iba a casarse. Además yo le propuse un aumento de sueldo y de status.
—¿Mantuvo alguna discusión con alguien?
—Dios —exclamó la dama sorprendiendo al hombre—; sí, pero era cosa de todos los días. Saga Mileto lleva en esta empresa más tiempo que la que llevaba él y se conocían. Hubo roces estos años entre ellos, pero… nada llamativo. Hasta me atrevo a decir que eran estrechos amigos, se tenían estima y confianza.
—¿Tenía amistades aquí?
—Solo con los hermanos Mileto —contestó Saori—. Saga y Kanon. La amistad con Kanon era más pacífica, solían irse juntos en coche cuando terminaba la jornada.
—Interesante —pronunció Shaka débilmente—. ¿Podría hablar con ellos dos?
—Pues, lo dudo... les he dado vacaciones desde ayer, por dos semanas.
—¿A los dos?
La dama asintió. Aquello al rubio le llamó profundamente la atención. ¿Por qué tomarse vacaciones luego del asesinato de uno de sus compañeros? O mejor dicho ¿de qué querían escapar? Antes de sacar conjeturas erróneas investigó con cautela.
—¿Le comentaron si tenían pensado salir del país? —Formuló de nuevo la pregunta— ¿Les dijo a dónde irían de vacaciones?
—Pues no, quizás solo las pidieron para descansar del trabajo. Hacía un año que ninguno de los dos se las tomaba —expresó Saori con tono obvio.
—Claro —volvió a pronunciar Shaka para su interior—. ¿Podría darme la dirección de sus casas? —preguntó y Saori endureció las facciones. El rubio comprendió que eso no sería algo fácil de conseguir, por eso agregó—: Realmente es necesario, se trata del asesinato de Shura.
—¿Puedo darle esa información? —investigó con sagacidad.
—Sin una orden tiene todo el derecho de negarse, pero... también corre el riego de estar implicada en el asesinato. De ser condenada por cómplice, guardar información...
—Está bien, entendí —interrumpió la muchacha—. Viven juntos —explicó levantándose de su silla para caminar hasta un fichero.
Por primera vez Shaka pudo estudiar la esbelta figura de la bella dama, llevaba un vestido blanco bastante escotado y si bien era largo eso le daba elegancia y contrastaba con ese escote pecaminoso. Saori revisó en un cajón hasta que encontró la dichosa dirección, luego de traspasarlo a un papel se lo dio al hombre. Shaka observó la dirección e intentó recrear un mapa en su mente, pues bien, estaba a veinte minutos en coche.
—Muchas gracias. Shura se lo agradece —pronunció el rubio poniéndose de pie.
Estrechó la fina mano de la mujer, quien le sonrió con calidez y antes de partir le pidió por favor que la mantuviese al tanto de todo, y que si necesitaba algo que no dudara en pedir su ayuda. Al final, pensó el hindú, Saori no resultó ser tan bruja como aparentaba.
Cuando salió a la calle, Shaka notó que el sol ya se había ido. Ni cuenta se había dado del paso del tiempo, encerrado allí con Saori Kido. Miró su reloj de pulsera y supuso que Calista ya estaría haciendo la cena. Debatió con su conciencia sobre ir a la casa de los hermanos o irse finalmente a la suya y acabar por ese día con la jornada laboral. Viendo la situación optó por lo segundo, no sin antes llamar a Muu para pedirle el favor que le averiguase todo sobre Saga y Kanon Mileto, sin olvidar el detalle de mantenerlos vigilados por si intentaban tomarse unas vacaciones fuera del país. Hecho eso y más tranquilo con su consciencia, obedeció a su estómago y continuó camino hasta su casa. Además estaba cansado y quería darse una buena ducha de agua tibia.
Llegó a la cochera de su casa y estacionó, pero se quedó unos segundos en el auto respirando pausadamente y con la cabeza estirada hacia atrás. Cada día que pasaba se le hacía más difícil la vuelta a casa. Decidió bajó del vehículo y entrar a su hogar. Encontró a Calista de espaldas sentada en el sillón con su hermoso cabello, negro como la noche, desparramado en el respaldo, leyendo una revista con la televisión prendida.
La muchacha volteó y miró con frialdad a su marido para luego esbozar un—: Llegas tarde.
—Tuve trabajo —respondió el hindú desabrochando los primeros botones de su camisa.
—La cena está en el microondas, pensé que te ibas a quedar toda la noche afuera —se disculpó la mujer con tono parco para luego volver a la lectura.
—No hay problema, ahora me la caliento.
Shaka caminó hasta la cocina y abrió el artefacto encontrando allí la cena, suspiró rendido y volvió a cerrar la puerta, el hambre se había esfumado y observando la situación volvió al comedor.
—Iré a bañarme y luego me acostaré —se quedó de pie esperando respuesta, que llegó tarde con un asentimiento débil de cabeza por parte de Calista.
Sin más, el hombre subió las escaleras y se dio un buen y necesario baño de agua tibia, analizando en su cabeza lo hablado con Saori Kido sobre los hermanos Mileto. Cuando terminó de bañarse se dirigió a su habitación con la toalla atada a la cintura y el pelo húmedo, se colocó el piyama y se acostó, borrando momentáneamente ese sentimiento agobiante de soledad y desprecio. En ese último tiempo prefería estar en su trabajo que en su propia casa, por lo menos allí se sentía útil y solía sonreír producto de las ocurrencias de Muu.
Muu… ¿qué sería de él? ¿Estaría regando su potus y hablándole con voz tierna? Antes de caer dormido, Shaka rió ante esa idea. Sus vidas solitarias, en algún punto, se asemejaban.
(…)
Al otro día Shaka llegó a su oficina desesperado por seguir con el caso. En el camino arrastró a un alegre Muu hasta dicho lugar, alborozado por haber conseguido las malditas pruebas necesarias para inculpar a un privilegiado de la ley. Sin dudas sintió aquello como un logro personal y no le importaron las amenazas de muerte que había recibido en esos días, vaya que no, solo quería atrapar a ese mal nacido y así fue.
—Entonces, si ya estás libre me acompañarás. —Más que una pregunta por parte de Shaka había sido como una orden.
—¿Por qué te empecinas en arrastrarme a todo? —se quejó con buen humor y llevó las manos a su cintura en señal de falso enojo.
—Tú eres más inteligente que yo, Muu. Te das cuenta de cosas que yo no logro comprender en su momento. Contigo todo cobra sentido y de alguna forma sabes cuándo alguien miente y cuándo no.
—Gracias por el cumplido, pero te recuerdo que a ti te dieron el caso, no a mí. Será por algo, ¿no? Y deja de ser tan lisonjero, sueltas todo eso para convencerme.
—Por favor, esta entrevista es importante. Los hermanos sobre los que te comenté se tomaron vacaciones después de la muerte de Shura y por lo que averiguó Seiya tenían pensado irse fuera del país, a Japón. Eso es sospechoso, así que acompáñame —volvió a pedir el hindú tomando la llave del coche y una fina carpeta.
—Con la única condición de que después tú pagues la cena o merienda, o lo que sea a la hora que terminemos —aclaró Muu caminando a su lado, indicándole así que ya había aceptado.
—Está bien.
—En un restaurante, quiero comer comida y no chatarra.
—Muy bien, trato hecho; pero ven conmigo. Necesito tu mente. Dos cabezas piensan mejor que una.
—Claro, por eso estás conmigo, ¿no? —bromeó Muu— Solo por interés.
Shaka rió débilmente y ya en la cochera del edificio subieron a su auto y salieron a la calle. Hablaron durante el trayecto sobre todo lo ocurrido. A pesar de que el caso era del rubio, Muu prácticamente también lo sentía suyo, tantos detalles en los que estaba al tanto que de manera inevitable se había involucrado tanto como el hindú, además le había tomado manía a eso de decir "Fernando Julio cabrera Pinto" y hacía mucho que no lo decía.
Llegaron frente a una pintoresca casa, sencilla, pero muy moderna. Sin plantas o flores, pero grande y algo ostentosa, sin llegar a serlo por completo. Shaka bajó del coche con Muu y caminaron hasta la entrada, tocaron timbre y luego de un rato escucharon un "¡Ahí va!". No pasaron segundos que la puerta se abrió y lo primero que hizo el rubio fue presentar su credencial ante ese hombre de cabellos azul y alborotado que lo miraba extrañado.
—¡Saga! —gritó el hombre al voltear— ¡Ven aquí! —demandó abriendo la puerta de par en par.
—¿Qué pasa? —Otro hombre idéntico apareció desconcertando a los oficiales.
—Mellizos —esbozó Muu señalándolos.
—Gemelos —corrigió el recién llegado—. ¿Quiénes son ustedes?
—Oficiales —le respondió su hermano mirándolo de manera inquisidora. ¿Ahora que había hecho? Saga arqueó una ceja fingiendo inocencia.
—Mucho gusto, mi nombre es Saga Mileto —se presentó como correspondía— y él es mi hermano Kanon. ¿En qué podemos ayudarles?
—Ustedes eran compañeros de Shura, ¿verdad? —cuestionó Shaka metiéndose en la casa sin ser invitado.
—Así es —respondió Kanon.
—¿Quién es el mayor? —preguntó Muu desubicándose, pero era mejor instalar un clima ameno para conseguir resultados positivos. Kanon iba a responder, pero su hermano se le adelanto con una galante sonrisa.
—Yo soy el mayor.
—Por unos segundos —acotó el supuesto menor.
—¿Viven juntos? —preguntó el rubio investigando la casa en desorden. Era un caos de ropa, libros, CD, ceniceros, botellas y comida rancia.
—Pues sí, es más económico —respondió Kanon—, además tenemos gustos similares así que nos llevamos bien.
—No mientas —se quejó Saga frunciendo el ceño—, nos llevamos como perro y gato.
—¿Se enteraron del asesinato de Shura?
—¿Asesinato? —se extrañó Kanon— ¿No había sido un robo?
—Disculpa mi atuendo —pidió un sonriente hermano mayor hablando con Muu, ambos parecían algo apartados de la realidad.
—No te preocupes, estás en tu casa después de todo. —Muu escudriñó el torso bien formado de ese hombre y por el pantalón deportivo que llevaba puesto recién se despertaba o no tenía pensado ni siquiera calzarse.
El hindú conocía perfectamente a su amigo, fue por eso que supo que lo había perdido, carraspeó para llamarle la atención, pero tuvo que decir su nombre en voz alta para conseguirlo. ¡Dios! ¿Justo ahora le tenía que pasar eso?
—Lo siento —le susurró Muu a su amigo y Saga sonrió con picardía.
—Nos habían dicho que fue un intento de robo y que se resistió —continuó Kanon con ligero asombro.
—No fue un robo —corrigió Shaka buscando dónde sentarse.
—¿Quieren algo de beber? —preguntó Saga en general, pero solo mirando a ese exótico hombre de cabello morado.
—Agua, por favor —pidió el rubio suspirando en señal de hartazgo.
Kanon escondió la mirada. Había pensado en pedir disculpas por parte de su hermano, ya que era obvio el tipo de inclinación que tenía, pero desistió al ver que el otro oficial no parecía estar ofendido o algo por el estilo.
—Gracias —susurró Muu bajando la vista al suelo. El mayor de los gemelos desapareció por la cocina y volvió con una jarra y dos vasos. Le sirvió primero a Muu y luego al compañero de este.
—¿Y por qué lo asesinaron? —siguió preguntando Kanon.
—¿A quién asesinaron? —investigó Saga alarmado por esa palabra.
El hindú cerró sus ojos y se frotó la sien, fue Muu quien se adelantó cobrando raciocinio, necesario para seguir adelante; pero no era su culpa, jamás imaginó que iba a cruzarse con un griego de esas cualidades. Se sentó y comenzó a hablar.
—Asesinaron a Fernando Julio Cabrera Pinto. —Había extrañado tanto decirlo.
—¡Vaya! Hace años que nadie lo llamaba así —comentó Kanon.
—¿Las razones? —pronunció Shaka— Es lo que intentamos averiguar.
—¿En qué podemos ayudarles? —Ofreció Saga sentándose en el sillón y haciéndole compañía a los tres.
—Respondiendo preguntas —contestó el rubio acomodándose mejor y dejando el vaso sobre una pequeña mesa.
—¿Qué tipo de relación tenían con Fernando Julio Cabrera Pinto? —investigó Muu cauteloso, yendo despacio, pero sin quitarle la mirada de encima al mayor de los griegos.
—Pues, éramos compañeros de trabajo —respondió el menor de los gemelos.
—¿Solo compañeros? —se extrañó el hindú.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —investigó Saga con astucia.
—Pues por lo que tenemos entendido —se adelantó Muu echando el cuerpo hacia delante—, ustedes tres eran amigos.
—Sí, desde ya. Años trabajando juntos —aclaró Kanon asintiendo reiteradas veces—. Solíamos tomar unas copas, salir del trabajo e ir en el coche de uno u otro, encontrarnos en el gimnasio, reuniones, fiestas del trabajo... esas cosas, nada del otro mundo.
—Se tomaron vacaciones —soltó Shaka dándole espacio a los dos interrogados de responder, los hermanos se miraron y fue Saga quien habló.
—Sí. ¿Tiene algo de malo eso?
Por lo visto, por el tipo de preguntas y respuestas, Muu había vislumbrado que esos dos griegos no eran para nada sonsos y sabían por dónde venía la mano; por ese motivo habló sin más rodeos.
—Se tomaron vacaciones luego de la muerte de Julio Fernando Cabrera Pinto y tenían pensado irse del país.
—Sí, nos tomamos las vacaciones porque estábamos cansados y en parte, créase o no, nos afectó la muerte de Shura —aclaró Kanon algo ofendido—, era nuestro amigo a fin de cuentas.
—Ahora son amigos —pronunció Shaka—. Antes solo eran compañeros de trabajo y ahora amigos. Y pensaban irse a Japón —remarcó.
—Pues, sí. ¿Es un delito querer salir del país? —se molestó el mayor.
—No, desde ya que no —contestó Muu.
—Bastante conque ayer a la noche nos quitaron el pasaporte en el aeropuerto sin darnos una explicación coherente —siguió Saga con el mismo tono—. Ahora lo entiendo —asintió enfadado. A su lado Kanon miró el reloj de pared y le susurró.
—Saga, se nos hace tarde —dijo el girego y Shaka arqueó las cejas mirando con una mirada inquisidora a los hermanos. ¿Intentaban escaparse? En apariencias sí, ya que Saga se había puesto de pie.
—Yo iré a cambiarme, tenemos cosas que hacer —avisó el mayor y Muu observó a su compañero de trabajo.
—¿No piensan responder mis preguntas? —investigó el rubio con recelo, Saga ni siquiera respondió, ya se había metido en su cuarto.
—Con mucho gusto —concedió Kanon—, pero tenemos una vida y hay cosas por hacer.
—Tenemos la leve sospecha —pronunció Muu pausadamente— de que buscan escapar de nosotros.
—No es cierto —dijo Saga volviendo de su habitación en un suspiro, ya vestido con otro pantalón deportivo, una camiseta y zapatillas negras—. Responderemos a todas sus preguntas... pero otro día —contestó y con astucia agregó—: No nos pueden detener por no querer responder hoy. —Y eso era cien por ciento cierto, cuando Kanon se puso de pie para seguir a su gemelo mayor, Shaka también se puso de pie y con voz firme les aclaró.
—Mañana, sin falta, a la mañana. Kanon Mileto queda citado para ir a mi oficina. —Buscó una tarjeta y se la extendió—. Esta es la dirección, oficina seis.
—Yo a la mañana no puedo —argumentó Saga y el rubio comenzaba a hartarse de ese par.
—No importa, a la tarde, después de la hora del almuerzo. Si no van, presentaré cargos en su contra por poseer información y no querer brindarla.
—Bien —concedió Saga abriendo la puerta de calle e invitando con falsa gentileza a los dos hombres a marcharse.
—Todo un gusto —dijo Muu por cortesía y el mayor le sonrió.
Shaka ni los miró y así se dividieron en dos grupos. Los hermanos se metieron en su cochera mientras que el rubio y su compañero fueron hasta el coche estacionado frente a la casa. El hindú no solía molestarse, pero la manera en que cerró la puerta de su propio choche, haciéndola prácticamente giratoria le indicaba al otro su estado de ánimo.
—Tranquilo —susurró Muu—, no los podemos detener sin una orden y mucho menos sin pruebas de que hayan cometido un delito.
—Lo sé, por eso estoy furioso, porque si es por mí los encierro de por vida. Son muy sospechosos.
—Te molesta cuando alguien no quiere prestarte atención, es eso —terció Muu con una sonrisa ladina.
—No querer cooperar con información y mostrarse reticente es lo que me molesta. Además ahora desconfío de ellos. ¿O me vas a decir que no buscaban escapar? —exhaló el aire que mantuvo atrapado y encendió el coche para arrancar con una velocidad de muerte.
—Yo creo que se sintieron amenazados por nuestra presencia o bien ofendidos. Y no los veo como sospechosos, aunque bueno... tampoco se habló mucho, pero estoy seguro de que mañana las cosas se aclararán un poco.
—Por Buda, ¿a qué restaurante quieres ir?
—Shaka, son las tres de la tarde —dijo Muu riendo apenas y su celular sonó—. Hola. Sí. Perfecto, bueno, ahora iremos, gracias.
—¿Quién?
—Mi esposa —bromeó.
—Tú no tienes esposa.
—Y nunca la tendría —agregó Muu—. Seiya, era para avisar que los resultados de la autopsia ya están y que vayamos hoy porque la familia pidió el cuerpo de Fernando...
—Ya... —Lo interrumpió Shaka conociéndolo—. Pero de todos modos con el resultado es suficiente, no hace falta el cuerpo.
—¿Aún perdura esa aprensión a ver cadáveres? —investigó divertido y algo vengativo, no era algo usual en él, pero le gustaba torturar a su amigo con ese tema.
—Es que no sé cómo puedes, Muu. Después de ver un cadáver no podré cenar por tres días —se quejó.
—Es importante, recuerda lo que Shion nos dijo hace mucho cuando empezamos en esto: "Los muertos nos hablan" —citó Muu—. Un cadáver puede decirte muchas cosas sobre su muerte, hasta puede decirte quien lo mató.
Hablando sobre lo ocurrido siguieron camino hasta la morgue de la central, apartada del edificio general, pero relativamente cerca. En el transcurso del viaje a Muu se le ocurrió preguntar por Calista, algo de lo que no solían hablar. Debido al pasado Muu se mostraba reticente a hablar de ella o sobre ella, pero hacía mucho que no se lo preguntaba.
—¿Cómo está Calista? ¿Las cosas bien?
—Sí —respondió Shaka de manera cortante y por ese detalle Muu entendió que no quería hablar de ella.
—Hace calor.
—Así es.
Y lo que quedó de camino se mantuvieron en un silencio incómodo y aterrador, hasta que Muu lo quebró pidiendo disculpas por no estar atento al principio de la conversación con los griegos. El rubio solo realizó un gesto despreocupado y sonrió. Otro tema del que no quería hablar con su amigo; por fortuna llegaron a la morgue, a un edificio tan lúgubre que iba bien con la temática del lugar. El olor a humedad inundaron sus sentidos cuando ingresaron, el viejo edificio lucia en verdad espantoso, pero eso era solo sugestión, ¿por qué negarlo?
Caminaron por un largo pasillo frío, frenando recién al final del mismo donde un joven de larga cabellera negra, vestido de blanco y que simulaba ser un aterrador carnicero de película de terror, interceptó su paso. Esa larga cabellera negra le trajo el recuerdo de Calista al atormentado hindú.
—Hola, señor Fleischman —saludó el joven con una sonrisa muy amena.
—Hola, Shiryu —correspondió con una sonrisa similar.
—Hola, señor —saludó más serio al acompañante rubio, quien asintió en respuesta—. ¿Vienen por el caso Cabrera?
—Así es —habló Shaka por primera vez desde que llegara al lugar.
—Vengan por aquí.
—Eres muy joven, es la primera vez que te veo —reconoció el rubio y fue Muu quien se adelantó a hablar.
—Es practicante. Dohko le está enseñando a hablar con los muertos.
—Oh... tan joven y eliges una profesión así —expresó el hindú y Shiryu solo sonrió.
Atravesaron distintas salas provistas de camillas y de paredes azulejadas y blancas. Una radio se encontraba prendida en donde la "Para Elisa" sonaba a un decibel bastante alto, Shaka solo tuvo que ver a Dohko abriendo un cuerpo que sintió el estómago revuelto.
—Profesor, los oficiales ya llegaron.
—Oh —reconoció Dohko dejando de lado el cadáver de una niña para prestarle atención a los recién llegados—. Hola, enseguida estoy con ustedes. Shiryu, llévalos hasta donde está el señor Cabrera.
El pelinegro obedeció y condujo por otra sala a los dos hombres prendiendo una luz a su paso que parpadeó un par de veces molestando la vista. Dohko terminó de limpiarse y fue al encuentro de los recién llegados. En una camilla, tapado por una sábana blanca, supuestamente se encontraba Shura y con él innumerables pistas. "Dormido", esperando a ser despertado, a hablar con su cuerpo. Él sería quien les dijera quien lo había matado o por lo menos cómo, aunque no pudiera darles el por qué.
Shaka perdió la mirada y la posó en los azulejos cuando la sábana blanca fue retirada. Era algo extraño, pues si bien ver a una persona muerta en la calle o durante su trabajo no lo impresionaba, la historia era muy distinta allí, en la morgue; pero eso tenía mucho que ver con su pasado y el trauma que le había dejado tener que ser él quien reconociera el cadáver de su abuelo.
—Sin dudas la herida fatal fue el golpe en el occipital —habló Dohko casi en un murmullo, analizando consigo mismo. A su lado Shiryu observaba a su maestro con gran curiosidad.
—¿Tiene alguna herida particular? —investigó Muu al ver que su compañero ni siquiera podía bajar la vista.
—Pues no —reconoció el doctor—, nada que determine que fue una víctima de algún loco. O un asesino serial.
La mayoría de los asesinos seriales o asesinos que mataban por un motivo en especial, tenían el mismo modus operandi para llevar a cabo sus tareas; se comportan de la misma manera con sus víctimas y asesinan de la misma forma. Recientemente en la ciudad había habido un caso de un hombre que mataba mujeres cortándole el abdomen en forma de sonrisa, gracias a las autopsias se supo que ese corte en particular que se veía en todos los cadáveres, eran hechos una vez que la víctima fallecía. ¿Los motivos? Cuando lo atraparon supieron por el mismo asesino que buscaba simbolizar el aborto. Un loco, sin dudas, pero que los hay, los hay.
—Fue un asesinato por emoción violenta —pronunció Shiryu interviniendo por primera vez.
—Vaya que sí —admitió Dohko—. Nunca había visto a una persona tan golpeada, murió a causa de los golpes, o sea, imagínense de qué manera hay que pegarle a una persona para matarla. De seguro esto lo debe haber causado un hombre y por la fuerza empleada se ve que estaba furioso.
—¿Signos de haber utilizado algún objeto contundente? —preguntó Muu jalando la chaqueta de su amigo para traerlo a la realidad.
Luchando consigo mismo, el rubio guió con lentitud la mirada al cadáver, poco a poco, paso a paso. Y cuando lo logró se encontró con un hombre de su edad, como si estuviera profundamente dormido. Aunque la realidad era que estaba bien muerto.
Era la imagen de un hombre de facciones duras y marcadas, su masculinidad inmortal lo atrapó por completo. Por primera vez lo tenía a Shura frente a sus ojos, así que lo examinó con parsimonia.
Inmóvil, frío, pálido... era un cadáver, por ende no había nada allí. Eso era solo una carcasa, un montón de huesos y carne a punto de podrirse, pero eso en un pasado había sido "Shura". Ya no más, lo que veían sus ojos era lo que una vez había sido. El hindú pudo seguir filosofando sobre la vida y la muerte de no ser por la voz de Dohko, que lo trajo a la realidad.
—No, puedo asegurar que estos golpes son completamente físicos. La de la parte occipital me hace dudar pues para romperle el cráneo así se necesita más que fuerza.
—Shura fue hallado sentado contra una pared —pronunció Shaka débilmente interviniendo por primera vez, los tres hombres lo miraron extrañados, como si hubieran olvidado que él estaba allí. Tan concentrados en el alma de la fiesta: Shura, que no repararon en otro invitado.
—¿Y con eso? —preguntó el joven estudiante aún más extrañado, los tres hombres habían dado por hecho algo que él no llegaba a comprender.
—Pues verás, Shiryu —habló Dohko con voz casi paternal—, si fue hallado sentado eso quiere decir que murió así, pudo haberse arrastrado hasta un lugar y fallecer luego, pero por la clase de herida en su cabeza eso es imposible. Nos indica que fue golpeado con fuerza en dicho lugar, quizás pudo haberse arrastrado pero lo dudo porque nadie podría después de tremendo golpe en la cabeza, y para ello se necesita algo sólido. Ni un puño ni el aire pueden causar esta herida fatal, entonces ¿qué es lo único sólido que hay en la escena del crimen?
—No lo sé, no estuve —dijo el estudiante en su inexperiencia.
—Yo tampoco —respondió Dohko—, pero en una casa mínimamente hay paredes y piso.
—Sí —reconoció Shiryu y luego comprendió— ¡Ah! Claro. Fue golpeado contra la pared, su cabeza... el asesino golpeó su cabeza contra la pared.
—O el piso —acotó Muu—, pero estamos seguros de que fue contra la pared, por la sangre desparramada, la masa encefálica y la posición del cadáver cuando fue encontrado.
—Su cuerpo tiene signos de lucha —habló de nuevo el rubio observando el cadáver de arriba abajo.
—Sí. Se defendió, desde ya —aclaró Dohko—. Lástima que es hombre, la mayoría de las mujeres suelen rasguñar, arañar, morder... eso nos da más pistas, pero en este caso...
—¿No hallaron nada? —se desilusionó Muu.
—Pues, en sus uñas no hay rastros de piel del victimario. Tampoco se halló cabello del posible asesino, pero su examen toxicológico reveló alcohol y drogas en su sistema.
Al escuchar eso que los desconcertó, Muu y Shaka se miraron a los ojos sorprendidos. ¿Cómo que drogas? Antes de sacar conjeturas apresuradas, el rubio guió la mirada al joven doctor y este comprendiendo dicha expresión lo aclaró.
—Droga comercial. Lo que me sorprende es la mezcla con el alcohol.
—¿Qué tipo de droga? —se adelantó Muu.
—Shiryu... —concedió el doctor para darle el lugar a su alumno. Haciendo memoria el aludido entrecerró sus ojos y comenzó a recitar.
—Paroxetina CIH hemihidrato 22, 77 mg, excipientes: ludipress 193, 23 mg, dióxido de sicilio coloidal 1, 0 mg, almidón glicolato de sodio 12, 0 mg, talco 8, 0 mg, estearato de magnesio 5, 0 mg, hidroxipropilmetilcelulosa 3, 0 mg, polietilenglicol 6000 1, 5 mg, povidona 0, 6 mg, propilenglicol 1, 5 mg y dióxido de titanio 1, 5 mg...
—Bien, Shiryu —sonrió el doctor orgulloso de su alumno, debía ser la única persona en el mundo capaz de recitar de memoria absolutamente todos los prospectos, era un prodigio. Continuó mientras tapaba el cuerpo de la víctima con la sábana blanca—. Paroxetina es un inhibidor potente y especifico de la recaptación neuronal de serotonina, con muy escasa actividad sobre la recaptación de noradrenalina y dopamina neural...
—Eso es un… ¿antidepresivo? —investigó Shaka algo mareado por la exactitud.
—Exactamente —reconoció Dohko—, está indicado para tratamientos de depresión mayor.
—Ah, era un loco importante —reflexionó Muu con cierta gracia.
—También para los tratamientos de los trastornos obsesivos-compulsivos y ataques de pánico con o sin agorafobia —completó el doctor caminando hasta su despacho siendo seguido por su alumno y los otros dos hombres.
—¿Y qué reacciones adversas tiene con el alcohol? —investigó el rubio caminando por un largo pasillo para detenerse en la puerta de ese despacho.
—Ninguna —respondió Dohko con naturalidad—, la paroxetina y el alcohol juntos no incrementan el deterioro de las funciones mentales y motoras, no obstante, como toda medicación psicotrónica, se recomienda no consumir alcohol. Salvo que quieras quedar dado vuelta y sin saber cuál es tu nombre.
—Muchas gracias, Dohko —pronunció Muu con una sonrisa.
—Ha sido muy útil —agregó el hindú dispuesto a irse—. Cualquier cosa que descubra o que sepa, póngase en contacto conmigo, por favor.
—Descuida, lo haré —tranquilizó el doctor sentándose en su silla.
—Adiós, muchacho. —Muu saludó al joven aprendiz.
—Suerte —correspondió.
Sin nada más que hacer allí los hombres marcharon del lugar, de nuevo por el amplio y largo pasillo, hablando entre ellos y sacando conjeturas. Fueron a la oficina para cumplir con el papelerío correspondiente de su trabajo y a una hora determinada partieron hacia un restaurante cercano. Sin más, la tarde murió, Shaka realizó una breve llamada telefónica a su esposa para avisarle que llegaría tarde. No le dio las razones y Calista tampoco preguntó.
Cenaron hablando del caso, como era su costumbre, nunca, ninguno de los dos podía desprenderse del trabajo. Costaba y por más que lo intentaran siempre volvían al mismo punto. La noche se hizo presente y con ella el regreso tortuoso al hogar.
El rubio condujo hasta la casa de su compañero. Era un barrio tranquilo y silencioso, cuando llegaron, como siempre, una pequeña escalinata que daba a una simple puerta era todo lo que se presentaba ante sus ojos.
—¿Quieres bajar a tomar un café? —ofreció Muu con cordialidad.
El hindú sabía que aquello no era conveniente, no recordaba la fecha exacta de la última vez que había pisado la casa de su amigo, hacía ya varios años de eso, pero sí perfectamente lo que había ocurrido.
—No lo creo. Gracias, Muu. Quizás otro día —se disculpó Shaka con suma pena.
—¿Estás seguro? Te presentaré a mi potus —bromeó ya fuera del coche y mirando a su amigo por la ventanilla del acompañante.
—Otro día, me muero de ganas por conocerla —rió sin querer y sin poder evitarlo.
—Adiós. Nos vemos mañana —saludó Muu con un brazo al aire y entró a su casa.
El hindú puso en marcha el coche, observó su reloj de pulsera percatándose de que ya eran las nueve de la noche y arrancó sintiendo poco a poco esa extraña sensación que se apoderaba de él a medida que las cuadras se le hacían terriblemente familiares.
Llegó a su casa y en la puerta de la misma un coche estaba estacionado, dejó su auto en la cochera y con extrañeza bajó para entrar a su hogar justo cuando un muchacho joven salía de su casa y se encaminaba a ese auto estacionado en la entrada, llevaba consigo una pequeña caja de herramientas. Asombrado, quizás algo molesto, cruzó el jardín hasta llegar a la puerta donde Calista se encontraba con la bata puesta.
—¿Quién era? —investigó Shaka con un tono que lindaba entre la desesperación y la furia.
—El chico del cable —contestó con calma y el rubio intentó articular palabra, pero nada salió de su boca.
—El chico del cable —logró pronunciar con incredulidad.
—Sí —afirmó Calista con tono obvio haciéndose a un lado para dejar pasar a su marido—, ¿qué tiene de malo?
—Son las nueve de la noche, Calista —respondió mirando de arriba abajo a su mujer.
—Llegó tarde —explicó con despreocupación y caminó hasta la cocina.
—¿Y lo recibiste así? —se horrorizó Shaka señalándola.
—Me estaba bañando y tocó timbre. Tuve que bajar a abrirle. ¿Qué hubieras preferido, que lo atendiera desnuda?
El rubio caminó hasta la sala y prendió la televisión, como si así buscara encontrar una respuesta. Al ver que efectivamente tenían cable de nuevo después de haberse caído la conexión esa mañana, volteó con el control en la mano y se topó con el rostro de satisfacción de Calista.
—No me crees —dijo finalmente con una imperceptible sonrisa de antipatía.
—Sí, claro —susurró el hindú no muy convencido—. ¿Cómo no te voy a creer?
—¿Ya comiste? —preguntó Calista dando la vuelta para regresar a la cocina.
—Sí, comí con Muu —respondió Shaka apagando la televisión y dejando el control remoto en la pequeña mesa—. Me voy a bañar.
Con algo de duda el rubio subió las escaleras para quitarse la ropa y darse una ducha, aun esa extraña sensación no lo abandonaba. Llegó a sentirse humillado, insultado, herido en su ego y orgullo masculino. ¿Por qué negar que desconfiaba de Calista? No tuvo otra opción que creerle, era eso o aceptar definitivamente que la relación no daba para más.
Se acostó a dormir junto a ella, quien tenía la luz del velador encendida y un libro en la mano. El rubio tardó en conciliar el sueño, pues no podría quitarse de la cabeza miles de cuestiones, hasta que finalmente, entre el ruido de las hojas al pasar, logró quedarse dormido.
(…)
Al otro día despertó con la imagen en la cabeza de un griego en particular, ¿había soñado con él? Por la ventana se dio cuenta que todavía era de noche, se desperezó y se encontró con su mujer profundamente dormida.
Sin hacer ruido se dirigió al baño, se lavó la cara, se cepilló los dientes y aún luego de vestirse la imagen de Aioria Leónidas seguía allí fresca en su mente. En un segundo relacionó esa insistencia mental con lo dialogado el día anterior en la morgue.
Supo que de no seguir su instinto, cosa que siempre hacía, esa extraña sensación no lo abandonaría y aunque no encontraba motivo valedero para no querer ir, esa era su realidad. Por alguna razón no quería tener que volver a ver a ese hombre, pero tendría que ser así ya que el pelirrojo podría ser quien le contara un poco sobre la vida de Shura, sobre su pasado y, de esa manera, relacionarlo el presente.
Sin desayunar, motivado por esa sensación, Shaka salió de su casa cuando el sol comenzaba a asomarse. Encendió el coche y arrancó, eran las ocho de la mañana y había olvidado por completo la cita con uno de los gemelos. Tanto lo había absorbido la imagen de Aioria que todo lo demás se volvió secundario.
Llegó al hotel barato casi sobre las nueve de la mañana, fue directo a la puerta y golpeó, con algo de duda primero, pero luego con firmeza. Una voz adormecida respondió del otro lado algo inentendible. Pasado unos minutos la puerta se abrió dejando entrever a un Aioria aun soñando.
—Lo siento, por la hora... —se disculpó Shaka. El griego volteó para mirar el reloj de pared.
—Son las nueve casi. Discúlpame a mí, no suelo despertarme temprano. Pasa —invitó con espontaneidad haciéndose a un lado.
El rubio entró encontrando el mismo desorden de antes. El pelirrojo estaba vestido solo con un pantalón deportivo, se metió al baño en donde estuvo un buen rato, para después salir más despierto y presentable.
—Hace frío —tiritó Aioria y buscó una camiseta, se calzó y recién cayó en la cuenta—. Siéntate, dime ¿a qué has venido? ¿Descubriste algo nuevo? —Bostezó largamente entre pregunta y pregunta.
—Pues... no realmente. En realidad vine para hablar contigo sobre el pasado de Shura —confesó sentándose en el sillón.
—Vayamos a la cocina —propuso el griego bostezando una vez más—, así me preparo algo para desayunar. ¿Tú ya has desayunado?
—La verdad es que no —reconoció el hindú con una sonrisa.
—Prepararé algo para los dos entonces.
—No hace falta, no te molestes.
—No es molestia —contradijo el pelirrojo ya en la cocina. Shaka siguió al hombre hasta una pequeña cocina, donde solo había una mesada, una cocina, y una mesa con dos sillas; por la ventana se podía ver un largo pasillo, como un callejón—. Jugo de naranja exprimido, tostadas con queso, el café no te gusta, así que me haré para mí solo, té para ti, y… ¿algo más? Fruta —recitó Aioria de espaldas mientras preparaba todo.
—Gracias —susurró su compañía. Cuando el pelirrojo terminó con todo y se sentaron a la mesa, el hindú comenzó con sus preguntas, no sin antes expresar que todo estaba muy rico— ¿Cómo era Shura?
—¿A qué te refieres con eso?
—Pues, tú me habías dicho que la familia de él no te tenía estima, que tú eras un chico... rebelde —calificó Shaka con una sonrisa—. Y él aparentemente era todo lo contrario.
—Así era.
—Mira —el rubio decidió ser sincero—, ayer los exámenes toxicológicos arrojaron que él consumía una droga comercial. En concreto, un antidepresivo muy fuerte, pero que él se lo administraba de otra forma.
—¿Otra forma? —Aquello le sonó muy raro.
—Abusaba de esa droga —aclaró.
—Ah... Yo pensé en cualquier cosa. Como un supositorio —Aioria comenzó a reír fuerte mientras que su compañero fruncía la frente en señal de reproche. Aquella imagen al griego se le hizo exquisita, ese rubio era en verdad un ángel.
—Quería saber si él en su pasado había pasado, valga la redundancia, por alguna situación traumática con su familia o en su vida.
—Pues, sus padres son separados, pero no creo que sea depresivo por eso. O sea, él siempre convivió con la separación de sus padres desde pequeño.
—Ajá —concedió el hindú dando un sorbo a su té—, ¿era un chico normal?
—Define normal —pidió Aioria, pero no le dio al otro tiempo de responder—. Shura en sí... era raro. Era un chico bueno, pero... se dejaba arrastrar por los demás. Tenía su carácter, aun así en el fondo no era un ángel.
—Explica eso.
—Bueno, como te comenté antes, yo siempre estaba involucrado en robos y consumía drogas en el círculo de amigos. No tengo familia y digamos que siempre me valí por mi cuenta, Shura si bien era un opuesto, en el fondo éramos iguales. Sin ir más lejos se involucró en todo eso, de una manera más alejada, pero lo estaba.
—¿Y cómo llegaron a hacerse amigos ustedes dos?
—Ya te lo dije, en el fondo los dos somos... éramos —se corrigió— iguales. Él por su lado se la daba de chico correcto y aplicado, pero cuando podía se daba unos buenos pases. Yo también, me la daba de chico rebelde, pero si podía hacer las cosas bien, en buena ley, lo hacía. En el fondo siempre busqué la justicia y hoy de grande es lo que busco. Como te expresé, éramos adolescentes. Y bueno, hacíamos muchas estupideces, éramos caras opuestas, pero al mismo tiempo iguales. ¿Se entiende? —concluyó confundido hasta él mismo con sus palabras.
—Creo —admitió Shaka.
—A ver... te lo explico así: él era en apariencia un buen chico, yo era en apariencia un mal chico. A solas éramos a la inversa. Con nosotros mismos, con nuestra consciencia, éramos todo lo contrario.
—¿Estas queriéndome decir que Shura era una mala persona?
—No tanto. Define ser una mala persona. Solo digo que actuábamos igual, nos mostrábamos de una forma y éramos lo opuesto. Y bueno, quizás por eso nos hicimos amigos, porque nos quitábamos la careta entre nosotros.
—Entiendo —concedió el rubio.
—¿Te sirvió de algo saber esto? —investigó curioso.
—Aunque no lo creas, sí. Sirve tener una idea de cómo era la víctima, siempre sirve.
—Bien, te conté cosas de Shura y mías, ahora respóndeme algo. ¿Por qué elegiste esta profesión? —Todavía lo extrañaba de sobremanera.
—Bueno, eso es algo… complicado de explicar para mí. —La mirada del hindú cambió rotundamente y sus espectaculares luceros celestes se ensombrecieron por un ínfimo instante—. No se lo conté nunca a nadie, salvo a mi compañero, pero... cuando era chico, un loco entro en mi casa. —Le costaba hablar de ello, recordar se le hacía muy pesado—. Mató a mis padres y a mi hermana. Yo tenía seis años. Me escondí en un mueble del lavadero. Asustado, escuchaba los gritos, sobre todo los de mi hermana. Ella tenía trece años. Había sido violada antes de morir.
—¿A ti no te encontró?
—No, desde ya, o no estaría aquí. Pero me buscó —respondió Shaka con un nudo en la garganta—. Primero mató a mi padre mientras dormía, mi madre despertó y gritó. Su grito fue lo que me llevó a correr y esconderme, como un reflejo. Luego escuchaba a mi hermana llorar. Yo estaba aterrado, no podía hacer nada. —Los ojos se le humedecieron en contra de su voluntad.
—Ya, lo entiendo. —Aioria estiró una mano y le acarició brevemente una mejilla—. Eras un niño, ¿qué podías hacer?
—Primero encontré a mi hermana en el pasillo, luego a mis padres en la cama. Salí del escondite varias horas después. No sé cómo hice, pero salí corriendo y llamé a mi vecino. Todo pasó muy rápido: la policía, el juez de menores. Nunca atraparon al asesino. Quedé solo, sin embargo pocos meses después un tío y mis abuelos vinieron a buscarme.
—¿Te criaste con ellos? —preguntó con cuidado. El rubio asintió lentamente—. ¿Por eso buscabas ser un investigador? ¿Por lo que le pasó a tu familia?
—No lo había visto como una posibilidad. Hasta que una noche un ladrón, un ratero común y corriente, acuchilló a mi abuelo para robarle su jubilación. Yo ya tenía dieciocho años en ese entonces. Atraparon al ladrón, pero mi abuelo ya estaba muerto. Y desde ahí, bueno, él y mi tío eras oficiales… y ya me venían insistiendo desde antes con seguir ese camino. Cuando mi tío se suicidó, me decidí del todo.
—Es una manera de recordarlos.
—No tanto, creo que más bien para poder evitar que otros pasen por lo que yo pasé —contradijo Shaka para luego reconocer con una triste sonrisa—. Patética mi vida, ¿no?
—No tanto como la mía —rió el griego y esas palabras fueron el pie inicial para una larga conversación.
Si bien el pelirrojo se mostraba reticente a contar sobre su pasado, amaba dar sus puntos de vista y su manera de ver la vida. Las horas pasaron con rapidez sin notar que seguían en el mismo lugar.
Hablaron de diversos temas, cambiando a cada rato de temática, riendo, sincerándose y asombrándose. Aioria era un trotamundos y había visto con sus ojos el mundo que Shaka no, y eso le agradaba al rubio, poder apreciar así la vida. Él, tan encerrado en su oficina y en su patético matrimonio. Sí, su vida era un asco. Cuando quisieron darse cuenta de la hora, habían pasado así la mañana, por eso Aioria reconoció que tenía hambre de nuevo.
—Ya casi es la hora del almuerzo.
—Por Buda —exclamó Shaka mirando su reloj de pulsera.
—¿Tienes algo que hacer? Porque puedo preparar el almuerzo…
—¡No! —El rubio se llevó una mano a la frente. Lo dicho por Aioria le trajo a la memoria de que sí tenía algo que hacer o por lo menos lo tuvo.
—¿No quieres almorzar?
—Dios, me olvidé. —Hablaba consigo mismo y buscaba con desesperación el teléfono celular.
—¿Tienes cosas que hacer? Lo siento si te retrasé mucho.
—No es eso —respondió el hindú marcando con consternación—, es que tenía una entrevista —le dijo a su compañero para luego prestarle atención a su teléfono—. Hola, Muu, dime. Sí, lo sé, es que me olvidé por completo. ¿Estaba muy enojado? Dios, está bien, es justo, yo lo cité y lo dejé plantado. Está bien, a la tarde paso. Gracias.
—¿Qué pasó?
—Es que hoy había citado a una persona para interrogarla y… bueno, la dejé pagando. Se enojó y… en fin, a la tarde tendré que ir a su casa.
—Entonces, ¿tienes tiempo para almorzar?
—Sí, pero cocino yo. No quiero comer embutidos —dijo recordando la vez pasada en la que el griego había comprado de todo para almorzar menos comida.
Viendo que Aioria no tenía nada en su alacena, se dispusieron a ir al supermercado para comprar lo necesario. Al volver y como prometió Shaka cocinó para los dos. Le gustaba cocinar, claro, siempre y cuando no fuera para él solo, pero era una actividad que por lo usual le agradaba.
Se sentaron a comer y a seguir conversando sobre sus vidas, dejaron el pasado atrás y se centraron en el presente. El rubio no era alguien que solía contar intimidades, salvo a Muu, pero su matrimonio con Calista era un tema que no tocaba con él, por ello al encontrar al pelirrojo, sintió que podría quitarse ese peso de encima.
Fue sincero con él en la medida que pudo, hasta llegó a contarle que inclusive sospechaba de un engaño. El griego, sin vueltas, le preguntó por qué no se divorciaba de ella, a lo que el hindú no encontró respuesta satisfactoria. En el fondo, la razón, era el eterno terror de quedarse solo, una vez más. Había perdido a su familia, a sus abuelos, a su tío y se rehusaba a perder también a su esposa. Eran las dos de la tarde cuando Shaka decidió que era hora de partir, se puso de pie y Aioria lo acompañó hasta el estacionamiento.
—¿No me darás alguna tarjeta o algo parecido? —preguntó Aioria— Digo, por si sé de algo, para informarte...
—¿No te di? —se extrañó Shaka y el otro negó. Estiró el brazo por la ventanilla abierta de su coche y sacó una tarjeta para después dársela.
—¿Te volveré a ver? —preguntó guardando la tarjeta dentro de su pantalón como si fuera el billete que un stripper consigue en su show.
—Si sabes quién es el asesino, lo más probable —respondió y el pelirrojo, antes de que se subiera al coche, sin ningún tipo de reparo tomó ese angelical rostro entre las manos y lo besó en los labios, primero con cuidado, mordiéndole con sutileza la boca, para luego hundir indecorosamente la lengua y saborearlo a profundidad. El hindú cuando pudo desprenderse de esos labios, miró aterrado a los costados agradeciendo la soledad en ese lugar. Miró al pelirrojo que sonreía seductoramente y con la voz entrecortada preguntó—: ¿Que no eras gay?
—No lo soy —afirmó el griego—, soy bi.
—Ah. —Shaka se aferró de la puerta abierta de su auto para no caer.
—¿Por qué no te quedas? —Aioria se acercó para poder besarlo otra vez.
—No te atrevas —espetó el rubio con firmeza y separando al otro con una mano—. No. —Le resultaba imposible articular palabra.
—Lo siento, yo... —quiso expresarse, pero el hindú ya se había subido al coche y lo había puesto en marcha.
Shaka se alejó del lugar como un desquiciado y manejando alocadamente. Cuando vio que estaba lo suficientemente lejos, frenó el coche de golpe y dejó que la frente cayera pesadamente sobre el volante.
Los recuerdos golpearon a su mente y sin saber bien por qué, las lágrimas descendieron por sus mejillas. La última vez que había besado a un hombre, le había costado quitarlo de su vida y ni siquiera casándose había conseguido apartar del todo a Muu de su lado.
Muu, quien había sido su compañero de estudio, su mejor amigo, su amante, su pareja. Hasta que un día el rubio decidió que lo mejor para su vida era casarse con una mujer y ser feliz teniendo hijos.
¡Cuán equivocado que estuvo! ¿Quién le dijo que así sería feliz? O que casándose con Calista lograría ser más normal, destrozando de paso a Muu, quien nunca pudo entablar una sólida relación con alguien, mucho menos con una mujer.
Su carácter reservado lo volvió un solitario empedernido, pero respetuoso, pues nunca más intentó nada con el hindú, mucho menos casado: Iba en contra de sus principios, pero que eso lo destruyó en su momento, siete años atrás, seguro.
Y ahora ese pelirrojo que venía con su acento griego y su cuerpo de adonis, a besarlo sin descaro, desenterrando un pasado que había buscado en vano enterrar. No era justo, Buda, no.
Era un buen marido, un buen empleado, un buen amigo y hasta quizá podría ser buen padre. ¿Por qué burlarse de él de esa forma? Shaka se secó las lágrimas, puso en marcha el coche otra vez y siguió camino, pues su prioridad en ese momento era Kanon Mileto.
En menos de una hora llegó frente a la casa de los gemelos. La ventana abierta no indicaba con exactitud que estuvieran, pero el auto en la cochera era un buen presagio. El rubio bajó dubitativo, se acercó a la puerta y tocó timbre.
Pasaron unos cuantos segundos y para cuando atinó a irse hacia un costado para observar por la ventana si había movimientos, el ruido en el interior de la casa lo hizo volver. Uno de los dos hombres abrió la puerta, la pregunta del millón era saber quién de los gemelos se trataba.
—¿Kanon?
—Usted —espetó el hombre dando por hecho que era el menor.
—Lo siento, de verdad lo siento. Es que... me surgió algo a último momento y tuve que atender ese asunto.
¡Mentira! ¡Era una vil mentira! Prefirió quedarse coqueteando con un hombre antes que atender su trabajo y no era pecado, Dios, que Shaka se lo tenía bien merecido, pues siempre había sido impecable con su labor.
—Pase —invitó el gemelo abriendo la puerta y haciéndose a un lado—, ¿quiere algo de beber? —ofreció sin dejar de lado el tono áspero.
—No, gracias —declinó sentándose en el sillón, frente a él, Kanon lo imitó.
—Fui hoy a la mañana, me hizo levantarme temprano —se quejó—, me levanté temprano en mis vacaciones —remarcó con fastidio.
—Ya le pedí disculpas.
—¿Puedo tutearte? —investigó el griego molesto por hablar con tanta formalidad.
—No —respondió cortante.
—Tú me tuteaste ayer.
—Nunca tuteo.
—Ayer lo hiciste.
—Bien, dejemos esta estupidez de lado y responde mis preguntas.
—Está bien, pero te aviso que mi hermano me está esperando en City Café y se cabrea feo cuando lo hago esperar mucho. ¿Qué? No me mires así, es tu culpa por dejarme plantado.
—A Shura —suspiró e ignoró las veraces palabras del gemelo para poder continuar con firmeza— ¿desde cuándo lo conocías? —Visto que faltaba un gemelo prefirió hacer preguntas más personales.
—Desde que entré a trabajar. —Listo, la pregunta había sido respondida, se produjo unos segundos de pesado silencio y al ver que el entrevistado no ahondaba en el tema Shaka se vio obligado a seguir.
—¿Puedes ser más detallista? —pidió harto y eso que tenía mucha paciencia.
—Es que no sé lo que me quieres preguntar.
—Está bien —pronunció el rubio, no era la primera vez que trataba con ese tipo de gente, por eso se armó de coraje y continuó—. ¿Él ya trabajaba cuando tú entraste o fue después?
—Él ya estaba trabajando.
—¿Ingresaste junto con tu hermano?
—No, Saga entró mucho antes, inclusive antes que Shura. Yo entre gracias a él, se podría decir que por acomodo. —Kanon soltó una risa un tanto pícara.
—¿Los dos eran amigos de Shura? ¿Desde siempre hicieron amistad o fue después?
—Pues... sí, supongo que fue rápido, aunque cuando yo entré, Saga ya mantenía un vínculo con él.
—Entonces, Shura les contaba sus cosas, como amigos.
—Algo. En realidad Shura siempre fue muy reservado, sobre todo con cuestiones personales, pero sí... Mínimamente nos contaba. La última noticia era que se iba a casar, pero nada raro después de eso.
—Los últimos días, antes de morir, ¿lo notaste raro, extraño, asustado, nervioso o incómodo?
—Estaba con ese tema del aumento, del cargo que Kido le iba a dar, además de que estuvo toda esa semana llamando a su novia para convencerla de quedarse aquí en Grecia. Creo que discutió con ella.
—Eso quiere decir que ustedes dos estaban al tanto del aumento de sueldo, del cargo que Saori Kido le iba a dar, ¿verdad?
—Sí —respondió el griego algo extraño, ¿tenía algo de malo saber eso?— ¿Por qué?
—¿Se lo contó a alguien más?
—No lo creo, no. Estoy seguro que no, lo dudo mucho. Como ya te dije era reservado con sus cosas.
—¿Qué tipo de llamadas recibía?
—No lo sé —elevó sus hombros—, no estaba detrás de él cuando sonaba su celular, la mayoría de las llamadas eran de Aldana, su novia —aclaró a lo último.
—Ese último día, ¿lo notaste distinto? Digo, el último día que trabajó con ustedes.
—Pues... no que yo recuerde.
—¿Conoces a un tal Aioria Leónidas? —preguntó y recibió silencio como respuesta, junto a una mirada extraña y fría— Según parece esa mañana estuvo hablando con él. ¿Te suena ese nombre?
—No, la verdad que no —respondió poniéndose de pie para darle la espalda.
—Algo que hayas notado, cualquier cosa, como ser la última persona con la que habló. Algo que haya pasado ese día en particular distinto a los demás días: una discusión, un llamado, lo que fuera —insistió Shaka
—No, ya te dije —lo miró sentándose de nuevo—. Fue un día normal de trabajo.
—Bien —asintió el rubio para sí mismo.
—¿Puedo retirarme? —preguntó Kanon levantándose— Necesito irme, hace una hora debía estar allí y aún sigo aquí.
—Tu hermano —pronunció el hindú poniéndose de pie—, ¿no iba ir hoy a la tarde a mi oficina?
—Lo dudo, le surgió algo y bueno...
—¡¿Eh?! —Eso sí que era el colmo.
—Pero mañana puede —aclaró Mileto con prisa y caminó hasta la puerta para abrirla—. Irá sin falta. Lo juro.
—Más le vale, este es un caso importante y no toleraré una demora.
—Ja, mira quién lo dice, el que me dejó plantado esta mañana dos horas —refunfuñó apoyando la espalda contra el marco de la puerta.
—Dile que lo espero a la mañana en mi oficina. Tienes la tarjeta —ratificó Shaka saliendo por la puerta y soltando lo último en el camino.
Detrás de él la puerta se cerró. ¿Por qué motivo cuando se iba de ese lugar sentía un coraje inexplicable? En fin, subió a su coche lo puso en marcha y dio por finalizada la jornada laboral, el dolor de cabeza era insoportable a esas alturas y, como siempre, solo deseaba llegar a su casa, comer algo y bañarse para poder acostarse.
A la mañana siguiente, en cuanto Muu se enteró que Saga Mileto iría a prestar declaración, no se movió del despacho de su amigo quien notó las intenciones de estar presente cuando el griego pisara el lugar. Y aunque reprochó esa actitud interiormente, en su momento no dijo nada.
Desaprobaba el comportamiento de su amigo por considerar que estaba mezclando el trabajo con los sentimientos, pero en parte estaba bien. Muu merecía tener a alguien a su lado, sin embargo ese alguien era una persona implicada en un asesinato. ¿Hasta qué punto era correcto?
Dejó eso de lado, pues su prioridad era otra y se concentró en las preguntas que le haría al mayor de los gemelos, pero cuando este llegó y con paciencia respondió a todas, el rubio se sintió desconcertado.
Si bien no había nada que involucrara directamente a los gemelos con la muerte de Shura, su instinto le decía que había algo oculto, escondido, quizás una mentira encubierta o una verdad a medias; el tema era como descubrir aquello que, recelosos, guardaban los hermanos y aún más preocupante era saber por qué lo hacían.
Cuando Saga, luego de estar dos horas en la oficina, se retiró no sin antes proponerle a Muu ira tomar algo un día de esos, el hindú aprovechó para reclamarle tal acto desvergonzado e imprudente a su amigo.
—Muu, esto es grave. Es sospechoso de un asesinato.
—Shaka —resopló—, no estoy enamorado de él ni me voy a casar. ¿Tanto escándalo por un coqueteo insignificante?
—Insignificante será para ti, pero no es bueno. Puede nublarte el buen juicio —siguió Shaka desde la silla—. No eres así, Muu. Eres muy correcto y ordenado con tu trabajo, muy justo.
—¿Qué te molesta? Dime —exigió Muu caminando hasta la puerta, el tono de voz, aunque seguía siendo tranquilo, denotaba enojo— ¿Que me fije en un hombre, eso te molesta? Perdón si siempre te molestaron mis gustos. Sé la clase de problemas que te causaron en un pasado.
—Muu —sentenció saturado—, no mezclemos.
—¿Por qué no? ¿Eh? —se impacientó— ¿Por qué nunca quieres hablar de nosotros? Pasó hace muchos años, Shaka, pero pasó. Asimílalo, por favor. Yo lo hice aunque me costó y nunca busqué hacer de cuenta que no había pasado nada. No me ciego ni soy un obstinado como tú.
—Ya, Muu. Estamos discutiendo, ¿lo ves? Y no quiero discutir contigo. Tienes razón, soy patético, pero solo te pido que te cuides… sentimentalmente hablando. —El hindú fue sincero con sus palabras.
Se produjo un minuto de silencio, lo dicho por Shaka dejaba entrever su frustración con la vida. La imagen de un rubio perfecto y exitoso se desmoronaba frente a su amigo, mostrándose quizás más humano y no tan omnipotente como fingía serlo.
