CAPÍTULO 3


—¿Ahora qué sigue? —Muu bajó los humos y tomó aire para volver a la silla.

—¿Quieres acompañarme? —preguntó Shaka en son de amistad y su amigo solo asintió, se podría decir que con culpa o remordimiento.

—¿Tienes pensada la siguiente jugada?

—Pues —respondió el rubio—, todavía hay cosas que no me cierran con estos gemelos y pensaba en Kido... Saori. Quizás volver a hablar con ella nos dé otras pistas. ¿Tú qué dices? —consultó más que nada para hacerlo sentir participe.

—Teniendo en cuenta que ella le había propuesto un ascenso creo que es una pieza importante.

—Explícate —pidió el hindú muy interesado.

—Bueno, las únicas personas que sabían del aumento de sueldo y del cargo de Fernando Julio Cabrera Pinto eran, en un principio, Saori Kido, y por lo que sabemos, Saga y Kanon Mileto.

—Claro, lo entiendo… sé lo que quieres decir.

—Ya le preguntamos a ellos; creo que el mismo tipo de preguntas deberíamos hacerle a Saori Kido.

—Bien, entonces iremos a la empresa —concluyó Shaka poniéndose de pie. Tomó el celular, la llave del coche, la carpeta con los documentos y salió acompañado de su amigo.

Cuando salieron de la cochera y frenaron frente a la oficina, el celular de Shaka sonó, el rubio observó la pantalla sin poder reconocer el número, que sin dudas era local. Atendió y qué sorpresa se llevó cuando el individuo se presentó.

Hola, ¿Shaka?

—Sí. ¿Quién habla? —El hindú miró a su compañero de trabajo quien arqueó las inexistentes cejas.

Lo siento, de veras —se disculpó la voz masculina—. No me cortes, soy Aioria, pero no me cortes.

La tarjeta, recordó Shaka y se odió en ese momento. Sin embargo el nerviosismo que le generaba estar hablando con ese sujeto se apoderó de él y no le permitió actuar con rapidez o elocuencia.

—¿Qué... necesitas?

Yo, bueno… me cuesta esto —pronunció Aioria vacilante—, quería pedirte disculpas por lo que hice, yo… me equivoqué. O sea, no me arrepiento de haberte robado un beso, pero soy un estúpido por ver cosas que no eran...

—Está bien —respondió el rubio secamente sin mirar a su amigo sentado a su lado.

Estás enojado conmigo —suspiró Leónidas frustrado.

—No es eso.

—¿Y entonces? —El silencio se apoderó de la conversación.

—Estoy en el coche.

Y no estás solo.

—No —respondió el hindú tragando saliva, ahora si observó de reojo a Muu quien lo miraba extraño.

Comprendo.

—Shaka —interrumpió Muu—, ya vengo —dijo abriendo la puerta del coche—. Iré en busca de agua mineral aquí en la esquina. ¿Quieres algo?

Shaka solo negó con la cabeza reiteradas veces. La situación era más que obvia y notando el estado de su amigo y su incomodidad, Muu prefirió esfumarse para darle espacio y privacidad. Shaka en su interior agradeció ese gesto.

—Aioria —cambió repentinamente de actitud, más relajado—, no me llames a este número.

—¿Y a cuál quieres que te llame si es el único que me diste?

—Me refiero a que yo a este número lo utilizo para el trabajo, no para cuestiones... personales.

Lo siento, yo solo buscaba disculparme. No soy un loco y no quiero dejarte esa impresión.

—No creo que seas un loco.

¿Estás ofendido conmigo?

—No, solo estoy... Aioria —El hindú observó por el espejo retrovisor para ver si su amigo volvía de la tienda pero ni noticias de Muu—. No es fácil esto para mí, no todos los días un hombre me besa, reaccioné de esa forma porque... no me gusta mezclar lo laboral con lo sentimental y... fue mi culpa darte esa impresión. Reconozco que fue mi culpa, no frené las cosas antes de tiempo, no tuve que haberme quedado a desayunar, mucho menos a almorzar.

Vaya, hablas más rápido que yo —bromeó Aioria—, entonces no estaba tan equivocado contigo, te digo más —aseveró—, no suelo mandarme así con un hombre, no sin antes estar seguro de que no me sacará a patadas. Te propongo algo, ¿qué te parece si no me das una oportunidad? Te invito a cenar si quieres o a almorzar nuevamente. Así seguimos hablando, me gustó lo poco que conocí de ti. Y quisiera que me conocieras un poco a mí antes de salir huyendo.

—Aioria, soy casado —susurró Shaka como si el mundo fuera a caer si decía eso en voz alta.

Te invité a cenar, no a un hotel —bromeó de nuevo soltando una carcajada. Shaka se sintió muy acalorado por su traspié— ¿Qué dices? —Se impacientó el griego—. Te invito a cenar, como amigos. —"Como amigos"; eso ni el más crédulo de los crédulos lo creería.

—¿Cuándo? —Bien, con eso quería decir que había aceptado, ¿verdad?

Hoy a la noche, ¿por qué esperar?

—¿Cómo hacemos? —Con una nueva mirada al espejo retrovisor que no dejaba en paz, se percató de que Muu se acercaba al coche. Así que sintetizó la conversación y se adelantó— Hoy, después del trabajo, paso por el hotel y elegimos en el camino el lugar. Adiós.

Y cortó sin darle tiempo al otro de una respuesta o de una despedida, justo al mismo tiempo que Muu, con una pequeña botella de agua mineral, subió al auto. Sin decir nada el rubio encendió de nuevo el coche y arrancó en dirección a la empresa Bervatim. Como quien no quiere la cosa, haciéndose el desinteresado, Muu investigó.

—¿Quién era?

—Calista —mintió y el otro se lo creyó; con razón esa cara de muerto al atender el teléfono. Y como a Muu no le gustaba hablar de esa bruja la conversación quedó allí. No, si Shaka sabía qué decir y cómo decirlo para salir de las peores situaciones.

El camino hasta le empresa se vio escoltado por un silencio abrumador. Las palmas de las manos comenzaban a sudarle a Shaka. ¿Por qué estaba tan nervioso? Se sintió como un chiquillo adolescente que recibía el llamado telefónico de quien le gustaba, emocionado hasta la última hebra dorada que cubría su cabellera.

En cuanto quisieron darse cuenta ya se encontraban subiendo por el amplio ascensor de doble puerta metálica, siendo acompañados por una hermosa muchacha, quien cordialmente los invitó a tomar asiento para esperar más cómodos a la señorita Kido.

Ella llegó con un vestido violeta de corte largo, pero ajustado. De ser heterosexual, Muu hubiera quedado prendido de ella, pero solo le impactó su belleza hasta un punto. Saori los hizo pasar, se sentaron frente al escritorio y luego del saludo y la presentación correspondiente el diálogo dio comienzo.

—¿Se acuerda que en nuestra conversación surgieron los hermanos Mileto? —pronunció Shaka con parsimonia.

—Así es. ¿Los pudo localizar?

—Sí, sin problemas. Gracias por la información. —El rubio le sonrió—. Dígame, usted mencionó que los hermanos tenían una amistad con la víctima, algo estrecha, ¿verdad?

—Pues sí, fueron varios años de trabajo juntos; creo que eso es inevitable con el correr del tiempo —respondió Kido jugando con una lapicera y observando de vez en cuando al hombre extravagante sin cejas.

—También mencionó que con uno de ellos había tenido roces con él en este año, y que solían irse juntos en el coche de uno u otro.

—Ajá.

—Dígame, si recuerda ese último día de Shura, por casualidad ¿discutió con alguno de ellos dos?

—¿Qué sucede? —investigó la dama echando el cuerpo hacia delante sin romper una estética postura de espalda derecha y firme.

—Pues verá. —El timbre distinto de voz la cautivó. Muu tomó las riendas de la conversación—Tenemos entendido que Shura era reservado con sus asuntos personales, sin embargo solo tres personas muy cercanas a él sabían del ascenso prometedor. Una es usted y las otras dos, los hermanos. Dejamos afuera a la novia y su familia por la distancia.

—¿Quieren decirme que Saga y Kanon son sospechosos de asesinato? —se extrañó la mujer para luego echar una risa nerviosa e incrédula— Eso es imposible.

—Nada es imposible, señorita —aseveró el rubio—. Responda la pregunta, es importante, y debe decir la verdad, con decirla no compromete a nadie, todo lo contrario: coopera.

—Pues —susurró abatida—, esa tarde Saga y Shura discutieron muy fuerte. Últimamente discutían fuerte, creo que a medida que la confianza se instalaba entre ellos las peleas eran más... rudas —explicó. Shaka y Muu se miraron sintiendo que a algo se acercaban, en su interior intuían que aquello era una pieza importante.

—¿Sobre qué discutieron? ¿Cómo finalizó esa discusión? —interrogó Muu un poco más impaciente.

—Bueno, no sé por qué discutían, pero fue Kanon quien los separó.

Ahora sí las cosas estaban más turbias que antes, pues tanto Saga como Kanon habían obviado ese detalle importante en sus interrogatorios. ¿Por qué? Quizás por miedo, tal vez porque tenían algo que ocultar. Lo siguiente que hablaron los desconcertó aún más que antes.

—Luego, Shura —habló el rubio con voz neutra, tratando de no revelar sus inquietudes— ¿cómo se fue del trabajo? ¿En su coche, caminó, se cruzó con alguien más?

—Sé que había quedado con Kanon en ir en su coche, pues el de Shura estaba en el taller. Días antes había chocado, él salió ileso de milagro —respondió Saori. Qué ironía, salvarse de un accidente automovilístico para morir días después en manos de un loco.

—¿Cómo viajaba Shura con el auto en el taller?

—No sé. —La mujer comenzaba a sentirse incomoda—. Tanto no sé, supongo que viajaba en taxi, pero esos días Kanon lo llevaba a la vuelta a su casa. Ahora, si me preguntan si Kanon lo pasaba a buscar, lo dudo. Shura llegaba antes, más temprano y solo. Por eso calculo que tomaba un taxi, dinero para uno nunca le faltaba. —Aquello era lógico, pues en esos días Shura había ido al café libros, así que lo más probable era que se hubiera manejado en taxi, pues el dinero no era un inconveniente.

—Así que Fernando Julio Cabrera Pinto se fue esa tarde con Kanon Mileto —pronunció Muu más para sí mismo que para el resto. Kido asintió débilmente.

—¿Necesitan saber algo más?

—Muchas gracias de nuevo por su ayuda —le respondió el hindú poniéndose de pie.

—Todo un gusto —la saludó Muu con cordialidad recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de la chica.

—¿Qué pasará con los hermanos Mileto? —se preocupó la dama. Se había puesto de pie súbitamente al caer en la cuenta.

—Por el momento... nada —contestó Shaka abriendo la puerta de la oficina.

—¿Son sospechosos?

—Todos lo son, hasta usted —dijo Muu con una sonrisa—. Adiós —finalizó cerrando la puerta tras él para luego seguir a su amigo hasta el ascensor.

De más está decir que lo hablado con Saori Kido produjo un revuelo de pensamientos en la cabeza de los dos, tantas cuestiones por atender. ¿Por qué no habían comentado esos detalles importantes? ¿De qué buscaban huir? ¿Por qué Saga había discutido con Shura ese día? ¿Qué fue lo que habló Kanon esa última tarde? ¿Por qué tomarse vacaciones después de la muerte? ¿Por qué buscar irse a otro país?

Tantas preguntas revoloteaban en la cabeza de Shaka y Muu, que al hablar lo hacían al mismo tiempo, sacando en limpio, que necesitaba una orden para allanar la vivienda de los Mileto. De momento no quedaba nada por hacer ese día, igual los hermanos no podían salir del país, mañana seria el día decisivo, pues el rubio los enfrentaría dispuesto a saber la verdad. Algo escondían, eso era algo que su instinto se lo había dicho desde la primera vez que los vio, y su intuición nunca fallaba cuando de esas cuestiones se trataba.

—¿Quieres ir a comer algo? Yo pago —invitó Muu impaciente por seguir hablando del caso.

—Este, yo —vaciló Shaka recordando la cena con Aioria— no puedo.

—¿Qué tienes que hacer? —Muu lo miró raro, en parte preguntándose qué demonios tenía que hacer y en parte enojado por descubrir una mentira escondida.

—Calista... me pidió que haga algunas cosas de la casa, ya sabes... Hasta los domingo trabajo y bueno, necesito hacer reparaciones.

—¿Y no puedes pagarle a un hombre para que lo haga? Hay gente que se dedica a eso, Shaka —reprochó Muu.

—Estamos en fase ahorrativa —sonrió con nerviosismo.

—Está bien. Si no quieres... —resopló.

—Muu —rió— no te enojes. Es verdad, aunque no me creas.

—Está bien. Te creo, ¿ok? —cedió, pero con el tono de voz demostraba todo lo contrario.

—¿Te dejo en tu casa?

—Por favor.

Si bien Muu no se ofendió no por la negativa, sí por ver que su amigo le mentía, demostrándole la poca confianza que le tenía. Ese sentimiento se esfumó con rapidez como siempre le ocurría. Hablando aún sobre el caso llegaron al tranquilo barrio de Muu y allí se despidieron.

—No te voy a invitar a pasar —aseveró ya fuera del coche y hablando por la ventanilla del acompañante, Shaka solo rió fuerte—, no soportaré otra negativa —dijo con seriedad, pero enseguida sonrió.

—Mándale saludos a tu potus de mi parte.

—Serán dados —correspondió Muu—. Maneja con cuidado. No te preocupes por los hermanos Mileto, te conseguiré esa orden para revisar su casa, algo encontraremos.

—Como siempre, por algo nos dicen...

—¡No lo digas! —Lo frenó, odiaba el título de "dúo dinámico", sonaba tan patético.

—Está bien, Chico Maravilla. Nos vemos —bromeó el rubio y puso el coche en marcha alejándose del lugar.

A pesar de que los dos contaban con un humor escaso, nulo y hasta aburrido, conseguía divertirse con él. A su manera, pero de una forma u otra Muu siempre conseguía arrancarle al menos una sonrisa.

Manejó sintiéndose extraño, estar acercándose al hotel y de paso a Aioria conseguía ponerlo nervioso. Las manos le transpiraban y las piernas -a pesar de estar concentrado en los cambios- se movían inquietas.

Llegó al lugar y un sorprendido pelirrojo lo recibió, eran las seis de la tarde y no lo esperaba tan temprano, se disculpó y se metió a bañar, saliendo a los cinco minutos con una toalla atada a la cintura.

Shaka comprendía la situación, el lugar era un mono ambiente, pero ¿por qué no cambiarse en el baño? El rubio desvió la mirada para evitar ver la desnudez que con despreocupación Leónidas no se encargó de cubrir.

Cuando el griego se vistió con un slip, el hindú volvió la vista y experimentó un calor inexplicable que le recorrió la punta de los pies pasando por la parte baja de su cuerpo, hasta la cabeza. La sentía pesada y palpitante.

La voz de Aioria lo hizo volver en sí, ya estaba listo y podían partir. Si bien Shaka seguía con la ropa de trabajo, eso no pareció incomodarle a Leónidas pues su aspecto era presentable y denotaba cuidado y aseo personal, aun el perfume masculino del rubio estaba presente en su cuerpo.

Juntos fueron en el coche del hindú a un restaurante caro en el cual el pelirrojo se encargó de pagar las cuentas demostrando así que el dinero no era problema para él. Cenaron cómodos, dialogando de manera suelta como lo habían hecho antes.

El nerviosismo en Shaka se esfumó y se mostró más humano. Hablaron de sus asuntos personales, de sus vidas muy privadas poco y nada. Hubo momentos de silencios, pero para nada incómodos.

Era evidente que se sentían a gusto juntos y aunque el rubio temió algún tipo de acercamiento, para su desgracia y decepción eso no ocurrió, y así las horas pasaron con prisa para disgusto de los dos nuevos amigos.

Llegó la hora de partir. Se podría decir que el único momento en el que Aioria intentó algo fuera de lugar ocurrió cuando el rubio lo dejó en su hotel, pero tan solo fue una superficial caricia en la mejilla.

—Es una pena que no quieras quedarte.

—No es que no quiera. —El hindú no iba a admitir que la idea de estar una noche a solas con Leónidas lo aterraba, pues no se creyó eso de entra a tomar solo un café—. Es que no le avisé a mi esposa y debe estar preocupada. —Eso era cierto y si no le había avisado era quizás porque, inconscientemente, quería ver si conseguía así alguna reacción por parte de la fría Calista.

—Lo entiendo —sintetizó el griego y allí finalizó ese encuentro.

Shaka se dirigió a su casa, cuando observó el reloj viendo que ya era media noche aceleró la marcha, tampoco era cuestión de tentar al demonio, ya que no sabía cómo reaccionaría Calista, pero imaginaba que lo atendería con su habitual frialdad y así fue.

El rubio dejó el auto en la cochera, ingresó a la casa en donde las luces estaban apagadas, subió los peldaños de la escalera, llegó a su cuarto y se quitó el reloj. Calista estiró un brazo y prendió la luz.

—Shaka.

—Hola. Disculpa si te desperté.

—No es problema. —Y ahí quedó la conversación.

Nada, ni una pregunta ni un reproche por la llegada tarde. En absoluto ningún tipo de sentimiento, salvo una mirada extraña por parte de la mujer. Una mirada que le indicaba a Shaka que había algo más detrás de sus palabras.

—¿Qué sucede? —investigó sentándose en la cama.

—Quiero el divorcio —soltó su esposa con indiferencia. Primero, el rubio no reaccionó, pero con lentitud rostro se fue tornando más duro.

—¿Tanto problema porque llegué tarde?

—Shaka... —terció Calista sin ánimos de ofenderlo, pero eso sí que era gracioso. ¿Desde cuándo les importaba lo que el otro hacía o dejaba de hacer? Hacía mucho que no se cuestionaban eso y si lo hacían era solo porque se sentían en la obligación moral de hacerlo—. Sabes que no es por eso.

—¿Y entonces? —exigió el hindú elevando el tono de voz, se puso de pie y se llevó una mano a la boca consternado con la situación.

—Admitamos, Shaka, que esto no da para más. No creas que te lo digo ahora porque llegaste tarde, hace días que lo vengo pensando, pero nunca estás en casa para poder hablar de ello. Y cuando llegas te acuestas a dormir enseguida.

—¿Conociste a otro? ¿Es eso? Dime la verdad. —Caminaba de un lado al otro en el cuarto, nervioso y angustiado.

—Si te refieres a adulterio, no Shaka, no lo cometí —dijo Calista afirmando en parte las sospechas de su marido.

—El tipo del cable, ¿verdad?

—Por favor, Shaka, era el chico del cable —se exasperó sin mirarlo todavía—. No es él.

—Siete años, Calista. Siete años de casados y tú me vienes con esto ahora —Dios, pensó Shaka, ¿por qué no le pidió el divorcio seis años atrás?

—Shaka, ya no me amas, ya no te amo.

—¡No afirmes cosas que no dije! No sabes lo que siento —se enojó.

—Seamos sinceros, por favor —suplicó Calista sentándose en la cama para mirarlo y enfrentarlo.

—¿Qué hice mal? Dime. ¡Dime maldición! Un hijo, lo que necesitamos es un hijo.

—Sé racional Shaka, siempre lo has sido. Si tenemos un hijo crecerá en un ambiente de desamor. Por favor, Shaka, esto no es culpa tuya o mía. Sino de los dos, por dejar morir todo —su esposo la escuchaba mientras tomaba el reloj de pulsera y se lo colocaba de nuevo— ¿Qué haces? —inquirió sorprendida por la actitud de su marido, pues se estaba calzando de nuevo.

—Tienes razón, Calista. Un hijo sería el peor error que podría cometer contigo. Tener un hijo contigo sería un castigo para el niño. ¿Quieres el divorcio? Me parece perfecto.

—¿A dónde irás? Shaka —lo llamó.

—Me iré yo. Tú no tienes a donde ir y yo no quiero quedarme aquí.

—¡¿Pero a dónde irás?!

—No lo sé. A un hotel —respondió Shaka con rudeza cerrando la puerta tras él, golpeando la madera como si fuera la culpable de la ruptura de su matrimonio.

Ruptura que hacía años se había dado, pero que solo era una grieta. En la actualidad todo se había desmoronado. No podía negar que Calista tenía razón; pero Shaka, a diferencia de ella, estaba técnicamente solo y en el fondo todavía amaba a la joven de la que se había enamorado ocho años atrás. Tan libre, tan despreocupada y divertida.

Era cierto que el matrimonio los había cambiado y quizás fuera su culpa por prestarle más atención a su empleo, dejándola de lado y en segundo plano. Tan obsesionado estaba con descubrir quien había cometido la masacre de su familia que eso nubló su juicio durante todos esos años y ahora... era tarde, terriblemente tarde.

Ya en su coche y manejando como un desquiciado, la furia hacia su mujer lo abandonó dejando paso a la angustia. ¿Y ahora? ¿A dónde iría? No quería estar solo, pero no podía ir con Muu, vaya que no, después de todo lo que había pasado entre ellos no podía pisar su casa, destrozado de esa forma.

En un arranque de locura y sin medir en las consecuencias, quizás buscando un poco de revancha que su herido y diminuto ego le pedía a gritos, se dirigió seguro y rápido hasta el hotel de paso en donde se hospedaba Aioria.

¡Al demonio con todo y con todos! Estaba indignado con la vida que se empecinaba con quitarle todo. Era momento de sentir que estaba vivo y de alguna manera, junto a Leónidas, así se sentía: vivo por dentro.

Aioria dejó el control remoto y se levantó de la cama para rodear el mueble que hacía de divisoria del cuarto y del comedor y se acercó a la puerta. Miró el reloj de pared preguntándose quién podría ser a esa hora.

—Shaka… —Ni drogado hubiera imaginado encontrarse a ese hombre tras la puerta.

—Lo siento. ¿Estabas durmiendo?

—¿Qué? ¿Vienes por el café? —bromeó Aioria cruzándose de brazos, pero al notar el rostro demacrado del otro intuyó que algo no andaba bien— ¿Qué pasa?

—Nada... Yo... —balbuceó el rubio— perdón, no sé por qué vine. —En ese momento se arrepintió profundamente y por eso dio la vuelta para marcharse; sin embargo Leónidas evitó la huida tomándolo de un brazo.

—No, espera. Por algo viniste, no huyas.

—Sí, pero no te concierne a ti, fue una equivocación. —Un pequeño forcejeo dio comienzo.

—No me temas, no te voy a comer —terció el pelirrojo con una risa de incredulidad—. Ven, pasa —lo invitó, aunque prácticamente arrastró al otro dentro de su departamento, por nada iba a dejarlo irse así, en ese estado calamitoso.

El hindú se encontró de pie en ese departamento, sintiéndose muy desubicado, desencajado de lugar ¿En qué pensaba, Dioses? Ir allí había sido un error. De cierta forma el griego adivinó sus pensamientos y por eso habló:

—No haré nada que no quieras. No busco aprovecharme de ti, pero sé que algo te pasa. Es evidente, Shaka. Ven y siéntate —ofreció su sillón y el otro por inercia obedeció—. Si no quieres contarme lo comprendo, pero solo déjame tranquilo: ¿es algo grave?

—Dependiendo del punto de vista.

—¿Algo ilegal?

—No, por Buda. Es algo personal.

—Entiendo. ¿Quieres un poco de agua?

—Por favor.

—¿Discutiste con tu esposa? —investigó Aioria volviendo con el vaso con agua que le entregó al otro.

Aquello se le hacía algo evidente, hacia aproximadamente una hora que se habían separado y Shaka se había ido hacia a su casa. No había que ser muy perspicaz para notar que algo de eso había pasado.

—No quiero hablar del tema —censuró el rubio extendiendo el vaso vacío.

—¿Fue por nuestra salida? —preguntó con cuidado y sorpresivamente el hindú rompió a reír para luego responder con ironía.

—Sí, claro, como si a ella le importara lo que hago o dejo de hacer.

—Tienes cara de cansado —pronunció Leónidas notando que lo mejor era cambiar el tema de conversación.

—Estoy despierto desde la mañana y me siento agotado.

—¿Quieres acostarte? —ofreció el pelirrojo con algo de pudor, no quería que el otro lo malinterpretara.

—Iré a mi coche.

—No, Shaka, por favor —lo frenó—. Tú te acuestas en mi cama y yo en el sillón. ¿De acuerdo?

—No me parece justo, yo vine a molestarte.

—No me molestas, créeme. Si me molestaras ya te hubiera echado a patadas.

—Está bien —aceptó el hindú sonriendo apenas, igual no tenía a dónde ir—, pero yo me acuesto en el sillón y tú en tu cama.

—Trato —dijo Aioria al ver que sería imposible convencer a ese hombre terco.

En pocos minutos Leónidas quitó la ropa sobre el sillón arrojándola a un lado y preparó el lugar con sábanas como si fuera una cama, mientras Shaka se quitaba los zapatos sentado en el otro sillón de un cuerpo. El pelirrojo dio en la tecla cuando le ofreció el baño.

—No sé, quizás quieras bañarte. A mí no me molesta. —Otra vez ese tono raro que buscaba ser natural, resultando todo lo contrario, todo en pos de que el otro no creyera que buscaba aprovecharse de la situación.

—Te lo agradezco.

—¿Sí? —buscó la confirmación y el rubio asintió poniéndose de pie para luego reconocer apenado.

—No traje nada conmigo. No tengo...

—No te preocupes, yo te doy todo —aclaró el griego naturalizando la situación.

—Me apena pedirte, pero ¿no tienes un pantalón, uno deportivo, para prestarme? —Desde ya que no iría a ponerse la misma ropa interior ni ropa interior ajena.

—Sí, buscaré uno limpio. —Del mismo montículo de ropa apilada a un costado sacó uno negro. –Aquí tienes. Está limpio —aclaró.

—Gracias —susurró aceptando luego dos toallas.

—En el baño tienes todo lo demás, usa lo que quieras.

Sin más Shaka se encerró en ese lugar y mientras se enjuagaba se preguntaba qué demonios hacía allí en ese lugar y con ese tipo. Era una locura, hacía unas horas le había reprochado a Muu que mezclara lo sentimental con lo laboral y él se encontraba en la casa de un sospechoso, bañándose en su baño y usándole la ropa.

Qué bajo había caído, lo más bajo en la escala de la mediocridad. En realidad el rubio era muy orgulloso y no toleraba verse en esa situación, necesitando ayuda. Quizás por eso era tan rudo consigo mismo.

No tenía a dónde ir, ¿qué más daba? Podía pagarse un hotel, cierto, pero no podía negar que quería y necesitaba contención. Se secó, se colocó solo el pantalón deportivo y con el pelo húmedo y desenredado salió del baño. Aioria volteó y le habló.

—Espero que no te moleste, tuve que haberte consultado antes, pero puse tu ropa a lavar. No te preocupes —se adelantó al ver la cara del rubio— se seca rápido, es un lavarropas automático. Para mañana tendrás todo seco, ya la colgué.

—No te hubieras molestado —¿qué hacía un lavarropas automático allí?— podía pasar por casa y cambiarme a la mañana.

—Supuse que quizás no querías volver a tu casa.

Shaka recién notaba que su compañero se encontraba en igualdad de condiciones: con un pantalón deportivo gris que contrarrestaba con el color de su pelo, descalzo y listo para dormir.

El pelirrojo también estudió al otro y por primera vez pudo deleitarse con la imagen de su piel blanca, el cuerpo varonil y trabajado. Al notar el efecto que le producía verlo propuso con prisa terminar la noche.

—Vamos a dormir. —Fue con premura hacia su cama y se acostó; no respondía por su cuerpo si seguía observando a ese hombre semi desnudo.

—Aioria —dijo elevando el tono de voz para ser oído, a la vez que se metía en la cama armada—, gracias por todo.

—No es nada, ángel. Por ti haría mucho más.

Ante ese apodo y esas palabras pronunciadas con galantería, el hindú no pudo más que sonreír en la penumbra del cuarto. La luz se apagó de repente cuando el griego estiró la mano para bajar la perilla y entonces Shaka cerró los ojos intentando dormir.

Aioria despertó a causa de sentir un obstáculo en su cama de dos plazas. ¿Qué ocurría allí? Abrió los ojos con pereza descubriendo que todavía era de noche y aún más sorprendente fue encontrar a su lado al rubio, quien lo miraba divertido.

Sin darle tiempo a nada, Shaka se le fue al humo apoyando todo el cuerpo sobre el suyo y le atrapó los labios con la boca. El pelirrojo se desconcertó por unos segundos, pero luego reaccionó abrazando por la cintura al hindú, atrayéndolo más.

—¿Qué hora es? —Se le ocurrió preguntar a Leónidas.

—Solo pasaron veinte minutos desde que te quedaste dormido —aclaró Shaka interpretando a la perfección la pregunta.

—No entiendo nada —dijo el griego cuando pudo, pero su boca se vio invadida de nuevo por la lengua húmeda y caliente de Shaka.

—Yo tampoco —terció el rubio con una sonrisa—, pero no soporto ser hipócrita y ya no aguanto más. —Revancha, necesidad de sentirse deseado o auténtica hambre de sexo, algo de todo eso había arrastrado al hindú a comportarse de esa forma—. Es tu culpa por no intentar aprovecharte de mí —agregó tomando con las manos el rostro de ese hombre que conseguía ponerlo nervioso y caliente como si de un jovencito se tratara, y lo volvió a besar con consentida pasión.

Aioria comprendió del todo la situación y se atrevió a ir más allá. Metió las manos dentro del pantalón deportivo del otro para acariciarle los glúteos, luego subió por la espalda y bajó de nuevo para aferrar esas redondeadas nalgas y buscar el orificio para jugar allí con un dedo, pero Shaka volteó quedando boca arriba y así evitando un contacto tan íntimo, pero a su vez exponiéndose más.

Ni lerdo ni perezoso, Leónidas le quitó el pantalón deportivo y gracias a la luz de la calle que se colaba por la ventana, pudo ver el miembro enhiesto de su amante, con seguridad anhelando las pertinentes caricias. El fuego y el desenfreno los dominaba.

El rubio imitó a su amigo y arrodillándose en la cama buscó la forma de quitarle el pantalón y la ropa interior. Pudo ver a media luz un descomunal pene que se erguía, babeante y endurecido.

—Hace años que no hago esto —susurró el hindú tomando entre las mano ese miembro, sintiendo el calor que despedía y la suave textura.

—¿Hace años que no tienes sexo? —preguntó el pelirrojo bromeando, pues intuía que se refería a una relación del corte homosexual. Un gemido escapó de su boca cuando Shaka comenzó a masturbarlo con lentitud.

—También —respondió Shaka acercando el rostro para besarlo otra vez en los labios y hundirse en ellos. Las manos de Aioria iban inquietas acariciándole la espalda y los glúteos, ese hermoso rostro y todo su cuerpo.

—Chúpamela —pidió Leónidas con la voz ronca—, hazlo.

El rubio se agachó y sumiso obedeció, metiéndose el descomunal pene en la boca, embriagándose con el masculino aroma y ese sabor penetrante. El hindú sintió enloquecer. Recordaba cuánto le gustaba hacerle eso a Muu cuando eran más jóvenes. Con pasión y real dedicación se dedicó a sobar el miembro del pelirrojo, morderlo despacio y jalarlo, pero en lo mejor el griego lo frenó quitándolo del lugar.

—Espera, me harás acabar.

—¿Me dejas a mí? —Comprendía por las palabras de Aioria lo que seguía y por eso, con pena, Shaka buscó adelantarse—: Hace años que no... —pero Aioria le dedico una media sonrisa morbosa y hasta quizás de burla.

—Tu culo será mío, rubio. No me lo perdería por nada, pero... —concedió a lo último— si te portas bien, por ahí te doy de permiso. —Con lentitud se fue acostando sobre el cuerpo del rubio, besándole el cuello y oliendo el perfume del jabón. El cabello ya estaba seco y era muy sedoso al tacto.

—Aioria... —balbuceó el hindú por completo ido.

—No te haré daño, seré cuidadoso, lo prometo.

Leónidas estiró una mano y tomó un pote de vaselina demostrando que siempre estaba preparado para esos casos. Lo abrió, untó su propio pene, separó las piernas, que temblaban, de Shaka y se embadurnó dos dedos.

Buscó el orificio del rubio y con lentitud introdujo un dedo. Reconociendo esa exquisita sensación, el hindú arqueó la espalda de placer y, relajándose, abrió más las piernas para facilitarle la labor a su amante.

Con auténtico deseo de sentir eso dentro de él, ayudó al pelirrojo tomándole la mano y empujándola cada vez más. Fue mucho para el griego ver la completa entrega de Shaka. Quien antes se mostraba reticente, ahora gemía con discreción y se clavaba él mismo los dedos dentro de su ano.

—¿Quieres venir arriba? —ofreció Aioria dispuesto a negociar el poder y retirando, para desgracia del otro, los dedos de ese lugar.

—No, prefiero que me la metas así —dijo el rubio incorporándose para darle la espalda.

Con las rodillas sobre el colchón y el cuerpo estirado levemente hacia delante, entregó el trasero elevándolo apenas. Aquella pose enloqueció a Leónidas, quien sin dudarlo se acomodó detrás.

Se tomó el miembro y lo ubicó en el agujero del hindú para comenzar a empujar, metiendo con cuidado y algo de dificultad, cada vez un poco más, el pene. Lo bueno era que a su vez el mismo orificio hacía su parte apresando el miembro y evitando la huida.

En poco tiempo Shaka se sintió penetrado por completo, lleno por dentro, con eso que ocupaba un lugar que tal vez no debería ocupar, todo eso lo enfermaba de placer. Comenzó a mover las caderas, primero despacio para acostumbrar al cuerpo, pero cuando el pelirrojo acompañó esos movimientos, metiendo y sacando el pene, el rubio aumentó los vaivenes y, sincronizados, comenzaron a arrinconarse cada vez más.

El pelirrojo buscó con la mano el miembro de su amante y con la misma intensidad con la que lo penetraba, lo masturbó y no paró hasta sentir ese líquido caliente en dicha mano, ensuciando en parte las sábanas que en ese momento no eran secundarias, eran terciarias.

Palmeó con violencia los glúteos del hindú con la mano derecha y emitió un gemido sonoro justo al momento en el su semen surgía espeso y abundante. La mano de Shaka le acariciaba los testículos, apresándolos, mientras su orificio lo apretaba al punto del dolor y del placer; todo eso fue más suficiente para que se desbordara en su interior.

Luego cayeron desplomados sobre las sábanas sucias; el olor a sexo en el lugar era inconmensurable. Después de reponerse fueron juntos y desnudos al baño, se bañaron de vuelta y en dicho lugar Shaka fue por su parte, la que le correspondía, ya que consideraba que se había portado más que bien con el griego, quien no chistó, porque aunque al principio se quejó lo disfrutó igual y hasta quizás más que el rubio.

Comenzaba a amanecer y los amantes se encontraban en la cama desnudos y acariciándose. El hindú decidió dormir un poco antes de comenzar su jornada laboral, pero el pelirrojo no tenía intenciones de dejarlo dormir. Hasta que se dio por vencido cuando vio que las amenazas de Shaka no iban en broma y lo dejó descansar muy a su pesar.

Cuando el rubio despertó el día ya era un hecho. Se asombró por la hora y sin hacer ruido fue hasta la cocina y buscó con la mirada una plancha. Sí, una plancha, pues no iría a su trabajo con la ropa arrugada. Tomó sus prendas ya secas de la silla y comenzó a plancharlas. La imagen del hindú desnudo y planchando le arrancó una sentida risa al griego.

—¿Qué —investigó Shaka algo ofendido— nunca viste a un hombre planchando?

—Desnudo no —dijo Aioria jocoso—. Prepararé el desayuno. —Se puso el pantalón deportivo para ir a la cocina, pero al pasar a un lado del rubio aprovechó para tocarle el trasero al paso.

—Si es por mí, deja. Ya se me hizo tarde, desayunaré en la oficina. —Tomó sus prendas y se vistió con prisa.

Leónidas se acercó a él y lo besó en los labios recibiendo como respuesta una sonrisa. Una vez listo, sin darle tiempo a nada, el hindú se despidió y fue en busca de su coche. Manejó todo el trayecto con una inusual mueca, algo estúpida, pero ¿qué sonrisa no nos deja con cara de estúpidos?

Sin embargo esa mueca se esfumó de golpe cuando recordó a los gemelos. Decidió cambiar el itinerario del día y por ende el rumbo también cambió. Se dirigió sin perder el tiempo a la casa de los Mileto.

Estacionó el coche en la entrada de la casa, bajó del auto y tocó a la puerta. Como nadie respondía, clavó el dedo en el timbre con insistencia. Volvía sobre sus pasos cuando una voz le respondió con brusquedad el llamado.

—¡Ya! ¡¿Quién carajo es?! —Kanon abrió la puerta vestido en pijama. La cara de sueño que tenía era muy evidente.

—Lo siento si vine muy temprano. —No lo era, pero por lo vistos los gemelos eran peores que un escolar en vacaciones—. Necesito que me aclares algo en este mismo instante. —Sin más y sin esperar invitación, se metió dentro de la casa. Caminó hasta los sillones y se quedó mirando la calle por el amplio ventanal.

—Dime —se impacientó el gemelo.

—Tu hermano… ¿duerme?

—Así es.

—Cuando yo te pregunté a ti y a tu hermano sobre el último día de trabajo —cuestionó a rajatabla— ¿no olvidaron comentar detalles importantes?

—¿C-Cómo qué? —balbuceó el griego nervioso y visiblemente incomodo, se cruzó de brazos respirando con dificultad.

—¡Ya, Kanon! ¡Ocultaron información! O me vas a decir que olvidaste que te habías ido con Shura, o que tu hermano discutió con él ese día.

—Lo de haberme ido con Shura, no lo niego, pero eso era cosa de casi todos los días o bueno… cuando su coche no estaba en funcionamiento.

—¿Por qué ocultaste eso?

—¡Se me pasó! —Se defendió Mileto elevando la voz.

—No soy idiota, Kanon. ¿Por qué no comentaste la discusión de tu hermano, que tú lo separaste de Shura?

—Es que... —Kanon no supo qué responder.

—¡Habla! Estás ocultando la verdad.

—¡Mi hermano siempre le tuvo envidia! —explotó Mileto fuera de sí, pero al segundo se arrepintió. Se produjo un instante de profundo silencio, aquello había sido revelador. Una voz masculina resonó en el lugar.

—¿Qué está pasando aquí? —investigó Saga apareciendo por una puerta— Tú —espetó al ver a Shaka en su sala con cara de desquiciado, miró a su gemelo quien, nervioso y transpirando, bajó la vista al suelo.

—Saga Mileto —sentenció el investigador con firmeza— ¿tú sabías que Shura se fue del trabajo con tu hermano? ¿En su coche? —El aludido miró a su gemelo y luego al hombre, sin saber qué decir, hasta que optó por la verdad.

—Pues... sí.

—¿Por qué ocultaste esa información? ¡Habla! Y di la verdad —exigió el hindú fuera de sí.

—Es que... no sé, no se me preguntó eso, yo... mi hermano... siempre le tuvo ganas a Shura.

—¡¿Eh?! —El menor elevó la mirada para clavarla en su hermano— ¡¿Qué estás queriendo decir, Saga?! ¡¿Qué ocultaste eso porque creías que yo…?!

—¡Dime entonces por qué tú ocultaste mi discusión con Shura!

—¡Porque eres mi hermano! —se exaltó Kanon— Además admítelo… le tenías envidia. Yo...

—¡Ya, paren! —gritó Shaka y los hermanos dejaron de discutir entre ellos.

Todo comenzaba a cerrarle mejor, sin embargo había muchas otras cuestiones que escapaban de su comprensión, supo en ese momento que si bien los gemelos ocultaron información importante y eran sospechosos potenciales, ellos no habían cometido el crimen.

—¡También conocen a Aioria Leónidas ¿cierto?!

—¿Aioria Leónidas? —preguntaron los dos a coro para luego mirarse.

—¡No mientan! Los encerraré de por vida.

—A su hermano mayor, Aioros, cuando éramos adolescentes, pero... —respondió Saga con prisa— con él no teníamos trato —aclaró y el hindú, pálido y temblando como una hoja, caminó con lentitud hacia la puerta. Era eso lo que necesitaba saber en ese momento.

—De ustedes dos me encargaré más tarde —espetó señalándolos con el dedo índice para después desaparecer de esa casa. Los gemelos respiraron en parte aliviados, pero sus mentiras habían llegado demasiado lejos. Shaka subió al coche y marcó en el celular el teléfono de Muu.

—Muu...

¿Sí?

—Encárgate de los gemelos —ordenó casi sin darle elección.

¿Qué ocurrió?

—Ahora no puedo, tú encárgate de ellos.

¿A dónde irás?

—Adiós, Muu.

Shaka, espera... —Pero no logró nada, su compañero ya había cortado. Sin cerrar la tapa del celular, el hindú marcó otro número.

—Sí, por favor, ¿podría comunicarme con el inquilino de la habitación cinco? —Pasaron unos minutos hasta que del otro lado lo atendieron—. Aioria, te espero en la calle Migdar al 1750 ahora. Necesito preguntarte algo. Es sobre tu hermano.

Sin darle tiempo a nada cortó y siguió manejando como si su vida dependiera de ello. En pocos minutos y a causa de su velocidad llegó ante la puerta de la casa en donde vivía la víctima. Al punto de partida, en donde todo comenzó. Entró a esa casa y se encontró con un joven al que le exigió retirarse.

—Tienes el día libre, muchacho. —Con un gesto de manos le señaló la puerta.

—¡Ey! ¿Quién es usted para echarme? ¡Váyase al demonio! —espetó el joven profundamente ofendido.

—Soy Shaka Singh.

—¡Me vale! Y yo soy Caperucita Roja. —Supo quién era. Ese nombre sonaba en toda la oficina, pero a él no le importaba, aunque fuera el presidente o Buda. ¡Nadie lo echaba así!

—No lo pareces —espetó el rubio con infinita ironía y ya sin paciencia—, dime, pendejo, ¿cuál es tu nombre?

—Ikki Kido.

—Pues bien, Ikki Kido, ¿quieres perder tu trabajo?

—Lo perdería si me voy. ¡Este es mi trabajo! —explotó el muchacho de cabello azul y de facciones marcadas.

—Te estoy diciendo que te doy el día libre —se desesperó el hindú—. ¡Ya vete! Tengo cosas que hacer aquí.

—Pues quédate tú con el lugar y métetelo en el culo —soltó Ikki antes de irse. Cerró la puerta destrozándola prácticamente.

¡Mocoso insolente! Cada vez venían peores, más maleducados e impertinentes. En realidad la paciencia de Shaka había llegado a su límite y reconocía que no se lo había pedido de buenos modos.

Una vez solo, caminó o hasta el despacho de la víctima para estudiar el lugar, meditando todo lo ocurrido en ese último tiempo. Tan abstraído que no escuchó cuando escuchó la puerta de calle se abrió con lentitud.

—Shaka... —susurró Aioria ya en el despacho.

—Aioria —volteó y le clavó los ojos con una mirada extraña, mezcla de dolor y de indignación—. ¿Por qué nunca me contaste de tu hermano, de que tenías uno? Me habías dicho que estabas solo. ¿Por qué me mentiste con eso? Yo te conté de mi familia.

—Es que... no lo tengo más —respondió el pelirrojo bajando la vista al suelo.

—¿Qué pasó con él?

—Lo asesinaron —contestó con la voz hecha un nudo—, cuando yo tenía doce años.

—¿Qué paso? —El hindú guardó una distancia prudencial mientras asimilaba lo que escuchaba.

—Lo mataron, ya te lo dije —se exasperó Leónidas con la voz temblorosa.

—¿Quiénes? Aioria… por favor te lo pido, no me hagas esto —suplicó Shaka sintiéndose fatal.

—Lo supe, siempre lo intuí —dijo el pelirrojo, hablando más consigo mismo que con el otro. Levantó su mirada y continuó con dolor—. Eres muy inteligente, Shaka. Sabía que tarde o temprano, pero —guardó silencio de golpe— ¡¿Por qué?! ¿Por qué tuviste que…?

—Aioria, esto es grave...

—Shura siempre lo supo y no quiso testificar, ya lo ves. El muy bastardo era íntimo amigo de los gemelos —espetó con furia. En ese momento, con el monologo del griego, al hindú el alma se le fue del cuerpo.

—Necesito saber qué pasó —imploró Shaka con los ojos humedecidos.

—Hijos de puta... —susurró Aioria llevando los brazos hasta la cabeza, como si buscara amortiguar un dolor indecible—. Lo mataron. Shura estuvo ahí y no quiso testificar, Shura era mi amigo. Y juré vengarme, lo juré. Me quitaron lo único que tenía ¡¿Entiendes, Shaka?! ¡Lo único! Tú sabes lo que se siente. Dime, si hubieras encontrado al hijo de puta que mató a tu familia… ¡¿no le hubieras arrancado los huevos mínimamente!? Yo me contenté con destrozarle la cabeza...

—Aioria...

—Shura fue al primero que encontré. Esa mañana lo perseguí hasta el café, le dije que si hablaba con alguien más de nuestro encuentro, mataría a su familia, y que si se portaba bien solo lo mataría a él. Esa noche vine aquí, hablamos de lo ocurrido en esta oficina. ¡Intentó disculparse! ¡Ja! —rió con sarcasmo y fuera de sí—. Me dijo que lo lamentaba, que era algo que nunca olvidaría, pero que a su vez sabía que no era el culpable, ¡pero con su silencio terminó por matar a mi hermano! No me ayudó, no... —Negó con la cabeza reiteradas veces—. Saga y Kanon estaban más cerca de lo que pensé, no sabía que trabajaban juntos. Esto lo averigüe en los últimos días, gracias a ti.

—¿Hubieras hecho lo mismo con los gemelos? —preguntó el rubio estúpidamente, ya sin poder impedir que la angustia cobrara forma de lágrimas amargas.

—¡Desde ya, carajo! ¡Por supuesto! ¡¿Dejar que salieran impunes, que siguieran viviendo sus vidas?! —Leónidas estaba desencajado, parecía un demente.

—Aioria, ¿por qué? —susurró el hindú abatido y le dio la espalda para mirar por el vidrio repartido del ventanal— ¿Por qué tú?

—¿Y ahora? ¿Qué pasará?

—No sé. No sé qué hacer. —Shaka estaba muy confundido. Comprendía lo que debía hacer, no tenía otro camino.

—Yo sí lo sé, Shaka —pronunció el pelirrojo con un tono de voz demasiado calmo—. Eres la clase de persona que hace lo correcto y me parece justo. Lo lamento, de veras. —Siguió hablando, pero el tono de voz era distinto, más frío o distante—. Hubiera sido todo muy bello a tu lado, el sexo es estupendo y me hubiera enamorado fácilmente de ti. Lástima la situación, es una pena que todo acabe así, pero tengo prioridades en esta vida, o en lo que me queda de ella.

Shaka comprendió la situación, pero cuando lo hizo ya era horrorosamente tarde. Trató de girar y de pronunciar el nombre del griego, pero una fuerte punzada en la espalda lo hizo tambalear.

Todo comenzaba a nublarse. Llevó una mano a la espalda y cuando la retiró, la sangre cubría sus dedos, su propia sangre. Arrodillado en el suelo levantó su mirada suplicante y antes de que todo se volviera negro, lo último que vio fue la mirada de Aioria, repleta de odio y venganza, los ojos empañados de lágrimas.

Un caño largo y fino, el frío metal en la frente, eso fue lo último que vio antes de caer en el sueño eterno. Leónidas era astuto y muy precavido, comprendió que la mentira había llegado a su fin y fue preparado por si la situación requería de una medida desesperada y extrema.

Así fue. Le dio pena matar a ese hombre, pero el cielo podía contar con un nuevo ángel, el más bello de todos. Qué lástima, la vida hubiera sido hermosa a su lado, pero él tenía que cumplir con su promesa. Había jurado vengarse y aunque dejara su vida en ello, no pararía.

Llegó al hotel, tomó sus pertenencias, se metió al baño, se tiñó volviendo a su color natural, el rubio, se aseguró de guardar el pasaporte falso, realizó unas breves llamadas y viendo que la situación se había vuelto insostenible, optó por escapar un tiempo del país. Lo hizo con sumo éxito.

Nunca olvidaría a Shaka Singh, ni su belleza e inteligencia sobrehumana. A su manera lo había amado, por unas horas, pero lo había hecho.

(…)

La mañana era fría y gris, el cielo cubierto por unas nubes gruesas, amenazaban con una lluvia inminente. Muu miraba a través de la persiana americana, pero volteó para exigir la verdad, para implorarla.

—¿Entienden la gravedad de la situación? —La voz era un desgarro— Mi compañero fue asesinado y de alguna forma ustedes están involucrados. Mentir los ha llevado a este punto.

—Muu... —pronunció Saga con verdadera pena— Lo siento, siento mucho lo que le ocurrió a tu compañero. —El aludido le clavó los ojos, con una mirada cargada de dolor, pesar e impotencia.

—Te diremos todo —agregó Kanon—, solo queremos saber qué pasará con nosotros.

—Es lo único que les importa, ¿verdad? —se asqueó— No les importa. Les da igual saber que hay dos personas muertas y que quizás... ¡quizás no! Si ustedes hubieran hablado, la historia sería muy distinta. —Muu buscó serenarse—. Repasemos todo —propuso—, ustedes conocen a quien pudo haber asesinado a Shura.

—Quien pudo no —negó el mayor de los Mileto—, quien lo asesinó. Ahora estamos más que seguro. —Le dedicó una extraña mirada a su hermano.

—Aioria Leónidas —murmuró el menor de los gemelos.

—¿Quién era? —Aunque de eso ya habían hablado, buscaba rectificar los hechos.

—El hermano menor de Aioros —continuó Saga—, Aioros era amigo nuestro, murió una noche en su casa cuando nosotros estábamos presente.

—¿Qué ocurrió esa noche? —Alentó Muu.

—Era una fiesta —respondió Kanon—, a lo último quedamos mi hermano, yo, un amigo de Aioria y Shura... que en realidad no era amigo en sí, sino que era parte del grupo. Nosotros éramos más grandes y, bueno...

—Aioros estaba a cargo de su pequeño hermano —agregó Saga—, esa noche nos pasamos de rosca, Aioros se pasó...

—¿A qué se refieren? —Muu suspiró, estaba agotado, pero no era momento para descansar.

—Drogas —susurró el menor de los hermanos con algo de aprensión a la palabra—, de todo tipo y de todos los colores. A Aioros se le fue la mano, nosotros también estábamos muy drogados y borrachos como para reaccionar. Al otro día, cuando despertamos, algo andaba mal...

—El médico —continuó Saga ante el silencio pronunciado de su gemelo— dijo que fue una sobredosis. Es que Aioros se daba con cocaína y heroína, nosotros pasábamos de esa combinación. Éramos conscientes de la dependencia que te generaba.

—Desde ese día —dijo Kanon— decidimos estar limpios. Fue muy impactante ver cómo la droga había matado a Aioros. Éramos jóvenes, más que ahora...

—¿Qué pasó con Aioria? —investigó Muu sentándose en la silla frente a los hermanos. Ambos asintieron con la cabeza y fue el mayor quien le respondió.

—Aioria era muy chico; para él su hermano lo era todo, su ejemplo a seguir. Jamás asimiló, jamás aceptó que la droga lo había matado; nos echó la culpa...

—Pero todo fue aclarado —se adelantó Kanon con prisa—, fuimos a la corte inclusive y el médico, ¡todas las pruebas! No estábamos implicados en su muerte, no de manera directa. Tampoco es que le dieron mucha importancia a un drogadicto. Aun así Aioria jamás lo aceptó. Y de alguna forma se enojó con Shura, sintiendo que su silencio había sido como una traición, pero la realidad era que no había mucho por decir, era menor de edad: Aioros se había pasado con la droga, punto final. No había culpables ni tampoco inocentes. Admitamos, eso sí, que nosotros dos éramos quienes conseguíamos la droga, pero ni Saga ni yo lo instamos a consumir tanto esa noche.

—¿Por qué ocultaron todo esto? —preguntó Muu un poco más sereno.

—Hombre —espetó Saga con obviedad—; fíjate, tenemos una vida pública. ¿Mira si toda esta mierda hubiera salido a flote?

—¿Qué pasó después? —Muu siguió adelante con el interrogatorio— Con ustedes, quiero decir. Conocían a Shura desde esa época, ¿verdad?

—Pues —pronunció Kanon—, dejamos de vernos después de lo que pasó. Nosotros nos mudamos y no supimos más nada de ellos. Con el tiempo nos volvimos a encontrar, en el trabajo...

—¿Sabían que Shura se había encontrado con Aioria?

—Desde ya, Shura nos comentó. —Se sinceró el mayor— Ese mismo día nos contó que Aioria había dado con él. No sé cómo el pequeño bastardo nos encontró a los tres, tampoco sé qué fue de su vida en todo este tiempo, pero se ve que tiene contactos.

—¿Les dijo Shura de qué había hablado con él? —El tono de Muu era neutro y pacífico aunque por dentro se moría de ganas de gritar.

—Lo amenazó. Le dijo que se cuidara. Él y nosotros —explicó Kanon—. No nos dijo mucho, estaba nervioso, con ganas de ir a la policía, pero nosotros le aconsejamos que no lo hiciera. Eso sería volver a atrás, de nuevo a la muerte de Aioros… la prensa estaría sobre nosotros. Quedamos en que iríamos en caso de que Aioria se volviera una amenaza real, pues hasta ese día había sido tan solo un loco que lo había amenazado.

—Pero las cosas tomaron un giro inesperado, ¿verdad? —comentó Muu golpeando la madera con la lapicera de Shaka.

—Vaya que sí —asintió el mayor de los griegos—. Esa tarde discutí con él por eso.

—A ese punto quería llegar. —Muu se incorporó prestándole más atención.

—Discutí con él porque estaba muy nervioso, los dos. Discutimos justamente porque yo no quería que fuera con la policía, lo llamé gallina y cobarde… y mira, ahora está muerto. Kanon nos separó. —Miró a su hermano—. Pero el muy idiota me creyó capaz de haberlo asesinado. Es cierto, siempre le tuve envidia, ¿por qué negarlo? Él llegó a este lugar y al poco tiempo comenzó a ser el favorito, mientras que yo, siempre leal, fiel y cumplidor con mi trabajo, y con más años de experiencia dentro de la empresa, siempre quedaba en segundo plano. Ese puesto tuvo que haber sido mío, no lo niego, aun así ¡por Dios! No mataría a alguien por un puto puesto.

—Hay gente capaz, Saga —dijo Muu con una leve sonrisa en los labios— ¿Quién de los dos llamó a la policía alertando de la falta de Shura en el trabajo?

—Saga —respondió su gemelo—, el muy idiota me culpa a mí de creerlo un asesino, pero él también pensó lo mismo de mí. Realizó esa llamada anónima porque supo que yo me había ido con Shura la tarde anterior. Dime, Saga ¿de verdad me crees un asesino?

—Eres un poco obsesivo, Kanon, y estabas muy obsesionado con Shura. Más en el último tiempo con todo ese tema del casamiento.

—¡Por favor! —exclamó el menor— ¡Ni siquiera me gustan los hombres!

—¡Vamos! ¡¿O me dirás que no?! Pero él nunca te dio cabida, no pateaba para tu mismo equipo. De puto tenía lo que yo de heterosexual.

—Ya, termínenla. —Los calló el oficial saturado.

—Igual, con el tiempo nos dimos cuenta de que Aioria podría estar detrás de todo, pero temimos —a Kanon le apenaba reconocer que el silencio fue por cobardía—, temimos alguna represalia por parte de Aioria, además hasta el momento él no sabía que nosotros estábamos tan cerca. Si abríamos la boca... muchas cosas hubieran salido a la luz.

—Lo sentimos —secundó Saga—, sentimos mucho lo ocurrido, pero… pensamos primero en nuestra reputación, no quisimos mancharnos. Somos unas lacras.

—Por su silencio murieron dos personas. —Muu fue duro, pero era lo que sentía y no pensaba ocultarlo.

—Vamos a cooperar, de ahora en más —aseguró Kanon perdiendo la mirada, incapaz de poder sostenérsela— En lo que podamos... ayudaremos.

—Bien, eso es todo por ahora. Váyanse, no los quiero ver un segundo más —expresó el oficial haciendo gestos con la mano para echarlos.

Muu se puso de pie y les dio la espalda a los hermanos, cuando escuchó la puerta cerrarse dejó que la lágrima atrapada en los ojos y que había retenido desde el entierro de Shaka, descendiera, pero una voz masculina interrumpió sus pensamientos.

—Muu... —Lo llamó Saga con algo de pena.

—Saga —Le salió desde su garganta con infinita sorpresa, creyó estar solo.

—Quería saber... bueno... —Le costaba hablar, notaba los intentos infructuosos del hombre por ocultas sus lágrimas— ¿Cómo estás?

—¿Y cómo quieres que esté? No solo era mi compañero de trabajo, era mi único amigo. —Se sintió patético al decir aquello en voz alta, pero demonios, era la más pura y absoluta verdad.

—Lo siento —suspiró pesaroso—. Si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en pedírmelo.

—No necesito nada de ti, Saga. Gracias de todos modos —contestó con rudeza.

—Me refiero a si... necesitas salir un poco. Respirar otro aire, distraerte... esas cosas... O si quieres llamarme, no importa la hora. Soy de dormir tarde y poco.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

Sin más, Saga se fue conforme con la sonrisa que consiguió por parte del investigador. Muu giró y abrió apenas la persiana americana para que la poca luz solar se filtrara por ella y diera a parar sobre la última hoja del potus.

Los potus adoraban el sol a pesar de ser plantas de interior. Sí, se la había llevado con él para que le hiciera compañía en su oficia ahora que Shaka no estaba. Dios… ¿por qué no le había hecho caso a su amigo y no se consiguió un perro?

El caso que le habían asignado sin dudas seria el más difícil de todos los que le habían tocado en su carrera. A tal punto que Shion le preguntó si estaba seguro de querer tomarlo, pero Muu fue firme. Buscaría justicia no solo para Shura, sino también para su compañero. Precisaba conocer toda la verdad tras esas dos muertes. Necesitaba dar con Aioria Leónidas.

Esperando a Ikki Kido, el último que le quedaba por interrogar, Muu comenzó a respirar con dificultad. Miró la hoja de potus ya seca recordando a Shaka. Riendo al mismo tiempo que lloraba, porque al final nunca pudo presentarle su potus. Igual, ya era tarde. La última hoja cayó con lentitud.

Lo único que quedaba de la pobre planta descuidada había muerto y, junto a ella, su amistad con Shaka.


FIN


Monte Grande, Buenos Aires, Argentina.

11 de octubre de 2006