Retuvo el aire. El cliente que eligió su lecho para perder su virginidad era apenas un niño de dieciséis años, un cultivador de una prominente secta. La túnica amarilla abandonada en el suelo. Apretó los dientes, este pequeño era rudo y su pene pequeño, por lo que no tocaba su zona feliz, ni siquiera la rozaba. Tuvo que tomar medidas desesperadas, producir sonidos seductores cuando el mocoso iba más rápido. No se encontraba de humor para realizar recomendaciones. Duró cinco minutos, a lo mucho. Los siguientes dos clientes tampoco fueron buenos. Uno no sabía moverse y el siguiente desconocía los juegos previos. La noche iba de mal en peor.

El último cliente fue gentil hasta cierto punto, suave al tacto y agradable. Pero, Wei Ying había manifestado ciertas mañas en el trabajo, por lo que no era suficiente para él.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó el señor—, no digo que no lo estés haciendo bien... Es que...

La mano con la que Wei Ying estaba ayudando a su cliente se detuvo un segundo. Sonrió, sus ojos no acompañaron a la sonrisa.

—En nada. Lo siento.

Lo hizo bien. Pudo hacerlo mejor...

—Vuelva pronto.

¿Qué ocupaba su cabeza? Wei Ying pensaba en aquel hombre que interrumpió en su habitación durante las primeras horas de la noche. Un hombre hermoso, su piel blanca cual mármol. Ojos dorados que taladraban el alma. Su mirada... Jamás lo olvidaría. La nariz arrugada como si estuviera oliendo algo putrefacto. Confusión. Consternación. Horror. Wei Ying no soportó que lo mirasen como a una puta barata, a un ser inmundo. Decidió esconderse.

Tras el biombo, esperó a que el invitado optara por irse con sus propios pies.

El desconocido se introdujo en la habitación. Sumido en sus desagradables pensamientos, tomaron su muñeca. Se trataba del mismo individuo. ¿Por qué no se ha ido? ¡Qué atrevido! Y se lo dice alguien que calza a la perfección la definición.

—Wei Ying —lo llamó una segunda vez.

Wei Ying era famoso en ciudad fantasma, por lo que no le extrañó que lo reconociesen. El dilema radicaba en la forma en la que se pronunciaba su nombre. Anhelante, como alguien que encuentra un oasis en medio del desierto. No fue incómodo. Tampoco desagradable.

—Frío —se dijo.

Wei Ying apartó su mano con un arrebato de ira. Asustado por la repentina comodidad. ¡Claro que está frío!, él está muerto. Lo miró temeroso. No lo toleró más.

—Vete.

El cultivador nunca ha pisado un prostíbulo, lo supo en cuanto lo vio. No obstante, las personas fisgonas que vienen al Palacio Flor de Loto no lo miraban como lo hizo el cultivador, nauseabundo.

Tuvo que contruir su dignidad a partir de su reputación como trabajador sexual. Su vida giraba en torno a ello, el repudio manifestado golpeó su ego. Ego que le costó esculpir. Las infamias que le gritaban en la calle, las muestras de desprecio no le dolían gracias a su propia estima.

Entonces, ¿por qué le afectaba en tal magnitud las reacciones del extraño hombre? Primero lo mira con asco y luego con ternura. ¡Absolutamente no quería que se compadecieran de él!

—¡¿No me oíste?! ¡Vete! ¡LARGO!

Se originó un revuelo enorme que incluso la distinguida Bing qing fue a indagar lo que ocurría. Bing qing compartía piso con Wei Ying y se caían igual de bien que un día de lluvia sin paraguas y con maquillaje pesado.

No soportaba al indeseado cultivador, no soportaba que lo observara como si quisiera sacarlo del Palacio a rastras.

¡Wei Ying está aquí porque quiere! El palacio era todo lo que tenía. ¿¡Cómo osa a juzgarlo con la mirada?! Tal vez estaba exagerando, o tal vez no, otros fantasmas lo han degradado e insultado de la peor manera, por eso no comprendía el terror.

Llámele intuición o sexto sentido, algo en su interior le advertía. Aventurarse con él, arruinaría su acomodada vida, le produciría un sinfín de problemas que no está dispuesto a descubrir.

Los centinelas que protegían el palacio se precipitaron a subir y obligaron al cultivador a irse. Los sirvientes, empleados y demás se fueron pasada la conmoción.

Wei Ying no estuvo tranquilo el resto de su jornada. Su cabeza palpitaba en dolor. ¿Acaso ese hombre lo...? No. No necesitaba saber.

En ciudad fantasma no estaba bien visto que un hombre fuese trabajador sexual. Al menos por esas tierras, se consideraba deshonroso. Algunos fantasmas optaban por volver a sus antiguos oficios de cuando estaban vivos. Wei Ying no recordaba su vida antes de muerto.

Pero, Wei Ying era encantador. Sabía adaptarse a su entorno y a las personas. El único prostituto de ciudad fantasma. Ostentó ese título durante cuatro años. Unos cuantos intentaron hacerle competencia, mas ninguno se acercó a sus talones. Su bello aspecto, su deslumbrante sonrisa, su versatilidad, su personalidad burlesca y vibrante, la maravillosa combinación pronto se convirtió en una sensación en la ciudad.

El palacio Flor de Loto se elevó como el prostíbulo más cotizado de ciudad fantasma debido a Wei Ying. Los espíritus estaban curiosos de probar la carne suave de un varón. No existía mejor prostíbulo que el palacio, decían los que se atrevían a probar.

Los clientes podían calificar sus experiencias con los trabajadores del palacio. Puntuaban con estrellas, a partir de uno si la experiencia fue terrible hasta cinco si quedó satisfecho. Cuando el trabajador alcanza una considerable cantidad de votos, se contabilizan y, en una carta que se disponían a los clientes, se coloca su retrato junto con la cantidad de estrellas obtenidas. Wei Ying nunca ha recibido menos de cuatro. Pues bien, en la cima de la carta estaba su imagen con un honorable cinco estrellas.

Cada año llegaba una nueva chica al palacio Flor de Loto, los días debían repartirse entre los trabajadores. De su parte, trabajaba los lunes, miércoles y viernes.

En los últimos seis meses, habían llegado una diez chicas nuevas, este súbito aumento puso patas arriba la administración de madam Jia Li. Se debían comprar nuevos vestuarios, alimentos, implementar educación en las bellas artes, etc. A algunos clientes les gustaba escuchar una melodía o poemas de bellezas antes del acto.

Las jóvenes debían compartir cuarto hasta que la tercera pagoda estuviese lista de habitar, salvo los cinco estrellas.

Flor de loto constituía de tres pagodas, la principal —lugar que residía Wei Ying—, la segunda que se ubica detrás de la principal, y la tercera que se estaba construyendo justo al lado de la segunda, cada una de cinco pisos. Los caminos eran empedrados alrededor de los jardines, detalles de flores plateadas esculpidas en las paredes. Linternas exquisitamente cinceladas colgando de postes dorados. En el centro de los edificios, había un lago de flores de loto, embriagando el aire con su fresco aroma. Cuando Wei Ying las admiraba, una sensación de nostalgia se albergaba en su corazón.

Las linternas brillaban de un acogedor naranja. Tirado cual estrella de mar en el césped, a unos centímetros del lago, se dejó arrullar por el sonido del agua. Pensando, su mirada taciturna.

—Escuché lo que pasó anoche —. Madam Jia Li vestía un bonito hanfu rojo que resaltaba sus cálidos ojos—. Ordené a los centinelas que no lo vuelvan a dejar entrar.

No respondió. Madam Jia Li apretó los labios. Wei Ying decidió no investigar sobre su pasado, ¿de qué le serviría? Ya está muerto. Sin embargo, como cualquier persona con amnesia, tenía coyunturas donde las dudas le carcomían el corazón. Su rostro sonriente estaba suplido por una falsa calma, ocultando la melancolía que se lo estaba comiendo lentamente.

—Querido, ¿me permites peinarte?

Wei Ying volteó hacia madam Jia Li. El plomo derritiéndose, iluminando con suavidad. Asintió.

—Ordénalo, y ese hombre jamás volverá a molestarte.

Madam Jia Li desenrredaba el cabello de Wei Ying, parecía que no quería que terminara nunca. Cuando están tristes, se reunían en una habitación, se arreglaban el cabello, la cara, platicaban y se abrían las heridas en privacidad.

—No me molestó, ah... Bueno, quizá sí. No lo sé, fue... Extraño.

—¿En qué sentido, querido?

—No lo sé, raro. No hay necesidad de matarlo. No parece ser peligroso.

Madam Jia Li asintió.

En el espejo ovalado, ambas íntimas figuras se reflejan, también se veían el joyero desparramado de Wei Ying con muchas cintas de colores, tres rojas acomodadas muy a la fuerza y una blanca con nubes semi caída en la caja. Aretes que iban desde bellos y llamativos colores. Anillos, brazaletes de oro que Wei Ying rara vez usaba. Apunto de caerse, descansaba un colgante con una borla plateada, en el centro, con tinta púrpura, dibujaba una flor de loto, era uno de esos colgantes que los cultivadores se ponían en el cinturón de sus togas para distinguir sus sectas o clanes.

—No deberías dejar algo tan importante a la vista —Jia Li pensó que era irónico que la borla tuviese un dibujo de flor de loto y que su palacio prácticamente fuese una ofrenda a esa flor—. Puede ser riesgoso para ti.

Wei Ying tomó la borla, la jugó entre sus largos dedos níveos.

—¿Quién se fijaría en esta cosa?

La señora Jia Li negó un par de veces. Wei Ying dejó el colgante en donde estaba.

—Ahora que lo pienso, nunca me pediste el mío. Xin qian me dijo que custodias las almas de las chicas.

Madam Jia Li pausó su labor.

—Eres diferente de ellas.

—¿Es porque tengo pene?

Madam Jia Li levantó sus labios en una sutil sonrisa. Este niño que no tenía vergüenza. Este niño con cara gruesa. Su lindo Wei Ying.

—Digo, todas hacemos lo mismo. La diferencia primordial es mi pene y que no tengo pechos. ¡Ninguna recuerda su vida antes de morir!

—No —decretó solemne—. Tus circunstancias son diferentes.

Wei Ying no quiso discutirlo, mas percibió que algo se le escapaba de las manos.

El sábado, a la una de la noche salió de ciudad fantasma a explorar los puestos de comida de los vivos. En realidad estuvo vagando, intentando nublar su cabeza con alcohol. Odiaba su resistencia. En la mañana, se dejó bañar por la luz solar. A las primeras hora del domingo regresó al palacio.

En la entrada, un hombre con ropas blancas buscaba con la mirada una cosa en el quinto piso.

Wei Ying tuvo que enfrentarse a lo que más temía. A la posibilidad de que ese hombre lo conocía. Que conocía al Wei Ying antes de ser un prostituto.

—¡Oye, bonito! —exclamó. El cultivador con túnicas de funeral se giró. — ¡Ven!

El cultivador titubeó ante sus palabras. Wei Ying bufó, ¿quién le tenía miedo a quién?

—¡Ni que lo fuera a morder! —y se encaminó hacia él.


Mini teatro:

Lan Zhan: *ojos brillantes, ¿crees que soy bonito?

Wei Ying: págame y te digo.

Madam Jia Li: ese muchacho me llena de orgullo.

¡MUCHÍSIMAS GRACIAS POR LEERME! ¡NOS LEEMOS EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO!