ADVERTENCIA: el capítulo contiene consentimiento dudoso. Se recomienda discreción.
Escondió el objeto en el interior de su túnica negra. No lo sentía a salvó. El cielo estrellado saludándolo. Miró alrededor; tierra, ropa raída y olor a polvo y muerte. A un metro de distancia miró brillar un objeto. Se levantó tambaleando. Era un colgante morado. Lo vio un rato, deslizando sus dedos en la pintura. Lo guardó.
Vacía existencia. ¿Qué debía hacer? ¿Llorar? ¿Gritar? ¿Por qué? ¿Quién era él? ¿Por qué lloraría o gritaría?
Tocó su pecho. Silencio. Ignorante de su nuevo mundo, caminó sin rumbo fijo, a veces corría, tratado de alcanzar sentimientos olvidados. Su viaje duró cerca de un mes hasta que se detuvo a las afueras de una ciudad bajo tierra.
¿Ahora qué? Se quedó sentado, idiotizado.
—¿No vas a entrar?
Una mujer hermosa con hanfu rojo le habló. Varios fantasmas pasaron la ciudad sin siquiera verlo. Era la primera que se detuvo a prestarle atención.
—¿Sabes en dónde estás?
Wei Ying no tenía ganas de averiguar. Cuestionarse lo tenía absorto. Negó.
—¿Sabes por qué moriste?
Lo pensó y lo pensó. ¿Estaría satisfecho con saberlo?
—Ya veo. ¿Quieres venir conmigo?
Era un zombi que se dejaba llevar por la corriente. Es mejor dejarse guiar por la mujer que extraviarse en las preguntas infinitas que se hacía a si mismo en busca de su origen. Detrás de la mujer, una joven de ojos tristes se escondía tras su espalda.
Le ofreció un trabajo en su establecimiento. Se adaptó rápido. Despertarse ya no era una batalla, el día siguiente no fue insufrible. Escondió sus preguntas bajo la cama, enfrentarlas lo terminaban agotando y deprimiendo.
—¿Te gusta aquí? —preguntó Wei Ying una vez a una mujer de la planta baja del segundo edificio.
Esta le sonrió. Él también.
—No tengo adónde ir.
Wei Ying se sintió incómodo. Le recordaba a él.
Podría haberse quedado en el palacio durante otros mil años. Si no fuese por el señor MinLing y el sentido heróico de Wei Ying de proteger a madam Jia Li. ¿Enserio era culpa de aquel hombre?
Madam Jia Li comulgaba con los trabajadores la belleza de su labor. Ser prostituta no era motivo de vergüenza, ¿a quiénes acudían los hombres que no podían desahogarse con sus mujeres? Ellas eran las que amparaban la desdichada realidad de los clientes.
No es que las prostitutas no pudiesen dejar de ser eso, prostitutas. Si tenían la oportunidad, y la voluntad, cabía la posibilidad de irse. Pero era difícil borrar el pasado, la gente se los recordará. Optaban por quedarse.
—Xin qian, ¿tú qué querías hacer cuando llegaste al palacio?
La chica bajita y de ojos melancólicos se volteó a mirarlo, colgando la ropa en el tendedero.
—Cuando llegué... No podía creer que estaba muerta. Madam Jia Li me preguntó qué cosas sabía hacer —se rio— no sabía hacer nada... Me sentí desamparada. Como sabes, me llevó a su casa y me ofreció ser prostituta...
—¿Y después?
Xin qian guardó silencio, meditando.
—Tardé un año en darme cuenta. Yo... A mí me gustaría saber porqué morí. Los fantasmas que no recuerdan su vida de vivos, se debe a que murieron de formas violentas... ¡Ah, aunque yo no quiero encontrar a un potente asesino para vengarme como Bing qing!, sólo, quiero saber... ¿morí asesinada? Si así es, ¿quién fue? No creas que no estoy agradecida con madam... Pero, siento que si supiese cómo morí, podría iniciar de cero.
Wei Ying frunció su ceño.
—¿Tú no quieres saber?
Wei Ying rio.
—¡Nop! Estoy bien como estoy ahora.
En su segundo año trabajando en el palacio se corrió el rumor de que una empleada quedó embarazada. Los fantasmas no pueden embarazarse de la forma normal. Ellos están muertos.
La pastilla azul, también conocida como la pastilla del amor. La pareja que desea concebir debe demostrarse amor, entonces, de ese acto afectuoso, nacerá un bebé. Sin embargo, le parece irreal embarazarse por un beso. ¡La pastilla del amor es terrorífica!
Wei Ying pensó que era algo romántico viniendo de Ciudad Fantasma. Se sintió feliz. Ahora esa mujer tenía una meta que seguir y un compañero.
—Cuando te encuentres en una situación que no puedas controlar, haz sonar la campana. Los centinelas vendrán de inmediato.
Wei Ying no reconoció su rostro en el espejo. Se veía precioso. Irreconocible. Una figura masculina que ostentaba delicadeza sin perder su virilidad. Una exótica belleza terrenal. Su primer cliente sería el actual rey de Ciudad Fantasma. No está nervioso, él creyó que lo estaría. Madam Jia Li tomó sus mejillas y le sonrió. Wei Ying amplió su sonrisa.
—Eres muy hermoso, Wei Ying. Siéntete orgulloso por eso.
Sí. Si va a hacer esto, lo tiene que hacer bien. Podía sacarle provecho, ¿cierto? Bing qing lo hace siempre. No hay que analizarlo.
El conformismo ocultó el baúl que aguardaba culpa. Sellada con talismanes y cadenas. Segura de Wei Ying. Dejándola en el rincón, abandonada durante años, llenándose de polvo.
Deseó descansar. Su lado obscuro culpaba a la señora Jia Li y a su hermano, el señor MinLing. Culpaba a su autocompasión, a su comodidad. A su mediocridad.
No tenía talante para irse. O un lugar al cual ir. Podría hacerlo. Sólo tiene que acostumbrarse.
La desidia comiéndolo de cachitos. "Ven a Gusu Lan conmigo, te diré todo".
El baúl vibró. Los sellos y cadenas desaparecieron.
Al principio se equiparó a una simple fiebre que se toma en consecuencia de jugar desprevenido bajo la lluvia.
Wei Ying ahogó un gemido sobre la almohada. Su vientre ardía, cada diez minutos arremetía una ola de calor asfixiante que se originaba en su pelvis y se extendía a sus extremidades. La temperatura de su cuerpo era tan alta como un día de verano en sus cuarenta y cinco grados, y ante la llegada de la ola, se sentía estar en las entrañas de un volcán activo.
Lo drogaron. A Wei Ying no le cupo dudas. Su cabeza era un desastre por lo que poco o nada podía analizar al posible perpetrador. Anteriormente atentaron contra su salud y vida. Eran los riesgos del oficio.
Todavía sobre pensando, dudando si pedir ayudar o dejar que los efectos de la droga pasaran, se escuchó un golpe suave de la puerta y un sobrio "Wei Ying".
Había echado a un par de amigas, a los sirvientes y chismosos, por eso, no entendía el impulso que lo llevó a abrirle la puerta a un hombre que apenas ha compartido unas frases.
Estaba muy caliente. Débil y cansado. Tan sólo empujar a Lan Zhan al interior de su habitación, cayó de rodillas al suelo y se abrazó.
—Ahg...
—¡Wei Ying!
—Tú... de verdad tendré... que enseñarte a hablar.
No quería admitirlo. El roce de su mano con la de Lan Zhan menguó la tormenta que colisionaba en su pelvis. Instantes después, algo extraño sucedió con su cuerpo. Algo explotó.
—¡Mierda...!
Wei Ying se hizo un ovillo. Dagas se incrustan en su estómago, una a una. El dolor punzante. "Duele, duele mucho. Duele, ¡para!". Gotas de sudor rebalan de su pálido rostro. Lan Zhan repetía su nombre.
—¡Lan Zhan! —advirtió en súplica.
¿Qué es lo que le sucede? Ninguna droga lo ha dejado en tal estado.
Con esfuerzo, presionó su estómago en un banal intento de eliminar el sofocante calor. Era difícil respirar. Visión borrosa. Respiración errática.
—Aquí... ¡Me duele aquí!
Lan Zhan desató el cinturón de Wei Ying y abrió la túnica en busca del problema, de la posibilidad de alguna lesión interna.
Sobre la pálida piel de Wei Ying, a la altura de tres dedos debajo de su ombligo, antes de llegar a la pelvis, estaba tatuado una serie de líneas que al unirse se asemejaba a la figura de un corazón.
—E... eso no estaba allí antes. ¡Mhg!
Apoyó su frente en el suelo. La agonía era insoportable. Ahogándose en una olla de agua hirviendo, acaparando sus pulmones, apunto de estallar.
—A-ayúdame... Lan Zhan...
—¿Cómo...?
Los fantasmas no se enfermaban, si se lastiman, las heridas sanaban rápido. ¿Cómo podía ayudar a la persona que quería con el alma?
Wei Ying se subió a horcajadas a la piernas de Lan Zhan. La espesa respiración del fantasma chocando con su cuello, ambos brazos abrazándolo como si su vida dependiera de ello.
Por supuesto, Wei Ying no comprendía al cien porciento sus acciones, únicamente entendía que al estar en los brazos de alguien, el torrente de emociones disminuía.
—W-Wei Ying, doloroso.
Los ojos grises de Wei Ying se enfocaron. Bajo el brazo apoyado en los hombros de Lan Zhan, había lo que parecía rastros de quemaduras, incluso la tela estaba negruzca. Apartó su mano derecha con la que apretaba la cabeza ajena. La ropa de Lan Zhan tenía manchas de un incendio. ¿Él lo hizo?
—Wei Ying —la tibia mano de Lan Zhan acarició la mejilla de Wei Ying en consuelo.
Él se dejó acunar. Estaba asustado y sus muslos estaban pegajosos. Los músculos de su estómago se contrajeron. Quería más. Más contacto de piel con piel. Aun en medio de su delirio, supo que no quería que alguien diferente a Lan Zhan lo tocara. Lan Zhan lo miraba como a una persona que siente, que ríe y llora. No como a un pozo en donde se descarga frustraciones y lamentos. Lan Zhan veía a alguien que quizá Wei Ying ya no pueda llenar. Sin embargo, era mejor a ser visto a una muñeca que sabe reír. Tampoco quería condenar a Lan Zhan a su eterno martirio.
Está confundido. Profundamente confundido.
Lan Zhan acarició su espalda, como diciendo "todo está bien, estoy aquí".
Para Wei Ying no era suficiente. Un tirón le sacó un quejido de dolor.
—Ayúdame... ayúdame, Lan Zhan. Por favor, deténlo.
Desesperación. Miedo. Exitación. Sentimientos que no eran propios se aglomeran sin su permiso en su consciencia. Un líquido resbala de sus nalgas.
—¿Qué hago, Wei Ying?
Con las piernas temblorosas se levantó y bajó sus pantalones, sus piernas pálidas expuestas, carnosas y suaves. El cultivador apartó la mirada. ¿Qué está haciendo? Wei Ying se movía por instinto, le parecía más lógico que resistirse. Su pene casi rojo, parecía enojado. Wei Ying se masturbó con fuerza. Sonidos húmedos acaparando los sentidos. Los movimientos eran violentos. Las venas acaparaban todo el largo del pene y de la punta salía un líquido transparente.
Cayó de bruces a los brazos de Lan Zhan.
—N-no es suficiente, Lan Zhan, no es suficiente —lágrimas resbalaron de su rosadas mejillas a culpa de la frustración.
Lo intentaba, no logró venirse. El fuego reclamaba mayor combustión. Todavía llorando en los brazos de Lan Zhan, con los ojos acuosos y su raciocinio colgando de un hilo, arrastró una mano a sus glúteos y los expandió. El crisantemo hinchado, rosado y sensible, lubricado cuando los dedos de Wei Ying lo palpó.
—Mng...
El crisantemo fruncido no se resistió ante el primer dedo pálido de Wei Ying. El incandescente camino cremoso lo hizo temblar, liberando suspiros de satisfacción.
Ablandado, jugueteó su interior con un dedo, explorando, tímido, buscando. Pronto hubo dos dedos que se metían y salían de su hoyo mojado, estremeciendo su cuerpo. Soltó ligeros gemidos que reprimía en el hombro de Lan Zhan, mojando la prenda bajo sus labios.
La intensa leña pronto descendió a suaves brasas. Aunque el bochorno continuaba. Entra y sale de su ano hasta que sus nudillos chocaran con su esfínter. Las falanges no eran tan largos.
—No estoy viendo, no estoy viendo —Lan Zhan susurró cual mantra—, no escucho, ni oigo.
—¡No puedo, n-no puedo!
Desilusión. Wei Ying sollozó extenuado. Su dermis volvió a aumentar de temperatura, los latigazos en su estómago arremetiendo con ahínco. Ahogó un grito.
—¡L-Lan Zhan, n... No puedo solo! ¡Ayúdame...! —unir palabras se asemejó a una odisea—, n-no quiero...
Una mano pasó por su susceptible perineo. Lan Zhan, cuya mano vacilante surcó la pelvis del fantasma, se adentró a sus muslos, la textura igual de suave que el durazno. Se había dado cuenta que la temperatura corporal de Wei Ying disminuía al contacto. Y Wei Ying en ese preciso momento estaba flojo y sin fuerzas.
El cultivador suspiró pesadamente. Dos dedos gruesos y largos invadieron a Wei Ying, el placer que recorrió su anatomía como una estrella fugaz.
—Sí...
Los dedos de Lan Zhan lo penetraron a un ritmo constante, temeroso de causar un daño irremediable. Wei Ying apretó los labios, ¿a Lan Zhan le desagradaría oír a un hombre gemir? Abrazó al cultivador con fuerza dejándose hacer.
Los besos surcaron su piel desnuda en forma de consuelo. Wei Ying se hundió en el exquisito suplicio. Ondas eléctricas martillando su abdomen, caliente. Muy caliente.
Era imposible no ver. No oír. No oler. Lan Zhan recitó las cuatro mil reglas de su clan. Su pene estaba erecto desde el instante que Wei Ying se desabrochó su cinturón, pero no era momento de preocuparse por él, de pensar en él. Wei Ying necesitaba su ayuda, no quería, si existía la factibilidad, que su primera vez fuese así. Quizá nunca exista. La sensualidad de Wei Ying no le permitía estar sereno.
El esfínter chorreaba, las falanges empapadas de lubricante natural, los espasmos apretando y soltando. Al sacar, el rosado esfínter chupaba sus dedos en un necio intento de retenerlos, succionando de regreso. El crisantemo de Wei Ying se contrajo y Lan Zhan no pudo continuar penetrando.
—¡Sí! ¡Allí, allí! ¡Justo así! Y-yo...
Lan Zhan golpeó rápidamente un pequeño bulto del interior de Wei Ying. Los dedos de sus pies se enroscaron. El placer, la exquisitez de estar lleno por unos dedos tan gordos ocasionaron delicia de pies a cabeza. Los dedos se curvearon, follándolo duramente. Era demasiado intenso, perdía el juicio.
—¡AH! ¡LAN ZHAN! ¡LAN ZHAN! ¡Perd...!
El tatuaje resplandeció de un rojo sangre. El placer lo azotó con ira, aferrándose a Lan Zhan, temiendo perderse entre el delirio. Respiró aliviado, las pestañas húmedas de llanto, los ojos desorientados y sus labios escarlata exudando vapor. Sudado.
¿Qué había pasado? ¿Qué le ha hecho a Lan Zhan? Ha de sentirse asqueado de ver a un hombre llegar al orgasmo por el ano.
Durante media hora se quedaron abrazados, hasta que Wei Ying se movió incómodo. Los calores regresaron con la misma magnitud.
—Lo siento... Perdón.
Lan Zhan lo cargó hasta llevarlo a la cama, donde folló lento y tortuosamente con sus delicados dedos a Wei Ying. Wei Ying se olvidó del mundo.
»Perdón, perdóname«, susurró varias veces hasta que se quedó dormido.
Se despertó cuando las linternas fuera de su ventana estaban iluminando de rojo. Abrigado hasta el cuello por una cobija, a su lado, Lan Zhan dormía. ¿Por qué seguía aquí?
Las luces rojas posándose en el dormido Lan Zhan le otorgaba un aura celestial, la escena diáfana no merecedora de los pecaminosos ojos de Wei Ying.
—Realmente es como un dios...
"Entonces, ¿qué seré yo?"
Increíble, siendo tentado por una cara bonita. Atraído como las hojas de otoño que caen a las raíces del árbol.
La cinta impoluta de Lan Zhan tenía algunas zonas chamuscadas.
Sacó una cinta blanca con grabado de nubes de su manga, los músculos de su cuerpo entumecidos. Viendo a Lan Zhan dormir, amarró la cinta en la muñeca derecha del cultivador y Wei Ying se durmió otra vez. Pensando que le gustaría conocer a profundidad a este cultivador. Tal vez no sería malo. Tal vez era momento de irse, de buscar otro motivo para su existencia. Sólo tal vez.
Lloró con amargura.
¡Muchísimas gracias por leer!
Siguiente capítulo y final: A la miseria le gusta estar acompañada.
¡Nos leemos pronto! \(o)ノ
