Curso 76-77

Severus adoraba la biblioteca. Le encantaba el olor a libros y la tranquilidad, siempre y cuando los Merodeadores no anduvieran alrededor.

Malditos imbéciles. Aún le escocía su orgullo después del incidente del año anterior. Había sido un estúpido entrando en su juego, nunca debió perder los nervios y jamás debería haberle hablado así a Lily.

Lily. Perder a su mejor amiga por prejuicios en los que realmente no creía , solo por hacerse el duro delante de esos imbéciles.

Con una mueca de auto desprecio, sacó sus cosas y se puso a trabajar. Medio metro de pergamino después, al levantar la mirada del libro, se dio cuenta de que no estaba solo en la mesa. Frente a él, de nuevo, Regulus Black. Seguramente envuelto en su hechizo de silencio, porque aún ahora que lo estaba mirando, era imposible escuchar siquiera él rasgueo de la pluma.

Aprovechó que estaba concentrado en su trabajo para observarlo. Había crecido desde su primer encuentro, dos cursos atrás, aunque era evidente que nunca sería demasiado alto, tenía una complexión delicada, nada que ver con la de su hermano,

Había oído a algunas chicas de quinto hablar de él comparándolo con un actor muggle. Objetivamente, era muy guapo. Severus se preguntaba muchas veces por qué ese chico, que podría andar rodeado de admiradoras todo el día, preferiría su arisca compañía.

Regulus Black era tenaz. Le había llevado tantas tazas de té, que al final acabó cediendo y se había convertido en una costumbre tomar el té juntos.

Después había comenzado a compartir mesa con él en la sala común o en la biblioteca. Severus se quejó de que le distraía, así que creó una variación del encantamiento silenciador: creaba una burbuja a su alrededor que le aislaba del exterior, ni molestaba ni le molestaban.

Era la primera tarde del nuevo curso que coincidía con el. Tenía la esperanza de que le hubiera llegado el rumor del lamentable espectáculo ocurrido tras los TIMOS, a ver si eso le quitaba las ganas de hacerse su amigo.

Regulus levantó la mirada y lo pilló mirándolo. Severus no pudo evitar sonrojarse ligeramente ante la sonrisa que le dedicó.

— Hola, Severus —vocalizó antes de volver a su trabajo.

Volvieron a su rutina de estudiar juntos y tomar el té. Nunca quedaban, Severus no le buscaba, siempre era Regulus el que aparecía. Una tarde fría poco antes de Halloween, estaban tomando el té en su sala común junto al fuego cuando, de pronto, Regulus se encogió y se echó la mano al estómago, como si sintiera un gran dolor. A la vez, el color de su cabello empezó a cambiar, una gama completa de castaños y rubios hasta llegar al rubio platino, luego de vuelta a su negro natural.

Por un momento, temió que le hubieran envenenado o que todo fuera fruto de una maldición, incluso dentro de Slytherin había rencillas. Entonces Regulus levantó la cara y le miró suplicante.

— Necesito llegar a mi habitación, Severus. No dejes que nadie me vea así.

No dudó, lo ayudó a levantarse y, viendo que se tenía en pie, lo tomó por la cintura para ayudarle a caminar. Cuando Regulus se dejó caer sobre su cama, jadeaba y sudaba. El color de sus ojos también había comenzado a variar, su pelo cambiaba tan rápido que se veía gris.

Severus no dudó en asegurar la puerta con un hechizo. Después, se acercó hasta la cama, con la necesidad de ayudar como fuera.

— Dime qué ocurre, qué necesitas que haga ahora —le apremió.

Regulus señaló su mesilla.

— El frasco azul.

Sin dudarlo, abrió la mesilla y cogió el vial lleno de poción azul. Le quitó el tapón y se lo acercó a los labios, sujetándole la cabeza con cuidado. Regulus tragó ansioso y se dejó caer otra vez sobre la cama con los ojos cerrados. Severus se sentó en la butaca y vigiló su respiración. Alargó la mano para tomar el vial vacío, lo olió y observó el residuo en el fondo.

— No es una poción conocida, la hacen para mí.

EL muchacho tenía mejor color. Pero por primera vez desde que lo conocía, su rostro era un muro cerrado.

— Lleva adormidera. ¿Un relajante?

La mirada gris estaba clavada en la pared. No hubo respuesta.

— Te dejaré solo si es lo que quieres, Black.

Tampoco hubo respuesta. Sin decir nada más, Severus quitó el hechizo de la puerta y se marchó.