Una semana después, Severus estaba inquieto. No había visto a Regulus en el comedor ni en los sitios habituales. Había pasado por la enfermería, con la excusa de preguntarle a Madame Pomfrey sobre fórmulas para dormir. No estaba tampoco allí.
Finalmente, al cabo de diez días, claudicó. Era un sábado por la tarde, Regulus no se había presentado al entrenamiento esa mañana. Con una taza de té en la mano, llamó a la puerta de su habitación.
— No.
La voz de Regulus sonaba ronca.
— Abre la puerta, Regulus.
— Vete, Severus.
Severus cogió su varita y simplemente abrió la puerta y entró, cerrando con el mismo hechizo. Dejó la taza sobre el escritorio y se acercó a la figura encogida en la cama bajo varias mantas. Regulus tenía la piel amarillenta y sudaba como si tuviera fiebre, así que se arrodilló junto a la cama y le tomó la temperatura con el mismo hechizo que usaba su madre con él.
— Estás ardiendo, tienes que ir a la enfermería —afirmó preocupado, poniéndose de pie.
— ¡No!
— No seas terco, Black. Necesitas medicinas.
Regulus le clavó los ojos enrojecidos.
— No estoy enfermo, esto son los efectos secundarios de...
Se tapó la boca.
— Como sea, necesitas bajar esa fiebre. Y si no puede ser con pociones, supongo que porque no debe interaccionar nada con lo que estás tomando, necesitarás un baño tibio y un caldo de pollo.
Desde la cama le llegó una risita.
— Pareces una madre muggle — fue capaz de bromear Regulus .
Se encogió de hombros. No era la cosa más fea que le habían llamado.
— Te ayudaré a llegar al baño. Y luego me ocuparé de conseguirte una sopa.
Mientras el enfermo comenzaba a moverse, pasó al baño y puso a llenar la bañera con agua tibia. Se preguntó si nadie había cuidado de Black durante esos diez días, pero se distrajo al momento con el sonido de un golpe. Corrió hacia la habitación y lo encontró de rodillas junto a la cama, intentando levantarse agarrado a las mantas.
Sin esfuerzo, porque no pesaba nada, lo levantó y lo llevó como a un bebé hasta el baño. Lo dejó sentado en el retrete y se puso de rodillas, buscando la mirada de Regulus.
— Voy a ayudarte a entrar en la bañera, ¿sí? No creo que estés en condiciones de estar solo, así que me quedaré contigo.
Estuvo seguro de que el enfermo iba a protestar, pero no le dio oportunidad. Le quitó la parte de arriba del pijama, empapada en sudor. Después lo ayudó a sentarse en el borde de la bañera, para quitarse los pantalones y, sin mirar más de lo necesario, lo ayudó a entrar en el agua.
Le puso un hechizo que su madre usaba con él de niño, para evitar que se ahogara, y se sentó en el retrete, que quedaba lo suficientemente lejos de la bañera como para darle intimidad.
— ¿Llevas así desde la última vez que nos vimos?
Sin abrir los ojos, Regulus negó débilmente con la cabeza.
— ¿Te ha visto un sanador?
Esta vez asintió. Se hizo un silencio, solo roto por el sonido del agua al moverse, hasta que Regulus soltó la bomba.
— No había planeado así mi primera vez desnudo delante de ti.
Severus se giró con tanta violencia que casi se cae de su improvisado asiento.
— Empiezas a delirar —protestó con voz ronca.
— Los enfermos y los borrachos nunca mienten —respondió Black vehemente.
— Creo que ese dicho no es exactamente así.
Regulus abrió los ojos y trató de girarse a mirarle. Con un suspiro, Severus transformó el cesto de la ropa sucia en una banqueta y se sentó junto a la bañera, de cara a la cabeza del enfermo, dando la espalda al cuerpo desnudo.
Metió un dedo en el agua y comprobó que se mantenía a la temperatura adecuada.
— Nadie me había cuidado estando enfermo —comentó después de unos minutos de silencio.
Severus le miró con sorpresa. Regulus se encogió de hombros y trató de sonreír.
— Mi madre no es muy maternal, ¿sabes? Cuando estoy enfermo me manda a un elfo.
— ¿Y dónde está ese elfo?
— Lo llamó esta mañana y no ha vuelto.
Severus cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz con frustración. Regulus sacó la mano de la bañera y la estiró en su dirección, en una petición silenciosa. Reticente, el mayor le tomó de la mano, que temblaba levemente.
— Es una poción nueva, más concentrada creo, cada vez que me las cambian paso varios días enfermo — susurró, mirando hacia sus propios pies.
Severus apretó ligeramente la mano que sujetaba, animándole a hablar.
— Las familias como la mía no llevan bien las rarezas, ¿sabes? La pureza es importante. Mi hermano era el heredero, así que yo podría haber sido prescindible y crecer sin salir de mi casa.
— Pero salió rebelde.
— La primera causa que mi hermano defendió contra mis padres, fui yo —Sonrió con tristeza.
Severus le miró con sorpresa.
— Mis padres no me dejaban mezclarme con otros niños. Hasta los tres años apenas vi a nadie más que a los elfos. Sirius se enfrentó a mi madre para conseguir que me dejaran juntarme con mis primas cuando venían a casa — confesó de un tirón.
Regulus cerró los ojos con cansancio. Al abrirlos, los centró en la mano que Severus aún sujetaba.
— En mi familia hay genes metamorfomagos.
Eso daba explicación en parte a lo del otro día. Ante la falta de reacción aparente por parte de su amigo, Regulus se tensó.
— ¿Te repugna?
— ¿Qué? —preguntó Severus, sorprendido de nuevo—. Claro que no.
— Es una deshonra para la familia.
La mente analítica de Severus ató cabos.
— ¿Las pociones son para inhibir tu capacidad de cambiar?
Asintió. El agua se había enfriado y comenzó a temblar. Severus lo notó en su mano. Sin decir nada más, pero con su cerebro dándole vueltas a lo que había oído, calentó un poco más el agua y tomó el champú del pequeño estante.
Regulus siguió sus movimientos con ansiedad. Al verle tomar el champú y echarse un poco en las manos, cerró los ojos. Los largos dedos de Severus le masajearon el cuero cabelludo mientras extendía el champú.
— Creo que la deshonra son tus padres.
Se había relajado tanto con el masaje que se sobresaltó al escuchar la suave voz.
— Ellos son así, es como ven el mundo —respondió con resignación.
— No hay nada malo en ti, Regulus.
Sintió un calorcito por dentro al escuchar aquellas palabras.
— Las pociones funcionan un tiempo, pero cada vez que hay que subir la dosis ocurre esto.
Severus apretó los labios mientras acababa con el masaje y convocaba una jarra para aclararle el pelo.
— No creo que sea fácil luchar contra un don. Lo lógico sería entrenar tu mente para aprender a manejarlo.
— Eso decía mi hermano siempre.
Entendió en ese momento lo importante que había sido Sirius en la vida de Regulus y lo duro que tenía que haber sido perder a la única persona que lo cuidaba. Le cubrió con cuidado los ojos con una mano, para evitar que le entrara jabón, mientras con la otra manejaba la jarra para echarle agua limpia.
— ¿Me dejarás analizar la poción? —preguntó con voz todavía suave.
— ¿Servirá de algo? Se supone que el sanador de mi padre sabe lo que hace —respondió resignado.
Dejó la jarra y tomó la esponja y la pastilla de jabón.
— Servirá para que te deje decidir si te lavo yo el cuerpo o lo haces tú mismo.
Regulus no pudo evitar una carcajada.
— No sé quién gana con esa decisión, la verdad. Pero tranquilo, yo me lavo solo mientras me consigues la sopa. La poción está en mi baúl.
— No voy a dejarte solo —Le tendió la esponja y el jabón y se dio la vuelta.
— Te diría que nos ahorrásemos los pudores, pero hoy me siento incapaz de seducir a nadie.
Regulus no lo vio, pero su compañero sonrió.
