Tardó un mes en convencerlo para que fuera a ver a Pomfrey. La condición que había puesto Regulus para ir a verla era aprender lo suficiente a controlarlo, pero para eso había que bajar la dosis, era un círculo vicioso.

Cuando la sanadora escuchó la historia, tras jurar y perjurar que guardaría el secreto, puso el grito en el cielo.

— Ese tratamiento es una salvajada —sentenció con el rostro sonrojado—. Autores más recientes lo han refutado, su sanador es un animal, señor Black.

Regulus estaba pálido, la boca apretada hasta ser una línea recta.

— ¿Qué hacemos ahora? —preguntó con suavidad Severus, sentado en una silla cerca de la cama donde estaba tumbado.

— De momento, terminaré los exámenes físicos al señor Black.

Lo dijo en un tono que despedía claramente a Severus. A pesar de su juventud, la mirada de aquel joven tan inteligente le intimidaba, prefería examinar a su paciente sin observadores. Al verlo levantarse, Regulus se agitó hacia él, pidiéndole con un gesto de la mano que no se marchara.

— Estaré fuera —le tranquilizó, apoyando una mano protectora en su hombro—. Cuando hayáis acabado, pídele que me avise.

Se sentó en el banco que había en el pasillo y sacó el último libro que había conseguido sobre metamorfomagia. Una vez agotados en la biblioteca, estaba gastando sus reducidos fondos en libros de segunda mano gracias a un acuerdo con un viejo librero de Hogsmade. Había un capítulo interesante, que hablaba de la posibilidad de, a través de este don, convertirse en animago.

Estaba concentrado en su lectura cuando una sombra le tapó la luz.

— Vaya, Snape, ¿esperando a Pomfrey?¿hemorroides? ¿cirugía plástica para esa horrenda nariz?

Severus se abstuvo de decirle que un tiempo atrás su nariz no había sido tan grande como para impedirle acercarse demasiado. Se limitó a ignorarle y volver a su lectura. Black no podía estarse quieto, parecía un niño que ha comido demasiado azúcar. Al final se las arregló para ver el título del libro. Justo en ese momento, Pomfrey salió a avisarle.

— El señor Black me ha pedido que le diga que entre —La sanadora miraba solamente a Severus, sin darse cuenta de que otro Black andaba por el pasillo.

Claramente molesta por las exigencias de los dos adolescentes, se dio media vuelta y entró sin esperar.

La mirada de Sirius era intensa cuando se acercó a sujetar a Severus por el codo antes de que abriera la puerta.

— ¿Él está bien?

Severus ni siquiera contestó, se limitó a mirarle, con la cara en blanco.

— Cuida de mi hermano, Snape —le dijo, soltándole y echando un paso atrás.

Otro en el lugar de Severus, le habría recordado que era su hermano, era él quien debería entrar a hablar con la sanadora. Le habría agitado para que entrara en razón y se preocupara por el hermano pequeño que había abandonado en manos de unos padres incompetentes.

Pero Severus no era de esos. Sirius para él era tan malo como sus padres, sin medias tintas. No iba a rebajarse a explicarle que por supuesto que iba a cuidar de su amigo, pero no porque él se lo pidiera, sino porque Regulus era importante para él.

Ni siquiera le echó una mirada, entró en la enfermería y cerró la puerta tras él con cuidado. Regulus estaba sentado con una taza de té en el despacho de madame Pomfrey. Cuando le vio llegar, una sonrisa le llenó la cara. Por Salazar, era tan transparente que resultaba imposible que llegaran a Navidad sin que sus padres estuvieran al tanto de lo que pasaba.

Pompfrey le tendió una taza en cuanto se sentó junto a Regulus.

— El hígado está bien —entró directa al tema, después de un sorbo de té—. A nivel fisiológico no hay todavía efectos irreversibles. Debemos hablar de cómo dejar el tratamiento, porque esa poción puede generar adicción.

—¿Por la adormidera?

La sanadora asintió mientras daba otro sorbo.

— No deja de ser una poción tranquilizante, hay que dejarlas poco a poco, reduciendo la dosis. De otro modo puede haber síndrome de abstinencia.

— Severus me lo advirtió —había cierto orgullo en la voz de Regulus al hablar de él—. El problema es que, al bajar la dosis aparecerán los síntomas.

Severus negó con la cabeza justo cuando Pompfrey exclamó indignada.

— La metamorfomagia no es una enfermedad, ¡es un don!.

Y luego la oyeron claramente mascullar entre dientes "Malditos sangrepura".

— Creo que luchar contra las manifestaciones de tu don es lo que hace que sea más incontrolable.

— El señor Snape tiene razón. A los niños con dones hay que enseñarles desde pequeñitos a manejarlos, usted necesita pasar ese proceso. Pero entiendo que no quiere que sus padres lo sepan.

Regulus movió la cabeza negativamente.

— ¿Cuánto tiempo cree que puede tardar en dejar la poción sin efectos secundarios? —preguntó Severus, cada vez más cómodo con la sanadora.

— Depende de la concentración de la poción.

Severus sacó de su bolsillo un pergamino que le tendió sin más explicaciones. Al abrirlo, Poppy se encontró con un minucioso trabajo de análisis de la poción.

— Este es un gran trabajo, señor Snape —reconoció, mientras repasaba las cifras—. En base a estos números, diría que unos veinte días.

— Es mucho tiempo —murmuró Regulus.

— ¿Qué opina del yoga, madame? —preguntó Severus, incisivo—. He estado leyendo acerca de los beneficios de la meditación para disciplinar la mente.

Poppy asintió con una sonrisa, y se levantó a buscar algo en un anaquel lleno de revistas médicas.

— Leí hace unas semanas un artículo muy interesante de un sanador tailandés, que hablaba de los beneficios del yoga sobre el desarrollo de disciplinas mentales, como la oclumancia. — Sacudió su varita y una revista salió volando del anaquel hacia las manos de Severus— Personalmente, creo que cualquier método para mejorar la concentración puede ser interesante para el señor Black. Y el yoga ayudaría además con la inquietud que pueda crearle reducir el consumo de adormidera.

Regulus levantó la cabeza, que tenía sujeta entre sus manos, para mirar a Pompfrey.

— Me temo que el nerviosismo va a ser normal, señor Black —siguió hablando la sanadora, interpretando la mirada de Regulus como una muda pregunta—. Lleva usted muchos años siendo tranquilizado artificialmente, es posible que se sienta más nervioso o duerma peor hasta que su cuerpo se acostumbre a funcionar sin narcóticos.

Regulus se puso en pie, todavía pálido. Severus le imitó de inmediato. Poppy se preguntó si eran conscientes de lo obvios que eran los sentimientos del uno por el otro.

— Tengo entrenamiento —se excusó el pequeño Black—. Pensaré en todo lo que hemos hablado y volveré, si le parece.

Poppy se limitó a asentir con la cabeza y observarlos salir, Regulus delante, Severus detrás escoltándolo.