— No puedo resistirlo, Severus.
Suspiró fuerte, cruzando los brazos sobre el pecho. Había pasado una semana desde que que comenzara el descenso de la dosis de la poción. Regulus había pasado por todos los estados de ánimo posibles. Y los últimos dos días apenas había dormido. Ahora se paseaba por la habitación de Severus muy agitado y con el cabello alborotado de tanto pasarse las manos por él.
Desde el tercer día no salían de la habitación más que lo imprescindible, porque el aspecto del joven Black cambiaba sutilmente cada pocos minutos. Habían intentado hacer ejercicios para concentrarse a través de la meditación, pero no acababa de funcionar.
Regulus se paró en seco ante el sillón en el que estaba sentado Severus y lo miró con los ojos grises inyectados en sangre.
— Necesito dormir, tienes que aturdirme. Un desmaius, por favor.
Negó con la cabeza, inclinándose hacia delante con las dos manos extendidas. El joven Black miró las manos extendidas y la cara de Severus alternativamente. Como siempre, su expresión no delataba nada, pero las manos se extendían hacia él, con las palmas hacia arriba. Se dejó caer de rodillas ante el sillón y puso sus manos sobre las de su amigo.
— Cierra los ojos un momento —le pidió, con voz tranquila—. Vamos. —Le dió un pequeño apretón— Concéntrate solo en mi voz.
Con los ojos cerrados, Regulus dejó caer la cabeza, rozando el pecho con la barbilla.
— Visiona en tu mente una cara que conozcas muy bien.
Permaneció callado un par de minutos, sin dejar de observar los cambios en su rostro, intentando transmitirle calma con su magia a través de sus manos.
— Coge el rasgo más distintivo de esa cara. Visualizalo, sus proporciones, su color. ¿Lo tienes?
El otro asintió levemente, los labios tensos en una fina línea.
— Ahora visualiza esa misma parte de tu cara y trata de cambiarla. Tu puedes, Reg, te he visto hacerlo estos días, solo necesitas tomar el control de tu magia.
Las manos que sujetaba apretaron un poco más fuerte. Las cejas se unieron, delatando concentración y esfuerzo. Y entonces, poco a poco, lo vio: la nariz aristocrática de Regulus, creciendo, hasta convertirse en una réplica de su propia nariz. No se detuvo, el cabello se alisó y creció hasta llegar a los hombros y la piel se hizo más pálida.
Liberó una de sus manos justo antes de hacer un accio espejo.
— Abre los ojos, Reg.
Negó brevemente con la cabeza aun gacha, sin aflojar el agarre de su mano ni suavizar el gesto de concentración.
— Abre los ojos y mírate, lo has conseguido.
Cuando abrió los ojos, no eran grises, sino oscuros como los suyos. Al mirarse en el espejo, las cejas pasaron de estar fruncidas a estar arqueadas de sorpresa. En su rostro, sus rasgos se mezclaban con los de Severus.
— Mantenlo —le dijo, apretando su mano—. Los detalles ahora no importan, importa que lo manejes, que los cambios sean por tu voluntad.
Un gesto de determinación apareció en la cara del espejo. Poco a poco, no solo mantuvo los rasgos sino que fue manipulando los demás, hasta que, unos minutos después, sus rostros eran iguales. Pero la sonrisa que se pintó en la cara del falso Severus no se había visto jamás en la cara del verdadero.
Tres días después, Severus entraba corriendo en la enfermería con Regulus entre sus brazos. Pequeñas convulsiones sacudían su cuerpo cuando lo depositó sobre una de las camas, llamando a gritos a la sanadora.
— ¿Qué ha ocurrido? —preguntó alarmada, comenzando a escanearle con su varita.
— No lo sé. Estaba bien cuando salí para ir a la biblioteca —respondió angustiado, apartándose para dejar trabajar a la sanadora, pero sin perder de vista el rostro de su amigo.
Las cejas grises se fruncieron sobre los ojos azules.
— ¿Qué ocurre, Madame?
— Debo hacer más exámenes.
Supo solo con mirarla que Pompfrey estaba evitando decirle algo.
— Sal un momento, Severus, por favor.
— Madame...
— Espérame en mi despacho, puedes ir preparando el té.
Agachó la cabeza y obedeció. Quince minutos después Poppy se sentaba frente a él y su taza.
— Está bien, Severus. Agotado sobre todo. Las convulsiones eran porque ha dejado de tomar la poción los últimos dos días.
— Imposible, yo mismo se la dejé preparada —argumentó molesto.
— Pues no se la tomó. Sospecho que pensó que así el proceso acabaría antes, es posible que la fatiga le haya nublado el juicio —planteó, tratando de buscar una explicación que calmara a su protegido.
Severus se pasó la mano por el pelo desordenado, respirando hondo. Habían sido diez días muy duros y después del susto parecía que le había caído encima todo el cansancio físico y mental.
— Necesitas descansar. —La sanadora se echó hacia delante y le apretó cariñosamente el antebrazo. Puedes echarte en una de las camas de afuera si no quieres dejarlo solo.
— Gracias, Poppy —murmuró, mirándola con cariño .
Ella entendió todo lo que había implícito en esas dos palabras y sonrió antes de acabarse el té para volver con su paciente.
