No podía dormir, vigilando cada suspiro y cada movimiento en la cama de al lado. Cerró los ojos unos minutos, fatigado, y cuando estaba al límite de conciliar el sueño, lo escuchó.
— Te quiero, Severus.
Abrió los ojos y vio que su compañero estaba despierto. Con movimientos lentos, se levantó y se dejó caer en la silla junto a su cama.
— Regulus, no es el momento, estás cansado, alterado y confuso. Necesitas descansar.
Una mano pequeña y delgada salió de entre las mantas, pidiendo ser cogida. La tomó con cuidado, la notó caliente, ligeramente febril.
— ¡No! Estoy lúcido. Escúchame por favor —suplicó en susurros—. Ya sé lo que opinas, pero necesito que lo sepas. Sin ti y tu apoyo no habría superado esto. Entiendo que no sientes lo mismo, no te estoy pidiendo nada.
— Reg, yo... creo que confundes nuestra amistad.
Los ojos grises, enrojecidos por la fatiga de los últimos días, le miraron molestos. Se sintió fatal por no ser capaz de corresponderle.
— No soy un niño, Severus, sé perfectamente lo que siento.
—Tienes quince años —murmuró, apartando la mirada.
— ¿Y qué? ¿cuántos tenías tú cuando supiste que estabas enamorado de Evans? — preguntó con voz ahogada.
— Estás equivocado —respondió tratado de mantener la calma.
— ¡Deja de decir eso! —casi gritó, soltando su mano.
Severus guardó silencio un momento, mirando hacia la puerta del dormitorio de Pompfrey.
— Me refiero a Lily. Era mi amiga, mi mejor amiga, nunca la he querido de otro modo.
Regulus se pasó una mano temblorosa por el corto cabello oscuro.
— ¿Es por mí? ¿Por ser su hermano? Explícamelo, por favor Severus, porqué con él sí y conmigo no.
Por primera vez desde que se conocían, Regulus supo lo que era ser el objeto de la ira de Severus Snape. Los ojos oscuros lo taladraron, vio una vena en su frente palpitar y casi pudo escuchar sus dientes rechinar cuando apretó la mandíbula. Aún así, le sostuvo la mirada, retador.
— Te voy a decir esto una sola vez, Regulus Black, así que escúchalo bien —siseó furioso—. Tu hermano me hizo creer que yo le interesaba y fui tan estúpido como para creerle. Lo que pasó con él fue doloroso y sucio, y no tiene nada que ver contigo.
Regulus se cubrió la boca con una mano, sorprendido, por sus palabras y por lo que se sobreentendía de ellas.
— ¿No te has parado a pensar que el problema soy yo y no tú?
La voz de Severus había perdido fuerza.
— Tienes razón.
Severus no podía mirarle.
— Tienes razón, Severus. Tu eres el problema. Estás roto, Snape, no sé porqué me molesto...
Severus levantó la mirada, horrorizado por el desagradable tono, impropio de Regulus. Y ahí estaba. Ese era el verdadero rostro de Regulus Black, mucho más parecido a su hermano de lo que quería reconocer.
Entonces comenzó la risa. Conocía esa risa, era la misma que la de Sirius. Así reía Sirius mientras les contaba a los otros Merodeadores como se había dejado tocar en el armario de las escobas.
La risa lo llenaba todo, una risa cruel y fría. Hasta que se dio cuenta de que no era una risa, sino dos, los dos hermanos Black riéndose de él. El corazón le martilleaba en el pecho, no podía respirar, se estaba ahogando...
Despertó, sentándose en la cama, ahogándose todavía, con las risas crueles resonando en sus oídos.
Trató de recordar las técnicas de yoga que por fin habían empezado a funcionarles, para tranquilizarse. Cuando su corazón dejó de galopar, volvió a tumbarse y se permitió pensar en el sueño.
Él conocía a Regulus, sabía que sus sentimientos por él eran sinceros, jamás sería un segundo Sirius. ¿Qué le estaba diciendo entonces su subconsciente?
Repasó los recuerdos del sueño. Y ahí estaba: no se sentía a la altura. A pesar de su inteligencia, su capacidad para crear pociones y hechizos, su excelente memoria y sus dotes de observación, Severus no se sentía suficiente para nadie. Y temía profundamente el momento en el que Regulus decidiera ser directo con lo que sentía.
