La mañana del día 9, Severus abrió los ojos y miró al dosel. Había soñado con su madre.
El último cumpleaños que habían celebrado juntos fueron sus once años. Recordó la alegría callada de Eileen por saber que su hijo pronto estaría lejos, a salvo. Lo habían celebrado los dos solos, con un discreto pastel de manzana y muchos abrazos.
Volvió a cerrar los ojos, con una lágrima cayendo por cada sien. La echaba de menos, muchísimo. La preocupación por Regulus le había impedido pararse a pensar durante las vacaciones en la falta de celebraciones navideñas. Pero al despertar esa mañana, le había caído toda la pena de golpe, sentía como si tuviera un piano sobre el pecho.
Un golpe discreto en la puerta le hizo apretar más fuerte los ojos y secarse apresuradamente.
— ¿Sí?
La cabeza morena de Regulus se asomó por la puerta sin acabar de abrirla con una gran sonrisa.
—¿Puedo?
— Claro, pasa —contestó con voz ronca, incorporándose para sentarse contra el cabecero de la cama.
Se acercó hasta sentarse en el filo del colchón y le tendió un paquete.
— Feliz cumpleaños, Sev.
No pudo evitar sonreír de vuelta y sonrojarse un poco por la sorpresa. Abrió con dedos ágiles el paquete y sonrió aún más al ver su contenido.
— Se que hace tiempo que lo querías, pero te has gastado tus ahorros en libros sobre ... ya sabes.
Acarició con reverencia las envejecidas tapas de cuero. Había suspirado por ese antiguo tomo de pociones durante meses en cada visita a Hogsmade. Y ahorrado para conseguirlo, pero no se lo había pensado dos veces antes de gastar sus ahorros en libros para ayudar a Regulus.
— Gracias.
Los ojos grises, bordeados de espesas pestañas negras, brillaron de emoción al ver el sincero agradecimiento en el rostro cetrino.
— ¿Vienes a desayunar? —preguntó con entusiasmo, poniéndose de pie.
— Necesito diez minutos. ¿Me esperas abajo?
Ocho minutos después salían por la puerta de la sala común, camino del comedor. Regulus charlaba animado sobre las pociones interesantes que había en el libro que le había regalado, cuando una voz conocida le llamó.
— ¡Severus!
Regulus cambió de cara rápidamente y adoptó una postura hostil, casi cubriendo a su amigo con su cuerpo. Severus no pudo evitar una sonrisilla, que escondió rápidamente. Le tocó el hombro y le dijo algo al oído. Todavía con el ceño fruncido, Regulus siguió su camino hacia el Gran comedor en solitario, mientras Severus esperaba a Lily, que caminaba apresurada hacia él por el pasillo.
— Feliz cumpleaños, Severus —le saludó con una sonrisa al llegar a su altura.
No respondió a la sonrisa.
— Gracias. ¿querías algo?
— Quería felicitarte por tu cumpleaños. Y saber cómo estás, hacía días que quería acercarme a saber cómo estabas.
Caminaron juntos hacia el Gran Comedor.
— Estoy bien.
— Pequeño Black me ha mirado fatal.
Casi volvió a sonreír. Casi.
— Como me mira Potter a mi desde hace años.
Lily levantó las cejas sorprendida por la comparación.
— Entonces, ¿Regulus y tú...?
No respondió, dándose cuenta de que había hablado de más. Entraron en el comedor. Efectivamente, nada más entrar notó la mirada furiosa desde la mesa de Gryffindor. Y otra desde la de Slytherin.
— Gracias por tu interés, Evans —se despidió, bastante desabrido, y caminó hasta sentarse frente a Regulus en su lugar de siempre.
Conocía a Regulus lo suficiente como para saber que en que estuvieran los dos a solas, sacaría el tema. Tardó dos días, entre entrenamientos y trabajos, en pasar por su habitación. Esta vez era Severus el que tenía una taza de té preparada
No levantó la mirada del pergamino en el que escribía cuando entró por la puerta, sin llamar. Eso ya le dió una pista del ánimo con el que venía.
— ¿Té? — le preguntó sin dejar de escribir.
— ¿Dejas de escribir y te lo tomas conmigo?
Dejó la pluma con cuidado y giró la silla para mirarle. Las cejas oscuras seguían bajas sobre los ojos grises, que el enfado hacía que se vieran como nubes de tormenta.
— ¿Qué pasa, Reg? —acabó por preguntar, tendiéndole una de las tazas y sentándose junto a él con la otra.
— ¿Qué quería ayer Evans?
Contuvo una sonrisa.
— Felicitarme por mi cumpleaños y saber cómo estaba.
— Después de todos estos meses pasando de hablar contigo. ¿Ella no se ha dado cuenta de que has dejado de juntarte con Mulciber o Avery?
— ¿Importa eso?
— ¿Aún la quieres?
El recuerdo del sueño en la enfermería le vino como un flash de un mal recuerdo.
— Echo de menos a mi amiga, si es lo que quieres saber.
— No te salgas por la tangente,por favor.
— Amigos, Regulus, solo eso, deja de darle vueltas. No tienes motivos para estar celoso.
Le miró fatal, con las cejas aún más bajas.
— ¿Por qué estaría yo celoso, Severus? ilumíname, por favor.
Y de nuevo Severus se sorprendió a sí mismo, había hablado dos veces de más sobre ese tema. ¿qué le estaba pasando? ¿Era por el sueño? ¿O más bien estaba dando cosas por sentado?
— Da igual —murmuró, un poco avergonzado, levantándose de la cama para volver a su mesa.
— ¡No da igual! ¿Tienes idea de la cantidad de mensajes contradictorios que me envías, Severus?
— ¡Lo siento! Yo no... no puedo, no soy, no...
Cerró los ojos, frustrado. No daba con las palabras adecuadas para no herirle, no estaba acostumbrado a tener miedo a herir a otra persona. Abrió los ojos cuando la puerta de su habitación se cerró con un portazo. Regulus se había ido.
