Día 5. Familia

Pareja: Remus/Lucius


Lucius corría todo lo que podía, le dolían las piernas y sus pulmones ya no podían funcionar más, cada respiración era como una puñalada. Pero no podía parar, le iba la vida en ello, y aunque no pudiera verlos, sí podía oírlos y olerlos.

Pero necesitaba cruzar, tenía que cruzar al otro lado y aquel era el único punto por el que podría hacerlo.

Como omega era rápido y ágil, pero los otros eran betas cazadores, en el fondo sabía que le estaban acorralando para llevarlo a una trampa. Al fin y al cabo era su territorio, pero Lucius pensaba poder escapar de algún modo, estaba completamente desesperado.

No lo vio hasta que chocó contra su pecho, como si fuera un muro compacto. Aquella era su trampa, un alfa enorme.

—No puedes pasar, omega.

Lucius trató de moverse, pero el alfa le tenía fuertemente agarrado.

Los otros cazadores les miraban de lejos, sin abandonar ninguna de sus posiciones por si el omega conseguía escapar.

Los territorios estaban muy delimitados y muy protegidos, cruzarlos sin permiso le daba al alfa el poder de matar al intruso, y sin duda Lucius era un intruso.

Pero también era un omega, un omega desesperado.

Aún atrapado entre sus brazos, el omega comenzó a exudar feromonas, la vibración de un gruñido le recorrió de los pies a la cabeza, el alfa estaba reaccionando.

Lo siguiente que hizo fue frotarse, era peligroso, muy peligroso, pero estaba desesperado.

—No hagas eso—le gruñó, pero su rostro descendió hasta el cuello del omega para aspirar su olor.

Las fuertes manos dejaron sus brazos para apretar su cintura, Lucius dejó salir más de su olor y la lengua del alfa le lamió su glándula intacta.

Lucius apretó los labios, ese era un juego demasiado peligroso, porque tras esa lamida sintió como se lubricaba, y ese era un olor que ningún alfa pasaría por alto.

Su gran mano se dirigió hasta su trasero, no sería la primera vez que era manoseado por un alfa en público.

—Déjame pasar—le suplicó al alfa—.
Tengo que llegar a Rigside.

El alfa tenía unos ojos color miel brillantes, y unos colmillos que podrían marcarle en ese mismo momento. Pero Lucius conocía a los alfas, los conocía demasiado bien.

Les gustaban los omegas sumisos y vulnerables, les gustaba que les ofrecieran sus cuellos y sus traseros. Y Lucius se frotó aún más contra él, el alfa estaba excitado, pero no dejaba de mirarle.

Lucius se alzó un poco aún entre sus brazos, lamió su cuello. Y realmente sabía bien, un punto salvaje, pero también a madera, Lucius lo repitió.

—Déjame ir, y volveré para ser tuyo—prometió.

Pero solo consiguió ser apretado más fuerte, el alfa gruñó, pero no le gruñó a él, sino a sus betas.

Escuchó un sonido de quejas, un par de insultos. Pero se retiraron, o bien el alfa quería montarlo con privacidad o le dejaría irse.

Lucius le lamió de nuevo, enterrado en un abrazo posesivo contra su cuello.

Los betas se fueron, Lucius miró al alfa, y este le soltó por primera vez.

—Vete.

Lucius necesitó unos segundos para reaccionar, miró al alfa que le estaba dando permiso para cruzar su territorio. No miró atrás cuando comenzó a correr de nuevo, y no dejó de hacerlo hasta que llegó a su destino.

Cuando Remus volvió a su refugio dentro de su pueblo, James, Sirius y Peter le estaban esperando en la puerta.

—¿Por qué le has dejado ir?—gruñó James, su beta más leal.

—No es asunto tuyo—gruñó y cerró la puerta de su casa.

Pero Sirius parecía querer su respuesta y entró sin tan siquiera llamar.

—Remus...

—Olía a cachorro, hace poco que lo destetó.—explicó Remus. Lo había olido perfectamente, ese omega corría tras su cría de un modo tan desesperado que era demasiado evidente en su modo de ofrecerse.

Sirius bufó, pero le dio una palmada en el ancho hombro a su amigo.

—Volveré a mi guardia.

Remus había perdido a su omega y a su hijo no nato hacía más de tres años, pero tenía una debilidad manifiesta con los omegas con olor a cachorro.

Su manada poseía un importante territorio fronterizo, pero era un alfa justo y respetado por los suyos.

Nunca tomó en serio las palabras del bonito omega rubio, por eso cuando lo vio aparecer en su frontera cargando a un pequeño tan rubio como él, pensó que debía ser otro.

Salvo que no lo era, era el omega desesperado del bosque con olor a cachorro, estaba allí e iba a cumplir su promesa.


Yo me lo imagino como un omega con pelo largo y trenzado, no sé.

Hasta mañana.

Besitos

Shimi