Pasó a tomar el té con Poppy un par de semanas después. Ella le había acompañado, aunque ya era mayor de edad, en todos los trámites necesarios. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más apreciaba el voluntarioso apoyo de la sanadora.
— Regulus se ha saltado la última revisión. —Dejó caer, los sagaces ojos azules archivando cada reacción en su cara.
Severus dejó la taza de té y la miró.
— Puede preguntarme las cosas directamente —le dijo con ese tono bajo y sedoso que reservaba para ella y para su amigo.
— ¿Os habéis peleado?
— Creo que es más que eso.
A ella no le pasó desapercibida la derrota que transmitían su voz y sus ojos.
— Los sentimientos son cosas complejas, Severus. Pero no creo que Regulus sea capaz de alejarse de ti.
Los pómulos del joven se colorearon levemente.
— Yo... le echo de menos. Pero igual es mejor así.
Poppy frunció el ceño de la misma manera que hacía cuando Regulus hablaba de su don como una enfermedad.
— Usted ha leído el libro.
Le miró confusa por un momento antes de entender. Ese maldito libro.
— ¿Qué cree que harían los padres de Regulus si se enteran?
— ¿De qué crees que no deben enterarse mis padres?
La voz de Regulus desde la puerta les sobresaltó a los dos. Estaba allí, con la cara llena de sangre y un ojo indudablemente hinchado.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Pompfrey poniéndose en pie en modo sanadora rápidamente.
— Una pelea —respondió, como quien habla de la nieve que caía en ese momento en el exterior, volviendo de nuevo su atención a Severus—. ¿Qué es, Severus? ¿Crees que mis padres no lo saben ya, que soy...?
Severus se puso en pie con brusquedad y caminó hacia él, cogiéndolo del brazo sin miramientos y llevándolo hasta una cama para que la sanadora le examinara.
— ¿Quién te ha hecho esto, Regulus? —interrogó con los ojos enloquecidos y un tono que sorprendió a Regulus y asustó a Poppy.
— Cálmate, Severus —contestó Regulus, con voz gangosa por la hemorragia nasal.
— No me digas que me calme. Quiero un nombre.
Paciente y sanadora miraron sobresaltados a Severus empuñando la varita con la mano temblando de ira. Pompfrey dejó un segundo a Regulus para acercarse a Severus, quitarle la varita y obligarle a sentarse. Y murmurarle al oído.
— No hagas las cosas más complicadas de lo que ya son, Severus. Acéptalo y vívelo.
El muchacho la miró con el ceño fruncido, sin entender, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho. Ella le lanzó una mirada de advertencia antes de cerrar la puerta de la enfermería y volver a ocuparse de su paciente.
Diez minutos después, con la hemorragia desaparecida y el ojo volviendo a su color normal, Poppy los dejó solos, después de una última mirada a Severus.
— ¿Qué ha ocurrido?
— A alguien le ha parecido divertido llamarme maricón. No es la primera vez y te aseguro que él se ha ido peor —explicó Regulus con voz desapasionada, pero sin mirarle.
— ¿Quién?
Negó con la cabeza.
— No soy una doncella indefensa que necesita que otra persona limpie su honor mancillado.
— Regulus...
Los ojos grises se volvieron a mirarle y dio un respingo al notar que estaban llenos de lágrimas y tensaba la mandíbula. Se levantó del sillón y fue a sentarse junto a él en la cama. Hizo mención de pasarle el brazo por el hombro, pero fue rechazado.
— Lo soy. Y mis padres lo saben, hay mucha gente dispuesta a contarles todo lo que hago. Es cuestión de tiempo que me deshereden como a mi hermano. O decidan ponerme en tratamiento.
Severus no podía mirarle, tenía la vista clavada en sus propios puños apretados.
— Así que no puedes esconderte tras eso, Sev. No pongas como excusa protegerme. Sé sincero conmigo, dime que no puedes corresponderme y punto, pero no trates de mentirme ni de mentirte a ti mismo.
Esta vez, cuando la voz se le quebró, consiguió pasarle el brazo sobre los hombros y apretarlo contra él. Quiso contestarle, pero tenía un nudo en la garganta.
Aquella noche, al entrar al Gran Comedor para la cena junto a Regulus, no pudo evitar revisar los rostros que se cruzaba. Quienquiera que fuera no había ido a la enfermería, así que según su pericia para las curas, quizá podría saber quién era y ajustarle cuentas.
Lo que no esperaba era ver a Sirius Black con la mandíbula morada y una evidente cojera.
Fue a levantarse de la mesa para ir a hechizarlo hasta la extenuación, pero Regulus fue más rápido y le pegó el trasero al asiento.
— ¿Qué demonios crees que haces? —le susurró enfadado.
— Te dije que no necesito que libres mis batallas.
— No me dijiste que el responsable de esto era tu hermano. Maldita sea, esto excede cualquier mierda que haya hecho antes, Regulus —respondió entre dientes.
Su amigo le miró con tristeza, pero le quedó claro que no era un tema para discutir allí, con tantos oidos alrededor. Cenó sin dejar de mandar miradas envenenadas a la mesa de Gryffindor, para regocijo de los cuatro imbeciles, que por supuesto se reían hablando entre ellos y devolviéndole miradas de finjido terror.
En cuanto entraron en la habitación del más joven, lanzó un hechizo para cerrar y silenciar la puerta y se sentó en la silla del escritorio con los brazos cruzados a la espera de una explicación. Regulus se sentó a los pies de la cama con un suspiro.
— Hoy le han llegado los papeles a Sirius del abogado de mis padres, confirmando que ha sido desheredado. He debido de cruzarme con él cuando acababa de enterarse y lo ha pagado conmigo.
— ¿Estás tratando de justificarle? —preguntó asombrado y cabreado a la vez.
Regulus se masajeó la nuca, mirando al suelo, antes de contestar.
— Me preguntó si ya estaba satisfecho, que todo iba a ser mío. Pero después dijo que no me hiciera ilusiones, que a estas alturas todo el mundo sangre pura, nuestros padres incluidos, sabe que soy maricón y estoy enamorado de ti, así que nunca veré la herencia porque me darán una patada en el culo, él al menos tuvo la dignidad de marcharse.
Fue justo en ese momento, al escuchar esas palabras, cuando Severus supo que estaba metido en un lío enorme. Porque iba a tener que defender a Regulus de su familia y porque escucharle decirlo por fin, con todas las letras, no le había generado el terror que esperaba, sino unas ganas enormes de arrodillarse ante él en ese momento y decirle que él también.
