Tres meses después.
Sentado en el sillón de la habitación de Regulus, esperaba. Le había mandado una nota en el desayuno pidiéndole que estuviera en su cuarto al acabar las clases de la tarde, pero allí no había nadie.
Nervioso, se desató el pelo para rehacer la cola de caballo. Había empezado a recogerse el pelo para darle gusto a Regulus. Aún estaba intentando asumir que a su amigo le gustaba su rostro, por eso le pedía que no se refugiara tras el pelo.
De repente, una bola de pelo negro salió corriendo de la puerta del baño y se echó sobre sus rodillas. Cuando pasó el susto de la primera impresión, observó al animal. Era negro como la noche, como cierto perro al que había conocido el año anterior. Y con los ojos grises, unos ojos que le miraban con algo parecido a sentido de la propiedad.
Acarició el suave pelaje y rascó despacito detrás de las orejas. Cerró los ojos un momento, disfrutando del momento relajado. Entonces lo sintió, el peso sobre sus rodillas aumentó y, al abrir los ojos, tenía a Regulus acurrucado sobre él, mirándole triunfante.
La risa brillante de Black llenó la habitación. La cara de sorpresa de Severus lo merecía. Se sintió muy orgulloso de sí mismo, porque había conseguido sorprender al mago más inteligente y observador que conocía.
La mano de Snape seguía en su espalda. Sus ojos recorrieron su rostro y tenía una pequeña sonrisa, esa que últimamente le dedicaba cada vez que avanzaban en su proyecto. Era el momento, necesitaba ese impulso para atreverse a hacerlo.
Se acercó, despacio, sin dejar de mirarle a los ojos, dejando ver sus intenciones y dándole la oportunidad de apartarse. No lo hizo, la sonrisa desapareció, y en los ojos oscuros apareció algo de temor. Él sonrió, queriendo transmitirle tranquilidad, justo antes de cerrar los ojos y posar los labios sobre los suyos.
Mientras movía despacio los labios sobre lo de Severus, recordó la voz de su prima Narcisa el verano anterior hablando de lo que sentía al besar a su prometido. Sin duda, besar a Severus era mejor que cualquier cosa que hubiera esperado, pero realmente lo mejor fue cuando sintió las dos manos de su amigo abrazándole para acercarlo más a él y sus labios respondiendo al beso.
El beso terminó, pero Regulus se quedó abrazado a él, con la mejilla apoyada en su esternón. Severus apoyó la barbilla entre el pelo negro y le abrazó, fuerte, pegándolo mucho a él. Así permanecieron un rato, sin hablar, sin moverse, acompasando sus respiraciones.
— Reg...
— No.
Sorprendido por el tono hosco del monosílabo, aflojó el abrazo para poder encontrar sus ojos. Los tenia fuertemente cerrados.
— Regulus, yo...
Los ojos grises se abrieron y le miraron con dolor.
— No digas nada, déjame disfrutar un rato más de esto, —Volvió a apoyarse en su pecho— ya me dirás mañana que es un error, que es peligroso y que te arrepientes.
Los largos brazos volvieron a abrazarle y la barbilla volvió a apoyarse entre su pelo con cuidado.
— No me arrepiento. Lo que quería decirte es que estoy muy orgulloso de ti, de lo que has conseguido.
Sin dejar de abrazarle, una de las manos de Severus acarició con timidez los rizos morenos de su nuca. Regulus suspiró, satisfecho, y se pegó aún un poco más a su pecho.
— No podría haber hecho nada de esto sin ti —murmuró, frotando levemente su mejilla contra la túnica, como el gato que ya era—. ¿Seguro que no vas a entrar en pánico ahora? ¿O dentro de un rato? ¿O ma...
Severus despejó sus dudas soltando su abrazo lo suficiente como para tomar su barbilla, levantarla y volver a besarle.
