Ondas en el agua
Capítulo 2. Confianza
Nota del autor: Siempre he pensado que esta conversación entre Isobel y Jubal se quedó pendiente.
=Tras FBI S03E02 "Unreasonable doubt". Mención a FBI S02E04 "Imperfect science"=
Tenía su propio despacho cerca del de Isobel, pero Jubal estaba utilizando su puesto en el JOC para terminar de escribir el informe que liberaría a Cory McMay.
Era una sensación agridulce. Por un lado, se sentía bien: había conseguido demostrar la inocencia de un hombre que no merecía estar en prisión. Por otro, desearía poder haberlo hecho antes; ocho años era mucho tiempo para enmendar un error tan grave. Estaba esforzándose por hacer un trabajo prolijo e impecable con el expediente del caso, además de documentar todo lo posible el fenómeno de la quimera genética, incluyendo artículos científicos publicados sobre el tema y un resumen estructurado. Quería que al juez no le costara ni cinco minutos tomar la decisión. Cory ya había esperado bastante.
Tomo nota mental de que debía invitar a Scola a algo, por el asunto de la quimera. Era sorprendente las cosas que sabía este hombre...
Cuando Isobel se apoyó en el respaldo de su asiento justo antes de hablarle cerca de su oído, no lo cogió totalmente desprevenido. La había sentido acercarse antes de oírla. Sabía que la tenía detrás, pero estaba acabando el párrafo, así que había continuado escribiendo, esperando a que fuera ella la que llamara su atención.
—Ven a mi despacho, por favor —había dicho Isobel en voz queda.
Lo que Jubal no había anticipado fue cómo lo envolvió el sutil aroma de su perfume ni el cosquilleo que el roce de su aliento produjo en su cuello. Ni cómo lo perturbaron ambas cosas. Apenas logró reprimir un estremecimiento.
Cuando se giró, ella ya se había incorporado. Su rostro estaba sereno, pero Jubal pudo percibir el brillo de irritación que sus ojos negros intentaban controlar. Le hizo un leve gesto con la cabeza, indicándole que la siguiera. Que lo reclamara con discreción, en lugar de ponerlo en evidencia delante de sus subordinados, era algo que agradecer. Jubal suspiró mientras grababa el trabajo inacabado. Podía entender que estuviera enfadada por el caso McMay. A pesar de los buenos resultados, Jubal era muy consciente de la incómoda situación en la que la había puesto su desobediencia.
Al llegar al despacho de Isobel, ella se había sentado tras la mesa, guardando las distancias, y le pidió que cerrara la puerta. No le ofreció sentarse. Las persianas estaban echadas. Todo indicaba que le iba a echar una bronca.
—Hiciste exactamente lo que te dije que no hicieras —comenzó Isobel.
Jubal optó por tomar la iniciativa. Sabía que debía disculparse, así que no esperó a que ella dijera nada más.
—Lo lamento.
Los ojos de Isobel relampaguearon.
—No, no lo lamentas —replicó, molesta.
—Sí, lamento haber socavado tu autoridad. Lamento haber tenido que hacerlo. —Ella levantó una ceja escéptica. Jubal abrió las manos—. Pero tienes razón, no lamento haber conectado los dos casos y haber exonerado a Cory McMay —concedió.
—Ajá. ¿Así va a ser a partir de ahora? ¿Vas a ignorar mis indicaciones cuando no te convenga?
—No. No volverá a repetirse. Tienes mi palabra.
Los labios apretados de Isobel la hicieron parecer alguien que se había preparado para tirar una puerta abajo y se había encontrado que estaba abierta.
—Jubal —dijo Isobel con la garganta agarrotada—, necesito poder confiar en ti. Eres mi mano derecha. Tengo que poder confiar en ti. Implícitamente.
En el rostro de Jubal, un leve tic en su mejilla delató que había acusado el golpe.
—Lo sé. Lo que más siento es haber puesto en riesgo tu confianza —admitió honestamente.
Isobel exhaló un silencioso suspiro de manera evidente.
—Siéntate por favor —pidió.
Una tensión en los hombros de la que Jubal no había sido consciente se relajó un poco. Se acercó y se sentó en una de las sillas de visita.
—Siento haberte preguntado por el contenido de tu taza —expuso entonces Isobel.
Jubal se agitó un poco, incómodo. Básicamente, ella le había inquirido si estaba bebiendo, y si lo estaba haciendo en el trabajo, para mayor afrenta. Aquello había dolido. Todavía escocía. Pero él acababa de contarle que era algo que ya había hecho hacía ocho años, así que su orgullo no debería hacerse tanto el digno.
—Estabas en tu derecho —respondió, encogiéndose de hombros.
—No. Ésa es la cuestión. No lo estaba. No me habías dado motivos para dudar de ti.
—No te preocupes... La sospecha siempre va a estar ahí, porque el riesgo siempre va a estar ahí, Isobel. El alcoholismo no se cura.
Ella lo miró consternada. Pareció reflexionar unos momentos.
—Eso es cierto. Pero da igual, fue injusto.
Jubal estaba intentando lidiar con el alivio que le habían provocado esas palabras cuando, para su sorpresa, Isobel se levantó, rodeo la mesa y se sentó junto a él en la otra silla de visita. La vio estudiar su rostro, hasta que casi lo puso nervioso, para luego bajar los ojos.
—Ocurre lo mismo con McMay. Yo debí darte más margen —dijo Isobel, y volvió a alzar la mirada, deslumbrándolo—. Tu instinto era bueno. Estabas intentando hacer lo correcto y yo lo sabía. No debí desconfiar de tu criterio. Fue mi falta de confianza la que te obligó a hacer las cosas por tu cuenta.
Jubal la miró sorprendido. No lo había considerado de esa manera, pero Isobel tenía razón. Y decía mucho de ella esa capacidad de introspección... y esa honestidad.
No era la primera vez que sentía abierta admiración por Isobel. Aquélla fue hace meses, cuando ella contó su intención de revisar las pautas de evaluación de amenazas, aunque Jubal le había explicado que era una ciencia imperfecta. Isobel le dio la razón, pero no le pareció que debieran resignarse y se propuso personalmente hacer un esfuerzo por mejorarlas. Hizo reflexionar a Jubal y le dio la primera medida de la talla de Isobel como ser humano. La primera de muchas.
—A decir verdad, mis indagaciones no han supuesto ninguna diferencia —dijo él, mostrando la misma franqueza—. Seguramente habríamos llegado a las mismas conclusiones si hubiera seguido tus órdenes.
—Tal vez en esta ocasión. Pero la siguiente quizás sea distinta. Debí confiar en ti —añadió ella, haciendo un leve gesto de disculpa—. Lo siento. No volverá a repetirse —concluyó, utilizando deliberadamente sus mismas palabras.
De pronto Jubal se encontró luchando con todas sus fuerzas contra lo que estaba sintiendo. Lo negó. Rotundamente. No era apropiado y mucho menos, correspondido. No, no era real. Solo estaba agradecido, nada más.
—Gracias —logró decir a pesar de su nudo en la garganta—. Te lo agradezco. De verdad. —La pausa que siguió no tardó en hacerse incómoda—. Bueno, debo volver al trabajo —dijo con un dinamismo que no sentía. Se levantó. Necesitaba salir de allí—. Me alegro de haber aclarado las cosas.
Isobel asintió.
—Yo también. Por favor, nunca dudes en acudir a mí cuando haga falta —dijo Isobel con una intensidad que lo conmovió.
—Por supuesto. Descuida... —logró contestar. Cuando Jubal estaba cruzando el umbral, se volvió de nuevo—. Oye, Isobel. Es... es un privilegio trabajar contigo.
Ella ya estaba regresando a su mesa. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Igualmente, Jubal. Igualmente —contestó complacida. La mirada que cruzaron se prolongó un poco de más—. Ah... ¿tienes ya el informe complementario sobre McMay para el juzgado?
—Oh. Sí... Sí, estoy a punto de terminarlo. Te lo enviaré hoy sin falta. Estaba completando el sumario y añadiendo un esquema. Quiero que quede... ya sabes, lo mejor posible.
La sonrisa de Isobel se amplió. Hubo un brillo de... ¿admiración? en sus ojos que dejó a Jubal literalmente sin aliento.
Volvió a su mesa en el JOC. Mientras caminaba, iba apretando y aflojando los puños. Lo que sentía no era real. No podía serlo. De demasiadas maneras distintas. Pero demonios si en ese momento no se lo parecía.
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