Día 20. Celo
Pareja: Remus/Regulus
Regulus corría por el pasillo, era estúpido lo sabía pero era la última noche que Remus pasaría en Hogwarts y tenía que decírselo.
Corrió todo lo que pudo hasta que le vio, junto a su hermano y sus amigos, un pellizco en sus entrañas le hizo dudar por unos instantes.
El primero en verlo fue Sirius, su hermano hacía casi un año que no le hablaba y debía de reconocer que parte de la culpa era suya al permanecer callado mientras su madre humillaba a Sirius delante de todos.
Tendría que haber dicho algo, tenía que haber sido más valiente, pero no lo era, nunca lo era y menos con su madre de la que siempre trataba de permanecer alejado.
Lo que no se daba cuenta Sirius era que él sufría también, también era una decepción para su madre, también sentía que se ahogaba en esa casa.
Un alfa sangre pura que no abrazaba las tradiciones y un omega que no presentaba su celo. Walburga se lamentaba de como estaba siendo castigada con unos hijos como los suyos, que qué había hecho ella para merecer tal ignominia.
Pero pronto Remus se dio la vuelta, desde el primer día en que lo vio supo que era él, le costó aceptarlo, era cierto, pero siempre había sido Remus Lupin, el amigo de su hermano.
Y para el Gryffindor, Regulus ni tan siquiera existía, solo era el hermano menor de Sirius, un omega sin desarrollar y al que el celo no se le presentaba.
Alguna vez le había pillado mirándole, pero rápidamente hacía como si no existiera.
Esa era la última noche de todos los de séptimo en Hogwarts y necesitaba decírselo. Le daba igual si tenía que ser delante de su propio hermano.
Sirius no volvería a casa, no volvería nunca más y conociéndolo era capaz de desaparecer de su vida para siempre. Y si Sirius desaparecía, Remus también lo haría.
—¿Puedo hablar contigo?—dijo casi sin aliento a un sorprendido Remus. Este miró a Sirius y su hermano rodó los ojos, pero tuvo que agradecerle finalmente.
—Anda, vámonos y dejemos a estos dos hablar.
James y Peter miraron a Regulus como si le hubieran salido tres cabezas, pero obedecieron a Sirius.
La mirada gris, idéntica a la suya le dio una advertencia. Le hubiera encantado que alguna vez Sirius hubiera sido tan protector con él como lo era con sus amigos, pero iba a aprovechar esos últimos momentos.
Cuando los vio irse por el pasillo se concentró en Remus. Tan alto, tan desgarbado y con los ojos color ámbar más bonitos que había visto en su vida.
—¿Qué quieres, Regulus?
No recordaba haberlo escuchado decir nunca su nombre, y se sintió bien.
—Yo solo quería decirte...quería decirte...—Las palabras no le salían, estaba allí delante del alfa del que llevaba enamorado años y era incapaz de decirle cuanto le gustaba.
—No lo hagas—sonrió Remus, pero su sonrisa era muy triste—. Es mejor que no lo digas.
—Pero no sabes qué voy a decirte—se molestó Regulus.
—Sí lo sé.
—¿Desde cuando?—Se puso nervioso, y también hundiéndose poco a poco, porque eso solo podía significar una cosa.
Remus le cogió suavemente por el hombro, bajando su rostro un poco.
—No puede ser.
—¿Por qué?—No pudo evitarlo, le estaba rechazando y en vez de irse de allí cuanto antes, le estaba pidiendo los motivos con los que luego se machacaría en soledad. Era un masoquista.—¿Es por mi celo? Algún día me vendrá, tienes que creerme.
Pero hacía al menos dos años que debería habérsele presentado, y no era así, el tema le asustaba y avergonzaba a partes iguales.
Remus le miró muy serio.
—Eres perfecto, Regulus, perfecto—¿por qué sonaba tan sincero y aún así tan doloroso?—El que no soy correcto soy yo.
—No...
Remus no le dejó acabar.
—No sabes todo sobre mí, solo la imagen ideal que te has creado. Créeme tú a mi, no soy bueno para ti.
—No estoy de acuerdo, eres perfecto para mí.
Y entonces Remus se acercó tanto que Regulus se asustó, se asustó cuando le gruñó contra su oído, cuando sus incisivos crecieron tanto que le rozaron la piel, cuando sintió un olor fuerte a tierra y sangre.
—Yo no soy bueno para ti.—Su voz ya no era su voz, era la de una bestia, y por primera vez Regulus tuvo miedo de Remus.
Era un lobo, un ser maldito entre los suyos. Y él no lo había sabido nunca. Todos tenían antepasados lobos, pero los pocos que quedaban que mantenían parte de su naturaleza eran temidos, y lo temido era odiado.
Se decía que un lobo nunca tendría control sobre su naturaleza, que no estaban hechos para vivir en su sociedad y que el peor destino que podía sufrir un omega era ser atrapado por un lobo. Su madre le había contado tales atrocidades que los lobos les hacían a los omegas desobedientes que el miedo hacia ellos era total e irracional.
Un lobo, Remus, su amor platónico era un lobo.
Cuando este se separó su mirada no era para nada fiera, sino triste.
Y Regulus venciendo su miedo visceral vio al chico que siempre le había gustado, y le dio un torpe beso en los labios.
Para su sorpresa Remus no le rechazó, pero sí acabó separándole suavemente.
Sus manos le acariciaban el rostro, y Regulus sonrió como un idiota.
Remus le atrajo a un nuevo beso, solo un roce, y luego se marchó dejándole solo en el pasillo y con la férrea idea de que no le importaba lo más mínimo su secreto.
Pero Remus se fue, y la vida de Regulus era totalmente controlada por su madre. Nunca supo que la cena en la que conoció a Voldemort le separaría tanto de sus posibilidades con Remus.
La marca en su brazo aún quemaba, y solo pudo pensar en cuanto desearía poder ir con Remus, en desaparecer de allí, en no tener que cumplir con aquellos extraños encargos.
Pero la vida les había separado completamente, tanto que ahora eran enemigos, cada uno en un bando. Un bando que él nunca eligió.
Supo que todo estaba perdido cuando acabó en aquel bosque preso de una trampa del señor oscuro que ya no confiaba en él. Y tenía motivos para no hacerlo, había visto a Sirius, le había visto con su forma animaga y su hermano le había perseguido. Salvo que cuando lo tuvo acorralado, se transformó y Sirius lo abrazó con fuerza.
—Quiero irme contigo, no lo soporto más.—Su hermano lo consolaba, como solo lo hacía como cuando él era muy pequeño.
—Dame dos días, convenceré a Dumbledore de que vengas con nosotros.—Regulus quería irse ya, no quería esperar—Prometo que volveré a por ti.
Pero había sido demasiado tarde, Regulus había sido entregado como pago a un grupo de lobos completamente deshumanizados.
Su celo aún no se había presentado y su futuro era realmente oscuro.
Pensó en su hermano cuando los lobos se lo llevaron a rastras, pero sobre todo pensó en Remus. En que había acabado donde el alfa nunca quiso estar con él, con una manada de lobos sangrientos.
Cerró los ojos cuando lo dejaron tirado en una tienda que olía a miseria. Y no los abrió hasta que sintió que lo alzaban en brazos.
Pero no eran manos bruscas, sino gentiles que lo cargaban contra su pecho. Cuando alzó la vista le reconoció, se aferró más a su pecho y comprobó que o bien había perdido la razón o iba en brazos de un Remus a medio transformar en lobo.
Gruñó tan fuerte cuando los otros se les acercaron que Regulus tuvo que taparse los oídos. Pero hasta él entendía el reclamo que estaba haciendo Remus sobre él.
—Este omega es mío, nadie lo va a tocar.
Dos lobos completamente transformados se quisieron imponer, pero una fuerte descarga de feromonas alfa salieron de Remus, y Regulus lo sintió, por primera vez lo sintió. Y todos allí lo supieron.
Regulus estaba entrando en celo por primera vez en su vida, y la situación se salió de control.
Remus solo tuvo unos segundos para desaparecerlos, y saltar tantas veces que acabó completamente mareado.
Cuando finalmente pararon, Regulus no reconoció el lugar, pero olía a Remus, y se sentía seguro.
Su primer gemido le quemó la piel.
—Llamaré a Sirius, él te llevará a otro lugar seguro.
Notaba como Remus trataba de respirar por la boca para no intoxicarse con su celo. Pero era imposible, Regulus ya sentía sus pantalones chorrear.
—No, quiero estar contigo, solo contigo.
Remus trataba de mantenerse sereno, su autocontrol después de la escena de posesión era digna de admirar.
—No soy bueno para ti—se quejó Remus.
—Siempre has sido el mejor para mí, ¿cuándo vas a entenderlo?—dijo desesperado por la misma cantinela de siempre.
—Regulus—gimió Remus sobrepasado.
—Quiero que mi primer celo sea contigo, solo contigo—se recargó sobre él—. El primero y todos los demás.
Estaba tan empapado que su ropa era un desastre, pero la de Remus tampoco estaba mejor, empapada con sus fluidos y mostrando como su cuerpo reaccionaba completamente a él.
—Regulus—le apretó contra él.
—Por favor.—Y supo que ya no había marcha atrás cuando Remus le besó, no como aquel beso de hacía años suave sobre los labios, sino fiero, demandante, caliente.
Regulus tuvo su primer celo, tuvo su primera vez y tuvo al alfa del que llevaba toda su vida enamorado.
Fuera había comenzado una guerra pero ellos estaban librando su propia batalla por todo el tiempo perdido, por la ganas acumuladas, por lo que estaban comenzando a construir.
Siempre me ha gustado la idea de estos dos juntos.
Hasta mañana.
Besitos.
Shimi.
