30. Disfraz

Pareja: Severus/Sirius

(Continuación de 5. Familia, 26. Deseo y 27. Lobos)


Sirius estaba salpicado de la sangre de otros lobos, seguramente otra parte fuera la suya propia, pero en esos momentos, no le importaba.

Se conocía a sí mismo, amaba eso, amaba el caos, la sangre, la lucha. Amaba atacar y ser atacado, amaba poseer, amaba ganar

Aulló eufórico, porque estaban ganando. Eran más, eran bastantes más y estaban motivados. Tom Ryddle se había ganado cada uno de sus enemigos, y aunque a Sirius luchar para proteger la vida de un omega que ni siquiera era de su manada le parecía ilógico, lo hizo. Lo hizo porque Remus daría su vida por ese rubio trenzado y su cachorro; y Sirius hacía muchos años le había hecho la misma promesa a Remus, su líder.

Y por qué no, amaba morder cuellos más que follar, y eso que follar era uno de sus mayores placeres.

Los lobos de Ryddle se estaban reorganizando, el efecto sorpresa era limitado cuando te podían oler, pero ellos lo había aprovechado al máximo.

Vio entonces a uno de los betas de la manada maldita solo, y le cayó encima dispuesto a desgarrar su garganta con sus propios colmillos.

Su pelo oscuro le tapaba media cara, pero podía ver la palidez de su rostro y su ojos negro infierno.

No le había visto en su vida, pero la sensación de conocerle le aturdió por un momento.

Le gruñó en la cara, pero sentía su cuerpo debajo de él, el beta no se estaba defendiendo.

Aquello no tenía sentido, solo un omega no se defendería y ese sujeto no era ningún omega. Lo olisqueó de nuevo, pero no desprendía ningún tipo de olor. Beta, tan beta como él mismo.

Sin embargo, ¿por qué no se defendía? ¿Por qué estaba debajo de él sumiso y ahora, dándose cuenta Sirius, con las piernas abiertas acogiéndole?

Sirius percibió la dureza entre sus piernas, y una extraña humedad sobre la tela.

Metió una mano entre ellos, mientras sus colmillos seguían desnudos. El beta estaba lubricándose.

—¿Qué demonios eres?—le ladró en la cara, excitándose más a cada momento.

Y lo olió, lo olió de golpe, tan fuerte que quedó completamente aturdido. No era un gamma, que eran capaces de camuflar su olor, los gammas eran tan dulces en su olor que siempre le provocaban nauseas; era un omega, un omega camuflado y eso era imposible.

Como beta, Sirius no entraba en un frenesí de lujuria ante un omega, pero tampoco era inmune. Nadie era completamente inmune a un omega soltando olores y fluidos por su culo, y él se clavó en ese omega tan extraño.

No era bonito, no era delicado, y además había conseguido engañarlo.

Quería follárselo aunque luego tuviera que hacer algo con él por ir con la manada de Ryddle.

Estaba maniobrando para sacarse la polla del pantalón, cuando sintió el pinchazo en su costado.

El omega disfrazado le había clavado un puñal, hijo de puta rastrero. Sirius gritó de dolor.

Lo vio salir de debajo de su cuerpo y levantarse con cierta dificultad, de una patada giró a Sirius que se había arrancado el puñal en lo que supo fue una mala idea.

Gruñó enfadado, le había tendido una trampa y él había caído como un estúpido, más rápido de lo que había caído Remus con el rubito lloroso.

El muy cabrón le quitó los pantalones que ya estaban a medio bajar, lo vio desprenderse de los suyos y limpiarse, y colocarse los de Sirius.

El beta había sufrido más de una puñalada en su vida, pero esta le estaba jodiendo completamente incapacitándolo para matar a ese desagraciado.

Pero antes de irse y dejarlo en tan indigna posición, le colocó su pantalón lleno de fluidos contra la herida. Le miró y salió corriendo.

Sirius pensó que se desangraría y que le había herido en algún órgano vital, de ahí su imposibilidad para levantarse.

Pero al rato, cuando escuchó una voces se incorporó, se encontraba mejor, miró su costado, seguía sangrando pero mucho menos.

Comenzó a andar, sujetando la prenda con el aroma del omega hasta que llegó junto a un cadáver y le robó los pantalones, siempre era mejor sin que las pelotas te colgaran.

Siguió con lo que tenía que hacer, acorralar a los de Ryddle hasta que o bien se rindieran o no quedara ninguno. Pero supo que en el fondo él seguía buscando a ese omega extraño y traicionero.

No lo encontró, cuando la victoria estuvo clara recorrió todos los campamentos donde había lobos de Ryddle presos, no estaba. Tampoco el propio Ryddle y alguno de sus betas más leales.

Sin duda ese maldito omega había huido como él.

Por la noche, con buena carne sobre el fuego y la cerveza fluyendo con alegría, le vio.

Estaba junto a Lucius, el omega por el que se había originado todo aquello, se acercó a grandes zancadas y se lanzó contra él, pero Remus se interpuso entre ambos.

—Es un aliado, Sirius—intentó tranquilizarlo su alfa.

—Ese maldito...

—Su nombre es Severus Snape y es mi amigo—intervino Lucius—. Él me ayudó a salir y sacar a Draco de la manada, lo escondió protegiéndolo con su vida. Y él nos llevará hasta Ryddle cuando sea el momento.

Miró al omega rubio, bonito, demasiado. Y para su gusto también hablaba demasiado. Sirius miró al otro, igual de oscuro, silencioso y recordó su olor. Volvía a no oler a nada, ¡qué mierda!

Sirius gruñó, porque siempre gruñía cuando algo no le cuadraba. Y ese omega que fingía ser un beta, que además fingía ser leal a Ryddle pero se la iba a jugar por la espalda, no le cuadraba para nada.

Pero se calló, porque también conocía a Remus, y esa noche no era la noche de hablar con él, sino de celebrar lo que habían conseguido.

Era una noche de beber y follar, y reforzar alianzas, concertar matrimonios y crear historias que contarían durante años.

Sin embargo, Sirius no hizo nada de eso, se quedó vigilando al omega disfrazado, este también le vigilaba a él. Y cuando se separó de Lucius para liberar su vejiga, Sirius le siguió, obviamente el otro lo sabía.

—¿Por qué ocultas lo que eres?—le acorraló Sirius contra un árbol.

Una parte de él sabía que en el fondo lo que quería era volver a sentirle, pero las respuestas tampoco estaban de más.

Seguía sin oler a nada, pero ejercía la misma fascinación en Sirius, al menos hasta que clavó sus dedos en la herida que él mismo le había infligido.

—Eso no es asunto tuyo ni de nadie, y si no te queda claro—sus ojos eran tan oscuros que en la oscuridad del bosque parecía que todo era negro a su alrededor—, la próxima puñalada será justo un centímetro más arriba, y esta vez no vivirás para contarlo.

Ambos se retaron, sintió los dedos en su herida, pero ya no apretaban. Sirius lo besó haciendo que su cabeza pegara contra el árbol de atrás.

Severus le devolvió el beso, pero de nuevo volvió a empujarle e irse cuando él consideró oportuno.

Ese hombre, omega o no, era un misterio y Sirius iba a resolverlo, aunque le costara llevarse otra puñalada en las costillas.


Esta historia me está dando para mucho. Por supuesto que iba a meter un poquito de estos dos.

Hasta mañana.

Besitos.

Shimi.