Partitura VIII.
Cuando el pianista salió, la atención del violinista se fue a su camarada.
— ¡Sí que serás inoportuno, John!
— ¡No fue intencional! Aunque, sinceramente, no se me había ocurrido encontrarlos así.
Sherlock sabía perfectamente a qué se refería, pero fingió no hacerlo. Quería presumir. Quería que alguien lo dijera en voz alta sin tener que ser él. No le molestaba no recibir el crédito, solo se centraba en el acertijo llamado: William.
— Así ¿cómo?
— Tan… íntimos — dudó en decir.
— ¿Íntimos?
— Bueno, si obviamos que estabas recostado en sus piernas — dijo tropezándose un poco con sus palabras, era algo difícil de decir — Que un pianista tan talentoso permita que alguien sostenga así sus manos ¿no te lo parece?
Lo sabía. Y era un detalle que lo mantenía aún más interesado en él. De repente, Sherlock recordó algo que le hizo enviar otra mirada de reclamo a John. Por su parte, John, sintió que Sherlock parecía ofendido.
— ¿Te molestó el comentario?
— No, no es eso — dijo sacando un cigarrillo.
— ¿Entonces?
— Lograste en segundos que te llamara por tu nombre.
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Al día siguiente, Sherlock notó algo que lo intrigó y puso alerta. Su hermano, Mycroft, el director Lestrade y un chico nervioso, estaban hablando con William. Ya había visto alguna vez a ese tipo, pero no recordaba su nombre, ese muchacho pasaba de ser percibido.
Se sintió algo fastidiado, no quería acercarse a Liam con tanta gente a su alrededor, pero sabía que no era algo remediable. El pianista tenía un carisma natural para atraer a otros, incluyéndolo.
Observó un poco más, así, lejos como estaba. No alcanzaba a escucharlos, pero al juzgar por las posturas del director, parecía que intentaba amarrar a Liam a hacer algo, como siempre.
Frunció el ceño ante la posibilidad de que estuvieran presentándole al chico para que tocaran aquel dueto para el que lo habían invitado primero. Suspiró. Eso era algo que definitivamente no quería. Sacó un cigarrillo para liberar su estrés fumando. Empezaba a considerar que quizá tendría que terminar cediendo a la petición de Lestrade.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sintió que le arrebataron de los labios el cigarro.
— ¡¿Qué demo…?!
— Sherly — escucho a su hermano mayor — Está prohibido fumar aquí, pon el ejemplo.
Le dio un golpe leve en la frente impulsando su dedo medio con su pulgar. Chistó molestó y desvió la mirada. Solo eso le faltaba.
— ¿Por qué estás aquí?
— Soy el rector de esta academia ¿recuerdas?
— Sí, supongo — contestó de mala gana.
— El director Lestrade me dijo que has estado faltando a tus lecciones.
— ¿Viniste hasta aquí solo para ver si asisto a clases?
— Si no quieres tomarlas, dilo claramente, no ocupes un lugar que otro podría tener.
— … — desvió la mirada, molesto.
Mycroft observó las reacciones de su hermano. La mirada la había desviado hacia donde había dejado al director Lestrade y el par de muchachos. Al ubicar en quién tenía su mirada, suspiró. Y, serio, pero sin ser severo, habló de nuevo.
— Sherly, me dijeron que rechazaste un dueto para un recital.
Sherlock se sintió atrapado infraganti. No había nada que pudiese ocultarle a Mycroft.
— Si querías participar con él, debiste haber aceptado desde el inicio.
— …
El menor estaba distraído, observando al joven Moriarty. Por un momento cruzaron miradas y un titilar se apareció en ambos pares de ojos. El rubio saludó a Sherlock con un ademán de mano y una sonrisa, gesto que fue correspondido por el moreno. Después, el profesor volvió a lo suyo, pero no pasó así con el de zafiros.
Mycroft volvió a suspirar, su hermano se encontraba en una fase rebelde y de fascinación. Optó por hablar de nuevo.
— Al parecer, Bill le acompañará durante el recital.
Sherlock finalmente volteó a verlo.
— Sé que te agrada, Sherly, pero no lo distraigas durante sus clases, está por arrancar su carrera. Si quieres ser su amigo, hazlo fuera de horas de clase.
Mycroft se encaminó a la puerta, dejando a Sherlock desconcertado.
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Casi al terminar el día, Sherlock salió de su clase, por supuesto, no porque su hermano se lo haya pedido, más bien, porque necesitaba pensar si quería o no hacer ese recital.
Cuando bajó la escalera, vio a William sentado en una de las sillas del vestíbulo. Lucía cansado. Aunque solo lo reflejó por breves instantes, en el desdén de su rostro, mientras veía por la ventana. Luego, se percató de su presencia y su expresión cambió.
— Holmes — le llamó al ver que iba a acercársele.
— ¿Por qué nunca me llamas por mi nombre?
— ¿Eh? — le tomó por sorpresa el reclamo.
— A John lo llamaste por su nombre sin problema.
— ¿Está todo bien? — desvió.
Sherlock lo observó con detenimiento por breves segundos.
— ¿Holmes? — volvió a llamarlo.
Viendo cansado al joven profesor, le sujetó del brazo y lo jaló con suavidad para que se pusiera de pie y lo siguiera.
— Vamos.
— ¿A dónde? — no se resistió.
Sherlock lo llevó a la azotea del edificio, en una zona sombreada. Lo tomó por los hombros y le hizo darse media vuelta. William intentó voltear, pero fue detenido en el acto.
— No mires.
El rubio suspiró y sonrió. Sintió las manos del violinista empujarlo hacia abajo.
— Siéntate.
— Alguien está mandón hoy.
Aun con el comentario, hizo tal cual Sherlock le pidió, se sentó en el suelo, con las rodillas flexionadas a la altura de su pecho y esperó a que pasara lo que sea que el moreno pretendía.
Sherlock presionó los hombros del profesor con suavidad. William arqueó una ceja y luchó con su deseo por voltear. Conteniéndose finalmente lo dejó seguir. Sintió los dedos hundirse en sus omoplatos y subir hasta su cuello y nuca.
Un suspiro salió de la garganta del rubio, quien ya había cerrado los ojos y echado su cabeza hacia adelante, dejando que colgara de su cuello.
— Ahí — señaló sin pensar, casi inaudible.
Sherlock repitió la acción, observando cómo caían las hebras de sol en el cuello marfilado. Continuó en silencio hasta que dejó de sentir leves bultos en los músculos ajenos.
Luego de eso, el silencio permaneció reinando entre ambos. Era un silencio cómodo. De hecho, William casi se quedaba dormido así, sentado como estaba. Acción que Sherlock aprovechó. El de zafiros se sentó y quedó espalda con espalda con el rubio.
— Recárgate — pidió haciendo lo mismo para generar contrapeso.
La consciencia de William se desmoronó y cedió hasta dormirse por completo. Su cabeza quedaba apoyada en el hombro del moreno, quien, se dejaba encantar con el calor del cuerpo ajeno. Lo dejó dormir.
Sherlock empezó a tararear una canción que había escuchado en la radio y cantaba en voz baja el estribillo, alternándolo con el tarareo y una estrofa específica:
"I don't feel your love
But I can give you love"
Siguió tarareando.
Kotoba ni dekinai
Tokenai kono Mystery
We share this fate ima demo
Hitei dekinai Don't push me away
La vibración de su voz traspasaba hasta su espalda y arrullaba al durmiente dueño de los ojos escarlata. Se mantuvieron así, hasta casi media hora después, que el teléfono del rubio sonó, provocando un sobresalto en ambos muchachos.
— Liam — lo llamó con suavidad.
— ¿Qué hora es? — comentó despegando su espalda y sintiendo la ausencia de calor — Las siete — se contestó a sí mismo, observando su teléfono — Debo irme.
El rubio se puso de pie, acción que imitó el moreno. No obstante, a diferencia de las ocasiones anteriores, le siguió. En realidad, ambos debían irse, no faltaba mucho para que la academia cerrara. Y aunque el pianista era usualmente escurridizo, su repentina prisa llamó su atención.
— ¿Pasa algo?
— No, solo, se suponía que debía llegar temprano hoy — explicó simple.
— Lo siento, por entretenerte.
— Descuida, estoy mucho más relajado — dijo sobándose uno de sus hombros— Gracias. Nos vemos mañana.
Después de eso, separaron sus caminos.
