Partitura XI

La confesión dejó a Sherlock helado. No solo Liam lo había leído a la perfección, sino que, también, sostenía un gran peso sobre sus hombros. Vio al muchacho limpiarse los labios y los dedos con una servilleta y continuó hablando:

— Seguirles el juego por un tiempo, evitó que nos separaran a Lewis y a mí — dio un trago a su bebida— Cuando termine la universidad, todo será diferente. Para entonces, su hijo ya habrá logrado su cometido y mi hermano y yo seremos libres.

Una sonrisa hermética se apareció en el rostro de marfil. Sherlock pudo ver a través de esa máscara impenetrable y comprendió que esa era la forma de Liam de protegerse. Continuaron comiendo hasta que Sherlock compartió una de sus cavilaciones:

— El otro día, John me mostró una revista de música de ahí de la academia. Apareció tu nombre, pero no tu foto.

— Con esta conversación ya sabes por qué.

Por la confesión, Sherlock sintió un escalofrío recorrerle. No pudo distinguir si en buen o mal sentido, pero no restaba que quisiera descubrir más del acertijo que era el muchacho frente a él.

— Sí, ahora todas las piezas encajan. Tú quieres dedicarte a las matemáticas ¿no?

— Sí — sonrió de lado.

Una sonrisa diferente, que Sherlock se antojó de calificarla como "triste y satisfecha", una paradójica combinación.

— Va más contigo — volvió a chupar sus dedos para limpiarse la salsa de ellos, dando por terminada su cena.

— Tú en criminología ¿no?

— Ya lo sabes.

El silencio entre ambos fue cómodo. Tanto, que se extendió por un largo periodo en el que pidieron la cuenta y pagaron.

Después de cenar, aun querían pasar más tiempo juntos. Salieron del restaurante a caminar, cada uno con su instrumento en mano. Regresaron al parque y se sentaron en una banca.

No querían despedirse. No era precisamente tarde, pero ambos sabían que el momento llegaría pronto.

Sherlock llevó un cigarrillo a su boca. Al sentir la mirada rojiza de su acompañante, lo sacó de su boca y alejó un poco el cilindro encendido.

— ¿Te molesta el humo? — inquirió dispuesto a apagarlo.

— No. Ocasionalmente también fumo.

Sherlock tomó la cajetilla y con una sonrisa, le ofreció un cigarrillo al rubio.

— ¿Gustas?

El hijo del sol tomó el cigarrillo y Sherlock le dio fuego para encenderlo. El moreno no le quitó la mirada de encima. Lo veía concentrado, succionando y soltando para encender el pequeño cilindro.

Sherlock sonrió divertido. Liam lucía como una persona de hábitos saludables, así que, ver ese lado suyo era en su propia forma, encantador. Dio una profunda calada al cigarrillo y comenzó a hacer aros de humo.

— ¿Cómo haces eso? — inquirió con una sonrisa fascinada.

El moreno rio un poco y se recargó en su asiento.

— Debes guardar el humo en tu garganta, lo empujas hacia atrás con la lengua y la boca cerrada…

El hombre de rubíes lo intentó antes de terminar de escuchar las instrucciones, pero empezó a toser y reír al mismo tiempo. No podía hacerlo.

— Casi — se burló Sherlock — Luego, pones tu boca como si fueras a pronunciar la U y la lengua la vas moviendo de atrás hacia adelante… así.

Dio otra profunda bocanada y sacó más aros de humo ante la analítica mirada de William.

— Es casi como… ¿besar? — soltó William colocando el cigarrillo entre sus labios sin dejar de ver a de zafiros.

Sherlock se empezó a ahogar con el humo, tosiendo sin control, carraspeando la garganta para recuperar la compostura. Al ver a Liam, notó su sonrisa de travesura, camuflada tras una mirada calculadora. Supo que lo había dicho a propósito.

Entendió de inmediato que el siguiente tramo de la conversación, se trataría de fanfarronear. Así que, probó:

— Sí, más o menos… Probablemente, sí se usan los mismo 34 músculos faciales que en un beso francés.

Un breve silencio y la mirada expectante del rubio le hizo continuar hablando.

— El músculo más importante, sería el orbicularis oris, que nos permite fruncir los labios.

Se inclinó ligeramente hacia adelante. Y enseguida, Liam le imitó sin percatarse.

— ¿Sabías tú, que también se ocupan otros 112 músculos corporales para hacerlo?

— Al besar se produce: oxitócina, la hormona del amor; dopamina la hormona del placer y serotonina de relajación.

— Se transfieren 9 miligramos de agua.

— Luego de tres minutos haciéndolo, se queman alrededor de 15 calorías.

Terminaron compitiendo por saber quién de los dos decía más información al respecto, ninguno quería quedarse atrás. Sin embargo, antes de darse cuenta, estaban en silencio, observándose el uno al otro, sonriendo. Cerca.

Fue William quien se percató primero de lo "poco profesional" que era la situación.

— Sería un gran maestro de ciencias, sr. Holmes — comentó alejándose ligeramente y dando otra calada a su cigarrillo.

Esa manera de llamarlo, provocaron una pequeña molestia en Sherlock.

— Sherlock — dijo serio, sujetándole la mano con la que sostenía el cigarro.

— ¿Disculpa?

— Di mi nombre: di "Sherlock". No estamos en la escuela, Liam.

— ¿Qué pasa tan de repente, sr. Holmes?

— "Sherlock" — corrigió, dándole una calada al cigarrillo de Liam para después echarle el humo en la cara.

— Sr. Holmes — repitió sacudiendo un poco el rostro para deshacerse del humo.

Fue su turno. Con su mano libre, William sujetó la mano de Sherlock con el cigarro y dio una calada al cilindro ajeno. Sintió la presión en su otra mano ciñéndose, Sherlock lo estaba sujetando con más fuerza.

Liam puso en marcha lo recién aprendido y medianamente logró sacar un aro de humo y echarlo en la cara del muchacho de zafiros. Ambos se sonrieron a través de la cortina de humo.

De repente, el sonido de un mensaje llegando al celular de Liam, los despertó de ese mundo que era solo de ellos dos.

William abrió el mensaje, aunque Sherlock no alcanzó a leer el remitente, logró ver el mensaje corto.

"¿Dónde estás? Ven a casa"

— ¿Qué pasa?

— Debo irme. Me necesitan en casa.

Sherlock suspiró derrotado.

— Te acompaño — propuso mientras se levantaba.

— No.

Paró en seco al otro, logrando que incluso se cayera de nuevo de sentón en la banca. El moreno se extrañó por la negativa tan inflexible, que su expresión perpleja, hizo que el rubio corrigiera.

— Sabes mi historia — sonrió.

— No se supone que socialices tanto — completó.

— Me alegra que lo entiendas.

El moreno supo que había algo más de fondo.

— ¿Vas a estar bien?

— Por supuesto — mencionó sonriendo — Buenas noches, sr. Holmes.

— ¡Es Sherlock!

William se despidió con un ademán de mano y siguió su camino con el teclado en su otra mano, dejando al moreno solo en el parque.

Sherlock encendió otro cigarro y fumó en la banca, viendo al firmamento. Su mente repasaba todo lo vivido ese día, su cena, su charla sobre el pasado, la canción en el parque, la clase de aros de humo. Demasiadas cosas que pensar y todas se resumían en un nombre: Liam.

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William no tardó mucho en llegar a casa. Al entrar, fue recibido por una bofetada de su padre adoptivo.

— ¿Qué piensas que haces?

Liam guardó silencio. Permaneció con la mirada tranquila y mostrando una sonrisa que contrastaba con su mejilla enrojecida.

— ¡Esto es impropio de alguien de la casa Moriarty! ¡Andar pidiendo limosna!

Recriminó el hombre, mostrando una foto suya tocando en el teclado en el parque y con el estuche del violín de Sherlock abierto, recibiendo propinas.

A Liam le bastó ver las fotos mal tomadas y el celular de donde se las mostraban, para saber que había sido obra de William.

— ¡No puedes tener este comportamiento! ¡Te sacamos de las calles para traer gloria a esta casa! ¡No para deshonrar nuestro apellido!

El rubio no se excusó. Subió directo a su habitación luego de un sermón largo y ocasionales protestas físicas por parte de ese hombre.

Antes de entrar a su habitación, con el rabillo del ojo, vio a William al final del pasillo. Lucía extraño, pero intentó ignorarlo.

— ¿Te saltaste la práctica para andar mendigando con tu amigo el drogadicto?

La expresión de Liam se distorsionó a una más dura, que hizo titubear a su "avatar de recitales"

— ¡N-no vuelvas a saltarte la práctica! ¡Y no cuentes con que siempre te salvará Albert! ¡Al igual que hoy, habrá más días en los que no esté!

Liam entró en su habitación y cerró la puerta. Su hermano Lewis no estaba ahí tampoco. No le fue difícil deducir que, seguramente, William había orquestado todo, sacarlos de la casa, mostrar las fotos, todo.

Estaba harto de esa vida.

La sensación de estar bajo el agua y no poder respirar se hizo presente de nuevo. Aflojó el cuello de su camisa, intentando despejar sus vías respiratorias. Se recostó en la cama, intentando controlar su respiración, pero no podía evitar temblar.

Debía tranquilizarse. Todo acabaría pronto. Solo debía resistir un poco más. Dio gracias porque Lewis no estaba, no quería mostrarle eso y hacerlo sentir culpable.

No podía calmarse. Su mente divagó sin parar, hasta más temprano esa tarde. Su dueto en el parque, sus confidencias, su poco profesional conversación. Sintió que de a poco, fue calmándose, gracias a un único nombre que cuando lo pronunciaba en su mente, tenía su propia sinfonía: Sherlock.