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GATOS GORDOS

Los tres gatos que habitaban la casa sufrían de sobrepeso. Ninguno de los norteamericanos tenía ni idea del por qué.

¿Tal vez se comían las presas que cazaban? ¿O quizás los vecinos les daban golosinas? Puede que Groenlandia les diera de comer a sus espaldas.

Peppermint (el gato de Canadá) tenía la manía de meterse en lugares donde obviamente no cabía y maullaba por ayuda hasta que alguno de ellos o su hermano gatuno fuera a su rescate. Por otro lado, Cinnamon al igual que su dueño, amaba comer y por eso su panza casi se arrastraba por el suelo para el enfado del veterinario que los regañaba por el estado del gato. Por último, estaba Azúcar (la gata de México era café, no blanca) era una gata perezosa con sus kilos extra que dormía en cochones ajenos (en un inicio los tres pensaban que estaba embarazada, pero solo estaba gorda) y disfrutaba de masticar zapatos.

Era una mañana cualquiera para salir al trabajo. América en particular despertó de buen humor. Se dio una ducha rápida, se vistió con su traje militar y escuchó las voces de sus vecinos en la planta baja. Vaya, que tardó en despertar.

América bajó del segundo piso saltando los escalones de dos en dos, con su nariz atraída por el olor del desayuno que Canadá preparaba y encontrándose a México viendo las noticias con una taza de café y los tres gatos rascando las piernas de su gemelo exigiéndole comida. Alfred fue en busca de la bolsa de croquetas para llenar los platos de los felinos.

— ¿No le han dado de comer, chicos? —preguntó gritando desde el almacén para que su hermano y su amiga le escucharan.

— Les di más temprano, sólo están de golosos — le gritó México.

América volvió con una bolsa de croquetas que llamo la atención de los felinos que se abalanzaron sobre él con maullidos. Cinnamon se tiró boca arriba para persuadir a su dueño de que lo alimentara, Alfred sucumbió a la peluda ternura y le acarició la panza de grasa.

— Tal vez los dejaste con hambre — contradijo Canadá volteando el panqueque.

— Solo les serví una taza a cada uno — explicó la mexicana.

— ¿Qué quieres? ¿Matarlos de hambre?

Con las respuestas de sus compañeros de casa, el estadounidense sirvió las croquetas en los platos de mascotas y desparramó algunas de esas bolitas por lo lleno que estaban los platos. América dudó que fuera suficiente, les sirvió más por si acaso.

Ajeno a lo que pasaba a sus espaldas, México alimentaba a Peppermint y a Azúcar con algunas tiritas de pescado que robó del refrigerador. Pobrecitos, debían estar hartos de la comida seca, un poco de carne fresca no les haría daño.

Canadá rodó los ojos sin ser capaz de decirles que él les dio algo de leche en la mañana.

Era culpa de los tres que los gatos siguieran gordos.