Capítulo 5
Naruto
—Odiaría pensar que te has perdido en tu propio reino, pero…
¿Estás seguro de que esto es un atajo?
Los Elementos crearon a las mujeres como ella porque tiene que haber de todo. Incluso si se trata de criaturas irritantes e inservibles. Incluso si su voz se te mete como un chirrido en los oídos. La prueba de que seres superiores existen, sin embargo, está precisamente en que en alguna parte habrá alguien hasta para ella. Un pobre estúpido que considere que una mordaza no puede ser una opción. O que no tenga un trozo de tela a mano, como yo, o un pedazo de cuerda para atarla a un árbol y echar a correr en dirección contraria.
—Esto es un atajo —aseguro. Y no me cabe duda de que lo es. O lo fue. Para alguien. En algún momento.
—Si hubiéramos seguido por donde yo dije… —insiste.
Miro alrededor. A pesar de que los árboles nos rodean, es difícil distinguir sus siluetas, ya que las copas cubren el cielo como un techo de ramas entrelazadas. Debe de ser noche cerrada todavía, aunque imagino que no faltará mucho para que amanezca. Llevamos caminando varias horas. Espero que no haya sido en círculos, pero no puedo estar seguro. En realidad, me planteo decirle que apenas había estado fuera de la ciudad antes por ver la expresión de su rostro al enterarse. Ni siquiera estoy seguro de en qué dirección hemos partido. Por lo que sé, podríamos estar yendo directos hacia la costa.
—Si hubiéramos ido por donde tú dijiste, tardaríamos años en llegar a la frontera. No sabes nada de orientación.
Probablemente no sabe nada de nada, más allá de cómo sacarme de quicio en cuestión de minutos. Oh, en eso parece ser una experta.
—Quizá podríamos haber tomado el camino, simplemente… —añade el crío. Camina cerca de la muchacha, a quien parece haber tomado cariño de forma instantánea. Ella, por su parte, lo ha adoptado como a algún tipo de cachorrillo necesitado de una dueña y mucho amor. Por lo que a mí respecta, como si le da los huesos de su plato por debajo de la mesa, mientras no me causen más problemas. Aunque, gracias a su desgracia y la de su hermana, me llenaré de fama y gloria.
—El camino es una forma más larga y menos pintoresca de llegar al mismo lugar. Además, allí no encontraremos a gente en apuros, a menos que se les haya roto una rueda de su carro.
La gente inteligente —me doy un par de toques con el dedo en la sien— sabe que en los bosques están las verdaderas aventuras, porque no han sido domados por la mano razonable y práctica de los hombres . —Hago hincapié en la palabra para dejar claro que eso excluye a las chicas como la que nos acompaña, que gruñe—. En la foresta, el lugar salvaje, los monstruos aún viven y esperan ser derrotados por gallardos caballeros como yo.
Cuando acabo mi discurso, asiento, convencido. Debería llevar un escriba conmigo para poder dictarle todas estas palabras de sabiduría. Necesitan quedar grabadas en algún sitio. Tal vez pueda conseguir uno en el próximo pueblo.
—Es mucho más divertido si los que nos encontramos en apuros somos nosotros, claro —replica el jovencito. No me gusta su tono.
—Háblame con más respeto, enano.
El golpe en la nuca llega sin avisar y me impulsa hacia delante. El chasquido de la palma contra mi cabeza parece reverberar entre los árboles.
—Tú nos hablarás a nosotros con respeto si sabes lo que te conviene —suelta la chica, cruzándose de brazos. Cómo me gustaría cortarle las manos por eso que acaba de hacer. Y por la bofetada. Juro que aún me duele la mejilla. Me pregunto si tirarla por un acantilado, si pasamos por alguno, podría considerarse un accidente. Igual no tiene familia. Nadie tendría por qué saberlo…—. Si hubiéramos ido por donde yo dije, ya estaríamos durmiendo cómodamente y podríamos afrontar el viaje todo el día de mañana con más energía.
Después de haber conseguido alojamiento y desayuno con mi dinero, claro.
Me detengo.
—Muy bien, pues túmbate aquí mismo y duerme. —Me giro hacia ella, que me observa con altanería—. Los plebeyos estáis acostumbrados a camas duras, así que el suelo del bosque os parecerá una bendición. Y, al menos, mientras duermas dejaré de oír ese insoportable ruido… Oh, sí, tu voz . Ella pone los ojos en blanco.
—En realidad, quiero cerrar los ojos para dejar de verte la cara.
Y se sienta en el suelo. Lo hace a los pies de un árbol, apoyando la espalda contra el tronco, y palmea la tierra a su lado.
—Ven, Konohamaru. Nos vendrá bien descansar un rato.
Él, como un perro bien entrenado, mueve el rabo y se sienta junto a su dueña, manso como un corderito e igual de confiado. Es su problema. Si se despierta con un cuchillo contra su cuello porque ella ha terminado de volverse loca, no quiero saber nada del tema. Lo veo apoyar la mejilla contra su brazo y cerrar los ojos, como si estuviera cansado.
—¿No debería alguien hacer guardia? —pregunta. Por supuesto, todo el mundo sabe que en el bosque los monstruos acechan en la oscuridad, esperando a que los ingenuos viajeros se duerman para devorarlos en un festín de carne y sangre y vísceras. Y gritos. Muchos gritos. Y puede que un par de carreras rápidas en las que parezca que las víctimas se van a salvar. Al parecer, el ejercicio abre el apetito a las criaturas de las tinieblas tanto como a los humanos.
—El príncipe, que es todo un protector y un valiente héroe, obviamente preocupado por sus compañeros de viaje, será el que haga guardia.
Entreabro los labios. Ella cierra los ojos, o eso me parece, porque deja caer su cabeza contra el tronco del árbol. Juraría que el pequeño me mira.
—Ten cuidado con los espíritus del bosque, príncipe. —Bosteza—. Si los enfureces, irán a por ti.
Tengo por costumbre prestar atención a los hechiceros, aunque normalmente me ponen de los nervios. La magia es algo peligroso con lo que sólo unos pocos deberían jugar. A ser posible, lejos de ciudades que podrían ser destruidas con su poder. Y, desde luego, lejos, muy lejos de mí. Todos los que he conocido tienen esa escalofriante mirada que parece atravesar el cuerpo, como si pudieran ver dentro de ti y, lo peor, supieran todos tus secretos. El sentido mismo de tu vida.
Por supuesto, con este no me pasa. Sólo es un… niño. No debe de saber ponerse la túnica del derecho sin ayuda, siquiera.
Pero… hay algo inquietante en sus palabras. Pasan los minutos, y ellos parecen haberse quedado dormidos. Yo me siento más tenso y nervioso. Sobre nuestras cabezas, las hojas parecen susurrar.
Son imaginaciones tuyas, Naruto el Cobarde. Hasta el bosque y sus espíritus tienen que respetar al legítimo heredero de las tierras que habitan. Aunque tú ya no eres el heredero. Y puede que no lo seas nunca si te asustan cuatro ramas mecidas por el viento.
Me envuelvo en mi capa, de pronto helado, y miro alrededor. No hay nada. Nadie. Hasta los animales duermen. Estoy sugestionado. Decido cerrar los ojos, aunque nos arriesguemos a un ataque. Estoy cansado. Me duele un poco la cabeza. No es mi labor pasar la noche en vela y, de todas formas, será contraproducente si mañana tenemos que caminar todo el día. Me despertaré antes que esos dos y me mostraré imperturbable, como si no tuviera las mismas necesidades que los mortales.
Más susurros de hojas que se mueven. Un crujido. ¿Un crujido? Me enderezo, atento, llevándome una mano a la empuñadura de la espada. Allí, entre los árboles, hay una luz que parece alejarse. ¿Algún otro viajero? ¿Algún leñador o cazador? Me levanto sin hacer ruido y dejo atrás a mis compañeros. A medida que me alejo de ellos estoy más convencido de que el brillo procede de una antorcha. Podría pedir indicaciones y así, cuando los otros despertasen, estaría listo para guiarlos y hacer que ella se tragase sus palabras por una vez. El caminante parece aumentar su velocidad. Yo echo a correr tras él.
—¡Espere! —grito.
Corremos durante una eternidad. El cansancio me nubla los sentidos. Todos los troncos se asemejan. Los arbustos entorpecen mi avance. La capa se me engancha en algunas ramas bajas que intentan llamar mi atención. El frío transforma mi aliento en niebla. Me detengo. Delante de mí, a la misma distancia imposible del principio, la luz se detiene.
No lo comprendo.
La risa llega con más susurros. Al mirar hacia arriba, sin embargo, las ramas no se mueven. Me giro. Bosque y más bosque a mi alrededor. Todo es igual. La luz se ha apagado. Penumbra. Me mareo. Desenvaino. Me doy cuenta de que lo que oigo son las carcajadas del bastardo de mi padre. ¿Qué está pasando? ¿Me ha seguido?
—¿Quién anda ahí? ¡Descúbrete!
Mi orden no obtiene resultados. Los árboles parecen inclinarse sobre mí. Me agobio. Me asfixio. Hace frío. Me siento inquieto. El nudo en mi estómago nada tiene que ver con el hambre, y el efecto de la cerveza desapareció en algún momento de la larga caminata. Sólo queda un terrible miedo y la sensación de que estoy rodeado de enemigos por todos lados.
Y todos se ríen de mí.
De pronto, el mejor lugar del mundo me parece el sitio que he dejado atrás, junto a mis compañeros de viaje. Volvería sobre mis pasos sin dudarlo, pero me doy cuenta de que estoy completa e irremediablemente perdido.
