Capítulo 14

Hinata

Salimos de Dilay más pronto que tarde y retomamos nuestro camino, esta vez en dirección a Idyll. Soy consciente de que esta no debería ser mi misión, que quizá debería haberme quedado en Verve como planeaba desde el principio, pero ahora me siento responsable de lo que pase con Konohamaru y con su hermana. En este punto no puedo dejarle sin más, sin saber si lo consigue o no.

O es lo que me digo para no admitir que me he encariñado y que ampliar el tiempo con mis acompañantes parece una buena idea. Por primera vez no estoy sola, así que ¿por qué no alargarlo un poco más? Todos vamos a separarnos al final, de modo que está bien si la despedida se retrasa unos días. Este viaje es una prórroga, y podré ir adquiriendo experiencia en los mercados por los que pasemos. Ha quedado bien claro quién se encarga de los negocios dentro del grupo.

Hoy, sin embargo, no hay bromas ni discusiones sin malicia, sino un inmenso y tenso silencio que sólo Konohamaru, muy de vez en cuando, se atreve a romper con alguna historia irrelevante. Le escucho, o lo intento, aunque en mi cabeza no he dejado de maldecir a Naruto desde su comentario. No le he vuelto a hablar, ni siquiera le he lanzado más de un vistazo, y puede que esté pasándome un poco con mi actitud indiferente hacia él, pero se lo merece. ¿Por qué tenía que decir algo así? ¿No podía felicitarme y darme las gracias? Después, además, de lo que hice por él en el mercado. Después de la manera en que conté sus supuestas hazañas.

Desagradecido.

Aunque, por supuesto, él no sabe lo que hice. Mejor aún. Que no sepa que el rumor de su busca de heroicidad se expande ahora lentamente, porque seguro que eso lo volvería aún más engreído e insensible de lo que ya es. Sólo se importará a sí mismo. Y al resto, que nos den. Imbécil.

Lo peor es saber que el problema real ahora no es con él, sino conmigo misma. Aprieto las riendas de mi caballo. Si tuviera más confianza en mí misma, ese maldito comentario no me habría afectado tanto. Si creyese más en mí... Pero, pese a todos mis esfuerzos, no logro quitarme de encima las dudas. ¿De verdad sirvo para mercader? ¿De verdad llegaré a algún lado por mí misma ? ¿De verdad podré demostrar que las mujeres también somos capaces de desempeñar el papel que queramos? ¿O seguiré siendo una chiquilla jugando a un juego de hombres? ¿De verdad alguien verá en mí algo más que un cuerpo o una cara bonita? Ni siquiera soy escultural: no tengo largas piernas ni mis medidas son gran cosa. Mi cara es como la de otras chicas. Hay mujeres mucho más atractivas ahí fuera.

En realidad, no valgo tanto ni por mi físico. Maldito Naruto. ¿Por qué tenía que fastidiarlo justo en ese momento? Estaba satisfecha. Estaba feliz. Había hecho buenos negocios, primero con la mantícora y después con todos los materiales que había ido recogiendo en el camino, por los que conseguí bastante menos, pero que sirvieron para sumar algunas monedas más. Me sentía útil.

Y ahora ha vuelto a hacer que me sienta como la puta que fui en el burdel.

Intento decirme que no debería hacer caso. Que, probablemente, ni siquiera era esa la intención de Naruto. ¿O sí? Tal vez él piense de verdad que no soy mucho más... Quizá no lo sea y nunca llegue a serlo.

Quizá Konohamaru siempre tuvo razón. Basta. No quiero pensar así. Tengo que dejar de pensar así. Tengo que creer en mí misma. He conseguido un buen dinero. Y lo he hecho sola, con mis trucos. Si no hubiera sido por mi manera de hablar y negociar... Ese mercader no se fijó en mí más que con desprecio. Me sobrepuse a sus prejuicios.

Eso es. Me aferraré a esa idea. Aunque en realidad no consiga convencerme.

—¡Oh!

La exclamación de Konohamaru me arranca bruscamente de mis pensamientos. Bajo la vista hacia él, que señala hacia delante. Sigo la dirección de su dedo y frunzo el ceño. En medio del camino, un cervatillo se debate y, cuando nos acercamos, vemos que lucha por escapar de un cepo que ha atrapado una de sus patas. Al vernos se asusta y se revuelve con más desesperación, cosa contraproducente, porque sólo consigue hacerse aún más daño. Me apresuro a bajar del caballo.

—¿Se puede saber qué haces? —pregunta Naruto. No me molesto en contestarle. ¿También va a cuestionarme esto? Me acerco con cuidado al animal. Me da pena. Ni siquiera es adulto, así que el cazador que haya decidido que poner un cepo en medio de un camino de transeúntes (aunque sea un camino casi abandonado) es buena idea no podría aprovechar demasiado su carne.

A pesar de que me cuesta un poco, consigo abrir el cepo y lo libero. El pequeño sale trotando rápidamente, asustado, y se pierde entre los árboles y arbustos que nos rodean.

—Estupendo, el cazador que pusiera esa trampa estará encantado de que lo hayamos dejado sin cena —masculla el príncipe.

Miro alrededor, pero vuelvo a no responder. No deberían ponerse trampas por esta zona. Podría haber sido la pata de una de nuestras monturas la que quedase atrapada. Vuelvo la vista a Konohamaru, que se ha quedado sentado en nuestro caballo, agarrando las riendas.

—Será mejor que vayamos a pie un rato, por si acaso hubiera más trampas. Por lo menos, así podremos verlas y esquivarlas si es necesario. El hechicero desciende sin protestas. Naruto también lo hace.

—Quizá si hubiéramos ido por donde yo dije...

—No más bosques encantados —me defiende Konogamaru.

—Pues no fui yo quien os llevó a la guarida de un monstruo... Ni le miro mientras echo a andar delante de ellos, en busca de más cepos.

—Pero ¿de verdad vas a estar así hasta Idyll? —pregunta el príncipe, exasperado. Si te molesta, sí. Pero no se lo digo. Además, lo dice como si tuviera que disculparme por ello. Aún estoy esperando yo una disculpa de él. Pero por supuesto, no va a llegar. Eso sería demasiado rebajarse para el, oh, grandioso príncipe del Remolino. Imbécil. Imbécil. Imbécil.

Apuro un poco el paso, airada. Ahora resultará que yo tengo la culpa y que no se merece el suplicio que le estoy haciendo pasar. Seguro que en el fondo no le importa que yo no le hable, sino que no soporta que alguien no le preste la atención que él quiere y cree que es su derecho recibir. Entonces oigo el crujido, pero no me detengo. No me alarma. No creo que sea más que una rama en el camino.

Pero me equivoco.

La exclamación de advertencia del príncipe llega demasiado tarde.

De pronto, el suelo se abre bajo mis pies.

Sólo soy capaz de gritar y cerrar los ojos mientras me siento caer. Una presión en mi brazo y, después, el golpe en la espalda —que se queja, aún con las vendas cubriendo las heridas que me hizo la mantícora— y en la cabeza. Un peso cae también sobre mi cuerpo.

La cabeza me da vueltas incluso sin que abra los ojos. El mundo, por un segundo, pierde su consistencia y sólo queda oscuridad. Un gruñido cerca de mi oído. Entreabro los párpados, mareada. Naruto se incorpora sobre sus brazos, encima de mí. Nos miramos un segundo. Él está lleno de tierra y tiene hojas secas sobre el cabello. Me está observando... con preocupación.

—¿Estás bien? —inquiere, algo ansioso.

Cierro los ojos. Me duele la cabeza. No soy capaz de hilar dos pensamientos seguidos. Nos hemos caído... ¿Dónde? Abro los ojos de nuevo, confusa, alzando la vista. Hemos caído en un hoyo enorme desde cuyo borde se asoma pronto la silueta de Konohamaru, recortada contra el sol de la tarde.

—¿Chicos? —Naruto se retira de encima de mi cuerpo todo lo que puede. La zanja es pequeña—. ¿Estáis los dos bien?

—¡Estamos bien! —responde el príncipe—. ¡Vete a buscar ayuda! Creo que Hinata se ha golpeado la cabeza.

Eso y que me has caído encima cuando probablemente peses el doble que yo, imbécil. Gruño un poco, pero intento incorporarme. No tengo mucho éxito, porque me derrumbo de nuevo. La cabeza me late y se queja. Unos brazos me ayudan a erguirme.

—Déjame ver si te has hecho algo... —susurra el estúpido.

Sus dedos me rozan la piel de la nuca con cuidado y luego toca los cabellos. Cuando separa la mano, veo en sus dedos algo de sangre que le hace fruncir el ceño y volver la vista al borde del hoyo con esa ansiedad que a veces se le dibuja en la cara siempre que las cosas no salen como a él le gustaría. Suspiro hondamente.

—Estoy bien —intento tranquilizarle, aunque no sé si se lo merece. Le daré una tregua por haber intentado agarrarme antes de caer en la trampa, arriesgándose así a caer él también, como ha pasado. Además, ahora que estoy sentada es más o menos cierto. La realidad se afianza un poco a mi alrededor—. Sólo ha sido un golpe...

Él aprieta los labios. No sé reconocer su expresión. Me sorprende el cuidado con el que extiende sus dedos hacia mí, con ese rostro indescifrable, y me quita algunas hojas del pelo.

—No veo que me estés gritando o burlándote de mí, así que tan bien no puedes estar.

—No tientes a tu suerte o comenzaré en cualquier momento. Naruto suspira. Se levanta como puede y palpa las paredes del hoyo. La salida queda varias cabezas por encima de la suya. —A lo mejor podría escalar...

—Abro la boca para decirle que será mejor esperar, pero él ya está poniendo un pie en la pared, impulsándose... y cae de culo justo frente a mí. Es tan ridículo que casi tengo que contener una carcajada—. Bien, quizá la escalada no sea una opción... —masculla. Me mira y yo arqueo las cejas—. Podría auparte...

—Tú lo único que quieres es aprovechar la situación para tocarme el culo...

—Bueno, quiero tocarte muchas cosas, pero tal vez este no sea el mejor momento...

Resoplo por toda respuesta, acomodándome contra la pared, separándome todo lo que puedo de él. No es mucho. Cruzo los brazos sobre el pecho.

—Oh, vamos. No te voy a comer, a menos que te dejes... —Abro la boca, pero él alza una mano para adelantárseme—. Ya, ya lo sé: «Ni por todo el oro de Konohagakure».

Doy un respingo. A mi pesar, tengo que admitir que su rapidez para adivinar mi respuesta me arranca una sonrisa que disimulo apretando los labios y alzando la barbilla.

—Así me gusta. Que tengas bien aprendida la lección. Él se rinde de intentar escapar del hoyo por su cuenta cuando también apoya la espalda en la pared, quedándose sentado justo frente a mí.

—Si me dejaras, yo sí que te enseñaba un par de lecciones. Como si este pipiolo con aires de gran amante pudiera enseñarme algo.

—Igual te las enseñaba yo a ti... Orgulloso, sonríe de medio lado.

—Dudo que puedas enseñarme mucho más de lo que yo sé. Pobre inocente.

—Verás, príncipe... —Hinco el codo en mi rodilla para poder apoyar la cara en una mano, mirándolo a los ojos, tranquila, imperturbable. Eso precisamente lo perturba a él, porque veo que se tensa, como si de pronto me considerase peligrosa. Sonrío de medio lado—. Si algo así pasara entre tú y yo, terminarías suplicándome para que siguiera enseñándote todo . No sabrías ni cómo responder a lo que podría hacerte.

Gano la batalla porque él tiene que coger aire con brusquedad y apartar la vista, ruborizado. Qué fácil es manipular la mente de un hombre. Qué sencillo meter las ideas adecuadas en el momento adecuado. Casi siento curiosidad por lo que debe de estar imaginándose justo ahora. Escondo la sonrisa tras la mano. Pobre. Deben de apretarle las calzas ahora mismo. Casi me da pena. Casi. Un poco de dolor en los bajos es lo mínimo que merece. Que sepa lo que sí consigo con mi cuerpo. Así, al menos, aprenderá la diferencia entre las veces que lo uso y las que no.

—Sé lo que hiciste en el mercado esta mañana. Doy un respingo, sorprendida por el cambio de conversación. No me mira, sino que juega con unas raíces en la pared de tierra, incómodo.

—¿Qué hice, según tú? ¿Seducir al comerciante con mi pecho y trasero?

—Les dijiste a todos que yo maté al monstruo. —Sus ojos se alzan para fijarse en los míos—. ¿Por qué? Así que lo ha descubierto.

—Tú mataste al monstruo —declaro sin más.

—No lo hice solo —me rebate—. Ni lo puse a tus pies, como he oído.

—Titubea, pero hace una mueca—. No creo que contaras esa historia sólo para vender las piezas, ¿verdad? No creo que te hiciera falta.

¿Eso ha sido un intento de halago? Aparto la vista a la apertura del hoyo, atendiendo al pedazo de cielo azul que podemos ver a través de ella.

—Era lo que querías, ¿no? Que se te conociese y se hablase de tus hazañas y todo eso. Pues nadie lo hará si no las das a conocer. Y, además, conseguí duplicar el precio inicial gracias a esa historia. No pienses que lo hice sólo por ti.

Aunque en realidad sí fuese por ti, incluso si luego ayudó para ganar más dinero. Nunca fue mi intención cuando empecé a hablar. Quería ayudarte. Pero no te lo mereces y no te mereces que te diga esto tampoco, así que por eso me lo callo.

—Yo... gracias, supongo.

—No te voy a dar ni un céntimo del dinero que conseguí si es lo que intentas. Yo lo conseguí, yo me lo quedo. Naruto se pasa la mano por el pelo en un gesto nervioso, bajando la vista.

—No lo quiero... Oye, Hinata, mira... Calla. Sea lo que sea que fuese a decir, no se atreve y yo no lo presiono. Los dos nos quedamos en silencio durante un buen rato hasta que él deja escapar un gruñido de frustración.

—¡Joder, lo siento!

Parpadeo mientras lo observo, completamente atónita. El príncipe parece hacerse un poco más pequeño y las mejillas vuelven a enrojecérsele.

—Lo siento —repite—. No quería decir lo que dije. Sé que no fue mi momento más brillante. No quería hacerte daño.

—No me has hecho daño —repongo, alzando la barbilla. No quiero que piense que soy débil.

—Lo he hecho. Escucha, porque no lo voy a repetir más de una vez: no pienso lo que dije. Sólo bromeaba, pero quizá me pasé, o más bien no pensé que pudiera... afectarte. No pienso que te haga falta... —hace un ademán hacia mí que pretende señalarme entera— nada de eso para conseguir lo que te propongas. Creo que eres buena negociando y que serías igual de buena con ese cuerpo o con cualquier otro, con esas calzas que te quedan tan condenadamente bien o con el más desfavorecedor de los vestidos.

Nos miramos. Probablemente sea el silencio más pesado y largo y extraño que hemos compartido desde que nos conocemos, y probablemente también estemos más indefensos de lo que nunca nos hemos mostrado frente al otro desde aquella borrachera. Él parece muy nervioso y yo... yo no puedo reaccionar. Y cuando lo hago, me llamo estúpida, porque lo único que consigo hacer es sonrojarme. Intento hablar, pero las palabras se me han quedado atascadas en la garganta.

¿Acaba de decir que... cree que soy buena negociando? Me pongo aún más colorada. Eso es lo más parecido a un «creo en ti» que nadie me ha dicho nunca. Ni siquiera sé si me lo merezco. Trago saliva, intentando recuperar la fachada que me ha quitado de un plumazo. Alzo de nuevo el mentón con orgullo, aunque siento que es contraproducente, porque aún me arden las mejillas.

—N-no hace falta que mientas por sentirte agradecido. No difundí esa historia para que me debieras ningún favor...

—¿No puedes aceptar mis disculpas y callar? —Masculla él, y me parece que también hay rubor en su cara—. No lo estoy haciendo por deberte nada, y lo sabes... —Lo sé, pero sería más fácil fingir que sí—. ¡Aunque no te voy a pedir perdón por haberte tocado el culo! Lo tienes muy bien puesto, no me arrepiento de nada.

Enrojezco algo más, aunque esta vez ni siquiera sé por qué. Como si a estas alturas algo así pudiera escandalizarme. Alzo la pierna para apoyar mi bota en su pecho, aprisionándole contra la pared como si así pretendiera alejarlo de mí todo lo posible.

—Mi culo ni mirarlo.

Hay un brillo en los ojos azules de mi compañero que recompone su sonrisa de siempre y casi parece aliviado. Su mano, contra todo pronóstico, me coge del talón y tira de mí con seguridad. Me arrastra sin que yo pueda evitarlo, acercándome a él. Como si quisiera eliminar toda la distancia que yo trato de imponer entre nosotros. Cojo aire cuando me encuentro más cerca de él de lo que me gustaría. Sus dedos siguen en mi tobillo, mi pierna cerca de su cuerpo y sus ojos se clavan en los míos con picardía.

—Si eso es lo que quieres, no vas a poder volver a darme la espalda. Como si de pronto me sintiera en peligro, el pulso se me acelera un poco, pero enarco las cejas con aparente indiferencia.

—Me lo pones complicado si sigues siendo tan insufrible... Naruto se inclina un poco sobre mí y yo me tenso, mirándolo. Está cerca. Está muy cerca. Demasiado cerca. ¿Por qué está tan cerca?

—Admite que esto te divierte tanto como a mí —susurra como si fuera un secreto. De hecho, pensé que lo era. Pero un secreto sólo mío—. Te he visto sonreír, muchacha de hielo...

Me ruborizo. Sabía que me lo echaría en cara si algún día me pillaba con la guardia baja. Y, aun así, en este momento no puedo rebatirlo. Sí, es cierto. Me agrada, me divierte e incluso cuando a veces mete la pata de manera estrepitosa no creo que lo haga con maldad. Ni siquiera estaba enfadada con él , sino conmigo misma, por permitir que una frase tan sencilla desmoronase mi seguridad.

Nos quedamos callados, mirándonos. Debería decir algo. Debería responder alguna tontería o fingirme indignada y meterme con él. Pero no tengo ninguna contestación preparada para esto. No tengo ninguna contestación para su manera de entrecerrar los ojos y repasar mi rostro con la mirada.

Me mira los labios.

Quiere besarme.

No. Eso no.

No quiero besos, ni suyos ni de nadie.

No quiero que me hagan más daño.

—¡Chicos!

La voz de Konohamaru nos sobresalta a ambos, que alzamos la vista a la cabeza que se asoma por el borde del hoyo. Me apresuro a apartarme del todo, carraspeando, y Naruto también retrocede.

—¡He traído ayuda!

El príncipe me mira un segundo antes de volver la vista a la apertura.

—¡Pues ya era hora! ¡Me estaba haciendo viejo aquí abajo! ¡Eres un escudero muy incompetente!

—¿Habéis arreglado las cosas u os tengo que dejar un poco más de tiempo? Naruto y yo parpadeamos. Entrecerramos los ojos...

—Konohamaru —lo llamo con aparente calma—, odiaría pensar que nos has tenido aquí abajo más tiempo del necesario en una especie de encerrona... Tú jamás harías eso, ¿verdad, pequeño mío?

—Entonces, ¿las habéis arreglado?

Naruto gruñe.

—Las hemos arreglado, renacuajo, pero lo que no se va arreglar tan fácilmente va a ser tu túnica cuando te la haga pedacitos con mi espada después de esto.

—Sin amenazas, o dormís ahí.

—Vas a sufrir el peor ataque de cosquillas de siglos, Konohamaru —le advierto.

—Habrá merecido la pena —dice la voz infantil, riendo. Una cuerda cae ante nosotros y Naruto y yo la cogemos al mismo tiempo, nuestras manos encontrándose sobre ella. Nos miramos de reojo. Se nos escapa una sonrisa. Supongo que Konohamaru tiene razón: ha merecido la pena.